Archives noviembre 2024

I Domingo de Adviento. Año C

Año C – Adviento – 1er domingo
Lucas 21,25-28.34-36: “Vigilad en todo momento orando”
El milagro de la esperanza

Con el primer domingo de Adviento comienza el año litúrgico “C”, durante el cual tendremos como guía al evangelista Lucas. A lo largo de unos doce meses, reviviremos los misterios de la vida del Señor. Mientras el año civil está marcado por ritmos y eventos específicos, el del cristiano está señalado por los misterios de la vida de Cristo, que dan profundidad y sentido a su historia. Mientras que el año civil tiene una dirección predomi­nantemente circular, caracterizada por la repetición, el del cristiano adopta una forma espiral: no se repite, sino que invita a un progreso continuo. Un nuevo año nos trae la gracia de los comienzos y la posibilidad de retomar la vida con un renovado entusiasmo.

Cada ciclo litúrgico comienza con el tiempo de Adviento. Adviento, del latín Adventus, significa “venida”, la venida de Cristo. Pero, ¿de qué venida se trata? Espontáneamente pensamos en la de la Navidad, pues nos preparamos para celebrar la memoria del nacimiento de Jesús. Sin embargo, el nuevo año litúrgico se conecta con el punto final del anterior: el anuncio del regreso del Señor como Rey del universo, Juez de la humanidad y Omega de la historia. Por eso, en el evangelio de hoy, escuchamos la conclusión del discurso escatológico de Jesús según el Evangelio de Lucas: “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria”. Este mismo pasaje se proclamó en el Evangelio de Marcos hace dos domingos, y hoy se presenta en la versión lucana.

El Adviento evoca, ante todo, la actitud del cristiano orientado hacia el futuro. ¡Dios viene del futuro! Un futuro que no debemos temer, sino desear, porque no representa el final, sino el fin último, el cumplimiento de nuestra vida y la realización de las promesas divinas: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, levantaos y alzad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca”. En este primer domingo de Adviento sigue resonando la última invocación de la Iglesia, que espera a su Esposo: “Marana tha! Ven, Señor” (Apocalipsis 22,20).

El Adviento se estructura en cuatro domingos que nos conducen a la Navidad. Es el segundo de los llamados “tiempos fuertes”, en paralelo con la Cuaresma, que prepara la Pascua. Los cuatro domingos del Adviento evocan simbólicamente los 40 días de la Cuaresma. Sin embargo, entre Adviento y Cuaresma existe una gran diferencia: mientras en el tiempo cuaresmal predomina una dimensión penitencial, en el Adviento domina la alegre espera.

El cristiano vive en el “mientras tanto”, entre dos venidas: la de Cristo en la carne y su regreso en la gloria. Sin embargo, en este “mientras tanto” hay también una tercera venida, que se manifiesta en el presente. Como afirma San Bernardo en un célebre sermón sobre el Adviento: “Conocemos una triple venida del Señor. Una venida oculta se sitúa entre las otras dos que son manifiestas. (…) Oculta es, sin embargo, la venida intermedia, en la que solo los elegidos lo ven dentro de sí mismos y sus almas son salvadas por ella. En la primera venida, pues, vino en la debilidad de la carne; en esta intermedia viene en el poder del Espíritu; en la última, vendrá en la majestad de la gloria. Por lo tanto, esta venida intermedia es, por así decirlo, un camino que une la primera con la última”.

Puntos de reflexión

“¡Estad alerta!”: la trompeta del Adviento
“Cuidaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no se carguen con glotonerías, embriagueces y preocupaciones de la vida, y aquel día no os sorprenda de repente”. ¡Cuán fuerte y actual es esta advertencia de Jesús! Es como una trompeta que busca despertar nuestras conciencias, a menudo dormidas, si no anestesiadas. ¿Cuántos de nosotros somos realmente conscientes de que esta es la situación en la que vivimos, perseguida deliberadamente por poderes –no tan ocultos– que manipulan el destino del mundo? Quieren mantenernos dormidos, incapaces de mirar hacia la dirección que llevamos e indiferentes a la injusticia rampante. Hoy, quien está despierto y libre a menudo es considerado una “amenaza”. Pues bien, la Palabra de Dios, en este tiempo de Adviento, es la trompeta que quiere despertarnos antes de que sea demasiado tarde.

“¡Vigilad en todo momento orando!”: la alarma del Adviento
Mantenerse despierto no es fácil. Es fácil dejarse atrapar por el sueño o deslizarse en la somnolencia. Para permanecer vigilantes, Jesús nos recomienda orar en todo momento. La oración nos despierta y afina nuestros sentidos, haciéndonos listos para captar la venida del Señor, que nos visita de maneras siempre nuevas y a menudo inesperadas. El Adviento nos invita a reprogramar la “alarma” de la oración. Esto no significa necesariamente aumentar el tiempo dedicado a orar, sino aprender a “vivir en oración”. ¿Cómo hacerlo? Un modo muy simple es repetir con frecuencia la invocación “Marana tha” – ¡Ven, Señor! – hasta que estas palabras resuenen constantemente dentro de nuestro corazón.

El Adviento y el milagro de la esperanza
La oración del Adviento alimenta especialmente la esperanza. Esperar, en la situación en la que hoy estamos inmersos, es un verdadero milagro. Solo la oración puede obtener esta gracia. De hecho, ¿cómo es posible esperar ante un mundo que a menudo parece como el valle lleno de huesos secos descrito por Ezequiel? (Ez 37). Aquella que era la imagen del pueblo de Dios de entonces, podría ser hoy nuestra realidad. “He aquí que ellos dicen: ‘Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza se ha desvanecido, estamos perdidos.’” Dios pregunta al profeta: “¿Pueden revivir estos huesos?” Sí, es posible. “Profetiza sobre estos huesos y diles: ‘Huesos secos, escuchad la palabra del Señor.’”

El profeta es Cristo que viene, pero también lo es cada cristiano por vocación. Esta es la gracia a pedir en Adviento: despertar y difundir la esperanza.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Erguidos, sobrios y vigilantes

Un comentario a Lc 21, 25-28.34-36

Iniciamos el nuevo año litúrgico (I domingo de adviento), cuyas lecturas parecen enlazarse directamente con las lecturas de la última semana del año anterior. La primera parte del texto de Lucas que leemos hoy (versos 25 a 28) habla con lenguaje apocalíptico del “final de la historia” y de un tiempo en el que parece que “todo se derrumba”. “La angustia –dice Lucas- se apoderará de los pueblos, asustados por el estruendo del mar y de sus olas”.

No hay que olvidar que en la Biblia frecuentemente el mar es el lugar de una violencia incontrolada y una maldad que a veces parece amenazar a la humanidad, como en el caso del Diluvio o del Mar  Rojo que impedía la liberación el pueblo elegido. El mar es imagen de un tiempo de desazón, desorden y confusión que produce temor e inquietud.

En los museos capitolinos de Roma hay una sala dedicada a la “era de la angustia”, en referencia a los siglos de transición de la cultura romana antigua a la era de la cristiandad. Era un tiempo en el que un mundo viejo desaparecía y el nuevo no acababa de afirmarse. Algo así vivieron las primeras comunidades cristianas en el siglo Primero, con la destrucción del Templo, de Jerusalén y del Sistema judío al que pertenecían.

Hoy no usamos ese lenguaje, pero sí hablamos de una época de crisis, en la que parece que ya no vivimos los valores de la Tradición, en la que abunda la confusión y una cierta violencia que nos hace perder la confianza en nosotros mismos y en Dios.

