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Domingo XXVII ordinario. Año B

El matrimonio cristiano ¿Una contracultura?

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Marcos 10,2-16 (10,2-12): “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”

El tema que emerge de las lecturas de este XXVII domingo es el matrimonio. Los fariseos, para poner a prueba a Jesús, le preguntan “si es lícito que un hombre repudie a su mujer”. Incluso la Ley de Moisés (Torá) lo permitía, por iniciativa del esposo, “si sucede que ella no halla gracia a sus ojos” (Deuteronomio 24,1-4). La ley mosaica, sin embargo, pretendía de alguna manera proteger a la mujer, obligando al hombre a escribir un acta de repudio, es decir, un certificado de divorcio, para permitirle a la mujer casarse con otro.

En cuanto a las motivaciones para el divorcio, en ese tiempo había dos escuelas rabínicas con opiniones muy diferentes. La escuela de Hillel interpretaba la ley de manera flexible, permitiendo al hombre repudiar a su esposa por cualquier motivo. La escuela de Shammai, más estricta, solo lo permitía en caso de adulterio. Jesús no toma partido en la disputa rabínica. Él considera que Moisés hizo esta concesión debido a la dureza del corazón humano. Sin embargo, el plan original de Dios para la pareja era otro. Dios los creó varón y mujer, y los dos al unirse se convierten en una sola carne. Y Jesús concluye diciendo: “Así que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

En casa, los discípulos vuelven a interrogar al Maestro sobre este tema. Jesús reafirma la indisolubilidad del matrimonio, igualando la responsabilidad entre hombre y mujer. En el texto paralelo de Mateo, los apóstoles reaccionan con asombro a esta afirmación de Jesús, diciendo: “Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse” (Mateo 19,10). ¡La convivencia matrimonial nunca ha sido fácil!

Puntos de reflexión

1. Un cambio de época. Desde hace algunas décadas estamos siendo testigos de un profundo cambio en la visión de la sexualidad, la identidad de género y la orientación sexual, poniendo en crisis la institución social de la familia. En este contexto se hace muy difícil hablar de la pareja y de la unión matrimonial, entre dos posiciones extremas: la tradicional, anclada en la cultura patriarcal, y la ideología de género. Entre ambas posiciones hay un amplio campo de debate que, para un cristiano, no puede ser de crítica y juicio, sino de respeto y misericordia.

La visión cristiana de la pareja natural parte del dato bíblico de que la humanidad fue creada a imagen de Dios, según Génesis 1,27: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó: varón y mujer los creó”. Es, por tanto, el “sacramento primordial de la creación” (Juan Pablo II). El sacramento del matrimonio se fundamenta más específicamente en este texto de Jesús sobre el plan original de Dios: la unión indisoluble de la pareja hombre y mujer. Esta visión se enriquece aún más con el texto de San Pablo en Efesios 5, que desarrolla el concepto veterotestamentario de la alianza esponsal entre Dios y su pueblo, presentando a la pareja cristiana como un “sacramento” de la unión entre Cristo y su esposa, la Iglesia. A menudo, lamentablemente, del texto se enfatiza el elemento cultural cambiante (“las esposas deben someterse a sus maridos en todo”), oscureciendo el elemento bíblico perenne: “¡Este misterio es grande: yo lo digo respecto a Cristo y la Iglesia!” (Efesios 5,32).

El matrimonio cristiano es una verdadera vocación, un memorial de la unión esponsal entre Cristo y su Iglesia, así como la vida consagrada, con el voto de virginidad, lo es de nuestra condición escatológica. La crisis actual del “matrimonio en la iglesia” puede convertirse en una oportunidad de gracia para devolver el sacramento a su esencia. Naturalmente, esta situación requerirá de la Iglesia una capacidad cada vez mayor de creatividad para encontrar líneas pastorales de acogida a otros tipos de uniones, en la línea de la misericordia, teniendo en cuenta que nuestra humanidad es frágil y herida.

2. El matrimonio cristiano será cada vez más una contracultura, en contraste con la mentalidad dominante. Esto también puede ser un servicio a la sociedad, para contrarrestar la deriva subjetivista de una sexualidad una sexualidad “a gusto de cada uno” y un tipo de unión “usar y tirar”.

¡El cristiano no “lo hace a su gusto”! No renuncia a tener el horizonte ideal evangélico como meta de su vida. No baja el listón para evitar el esfuerzo. No se conforma con un estilo de vida a la baja, al “mínimo denominador común”. Y todo esto a pesar de la conciencia de su propia debilidad, que se convierte en una espina en la carne, pero que le lleva a confiar únicamente en la gracia de Dios.

¡El cristiano no “usa y tira” en sus relaciones personales y, aún menos, en la relación matrimonial! Por eso se convierte en un experto en “reparaciones”. ¡No tira, sino que repara! Otro nombre del cristiano podría ser “reparador de brechas” (Isaías 58,12). Solo así el discípulo/a de Cristo será sal de la tierra y luz del mundo.

3. ¿Cómo aspirar a un ideal de amor tan alto, sin condiciones? Tal vez también en este caso Jesús nos responda: “¡Imposible para los hombres, pero no para Dios! Porque todo es posible para Dios” (Marcos 10,27). La vocación matrimonial es realmente un desafío que pone a prueba la fe del cristiano. Por ello, el matrimonio cristiano solo puede vivirse… a tres, es decir, poniendo a Cristo en el centro. También aquí se cumple, de manera particular, la palabra del Señor: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,20).

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: “¿Le es lícito al varón divorciarse de su mujer?”.
Una humanidad que cree en el amor fiel

Un comentario a Mc 10, 2-13

La lectura bíblica que hacemos hoy pasa por alto el primer versículo del capítulo 10, en el que se dice que Jesús pasó “al otro lado del Jordán”. A muchos les parece que esta indicación geográfica es una referencia menor o incluso equivocada (un despiste de Lucas). Sin embargo, a mí, que no soy experto, sino solo lector habitual de los evangelios, me huele que detrás de esa nota geográfica se esconde una intención interesante, que me atrevo a compartir aquí.

