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Hay un tiempo

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: 

Tiempo para nacer y tiempo para morir, tiempo para arrancar y tiempo para plantar, tiempo para matar y tiempo para sanar, tiempo para destruir y tiempo para construir, tiempo para llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar, tiempo de tirar piedras y tiempo de recogerlas, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse, tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de romper y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar, tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz”.    (Eclesiastés, 3, 1-8)

Faltan sólo unas cuantas horas para que el año 2024 cierre sus puertas dejándonos el recuerdo de un tiempo que ha sido único en nuestras vidas. Un tiempo que no volverá porque ya cumplió con su misión y quedará ahí, en nuestros recuerdos, como parte de una historia que nos sorprendió con sus alegrías y sus penas, con sus logros y fracasos, con sus luces y sus sombras, con todo lo que nos permite decir hoy, con gratitud,  que ha valido la pena llegar hasta el final de este año.

Para todo ha habido tiempo y nunca nos imaginamos que viviríamos cada instante con tanta intensidad. Seguramente, diremos que no ha sido un año como los demás. Y  no podía serlo porque Dios siempre está a la obra y nunca se cansa de innovar, de sorprendernos y de mostrarnos que, al final de cuentas, es él quien nos va guiando en lo ordinario de nuestro caminar. Dios no se repite y hace de cada instante algo espectacular.

Volteando hacia atrás, en el tiempo, nos damos cuenta de que este año que se va no han sido sólo unos meses más. Hemos sido bendecidos, de muchas maneras, y enriquecidos con tantas presencias que son lo único que queda;  son esa riqueza que no se puede cuantificar. 

Son presencias que están ahora en nuestros corazones y que nadie nos podrá arrancar, porque son dones sagrados a través de las cuales Dios nos ha querido hablar y nos ha mostrado que sólo vive para amarnos.

Tal vez vamos a decir que no hemos sido enriquecidos con cosas, con dinero, con fama o con poder; pero el cariño que se nos ha concedido nos ha hecho entender que lo único que queda en el tiempo, lo que vale, son las personas que han ensanchado nuestros corazones para amar y dejarnos amar.

En lo más alto del 2024, ahí en donde casi se toca con el 2025 que llega cargado de sus promesas, con sus meses y sus días, con sus exigencias de confianza y sus invitaciones al abandono y a la esperanzas; ahí es en donde nace el deseo de pedir que el tiempo que se avecina  sea un año como Dios lo ha soñado para nosotros pensando únicamente en nuestra felicidad y alegría o simplemente en nuestro sencillo bienestar. 

El tiempo que se ha ido nos mueve a la gratitud y al reconocimiento de la bondad del Señor que ha estado presente de tantas maneras. Damos gracias por la salud y por la vida, por la cordura de nuestra mente que nos ha impedido hacer desastres mayúsculos, aunque no hayan faltado torpezas y errores, imprudencias y descuidos.

Nos sentimos agradecidos porque reconocemos que hemos crecido de muchas maneras. Sí, ahora somos más viejos o nos gustaría decir que hemos acumulado algunos kilos y se dibujan algunos hilos blancos sobre nuestras cabezas que nos hacen creer que somos más sabios y prudentes, aunque nos falte mucho todavía por andar. 

El tiempo ha dejado su huella en las articulaciones que rechinan un poco más y en los reflejos que se van haciendo más lentos o en los brazos que se alargan porque ya no alcanzamos a distinguir las letras con la misma claridad de hace unos cuantos años. En el mejor de los casos hemos ganado en realismo y en sano optimismo que nos obliga a confiar más en los demás.

Claro que lloramos en los momentos de dolor y de tristeza, cuando nos descubrimos frágiles, débiles, limitados y pecadores. Cuando nuestros anhelos se vieron frustrados y cuando nos dimos cuenta de que no hicimos el bien que habíamos soñado. Sí, hubo tiempo para lágrimas amargas cuando no supimos sembrar bondad y ternura y la frustración se apoderó de nosotros ante la injusticia y la arrogancia.

Pero, ciertamente fueron más los momentos en que pudimos reír agradecidos por los instantes compartidos con los nuevos amigos, con los hermanos y hermanas que se nos dieron en donde menos los esperábamos, en los momentos de comunión compartidos junto con los tacos al pastor o el capuchino frío, en los momentos en que sentimos cuánto contábamos a los ojos de quienes nos hicieron sentir parte de sus vidas teniendo como motivo sólo el hecho de estar.

Cómo no agradecer tantos momentos vividos en lo gratuito de una amistad que nació sin que nos lo hubiésemos propuesto y que nos hizo cómplices en las búsquedas de ese Dios que  por todas partes se nos hacía presente invitándonos a su servicio, dando con sencillez nuestro tiempo a quienes sólo buscaban un pretexto para mostrarnos su capacidad de amar.

En este 2024 hemos sembrado tanto. Hemos dejado miles le palabras en tantos corazones, Dios nos utilizó como instrumentos de su misericordia y de su presencia y, dándonos con generosidad, es mucho más lo que hemos recibido que lo que hemos podido dejar de nosotros mismos en la tarea de dar. 

Simplemente, podemos decir que ya no somos los mismos. Y el tiempo se encargó de llevar a termino lo que, sin mucha conciencia de nuestra parte, Dios iba tejiendo en lo secreto de nuestras vidas. Los días del 2024 que se va sólo han sido pretextos en el corazón de Dios para irnos mostrando su ternura, su paciencia y su fidelidad en una aventura de vida que no sabemos cuánto durará. 

El tiempo que fue pasando, como liquido que no se atrapa en el puño de la mano,  y ha dejado en nosotros todo aquello que acabamos por reconocer como lo esencial, lo realmente importante, para mantener libre el corazón de toda atadura humana. 

Y así, seguramente descubrimos que lo verdaderamente importante está en los pequeños detalles de la vida; en el tiempo dado a los demás sin pretender nada a cambio, en los gestos de servicio ofrecidos con el único deseo de hacerle la vida más agradable a quien tenemos al lado. 

Con el pasar de los meses nos descubrimos, sin sentirlo demasiado, un poquito más humanos gracias al cariño de quienes no hacen ruido, pero han dejado la huella de eso que llamamos calor humano.

Sentados en el último peldaño de este 2024 que se nos va sin hacer escándalo, tal vez nos den ganas de decir aquel “Gracias” que recoge lo que llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Un gracias a Dios  que ha sido generoso con nosotros, haciendo que se produjera el milagro de la vida durante esos 365 días en que nos hemos despertado creyendo que teníamos derecho a una existencia sin medidas. Un gracias a quienes nos han dejado y se han ido de este mundo dejando en nuestros corazones una huella que despierta nuestra fe y nos mueve a creer que nos volveremos a encontrar algún día.  

Gracias por el don de la vocación misionera que nos empuja a ir más lejos, a vivir lo bello de la solidaridad y cercanía con los más pobres. Gracias por tantos momentos de purificación y de crecimiento personal que nos han ayudado a sentir la cercanía y el consuelo del Señor que nos ha repetido muchas veces: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Trayendo a este momento todos los instantes del 2024, creo que todos podríamos decir que ha habido tiempo para darnos cuenta que los meses y los años seguirán siendo una oportunidad para que podamos decir que el amor y el tiempo en el corazón de Dios seguirán coincidiendo para que vivamos amando.

Qué el 2025 venga como tiempo que nos conceda acercarnos a nuestros hermanos con un corazón nuevo y a Dios con lo mejor que tengamos.

Feliz año nuevo.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

31 de diciembre 2024

María Santísima Madre de Dios

Los Pilares del Año Nuevo

Lucas 2,16-21: “Y le pusieron por nombre Jesús”

El primer día del año civil, la Iglesia celebra la solemnidad de María Santísima Madre de Dios. Es también el último día de la Octava de Navidad, que recuerda el rito de la circuncisión de Jesús. Además, desde 1968, por voluntad del Papa Pablo VI, este día está dedicado a la oración por la paz.
La liturgia nos ofrece “la primera Palabra del año”, portadora de gracia y bendición. Meditémosla reflexionando sobre tres realidades: María, el nombre de Jesús y la Bendición de la Paz. Estos son los pilares sobre los cuales construir el edificio de nuestra vida en el nuevo año. Se nos entregan 365 ladrillos para hacerlo, y la Palabra nos proporciona el plano, el diseño.

