Vocación al amor: llamados a la vida
Iniciamos el mes de noviembre con dos celebraciones muy importantes: la de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos. Las dos tienen la finalidad de recordarnos que el Señor es el Dios de la vida y que nos invita a vivir con Él en el amor.
Por: P. Wédipo Paixão
La primera vocación a la que todos fuimos llamados es a la vida, en la cual el Creador puso en nuestro corazón una centella de su divino amor que nos empuja a buscarlo, como dijo san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que encuentre descanso en ti». Cada mañana, cada respirar y cada decisión responden al llamado que nos hace el Señor.
El Dios manifestado en la Escritura es un Dios Creador, quien, al llamar a las cosas a la existencia, hace triunfar el amor. Lo coloca en el origen mismo del ser. Revela así lo que verdaderamente es el poder de quien da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean (Rom 4,17). Creando el mundo por su Palabra (cf 2Co 4,6), triunfó sobre los poderes del caos (Gen 1,2). Él continúa ejerciendo esta primera operación en sus criaturas: «En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).
Al preguntarnos: ¿qué es la vida, qué le da sentido?, las personas buscamos responder de distintas maneras, en especial, cuando se encara otro misterio: la muerte. Nacimos en un día que no elegimos, y de igual modo, moriremos sin elegir el día; son como dos puertas: la de entrada a esta realidad, y la otra hacia la eternidad.
Nuestra fe nos ilumina y nos dice que nadie nace por accidente ni es consecuencia de un error; cada ser humano es pensado, amado y querido por Dios. Ninguna persona fue creada para el sufrimiento o el dolor, mismo que experimen-tamos en diversas circunstancias o situaciones de crisis producidas por diversas causas.
Volviendo a la pregunta: ¿Qué es la vida? Digamos que es un tiempo que Dios nos da para aprender a amar, y así, estemos listos para la eternidad junto a Él, que es amor absoluto. Por ello, cada vocación es una cuestión de amor, y sólo éste da sentido a la existencia. Cuando amamos, entregamos nuestra vida como servicio a los demás; de eso se tratan todas las vocaciones, ya sea al sacerdocio o al matrimonio, a convertirse en médico, maestro…
Santa Teresa de Calcuta dijo una vez: «la verdadera pobreza es la falta de amor». El mundo es creado en virtud del amor, y éste es destruido por la violencia y el odio. La vida se desarrolla en esa tensión. Para que una persona asuma sin condiciones una actitud creativa y transformadora, desde que nace, es preciso que se sienta amada. Desde la familia, el niño se descubre ser humano y advierte que está con otros. La familia es para él como el corazón del mundo, donde recibe los primeros cuidados, cariños y sonrisas. Como dice el poeta clásico: «¡Ay del niño a quien sus padres no le han sonreído!».
Dios es amigo de la vida. Por ello, condena toda violencia. Lo hace teniendo en cuenta las diferentes épocas de su pueblo. Así, se pacta la ley del Talión (Ex 21,24), que representa un progreso considerable respecto a los tiempos de Lamec, que se venga sin medida (Gen 4,23-24). El Dios del Antiguo Testamento no es cruel, tiene entrañas de misericordia. Se pone de parte del pueblo oprimido en Egipto (Ex 3,9) y le exige una conducta semejante con el débil (Ex 23,9). Dios se constituye como defensa de las víctimas de la injusticia, en particular, del huérfano, la viuda y el pobre (Ex 22,20ss). A su vez, paulatinamente irá creando la figura del siervo de Dios, que renuncia a la violencia (cf Is 53,7).
El amor creador no nos exime que conozcamos la ciencia tanto de la naturaleza como de las estructuras sociales y, desde esta noción, ponernos al servicio de la humanidad. El amor no es un vago sentimiento ni se contenta con buenas intenciones. El amor creador no huye de la realidad, la asume y busca conocerla de la manera más objetiva posible.
La ciencia y la técnica sin amor deshumanizan a la sociedad; y ésta debe valerse del saber científico y técnico para desplegar su fuerza creadora. ¿Cuánto amor hay en nuestra vida? ¿Cómo hacer de nuestra existencia un don para los demás?
Termino la reflexión con versos del poema «Muere lentamente», cuya autoría está a debate:
- «Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
- Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú, quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
- Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
- Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
- Muere lentamente quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante. Muere lentamente quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
- Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar».