Soy Mary Ortiz, originaria de Torreón, Coahuila. Nací el 20 de septiembre de 1962. Soy religiosa de la congregación de Hermanas de los Pobres, Siervas del Sagrado Corazón (HPSSC), de Zamora, Michoacán, y actualmente radico en la ciudad de Querétaro en la Casa de Oración.
Hace muchos años, cuando yo era adolescente y estudiaba la secundaria en el colegio La Luz que dirigían entonces las Hijas del Corazón de María y luego en el colegio La Paz de las Hermanas del Verbo Encarnado, conocí al hermano Pedro García, español, comboniano y misionero de corazón, gracias a la comunidad de Carmelitas Descalzas de San José de Ávila, de Celaya, Guanajuato, en donde tenía una tía, hermana de mi papá.
A Dios y al hermano Pedro debo mi vocación misionera, mi amor por la misión ad gentes y por África, muy especialmente por el Chad, a donde fui enviada por mis superiores como una gracia del Señor.
Empecé a participar en algunas jornadas de vida cristiana y misionera que organizaba el Padre Enzo Canonici, también comboniano, quien tenía contactos en Torreón y organizaba sus retiros en Casa Íñigo. Ahí fue despertando algo, sin embargo, terminaban las jornadas y seguía mi vida ordinaria. Fue hasta que mi tía invitó al hermano Pedro, quien quería ir a Torreón a hacer promoción vocacional, a quedarse con nuestra familia. Nosotros lo veíamos poco, él salía temprano y llegaba tarde, solo mi madre y yo lo esperábamos para ofrecerle la cena. Celebró su cumpleaños con nosotros, le hicimos una fiesta, éramos todos unos niños, él se emocionó mucho y entonces vino lo bueno, sacó su proyector y nos enseñó unas filminas de su misión en Ecuador compartiendo lo bello que era entregar la vida y llevar el Evangelio y el Rosario a los lugares más alejados.
Pedro terminó su apostolado en Torreón y se fue, pero se quedó la emocionante y desafiante motivación que despertó en mí. Comenzamos a escribirnos y él entabló una amistad conmigo (creo vivía en un pueblo de Guanajuato); me enviaba rosarios misioneros, libros para leer, como la vida de Daniel Comboni, el Héroe de Molokai, San Agustín, etc. No tuve más contacto con misioneros ni misioneras combonianas porque en Torreón ellos no tenían obras, evangelizaban a través de la revista Esquila Misional.
Cada año, íbamos a Zamora a visitar a mis tías, hermanas de mi papá, de las cuales dos pertenecían al instituto al que pertenezco yo ahora. Yo sentía algo de inquietud en mi corazón, y la invitación que Dios me hacía a través del hermano Pedro dejó una huella profunda en mi corazón.
En 1979 conocí a la Hermana Silvia del Carmen Fernández HPSSC. Trabajaba en Torreón en una escuela que tenían con los jesuitas. Sólo nos veíamos en la iglesia de San José, en misa los domingos. Ella me invitó a una jornada vocacional a Zamora y Dios tuvo a bien llamarme a su servicio para esa comunidad. Mi primera experiencia en la misión ad gentes fue en el Perú, en el departamento de Cajamarca y en el vicariato apostólico de San Francisco Javier que dirigían los jesuitas.
Con el tiempo, nuestras superioras respondieron (como un regalo de Dios) a la invitación de Monseñor Michele Russo, obispo comboniano, para ir a su diócesis en Chad, en donde próximamente cumpliremos 25 años de presencia..
Fui feliz en el Chad, en las misiones de Maybombay y de Mbikou durante 15 años, conocí gente maravillosa, tengo experiencias inolvidables de gente que me hizo gozar la vida con muy poco y vivir el momento presente, con fe inmensa, con el corazón incansable. Ahí volví a tener contacto con los misioneros y misioneras combonianos. Pregunté por el Hermano Pedro García. Nos volvimos a poner en contacto. Creía que volvería a encontrarme con él personalmente, pero Dios tenía otros planes. El Hermano me invitó a su casa en Madrid, él iría por mí al aeropuerto, pero el Señor Jesús quiso llamarle a su presencia un día antes de que pudiéramos vernos.