Ante tal situación, la conclusión del evangelista es: cuando suceda todo esto, no se asusten, levántense, alcen la cabeza, manténganse vigilantes y orantes. Quien está con Dios no tiene por qué temer ante las convulsiones dela historia. Como dice San Pablo, ¿quién nos separará del amor de Dios?

Vivir el adviento es renovar esta actitud de esperanza y de orante vigilancia. No se trata de ponernos nerviosos ante los males de nuestro tiempo, sino de mantenernos erguidos, sobrios y vigilantes para ver las nuevas oportunidades que se nos ofrecen.

¡Buen Adviento! ¡Buena preparación de la Navidad!
P. Antonio Villarino, MCCJ


Adviento
tiempo de esperanza y de Misión

Jeremías  33,14-16; Salmo  24; 1Tesalonicenses  3,12-4,2; Lucas  21,25-28.34-36

Reflexiones
Comenzamos hoy el tiempo de Adviento, que significa llegada, espera, encuentro. La buena noticia de Jesús viene a iluminar tres situaciones de la existencia humana y cristiana: la realidad en la cual vivimos, la respuesta de la fe, el camino del cristiano. El Adviento litúrgico nos ayuda a iluminar y vivir el adviento existencial de las esperas personales, entre  los gozos y ansiedades diarias, en las relaciones interpersonales.

1. El evangelista Lucas  -que será nuestro compañero de viaje en el nuevo ciclo litúrgico-  presenta con tono fuerte (Evangelio) la situación real de la humanidad “oprimida por muchos males” (oración colecta): habla de angustia, estruendo, muerte, terror, ansiedad, sacudidas… (v. 25-26). Estos males no se refieren directamente al fin del mundo, sino a la situación actual de la humanidad, con todas sus cargas negativas (múltiples atentados, homicidios, corrupciones, violencias de todo tipo… que siembran muertes, miedos, angustias). La raíz de estos males es el pecado, que contamina todas las relaciones humanas: las relaciones con Dios, consigo mismo, con los demás, con el cosmos. Sumergidos en varias formas de negatividad, algunos dicen que no creen en nada y, sin embargo, luego tienen miedo de todo. El Adviento nos invita a la esperanza: en el derrumbe de los astros podemos leer la caída de  los sistemas humanos de poder, de opresión económica, ideologías, sistemas cerrados que impiden libertad, encuentro, alteridad.

2. La humanidad, sumergida en el mal y en el pecado, es incapaz de salvarse por sí sola. Necesita un Salvador que venga de afuera: Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hombre, es el Salvador que viene. Tiene el poder de Dios para debelar cualquier mal del mundo (v. 27). En efecto, no existe ningún mal, caos o situación negativa que sean más fuertes que Él. Esta es la buena noticia: la liberación del mal es posible, está cerca. Basta con mirar hacia Cristo con confianza: “Cobren ánimo y levanten la cabeza” (v. 28). El Señor que viene tiene la lozanía del brote que despunta (I lectura), de la vida que se renueva, de un mundo nuevo. La venida del Señor es siempre buena noticia; Él tiene solamente “palabras buenas” (v. 14) para nuestra existencia: compromisos diarios, afectos, relaciones interpersonales.

3. Este sueño de Dios es posible con una condición: hay que hacer un camino en la vigilancia y en la oración, para que el corazón no se haga pesado por el libertinaje y por las preocupaciones de la vida (v. 34.36); para vivir agradando a Dios (II lectura); para “progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros y en el amor para con todos” (v. 12). Los textos litúrgicos de hoy contienen una persistente invitación a la vigilancia, a la oración y a la esperanza, que son actitudes características del tiempo de Adviento. La espera del Señor que salva no acabará en una desilusión, quedará satisfecha. “La vida de cada uno es una espera. El presente no basta para nadie. En un primer momento parece que nos falte algo. Más tarde nos damos cuenta de que nos falta Alguien: y lo esperamos” (don Primo Mazzolari). Su venida  -la de cada día y, en especial, la de Navidad-  es siempre una sorpresa grata, cierta, gozosa.

La liturgia nos invita a vivir la espera del Señor Jesús, haciéndonos revivir eficazmente su primera venida en la Navidad. Esta es, en realidad, la fuerza especial de los sacramentos de la Iglesia, que hacen presentes hoy los misterios cristianos que tuvieron lugar en el pasado. De este modo, la historia se recupera plenamente y se convierte en historia de salvación en el hoy de cada cristiano. Para ello es necesario que la espera se convierta en atención al Señor que viene, es decir, preparación paciente de un corazón disponible y purificado, sensible a las necesidades de los demás, pronto a compartir con otros la propia experiencia de Jesús Salvador.

Nosotros los cristianos, que ya creemos en Cristo, sabemos quién es el Salvador que viene, mientras que los no cristianos  –que son todavía la mayor parte de la humanidad (dos terceras partes)–  esperan aún el primer anuncio de Cristo Salvador. Por esta razón, el Adviento es un tiempo litúrgico muy propicio para fortalecer en los cristianos la gratitud a Dios por el don de  la fe y acrecentar en ellos la conciencia de la responsabilidad misionera. Ya el Papa Pío XII exhortaba a la oración y al compromiso misionero, de manera especial durante el Adviento, que es el tiempo de la espera de la humanidad.

P. Romeo Ballan, mccj


Indignación y esperanza
Lucas 21, 25-28.34-36

Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.

Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará «signos» de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.

Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los «acontecimientos cósmicos» que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte.

El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos «Dios».

No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El «último día» no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: «Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación». Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.

Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.

Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. «Tened cuidado: que no se os embote la mente». No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. «Estad siempre despiertos». No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.

¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.

José Antonio Pagola

Cardenal Ayuso: «Lo que más me ha servido han sido mis 20 años de experiencia misionera en África»

En homenaje al cardenal Miguel Ángel Ayuso, primer cardenal en la historia del instituto de los Misioneros Combonianos, recientemente fallecido, reproducimos esta entrevista que le hizo la revista comboniana Mundo Negro. Su gran experiencia misionera la ayudó mucho en su trabajo “en la retaguardia”, como dice él mismo, para fomentar el diálogo entre las religiones.

Entrevistó: Javier Fariñas Martín, MUNDO NEGRO
Fotos: Javier Fariñas, Misioneros Combonianos, Mundo Negro

El cardenal comboniano Miguel Ángel Ayuso es el prefecto del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso desde 2019. Curtido durante 20 años en el trabajo misionero en África, lidera un equipo de 15 personas dedicado a la promoción del encuentro con el otro.

¿En términos no eclesiales, ¿a qué ministerio equivaldría este dicasterio?

Este dicasterio sería un ministerio de asuntos religiosos. Desde aquí nos dedicamos a establecer relaciones oficiales, institucionales, con las conferencias episcopales o con grupos para alcanzar buenas relaciones interreligiosas. Nosotros no nos ocupamos de, entre comillas, cuestiones políticas. La segunda sección de la Secretaría de Estado del Vaticano es la responsable de la relación con los estados y con las organizaciones internacionales. Aunque a veces en nuestro trabajo nos encontramos con personas, grupos o instituciones que quieren abordar cuestiones de tipo sociopolítico, les hacemos ver que nosotros solo nos ocupamos de asuntos interreligiosos. 

¿Tienen contrapartes al mismo nivel en el resto de confesiones? ¿A quién se dirigen cuando tienen que entablar esas relaciones?