El río Jordán tiene un valor profético muy importante para el pueblo de Israel, comparable quizá al Mar Rojo. Si éste fue el límite primero entre la esclavitud de Egipto y el camino hacia la tierra prometida, el Jordán fue el que tuvieron que atravesar para entrar precisamente en esa tierra de Dios. Por eso atravesar el Jordán puede tener mucho que ver con “volver a entrar” en la tierra prometida, regenerar profundamente la vida querida por Dios, perdida entre tantas traiciones y claudicaciones. Por eso el Bautista fue a bautizar al Jordán invitando a la gente a la conversión, es decir, a dejar atrás el hombre viejo y empezar de cero, con una nueva fidelidad al proyecto de Dios.

Jesús se inserta plenamente en esta propuesta de regeneración. Y por eso me suena que, después de atravesar el Jordán, se le plantea a Jesús una cuestión de gran importancia, que nos afecta a todos: el plan de Dios para el matrimonio, realidad primera y más significativa de la vida humana y de la alianza “matrimonial” de Dios con su pueblo.

Me parece que la respuesta de Jesús no tiene que ver con una casuística de derecho matrimonial, sino con una propuesta de renovación profunda; parte importantísima de esa renovación profunda es volver a los orígenes, volver a la fidelidad a Dios, tanto en el matrimonio mismo como en la vida social.

En todo caso, repito que este texto no se puede entender como una actitud moralista o canonista, un enredarse en cuestiones de hasta dónde puedo separarme y hasta donde soy libre para hacer lo que quiero. El texto es el llamado a una regeneración total de la vida, en la que el matrimonio se vuelve “sacramento”, signo y realidad de la vida entendida como amor y fidelidad.

Por eso podemos decir que la imagen más fiel de la Iglesia es una pareja que se aman y son ante el mundo imagen del amor original y definitivo de Dios, un amor fiel y definitivo. Algunos entenderán esto, otros dirán que eso es una ingenuidad. Yo he tenido la suerte de conocer parejas jóvenes y maduras que entienden esto y su experiencia de vida es una belleza. Estas parejas representan lo mejor de la humanidad y de la Iglesia. Pueden ser pocas o muchas, pero son una semilla clara del Reino, sin que eso implique desconocer las dificultades reales de la convivencia entre personas. En ese sentido, la vida en pareja es un laboratorio de la humanidad con sus caídas y fracasos, pero el modelo que Jesús propone es el de una humanidad reconciliada que cree en el amor fiel.
P. Antonio Villarino
Bogotá


Contra el poder del varón

José Antonio Pagola

Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: “¿Le es lícito al varón divorciarse de su mujer?”.

No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según la ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo.

La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley “machista”, en concreto, se ha impuesto en el pueblo judío por la “dureza de corazón” de los varones que controlan a las mujeres y las someten a su voluntad. Jesús ahonda en el misterio original del ser humano. Dios “los creo varón y mujer”. Los dos han sido creados en igualdad. Dios no ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Entre varones y mujeres no ha de haber dominación por parte de nadie.

Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para “ser una sola carne” e iniciar una vida compartida en la mutua entrega sin imposición ni sumisión.

Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. El varón no tiene derecho alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el varón”. Con esta posición, Jesús esta destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio sino en cualquier institución civil o religiosa.

Hemos de escuchar el mensaje de Jesús. No es posible abrir caminos al reino de Dios y su justicia sin luchar activamente contra el patriarcado. ¿Cuándo reaccionaremos en la Iglesia con energía evangélica contra tanto abuso, violencia y agresión del varón sobre la mujer? ¿Cuándo defenderemos a la mujer de la “dureza de corazón” de los varones?
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Misión es no avergonzarse de llamarlos hermanos

Génesis  2,18-24; Salmo  127; Hebreos  2,9-11; Marcos  10,2-16

Reflexiones
Con lenguaje poético y mítico, la Palabra de Dios nos revela luminosas verdades sobre el ser humano – hombre y mujer – sobre la familia y el cosmos. La primera verdad es que Adán no se creó a sí mismo: es Dios quien lo creó (I lectura). La palabra Adán, en este caso, quiere decir varón y mujer. Este Adán (el hombre y la mujer) vive en soledad, a la que Dios mismo pone remedio: «No está bien que el hombre esté solo: voy a hacerle alguien como él que le ayude» (v. 18). En última instancia, según el texto bíblico, se podría decir que ni siquiera Dios es suficiente para satisfacer a Adán en su soledad. Para su existencia histórica, Adán necesita también de cosas, de animales, plantas… que el Creador le provee con creces en el encanto del universo, otorgándole incluso la potestad de imponer el nombre a los seres vivientes, es decir, el poder de tenerlos bajo su custodia (v. 19). Según la teología bíblica, la potestad de dominio sobre las cosas creadas corresponde, naturalmente, al ser humano en su globalidad de hombre y mujer, con igual dignidad. Dominio-custodia significa uso, no abuso.

Dios, que ha llamado a Adán a la vida, lo llama ahora a la comunión, a una vida de encuentros y relaciones aptos para llevar a la persona humana al crecimiento, a la plenitud, a la madurez. A Adán, en efecto, no le basta el dominio sobre las cosas: busca alguien como él que lo ayude (v. 20), en plena alteridad e igualdad. Dios mismo presenta al varón esa ayuda, la mujer, Eva, a la cual el hombre siente que no le puede imponer un nombre, esto es, apropiársela, dominarla, porque la reconoce igual a él, parte de sí mismo: “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (v. 23). Ambos son iguales en dignidad, llamados a una plena comunión de vida. El primigenio proyecto del Creador era maravilloso, pero el pecado humano vino a romper el equilibrio de las relaciones entre iguales: el respeto cede el paso a la voluntad de dominio, a la violencia de un cónyuge sobre el otro, con las consecuencias dolorosas que todos conocen. Jesús (Evangelio), tras reprochar a su gente “por su terquedad” (v. 5), trató de hacerles volver al proyecto inicial de Dios. Lamentablemente, con escasos resultados, tanto entonces como hoy.

El Concilio Vaticano II tiene palabras que sustentan la dignidad y la santidad del matrimonio y de la familia: “Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se entregan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana” (Gaudium et Spes, 48). Por eso la oración de la Iglesia se hace insistente, “para que el hombre y la mujer sean una sola vida, principio de la armonía libre y necesaria que se realiza en el amor” (oración colecta). La vida compartida entre el hombre y la mujer en el matrimonio contribuye al bien de la pareja, pero, a la vez, tiene una irradiación misionera sobre los hijos, sobre el ambiente social y eclesial.