¡MARÍA y el escándalo del pesebre!

“Todos los que oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.”

Entramos en el nuevo año bajo el amparo de María, la Madre de Dios. Durante este tiempo navideño, nuestra atención se centra naturalmente en el Niño. Sin embargo, hoy la Iglesia nos invita a elevar la mirada hacia la Madre. De ella aprendemos cómo contemplar, acoger y profundizar en el Misterio del nacimiento de Jesús.
Los pastores encuentran al Niño “acostado en el pesebre”, un hecho que los llena de alegría porque confirma la palabra del ángel y porque el Salvador nace en su entorno: es uno de ellos. Para todos, el testimonio de los pastores es motivo de asombro.
Pero, ¿para María? “Para María, la Santa Madre de Dios, no fue así. Ella tuvo que soportar ‘el escándalo del pesebre’” (Papa Francisco, 1 de enero de 2022).

Encontremos tiempo en estos días para detenernos frente a un icono de María o, mejor aún, para visitarla en una de sus numerosas “moradas”, los santuarios dedicados a ella, para pedirle su capacidad de meditar sobre los acontecimientos. No todos los 365 ladrillos del nuevo año serán bonitos, lisos, bien cortados y fáciles de encajar en el edificio de nuestra vida. ¡Ojalá fuera así! Algunos estarán deformados y serán difíciles de integrar. Sin duda, no faltarán los días problemáticos y difíciles. Estos son los “ladrillos” del desaliento, la tristeza o incluso del escándalo ante ciertos acontecimientos de la vida. Estaremos tentados a descartarlos como inútiles.
La mirada de María, que “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, puede ayudarnos. Solo su “paciencia meditativa” nos permitirá integrar ciertos ladrillos en el rompecabezas de nuestra vida. Aquello que no entendemos y que estamos tentados a descartar debe ser conservado con mayor atención.

Entremos en el nuevo año con la mirada de María: a través de la Puerta de su corazón o la Ventana de sus ojos, aprendamos a guardar y meditar los acontecimientos, para encontrar sentido incluso en aquello que inicialmente nos resulta incomprensible.

¡JESÚS, el Nombre y los nombres!

“Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarlo, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de ser concebido en el vientre.”

Hoy, al octavo día de su nacimiento, el Niño es circuncidado y recibe un nombre: Jesús, que significa “El Señor salva”. Este nombre, designado por el Cielo a través del ángel, es la forma española del latín Jesus, que a su vez proviene del griego Iesoûs. El original arameo era Yeshua, una forma abreviada del hebreo Yehoshua. También Josué, el sucesor de Moisés, llevaba este nombre. Era un nombre muy común en la época.
En los Evangelios, el nombre de Jesús aparece 566 veces. Ya no es simplemente un nombre, sino que revela su identidad como Salvador. Pronunciarlo equivale a una profesión de fe para quienes lo invocan. Como afirma san Pedro: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres en el que podamos ser salvados” (Hechos de los Apóstoles 4,12).

Ahora Dios tiene un nombre: Jesús, “El Señor salva”. Podemos nombrarlo y establecer una relación personal con Él. ¡Qué hermoso sería si, durante este nuevo año, el nombre de Jesús fuera el más frecuente en nuestros labios y el más vivo en nuestro corazón! Esto nos invita a practicar un ejercicio espiritual: la llamada “Oración del Corazón”. Consiste en repetir continuamente el nombre de Jesús, al ritmo de nuestra respiración, como se repite el nombre de una persona amada. Una forma muy sencilla de oración, capaz de crear una comunión profunda con Él y con todos los que invocan su nombre.

BENDICIÓN: ¡bendecidos, bendigamos!

“Que el Señor te bendiga y te guarde. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su gracia. Que el Señor vuelva su rostro hacia ti y te dé la paz.” (Números 6, 22-27, primera lectura)

Es particularmente consolador y estimulante tomar conciencia de que este nuevo año comienza bajo el signo de la bendición. La paz es tanto la fuente como el fruto de la bendición. Entramos en 2025 bendecidos, pero es fundamental permanecer en la Bendición. Para ello, es necesario: bendecir a Aquel que es el Bendito, fuente de toda bendición; bendecir la vida; bendecir nuestra historia. Sobre todo, debemos bendecir a las personas que encontramos a lo largo del día.
“¡Bendecid y no maldigáis!” (Romanos 12,14). Debemos reconocer que, a menudo, nos resulta más espontáneo maldecir: maldecir la vida, los políticos, los sacerdotes (¡ay, a veces con razón!), el jefe, los colegas, el autobús que llega tarde, el tráfico, o el vecino ruidoso… Y así corremos el riesgo de vivir una vida “maldita”.

Aquí está un tercer ejercicio para el nuevo año: salir de casa cada día con la conciencia de estar bendecidos y esparcir bendiciones por todas partes, ¡a derecha y a izquierda! La paz nos seguirá.

¡Feliz Año Nuevo! ¡Shalom!
P. Manuel João Pereira Correia, mccj


La Madre

José A. Pagola

María conservaba todas estas cosas.

A muchos puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María Madre de Dios. Y sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.

Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.

Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas.

Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo.

Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura.

Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?

Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecemos con su ausencia casi total en nuestras vidas.

María es la Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es sólo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.

Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

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Homilía del Papa Francisco

Las lecturas de la liturgia de hoy resaltan tres verbos, que se cumplen en la Madre de Dios: bendecir, nacer y encontrar.

Bendecir. En el Libro de los Números el Señor pide que los ministros sagrados bendigan a su pueblo: «Bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga”» (6,23-24). No es una exhortación piadosa, sino una petición concreta. Y es importante que también hoy los sacerdotes bendigan al Pueblo de Dios, sin cansarse; y que además todos los fieles sean portadores de bendición, que bendigan. El Señor sabe que necesitamos ser bendecidos: lo primero que hizo después de la creación fue decir bien de cada cosa y decir muy bien de nosotros. Pero ahora, con el Hijo de Dios, no recibimos sólo palabras de bendición, sino la misma bendición: Jesús es la bendición del Padre. En Él el Padre, dice san Pablo, nos bendice «con toda clase de bendiciones» (Ef 1,3). Cada vez que abrimos el corazón a Jesús, la bendición de Dios entra en nuestra vida.

Hoy celebramos al Hijo de Dios, el Bendito por naturaleza, que viene a nosotros a través de la Madre, la bendita por gracia. María nos trae de ese modo la bendición de Dios. Donde está ella llega Jesús. Por eso necesitamos acogerla, como santa Isabel, que la hizo entrar en su casa, inmediatamente reconoció la bendición y dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). Son las palabras que repetimos en el Avemaría. Acogiendo a María somos bendecidos, pero también aprendemos a bendecir. La Virgen, de hecho, enseña que la bendición se recibe para darla. Ella, la bendita, fue bendición para todos los que la encontraron: para Isabel, para los esposos de Caná, para los Apóstoles en el Cenáculo… También nosotros estamos llamados a bendecir, a decir bien en nombre de Dios. El mundo está gravemente contaminado por el decir mal y por el pensar mal de los demás, de la sociedad, de sí mismos. Pero la maldición corrompe, hace que todo degenere, mientras que la bendición regenera, da fuerza para comenzar de nuevo cada día. Pidamos a la Madre de Dios la gracia de ser para los demás portadores gozosos de la bendición de Dios, como ella lo es para nosotros.