No puedo dejar de agradecer a Dios el haber puesto a Pedro en mi camino; gracias a Monseñor Russo, hombre de paz y de generosa bondad, a los combonianos por su labor evangelizadora y gracias a mi congregación por haberme regalado la oportunidad de compartir mi vida en África.
Iniciamos el mes de noviembre con dos celebraciones muy importantes: la de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos. Las dos tienen la finalidad de recordarnos que el Señor es el Dios de la vida y que nos invita a vivir con Él en el amor.
Por: P. Wédipo Paixão
La primera vocación a la que todos fuimos llamados es a la vida, en la cual el Creador puso en nuestro corazón una centella de su divino amor que nos empuja a buscarlo, como dijo san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que encuentre descanso en ti». Cada mañana, cada respirar y cada decisión responden al llamado que nos hace el Señor.
El Dios manifestado en la Escritura es un Dios Creador, quien, al llamar a las cosas a la existencia, hace triunfar el amor. Lo coloca en el origen mismo del ser. Revela así lo que verdaderamente es el poder de quien da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean (Rom 4,17). Creando el mundo por su Palabra (cf 2Co 4,6), triunfó sobre los poderes del caos (Gen 1,2). Él continúa ejerciendo esta primera operación en sus criaturas: «En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).
Al preguntarnos: ¿qué es la vida, qué le da sentido?, las personas buscamos responder de distintas maneras, en especial, cuando se encara otro misterio: la muerte. Nacimos en un día que no elegimos, y de igual modo, moriremos sin elegir el día; son como dos puertas: la de entrada a esta realidad, y la otra hacia la eternidad.
Nuestra fe nos ilumina y nos dice que nadie nace por accidente ni es consecuencia de un error; cada ser humano es pensado, amado y querido por Dios. Ninguna persona fue creada para el sufrimiento o el dolor, mismo que experimen-tamos en diversas circunstancias o situaciones de crisis producidas por diversas causas.
Volviendo a la pregunta: ¿Qué es la vida? Digamos que es un tiempo que Dios nos da para aprender a amar, y así, estemos listos para la eternidad junto a Él, que es amor absoluto. Por ello, cada vocación es una cuestión de amor, y sólo éste da sentido a la existencia. Cuando amamos, entregamos nuestra vida como servicio a los demás; de eso se tratan todas las vocaciones, ya sea al sacerdocio o al matrimonio, a convertirse en médico, maestro…
Santa Teresa de Calcuta dijo una vez: «la verdadera pobreza es la falta de amor». El mundo es creado en virtud del amor, y éste es destruido por la violencia y el odio. La vida se desarrolla en esa tensión. Para que una persona asuma sin condiciones una actitud creativa y transformadora, desde que nace, es preciso que se sienta amada. Desde la familia, el niño se descubre ser humano y advierte que está con otros. La familia es para él como el corazón del mundo, donde recibe los primeros cuidados, cariños y sonrisas. Como dice el poeta clásico: «¡Ay del niño a quien sus padres no le han sonreído!».
Dios es amigo de la vida. Por ello, condena toda violencia. Lo hace teniendo en cuenta las diferentes épocas de su pueblo. Así, se pacta la ley del Talión (Ex 21,24), que representa un progreso considerable respecto a los tiempos de Lamec, que se venga sin medida (Gen 4,23-24). El Dios del Antiguo Testamento no es cruel, tiene entrañas de misericordia. Se pone de parte del pueblo oprimido en Egipto (Ex 3,9) y le exige una conducta semejante con el débil (Ex 23,9). Dios se constituye como defensa de las víctimas de la injusticia, en particular, del huérfano, la viuda y el pobre (Ex 22,20ss). A su vez, paulatinamente irá creando la figura del siervo de Dios, que renuncia a la violencia (cf Is 53,7).