Tras hablar de la familia, Jesús se dirige enseguida a los niños y, en general, a los débiles y a los pobres, a los excluidos y descartados de la sociedad, brindándoles afecto, protección, estima, bendiciones (v. 13-16). Jesús ha entrado plenamente en el engranaje y en los recovecos de la historia de los hombres, haciéndose solidario con ellos, compartiendo su origen y sufrimientos. Hasta tal punto que el autor de la carta a los Hebreos (II lectura), con palabras conmovedoras, afirma que Cristo, “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (v. 11). Cristo no excluye a nadie de esa amorosa relación fraterna. ¡Aunque sea la persona más reprobable y lejana! Por eso Él es siempre el modelo más radical para cada misionero. He aquí un fuerte llamado para todos en el mes misionero. (*)

Palabra del Papa

(*) «La historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad (cfr. Jn 15,12-17). Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de eso, hasta recuerdan el día y la hora en que fueron encontrados: “Era alrededor de las cuatro de la tarde” (Jn 1,39). La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener…. El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41)».
Papa Francisco
Mensaje para el DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones) 2021

P. Romeo Ballán, mccj

Misión en Macao: el nacimiento de una comunidad cristiana

Como primer párroco de la parroquia de San José Obrero, el padre Corrado De Robertis reflexiona sobre los tiempos difíciles pero extraordinarios que vivió en Macao. Considera su estancia allí un don precioso y un capítulo inolvidable de su vida misionera.

Por: P. Corrado de Robertis, mccj

comboni.org

Mi primera visita a Macao fue en 1992. Era una ciudad muy diferente de lo que es hoy. Por aquel entonces, yo y dos compañeros, el P. Manuel y el P. Daniel, estudiábamos cantonés en Hong Kong. En 1993 me trasladé a Macao lleno de ilusión por comenzar nuestro trabajo misionero, pero a pesar de dos años de cursos intensivos de lengua cantonesa, mi dominio era todavía limitado. El entonces obispo de Macao, Domingos Lam, me nombró vicepárroco de la catedral de Macao, lo que me dio la oportunidad de familiarizarme con el lugar, su cultura y su gente, y de practicar el idioma como preparación para mi servicio misionero. Esta fase inicial duró aproximadamente tres años.

Durante este tiempo, el obispo Lam planeó establecer una nueva parroquia en el distrito norte de Macao, una zona muy necesitada de presencia pastoral, en la parte más densamente poblada de la ciudad, más pobre y notablemente carente de presencia cristiana. Dialogando con los Misioneros Combonianos, nos confió a nosotros, los primeros misioneros combonianos en territorio chino, la responsabilidad de supervisar el territorio de misión de Iau Hon. Este territorio estaba formado principalmente por trabajadores inmigrantes de la China continental y prácticamente no tenía población católica.

El obispo nos encomendó a mí y a mis compañeros encabezar los esfuerzos para explorar y establecer una nueva comunidad cristiana en la zona, mientras esperábamos la construcción de la iglesia de San José Obrero, llamada así en honor de la población predominantemente obrera de la zona.

Comenzamos nuestra labor misionera en un lugar muy modesto -una habitación en la planta baja de un edificio muy antiguo-, que bautizamos como Centro Misionero Iao Hon. Aquí establecimos una pequeña oficina y una sala de reuniones. Cerca de allí estaban las hermanas Maryknoll, que dirigían un centro pastoral centrado principalmente en actividades de asistencia social. Empezamos a colaborar con ellas para trazar nuestro camino a seguir.

Nuestra prioridad inicial fue realizar una encuesta en la zona para averiguar el número de católicos que residían allí, si es que había alguno. Basándome en una lista de direcciones meticulosamente recopilada por las hermanas en años anteriores, me embarqué en visitas a numerosos hogares, encontrándome con respuestas dispares que iban desde puertas abiertas hasta la negativa directa. Al final nos dimos cuenta de que había muy pocos católicos en la zona. Pero, además del número de católicos, era igualmente importante conocer el entorno local, las necesidades y los retos a los que se enfrentaba la gente.

Nuestros incipientes esfuerzos se vieron muy favorecidos por el apoyo de fieles de otras parroquias de Macao. Nos ayudaron a organizar las clases de catequesis inaugurales, las ceremonias litúrgicas y las actividades iniciales de compromiso con la comunidad. Recuerdo claramente nuestra misa inaugural en el centro, a la que asistieron sólo doce personas: un comienzo humilde pero auspicioso, que tal vez sugiriera la providencia divina.

Los primeros años fueron difíciles, caracterizados por unos resultados modestos en relación con nuestros esfuerzos, la falta de instalaciones, las numerosas discusiones y la ardua tarea de entablar relaciones con la población local. Sin embargo, en menos de dos años, se terminó la construcción de la iglesia de San José Obrero y, en 1998, nos trasladamos a los nuevos locales con el primer grupo de neófitos. Coincidió con el primer domingo de Adviento de 1998. El principal reto fue dotar a la iglesia de los servicios esenciales y del personal necesario. Debo reconocer la inmensa generosidad de los fieles de Macao, cuyas aportaciones facilitaron el establecimiento y el funcionamiento de la naciente comunidad.

Posteriormente, formulamos un plan pastoral, adaptado a las circunstancias específicas de la zona y a los recursos disponibles. Milagrosamente, las filas de voluntarios aumentaron día a día, lo que nos permitió ampliar los servicios a la comunidad local. Inauguramos clases extraescolares de deberes para niños, clases de interés para adultos, actividades de verano y varios grupos juveniles, todos ellos fundamentales para la construcción de la comunidad. Aunque el edificio físico de la iglesia ya estaba terminado, nuestra tarea consistía en fomentar una comunidad de creyentes viva y palpitante: la ecclesia de piedras vivas, por así decirlo.

Este empeño también presentó desafíos, siendo el principal de ellos la amalgama de orígenes, lenguas y contextos socioculturales dispares dentro de nuestra pequeña comunidad.