El segundo verboes nacer. San Pablo remarca que el Hijo de Dios ha «nacido de una mujer» (Gal 4,4). En pocas palabras nos dice una cosa maravillosa: que el Señor nació como nosotros. No apareció ya adulto, sino niño; no vino al mundo él solo, sino de una mujer, después de nueve meses en el seno de la Madre, a quien dejó que formara su propia humanidad. El corazón del Señor comenzó a latir en María, el Dios de la vida tomó el oxígeno de ella. Desde entonces María nos une a Dios, porque en ella Dios se unió a nuestra carne para siempre. María —le gustaba decir a san Francisco— «ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad» (San Buenaventura, Legenda major, 9,3). Ella no es sólo el puente entre Dios y nosotros, es más todavía: es el camino que Dios ha recorrido para llegar a nosotros y es la senda que debemos recorrer nosotros para llegar a Él. A través de María encontramos a Dios como Él quiere: en la ternura, en la intimidad, en la carne. Sí, porque Jesús no es una idea abstracta, es concreto, encarnado, nació de mujer y creció pacientemente. Las mujeres conocen esta concreción paciente, nosotros los hombres somos frecuentemente más abstractos y queremos las cosas inmediatamente; las mujeres son concretas y saben tejer con paciencia los hilos de la vida. Cuántas mujeres, cuántas madres de este modo hacen nacer y renacer la vida, dando un porvenir al mundo.

No estamos en el mundo para morir, sino para generar vida. La Santa Madre de Dios nos enseña que el primer paso para dar vida a lo que nos rodea es amarlo en nuestro interior. Ella, dice hoy el Evangelio, “conservaba todo en su corazón” (cf. Lc 2,19). Y es del corazón que nace el bien: qué importante es tener limpio el corazón, custodiar la vida interior, la oración. Qué importante es educar el corazón al cuidado, a valorar a las personas y las cosas. Todo comienza ahí, del hacerse cargo de los demás, del mundo, de la creación. No sirve conocer muchas personas y muchas cosas si no nos ocupamos de ellas. Este año, mientras esperamos una recuperación y nuevos tratamientos, no dejemos de lado el cuidado. Porque, además de la vacuna para el cuerpo se necesita la vacuna para el corazón: y esta vacuna es el cuidado. Será un buen año si cuidamos a los otros, como hace la Virgen con nosotros.

El tercer verbo es encontrar. El Evangelio nos dice que los pastores «encontraron a María y a José, y al Niño» (v. 16). No encontraron signos prodigiosos y espectaculares, sino una familia sencilla. Allí, sin embargo, encontraron verdaderamente a Dios, que es grandeza en lo pequeño, fortaleza en la ternura. Pero, ¿cómo hicieron los pastores para encontrar este signo tan poco llamativo? Fueron llamados por un ángel. Tampoco nosotros habríamos encontrado a Dios si no hubiésemos sido llamados por gracia. No podíamos imaginar un Dios semejante, que nace de una mujer y revoluciona la historia con la ternura, pero por gracia lo hemos encontrado. Y hemos descubierto que su perdón nos hace renacer, que su consuelo enciende la esperanza, y su presencia da una alegría incontenible. Lo hemos encontrado, pero no debemos perderlo de vista. El Señor, de hecho, no se encuentra una vez para siempre: sino que hemos de encontrarlo cada día. Por eso el Evangelio describe a los pastores siempre en búsqueda, en movimiento: “fueron corriendo, encontraron, contaron, se volvieron dando gloria y alabanza a Dios” (cf. vv. 16-17.20). No eran pasivos, porque para acoger la gracia es necesario mantenerse activos.

Y nosotros, ¿qué debemos encontrar al inicio de este año? Sería hermoso encontrar tiempo para alguien. El tiempo es una riqueza que todos tenemos, pero de la que somos celosos, porque queremos usarla sólo para nosotros. Hemos de pedir la gracia de encontrar tiempo: tiempo para Dios y para el prójimo: para el que está solo, para el que sufre, para el que necesita ser escuchado y cuidado. Si encontramos tiempo para regalar, nos sorprenderemos y seremos felices, como los pastores. Que la Virgen, que ha llevado a Dios en el tiempo, nos ayude a dar nuestro tiempo. Santa Madre de Dios, a ti te consagramos el nuevo año. Tú, que sabes custodiar en el corazón, cuídanos. Bendice nuestro tiempo y enséñanos a encontrar tiempo para Dios y para los demás. Nosotros con alegría y confianza te aclamamos: ¡Santa Madre de Dios! Y que así sea.

Francisco, 1 Enero 2021

Evangelizando al estilo “chizokole”

Por: P. Gabriel Uribe González
Desde: Chama, Zambia

Chitumbuka es uno de 72 idiomas hablados en las distintas regiones de Zambia. “Chizokole” es una palabra chitumbuka propia de cazadores. En lo que sigue deseo brevemente describir su significado como técnica tradicional de caza y su aplicación figurada en el apostolado misionero.

Pesca y caza son actividades comunales de aldea y se reparten el producto al final de la jornada. Grupos de mujeres atienden la pesca. Los hombres organizan la caza, es decir, el chizokole. No es recomendable ir de caza solos. Se corren riesgos, uno muy real es extraviarse o ser pieza de caza uno mismo. Se sabe que en lugares boscosos se esconden los animales.  La brigada de cazadores se distribuye en torno al lugar elegido. Acto seguido, y a la voz en grito de tikole, tikole, chizokole, es decir, cacemos, cacemos, avanzan hacia el centro del lugar donde se encuentran atrapadas las piezas deseadas.

En el plan anual de la parroquia se programan dos o tres “chizokoles pastorales”. Este fin de semana, viernes y sábado se realiza el segundo, previo aviso parroquial e invitación a quienes deseen participar en él. De hecho, un grupo de mujeres y jóvenes, encabezados por el párroco, recorren e invitan, en dinámica chizokole, a vecinos de una sección de la parroquia de Chama.

El objetivo del chizokole varía. Para los cazadores puede ser un búfalo, pieza grande o venados. En el caso pastoral es re-animar a cristianos flojos o alejados. Otro es reclutar candidatos al catecumenado. Esta vez es formar una comunidad de estudio bíblico (comunidad de base). Ya hay tres comunidades en el entorno. Una de ellas, por extensión territorial y membresía necesita ser dividida. En ambos objetivos se encuentran siempre no cristianos o miembros de otras comuniones cristianas que piden ser admitidos al catecumenado. En tales casos son las comunidades, ya constituidas, las que los acompañarán en su camino al bautismo o al recibimiento formal en la Iglesia católica si ya han sido bautizados. En chizokole pastoral no se trata de fijar un centro de oración, tipo capilla, a la que se acude una vez a la semana. Se trata más bien de promover espíritu de comunidad cristiana en la sección o aldea, vecinos que se reúnen semanalmente en diferentes domicilios; fieles que oran, estudian la biblia y comparten soluciones a necesidades en la sección o aldea. En todo caso, las comunidades vecinas se reúnen en domingo para celebrar la eucaristía. La palabra chizokole para los hablantes chitumbuka es esencial como para nosotros misioneros lo es la palabra animación. Luego el que anima es animado.

Fiesta de la Sagrada Familia

Fiesta de la Sagrada Familia. Año C
Lucas 2, 41-52

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Para la fiesta de Pascua iban los padres de Jesús todos los años a Jerusalén. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según costumbre. Al terminar ésta, mientras ellos se volvían, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Pensando que iba en la caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos. Al no encontrarlo, regresaron a buscarlo a Jerusalén. Luego de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban maravillados ante su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, se quedaron desconcertados, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Él replicó: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?”. Ellos no entendieron lo que les dijo. Regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Una Familia diferente
José A. Pagola

Entre los católicos se defiende casi instintivamente el valor de la familia, pero no siempre nos detenemos a reflexionar el contenido concreto de un proyecto familiar, entendido y vivido desde el Evangelio. ¿Cómo sería una familia inspirada en Jesús?

La familia, según él, tiene su origen en el misterio del Creador, que atrae a la mujer y al varón a ser “una sola carne”, compartiendo su vida en una entrega mutua, animada por un amor libre y gratuito. Esto es lo primero y decisivo. Esta experiencia amorosa de los padres puede engendrar una familia sana.