El amor creador no nos exime que conozcamos la ciencia tanto de la naturaleza como de las estructuras sociales y, desde esta noción, ponernos al servicio de la humanidad. El amor no es un vago sentimiento ni se contenta con buenas intenciones. El amor creador no huye de la realidad, la asume y busca conocerla de la manera más objetiva posible.
La ciencia y la técnica sin amor deshumanizan a la sociedad; y ésta debe valerse del saber científico y técnico para desplegar su fuerza creadora. ¿Cuánto amor hay en nuestra vida? ¿Cómo hacer de nuestra existencia un don para los demás?
Termino la reflexión con versos del poema «Muere lentamente», cuya autoría está a debate:
«Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú, quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante. Muere lentamente quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar».
El pasado 19 de octubre la parroquia San Miguel Arcángel de Villa Progreso, en el municipio de Ezequiel Montes, estado de Querétaro, se volcó generosamente con uno de sus hijos, el comboniano Fernando Uribe Mendoza, para celebrar con alegría su ordenación sacerdotal. Hasta allí acudieron numerosos combonianos procedentes de varios lugares del país, así como los seminaristas combonianos y numerosos grupos de Sahuayo y San Francisco del Rincón, donde Fernando trabajó durante los últimos años de su formación y donde ejerció su ministerio diaconal, especialmente con jóvenes.
La celebración comenzó mucho antes del inicio de la misa, con una procesión en la que Fernando, acompañado por su familia y un buen grupo de amigos y fieles de la parroquia, se dirigió desde su casa hasta la explanada del templo parroquial donde sería ordenado sacerdote.
La misa fue presidida por Mons. Fidencio López Plaza, obispo de Querétaro. En la homilía hizo alusión al evangelio que el P. Fernando había escogido para la ocasión (Jn 15,9-17). Destacó cuatro ideas en cuatro frases del evangelio:
– Como el Padre me amó, así los amo yo, permanezcan en mi amor. Según expresó el obispo, Dios es amor, ama a todos; y nuestro gran reto es descubrir ese amor y permanecer en él.
– Ámense unos a otros como yo los he amado. Dios nos da la medida según la cual debemos amar: hemos de amar como Él nos amó.
– Ustedes son mis amigos, ya no los llamaré siervos. El amigo sabe escuchar y siempre busca esa relación de amistad.
– No me eligieron ustedes a mi, yo los elegí a ustedes. Es Dios quien nos elige y nos confía una misión. No somos nosotros los que decidimos dónde ir ni cuándo ir.
Con palabras sencillas pero muy profundas, Mons. Fidencio invitó al P. Fernando a vivir estas cuatro recomendaciones de Jesús durante toda su vida misionera y terminó su homilía invocando al Arcángel San Miguel y a la Virgen de Guadalupe para que lo acompañen en su nueva misión.
Al día siguiente, Domingo Mundial de las Misiones, el P. Fernando celebró su primera misa como nuevo sacerdote. De nuevo estuvo acompañado por varios de sus hermanos combonianos, por el párroco de Villa Progreso y por un gran número de amigos y familiares y de toda la comunidad parroquial. Al final de la misa y en un gesto muy emotivo, recibió la bendición de su mamá, que lo entrega con generosidad para el servicio a la misión. La bendición fue también para pedir a Dios que lo acompañe en su nueva misión en Sudáfrica, a donde ha sido destinado y donde ejercerá su ministerio sacerdotal y misionero los próximos años.
Por: P. Wédipo Paixão Fotos: Misioneros Combonianos
Gracias a su labor evangelizadora en distintas partes del mundo, desde hace varios años octubre fue elegido por la Iglesia católica como el mes de las misiones. Dicha misión es realizada por hombres y mujeres de buena voluntad.
La vocación viene acompañada de una misión. Dios nos llama desde nuestra cotidianidad para enviarnos a otra realidad. Quien responde positiva y generosamente, no va en su propio nombre, sino en el de Aquel que lo llamó y envió, y va a comunicar con su vida el mensaje de salvación.