Principalmente, nos enfrentamos a tres grupos distintos: Trabajadores de China continental que hablaban mandarín, locales que hablaban cantonés y filipinos expatriados que hablaban inglés. Nuestro enfoque pastoral requería un compromiso integrador con cada grupo étnico, a pesar de las complejidades y aprensiones inherentes. Otro imperativo era llegar a los marginados. Se llevó a cabo una evaluación exhaustiva de la situación y se encomendó a un grupo especializado la tarea de identificar y ayudar a los más necesitados del territorio.

La evangelización, en su esencia polifacética, exigía una comunidad vibrante y misionera, que encarnara el mensaje del Evangelio con palabras y hechos. De hecho, esto constituyó la piedra angular del crecimiento de nuestra comunidad, un testimonio del imperativo evangélico del testimonio gozoso en todas las facetas de la vida. La parroquia, concebida como un oasis de esperanza en medio del abandono, ha evolucionado a lo largo de los años, acogiendo anualmente a nuevos fieles. La solemne consagración de la iglesia el 1 de mayo de 1999 (unos meses antes de la entrega de Macao a China) marcó un hito, y en los años siguientes se produjo una afluencia constante de bautizos de adultos cada Semana Santa. La comunidad creció no sólo en número, sino también en espíritu misionero.

La presencia y la participación de fieles chinos continentales fue esencial para este crecimiento, que fomentó una animada comunidad de habla mandarín dentro de la parroquia. Su papel se extendió más allá de los confines de la parroquia, sirviendo como misioneros a sus compatriotas del continente. Simbólicamente, la puerta principal de entrada y salida de la iglesia da exactamente a la China continental, y los lados derecho e izquierdo del edificio se asemejan a dos brazos abiertos extendidos hacia China, como en un gesto de abrazo. Así, haciéndonos eco de los sentimientos de San Daniel Comboni, nuestra misión consistía en salvar a los chinos con los chinos, manteniendo al mismo tiempo un apoyo firme y la oración con nuestra presencia activa.

Permanecí en Macao hasta 2009, con una breve interrupción de tres años que pasé en Filipinas como redactor «de urgencia» de la prestigiosa revista World Mission Magazine. Los recuerdos de la gente y de los momentos difíciles y extraordinarios que viví en Macao están indeleblemente grabados en mi memoria. Tuve el inmerecido honor de ser el primer párroco de San José Obrero y considero mi estancia allí tanto un don precioso como un capítulo inolvidable de mi vida misionera.

Aunque se ha avanzado mucho, la tarea del anuncio del Evangelio sigue inacabada. Sin embargo, las semillas plantadas han echado raíces, prometiendo un futuro iluminado por la esperanza. La parroquia se erige como un faro de esperanza, irradiando valores cristianos y vida en un lugar antaño descuidado, en medio de un mundo a menudo atrapado por meras búsquedas materiales. El Evangelio, predicado y vivido en Iau Hon, sirve de recordatorio tangible de que la verdadera esencia de la vida trasciende el ámbito del materialismo y el trabajo.

Mil vidas para la misión

Por: P. Wédipo Paixão
Fotos: Misioneros Combonianos

Gracias a su labor evangelizadora en distintas partes del mundo, desde hace varios años octubre fue elegido por la Iglesia católica como el mes de las misiones. Dicha misión es realizada por hombres y mujeres de buena voluntad.

La vocación viene acompañada de una misión. Dios nos llama desde nuestra cotidianidad para enviarnos a otra realidad. Quien responde positiva y generosamente, no va en su propio nombre, sino en el de Aquel que lo llamó y envió, y va a comunicar con su vida el mensaje de salvación.

Por eso hablamos de «movimiento», de dejar las redes para ir con el Maestro a otras orillas, a otras realidades, donde el Evangelio urge ser predicado. Al invitarnos a ser misioneros, Jesús nos pone en movimiento, en la dinámica del Reino que ya se hace presente en aquellos que aman y hacen de su vida un don.

Dejarnos llenar del amor de Dios, no es una utopía, es nuestra vocación y es el llamado que permanentemente nos hace el Señor. Sabemos que el amor es el alma de la misión a la que está llamado todo cristiano. Si no estamos llenos de amor, lo que hagamos se reducirá a una actividad más de las muchas que realizamos, a lo mejor, a una actividad filantrópica o social, pero nada más.

La misión es nuestra vocación, y este llamado es cuestión de amor, de enamorarnos de Cristo. En nuestro camino vocacional misionero, aunque a veces se vuelva difícil e incierto, no sabemos a dónde nos dirigimos, pero sí, con quién vamos: con Jesús. Por eso, octubre nos ayuda a estar cada vez más convencidos de que queremos ser auténticos misioneros, y no «guardar» a Cristo para nosotros, sino llevándolo a los demás con alegría y fe, conscientes de que nuestro lugar en el mundo, es donde Dios nos quiere.

Proclamar la Buena Noticia del Reino, significa que primero nos enamoremos del proyecto de Jesús, y con nuestro testimonio digamos al mundo que ni la violencia, la injusticia, la guerra y la muerte tienen la última palabra. Dios tiene la Palabra y el plan de vida plena y abundante para la humanidad. Hoy más que nunca necesitamos misioneros apasionados como santa Teresita del Niño Jesús, que desde su claustro dedicó sus oraciones a los misioneros, y como san Daniel Comboni, que entregó su vida a las misiones de África Central.

Necesitamos hombres y mujeres capaces de ser «sal y luz» del mundo, para que los corazones abatidos encuentren nuevamente esperanza y experimenten el amor de Dios. El papa san Juan Pablo II nos recordaba la importancia del testimonio en la Redemptoris missio en los números 69 y 70:

«El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el “Testigo” por excelencia (Ap 1,5;3,14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que Él da de Cristo (cf Jn 15,26-27). La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aún con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros».

En esta misión hay espacio y trabajo para todos. «La misión acontece con los pies de los que van, con la rodillas de los que rezan y con la generosidad de los que donan». Tengamos en cuenta en este mes a las personas que se dedican diariamente a responder a su vocación y viven su misión en diversas situaciones de la existencia: desde un padre y una madre de familia que todos los días salen de casa a trabajar para educar y sostener a sus hijos; los médicos que luchan en los hospitales por salvar vidas; los maestros que forman por medio de la educación a la sociedad; las religiosas, sacerdotes, obispos y laicos comprometidos en parroquias que con su sencillez alimentan nuestra fe.