Hay una relación bilateral con grupos e instituciones que se acercan a nosotros y manifiestan el deseo de establecer una colaboración regular para reflexionar y potenciar el diálogo interreligioso. Eso ocurre, por ejemplo, con Irán, país con el que tenemos una relación de colaboración desde hace tiempo. Cada dos años nos encontramos en Roma o en Teherán e intercambiamos ideas y reflexiones. También con Irak hemos mantenido algunos encuentros, el último en Bagdad, con sunitas, chiitas y yazidíes. Nuestra contraparte allí es una institución gubernamental que, sin embargo, en su relación con nosotros, aporta reflexión y colaboración de carácter religioso y no político. También mantenemos relación, por ejemplo, con la Academia Real de los Ulemas de Marruecos. Tenemos establecidas una serie de relaciones para compartir, proponer eventualmente algún tipo de mensaje o, simplemente, crear comunión entre las diferentes confesiones.

¿Cuál es el punto de convergencia en esos diálogos?

Principalmente se trata de compartir desde nuestra tradición religiosa, desde nuestra fe; son encuentros de amistad. Buscamos espacios comunes a partir de la diversidad. No pretendemos discutir cara a cara sobre cuestiones teológicas delicadas para ver quién tiene razón, sino que nos encontramos para mirar juntos nuestro mundo y ver qué podemos hacer. Hay una humanidad herida, y hablamos sobre cómo podemos unir nuestras fuerzas para crear un mundo mejor. Se trata de no ­ponernos enfrente sino al lado del otro. Hay muchos elementos que son necesarios como la libertad religiosa, la cohesión social, la dignidad humana… Es interesante ver que en los temas más espinosos, entre las diferentes tradiciones religiosas o, incluso, a nivel político, suele haber puntos de vista comunes. Así, por ejemplo, vemos cómo la Santa Sede y los países musulmanes se sienten unidos en la defensa de la vida y de la familia. 

¿La religión puede ser un instrumento útil para abordar asuntos políticos?

Sí. Mi predecesor, el cardenal Jean-Louis Tauran, en repetidas ocasiones decía que la religión no es un problema sino que es parte de la solución a los problemas de hoy. El mundo de la política y de lo social no debe mirar con sospecha a la religión o a las diferentes denominaciones religiosas, sino ver en ellas una fuente de donde obtener resultados positivos. En estos últimos años ha habido una especie de interferencia. Aunque a veces lo político ha entrado en lo religioso y viceversa, y esto crea conflictos, divisiones y reacciones de­sagradables, no podemos ignorarnos. 

¿Percibe cierto rechazo a dialogar con el diferente, con el otro?

Sí, he visto que hay miedo, y el miedo es el mayor enemigo del diálogo. En encuentros y reuniones me dicen a veces que hay muchos musulmanes en Europa y que van a invadir e islamizar el continente. Siempre he dicho que no hay que tener miedo a esta presencia extranjera desde el punto de vista social, identitario, intercultural e interreligioso, sino que debemos experimentar la inclusión de la que habla el papa Francisco. A mí lo que me da miedo como cristiano es el abandono de la fe por parte del mundo cristiano, me dan miedo una secularización y una laicización agresivas que luchan contra los valores cristianos. Esto es lo que hace desintegrar nuestra identidad. Esto es lo que me da miedo y me preocupa. Si en Occidente tuviéramos una fe arraigada, no tendríamos miedo de esto. Lo que sí tenemos que hacer es saber acogerlos, aceptarlos e integrarlos desde la diversidad.

¿Este miedo es más propio de los adultos o de los jóvenes?

Este miedo y esta reacción de rechazo que tenemos los adultos se difumina cuando me encuentro con gente joven. No se sienten mal porque viven integrados y aceptan esa integración desde el respeto, la amistad y la colaboración. A veces estamos demasiado preocupados por este asunto. Debemos reconocer que hay una nueva generación que está creciendo y que tiene que aprender estos valores con el objetivo de vivir en diversidad respetando la propia identidad. Una sana diversidad refuerza nuestra identidad. Aquello que nosotros creemos que es un problema, o a lo que tenemos miedo, en realidad dispone de una riqueza potencial enorme siempre que nos lleve a una cultura de la aceptación y la inclusión del otro. Sin embargo, sabemos que esto, muy a menudo, convive por desgracia con una evidente cultura de exclusión.

Hablaba antes del abandono de la fe. ¿Estamos ante un fenómeno eminentemente occidental?

Sí, aunque entre otras confesiones religiosas hay una sensación de que este proceso de secularización, que promueve un modelo de sociedad focalizado en el bienestar desde un punto de vista materialista y que anula la dimensión religiosa que tiene el ser humano, puede provocar la pérdida de nuestras tradiciones.

¿Qué importancia tiene en el diálogo interreligioso el documento sobre la Fraternidad Humana suscrito en Abu Dabi en febrero de 2019?

Es un documento que ha marcado un hito en la historia. Ha tenido una gran recepción en todo el mundo y a todos los niveles porque no es un documento religioso, no es un documento para los cristianos o los musulmanes, sino que es para la humanidad. Se dirige a los líderes políticos y financieros, a los responsables de la sociedad, de las comunidades religiosas, para que se pueda establecer un tipo de convivencia en paz. Todos los participantes en el Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales celebrado en septiembre del año pasado en Kazajstán, y en el que participó el Papa, adoptaron el documento. Aunque el texto, que es del papa Francisco y del gran imam de Al Azhar, no está pensado para que otras personas o instituciones lo rubriquen, es importante ver cómo los participantes en el congreso de Kazajstán expresaron su deseo de seguir los pasos propuestos en él. Y no solo eso. El presidente de Timor Este, en su primera comparecencia ante el Parlamento del país, propuso este documento como una hoja de ruta para la labor de su Gobierno.

¿Cuántas veces pasó por las manos del cardenal Ayuso el borrador de este documento?

Es un documento del papa Francisco y del gran imam. Ellos han dicho en numerosas ocasiones que lo han ido trabajando los dos. Sí puedo decir, y no en referencia a este texto, que en la Curia somos y nos sentimos una familia, colaboramos los unos con los otros y estamos al servicio del Santo Padre, de las conferencias episcopales y de las comunidades cristianas en todo el mundo. Por tanto, la actividad del Papa se ve enriquecida por este apoyo que se da en este espíritu de familia y que se expresa, a veces, en documentos como el de la Fraternidad Humana. Es bonito trabajar en la retaguardia.

¿Qué requisitos deben cumplir para trabajar en «esta» retaguardia del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso?

Creo que el punto central sobre el cual se apoya todo lo demás es el de la motivación para trabajar y la identificación con la propia fe. Esto nos ayuda a construir después. El conocimiento de las lenguas es un vehículo que ayuda, no es absolutamente necesario pero ayuda mucho. Hay que conocer un poco las tradiciones religiosas, hay que tener una experiencia de vida, de contacto intercultural e interreligioso. A mí lo que más me ha servido han sido mis 20 años de experiencia misionera en África. No soy diplomático, pero sí tengo experiencia pastoral que, con el tiempo, se ha ido completando con una década en el Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos y ahora como prefecto de este dicasterio. Pero lo que realmente vale es la experiencia y estar motivado para trabajar sobre el diálogo. Después, el trabajo diplomático se va aprendiendo poco a poco. Creo que bastaría solo una cosa para abordar las relaciones interculturales e interreligiosas: un poquito, un poquito, un poquito de sentido común. ¡Cuántas cosas y cuántos problemas se podrían solventar con un poquito de sentido común!

Sin hablar de éxito o fracaso, ¿cuándo sienten en el dicasterio que han logrado algo importante?

Más que en términos de éxito, trabajamos en términos de servicio. Tratamos de servir, de hacer el bien sin mirar a quién. Nosotros colaboramos con muchas comunidades religiosas, con el Consejo Mundial de las Iglesias, pero también con diferentes comunidades y denominaciones cristianas porque tenemos una necesidad de comunión entre nosotros para dar testimonio de unidad a los que pertenecen a otras tradiciones religiosas. Aquí, aparte del diálogo interreligioso, nos interesa el diálogo intrarreligioso. ¿El éxito? No nos da tiempo a pensar en él porque cuando obtenemos algún objetivo ya tenemos sobre la mesa cuatro o cinco más.

Cuando el Papa fue a Bangui, pidió permiso y rezó en la mezquita. En las relaciones interreligiosas, ¿qué importancia tienen los gestos?

Son fundamentales. No hay que hacer un revoltijo que haga pensar que con los gestos perdemos nuestra identidad, pero hay momentos en los que se ven cosas que impactan muchísimo, como ver al papa Francisco en los jardines vaticanos con los líderes judío, musulmán y palestino en un clima de oración, pero no para rezar juntos, sino para, juntos, rezar, que es distinto… A veces personas y comunidades con muy buena intención hacen una especie de potaje que no es bueno. Hay gestos de los cuales no podemos escandalizarnos, sino que tenemos que acogerlos como gestos de comunión y no de división, confusión o renuncia a la propia fe.

¿Somos de escándalo fácil?

En el entorno interreligioso, sí. En ocasiones, en todas las tradiciones religiosas hay posiciones radicales, hay tradicionalistas a los que les cuesta acercarse a los demás. He visto trabajos muy bonitos de misioneros en África. Les he preguntado por su actividad y se saben de memoria los nombres y apellidos de todos los fieles de la parroquia, pero si les pregunto si hay protestantes o musulmanes en la aldea, me dicen que ellos no se preocupan de eso, que solo se interesan por los «suyos». Hay personas santas y capaces a las que les falta esa dimensión de apertura a los demás. Se le atribuye a André Malraux la frase que dice que «el siglo XXI será religioso o no será». Y es verdad. Vivimos en sociedades donde las diferentes tradiciones, y en concreto la nuestra, tienen necesidad de dar testimonio de su fe. Esto, no obstante, no debe hacerse desde un punto de vista proselitista, sino desde una perspectiva de acogida del otro para que podamos construir juntos una sociedad mejor. Tenemos un gran desafío y no debemos tener miedo ni ser excluyentes. Si realmente quiero estar identificado con mi fe, con mi cultura, con mi ser, entonces tengo que abrirme a los demás. Cuando salimos de nosotros mismos y descubrimos otras realidades y culturas, volvemos a mirarnos, nos redescubrimos y reforzamos nuestra identidad. En lugar de temer que vamos a perder parte de lo que somos, nos sentimos identificados y, a la vez, diferentes de los otros, pero plenos de humanidad en este mundo en el que vivimos. Como dijo el Papa durante la pandemia, todos estamos en la misma barca.  

Entrevista publicada por la Revista Mundo Negro. Marzo 2023, Pág. 42-47

Compartir la vida de la gente

Por: Hna. Soledad Sáenz, mc
Desde Mamelodi West, Sudáfrica

Soy María Soledad Sáenz Rico, misionera comboniana mexicana. Desde hace más de un año vivo y sirvo en la zona semiurbana de Mamelodi West, cerca de Pretoria, Sudáfrica.

Mamelodi es un municipio de la ciudad de Twane, al noreste de Pretoria, en la provincia de Gauteng. Este pueblo se creó durante la época del apartheid, que suponía la segregación racial y era una zona exclusiva para negros. Por esta razón, fue marginada y abandonada durante décadas, y aún sigue siéndolo hoy.

Nuestra presencia misionera abarca una gran extensión de territorio y una densa población, cuya mayoría vive en asentamientos informales o en pequeñas habitaciones alquiladas. Las condiciones de vida son de gran marginación. Faltan servicios básicos como agua, electricidad y letrinas; hay mucha pobreza, altos índices de inseguridad, vandalismo, drogas, violencia y, sobre todo, segregación racial.

La población está formada principalmente por inmigrantes de distintas provincias de Sudáfrica y de otros países africanos. La gran diversidad de culturas y etnias provoca fragmentación social y añade xenofobia, rechazo y violencia contra los inmigrantes. Además, Sudáfrica es el país con la tasa de desempleo más alta del mundo y las consecuencias son desastrosas en esta región.

Mi día inicia temprano. Me levanto a las cuatro y media de la mañana para hacer mi oración personal. A continuación participamos en la eucaristía y en la oración comunitaria con los misioneros combonianos en la parroquia, después tomamos un rápido desayuno.
Los lunes y miércoles acompaño a un grupo de mujeres que siguen un curso de corte y confección en la parroquia. Iniciamos las actividades con ellas a las 10 de la mañana con una oración y una pequeña reflexión. Luego trabajamos hasta la una y media de la tarde. Los martes, jueves y viernes visito a familias y enfermos, aprovechando que no hay actividades parroquiales debido a que la mayoría de la gente trabaja durante toda la semana y no pueden venir a la parroquia. Los fines de semana tengo encuentros con algunos grupos que acompaño y con los que participo en la celebración de la eucaristía con la comunidad.

Un día, llegó una señora muy preocupada y angustiada. Habló inmediatamente al grupo diciendo: «Hermana, por favor hagamos una fuerte oración, pues ayer desapareció la hija de mi vecina que tiene 12 años y no se sabe qué pasó». Estaba tan preocupada que todas dejamos lo que estábamos haciendo e inmediatamente nos pusimos a rezar.

Alguna sugirió rezar una decena de Ave María a la Virgen para pedir su intercesión, y otra, la oración a los Ángeles Custodios. Cuando estábamos terminando de rezar, sonó el celular de la señora, era su vecina para decirle que su hija ya había aparecido; gracias a Dios, la habían encontrado sana y salva. Nuestra alegría fue grande y muchas de las señoras descubrieron que la potencia de la oración es nuestra fuerza. La clase se convirtió en una fiesta de gozo, con cantos y danzas de todas las que estábamos ahí.

Vivimos y compartimos los gozos y esperanzas de esta gente, a la vez que los sufrimientos y preocupaciones de todas las personas con quienes convivimos sin importar raza, edad o religión. Siempre con el deseo de salir adelante y transformar nuestras vidas para hacer de esta sociedad y de este mundo, un lugar más justo y humano donde reine la paz.

Fallece el Cardenal Miguel Ángel Ayuso

El cardenal Miguel Ángel Ayuso, prefecto del Dicasterio para el Diálogo interreligioso, falleció en la mañana de hoy, 25 de noviembre, a consecuencia de una insuficiencia cardiorrespiratoria grave. El Cardenal Ayuso había sido ingresado en la clínica Gemelli de Roma a causa de una insuficiencia respiratoria y de problemas cardíacos. Fue el primero -y hasta ahora único- miembro del instituto comboniano nombrado cardenal. Tenía 72 años.

Miguel Ángel Ayuso Guixot nació en Sevilla (España) el 17 de junio de 1952. Hizo sus primeros votos el 15 de agosto de 1975 en Moncada (Valencia) y fue ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1980, tras haber estudiado la Teología en Roma, donde se licenció en Árabe y Estudios islámicos por el Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos de Roma (PISAI). En 1982 fue destinado a Egipto y en 1986 a Sudán, donde permaneció hasta 1994. En el 2000, obtuvo también un Doctorado en Teología sistemática y Dogmática por la Universidad de Granada (España). Buena parte de su vida misionera la pasó como profesor de Islamología, tanto en Jartum (Sudán) como en El Cairo (Egipto), hasta que fue nombrado director del PISAI en 2003.

El 30 de junio de 2012 fue designado por el papa Benedicto XVI como nuevo secretario del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso,​ que era presidido por el cardenal Jean-Louis Tauran, y vice-prefecto de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Musulmanes, presidida por el cardenal Francis Arinze.

