«Yo ocuparé su lugar»

P. Zoé Musaka. MUNDO NEGRO

El misionero comboniano ugandés P. Alfred Mawadri nos envía un precioso testimonio desde su misión en Sudán del Sur. Vuelve a los años de su infancia y juventud para hablarnos de su familia y de algunas personas que fueron importantes en su camino de discernimiento vocacional. Según cuenta, no fue fácil aceptar la llamada del Señor porque estaba muy unido a su familia y la vida misionera le exigía alejarse de sus seres queridos, pero puso su confianza en el Señor y, en la actualidad, a sus 48 años, asegura sentirse muy feliz. El hilo de oro que ha guiado y sigue guiando su vida es la fe en Jesucristo que –como dice– «da sentido a mi existencia». El testimonio del P.  Alfred está escrito con mucha sinceridad y nos ayuda a descubrir, una vez más, que nadie se siente defraudado cuando entrega su vida entera por la Misión de Jesucristo.


Texto y fotos:  P. Alfred Mawadri


Fui bendecido con unos padres encantadores. Mi padre era un hombre íntegro y con una gran fuerza interior. Mi madre era una persona maravillosa. Compasiva en sus palabras y hechos, inculcó a sus hijos los valores cristianos. Su capacidad de amar tuvo una gran influencia en mí. Falleció en 1994 y dejó en mí un vacío que nadie ha podido llenar. Sin embargo, poco a poco me fui acercando a mis hermanos menores para cuidarlos y ofrecerles lo que mi madre les había dado. De este modo, creció entre nosotros un fuerte vínculo, nos apoyábamos mutuamente y hacíamos juntos el trabajo doméstico. Era como si fuéramos una sola alma. En aquel momento, no podía imaginar que un día la vocación misionera me llevaría a separarme de ellos.

Nuestra familia extendida es católica desde hace muchas décadas. Mi tío, el P. Santino Kadu, fue uno de los primeros sacerdotes de la diócesis de Arua, en el noroeste de Uganda. No lo conocí porque murió antes de que yo naciera, pero mis padres y mucha gente hablaban maravillas de él. Su presencia era constante en la familia y una fotografía suya estaba colgada en la sala de estar de casa.

Nuestra parroquia, en la ciudad de Moyo, fue una de las primeras del norte de Uganda. Había sido fundada en 1917 por los misioneros combonianos y todavía estaba administrada por ellos cuando yo era monaguillo. Admiraba a aquellos misioneros que trabajaban tanto. Eran fantásticos con la gente, en particular con los jóvenes. El grupo juvenil parroquial estaba animado por el P. Aladino Mirandola, un italiano fallecido en 2018 que había llegado a Uganda en 1954. Aunque cuando lo conocí era ya bastante mayor, difundía alegría ­dondequiera que estuviera. Si tenías algún problema o una carga en el corazón, acudías a él y sus palabras lo disipaban como por arte de magia. Me decía a mí mismo: «¡Qué hermoso sería ser como él!».

La comunicación entre las comunidades de Old Fangak se realiza a través de zonas pantanosas.

La ordenación de Nyadru

En agosto de 1988 mi primo William Nyadru fue ordenado sacerdote comboniano en Moyo. Me sentía muy feliz y a todos los presentes en la celebración les decía que era mi primo, el hijo de mi tía Katerina. Me parecía un héroe con sus vestiduras blancas. Al final de la celebración le dije al P. Aladino que sería como él.

Tres años después, el 25 de octubre de 1991, el P. William, que había sido destinado a la misión de Moroto, en la ­subregión ugandesa de Karamoya, fue encontrado muerto en un lugar aislado. Su cuerpo yacía boca abajo sobre la hierba. Una bala le atravesó el corazón y salió por la espalda. Su moto estaba bien estacionada y no le habían robado nada, así que lo más probable es que los sacerdotes-adivinos de la zona hubieran ordenado a los guerreros que mataran a una persona cualquiera que fuera en motocicleta para que el clan pudiera evitar alguna catástrofe inminente.

El cuerpo del P. William fue enterrado en Moyo y yo hice de monaguillo durante el funeral. Miraba el ataúd, que estaba colocado en el mismo lugar donde se había postrado el día de su ordenación. Todo aquello me convenció de que su muerte había sido un sacrificio. Al finalizar la celebración, el P. Aladino pasó su brazo sobre mis hombros y me dijo: «Nuestra fe cristiana no nos deja ninguna duda de que William no murió en vano. Podemos estar seguros de que el Señor traerá múltiples dones con su sacrificio». Yo le susurré: «Yo ocuparé su lugar».

Una vocación de ida y vuelta

Un año después comencé mis estudios de Secundaria y la idea de seguir los pasos del P. William se fue desvaneciendo. Igual que cualquier otro estudiante que sueña con un futuro brillante, me centré en los estudios. Quería ser ingeniero, por lo que elegí la opción de Física, Química y Matemáticas.

Hacia el final de este ciclo formativo asistí a una serie de encuentros de fin de semana organizados por grupos cristianos. En uno de esos retiros, cada participante tenía que coger un trozo de papel de una caja con un texto bíblico y reflexionar sobre él. A mí me toco un versículo del evangelio de Mateo: «Vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo sentado en la oficina de impuestos y le dijo:

-Sígueme. 

Él se levantó y lo siguió». 

Estuve tentado de dejarlo y coger otro trozo de papel, pero algo dentro de mí me lo impidió. Durante la hora siguiente, luché enérgicamente contra ese texto, que pronto se convirtió en una voz clara… Y perdí la batalla. Las palabras que me había susurrado el P. Aladino el día del funeral del P. William retumbaban en mi cabeza y no podía silenciarlas.

No fue fácil lidiar con el torbellino de pensamientos y emociones que me acompañaron durante varias semanas y al final tuve que soltar la rama del árbol a la que me aferraba, el apego a mi familia, y unirme a los Misioneros Combonianos. Al igual que Mateo, dejé a mi familia y abandoné la idea de ser ingeniero.

En agosto de 2000 comencé mi formación misionera y cinco años más tarde hice mi primera profesión religiosa. Después fui destinado a Lima (Perú) para estudiar Teología y me ordenaron sacerdote en Moyo en enero de 2012. Aquel día la alegría del P. Aladino era enorme. Cuando me dijo que había cumplido mi promesa, le respondí: «El P. William será mi estrella-guía para el resto de mi vida».

El P. Alfred durante una procesión del Domingo de Ramos.

Sudán del Sur

En mayo de 2012 fui destinado a la parroquia Santísima Trinidad, en Old Fangak, diócesis de Malakal (Sudán del Sur), entre el pueblo nuer. La zona se llama Al-Suud, una palabra árabe que significa ‘barrera’ u ‘obstrucción’. Se trata del pantano más grande del mundo y uno de los lugares más remotos y empobrecidos del continente. La gente, especialmente los niños, mueren de malaria, kala-azar, diarrea, desnutrición y otras enfermedades relacionadas con los pantanos. La vida y nuestro trabajo son muy difíciles aquí.

No hay caminos en la misión de Old Fangak y tampoco teníamos coches, motos o bicicletas. Atravesábamos a pie las zonas pantanosas para ir de una comunidad a otra. Tampoco teníamos teléfonos móviles y apenas una débil conexión a Internet en el centro parroquial. Cuando íbamos de gira pastoral sabíamos que no regresaríamos en muchos días, así que había que confiar en la generosidad de la gente y comer todo lo que nos ofrecieran.

La gran esperanza que surgió con la independencia de Sudán del Sur en 2011 se desvaneció enseguida y el conflicto interno que le siguió hizo que muchas personas se desplazaran dentro del país o que huyeran a las naciones vecinas. Ser testigo de todo esto fue –y sigue siendo– una prueba difícil para mí. Siempre he encontrado suficientes razones para seguir adelante. El pueblo nuer me ha enseñado a ser paciente, humilde, prudente, esperanzado y, sobre todo, a trabajar para superar juntos las dificultades. Las buenas relaciones son la primera herramienta del misionero en una situación de primera evangelización.