Son distintas las realidades desde donde el Señor nos llama y nos envía hoy, pensemos en los que migran en búsqueda de una vida mejor, en los marginados a causa de la pobreza, en los jóvenes que se pierden en el mundo de la delincuencia, en los pueblos que no tienen acceso a la eucaristía por falta de sacerdotes, en los enfermos que esperan una palabra de consuelo y esperanza…

Ante esto, debemos preguntarnos: ¿Qué podemos hacer?

Nueva Presidenta e Iglesia

Por: + Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

Foto: EneasMx – Trabajo propio, CC BY 4.0

MIRAR

Estamos iniciando un nuevo sexenio en el gobierno federal de nuestro país. La nueva Presidenta se ha comprometido a continuar, así dice ella, lo hecho por el gobernante anterior, como si todo hubiera sido exitoso y benéfico para las mayorías. Pedimos a Dios que la inspire, así como a su equipo, para que sea el bien común lo que les mueva, y encuentren otras formas más eficaces para la tan anhelada paz social, que se ha debilitado mucho.

Algunos se preguntan cuál es la religión de la Presidenta. Tiene antecedentes familiares judíos, que podrían suponer en ella los principios básicos de esa religión, pero eso no aparece en ninguna parte de su vida. Se le considera científica y académica, no creyente, como si lo científico prescindiera de lo religioso. Sin embargo, durante su campaña electoral, fue a visitar al Papa Francisco, hizo una presentación de su proyecto ante el pleno del episcopado mexicano y aceptó firmar nuestra propuesta de construcción de la paz, aunque expresó no estar de acuerdo con algunos de nuestros análisis de la realidad nacional. Sus enemigos difundieron que, si ganaba, cerraría templos y convertiría la Basílica de Guadalupe en museo, lo cual es falso; no es tonta para hacer eso. Esperamos que sea respetuosa con todas las opciones religiosas, con apertura de mente y de corazón para aceptar la colaboración que nuestra religión aporta a la paz y a la justicia social.

En la historia nacional, sobre todo de 1926 a 1929, sufrimos una grave persecución religiosa, pues el gobierno de entonces quería suprimir la Iglesia; muchos católicos murieron por defender nuestra fe. Hemos tenido gobernantes con diferentes opciones y actitudes religiosas, desde unos más indiferentes y contrarios, hasta otros más respetuosos y hasta practicantes. El Presidente que sale nos dijo a los obispos que era católico, pero a su manera; hacía alusiones a Jesucristo, cuando lo quería jalar hacia su opción política, pero no le hizo caso en muchas otras cosas. Por ejemplo, Jesús nos enseña amar y perdonar, y en consecuencia no odiar, ni ofender y tratar de destruir a los que piensan diferente. Jesús nos ordena amar preferencialmente a los pobres, pero no usarlos en campañas políticas. Jesús nos indica no mentir; por tanto, no desvirtuar la realidad cada mañana.

En Nicaragua, la Iglesia está sufriendo una persecución muy arbitraria, con muchas detenciones contra los contrarios al régimen imperante. Se ha expulsado y privado de su nacionalidad a muchas personas, también a obispos, sacerdotes y religiosas, incluso a la representación de la Santa Sede, por el simple hecho de no aplaudir todo lo que el gobierno hace. La Iglesia sigue viva, aunque sufriendo mucho. Tarde que temprano, ese imperio caerá. Al pueblo sencillo se le puede engañar y comprar con dádivas, pero sólo temporalmente; las injusticias evidentes hacen que se abran los ojos.

DISCERNIR

El episcopado mexicano envió un mensaje a la nueva Presidenta del país, en que, entre otras cosas, se le dice:

“Como Pastores de la Iglesia Católica en México, pero también como ciudadanos mexicanos,

además de nuestras felicitaciones, oraciones y buenos augurios, nos permitimos expresar los sentimientos de esperanza que tenemos al comienzo de esta nueva etapa de gobierno, tratando de reflejar lo que hay en el ánimo de millones de ciudadanos.

Nos parece que la realidad habla por sí misma y exige, de manera inmediata, políticas públicas que garanticen la seguridad ciudadana, superen la pobreza y la desigualdad, y promuevan la unidad nacional y la concordia entre todos. Nunca más el dominio del crimen organizado ni de la delincuencia en general.

Tenemos la convicción de que México debe ser un país donde gobierno y ciudadanos respeten las Leyes, teniendo como marco de referencia la Constitución con la que nos identificamos y que no puede ser violentada por sectores sociales o políticos que pasen por encima del conjunto de la Nación. Estamos convencidos que México está llamado a volver a vivir en un verdadero Estado de Derecho Democrático, constituido por una Federación de Estados autónomos, con equilibrio de poderes, que nos hace ser una República confiable para todos. Sin confianza no hay desarrollo, ni futuro estable.

Desde el pensamiento humanista de la Iglesia, reconocemos la dignidad de toda persona como un principio inviolable y fundamento de todos los derechos humanos. Necesitamos vivir en un Estado democrático que respete los derechos humanos para todos los ciudadanos, fortaleciendo las instituciones que garantizan el ejercicio pleno de estos derechos y fomentando una cultura de respeto mutuo y participación ciudadana.

México tiene grandes retos que son oportunidad para crecer en participación y diálogo, superando la polarización, buscando la reconciliación hasta llegar a los acuerdos necesarios junto a todas las fuerzas políticas, -sin aniquilar a las minorías-, para construir, desde el diálogo y el consenso, el proyecto del bien común para que la sociedad mexicana viva en paz. Reiteramos nuestra voluntad de sumarnos a esta dinámica para convivir con justicia y solidaridad para todos”.

ACTUAR

Que Dios ilumine y fortalezca a nuestras nuevas autoridades, pero cada quien hagamos lo que podamos por mejorar nuestro entorno, y no esperemos que todo lo haga el gobierno.