Siguiendo la llamada profunda de su amor, los padres se convierten en fuente de vida nueva. Es su tarea más apasionante. La que puede dar una hondura y un horizonte nuevo a su amor. La que puede consolidar para siempre su obra creadora en el mundo.

Los hijos son un regalo y una responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción incomparable. La actuación de Jesús, defendiendo siempre a los pequeños y abrazando y bendiciendo a los niños, sugiere la actitud básica: cuidar la vida frágil de quienes comienzan la andadura por este mundo. Nadie les podrá ofrecer nada mejor.

Una familia cristiana trata de vivir una experiencia original en medio de la sociedad actual, indiferente y agnóstica: construir su hogar desde Jesús. “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Es Jesús quien alienta, sostiene y orienta la vida sana de la familia cristiana.

El hogar se convierte entonces en un espacio privilegiado para vivir las experiencias más básicas de la fe cristiana: la confianza en un Dios bueno, amigo del ser humano; la atracción por el estilo de vida de Jesús; el descubrimiento del proyecto de Dios, de construir un mundo más digno, justo y amable para todos. La lectura del Evangelio en familia es una experiencia decisiva.

En un hogar donde se vive a Jesús con fe sencilla, pero con pasión grande, crece una familia acogedora, sensible al sufrimiento de los más necesitados, donde se aprende a compartir y a comprometerse por un mundo más humano. Una familia que no se encierra solo en sus intereses sino que vive abierta a la familia humana.

Muchos padres viven hoy desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para enfrentarse a su tarea. ¿No podrían recibir una ayuda más concreta y eficaz desde las comunidades cristianas? A muchos padres creyentes les haría mucho bien encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente. No es evangélico exigirles tareas heroicas y desentendernos luego de sus luchas y desvelos.

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Asombro y angustia
Papa Francisco

Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia y la liturgia nos invita a reflexionar sobre la experiencia de María, José y Jesús, unidos por un inmenso amor y animados por una gran confianza en Dios. El pasaje del Evangelio de hoy (cf. Lucas 2, 41-52) narra el viaje de la familia de Nazaret a Jerusalén, para la fiesta de Pascua. Pero, en el viaje de regreso, los padres se dan cuenta de que el hijo de doce años no está en la caravana. Después de tres días de búsqueda y temor, lo encuentran en el templo, sentado entre los doctores, concentrado discutiendo con ellos. Al ver al Hijo, María y José «quedaron sorprendidos» (v. 48) y la Madre expresó su temor diciendo: «Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando».

El asombro, ellos «quedaron sorprendidos», y la angustia, «tu padre y yo, angustiados», son los dos elementos sobre los que me gustaría llamar tu atención: asombro y angustia.

En la familia de Nazaret, el asombro nunca cesó, ni siquiera en un momento dramático como la pérdida de Jesús: es la capacidad de sorprenderse por la manifestación gradual del Hijo de Dios. Es el mismo asombro que también afecta a los doctores del templo, admirados «por su inteligencia y sus respuestas» (v.47). Pero, ¿qué es el asombro, qué es sorprenderse? Sorprenderse y maravillarse es lo contrario a dar todo por sentado, es lo contrario a interpretar la realidad que nos rodea y los acontecimientos de la historia solo de acuerdo con nuestros criterios. Y una persona que hace esto no sabe lo que es la maravilla, lo que es el asombro. Sorprenderse es abrirse a los demás, comprender las razones de los demás: esta actitud es importante para sanar las relaciones comprometidas entre las personas y también es indispensable para sanar heridas abiertas dentro de la familia. Cuando hay problemas en las familias, asumimos que tenemos razón y cerramos la puerta a los demás. En su lugar, uno debe pensar: «¿Qué tiene de bueno esta persona?» Y maravillarse con eso «bueno». Y esto ayuda a la unidad de la familia. Si tenéis problemas en la familia, pensad en las cosas buenas que tiene el familiar con el que tenéis problemas, y maravillaos con eso. Y esto ayudará a sanar las heridas familiares.

El segundo elemento que me gustaría comprender del Evangelio es la angustia que experimentaron María y José cuando no encontraban a Jesús. Esta angustia manifiesta la centralidad de Jesús en la Sagrada Familia. La Virgen y su esposo habían acogido a ese Hijo, lo custodiaron y lo vieron crecer en edad, sabiduría y gracia en medio de ellos, pero sobre todo creció en sus corazones; Y, poco a poco, su afecto y comprensión por él aumentaron. He aquí por lo que la familia de Nazaret es santa: porque estaba centrada en Jesús, todas las atenciones y cuidados de María y José estaban dirigidas a él.

La angustia que sintieron en los tres días de la pérdida de Jesús también debe ser nuestra angustia cuando estamos lejos de Él, cuando estamos lejos de Jesús. Debemos sentir angustia cuando nos olvidamos de Jesús durante más de tres días, sin rezar, sin leer el Evangelio, sin sentir la necesidad de su presencia y su amistad consoladora. Y muchas veces pasan los días sin que yo recuerde a Jesús. Pero esto es malo, esto es muy malo. Debemos sentir angustia cuando suceden estas cosas. María y José lo buscaron y lo encontraron en el templo mientras enseñaba: nosotros también, es sobre todo en la casa de Dios donde podemos encontrarnos con el divino Maestro y acoger su mensaje de salvación. En la celebración eucarística hacemos una experiencia viva de Cristo; Él nos habla, nos ofrece su Palabra, nos ilumina, ilumina nuestro viaje, nos da su Cuerpo en la Eucaristía, del cual obtenemos fuerzas para enfrentar las dificultades de cada día.

Y hoy volvemos a casa con estas dos palabras: asombro y angustia. ¿Sé experimentar el asombro cuando veo las cosas buenas de los demás, y así resuelvo los problemas familiares? ¿Me siento angustiado cuando me he apartado de Jesús?

Recemos por todas las familias del mundo, especialmente aquellas en las que, por diversas razones, hay una falta de paz y armonía. Y las confiamos a la protección de la Sagrada Familia de Nazaret.

Angelus 30/12/2018


Ni desvalorizada ni idolatrada
Fernando Armellini

“Los niños son un regalo de Dios para el mundo y son de todos”. Es ésta una frase que a veces provoca los celos de las madres, celos que son síntoma de un amor posesivo por su hijo, lo más probable hijo único, sobreprotegido, súper mimado, súper defendido.

La familia es el lugar privilegiado para la formación y la educación, pero no el único. Hay una comunidad en la que se debe integrar al niño para que en ella crezca, madure, se encuentre con los hermanos y hermanas, y aprenda a acoger la disponibilidad gratuita, la colaboración, la tolerancia, el perdón.

Restringir los horizontes, replegarse complacidos sobre el pequeño mundo de afectos e intereses, encerrarse en estrechas fronteras que ignoran la fraternidad universal, es una idolatría peligrosa para la institución familiar.

La familia querida por Dios es abierta, es una etapa hacia la meta final, es un trampolín desde el que proyectarse hacia la familia del Padre celestial.

El momento de la separación puede ser doloroso –es la experiencia que han hecho María y José cuando Jesús los abandonó– y puede interpretarse como un rechazo y exclusión. En realidad se trata de un salto hacia la vida.

Evangelio: Lucas 2,41-52

Modelo mejor que la familia de Nazaret es imposible proponer a nuestras familias; sin embargo, el hecho que nos narra el evangelio de hoy es un tanto desconcertante. María y José se olvidan del niño en Jerusalén y caminan tranquilamente durante un día entero sin preocuparse por su ausencia. Por otra parte, Jesús se aleja de sus padres sin permiso y, cuando la madre le pide una explicación de su comportamiento, parece que no le da una buena respuesta. María y José no entendieron sus palabras; solo al final se dice que Jesús volvió a Nazaret y, a partir de entonces, “siguió bajo su autoridad” (v. 51); buena decisión, pero ¿cómo se explica su ‘desobediencia’anterior?