Nueva misión

En la actualidad estoy destinado en Moroyok como formador para preparar a nuestros candidatos a ingresar en el postulantado. Es un ministerio diferente al parroquial, con sus desafíos y también sus alegrías, porque en los jóvenes candidatos veo el futuro de la congregación. Sigo creyendo y esperando que la Palabra de Dios que estoy sembrando en esta tierra que tanto amó y en la que dio su vida san Daniel Comboni brotará y dará fruto. Mientras tanto, acepto sufrir con la gente y vivir con ellos las pequeñas alegrías de cada día. Me siento feliz, orgulloso y privilegiado de trabajar en el mismo campo misionero que Comboni. A pesar de las dificultades y los desafíos de la misión, Dios continúa diciéndome que no tenga miedo porque «yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo». Cuando estoy desanimado, estas palabras de Jesús me dan valor para seguir adelante.

A los jóvenes españoles les digo que se alegren de ser cristianos y tomen a Cristo como referente y modelo de vida. Él es el único que puede dar sentido a su existencia y satisfacer su sed de felicidad duradera. Como el apóstol Santiago, les invito a ser testigos de Cristo a través de sus obras y palabras, además de vivir con alegría la llamada a ser peregrinos de la esperanza durante este año jubilar. Desde esta actitud, debemos ayudar al mundo a ser un lugar de amor, paz y respeto por la dignidad humana y por nuestra ­­casa común. 

Jubileo comboniano de jóvenes 2025 en Roma

La Curia comboniana en Roma se convirtió, durante unos días, en un campamento para acoger a 270 jóvenes que, desde distintos rincones del mundo, acudieron para el jubileo de los jóvenes, compartiendo el carisma de San Daniel Comboni. La procedencia de estos jóvenes fue variada: África, Europa, América y Timor Oriental.

Texto y Fotografías: Boni Gbama, mccj
Misioneros Combonianos. España

Los grupos procedentes de España (Combojoven), Italia, Portugal, Egipto, Inglaterra y México habían tenido un encuentro previo al Jubileo de jóvenes de Roma en las comunidades combonianas de Milán, Verona y Florencia. La invitación al encuentro se había lanzado meses antes, el 11 de diciembre de 2024, en una carta firmada por los PP. Fabio Baldan, Superior provincial de Italia y Stefano Giudici, Secretario de la Formación. En ella proponían unos días de oración, reflexión, celebraciones litúrgicas, visitas, intercambio de experiencias y momentos para compartir la alegría de la fe.

Grupo de Florencia

En palabras del P. Baldan, este encuentro es una oportunidad para “reflexionar sobre la justicia social, la ecología integral y la dignidad de cada persona”, valores que están “en el centro de la misión comboniana”, que ponen su mirada en las periferias y buscan un futuro más justo y sostenible.

Los testimonios de los jóvenes que participaron en estos encuentros hablan por sí solos. José Daniel Rodríguez, de Sahuayo Michoacán, México, subrayó que le gustó aprender “cómo reutilizar materiales para reducir la contaminación” y tomar conciencia de lo que hacemos mal. Por su parte, la portuguesa Camila dos Santo Campos, de 17 años, de la parroquia Sao Tiago Maior de Camarate, recordó su llegada a Milán: “estábamos nerviosas porque no sabíamos qué iba a pasar ni con quién íbamos a estar. Pero los nervios se convirtieron en alegría, ya que todos nos recibieron con una sonrisa, y aunque veníamos de distintos países, nos llevamos muy bien”. El postulante comboniano de España, Juan Enrique Ela, que participó en Verona, valoró la riqueza de “conocer diversas culturas y nacionalidades” y señaló que, durante el encuentro cuando no entendía algo, recurría a “ChatGPT” para comunicarse.

Animacion misionera durante el Jubileo en Roma
Animacion misionera en la zona arqueológica de los Foros Imperiales.

En Roma, la convivencia incluyó también una actividad de Animación Misionera, organizada por la Familia Comboniana, en la zona arqueológica de los Foros Imperiales, con cantos en distintos idiomas: lingala, suajili, inglés, portugués, español e italiano, además de danzas que reflejaron la diversidad de los participantes.

Uno de los momentos más conmovedores del encuentro en Roma tuvo como protagonista a Rhea Nadeem, joven inglesa que testimonió cómo su fe y la experiencia de sentirse salvada por Dios durante la pandemia de la COVID-19 marcaron su vida. “Dios es real y siempre está con nosotros, especialmente en los momentos difíciles”, afirmó.