El 29 de enero de 2016, el papa Francisco le otorgó el título honorífico de obispo titular de la diócesis de Luperciana​ (situada en la Sede titular Cartaginense de Túnez).​ Recibió la consagración episcopal​ el 19 de marzo del mismo año, en la Basílica de San Pedro de la Ciudad del Vaticano, de manos del propio papa Francisco.

El 26 de septiembre de 2017 fue confirmado como secretario del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso in aliud quinquennium. El 15 de mayo de 2019 fue nombrado presidente del mismo Pontificio Consejo y miembro de la Congregación para las Iglesias Orientales.

El 1 de septiembre de 2019, el papa Francisco anunció, en el tradicional rezo del Ángelus en la plaza de San Pedro del Vaticano, la creación de trece nuevos cardenales, entre los que se encontraba Mons. Ayuso. El Consistorio en el que fueron creados miembros del colegio cardenalicio se celebró el 5 de octubre de ese año.

El 13 de octubre de 2020 fue nombrado miembro de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Tras la entrada en vigor de la constitución apostólica Praedicate evangelium el 5 de junio de 2022, pasó a ser prefecto del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso. El 17 de febrero de este año fue nombrado miembro del Dicasterio de las Causas de los Santos.

Trabajó como principal representante del Vaticano en el restablecimiento del diálogo con el gran imán Ahmed el-Tayeb de la mezquita Al-Azhar de El Cairo. Fue también uno de los artífices de la declaración conjunta sobre la Fraternidad Humana, emitida por el Gran Imán y el Papa Francisco en febrero de 2019 en Abu Dhabi.

Con su muerte se pierde un gran defensor del diálogo interreligioso. Hablaba numerosas lenguas, entre ellas el árabe, el italiano, el inglés y el francés. Dio numerosas conferencias y escribió numerosos artículos sobre el islam y el diálogo entre las religiones.

Más información en Vatican News

Carta del P. Elio Sassella contando el viaje de los primeros Combonianos que llegaron a México

El 25 de noviembre es el aniversario de la muerte del P. Elio Sassella, superior del primer grupo de Combonianos que llegaron a México. En el Bolletino della Congregazione dei Figli del S. Cuore, nº 26, hay tres páginas sueltas en las que se reproduce la primera carta que escribió narrando el viaje desde la salida de Nápoles hasta la llegada a Tijuana y sus impresiones de los primeros días en México. En memoria de este gran misionero y de aquel primer grupo, reproducimos aquí la carta completa. (En la foto, es el segundo por la derecha, con sombrero y abrigo negro).

«Les escribo desde Tijuana, nuestro destino temporal, para darles un pequeño informe de nuestro viaje y nuestras primeras impresiones de México, país que ya conocemos personalmente.

El viaje, como ya escribí, fue bastante incómodo. Llegamos a Nueva York el 1 de enero (1948), después de trece días de viaje con escalas de unas horas en Palermo y las Azores para desembarcar y embarcar pasajeros. Viajaban con nosotros cinco Padres Menores de varias provincias que iban a China, vía San Francisco-Pacífico, y dos sacerdotes del sur. Era posible celebrar la misa en una sala completamente libre, y los días de fiesta teníamos una gran afluencia de público. El P. Ziller estaba muy perturbado y, un poco menos, el Hno. Garzotti. El penúltimo día fue tormentoso; varios barcos vinieron en nuestra ayuda y uno pequeño se hundió, mientras que uno que transportaba cuerpos de africanos caídos de Europa tuvo un incendio a bordo. Nos alegramos cuando pudimos poner los pies en tierra firme.

En Nueva York encontramos al P. Barbisotti, quien nos ayudó a desembarcar y con él fuimos en coche cama a Cincinnati, donde conocimos a los hermanos, que acogieron con entusiasmo a los “californianos” y nos trataron con exquisita amabilidad durante tres días, en los que descansamos y tuvimos ocasión de visitar las dos parroquias y ver con alegría el Sacred Heart Seminary, al que deseamos grandes éxitos y al que consideramos como nuestra próxima base.

El 20 de enero, a primera hora de la mañana, partimos hacia Los Ángeles; el P. Accorsi vino con nosotros y aprovechó para hacer algunos contactos en el Oeste. Llegamos el 22 por la tarde. Monseñor Torres y Hurtado, que había sido avisado por telegrama desde Cincinnali y que nos dio una conformación, nos esperaba en la estación con dos autos y un coche grande; estaban con él el rector del seminario, un joven sacerdote que estuvo en Roma y que habla muy bien italiano, y un par de teólogos que nos hacen de chófer cuando es necesario.

La acogida fue muy cortés, llena de sincera caridad y atención por parte de todos. Monseñor habla muy bien italiano, le gusta mucho Italia: nada más llegar nos llevó a comer algo en un restaurante italiano y, para la cena en el seminario había dispuesto que  dos cocineros de Vicenza la preparasen a la italiana. Allí estaban los seminaristas alineados para darnos la bienvenida con palmas y cantos mexicanos. Monseñor nos acompañó a la iglesia para dar gracias al Señor y a la Virgen por nuestra llegada. Es un hombre de gran fe, muy devoto de la Virgen, a quien ha confiado todo el Vicariato; un gran trabajador, muy paternal, yo diría fraternal con nosotros, firme frente al poder civil, que a estas alturas ya no lo acosa porque conoce su franqueza y sabe que cuenta con el apoyo del Presidente.

En estos primeros días tuvimos la oportunisdad de ver cuánto se ha hecho en ocho años. Antes en toda la región había ¡sólo 2 sacerdotes! Ahora ha conseguido tener 32 (con nosotros); abrió varias escuelas, algunas incluso numerosas, dirigidas por Hermanas, que antes ni siquiera se conocían; las escuelas son de niñas con niñas de las primeras clases, que son in spe también colegios para chicos.

En el norte nos encontramos en un ambiente que tiene mucho de “americano”, sobre todo para el turismo: americanos que vienen a divertirse aquí. Hay cuatro o cinco ciudades que se han desarrollado en los últimos tiempos: Mexicali, con 100.000 habitantes o más y un solo sacerdote; Tijuana, con 60.000, está un poco mejor atendida; en ella está Monseñor, el seminario, dos parroquias y cuatro conventos con monjas con colegios; Ensenada con 20.000 habitantes, cuenta desde hace un mes con Hermanos Franciscanos de la Provincia de Guadalajara (tres padres y tres hermanos) que han sustituido al único sacerdote que había al principio; hay pueblos de mil, dos mil y más habitantes sin ningún cura.

En el sur es parecido, con el añadido de que faltan los hermosos caminos que hay aquí; hay que establecerse en los tres centros indicados: La Paz (8.000 habitantes en el centro, y unos 20.000 en el territorio), San José del Cabo, Santa Rosalía (no Loreto, como se había entendido erroneamente primero). En San José no hay sacerdote, y allí las Hermanas tienen que hacer un poco de todo: el cura sólo viene a La Paz (6 horas en diligencia) alguna veces al mes; en Santa Rosalía hay un puerto de cierta importancia, porque una empresa francesa explota minas de cobre y tungsteno. Me reservo dar más adelante datos mucho más detallados y precisos.

La entrada en México fue como dar un paseo. Monseñor Torres invitó también al P. Accorsi, que permaneció con nosotros hasta la mañana del día 27 y pudo hacerse una idea del ambiente y quedó bien impresionado por la acogida y el trabajo que nos corresponderá realizar.