Teresa de Lisieux, la flor que cuenta su historia

Por: P. Manuel João Pereira Correia, mccj

«Éste, precisamente éste es el misterio de mi vocación, de toda mi vida,
y en particular el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi alma.
Jesús no llama a los que son dignos, sino a los que lo quieren,
o, como dice san Pablo: «Dios tiene misericordia de los que lo quieren,
y tiene misericordia de los que lo quieren.
Por tanto, no es obra de los que quieren ni de los que se apresuran,
sino de Dios que tiene misericordia» (Rom. 9,15-16).
Teresa de Lisieux, autobiografía


Escritura autobiográfica A
dirigida a la madre Inés de Jésus (hermana Pauline)
J.M.J.T. Jésus, enero de 1895

Historia primaveral de una pequeña florecilla blanca
escrita por ella misma
y dedicada a la reverenda Madre Inés de Jesús

1 – A ti, mi querida Madre, a ti que eres dos veces mi madre, te confío la historia de mi alma… Cuando me pediste que hiciera esto, pensé: el corazón se disipará, ocupándose de sí mismo; pero luego Jesús me hizo sentir que, obedeciendo con sencillez, le agradaría; además, sólo hago una cosa: empiezo a cantar lo que eternamente debo repetir: «¡Las misericordias del Señor!

2 – Antes de tomar la pluma, me arrodillé ante la estatua de María (la que nos ha dado tantas pruebas del maternal cuidado de la Reina del Cielo hacia nuestra familia), le rogué que guiara mi mano: ¡ni una sola línea quiero escribir que no le agrade! Entonces abrí el Evangelio, y mi mirada se posó en unas palabras: «Jesús subió a un monte y llamó a sí a los que quería; y vinieron a él» (San Marcos, cap. III, v. 13).

3 – Este es, precisamente, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y en particular el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi alma. Jesús no llama a los que son dignos, sino a los que quiere, o, como dice San Pablo: «Dios tiene misericordia de quien quiere, y usa de misericordia con quien quiere». No es, pues, obra de quien quiere ni de quien corre, sino de Dios que usa la misericordia’ (Ep. a los Rom., cap. IX, vv. 15-16).

4 – Durante mucho tiempo me pregunté por qué Dios tiene preferencias, por qué no todas las almas reciben las gracias en igual grado, me preguntaba por qué prodiga favores extraordinarios a santos que le han ofendido, como san Pablo, san Agustín, y por qué, casi diría, les obliga a recibir su don; luego, al leer la vida de los santos a quienes Nuestro Señor acarició desde la cuna hasta la tumba, sin dejar en su camino un solo obstáculo que les impidiera elevarse hasta él, y previniendo sus almas con tales favores que les fue casi imposible manchar el esplendor inmaculado de sus vestiduras bautismales, me pregunté ¿por qué los pobres salvajes, por ejemplo, mueren tantos y tantos antes de haber oído el nombre de Dios?

5 – Pero Jesús me instruyó sobre este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores de la creación son bellas, las rosas magníficas y los lirios blanquísimos no roban el perfume a la violeta, ni la sencillez encantadora a la margarita… Si todas las florecillas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su vestido de primavera, los campos ya no estarían esmaltados de inflorescencias. Así sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Dios quiso crear a los grandes Santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero creó también a los más pequeños, y éstos deben contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a alegrar la mirada del Señor cuando se digne bajarla. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser como Él quiere.

6 – También comprendí otra cosa: El amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla, que no resiste en absoluto a la gracia, que en el alma más sublime; en efecto, es propio del amor humillarse, y si todas las almas se parecieran a los santos Doctores, que iluminaron a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que el Dios misericordioso no descendiera lo suficiente para alcanzarlas; Pero ha creado al niño que no sabe nada y sólo se expresa con débiles chillidos; ha creado al salvaje que, en su miseria absoluta, sólo posee la ley natural para regularse; ¡y Dios desciende hasta ellos! De hecho, son estas flores silvestres las que le cautivan por su sencillez.

7 – Al descender hasta este punto, Dios se muestra infinitamente grande. De la misma manera que el sol ilumina los grandes cedros y las florecillas como si cada uno fuera único en el mundo, así Nuestro Señor cuida de cada alma con tanto amor, como si fuera la única que existe; y así como en la naturaleza las estaciones están todas reguladas de tal manera que hacen florecer la más humilde alondra en el día señalado, así todo responde al bien de cada alma.

8 – Seguramente, querida Madre, te preguntarás a dónde voy con esto, porque hasta ahora no he dicho ni una palabra que se parezca a la historia de mi vida, pero me has pedido que escriba libremente lo que se me ocurra, así que no voy a contar mi vida propiamente dicha, sino más bien mis pensamientos sobre las gracias que Dios me ha concedido. Me encuentro en un momento de mi existencia desde el que puedo mirar al pasado; mi alma ha madurado en medio de pruebas externas e internas, ahora, como un capullo fortalecido por la tormenta, me levanto, y veo las palabras del Salmo XXII «el Señor es mi Pastor, nada puede fallarme. Él me hace descansar en los pastos frescos y ricos. Me guía suavemente por el río. Él conduce mi alma sin cansarla… Y cuando descienda al sombrío valle de la muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo, Señor».

9 – Siempre el Señor ha estado lleno de compasión para conmigo, y de mansedumbre… ¡Lento para castigar y abundante en misericordias! (Salmo CII, v. 8). Así, Madre mía, me alegra cantar cerca de ti la misericordia del Señor. Sólo para Ella escribiré la historia de la humilde flor que Jesús arrancó, y hablaré abandonándome, sin preocuparme del estilo, ni de las muchas digresiones que haré. El corazón de una madre siempre comprende a su hijo, aunque sólo tartamudee, y por eso estoy segura de que soy comprendida, adivinada por ella: ¡es ella quien formó mi corazón, y se lo ofreció a Jesús!

10 – Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría, con gran sencillez, lo que el Señor ha hecho por ella y no trataría de ocultar los beneficios divinos. Por falsa modestia, no diría: «Soy desgarbada, no tengo perfume, el sol me ha quitado el esplendor, la tempestad ha destrozado mi tallo», cuando reconocería en sí misma todo lo contrario.