Por eso hablamos de «movimiento», de dejar las redes para ir con el Maestro a otras orillas, a otras realidades, donde el Evangelio urge ser predicado. Al invitarnos a ser misioneros, Jesús nos pone en movimiento, en la dinámica del Reino que ya se hace presente en aquellos que aman y hacen de su vida un don.
Dejarnos llenar del amor de Dios, no es una utopía, es nuestra vocación y es el llamado que permanentemente nos hace el Señor. Sabemos que el amor es el alma de la misión a la que está llamado todo cristiano. Si no estamos llenos de amor, lo que hagamos se reducirá a una actividad más de las muchas que realizamos, a lo mejor, a una actividad filantrópica o social, pero nada más.
La misión es nuestra vocación, y este llamado es cuestión de amor, de enamorarnos de Cristo. En nuestro camino vocacional misionero, aunque a veces se vuelva difícil e incierto, no sabemos a dónde nos dirigimos, pero sí, con quién vamos: con Jesús. Por eso, octubre nos ayuda a estar cada vez más convencidos de que queremos ser auténticos misioneros, y no «guardar» a Cristo para nosotros, sino llevándolo a los demás con alegría y fe, conscientes de que nuestro lugar en el mundo, es donde Dios nos quiere.
Proclamar la Buena Noticia del Reino, significa que primero nos enamoremos del proyecto de Jesús, y con nuestro testimonio digamos al mundo que ni la violencia, la injusticia, la guerra y la muerte tienen la última palabra. Dios tiene la Palabra y el plan de vida plena y abundante para la humanidad. Hoy más que nunca necesitamos misioneros apasionados como santa Teresita del Niño Jesús, que desde su claustro dedicó sus oraciones a los misioneros, y como san Daniel Comboni, que entregó su vida a las misiones de África Central.
Necesitamos hombres y mujeres capaces de ser «sal y luz» del mundo, para que los corazones abatidos encuentren nuevamente esperanza y experimenten el amor de Dios. El papa san Juan Pablo II nos recordaba la importancia del testimonio en la Redemptoris missio en los números 69 y 70:
«El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el “Testigo” por excelencia (Ap 1,5;3,14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que Él da de Cristo (cf Jn 15,26-27). La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aún con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros».
En esta misión hay espacio y trabajo para todos. «La misión acontece con los pies de los que van, con la rodillas de los que rezan y con la generosidad de los que donan». Tengamos en cuenta en este mes a las personas que se dedican diariamente a responder a su vocación y viven su misión en diversas situaciones de la existencia: desde un padre y una madre de familia que todos los días salen de casa a trabajar para educar y sostener a sus hijos; los médicos que luchan en los hospitales por salvar vidas; los maestros que forman por medio de la educación a la sociedad; las religiosas, sacerdotes, obispos y laicos comprometidos en parroquias que con su sencillez alimentan nuestra fe.
Son distintas las realidades desde donde el Señor nos llama y nos envía hoy, pensemos en los que migran en búsqueda de una vida mejor, en los marginados a causa de la pobreza, en los jóvenes que se pierden en el mundo de la delincuencia, en los pueblos que no tienen acceso a la eucaristía por falta de sacerdotes, en los enfermos que esperan una palabra de consuelo y esperanza…
Ante esto, debemos preguntarnos: ¿Qué podemos hacer?
Por: P. José de Jesús VILLASEÑOR, mccj Desde: Roma, Italia Fotos: MISIONEROS COMBONIANOS
El padre José de Jesús Villaseñor, misionero comboniano mexicano, es actualmente el Secretario General de la Formación del Instituto de los Misioneros Combonianos. Desde Roma nos envía este informe sobre la situación y los retos de la formación de las nuevas generaciones en nuestro Instituto, que está experimentando un auge vocacional, tanto en cantidad como en diversidad.
San Daniel Comboni consideraba la formación, es decir, la elección (sabia) y preparación de los jóvenes para la misión, como «la primera y más importante misión del instituto», y así lo escribe en las Reglas de 1871. Para Comboni, las Reglas deben inspirar una adhesión libre y generosa, fomentando la capacidad del individuo de «regularse» de manera coherente con los principios, en la diversidad de situaciones en las que se ejerce la actividad misionera.
La Iglesia, con el magisterio del papa Francisco a través de la publicación de la nueva Ratio sobre la formación, ha precisado la importancia de que sea integral y misionera: Ésta, «debe presentarse como única, integral, comunitaria y misionera». La formación debe ser entendida en una visión integral, que tenga en cuenta las cuatro dimensiones propuestas por Pastores dabo vobis que, en conjunto, conforman y estructuran la identidad del comboniano y lo hacen capaz de ese don de sí mismo a la Iglesia.
Los Combonianos consideramos una prioridad el servicio en el campo de la iniciación de nuestros misioneros, esto significa un gran compromiso de personal y recursos económicos. Además, revela la importancia y la consideración que tenemos por la formación, convencidos de que de la educación cualificada de nuestros miembros depende de la renovación de todos los que integramos hoy el Instituto. Y por ello nos comprometemos a asegurar una sólida y eficaz instrucción de los jóvenes que quieren ser misioneros.
Hace unos años, para mantener dicha unidad, el Instituto, revisó y actualizó la Ratio Studiorum, un documento que presenta el proyecto global de formación en sus tres etapas: promoción vocacional, iniciación básica y preparación permanente.
El camino recorrido nos ha hecho experimentar los buenos frutos que reconocemos con humildad y gratitud al Señor. Estos signos de vida son expresión de la vitalidad del carisma y del testimonio creíble y silencioso de muchos hermanos nuestros. Entre estas señales de vida podemos mencionar: el aumento de las vocaciones en África y América Latina, la asunción y la implementación del «Modelo Educativo de Integración», el cuidado de la preparación de los formadores en todas las etapas, reconocer y vivir la riqueza de la internacionalidad y la interculturalidad, el compromiso discreto, paciente y generoso de muchos hermanos en este servicio, la misión como punto central que guía la preparación de los jóvenes que acompañamos, la valoración de los encuentros y asambleas de los educadores en los distintos niveles, la disponibilidad de muchos hermanos para llevar a cabo este delicado servicio por el bien de la misión y de la Iglesia, la atención para tener estructuras formativas adecuadas y mejorarlas en vista de responder a las necesidades de los jóvenes y a los desafíos que hoy se nos presentan.
Situación actual
En estos tiempos de cambio, acompañando a nuestros jóvenes con una actitud de escucha activa sin recetas prefabricadas o dando respuestas preconfeccionadas, y liberándonos de esquemas rígidos, descubrimos las maravillas de las que son capaces los jóvenes de hoy. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo son ellos? ¿En qué contexto sociocultural y teológico evolucionan actualmente?
Una mirada serena y atenta a la sociedad permite conocer e identificar la situación real en la que vive la juventud. Sólo así podremos valorar y alimentar las semillas de bien sembradas en sus corazones, considerados «tierras sagradas», portadores de la semilla de la vida divina y ante los que debemos «descalzarnos» para «poder acercarnos y profundizar en el Misterio» (Christus vivit, 67).
Desde el punto de vista demográfico, en algunos países hay muchos jóvenes. Este hecho explica bien el elevado número de vocaciones, mientras que otras naciones de antigua tradición cristiana tienen una natalidad muy baja y pocas vocaciones. Con esta situación, el Instituto experimenta una nueva geografía vocacional. Estamos llamados a tomar en serio este cambio como una oportunidad de crecimiento y una verdadera expresión de la vitalidad del carisma comboniano.
Por otro lado, vemos que «muchos jóvenes viven en contextos de guerra y padecen la violencia en una innumerable variedad de formas: secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de seres humanos, esclavitud y explotación sexual, estupros de guerra, etcétera. A causa de su fe, a otros muchachos les cuesta encontrar un lugar en sus sociedades y son víctimas de persecuciones, e incluso la muerte. Son muchos los chicos que, por constricción o falta de alternativas, viven perpetrando delitos y violencias: niños soldados, bandas armadas y criminales, tráfico de droga, terrorismo, etcétera. Esta violencia trunca muchas vidas juveniles. Abusos y adicciones, así como violencia y comportamientos negativos son algunas de las razones que los llevan a la cárcel, con una especial incidencia en algunos grupos étnicos y sociales» (Christus vivit 72).