Es cierto que, leído como un hecho de crónica, el relato presenta no pocas dificultades. ¿Cómo interpretarlo? Todos sabemos que un encuentro casual con una persona se cuenta de manera muy diferente si se trata de alguien a quien uno no vuelve a ver más o si la persona en cuestión se ha convertido en nuestro mejor amigo. Lucas no escribe su evangelio el día siguiente de que ocurrieran los hechos sino cincuenta años después de la Pascua, y en todas las páginas de su obra revela su fe en Cristo Resucitado.

La muerte y Resurrección de Jesús les ha hecho entender a él y a los cristianos de su comunidad lo que ni siquiera pudieron imaginar María y José setenta años antes. Ya en el niño de doce años, Lucas y los cristianos reconocen al Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador, el que es obediente al Padre hasta el don de la vida.

Después de esta introducción vayamos al pasaje de hoy. La Ley de Israel prescribía (solo para hombres adultos) la peregrinación a Jerusalén tres veces al año durante los principales días festivos (cf. Éx 23,17; Deut 16,16). Para aquellos que vivían muy lejos, sin embargo, era prácticamente imposible observar este precepto. Muchos judíos se consideraban muy afortunados si podían hacer el viaje santo una sola vez en la vida. María y José viven en Nazaret, cerca de Jerusalén, a solo tres días de camino, y subían cada año a la ciudad santa para celebrar la Pascua.

Es con ocasión de una de estas peregrinaciones que sucede el hecho narrado en el evangelio de hoy. Jesús tiene doce años. Por lo tanto, tiene ya casi la edad requerida para la peregrinación (a los trece años en Israel los niños se convierten en adultos y deben cumplir con todos los preceptos de la Ley). El templo era un edificio inmenso y hermoso, rodeado de grandes pórticos en los que los rabinos y escribas explicaban las Sagradas Escrituras, recitaban salmos y daban consejos piadosos a los peregrinos. Jesús está ansioso por descubrir la voluntad del Padre y sabe dónde encontrarlo: en los libros sagrados de su pueblo, en la Biblia. Esa es la razón por la que se detiene en Jerusalén: quiere entender la Palabra de Dios.

Caminando por el templo durante la fiesta, tal vez queda impresionado por las explicaciones de algún maestro mejor preparado y más piadoso que otros y quiere oírlo, hacerle algunas preguntas, aclarar sus dudas. Los peregrinos que lo oyen conversar con los rabinos se quedan asombrados y admirados por su precoz y extraordinaria inteligencia. No es fácil encontrar un chico de su edad que muestre tanto amor por la Biblia y que sea capaz de plantear preguntas tan profundas.

El propósito del relato de Lucas no es hacer hincapié en la inteligencia de Jesús, sino preparar al lector para poder entender la respuesta que Jesús da a su madre, preocupada y sorprendida por su comportamiento. Estas son las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de Lucas. De ahí que para el evangelista sean de especial importancia, casi programáticas de lo que será después su vida. La respuesta está formulada en dos preguntas: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?” (v. 49).

Los niños están acostumbrados a hacer un número infinito de preguntas a sus padres, como Jesús ciertamente lo habrá hecho con los suyos. Ésta sería, probablemente, la primera vez que ellos, María y José, se quedarían sin saber qué responder; de ahí su asombro. “Ellos no entendieron lo que les dijo” (v. 50). Se dan cuenta de que Jesús ha comenzado a distanciarse del limitado entorno familiar y se abre a un horizonte más amplio. Nació en su familia, pero no les pertenece. Es un ciudadano del mundo y, como todos los hijos, es un don de Dios para toda la humanidad.

En aparente contraste con lo que estamos diciendo, la última parte del evangelio de hoy (vv. 51-52) señala que Jesús regresa a Nazaret con sus padres y “siguió bajo su autoridad”. Al parecer, después de la aventura, Jesús vuelve a la vida normal. El significado de la afirmación, sin embargo, es diferente. En Israel hay un mandamiento que impone “honrar a los padres”. Esto implica eldeber de asistirlos en su vejez pero, sobre todo, de seguir fielmente su fe religiosa. Los padres tienen el encargo de informar a sus hijos de lo que el Señor ha hecho por su pueblo (cf. Deut 6,20-25). Obedecer a los padres quiere decir aceptar sus enseñanzas e imitar su lealtad a Dios. En este sentido, Jesús ha honrado a sus padres, ha asimilado su profunda fe en el Dios de Abrahán y el amor por la palabra de Dios a la que hará referencia constante a lo largo de su vida.

Podríamos terminar aquí, pero los eruditos bíblicos nos invitan a leer con más profundidad este pasaje. Están convencidos de que Lucas lo escribió para señalar de manera simbólica, ya al comienzo de su evangelio, los detalles que rodearon la muerte y Resurrección de Jesús. ¿Cuáles? Recordemos algunos.

En primer lugar, ambos acontecimientos (Jesús perdido en el templo y su muerte-Resurrección) tienen lugar en Jerusalén, en la fiesta de Pascua. Jesús sube a Jerusalén dos veces para cumplir la voluntad del Padre y en ambas ocasiones todos regresan a sus casas y lo dejan solo: María y José se van sin entender que Jesús debe ocuparse de las cosas de su Padre; los apóstoles lo abandonan y no entienden que el don de la vida es el que abre las puertas a la gloria de la Resurrección (cf. Lc 24,12).

Al igual que en el evangelio de hoy, en los relatos de Pascua Jesús debe cumplir la voluntad del Padre (cf. Lc 24,7.26.44). Las mujeres están desesperadas, no lo encuentran, y escuchan la misma pregunta: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24,5). Jesús (resucitado) les sale al encuentro “al tercer día”; los discípulos (como María y José) no entienden ni el acontecimiento ni las palabras que les son dirigidas. El domingo de Pascua, Jesús se sienta como un Maestro y hace preguntas acerca de las Escrituras (cf. Lc 24:44), enseña la Palabra de Dios con el fin de “calentar los corazones” y cautivar a sus oyentes (cf. Lc 24:32), tal como lo hizo en el templo cuando era niño.

En el templo los rabinos hacen preguntas a Jesús. Ellos, que también conocen bien la Biblia, no alcanzan a comprender su sentido último. Solo hay una persona que puede iluminar la oscuridad de esos textos: Jesús. Es Él quien, después de la Resurrección, abre la mente de sus discípulos para que comprendan las Escrituras (cf. Lc 24,32). El Antiguo Testamento se hace comprensible solo a la luz de la muerte y Resurrección de Cristo.

Si estas referencias a los acontecimientos de Pascua son intencionales, como sostienen los eruditos bíblicos, entonces el propósito por el que Lucas ha incluido este episodio en su evangelio está claro: quiere que los cristianos de su comunidad no se desanimen si todavía no pueden entender ni acoger el plan del Padre. No es fácil aceptar la idea de que la vida pasa a través de la muerte. El evangelista los invita a no huir; quiere hacerlos regresar a Jerusalén donde, observando y escuchando al Maestro, irán poco a poco abriendo sus corazones a la voluntad del Padre.

Frente a acontecimientos a menudo inexplicables e incomprensibles, solo hay una actitud correcta: “guardar todas las cosas en nuestro corazón”, como lo ha hecho María, y meditarlas a la luz de la Palabra de Dios. Tampoco para ella fue fácil entender y aceptar la senda por la que Dios quiso que su hijo se encaminara.

Alberto Rossa (Pastoral Bible Foundation)


Entrar en el silencio de Dios,
lugar de la verdadera grandeza (Lc. 2, 42)
Maurice Zundel

María y José no comprendieron las palabras que él les dijo. Sus padres humanos no lo entienden. La Virgen lo sabía, pero la sorprendieron las palabras de Jesús, por lo mucho que ella se parecía a los demás. Esto nos permite encontrar una escala de valores auténticos y nos libera de lo maravilloso de los evangelios apócrifos. (Jesús hacía pajaritos de barro y los hacía vivir, etc.)