El P. Ziller y el P. Piacentini están en Mexicali, donde ayudan al párroco, muy necesitado de ayuda, y practican su español. Tal vez otros dos padres vayan también un tiempo a Ensenada con los Padres Franciscanos, que los acogen de corazón. Los demás (es decir, por ahora cuatro padres y los tres hermanos) están aquí como huéspedes en el seminario, que todavía no está terminado; hay unos cincuenta seminaristas (otros están en los otros seminarios) en todas las clases; Monseñor nos lo ha pedido y no hemos podido rechazar.  Mientras que estamos aquí, yo enseño un poco de dogmática y el P. Ruggera moral (matrimonial) a los nueve teólogos.

El P. Vignato estuvo muy bien durante el viaje; cuando llegó a Cincinnati sufrió una furunculosis en el cuello que le produjo fiebre. Lo visitó un médico de la ciudad y tras tres inyecciones de penicilina, todo pasó, incluso en estas circunstancias nos encontramos con los máximos cuidados y todas las atenciones ya sea por parte de los superiores del seminario como por parte de los médicos, que no quisieron ser recompensados.

En cuanto a la lengua, tenemos máxima facilidad para hablar, porque estamos en medio de seminaristas y con los superiores, todos hablan mucho y de muy buena gana. El primer domingo de febrero comenzaremos a confesar e intentaremos una pequeña prédica: los hermanos se están cansando un poco con los estudios, se está intentando buscar algo que pueda servir para ellos más adelante, algo en lo que se puedan ocupar, pero ellos también están aprendiendo bien.

En lo que respecta al momento de alcanzar el territorio del Sur,  Monseñor pretende que sea en febrero, cuando él y yo vayamos a La Paz. Allí oiremos lo que piensa el Gobernador y, tras el resultado de esta primera reunión, nos ocuparemos de que vengan los demás, con especial urgencia los de San José, ya que allí no hay nadie. Si surgiese alguna dificultad antes de que vengan los padres (si no, más tarde) se hará un viaje a la Ciudad de México para obtener el permiso escrito (hasta ahora sólo tenemos la confirmación oral del Gobernador) y comenzar al pie de la Virgen de Guadalupe el nuevo trabajo. Espera obtener también abundante ayuda material y quiere que yo lo acompañe para conocer a los dirigentes de un comité misionero que trabaja para Baja California, el cual dará seguro su ayuda al territorio Sur.

Este es el plan; si todo va bien este mes o la primera mitad de marzo deberíamos estar en nuestro puesto. Sin embargo, debemos rogar mucho para que podemos obtener fácilmente el permiso de residencia, pero el permiso para ejercer el ministerio no se nos puede conceder, estrictamente hablando, porque va contra la Constitución que los extranjeros lo ejerzan; nadie dirá nada, lo mismo que con tantas otras leyes; el peligro es que algunos masones (y en México la masonería está muy extendida y es muy fuerte, incluso aquí en Tijuana está la logia con edificio propio y emblemas expuestos en público…) plantea quejas por la violación de la Constitución. Sin embargo, no se prevén peligros y dificultades graves; por el contrario, Monseñor Torres nos leyó una carta del subdelegado de Mulegé (en el municipio de S. Rosalia) que dice que el municipio está privado de toda asistencia religiosa; desde su nombramiento, se ha formado una comisión, de la que forma parte el Gobernador de La Paz; se ha restaurado la antesala jesuítica del siglo XVIII, la iglesia está lista. Él mismo vino a bendecirla y a inaugurarla para el culto, disponiendo que a partir de entonces se celebraran oficios religiosos al menos una vez cada 15 días; esto da una idea de la situación religiosa de la región, y también de la actitud de las autoridades a pesar de las leyes anticlericales.

La población es muy religiosa; es fácil ver, como en Sicilia y en nuestro Mezzogiorno, a personas, incluso hombres, rezando en público con los brazos en cruz, arrastrándose de rodillas desde la puerta de la iglesia hasta el altar; comulgan con grandes escapularios de las distintas cofradías; son muy deferentes con el sacerdote, no dejan de besarle las manos… Naturalmente, falta la asistencia y la instrucción religiosa… Ahora, con Mons. Torres, se ha iniciado un hermoso movimiento con los pocos sacerdotes y la ayuda de las Hermanas (todas sin hábito), que hacen una labor verdaderamente misionera: aquí en Tijuana, tienen sus pequeños colegas en los diferentes barrios con capilla, donde el sacerdote viene cuando puede, para celebrar misa; reúnen a la gente los domingos; tienen 32 puestos de catecismo; van casa por casa interesándose por los niños; investigando y analizando las situaciones difíciles, etc.; conducen el automóvil; ahora que hemos llegado nosotros, nos recogen con el auto para llevarnos a celebrar la misa.

Como última curiosidad, el vicerrector del seminario está organizando una corrida de toros en el centro de la ciudad con los toreros más famosos y la presencia de renombrados artistas de Hollywood a beneficio del seminario, y está planeando una hermosa ayuda para continuar con la obra.

Es cierto que cada ambiente tiene su propia fisonomía; es necesario conocer el alma mexicana para entrar en contacto y hacer el bien.

Monseñor nos advierte del peligro que podemos correr los italianos, habituados a costumbres más severas; existe el peligro de irnos al extremo opuesto, como le sucedió al que nos precedió y que formó una triste tradición, especialmente a San José. La Virgen, sin embargo, también ha concedido gracia a este respecto: Monseñor, que falleció hace apenas un mes, la puso en marcha con el permiso de la Santa Sede.

En cuanto a la situación civil y geográfica, la dificultad, como estamos viendo, estará en la comunicación con los pueblos y rancherías dispersas; hay vida civil en los centros, y se puede encontrar un poco de todo; hay luz eléctrica en todos los pueblos, así como comunicación por avión dos veces por semana entre Tijuana, Santa Rosalía y La Paz, y entre La Paz y el continente está la famosa carretera (transitable) por la que se puede hacer el tramo La Paz – S. José en seis horas de diligencia.

He tratado de transmitir la información que pudimos obtener en este primer encuentro con México y se la hago llegar a ustedes. Espero que los hermanos oren por la nueva misión para que sea bendecida por Dios desde el principio, y que cuando estemos asentados vengan otras expediciones a ayudar a las ovejas perdidas que esperan un pastor. Aquí hay tanto por hacer. Hay gente que necesita pastores, hay poblaciones necesitadas de atención pastoral y se realiza una labor verdaderamente misionera por estos sacerdotes y religiosos que no tienen en mente otra cosa que el triunfo de la bondad y de Nuestro Señor. Como decía Mons. Torres, existe también la satisfacción de trabajar y luchar contra las fuerzas del mal que son oficialmente dueñas del campo, pero debemos ser testigos de una manifestación de fe simpre renaciente, a pesar de cien años de constitución anliclerical.

Es fácil encontrarse con verdaderos maestros de la fe, que cuentan la alegría del tiempo en que fueron encarcelados por Nuestro Señor; el propio Monseñor fue juzgado y condenado a muerte, pero luego el juez le mostró en la clandestinidad a dónde tenía que huir. “si no -decía-, mi mujer y mi hija me matan…”.

Nuestra tarea es que este soplo de lo sobrenatural, que se eleva del México mártir, llegue también a las almas abandonadas de la Baja California del Sur.

Concluyo deseándoles lo mejor en todas las obras que nuestros hermanos realizan en todas partes y asegurándoles que estamos, incluso desde este remoto rincón del mundo, íntimamente unidos a todos ellos en la caridad del Sagrado Corazón de Jesús y de María.

Elio M. Sassella F. S. C. J.