Muchos jóvenes son ideologizados, utilizados como fuerza para destruir, intimidar o ridiculizar a otros. Y lo peor es que muchos se transforman en sujetos individualistas, enemigos y desconfiados de todos, por lo que se convierten en presa fácil de las propuestas deshumanizadoras y los planes destructivos elaborados por los grupos políticos o los poderes económicos. Más numerosos aún son los que sufren formas de marginación y exclusión social, por motivos religiosos, étnicos o económicos. Recordemos la situación de las adolescentes embarazadas y la «lacra del aborto», así como la propagación del Vih/Sida, las diversas formas de adicción (drogas, juego, pornografía, alcoholismo, etcétera).
Estas situaciones los hieren y dificultan su camino de formación y conversión a las exigencias de la vida misionera, que consisten en «salir de sí mismos para ir con Cristo hacia el Padre y hacia los demás, abrazando la llamada religiosa, misionera o sacerdotal, comprometiéndose a colaborar con el Espíritu Santo en la realización de la síntesis interior, que consiste en integrar, de forma serena y creativa, las cualidades y los defectos personales, los talentos y las limitaciones, las debilidades y las fortalezas».
Ante esta realidad de fragilidad, el Instituto cree que es necesario un camino de discernimiento. Esto significa utilizar medios como la oración, la reflexión personal y comunitaria y la lectura sapiencial para apreciar, seleccionar y verificar lo que realmente es importante para la vida misionera. Hoy, la vida ofrece enormes posibilidades de acciones y distracciones que el mundo les presenta como luces, y que los llevan a la mundanidad, a resistir al proceso de crecimiento y conversión, a permanecer rígidos y a rechazar todo cambio. Los jóvenes están expuestos a una profunda superficialidad que se manifiesta en un zapping constante. El verdadero discernimiento debe superar las tendencias del momento. El escrutinio es necesario cuando se trata de captar la novedad de Dios que aparece en nuestras vidas o la falsedad de las propuestas del espíritu del mundo (cf Gaudete et Exultate 166-168).
Somos libres, pero esta libertad en Cristo nos llama a examinar lo que hay en nuestro interior: sueños, deseos, ansiedades, miedos, aspiraciones… pero también lo que ocurre a nuestro alrededor para reconocer los caminos de la plena libertad: «examínenlo todo y quédense con lo bueno» (1Tes 5,21). El proceso de formación comboniana se cumple cuando toca el corazón del candidato para transformar sus pensamientos y actitudes de manera que se fortalezca esa parresía para la evangelización (cf Gaudete et Exsultate 132-133).
¿Dónde estamos?
Mirando la realidad de nuestra formación comboniana hoy, descubrimos luces y aspectos significativos que nos dan esperanza para el futuro. Nuestra preparación nos hace experimentar la transición de ser un Instituto puramente europeo a uno más internacional e intercultural. Esta dimensión de internacionalidad a nivel de la formación comboniana se manifiesta en la composición de los equipos formativos, en los escolasticados internacionales. Esta catolicidad e internacionalidad se expresan en la interculturalidad, asumiendo la diferencia y viviéndola no como un obstáculo, sino como una riqueza y un reto adicional para el futuro. El proceso formativo nos lleva a convertirnos en personas comunitarias, a construir una comunidad de encuentro que haga emerger la belleza de la unidad en Cristo Jesús, el Maestro que nos llama, asimismo, fortalece la identidad carismática del comboniano.
Por otra parte, somos conscientes de la nueva geografía de las vocaciones, fruto de la vitalidad carismática y del testimonio de tantos hermanos y de la estima de la Iglesia local. Las vocaciones son dones de Dios para el Instituto, confiados a la responsabilidad de todos. Sentimos la necesidad de cuidar la formación, el acompañamiento y el discernimiento para ofrecer auténticas vocaciones a la misión. El boom vocacional que vivimos hoy en día es una buena oportunidad para hacer una buena selección de candidatos capaces de parresia para la misión del Instituto.