Lo que hacemos no es nada. Lo que somos es todo. El Evangelio tiene horror de lo maravilloso. Felices los que no vieron pero creyeron.

La grandeza cristiana es grandeza escondida. Tenemos que aprender eso cada día.

No buscar parecer sino ser. Existir como espectáculo de libertad y Amor; no hay trampa posible con la grandeza. No podemos camuflar el vacío que somos, ni impedir el brillo de la grandeza. Actuamos por lo que somos. Nos libera el que existe olvidándose a sí mismo para difundir la luz que lleva dentro.

Tenemos tentación de desanimarnos con los días vacíos, o de enorgullecernos de tal o cual cosa. Ambas cosas son falsas pues basta que vivamos en la luz para que nuestra acción sea universal. Inmensa escuela de esperanza y verdad. Toda una cadena de infidelidades condiciona nuestras vidas. Toda vida recibe su grandeza a través de la vida oculta de la Sagrada Familia, cuya única grandeza está en existir. También es ése su único apostolado. Nadie se convertirá jamás si nosotros no somos para él un espacio de luz y de Amor. Ante la autenticidad, nadie puede permanecer totalmente insensible.

Nietzsche pensaba que Zaratustra no moriría jamás; pero su vida no era transparente a la Presencia divina sin revestirla de palabras que dan náuseas.

El Evangelio de la Sagrada Familia representa una nueva escala de grandeza. Entrar en el silencio que es Dios, un momento cada día, para que los demás puedan descubrir el tesoro escondido que llevamos. Jesús oculto en el seno de la Familia, tanto que su madre se acostumbra y recibe un choque cuando el plano profundo y silencioso se manifiesta… Dios será eternamente un Dios escondido y silencioso.

Homilía inédita de Mauricio Zúndel, en el Cenáculo de Ginebra, en 1957.

http://www.mauricezundel.com

El Verbo es la luz verdadera

Reflexión del Evangelio de hoy
La desproporción entre la propuesta de Dios y la respuesta del hombre

Tomado de: dominicos.org

En este “diálogo de sordos” entre Dios y los hombres que es el hecho de la Navidad, del que hablábamos en la homilía de la misa de medianoche, hoy, en la misa del día, nos sorprende la otra vertiente: la desproporción entre lo que pide Dios y lo que está dispuesto a responder el ser humano.

La oferta de Dios está presentada en la Prólogo dl Evangelio según san Juan, que proclamamos. A primera vista (y más si se lee rápido y con voz cansina y se escucha distraído), es un galimatías, en el que se habla de un Verbo, de un ser eterno, de una luz que ilumina, de alguien que es rechazado por los suyos, pero, que, a pesar de todo se hace carne para habitar ente ellos…

Y sin embargo, este texto intenso y profundo hasta parecer enigmático, es la presentación más elocuente del misterio de la Navidad y sus consecuencias para nosotros. Lo supieron resumir genialmente los Santos Padres: “El Hijo de Dios se hizo hombre, para que el hombre pueda ser hijo de Dios”.

¿Quieren el hombre y la mujer, especialmente el hombre y la mujer de nuestra sociedad secularizada, “ser hijo, hija de Dios”? ¿Le ilusiona? ¿Pone en ello su esperanza y, por lo tanto, el esfuerzo serio por recibirlo y responder a tal promesa?

Solo descendiendo a la profundidad del ser humano, a sus verdaderas y eternas preguntas e inquietudes, puede encontrar cada uno, cada una, el deseo y la nostalgia de encontrar su auténtica autoestima, la raíz de su dignidad inalienable, la razón de su libertad y la respuesta a esa ansia necesaria de lo más necesario: el sentirse amado incondicionalmente y para siempre y poder amar así. Es decir: ser, sentirse y actuar como hijo e hija de Dios.

Un camino práctico para comprender qué significa que Dios se ha hecho hombre lo tenemos en la última encíclica del Papa Francisco, que tiene por título: “Dilexit nos” (“Nos amó”). En ella se nos habla del lugar en donde este “diálogo de sordos” encuentra la luz, el sentido, la razón y la fuerza de las preguntas y las respuestas recíprocas de Dios y del ser humano: el corazón de cada uno abierto al corazón de Cristo:

“En lugar de buscar algunas satisfacciones superficiales y de cumplir un papel frente a los demás, lo mejor es dejar brotar preguntas decisivas: quién soy realmente, qué busco. Qué sentido quiero que tengan mi vida, mis elecciones o mis acciones; por qué y para qué estoy en este mundo, cómo querré valorar mi existencia cuando llegue a su final, qué significado quisiera que tenga todo lo que vivo, quién quiero ser frente a los demás, quién soy frente a Dios. Estas preguntas me llevan a mi corazón” (8).

“Dice el Evangelio que Jesús “vino a los suyos” (Jn 1,110. Los suyos somos nosotros, porque él no nos trata como a algo extraño. Nos considera algo propio, algo que él guarda con cuidado, con cariño. Nos trata como suyos. No significa que seamos sus esclavos, y él mismo lo niega: “Ya no os llamo servidores” (Jn 15,15). Lo que él propone es la pertenencia mutua de los amigos. Vino, saltó todas las distancias, se nos volvió cercano como las cosas más simples y cotidianas de la existencia. De hecho, él tiene otro nombre, que es “Enmanuel” y significa “Dios con nosotros”, Dios junto a nuestra vida, viviendo entre nosotros. El Hijo de Dios se encarnó y “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7)” (34).

“Ese mismo Jesús hoy espera que le des la posibilidad de iluminar tu existencia, de levantarte, de llenarte de su fuerza. Porque antes de morir, dijo a sus discípulos: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes”. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán (Jn 14, 18-19). Siempre encuentra alguna manera para manifestarse en tu vida, para que puedas encontrarte con él” (38).

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio
Convento de Santo Domingo Ra’ykuéra – Asunción (Paraguay).

dominicos.org

Fiesta de la Navidad

La cercanía, la pobreza y lo concreto.
Papa Francisco

¿Qué es lo que le sigue diciendo esta noche a nuestras vidas? Después de dos milenios del nacimiento de Jesús, después de muchas Navidades festejadas entre adornos y regalos, después de todo el consumismo que ha envuelto el misterio que celebramos, hay un riesgo: sabemos muchas cosas sobre la Navidad, pero nos olvidamos del significado. Y entonces, ¿cómo encontrar de nuevo el sentido de la Navidad? Y, sobre todo, ¿dónde buscarlo? El Evangelio del nacimiento de Jesús parece estar escrito precisamente para esto, para tomarnos de la mano y llevarnos allí donde Dios quiere. Sigamos el Evangelio.

De hecho, comienza con una situación parecida a la nuestra. Todos están ocupados, disponiendo la realización de un importante evento, el gran censo, que exigía muchos preparativos. En este sentido, el clima de entonces era semejante al que rodea hoy la Navidad. Pero la narración evangélica toma distancia de aquel escenario mundano; se separa de esa imagen para ir a encuadrar otra realidad, sobre la que insiste. Fija su atención en un pequeño objeto, aparentemente insignificante, que menciona tres veces y en el que convergen los protagonistas de la narración. En primer lugar, María, que coloca a Jesús «en un pesebre» (Lc 2,7); después los ángeles, que anuncian a los pastores «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (v. 12); finalmente, los pastores, que encuentran «al recién nacido acostado en el pesebre» (v. 16). Para encontrar de nuevo el sentido de la Navidad hay que mirar allí, al pesebre. Pero, ¿por qué el pesebre es tan importante? Porque es el signo —no casual— con el que Cristo entra en la escena del mundo. Es el manifiesto con el que se presenta, el modo con el que Dios nace en la historia para hacer renacer la historia. Por lo tanto, ¿qué es lo que nos quiere decir a través del pesebre? Nos quiere decir al menos tres cosas: la cercanía, la pobreza y lo concreto.