Sala Capitular en la Curia

El Jubileo comboniano para los jóvenes que comparten el carisma de San Daniel Comboni se enmarcó en el Jubileo de los jóvenes, celebrado en Roma del 28 de julio al 3 de agosto. Durante esos días, los jóvenes también participaron en diversas actividades y eventos del Jubileo como la misa de apertura en la Plaza de San Pedro, la jornada penitencial en la antigua arena romana: el Circo Máximo, y en la vigilia en Tor Vergata junto al Papa León XIV.

La llegada del Papa León XIV a Tor Vergata
PP. Raoul y Esdras en Tor Vergata
Escolástico Prosper en Tor Vergata
Animacion misionera en los Foros Imperiales
Jóvenes combonianos en la Animación misionera

Nuevo sacerdote etíope, misionero para Brasil

El 2 de agosto de 2025 tuvo lugar un acontecimiento significativo en el Vicariato Apostólico de Harar en Jijiga, ubicado en la región somalí de Etiopía, cuando el diácono comboniano Mintesnot Simeneh Lemessa fue ordenado sacerdote. La ceremonia contó con la presencia del Vicario Apostólico de Harar, SE Mons. Angelo Pagano, OFM Cap., y del Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Addis Abeba, SE Mons. Tesfasilasie Tadesse, MCCJ. El nuevo sacerdote ha sido destinado a Brasil.

Durante su homilía, el obispo ordenante, Monseñor Tesfaye Tadesse, destacó la belleza del ministerio sacerdotal, enfatizando la sagrada responsabilidad que conlleva servir a la Iglesia y a la comunidad.

El evento fue solemnizado por una gran reunión de sacerdotes y religiosas, incluyendo representantes de los Misioneros Combonianos y las Hermanas Combonianas. La parroquia de San José, bendecida con la presencia de misioneros durante más de un siglo, celebró esta ocasión especial con júbilo y un profundo sentido de plenitud espiritual.

Mintesnot Simeneh, quien completó sus estudios teológicos en Brasil y fue ordenado diácono, ha sido destinado para ejercer su ministerio en el país sudamericano. El provincial, en un mensaje de agradecimiento, destacó la designación del nuevo sacerdote como una contribución misionera de la parroquia de San José, el Vicariato Apostólico de Harar, los Misioneros Combonianos en Etiopía y la Iglesia Católica Etíope en su conjunto.

El día de celebración concluyó con una comida festiva preparada en el salón parroquial, simbolizando la unidad, la alegría y las bendiciones de un nuevo capítulo en la vida de Minstesnot Simeneh mientras emprende su viaje como sacerdote recién ordenado al servicio de los fieles en Brasil.

Padre Asfaha Yohannes, mccj

Dios te necesita para amar

Monseñor Daniel Comboni, santo y fundador de los misioneros y misioneras combonianas, escribió a sus superiores: «Dios puso en mis manos una obra sagrada, una misión en África entre los más pobres y olvidados. Prometí a Dios entregar mi vida, siempre fiel a mi vocación misionera». Asimismo, él indicó a sus discípulos misioneros y misioneras el camino para seguir sus pasos y consagrarse a Dios para la Iglesia y para el mundo.

Por: Hna. Kathia di Serio, smc

Por tanto, la misión para Comboni es cuestión de entrega y amor; significa dejar la casa, la patria y la cultura para ir a encontrar el rostro de Dios en la vida de los que sufren en las tierras olvidadas de África. ¡Es un proyecto de amor!

Caridad sin límites bajo el signo de la cruz. El amor vence siempre y, por ello, después de más de un siglo que el mundo continúa siendo torturado por guerras y conf lictos, injusticias y persecuciones… Comboni nos enseña que vale la pena «dar la vida para la misión» a todas las personas, de manera particular a los más pobres, a los últimos y olvidados.

En el corazón de esta entrega radical, las misioneras combonianas seguimos las huellas de san Daniel Comboni, quien dedicó toda su existencia a la evangelización y la promoción humana de los más necesitados. Ser misionera comboniana hoy, exige valentía, amor y una profunda confianza en Dios. Esta vocación es un llamado a seguir a Cristo de manera radical, dejándolo todo para servir en tierras lejanas o en contextos de pobreza y marginación.

Hace 22 años, decidí seguir el carisma comboniano y, en varios años de misión entre África, Europa y ahora en México, he compartido mi vida con los más pobres, trabajando por la justicia, la paz y la dignidad de las personas. En cada misión, la fuerza y la audacia me han llegado siempre desde la Palabra de Dios, mensaje que me ha guiado en diferentes situaciones y realidades de la misión en donde me ha tocado trabajar.

La oración me ha dado fuerza y entusiasmo para compartir todo con mi gente, escuchando con el corazón y acompañando cada proceso de crecimiento y de desarrollo humano y espiritual. Es un gran don y gracia de Dios poder estar al lado de quien lucha cada día, entre dificultades y sufrimientos, con la esperanza de un futuro mejor.

Cada rostro encontrado en estos años de vida misionera ha sido para mí una historia sagrada; un regalo que Dios me ha dado para amar cada vez más profundamente la historia de cada pueblo por el que he pasado.

Como Misioneras Combonianas estamos presentes en África, América, Asia y Europa, donde desarrollamos nuestra labor en diferentes ámbitos:

  • Evangelización y pastoral. Anunciamos el Evangelio a través del acompañamiento de comunidades cristianas, la formación de líderes laicos y el testimonio de vida.
  • Promoción humana y justicia social. Trabajamos en la educación, la salud, la promoción de la mujer, la defensa de los derechos humanos y el cuidado del medio ambiente.
  • Diálogo intercultural e interreligioso. Buscamos construir puentes de fraternidad y de riqueza humana y espiritual en contextos de diversidad religiosa y cultural.
  • Animación vocacional y formación misionera. Acompañamos a jóvenes en el discernimiento vocacional y nos comprometemos en actividades de animación misionera en la Iglesia local.

Creemos que la vida consagrada sigue teniendo sentido si somos capaces de ser signo de esperanza, fraternidad y justicia en nuestra sociedad. Hoy, más que nunca, es necesario un testimonio auténtico de fidelidad misionera en la aventura del Espíritu, dejando que la realidad del Evangelio siga donando luz en el camino de los pueblos.

La vida religiosa debe ser una búsqueda continua, camino hacia lo nuevo de Dios y, sobre todo, un espacio de esperanza que nos ayude a superar esa fe pasiva, para estar y vivir con la gente en sus luchas y sufrimientos, en un mundo sediento de esperanza.

Nuestro mensaje de misioneras es para ti, estimada joven: Si sientes alguna inquietud por la misión, Jesús te llama a dar un paso más en tu fe. La vocación misionera comboniana es para mujeres y hombres valientes, dispuestos a amar y entregarse a Dios por la misión. A lo mejor, Dios tiene un mensaje urgente y especial para ti. Dios cree en ti y necesita de tu ayuda. Ora y escucha su voz en tu corazón.

Las Misioneras Combonianas tienen las puertas abiertas para escucharte, informarte y orientarte en la búsqueda de la voluntad de Dios. Él espera tu respuesta segura y generosa. ¡Anímate! Te invitamos a conocer nuestra vida y nuestra misión. El Señor no se cansa de llamar a la puerta de tu corazón y espera tu respuesta y entrega generosa.

¡Detente, analiza, decide!

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Las informaciones nos invaden y nos saturan. El celular no cesa de sonar o de vibrar, ni de día ni de noche; si alguien lo extravía, se siente en el aire, perdido. Muchos viven al ritmo vertiginoso de cada día. Si no estás al tanto de todo lo que llega por las redes, pareciera que no tienes de qué conversar, que no vales; por ello, tienes la obsesión de estar informado de todo, no para hacerte mejor persona y ayudar a resolver problemas comunitarios, sino sólo para saber de todo. Casi nadie lee textos largos y libros; sólo mensajes y videos cortos, que se suceden sin control. Por ello, tanta superficialidad mental y conductual en adolescentes y jóvenes, y también en quienes ya no lo somos.

Afortunadamente, hay jóvenes adultos que le han encontrado sentido a su vida siendo servidores abnegados en su familia y en la comunidad. Permanecen solteros no por ser egoístas y comodinos, sino para estar más libres y servir. Una hermana mía decidió no casarse, a pesar de las varias oportunidades que tenía, para servir a mis papás, a la familia y a la comunidad. Me asistió en mis diferentes cargos eclesiales. Ahora ya es muy mayor de edad y con achaques propios de los años, pero ¡es una mujer realizada y fecunda! Sembró mucho amor, y ahora recibe cariño y apoyo de todos.

Pero hay jóvenes, y no tan jóvenes, que pasan los años y no deciden su vida; nunca terminan de estudiar; son eternos adolescentes, que hacen lo que les da la gana, casi siempre con el dinero de papá. No asumen responsabilidades. No quieren casarse por ninguna ley, menos por la Iglesia; su decisión es andar libres, tener dinero, viajar, divertirse y hacer lo que sus sentimientos les sugieren o lo que el mundo les propone. Son veletas a merced de los vientos culturales. Si se llegan a casar, o a juntarse, no quieren hijos, porque tenerlos exige dedicación, sacrificar tiempo, dinero y libertad. A unos los acostumbraron desde niños a ser egoístas, a sólo recibir y exigir lo que querían; no les educaron para ser corresponsables en el trabajo del hogar o de la comunidad; los papás y abuelos les cumplían todos sus caprichos. ¡Qué será de ellos cuando enfermen o envejezcan! Con estas juventudes, ¡qué presente y qué futuro nos espera!

No por presumir, pero yo desde los doce años tomé la decisión de ser sacerdote. Claro, a esa edad no se comprende todo lo que esto implica. Pero, a los 23-24 años, asumí esa decisión de por vida, y no me he arrepentido de ello. La mayoría de nosotros los adultos podríamos suscribir lo mismo, cada quien en su vocación. ¡Eran otros tiempos!

ILUMINACION

El Papa Francisco, cuya lenta recuperación celebramos, cuando aún estaba en el hospital, envió un mensaje para la LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en que dice a los jóvenes:

“En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar.

Quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad. La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.

Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación.

Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para ‘leer’ la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.

El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser ‘sal, luz y levadura’ del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional” (19-III-2025).

ACCIONES

Joven: Si tú no te detienes, si no piensas, ni no analizas, si no decides, no vas a ser más que un juguete de la vida. Sé tú: reflexiona, analiza pros y contras, ventajas y desventajas, no sólo para lo inmediato, sino para los años siguientes. Construye tu vida; no dejes que otros te la hagan como quieran.

Papás: quieran mucho a sus hijos; y, por ello, no sólo denles todo lo que pidan, sino edúquenlos también para la corresponsabilidad familiar, para diversos servicios dentro del hogar y con una dimensión social más amplia hacia la comunidad. ¡Que lleguen a ser buenos servidores de los demás, en las diferentes vocaciones!

Tiempo de dudas

Por: P. Rafael Pérez Moreno, mccj
desde Guatemala

Cuando llegué a Guatemala en noviembre de 2022 me destinaron a Casa Comboni, una comunidad para la animación misionera y la promoción vocacional donde también tenemos un centro para la formación en temáticas actuales de los líderes parroquiales. Estoy comprometido un poco con todo, pero me pidieron de forma especial que centrara mi servicio en la promoción vocacional y, desde entonces, acompaño a jóvenes guatemaltecos con inquietudes misioneras. Siempre es bonito trabajar en el mundo juvenil, aunque sea necesaria mucha paciencia porque no siempre se ven los resultados de manera inmediata. Los jóvenes cambian mucho, lo que no quiere decir que sean contradictorios, sino solo que están atravesando un período en sus vidas donde son normales las dudas y las incertidumbres. Estando con ellos siento a veces que no sé por dónde me van a salir, pero también sé que mi presencia cercana puede ayudarles mucho y eso me da ánimos.

Una parte importante de mi trabajo consiste en recorrer parroquias, grupos juveniles y colegios, pero también participar en las expo vocacionales, que son encuentros eclesiales donde se presentan a los jóvenes las múltiples vocaciones que ofrece la Iglesia para vivir un compromiso cristiano, incluida la vida religiosa. Solemos ir religiosos y religiosas de diversas congregaciones para presentarnos y yo, como comboniano, siempre hablo del carisma misionero ad gentes. Las expo vocacionales son ocasiones magníficas para conocer a jóvenes e invitarlos a venir a las convivencias que organizo todos los primeros fines de semana de mes.

Conozco y hablo con muchos chicos durante mis visitas, pero la realidad es que son muy pocos los que responden positivamente a la invitación para participar en las convivencias, y menos todavía los que se animan a entrar en un proceso de acompañamiento más personalizado. Durante estos dos años he podido comprender que los guatemaltecos, y en general los pueblos latinoamericanos, están muy arraigados a la familia y a la tierra, por eso cuando decimos a los jóvenes que nuestro carisma exige salir fuera del propio país durante largos períodos de la vida, aprender otras lenguas, convivir con culturas diferentes y hacerlo con una mentalidad abierta, se van alejando poco a poco. No importa, aunque sean pocos los candidatos a la vida misionera que les propongo, todos los que participan en las convivencias reciben una formación humana y religiosa que estoy seguro de que les ayudará en sus vidas.

Durante el año realizamos dos o tres campos de misión con los jóvenes. Tienen lugar en Navidad y Pascua, pero también en Cuaresma, que son tiempos litúrgicos que en Guatemala se experimentan de una manera muy vivencial. Solemos ir a nuestra parroquia de San Luis de Petén, en el norte del país, e invitamos a los jóvenes a integrarse en las comunidades cristianas. No solo participan en los actos religiosos, sino que también visitan a los enfermos e incluso organizan encuentros con los jóvenes locales. Así se dan cuenta de que los combonianos somos de diferentes nacionalidades y trabajamos con un marcado estilo misionero.

Como promotor vocacional doy mucha importancia a la capacidad de escucha y a la empatía, que es un actitud humana que nos hace capaces de ponernos en la piel de los de-más y darnos cuenta de lo que están viviendo. Cada joven es diferente y hay que tener mucha paciencia, darle tiempo y no juzgar demasiado rápido. Los jóvenes están un poco saturados de información y un poco descentrados, por eso intento ayudarles a crecer en lo que yo llamo «criterio propio», para que sean críticos a las realidades de la vida y se den cuenta de que no todo vale. Me gusta empoderarlos y decirles que tienen muchos valores y virtudes, que sepan explotarlos y que no piensen solo en lo más cómodo y gratificante a corto plazo.

Si todo va bien, en febrero podrían entrar en el postulantado comboniano de Costa Rica tres jóvenes guatemaltecos a los que estoy acompañando: José, Julio y Nelson. Cada uno es diferente, pero todos han hecho un bonito camino. El curso aquí termina en diciembre, mes en el que escribo. Si todos aprueban y los exámenes psicológicos son favorables, la decisión será suya.

José viene de una familia muy sencilla. Dejó de estudiar para echar una mano en el negocio familiar, una pequeña tienda de frutas y productos perecederos. Un día me dijo: «Quiero ser como usted», y yo me quedé extrañado. Cuando le pregunté qué quería decir, me respondió que tenía muchas ganas de ayudar a la gente y hablarles de la Palabra de Dios, pero que sabía que no tenía la preparación necesaria y su familia no tenía recursos para ayudarle con los estudios. Comenzamos un proceso juntos, hablé con su familia y al final consiguió compaginar el trabajo con los estudios. Ahora está a punto de obtener el graduado de acceso a la universidad para adultos.

Aunque Julio y Nelson son de ciudades distintas, es curioso que ambos están estudiando para ser contables. Julio vive en Retalhuléu y Nelson en Alotenango, dos departamentos lejanos a la capital, lo que no les impide participar en las convivencias. Julio tiene facilidad para interactuar con los demás, tiene inquietud y es bastante religioso. Nelson es muy bromista, jovial y sabe ver lo positivo en todo, lo que no es una cualidad menor. Visito periódicamente a sus familias y paso días enteros conviviendo con ellas para conocerlas y que ellas me conozcan a mí. Ojalá sigan adelante con fe y esperanza, sorteando todas las dificultades y lleguen a ser buenos misioneros combonianos.