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Domingo XVII ordinario. Año B

Cinco panes y dos peces, ¡la receta del milagro!

Año B – Tiempo Ordinario – 17º domingo
Juan 6,1-15: “Este es verdaderamente el profeta”

Este domingo, la liturgia interrumpe la lectura del evangelio de Marcos, cuando habíamos llegado al relato de la multiplicación de los panes, para incluir la lectura de la versión joánica de este milagro. Durante cinco domingos, escucharemos el capítulo 6 del evangelio de Juan, el capítulo más largo y uno de los más densos de los cuatro evangelios. La multiplicación de los panes es el único milagro que es contado por todos los evangelios. De hecho, lo encontramos seis veces, ya que se duplica en Marcos y Mateo. Esto nos hace comprender la importancia que los primeros cristianos le dieron a este evento tan sensacional.

El capítulo 6 de Juan es particularmente rico y profundo desde el punto de vista simbólico. Este “signo” (así llama Juan a los milagros) es meditado y elaborado con gran cuidado, como lo hace con todos los siete “signos” que recoge en su evangelio. En el centro del relato encontramos el “pan”, mencionado 21 veces (de 25 en todo el evangelio de Juan). En el trasfondo de la narración, y del discurso que sigue en la sinagoga de Cafarnaúm, encontramos la referencia a la eucaristía. Recordemos que Juan no cuenta la institución de la eucaristía, reemplazada por el lavatorio de los pies. Aquí presenta su meditación sobre la eucaristía.

El riesgo del reduccionismo

Antes de acercarnos al texto, me parece oportuno subrayar la necesidad de evitar algunos posibles reduccionismos:

1) Concentrar nuestra atención casi exclusivamente en el aspecto milagroso, es decir, en la dimensión histórica, en el “hecho” en sí. Los cuatro evangelistas dan versiones con detalles bastante diferentes. Esto nos hace entender que cada uno de ellos ya hace una relectura en función de su comunidad, por lo que el “hecho” se entrelaza con su interpretación catequética;

2) Considerar del relato solo la dimensión simbólica, vaciando el “signo” de su referencia histórica, reduciéndolo así a una “parábola”. Sin la veracidad del milagro no se explica por qué los evangelistas y la primera comunidad cristiana dieron tanta importancia a este “signo”;

3) Interpretar el relato exclusivamente en clave eucarística. Todos los evangelistas conectan el milagro con la eucaristía, pero la narración tiene un alcance más amplio y más rico. En el texto de Jn 6 la referencia explícita a la eucaristía aparece solo hacia el final del discurso de Jesús;

4) Hacer una lectura unívoca del texto, es decir, solo “religiosa” (el milagro como figura del alimento espiritual), o únicamente “material” (como una simple invitación a la compartición y la solidaridad).

Algunos elementos simbólicos

1) La nueva Pascua. “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos”. La referencia a la Pascua no es solo una anotación temporal, sino que tiene un alcance simbólico. Esta “gran multitud” ya no va hacia Jerusalén para celebrar la Pascua, sino hacia Jesús. Él es la nueva Pascua que da inicio al éxodo definitivo de nuestra liberación.

2) El nuevo Moisés. “Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos”. Este subir al monte (primero con los discípulos y luego solo) nos recuerda a Moisés. La comparación es aún más evidente si consideramos que inmediatamente después sigue el relato de Jesús caminando sobre el mar (Jn 6,16-21). Jesús es el nuevo Moisés, el nuevo profeta y líder del pueblo de Dios que está por ofrecer el nuevo maná.

3) El verdadero Pastor. “Háganlos sentar. Había mucha hierba en ese lugar”. Esta anotación, además de ser una referencia a la primavera y al período de la Pascua, nos remite al salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace descansar”. Jesús, que reúne a la multitud a su alrededor y percibe sus necesidades, es el Pastor prometido por Dios (Ezequiel 34,23).

4) El nuevo maná. “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se pierda nada”. El maná no debía recogerse para el día siguiente, excepto para el día de sábado (Éxodo 16,13-20). Aquí, en cambio, Jesús recomienda recoger los pedazos sobrantes. No tanto para que no se desperdicie nada, sino como una alusión a la eucaristía. “Los recogieron y llenaron doce canastas”, tantas como las doce tribus de Israel, como las horas del día y los meses del año.