11 – La flor que cuenta aquí su historia se alegra porque va a dar a conocer los cuidados omnisapientes de Jesús; no tiene nada -y lo sabe bien- que pueda atraer la mirada de Dios, y sabe también que sólo la misericordia divina ha hecho todo el bien en él. Le hizo nacer en tierra santa, y casi impregnado de un perfume virginal. Hizo que le precedieran ocho lirios resplandecientes de blancura. En su amor, quiso preservar la humilde flor del aliento venenoso del mundo; los pétalos estaban a punto de abrirse, y el Salvador la trasplantó en el monte del Carmelo, donde ya olían dos lirios: los dos mismos que la habían envuelto y acunado suavemente cuando brotó por primera vez… Siete años han pasado desde que la flor echó raíces en el jardín del Esposo de las vírgenes, y ahora tres fragantes corolas ondean cerca de ella; no muy lejos, otra se abre a la mirada de Jesús, y los dos benditos tallos que las produjeron se reúnen para siempre en la Patria divina. Allí han encontrado los cuatro lirios que la tierra no ha visto florecer. Oh, que Jesús no deje mucho tiempo en la orilla extranjera a los que se han quedado en el destierro: ¡que todo el blanco penacho se complete pronto en el Cielo!

12 – Madre mía, he resumido en pocas palabras lo que el Señor ha hecho por mí, ahora me adentraré en mi vida de niña; sé que allí, donde cualquiera no vería más que una aburrida perorata, su corazón de madre encontrará un encanto. Y entonces, los recuerdos que evocaré serán también los suyos, porque mi infancia transcurrió cerca de la suya, y tengo la suerte de pertenecer a los incomparables padres que nos envolvieron en los mismos cuidados y ternura. ¡Que bendigan a la menor de sus hijas y la ayuden a cantar las misericordias de Dios!

40 años de sacerdocio misionero comboniano

El pasado 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el P. Enrique Sánchez González cumplió 40 años de sacerdocio. Aquí nos deja este hermoso testimonio de agradecimiento a Dios por todos esos años de ministerio sacerdotal, misionero y comboniano.

«El próximo 29 de septiembre de 2024, Dios mediante, cumpliré 40 años de mi ordenación sacerdotal misionera y comboniana. Pienso que sea una fecha que no puede pasar inadvertida y puede ser una oportunidad para agradecer al Señor por este bello don.

Es también una ocasión para decir gracias, a través de la oración, a tantas personas que han compartido conmigo este largo caminar y que han hecho posible que llegara a este día, sobre todo quienes me han acompañado con su cariño, su amistad, su apoyo material y espiritual.

No he sido un sacerdote solitario, sino que he gozado de la cercanía de muchas personas que me han ayudado a vivir con gratitud este regalo inmerecido. Con todas ellas quisiera bendecir al Señor por haberme llamado a este ministerio, a esta vocación.

Para recordar lo que han sido cuarenta años de ministerio sacerdotal, como misionero comboniano, necesitaría escribir muchas páginas y creo que no terminaría. Porque ha sido una experiencia marcada principalmente por la fidelidad, la misericordia y la bondad del Señor que no tienen límites.

Basta una palabra para resumir todo lo que he vivido y esa palabra es simplemente: Gracias, no merecía tanto.

Recorriendo los años hacia atrás, sólo puedo darme cuenta de que he llegado hasta el día de hoy porque el Señor ha mantenido su palabra, nunca me abandonó y siempre se mantuvo a mi lado.

Él ha sido presencia, consuelo, luz en el camino, fortaleza en los momentos de cansancio, misericordia en los tropiezos y caídas; pero también motivo de entusiasmo, de felicidad y de inmensa alegría.

He sido sacerdote, ciertamente, no por mis méritos o virtudes. Ha sido gracia suya que se ha ido derramando a través del tiempo y que me ha permitido ir diciendo un “sí” día tras día. A veces con el corazón lleno de alegría y de entusiasmo, en otras ocasiones agarrado sólo de lo pobre de mi fe y confiando en su Palabra.

Como a Josué, en el antiguo testamento, a mí también se me ha dado muchas veces el poder escuchar aquellas palabras del Señor que decía: “Como estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. ¡Ánimo, sé valiente! Que tú repartirás a este pueblo la tierra que prometí con juramento a sus padres. Tú ten mucho ánimo y sé valiente para cumplir todo lo que te mandó mi siervo Moisés; no te desvíes ni a derecha ni a la izquierda, y tendrás éxito en todas tus empresas” (Josué 1, 5-7)

Durante cuarenta años puedo decir que me ha tocado ser más testigo que protagonista de una historia que ha ido creciendo y floreciendo. Ha sido una historia en donde el Señor me ha llevado de sorpresa en sorpresa y en donde me ha concedido vivir todo lo que nunca hubiese pensado.

Han sido años durante los cuales no todo ha sido grandioso y espectacular, y no han faltado los momentos de prueba, de dolor, de tentación y de oscuridad. Sobre todo, cuando me olvidé de que no era yo quien llevaba las riendas de mi vida, sino que había optado porque fuera Él quien se encargara de guiar mis pasos.

Hoy, de lo profundo de mi corazón brota espontáneo el agradecimiento, sobre todo porque han sido años bendecidos y vividos en el ejercicio de un ministerio, de un servicio a la vocación misionera comboniana que el Señor me regaló.

Mis cuarenta años de sacerdocio han sido vividos, en su mayor parte, sirviendo a la misión a través de muchos años de entrega al Instituto de los Misioneros Combonianos. Mi experiencia no me permitió vivir en un ministerio directo al servicio de una comunidad parroquial, pero eso no ha impedido que, a lo largo de todos estos años, haya tenido la fortuna de compartir la vida con muchas personas que han entrado a mi corazón para quedarse ahí por siempre.

Lo que me ha permitido perseverar en mi vocación misionera, puedo decirlo con toda honestidad, no han sido mis virtudes o mis capacidades, sino la presencia de tantas personas que me han hecho entender que el sacerdocio no es un regalo personal, sino un instrumento para entregarse amando a los demás.

Con sencillez, puedo decir que, si soy hoy, todavía, sacerdote y misionero es algo que se lo debo a tantas personas que he encontrado por los caminos de la misión. Todas sin excepción han contribuido en la construcción de lo que soy, como persona y como sacerdote, como misionero y como comboniano.

Tal vez, las personas que más me han ayudado a ser agradecido con la bendición del sacerdocio son aquellas con las que compartí apenas unos cuantos meses en la misión de Mungbere, en la República Democrática del Congo.

Ahí quedó mi corazón misionero y ese ha sido un punto de referencia que me ha ayudado a seguir agradeciendo en todas partes el poder compartir el cariño que brota de mi corazón como don que Dios me va otorgando a cada paso. Pero igual están todas aquellas que la misión me permitió encontrar en continentes y contextos tan distintos.

Dios tiene sus tiempos y sus caminos y estoy convencido de que él me ha llevado por donde ha querido y me ha permitido vivir lo que sólo él sabía que me convenía.

En mis tiempos, muchas veces he tenido que hacer las cuentas con mi fragilidad, mi inmadurez y mi incapacidad de entregarme totalmente. Sacerdote no se nace y cada día el Señor va haciendo el milagro de hacernos según su corazón.

En mis caminos me ha tocado vivir días de lágrimas amargas, sintiéndome pequeño ante lo grandioso del sacerdocio; pero, al mismo tiempo, cada momento ha sido escuela que me ha enseñado a entender que mi sacerdocio no depende de mis capacidades, de mis habilidades, ni de lo perfecto que quisiera ser.

Muchas veces he hecho mías las palabras de Jesús cuando agradece a su Padre el haber revelado a los pequeños los misterios de su amor. “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y astutos”. (Mateo, 11, 25) Y, No creo que exista un sacerdote que pueda presumir de sí mismo, ni considerarse digno del don del sacerdocio.

Dios se ha servido, incluso de mi pobreza humana para ayudarme a entender que sólo su amor basta. Que es en la debilidad en donde se manifiesta su fuerza y que sólo con su gracia es posible seguir avanzando.

En muchos momentos he podido sentir su mano que me protegía, me cuidaba y me guiaba. De todo se ha servido para que pudiera llegar hasta este día, dándome cuenta de que ser sacerdote es una gracia que Dios se encarga de inventar cada día y que va poniendo en mí corazón para vivirla compartiéndola con los demás.

Cuarenta años de sacerdocio, en mi caso, se trata de una vida que ha estado marcada por la sencillez y lo ordinario de cada día entregado con generosidad y con el deseo de brindar a otros la posibilidad de encontrar, aunque sea, un pequeño espacio de felicidad, de consuelo y de paz en sus vidas. Ser instrumento de reconciliación y de perdón ha sido uno de los dones más bellos que he vivido viendo a muchas personas salir de su dolor retomando la vida con esperanza y gratitud.

En el día a día de todos estos años lo extraordinario y lo más bello que me ha sucedido es poder celebrar la Eucaristía siendo testigo de primera mano del gran misterio por medio del cual el Señor ha querido quedarse entre nosotros. Creo que puedo contar los días en que no pude celebrar la misa, incluso en ocasiones solo, en los momentos de la enfermedad que nos obligó a aislarnos.

Ha sido un gran regalo para mí el poder ser instrumento del perdón de Dios y me ha llenado el alma de alegría ver a tantos hermanos y hermanas salir del confesionario con el rostro resplandeciente y agradecido, porque a través del instrumento que soy, pudieron reencontrar el camino de la libertad y de la vida.

He sido padre y hermano para muchas personas y para muchos de mis compañeros combonianos. He sido oído que escucha, hombro sobre el cual han podido recargarse cuando la carga se hacía pesada. He sido simple instrumento en las manos de Dios que quiso tocar por mi medio la vida y el corazón de muchos que volvieron a sentirse amados.

Creo poder decir que mi sacerdocio ha sido un sacerdocio misionero y para la misión. He querido estar siempre disponible y he tratado de responder siempre con disponibilidad y generosidad a todos los servicios y ministerios que se me han solicitado. Deseo seguir en esa actitud y le pido a Dios la gracia de poder seguir diciendo sí a todo lo que se me pida con la certeza de que él me llevará por los caminos que me convienen.

De cara al futuro, siento que no tengo grandes planes ni proyectos y en mi corazón se mueve sólo el querer estar disponible y abierto a todo lo que el Señor seguirá haciendo en mi vida y a través de mí.

Me gustaría que los años que vienen me bridaran la oportunidad de crecer en la experiencia del abandono y que mi sacerdocio siga siendo envuelto por la experiencia de la alegría de saber que Dios pue de hacer grandes cosas en mi vida con lo poco que siento que puedo poner a su disposición.

Pido, como gracia, el seguir creciendo en entrega y generosidad para hacer de este ministerio un instrumento que brinde un poco de vida y de felicidad a todas las personas que iré encontrando por los caminos de la misión.

Me gustaría que los años de sacerdocio misionero que me esperan en el futuro sean años vividos con la pasión que movió siempre a san Daniel Comboni. Una pasión misionera vivida entre los más pobres y abandonados. Una misión vivida en comunión y construyendo fraternidad con las personas que podrá a mi lado.

Me encantaría que los años que vienen mi sacerdocio me permita acercarme un poco más a la cruz del Señor y que se me conceda la gracia de vivir sin poner límites a la entrega, al sacrificio, a la cercanía con quienes tienen necesidad de una palabra y de una mano tendida que les permita descubrir la presencia de Dios en sus vidas.

Hoy doy gracias porque el Señor ha sido bueno conmigo, porque me ha acompañado con una gran paciencia, porque ha sido fiel y en ningún momento me ha dejado solo. Doy gracias porque ha sido misericordioso y compasivo en los momentos en que, por mi fragilidad, no he sabido responder como él lo hubiera esperado.

Doy gracias porque voy entendiendo que soy sacerdote y misionero no por méritos míos, sino por una gracia enorme que el Señor sigue concediéndome, simplemente porque me ama.

Agradezco a quienes se alegran hoy conmigo y a quienes me han acompañado a lo largo de estos cuarenta años. Ha sido una bella experiencia, ha sido un largo peregrinar, ha sido un tiempo único en el que Dios nos ha hecho entender cuanto nos ama.

Que la aventura siga por muchos años y que cada instante se convierta en oportunidad para vivir dando gracias».

P. Enrique Sánchez González Mccj
29 de septiembre de 2024