1. La cercanía. El pesebre sirve para llevar la comida cerca de la boca y consumirla más rápido. Puede así simbolizar un aspecto de la humanidad: la voracidad en el consumir. Porque, mientras los animales en el establo consumen la comida, los hombres en el mundo, hambrientos de poder y de dinero, devoran de igual modo a sus vecinos, a sus hermanos. ¡Cuántas guerras! Y en tantos lugares, todavía hoy, la dignidad y la libertad se pisotean. Y las principales víctimas de la voracidad humana siempre son los frágiles, los débiles. En esta Navidad, como le sucedió a Jesús (cf. v. 7), una humanidad insaciable de dinero, insaciable de poder e insaciable de placer tampoco le hace sitio a los más pequeños, a tantos niños por nacer, a los pobres, a los olvidados. Pienso sobre todo en los niños devorados por las guerras, la pobreza y la injusticia. Pero Jesús llega precisamente allí, un niño en el pesebre del descarte y del rechazo. En Él, niño de Belén, está cada niño. Y está la invitación a mirar la vida, la política y la historia con los ojos de los niños.

En el pesebre del rechazo y de la incomodidad, Dios se acomoda, llega allí, porque allí está el problema de la humanidad, la indiferencia generada por la prisa voraz de poseer y consumir. Cristo nace allí y en ese pesebre lo descubrimos cercano. Llega donde se devora la comida para hacerse nuestro alimento. Dios no es un padre que devora a sus hijos, sino el Padre que en Jesús nos hace sus hijos y nos nutre de ternura. Llega para tocarnos el corazón y decirnos que la única fuerza que cambia el curso de la historia es el amor. No permanece distante, no permanece potente, sino que se hace próximo y humilde; Él, que estaba sentado en el cielo, se deja recostar en un pesebre.

Hermano, hermana, esta noche Dios se acerca a ti porque para Él eres importante. Desde el pesebre, como alimento para tu vida, te dice: “Si sientes que los acontecimientos te superan, si tu sentido de culpa y tu incapacidad te devoran, si tienes hambre de justicia, yo, Dios, estoy contigo. Sé lo que tú vives, lo he experimentado en el pesebre. Conozco tus miserias y tu historia. He nacido para decirte que estoy y estaré siempre cerca de ti”. El pesebre de la Navidad, primer mensaje de un Dios niño, nos dice que Él está con nosotros, nos ama, nos busca. Ánimo, no te dejes vencer por el miedo, por la resignación, por el desánimo. Dios nace en un pesebre para hacerte renacer precisamente allí, donde pensabas que habías tocado fondo. No hay mal, no hay pecado del que Jesús no quiera y no pueda salvarte. Navidad quiere decir que Dios es cercano. ¡Que renazca la confianza!

2. El pesebre de Belén, además de la cercanía, nos habla también de la pobreza. Alrededor del pesebre, de hecho, no hay muchas cosas: maleza y algún animal y poco más. La gente no estaba en el frío establo de una vivienda, sino resguardada en los albergues. Pero Jesús nace en el pesebre y allí nos recuerda que no tuvo a nadie alrededor, sino a aquellos que lo querían: María, José y los pastores; todos eran pobres, unidos por el afecto y el asombro; no por riquezas y grandes posibilidades. El humilde pesebre, por tanto, saca a relucir las verdaderas riquezas de la vida: no el dinero y el poder, sino las relaciones y las personas.

Y la primera persona, la primera riqueza, es precisamente Jesús. Pero, ¿queremos estar a su lado? ¿Nos acercamos a Él, amamos su pobreza, o preferimos quedarnos cómodos en nuestros intereses? Sobre todo, ¿lo visitamos donde Él se encuentra, es decir, en los pobres pesebres de nuestro mundo? Allí Él está presente. Y nosotros estamos llamados a ser una Iglesia que adora a Jesús pobre y sirve a Jesús en los pobres. Como dijo un obispo santo: «la Iglesia […] apoya y bendice los esfuerzos por transformar estas estructuras de injusticia y sólo pone una condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden en verdadero beneficio de los pobres» (San Óscar Arnulfo Romero, «La Verdad, Fuerza de la Paz» Mensaje pastoral de Año Nuevo,1 enero 1980). Cierto, no es fácil dejar la tibia calidez de la mundanidad para abrazar la belleza agreste de la gruta de Belén, pero recordemos que no es verdaderamente Navidad sin los pobres. Sin ellos se festeja la Navidad, pero no la de Jesús. Hermanos, hermanas, en Navidad, Dios es pobre. ¡Que renazca la caridad!

3. Llegamos así al último punto: el pesebre nos habla de lo concreto. En efecto, un niño en un pesebre representa una escena que impacta, hasta el punto de ser cruda. Nos recuerda que Dios se ha hecho verdaderamente carne. De manera que, respecto a Él, no son suficientes las teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos. Jesús, que nace pobre, vivirá pobre y morirá pobre; no hizo muchos discursos sobre la pobreza, sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros. Desde el pesebre hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: desde su nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño, la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma.

Y, por tanto, no se conforma con apariencias. Él, que se hizo carne, no quiere sólo buenos propósitos. Él, que nació en el pesebre, busca una fe concreta, hecha de adoración y de caridad, no de palabrería y exterioridad. Él, que se pone al desnudo en el pesebre y se pondrá al desnudo en la cruz, nos pide verdad, que vayamos a la verdad desnuda de las cosas, que depositemos a los pies del pesebre las excusas, las justificaciones y las hipocresías. Él, que fue envuelto con ternura en pañales por María, quiere que nos revistamos de amor. Dios no quiere apariencia, sino cosas concretas. No dejemos pasar esta Navidad, hermanos y hermanas, sin hacer algo de bueno. Ya que es su fiesta, su cumpleaños, hagámosle a Él regalos que le agraden. En Navidad Dios es concreto, en su nombre hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido.

Jesús, te miramos, acurrucado en el pesebre. Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor. Te contemplamos pobre, enseñándonos que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en las personas, sobre todo en los pobres. Perdónanos, si no te hemos reconocido y servido en ellos. Te vemos concreto, porque concreto es tu amor por nosotros, Jesús, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe. Amén.

Navidad 2022


EL CORAZÓN DE LA NAVIDAD
Lucas 2,1-14

Os ha nacido un Salvador.

Poco a poco lo vamos consiguiendo. Ya hemos logrado celebrar unas fiestas entrañables, sin conocer exactamente su razón de ser. Nos felicitamos unos a otros y no sabemos por qué. Se anuncia la Navidad y se oculta su motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está el corazón de estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el «primer pregón» de Navidad? Lo compuso el evangelista Lucas hacia el año ochenta.
Según el relato, es noche cerrada. De pronto, una «claridad» envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la «gloria del Señor». La imagen es grandiosa: la noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores «se llenan de temor». No tienen miedo a las tinieblas sino a la luz. Por eso, el anuncio empieza con estas palabras: «No temáis».
No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas.
Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida, no celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: «Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo». La alegría de Navidad no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría «grande», inconfundible, que viene de la «Buena Noticia» de Jesús. Por eso, es «para todo el pueblo» y ha de llegar, sobre todo, a los que sufren y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena noticia»; si su evangelio no nos dice nada; si no conocemos la alegría que sólo nos puede llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a disfrutar cada uno de su bienestar o a alimentar un gozo religioso egoísta, celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es ésta: «Os ha nacido hoy el Salvador». Ese niño no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es «el Salvador» del mundo. El único en el que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la verdad absoluta.Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalecerá para siempre.
Sin esta esperanza, no hay Navidad. Despertaremos nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y la amistad, nos regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy bueno. Todavía no es Navidad.

José Antonio Pagola
http://www.musicaliturgica.com


LA ENCARNACIÓN ES REALIDAD DENTRO DE TI,
COMO LO FUE DENTRO DE JESÚS
Juan 1,1-18

Anoche nos hablaban de un Niño, del pesebre, de pastores, de ángeles. En esta mañana nos habla del Verbo, Palabra preexistente, de Dios eterno y trascendente. Es una prueba más de que nos encontramos ante algo indecible. Curiosamente termina diciendo exactamente lo mismo: y la PALABRA se hace carne, Niño. Los dos relatos, como buenos subalternos, te colocan ante el misterio, pero el que tienes que torearlo eres tú. Sólo tú puedes adentrarte en la realidad que está en ti, “más dentro de ti mismo que lo más íntimo de ti mismo”. Pero está ahí, y sólo tú puedes descubrir ese tesoro y disfrutar de él.