Nos preocupa que la sociedad moderna genera una «frágil generación de jóvenes». Algunos llaman a nuestra puerta y expresan su deseo de ser misioneros. El Instituto los acompaña con sus potencialidades y fragilidades para que puedan hacer un camino de crecimiento, madurez y libertad interior para la misión.
El Instituto está compuesto por sacerdotes y hermanos. Mientras que la formación de los candidatos al sacerdocio es clara y se renueva de vez en cuando por parte de la Iglesia, la preparación de Hermano necesita ser revisada, especialmente los programas de estudio en los Centros Internacionales para Hermanos. Además del Social Transformation, es necesario diversificar sus estudios con el fin de mejorar su profesionalidad y capacitarlos para dar un servicio de calidad a la misión.
Muchas provincias han expresado el deseo de tener pequeñas estructuras formativas con vistas a una educación más insertada en una realidad pastoral significativa. El aumento considerable del número de candidatos, que ya están en el camino de preparación comboniana, requiere una gran inversión en personal y un coste financiero significativo. En la actualidad, muchas provincias tienen dificultad para cubrir los gastos formativos con sus propios recursos.
Por otra parte, la formación permanente es una dimensión importante que tiene que ver con el crecimiento personal. En las comunidades y circunscripciones, la oración personal, los retiros, los consejos comunitarios, el acompañamiento espiritual y los ejercicios espirituales anuales son medios que han ayudado para crecer en fidelidad a la misión.
El camino sinodal nos permite «cuidar» más de las personas, de los hermanos y de las comunidades en fidelidad a la vocación misionera comboniana. Dicho cuidado implica que cada persona viva en una sincera disponibilidad de «docibilitas» para crecer en su relación con el Señor, consigo mismo, con los demás y con la creación, y sitúa a la comunidad como lugar permanente de camino, fraternidad, anuncio y testimonio.
Por su parte, las especializaciones son un servicio cualificado para la misión de quienes tienen la capacidad, la madurez y la disposición adecuada, con una experiencia válida de misión. Hay que potenciar algunos campos como son: Justicia, Paz e Integridad de la Creación; Nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación; Atención a los mayores, Economía y Administración, el Islam, Derecho Canónico y Civil.
Retos
La vida espiritual es lo que sostiene nuestra vocación misionera. Estamos convencidos de que sin esta experiencia de Dios que ama y transforma, no hay vida religiosa misionera. El encuentro con Jesús y la experiencia comboniana se dan a través de la vida comunitaria en fraternidad, internacionalidad, interculturalidad, respeto y apertura a las diferencias, la vivencia de los consejos evangélicos y la pasión por los más pobres: todo ello enriquece la vida espiritual.
Otro reto es la recualificación de la promoción vocacional, de manera especial a través de la elección y formación de los hermanos llamados a realizar este importante servicio para el futuro del Instituto.
Los medios de comunicación son un área importante en la vida de las personas, especialmente de los jóvenes. Estamos llamados a reflexionar y a encontrar la manera para que estos medios nos ayuden a crecer humana y espiritualmente, a dar a conocer nuestra misión y nuestras actividades, y que éstas no sólo sean un medio de uso personal que nos encierran en nosotros mismos.
La justicia, paz y cuidado de la creación también son retos que deben estar presentes en el proceso formativo, que va más allá de una propuesta de camino de fe.
Hay situaciones en las que, debido al contexto cultural y social, la realidad de los jóvenes presenta aspectos importantes que merecen una atención especial, como los mayores de 35 años que llegan con una profesión y experiencia laboral, y desean ser misioneros.
Las vocaciones son la riqueza y el futuro del Instituto y de la misión. Ahora estamos viviendo una nueva situación, en la que las provincias que tienen muchas vocaciones no pueden soportar los costes de la formación. Sentimos la necesidad de iniciar un proceso de sostenibilidad para asegurar la preparación de sus candidatos.
Por último, se necesita preparar y acompañar a los animadores de la formación permanente, para que estén preparados y realicen su servicio ofreciendo a los hermanos y a las comunidades un plan en sintonía con lo que el Instituto propone, así como promover la «cultura del cuidado» sugerida por el Papa, vinculándola también al cuidado de los hermanos mayores y enfermos, como contribución cualificada que son para todo el Instituto.
Vocaciones según los continentes
Subcontinente
Aspirantes
Postulantes
Novicios
Hermanos
Escolásticos
Total
África Anglófona y Mozambique
155
137
49
9
82
432
África Francófona
131
78
33
4
86
332
América/Asia
17
32
18
1
26
94
Europa
2
1
3
Total
305
247
100
14
195
861
Fuente: MCCJ, Secretariado General de la Formación
La vocación se define como servicio a los demás, sobre todo a los más pobres, según el Evangelio de Cristo. La Palabra es el lugar del encuentro con Dios, desde donde Él sigue invitando a los jóvenes a colaborar con el anuncio de su amor misericordioso.
Por: Esc. Yonatan Patiño, mccj
Me encuentro en una etapa formativa en donde Cristo me invita a responder y a vivir con mayor responsabilidad y compromiso mi vocación misionera. Aún como seminarista, sigo enriqueciendo mi formación con experiencias muy valiosas que me han marcado ahora y durante etapas anteriores, y que me preparan para ejercer un ministerio de amor.
Las etapas que ya concluí son: seminario menor, propedéutico, postulantado y noviciado. Además, en cada una ha crecido mi vocación, gracias a la Palabra y al mensaje de Jesús que, en el pasado y presente, han tenido la misma esencia y fundamento: el amor.
Ahora bien, desde mi experiencia, puedo decir que para el joven que vive el amor de Dios, la misión se convierte en un espacio para escuchar a los demás.
Al preguntarme: ¿qué llamado estoy viviendo, el mío o del pueblo? Es claro, el Padre me responde que mi vocación se orienta a la misión de anunciar el amor de Jesús a su pueblo, en especial a «los más pobres y abandonados», como diría nuestro fundador san Daniel Comboni.
Como joven misionero re-conozco cómo Dios me llama a vivir la alegría del amor. En este sentido, las experiencias misioneras se convierten en un espacio de discernimiento para mi vocación, entendida como un proceso de diálogo con el Señor para seguir optando por su estilo de vida. En esta relación personal con Dios voy comprendiendo que Él camina conmigo y me da luces para continuar en la vida religiosa misionera y culminar con la ordenación sacerdotal, por mencionar dos cuestiones elementales en mi llamado.
La realidad, iluminada por el Padre, es la ventana para atender su voluntad desde cualquier estado de vida, desde algún oficio que se desempeñe para llevar el pan a la mesa, hasta alguna otra misión apostólica.
El proyecto de Dios entraña la misión de dar a conocer su amor a cada hombre y mujer, y que pone en el corazón de toda misión al amor y atención al prójimo; así, el servicio se convierte en el medio para escuchar el llamado que nos conduce a experimentar a Dios en la alegría de nuestro corazón.
En pleno siglo XXI, la misión necesita vocaciones que «se jueguen el todo por el todo» por Cristo y que deseen llevar la Buena Nueva a quienes aún no la conocen. Por ello, nuestra Iglesia necesita de manos jóvenes que tengan la inquietud de colaborar y que vivan la alegría del amor. Asimismo, requiere de muchachos que, al optar por la vida consagrada, compartan el mensaje y vida de fe en tierras de misión; ahí donde hay tantos que esperan una palabra de esperanza, una luz que guíe su camino y su vida. Por tanto, estimado lector, si en tus manos está la idea de ser misionero y sientes que Jesús te invita a ser mensajero del Evangelio, no temas. Sé valiente y responde al llamado que Dios te hace. Recuerda: «la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos» (cf Mt 9,37) y tú puedes ser uno de ellos. Así podrás continuar su misión aquí en la tierra: dar testimonio del amor que nos dejó, liberando a tantos de toda esclavitud.