P.S. – Si escriben, usan el correo aereo. Si no, tarda meses»

XXXIV Domingo ordinario. Año B

34o Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Jesucristo, Rey del Universo
Juan 18,33-37: “¡Yo soy rey!”
La Gran Burla de Dios

Hoy, último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Esta festividad fue introducida por el Papa Pío XI en 1925, en un período histórico marcado por las dificultades y turbulencias del período de posguerra. El Papa Pío XI estaba convencido de que solo la proclamación de la realeza de Cristo sobre todos los pueblos y naciones podía garantizar la paz. Con la reforma litúrgica que siguió al Concilio Vaticano II, la festividad se colocó al final del año litúrgico, como su conclusión natural.

El texto del Evangelio está tomado del relato de San Juan sobre el interrogatorio de Jesús ante Pilato, el procurador romano. La narración gira en torno al tema de la realeza de Jesús. En el centro del relato encontramos la parodia de la coronación real de Cristo, con la corona de espinas y el manto púrpura, escenificada por los soldados. El término “rey/reino/realeza” (en griego basileús/basileía) aparece catorce veces en todo el relato, con una mención adicional referida a César. Esta realeza es reivindicada por Jesús, utilizada sarcásticamente por Pilato y los soldados romanos, y rechazada por los judíos.

Esta riqueza literaria joánica presenta el episodio como una verdadera “epifanía”, es decir, una revelación de la realeza de Cristo. Además, se destaca el sentido de libertad que Jesús transmite en todo el relato, en contraste con la incertidumbre y el miedo de Pilato. Al final, el juzgado se revela como el verdadero Juez (Jn 19,8-11).

De esta manera se cumple lo que afirman los Salmos: “Se burlan de mí todos los que me ven” (Sal 22,8); “Pero tú, Señor, te ríes de ellos, te burlas de todas las naciones” (Sal 59,9); “El que habita en el cielo se ríe, el Señor se burla de ellos […]: ‘Yo mismo he establecido a mi rey sobre Sión, mi monte santo’” (Sal 2,4-6). Nuestro deseo (no tan secreto) de “sentarnos en un trono” (sea cual sea) aparece, a los ojos de Dios, como una triste farsa. San Pablo, reflexionando sobre la acción de Dios en la vida de Jesús, concluye: “Lo que es necio para el mundo, Dios lo eligió para confundir a los sabios; lo que es débil para el mundo, Dios lo eligió para confundir a los fuertes” (1 Cor 1,27).

La resurrección del Rey Crucificado revela lo que estaba oculto a nuestros ojos: el Señor reina desde el trono de la cruz. “Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y bajo la tierra” (Filipenses 2,9-10). Desde el tercer día comenzó la “venganza” de todos los oprimidos y vencidos de la historia.

Puntos para la reflexión

Las lecturas propuestas por la liturgia nos ayudan a profundizar algunos aspectos de la realeza de Cristo proclamada en el Evangelio.

1. Primera lectura (Daniel 7,13-14): “Vi venir con las nubes del cielo a alguien como un hijo de hombre.” Realeza y HUMANIDAD.

A este Hijo del Hombre “se le dio poder, gloria y reino”. Su realeza es universal, estable y eterna. Esta figura misteriosa aparece después de que Daniel viera salir del mar cuatro grandes bestias, terribles y espantosas, símbolo de poderes hostiles a Dios. Las cuatro bestias mitológicas representan los cuatro imperios anteriores: opresivos, sanguinarios y arrogantes.

Esta “visión” del profeta ilumina el gesto de Pilato al presentar a Jesús a la multitud diciendo: “¡Aquí está el hombre!” (19,5). Solo un poder humilde, expresado en el servicio, nos hace verdaderamente humanos. Cualquier otro tipo de poder es… ¡bestial!

Todos tenemos algún poder sobre otros: por nuestro rol social, laboral, comunitario, eclesial… Pero, ¿cómo lo ejercemos? Todo poder puede ejercerse en nombre de Dios, si se vive al estilo de Jesús: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve.” Esta es la realeza del cristiano, recibida en el bautismo: una realeza que libera y humaniza. De lo contrario, se convierte en un poder inspirado por la Bestia, que esclaviza.

2. Salmo responsorial (Salmo 92): “El Señor reina, se viste de majestad.” Realeza y HUMILDAD.

El salmista celebra la realeza de Dios. Dondequiera que Dios reina, su majestad resplandece, su fuerza se manifiesta y se establece un nuevo orden donde habita la justicia de manera permanente. Su realeza es humilde. Dios no necesita ostentar ni imponer su poder. Él es “El que Es.” Su realeza se revela precisamente en la humildad. Por eso el Magnificat de la Virgen María es el más bello himno de alabanza a la realeza de Dios.

3. Segunda lectura (Apocalipsis 1,5-8): “Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra.” Realeza y VERDAD.

Jesús es el Testigo. El Evangelio lo deja claro: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.” Lamentablemente, la liturgia omitió la reacción de Pilato a esta afirmación de Jesús: “¿Qué es la verdad?” Esta pregunta, a menudo retórica y cargada de sarcasmo, se convierte en un atajo que también utilizamos para evitar enfrentarnos a una verdad incómoda. Preferimos relativizar todo para justificar una verdad conveniente.

¿Qué es la verdad? ¿Qué habría respondido Jesús a Pilato? “¡Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida!” (Juan 14,6). ¿Qué es la verdad? “¡La transparencia del amor!”, responde Maurice Zundel, teólogo y místico suizo (1897-1975).

¿Cómo podemos vivir y honrar la realeza de Cristo? Convirtiéndonos en transparencia del amor de Dios en el mundo que nos rodea.

P. Manuel João Pereira Correia, MCCJ


Profetas, sacerdotes y reyes

Solemnidad de Cristo Rey
Comentario a Jn 18, 33-37

Estamos al final del año litúrgico, que se concluye con esta Solemnidad de Cristo Rey, que hay que entender bien, si no queremos cometer una grave equivocación en la manera de comprender la figura de Jesús. Ciertamente, Jesús no era rey a la manera de los reyes o gobernadores del poder civil, como Pilatos, por ejemplo. Más bien Jesús se había presentado, en su subida a Jerusalén, como un Mesías humilde (montado sobre un pollino) y ahora, ante Pilatos, se presenta como un testigo (mártir) de la Verdad.

Efectivamente, en este domingo, la liturgia abandona la lectura de Marcos y nos presenta un breve pasaje de la narración que Juan hace de la Pasión del Maestro. En ese pasaje el evangelista pone frente a frente los dos personajes contrapuestos: Pilato (representante de un poder que se impone a sí mismo por la fuerza de las armas, aunque eso suponga asesinar a un inocente) y Jesús (testigo de la Verdad de Dios en libertad soberana, con serena humildad y total ausencia de temor o sometimiento de la conciencia).

Si estamos atentos a la lectura de Juan, podemos darnos cuenta que el evangelista nos presenta a Jesús como un hombre libre y, por tanto, soberano frente a un hombre poderoso pero carente de libertad propia; de hecho termina haciendo aquello a lo que otras personas le fuerzan en contra de su propio criterio. Pilato no es libre, Jesús sí. Porque, como diría en otra ocasión,  a él la vida nadie se la arrebata, sino que la entrega libremente (Jn 10,8). San Pablo explicaría más tarde, después de años de discipulado, que él “nos ha amado y se entregó a sí mismo por nosotros” (Ef 5, 2.25).

Esa profunda libertad interior que posee Jesús le hace protagonista de un Reino que no es de este mundo, es decir, del mundo de la arrogancia, la mentira, el abuso. Jesús pertenece al reino del Padre, hecho de verdad y justicia, de amor y perdón. Y por ese Reino Jesús está dispuesto a “entregar” su vida, porque ni siquiera el temor a perder su vida le ata como a la mayoría de nosotros. Él no es esclavo del temor a perder la vida, como nosotros. Él es libre y verdadero y por eso es soberano.