La encarnación sólo tiene realidad dentro de ti, como sólo tuvo realidad dentro de Jesús, no fuera en acontecimientos o fenómenos externos. Sólo dentro de ti y dentro del otro. Buscarlo en otra parte es engañarte. Dice un cuento oriental: Un señor que pasaba por la calle, ve a su vecino que está buscando algo enfrente de su casa. ¿Qué es lo que has perdido? Le pregunta. La llave de mi casa. Yo te ayudaré a encontrarla. Pasa media hora y la llave no aparece. ¿Pero dónde la has perdido? Le pregunta el vecino. Dentro de casa. ¿Entonces por que la estás buscado aquí? Es que aquí hay más luz… Si no vivo lo que hay de Dios en mí, jamás lo descubriré ni en los acontecimientos, ni en los demás, ni en Jesús.

Aunque el domingo segundo de Navidad volvemos a leer este evangelio, voy a adelantar una frase: “et Deis erat Verbum”. La traducción puede ser: “y Dios era la Palabra”. También podría traducirse por “un ser divino era el proyecto”, puesto que en esta frase “Theos” no lleva artículo. En castellano también podemos traducir: “y la Palabra era Dios”. Pero debemos tener en cuenta que no se explica lo que es la Palabra por lo que es Dios, sino al revés. Se explica lo que es Dios por lo que es la Palabra. Dios es el que se hizo hombre, y si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedaremos al margen de lo que allí pasó. El despiste está asegurado.

No creernos que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que nos interesa que diga. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo para llegar a ser Dios, ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos, ni en los ritos, sino en el hombre… Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que es Dios, pero dejando bien claro que eso no nos afecta a nosotros.

Meditación-contemplación

Dios es encarnación y se está encarnando siempre.
Esa verdad teórica, tengo que hacerla vida en mí.
Dios se ha hecho carne en mi propia carne,
Pero no es mi carne, sino mi Espíritu.
…………..

Mi verdadero ser, lo que hay de mí más allá de lo biológico,
es el mismo Dios que fundamenta el resto de mi ser.
Si consigo olvidarme de “mí”, soy Dios.
Si me olvido de Dios, soy nada.
……………

Atrévete a atravesar el “desván” de tu falso yo.
No te importe el tiempo que tardes en conseguirlo.
No tienes prisa, es la tarea de toda tu vida.
Descubrirás la perla que vale más que todo lo imaginable.

Fray Marcos
https://www.feadulta.com


Navidad misionera:
Buena noticia para todos los pueblos
Romeo Ballan, mccj

Reflexiones – Apuntes

La Navidad, un tema familiar a todos, puede contemplarse desde diferentes ángulos y experiencias, siempre con la certeza de que el misterio no se agota; más bien, ofrece a cada uno -en toda época de la vida y de la historia- riquezas insospechadas, tesoros aún por descubrir. En el contexto de esta serie de comentarios bíblico-misioneros, prefiero, por esta vez, presentar algunas reflexiones sueltas, tomadas de diferentes contextos culturales y geográficos, que nos pueden ayudar a una contemplación misionera del misterio y darnos pistas para compartir con otros -cercanos o lejanos- el gozo por el nacimiento del Hijo de Dios en carne humana. Con esta apertura de horizontes, nuestra lectura misionera de la Navidad será más cercana al hecho histórico de Belén.

Dios en carne humana: para todos

Navidad es encarnación, significa Dios en carne humana. Caro salutis est cardo (la carne es fundamento de la salvación), como decían los primeros Padres de la Iglesia. Estamos ante un hecho histórico: la salvación pasa a través de la carne de Cristo, su nacimiento, pasión, muerte, resurrección, ascensión, Eucaristía… Es la carne de Dios, carne de María. No es apariencia de carne, como aseguraban los primeros herejos, los docetistas, sino carne concreta, componente esencial de la persona humana. La salvación de Dios nos viene, históricamente, a través de la carne de Cristo Redentor; pero, a la vez, pasa necesariamente por nuestra carne: carne redimida y carne por redimir. Es preciso hablar con lenguaje realista y crudo de nuestra carne en todas sus situaciones y etapas: -es la carne fuerte de los años jóvenes y adultos (trabajo, actividades, viajes…); -es la carne hermosa (búsqueda de belleza, modas, lujos, vanidades…); -es la carne frágil, débil, enferma, dolorida, moribunda, muerta…; -es la carne destinada a la resurrección, como decimos en el CredoSin distinición de colores: la salvación de Dios es la misma para todos. La liturgia canta en este tiempo: “toda carne (es decir, todo ser humano) verá la salvación de Dios”. Esta es la buena noticia, la gran alegría anunciada por los ángeles en Belén para todo el pueblo y para todos los pueblos (Lc 2,10).

De Belén al Calvario

En tiempos de Hitler, Edith Stein compuso El misterio de la Navidad, donde escribe: “Los misterios del cristianismo son un todo indivisible. El que profundiza en un misterio, acaba por tocar todos los otros. Así el camino que empieza en Belén procede imparablemente hacia el Calvario, va del pesebre a la cruz”. Ahí están las palabras de Simeón en el templo, la huida a Egipto, el asesinato de los niños inocentes… Sor Teresa Benedicta de la Cruz (E. Stein) consumó su holocausto en 1942 en Auschwitz. Los hechos se repiten, hoy como ayer. En Iraq, en Orissa (India), en Indonesia, en Nigeria, en Sudán, en Rep. Dem. de Congo, en China, en otras partes del mundo, continúa el martirio de los cristianos y de otros inocentes. Pero el Niño del pesebre es el Resucitado. Concluye Edith Stein: “Cada uno de nosotros, la humanidad entera llegará, junto con el Hijo del hombre, a través del sufrimiento y de la muerte, a la misma gloria”. Son las últimas palabras del Misterio de la Navidad, escrito por una mártir de nuestro tiempo.

Mensaje desde Belén

“Desde este lugar quisiera alcanzar a toda la humanidad, quisiera que llegue a todos el mensaje que nace de esta gruta desnuda: aun en las cosas más pequeñas de nuestra jornada, aun en las más escondidas y aparentemente insignificantes, aun en aquellas que nos hacen sufrir, está presente el misterio de Dios que con amor se dirige hacia nosotros. Regreso, como cada año, de la Misa de Navidad cerca de la gruta con ojos nuevos. La vista de la ciudad de Belén, con su desolación y su abandono por la escasez de peregrinos, nos brinda la oportunidad de esperar que un día todo esto deje el sitio a la alegría, al bienestar y a la paz”.

(Carta desde Belén, 2004, del card. Carlos M. Martini, arzobispo emérito de Milán).

Los ojos del pintor

Giotto, pintor florentino, creador de la pintura moderna, ha pintado en un fresco el nacimiento de Jesús en Belén, que se encuentra en la Capilla Scrovegni de Padua. El fresco pone en evidencia el momento de la primera mirada: María y el Niño se miran a los ojos. Se miran por primera vez. ¡Sorpresa, estupor, gratitud, gozo…! María descubre en el rostro del Niño su propio rostro, porque Jesús es solamente suyo. El Niño se refleja en el rostro de su Madre y dice gracias a su Padre-Dios. En esos ojos que se contemplan mutuamente, se descubre la nueva mirada de Dios sobre el hombre, y la nueva mirada del hombre sobre Dios y sobre sus hermanos. Mirada de misericordia, acogida, confianza. A partir de ese momento, las relaciones con Dios, entre los seres humanos y con la creación, están contagiadas benéficamente por ese intercambio de miradas, que marca el nuevo estilo, basado en el respeto, la misericordia, la fraternidad…

Tomado de: comboni2000.org