Hay un tiempo

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: 

Tiempo para nacer y tiempo para morir, tiempo para arrancar y tiempo para plantar, tiempo para matar y tiempo para sanar, tiempo para destruir y tiempo para construir, tiempo para llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar, tiempo de tirar piedras y tiempo de recogerlas, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse, tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de romper y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar, tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz”.    (Eclesiastés, 3, 1-8)

Faltan sólo unas cuantas horas para que el año 2024 cierre sus puertas dejándonos el recuerdo de un tiempo que ha sido único en nuestras vidas. Un tiempo que no volverá porque ya cumplió con su misión y quedará ahí, en nuestros recuerdos, como parte de una historia que nos sorprendió con sus alegrías y sus penas, con sus logros y fracasos, con sus luces y sus sombras, con todo lo que nos permite decir hoy, con gratitud,  que ha valido la pena llegar hasta el final de este año.

Para todo ha habido tiempo y nunca nos imaginamos que viviríamos cada instante con tanta intensidad. Seguramente, diremos que no ha sido un año como los demás. Y  no podía serlo porque Dios siempre está a la obra y nunca se cansa de innovar, de sorprendernos y de mostrarnos que, al final de cuentas, es él quien nos va guiando en lo ordinario de nuestro caminar. Dios no se repite y hace de cada instante algo espectacular.

Volteando hacia atrás, en el tiempo, nos damos cuenta de que este año que se va no han sido sólo unos meses más. Hemos sido bendecidos, de muchas maneras, y enriquecidos con tantas presencias que son lo único que queda;  son esa riqueza que no se puede cuantificar. 

Son presencias que están ahora en nuestros corazones y que nadie nos podrá arrancar, porque son dones sagrados a través de las cuales Dios nos ha querido hablar y nos ha mostrado que sólo vive para amarnos.

Tal vez vamos a decir que no hemos sido enriquecidos con cosas, con dinero, con fama o con poder; pero el cariño que se nos ha concedido nos ha hecho entender que lo único que queda en el tiempo, lo que vale, son las personas que han ensanchado nuestros corazones para amar y dejarnos amar.

En lo más alto del 2024, ahí en donde casi se toca con el 2025 que llega cargado de sus promesas, con sus meses y sus días, con sus exigencias de confianza y sus invitaciones al abandono y a la esperanzas; ahí es en donde nace el deseo de pedir que el tiempo que se avecina  sea un año como Dios lo ha soñado para nosotros pensando únicamente en nuestra felicidad y alegría o simplemente en nuestro sencillo bienestar. 

El tiempo que se ha ido nos mueve a la gratitud y al reconocimiento de la bondad del Señor que ha estado presente de tantas maneras. Damos gracias por la salud y por la vida, por la cordura de nuestra mente que nos ha impedido hacer desastres mayúsculos, aunque no hayan faltado torpezas y errores, imprudencias y descuidos.

Nos sentimos agradecidos porque reconocemos que hemos crecido de muchas maneras. Sí, ahora somos más viejos o nos gustaría decir que hemos acumulado algunos kilos y se dibujan algunos hilos blancos sobre nuestras cabezas que nos hacen creer que somos más sabios y prudentes, aunque nos falte mucho todavía por andar. 

El tiempo ha dejado su huella en las articulaciones que rechinan un poco más y en los reflejos que se van haciendo más lentos o en los brazos que se alargan porque ya no alcanzamos a distinguir las letras con la misma claridad de hace unos cuantos años. En el mejor de los casos hemos ganado en realismo y en sano optimismo que nos obliga a confiar más en los demás.

Claro que lloramos en los momentos de dolor y de tristeza, cuando nos descubrimos frágiles, débiles, limitados y pecadores. Cuando nuestros anhelos se vieron frustrados y cuando nos dimos cuenta de que no hicimos el bien que habíamos soñado. Sí, hubo tiempo para lágrimas amargas cuando no supimos sembrar bondad y ternura y la frustración se apoderó de nosotros ante la injusticia y la arrogancia.

Pero, ciertamente fueron más los momentos en que pudimos reír agradecidos por los instantes compartidos con los nuevos amigos, con los hermanos y hermanas que se nos dieron en donde menos los esperábamos, en los momentos de comunión compartidos junto con los tacos al pastor o el capuchino frío, en los momentos en que sentimos cuánto contábamos a los ojos de quienes nos hicieron sentir parte de sus vidas teniendo como motivo sólo el hecho de estar.

Cómo no agradecer tantos momentos vividos en lo gratuito de una amistad que nació sin que nos lo hubiésemos propuesto y que nos hizo cómplices en las búsquedas de ese Dios que  por todas partes se nos hacía presente invitándonos a su servicio, dando con sencillez nuestro tiempo a quienes sólo buscaban un pretexto para mostrarnos su capacidad de amar.

En este 2024 hemos sembrado tanto. Hemos dejado miles le palabras en tantos corazones, Dios nos utilizó como instrumentos de su misericordia y de su presencia y, dándonos con generosidad, es mucho más lo que hemos recibido que lo que hemos podido dejar de nosotros mismos en la tarea de dar. 

Simplemente, podemos decir que ya no somos los mismos. Y el tiempo se encargó de llevar a termino lo que, sin mucha conciencia de nuestra parte, Dios iba tejiendo en lo secreto de nuestras vidas. Los días del 2024 que se va sólo han sido pretextos en el corazón de Dios para irnos mostrando su ternura, su paciencia y su fidelidad en una aventura de vida que no sabemos cuánto durará. 

El tiempo que fue pasando, como liquido que no se atrapa en el puño de la mano,  y ha dejado en nosotros todo aquello que acabamos por reconocer como lo esencial, lo realmente importante, para mantener libre el corazón de toda atadura humana. 

Y así, seguramente descubrimos que lo verdaderamente importante está en los pequeños detalles de la vida; en el tiempo dado a los demás sin pretender nada a cambio, en los gestos de servicio ofrecidos con el único deseo de hacerle la vida más agradable a quien tenemos al lado. 

Con el pasar de los meses nos descubrimos, sin sentirlo demasiado, un poquito más humanos gracias al cariño de quienes no hacen ruido, pero han dejado la huella de eso que llamamos calor humano.

Sentados en el último peldaño de este 2024 que se nos va sin hacer escándalo, tal vez nos den ganas de decir aquel “Gracias” que recoge lo que llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Un gracias a Dios  que ha sido generoso con nosotros, haciendo que se produjera el milagro de la vida durante esos 365 días en que nos hemos despertado creyendo que teníamos derecho a una existencia sin medidas. Un gracias a quienes nos han dejado y se han ido de este mundo dejando en nuestros corazones una huella que despierta nuestra fe y nos mueve a creer que nos volveremos a encontrar algún día.  

Gracias por el don de la vocación misionera que nos empuja a ir más lejos, a vivir lo bello de la solidaridad y cercanía con los más pobres. Gracias por tantos momentos de purificación y de crecimiento personal que nos han ayudado a sentir la cercanía y el consuelo del Señor que nos ha repetido muchas veces: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Trayendo a este momento todos los instantes del 2024, creo que todos podríamos decir que ha habido tiempo para darnos cuenta que los meses y los años seguirán siendo una oportunidad para que podamos decir que el amor y el tiempo en el corazón de Dios seguirán coincidiendo para que vivamos amando.

Qué el 2025 venga como tiempo que nos conceda acercarnos a nuestros hermanos con un corazón nuevo y a Dios con lo mejor que tengamos.

Feliz año nuevo.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

31 de diciembre 2024