Celebrando esta fiesta, los discípulos de Jesús renovamos la dulce certeza de ser amados por el Enviado del Padre de una manera incondicional. Esa certeza de ser amados nos da una gran soberanía frente a tantos miedos interiores y presiones exteriores. El amor de Jesús, experimentado hoy por la presencia del Espíritu Santo en nosotros, nos libera del reino de este mundo (mentira, arrogancia, orgullo, búsqueda desordenada de riquezas o placeres) y nos introduce en el reino del Padre, es decir, nos hace libres y capaces para vivir en libertad y dignidad, en verdad y amor, como testigos de la Verdad del Padre para nosotros y para los demás. Por algo cuando nos bautizaron, nos llamaron “profetas, sacerdotes y reyes”.

El discípulo de Jesús, como su Maestro, se hace una persona libre y liberadora. Eso es lo que celebramos hoy.

P. Antonio Villarino, mccj


El Reino de un Dios crucificado, que no fracasa
Daniel 7,13-14; Salmo 92; Apocalipsis 1,5-8; Juan 18,33-37

Reflexiones
¡Qué extraña forma de proclamarse Rey! El Cristo de la Pasión, en diálogo con el procurador romano (Evangelio), posee las insignias de un rey: una corona sobre la cabeza, un bastón en la mano, una capa roja, las ‘reverencias’ de los soldados… ¡Son los signos de un rey derrotado! Los jefes religiosos, la gente en la plaza, los soldados romanos ya están convencidos: lo han destruido, pueden cantar victoria. Pilato sigue perplejo ante la serenidad de un hombre que, en esas condiciones, insiste en llamarse rey, aunque no de un reino de este mundo. Pilato no puede entender este lenguaje, y menos aún el tema de la verdad (v. 36-37). Sus preguntas inquisitivas tienen un sentido político: le basta haber averiguado que ese hombre, en tal estado, no constituye una amenaza para el imperio de Roma. Hoy también, el signo del hombre-Dios crucificado, pegado a la pared, está lejos de constituir una amenaza. Por el contrario, ¡es un signo benéfico! Lo entiende serenamente cualquier persona mínimamente informada, que tiene un corazón recto y libre de ideologías.

Será el mismo Pilato, representante del imperio más poderoso del mundo, quien reconocerá la realeza de Cristo, con aquella inscripción sobre la cruz: “Jesús Nazareno, el rey de los Judíos” (Jn 19,19). Jesús encarna el verdadero “hijo de hombre”, aquel misterioso personaje – preludio de un nuevo pueblo – anunciado por el profeta Daniel (I lectura), que recibe de Dios poder real sobre todos los pueblos, naciones y lenguas, un reino que “no tendrá fin” (v. 14). El pueblo de Daniel, en aquel momento, estaba experimentando la opresión, sin renunciar por eso a sueños grandiosos para el futuro. El pueblo del nuevo Reino tendrá como punto de convergencia a Cristo. Lo traspasaron, pero es “¡el Alfa y la Omega, el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso!” (II lectura).

Jesús no renuncia a su título de rey, pero lo libera de las cosas vanas de los reinos de este mundo y lo enriquece con contenidos nuevos, evangélicos: el que es el primero debe servir a los demás; no hace alianzas con los ricos y poderosos, pero escoge estar al lado de los últimos; no da órdenes, pero obedece; no mata a nadie, pero muere Él por todos; lo que importa no es ser servido, sino hacerse servidor; estar al lado de los marginados, hacerse cargo, ser hermano y guardián del prójimo.

Pilato muestra ante todos al hombre (“ecce homo” – vean aquí al hombre – Jn 19,5), al rey derrotado, coronado de espinas… Jesús ha proclamado varias veces su identidad, su Evangelio. El que quiso, lo entendió. Ahora Jesús está allí, ante todos, espera en silencio. Cada cual debe dar su respuesta personal, hacer su opción de vida: escoger el camino fácil del poder y de las riquezas, o triunfar haciéndose discípulos humildes y pobres de un rey derrotado, crucificado y resucitado. ¡Por amor! Seguir los pasos de un rey derrotado puede parecer un fracaso; sin embargo, ¡el Reino de Dios no fracasa! Baste recordar la parábola de los invitados al banquete (cfr. Lc 14,15-24). Al final, el rey logra llenar la casa. A pesar de los continuos rechazos por parte de la libertad humana, Dios no fracasa. Él busca siempre nuevos caminos para realizar su plan de salvación para toda la familia humana.

En esta obra de salvación Dios quiere involucrar a muchos amigos y comprometerlos para la misión en el mundo entero. Las modalidades y los tiempos son múltiples. Junto con las iniciativas que dan visibilidad a la obra evangelizadora (congresos, sínodos, documentos, publicaciones, grandes obras, edificios…), están el trabajo capilar y escondido de misioneros y misioneras, la presencia continua de sacerdotes y de laicos educadores y catequistas, los gestos generosos de chicos y jóvenes, el soporte de los enfermos que ofrecen oraciones y sufrimientos, el compromiso por la promoción de la justicia y de los derechos de las personas más humildes, y muchas otras iniciativas que, si bien son limitadas y ocultas, sirven para renovar y sostener el ardor misionero por el Reino de Dios.

P. Romeo Ballan, MCCJ


Lo decisivo

CRISTO REY
Juan 18, 33-37

El juicio contra Jesús tuvo lugar probablemente en el palacio en el que residía Pilato cuando acudía a Jerusalén. Allí se encuentran una mañana de abril del año 30 un reo indefenso llamado Jesús y el representante del poderoso sistema imperial de Roma.

El evangelio de Juan relata el dialogo entre ambos. En realidad, más que un interrogatorio, parece un discurso de Jesús para esclarecer algunos temas que interesan mucho al evangelista. En un determinado momento Jesús hace esta solemne proclamación: “Yo para esto nací y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad, escucha mi voz”.

Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos.

Por eso, Jesús habla con autoridad, pero sin falsos autoritarismos. Habla con sinceridad, pero sin dogmatismos. No habla como los fanáticos, que tratan de imponer su verdad. Tampoco como los funcionarios, que la defienden por obligación, aunque no crean en ella. No se siente nunca guardián de la verdad, sino testigo.

Jesús no convierte la verdad de Dios en propaganda. No la utiliza en provecho propio sino en defensa de los pobres. No tolera la mentira o el encubrimiento de las injusticias. No soporta las manipulaciones. Jesús se convierte así en “voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz” (Jon Sobrino).

Esta voz es más necesaria que nunca en esta sociedad atrapada en una grave crisis económica. La ocultación de la verdad es uno de los más firmes presupuestos de la actuación de los poderes financieros y de la gestación política sometida a sus exigencias. Se nos quiere hacer vivir la crisis en la mentira.

Se hace todo lo posible para ocultar la responsabilidad de los principales causantes de la crisis y se ignora de manera perversa el sufrimiento de las víctimas más débiles e indefensas. Es urgente humanizar la crisis poniendo en el centro de atención la verdad de los que sufren y la atención prioritaria a su situación cada vez más grave.

Es la primera verdad exigible a todos si no queremos ser inhumanos. El primer dato previo a todo. No podemos acostumbrarnos a la exclusión social y la desesperanza en que están cayendo los más débiles. Quienes seguimos a Jesús hemos de escuchar su voz y salir instintivamente en defensa de los últimos. Quien es de la verdad escucha su voz.

José Antonio Pagola