Dos puntos de reflexión

1) Convertirse a una visión global del Reino. Notamos, antes que nada, que Jesús se preocupa no solo del hambre espiritual de la gente, sino también del hambre física. No podemos ignorar que, además del hambre de la Palabra, hay también un hambre dramática de pan en el mundo. El Reino de Dios concierne a la totalidad de la persona. En nuestra mentalidad, sin embargo, persiste una visión dualista de la vida, una separación entre la esfera espiritual y la material. “La gente va a la iglesia a rezar; para comer, cada uno vuelve a su casa y se las arregla por su cuenta”: esta es nuestra lógica, muy práctica. Y era la de los apóstoles, como vemos en la versión del relato del evangelio de Lucas, donde ellos dicen a Jesús: “Se está haciendo tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y encuentren alojamiento y comida”. Sin embargo, Jesús parece carecer de sentido práctico y les responde: “Denles ustedes de comer” (Lucas 9,12-13). La Iglesia no puede alienarse de las condiciones en que vive la humanidad “caída en manos de los ladrones”!

2) De la economía del comercio a la del don. “¿Dónde podremos comprar pan para que estos tengan de comer? Lo decía [Jesús a Felipe] para ponerlo a prueba”. ¿Por qué se lo pregunta precisamente a Felipe? Porque es un tipo práctico y despierto (ver Jn 1,46; 14,8-9). De hecho, hace las cuentas rápidamente: “¡Doscientos denarios de pan no son suficientes para que cada uno reciba un pedazo!” Doscientos denarios eran muchos, teniendo en cuenta que un denario era el salario diario de un jornalero. En este punto, interviene Andrés, su amigo y compatriota, ya que Jesús había preguntado “dónde” se podía encontrar pan: “Aquí hay un muchacho que tiene [¿para vender?] cinco panes de cebada y dos peces”, pero al darse cuenta del absurdo, añade rápidamente: “¡pero qué es esto para tanta gente?”. Pero 5+2 hace 7, el número de la plenitud. Para Jesús es más que suficiente. ¡Y el milagro ocurre!

Hoy en día, se ven pocos milagros de este tipo. Como Gedeón, podríamos preguntarnos: “¿Dónde están todos los prodigios que nuestros padres nos han contado?” (Jueces 6,13). Pero si hoy no ocurren los “milagros”, no es porque “la mano del Señor se haya acortado” (Isaías 59,1). Él quisiera realizar muchos milagros: el milagro de hacer cesar el hambre en el mundo, de hacer desaparecer las guerras que matan a sus hijos e hijas y desfiguran su creación, de instaurar definitivamente un mundo nuevo donde reine la paz y la justicia… Sin embargo, hay un problema. Dios, después de crear al hombre, decidió no hacer nada más sin la cooperación de los hombres. El Señor quisiera realizar milagros, pero le faltan los ingredientes que solo nosotros podemos ofrecer. Le faltan los cinco panes de cebada y los dos peces, que nos empeñamos en querer vender, en lugar de compartirlos.

Para la reflexión semanal

1) ¿Cuáles son los “cinco panes de cebada y los dos peces” que el Señor me está pidiendo para cambiar mi vida?
2) ¿Qué lógica predomina en mi vida: la del acaparamiento o la de la solidaridad?
3) Para meditar:
– “Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no compartiremos el de la tierra?” (Didaché);
– “El pan del necesitado es la vida de los pobres, quien se lo quita es un asesino. Mata al prójimo quien le quita el sustento, derrama sangre quien niega el salario al trabajador.” (Sirácida 34,25-27);
– “En el mundo hay suficiente pan para el hambre de todos, pero insuficiente para la avaricia de unos pocos” (Gandhi).

P. Manuel João Pereira Correia MCCJ
Verona, 25 de julio de 2024


Denles ustedes de comer

“Al levantar la vista, Jesús vio que una gran multitud acudía a él, y le preguntó a Felipe: “Dónde compraremos pan para que coma esta gente?”…Felipe le contestó: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que cada uno recibiera un pedazo”… Andrés le dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero, ¿qué es eso para tanta gente?”… Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió entre ellos; lo mismo hizo con los peces, dándoles todo lo que quisieron. Una vez que se saciaron… recogieron doce canastas.” (Juan 6, 5-15)

Como en otras ocasiones, Jesús se preocupa por las necesidades más inmediatas de las personas que lo siguen y se presenta como alguien que vive sentimientos de profunda compasión. Jesús no pasa indiferente ante nadie.

Probablemente, quienes lo andaban siguiendo habían entrado en un estado de emoción y de entusiasmo que no les importó dejar todas sus ordinarias ocupaciones para estar cerca de Jesús.

Habían visto muchos signos y prodigios y tal vez soñaban pensando que finalmente estaba entre ellos quien les resolvería su problemas y necesidades.

Jesús aprovecha de esta situación para dar unas lecciones a sus discípulos y para ponerlos a prueba.

Ciertamente, ante la cantidad de personas que tenían enfrente era imposible pensar que podrían darles fácilmente de comer. Pero para quienes ponen su confianza en el Señor todo se hace posible. Esta será la conclusión a la que tendrán que llegar los discípulos y la experiencia que también nosotros hoy tenemos que hacer.

Una primera lección se presenta a través de esos pocos panes y esos dos pescados que representan, de alguna manera, aquello de lo que disponemos cada uno de nosotros cuando nos ponemos al servicio del Reino de Dios.

Aparentemente lo poco que le presentaron a Jesús era nada ante la magnitud del reto que los discípulos tenían delante de ellos. Cinco panes y dos pescados podrían haber sido interpretados como una ironia.

También para nosotros hoy lo que presentamos al Señor puede ser muy poco, ante nuestros ojos calculadores y nuestras actitudes controladoras con las que pensamos que sabemos y  podemos todo.

Es muy poco cuando usamos nuestros criterios y proyectamos nuestras maneras muy humanas de contemplar la realidad, preocupándonos por querer resolver cualquier cosa con nuestras fuerzas y nuestros recursos.

¿Qué son cinco panes y dos pescados para una multitud? Seguramente nada, si lo vemos desde nuestra perspectiva y nos olvidamos de lo sorprendente que es el Señor siempre.

Para los discípulos era nada, pero, sin pensarlo mucho, nos dan una lección de fe extraordinaria, porque saben que esos cinco panes y dos pescados en las manos de Dios serán suficientes cuando actúe a través de su la Providencia.

La pregunta de Jesús a Felipe, por otra parte, nos enseña que confiando sólo en nosotros mismos nunca llegaremos lejos y nos sentiremos incapaces de responder a las exigencias de nuestro compromiso cristiano. Pero cuando ponemos nuestra confianza en Dios y dejamos que él se manifieste a través de nosotros, los milagros se convierten en una realidad.

La segunda lección, con la provocación de Jesús, invitando a dar de comer a la multitud, nos damos cuenta que en la misión de trabajar por el Reino todos tenemos algo que aportar, algo que recibir de los demás y seguramente mucho que compartir.

Como a los discípulos de su tiempo, Jesús nos involucra en su misión, en la tarea que le ha confiado su Padre, y nos hace ver que cada uno ha recibido gracias, virtudes y talentos que estamos llamados a compartir con los demás.

Jesús nos enseña que el Reino de Dios se construye cuando, como hermanos nos hacemos responsables de los demás, cuando no pasamos indiferentes ante el dolor y el sufrimiento de quien está a nuestro lado.

Cuando dando lo que somos y lo que tenemos, nos abrimos a las riquezas que representan los demás en nuestra vida.

Hablando de nuestros cinco panes y dos pescados, todos podemos llegar a entender, como decían hace algún tiempo en algunos grupos  de jóvenes, que nadie es tan rico que no pueda recibir algo y nadie es tan pobre que no pueda dar y compartir, aún desde su pobreza.

De esta manera nos damos cuenta que la propuesta de modelo de vida que nos hace Jesús pone en el centro a las personas, les reconoce su dignidad y los valores con los que han sido enriquecidas.

Ahí nace la convicción de que ninguna persona puede ser desechada o marginada en nuestra sociedad; todos tenemos un lugar y una tarea que cumplir en el proyecto de Dios para esta humanidad en la que nos ha tocado vivir.

Tercera lección esta aparece clara al final del relato que nos cuenta aquí san Juan. La enseñanza nos llega a través de las doce canastas de sobras que recogen después de que aquella multitud de cinco mil personas había satisfecho todas sus necesidades.

Es la lección que nos permite descubrir la presencia de Dios a través de su Providencia. Dios es el único capaz de satisfacer lo que nuestro corazón anhela y desea. Al final lo importante no es llenar el estómago de comida, sino el corazón de lo que le da sentido a nuestra vida.

Sólo con la bendición de Dios, que llega a nosotros a través de la presencia de Jesús en nuestras vidas, podemos sentirnos satisfechos en todo lo que la vida nos presenta como necesidades.

Y, de muchas maneras, nos damos cuenta de que Dios no se cansa de velar por nosotros y nos sorprende a cada instante llenando nuestra vida de aquello que nos hace verdaderamente felices.

Sólo Dios es quien puede llenar el espacio de nuestro corazón y sólo él es quien se alegra dándonos abundantemente lo que nos permite vivir serenos, sin tener que preocuparnos por lo que será el mañana.

Vivir la experiencia de la Providencia de Dios en nuestras vidas abre nuestros horizontes y nos permite reconocer que cuando estamos llenos de Dios y nos confiamos a él poniendo todo en sus manos, él nunca nos defrauda y siempre nos demuestra que somos lo que lleva en lo más hondo de su corazón. Nos cuida más que a las niñas de sus ojos.

Dejemos pues que Jesús nos contemple con su mirada compasiva, llena de piedad y de misericordia.

Sintámonos parte de esa multitud que lo busca porque, de alguna manera, hemos intuido que en él está el secreto de la alegría en nuestra vida.

Como el apóstol Andrés, acerquémonos con humildad diciéndole: aquí hemos encontrado estos cuantos panes y pescados. Lo poco que somos lo ponemos a tu disposición.

Queremos entregarte lo que llevamos en nuestras manos,  con la confianza de que la Providencia de Dios nos lo multiplicará y nos bendecirá con mucho para compartirlo con nuestros hermanos.

Preguntémonos con sencillez, ¿Cuáles son mis cinco panes y mis dos pescados? ¿Qué dones y bendiciones he recibido del Señor para poder enriquecer a mis hermanos?

Finalmente, demos gracias porque hemos sido bendecidos por Dios con su Providencia y con la invitación a compartir la aventura de construir su Reino juntos con muchos hermanos y hermanas.

Enrique Sánchez G. Mccj

Sacerdotes de América Latina, certificados como formadores de seminarios mayores

Adn CELAM

La Organización de Seminarios Latinoamericanos (Oslam), en colaboración con el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam), realizó la versión 45 del Curso latinoamericano para formadores en Toluca (México) del 1 al 19 de julio de 2024.

Fueron 33 participantes,entre los que se encuentra un diácono, que durante tres semanas han compartido “la alegría del testimonio sacerdotal”, guiados por expertos en pedagogía, psicología e itinerarios formativos.

Además profundizaron en la reflexión teológica y pastoral sobre la formación sacerdotal en los seminarios y se promovió el intercambio de experiencias y buenas prácticas entre los formadores de distintas regiones.

Los presbíteros, provenientes de Colombia, Paraguay, Bolivia, Chile, Guatemala, República Dominicana, Venezuela, Panamá y Honduras, se encontraron con otros colegas mexicanos provenientes de Chiapas, Tlaxcala, Guadalajara, Zacatecas, Xochimilco, San Luis Potosí.

Enriquecer la formación

Monseñor Lizardo Estrada, secretario general del Celam, agradeció al Oslam este esfuerzo que busca “enriquecer la formación en seminarios” de América Latina, en especial, de los más jóvenes.

Destacó que durante este proceso de formación se han brindado herramientas, que “les permitirán reforzar sus habilidades y competencias en la enseñanza de la sinodalidad”.

Está seguro de que esta experiencia y conocimientos “serán de mucho valor para su desarrollo y el de los seminaristas a quienes guían. Que Dios los bendiga en este camino de aprendizaje y les otorgue la gracia de fructificar lo aprendido en abundancia”.

Equipo docente

El equipo de docentes de esta nueva cohorte estuvo integrado por la magister Elisa Patricia Chávez Rosas, de la Ciudad de México, quien proporcionó herramientas pedagógicas para favorecer los ciclos de aprendizaje en los jóvenes, como dinámicas de relajación, gimnasia cerebral, didáctica, así como recomendaciones para ayudar a crear confianza en todos los ambientes de la formación.

Mientras que el sacerdote y licenciado Juan Pablo Dredemie, de la Ciudad de Mendoza (Argentina), abordó la teoría en el campo del acompañamiento del discernimiento y comprensión de la persona con la ayuda de la psicología, como la integralidad de la persona y elementos para la entrevista personal.

Rubén Barrón Porcayo, sacerdote mexicano y licenciado, facilitó los medios para implementar y continuar los itinerarios formativos en los seminarios, aplicando la pedagogía y psicología para el desarrollo de la identidad personal y sacerdotal.

Riqueza latinoamericana

Desde el Oslam han señalado que los estudiantes reflexionaron sobre cuál es el camino concreto que “debe recorrer un seminarista en su formación como discípulo hasta configurarse desde lo existencial hasta lo sacramental con Cristo Jesús Buen Pastor”.

Toda vez que han agradecido a cada uno por “la alegría con la que han compartido sus experiencias en el camino del sacerdocio ministerial, con su participación activa y entusiasta en clave sinodal”.

Destacaron que los sacerdotes – ahora formadores certificados – han expresado “la riqueza de nuestra Iglesia Católica en sus regiones latinoamericanas y caribeñas”.

“Que la experiencia y el conocimiento adquirido sea luz para sus equipos de trabajo y seminaristas; que el Espíritu Santo les otorgue la gracia de fructificar lo aprendido en abundancia”, añadieron.

P. Gaétan Kabasha: «Ha merecido la pena»

El P. Kabasha nació en Ruanda en 1972. Ya de niño le entraron «ganas de ser sacerdote». Lo es desde hace más de 20 años, pero tal vez no como él había pensado. Las circunstancias de la vida le fueron llevando de aquí para allá, pero, a pesar de tanto vaivén, siempre se ha mantenido fiel a su vocación sacerdotal. Esto hace del P. Gaétan un testigo creíble, y por eso invito a leer su testimonio con ojos de fe.

Por: P. Zoé Musaka, mccj. MUNDO NEGRO

Nací en una familia numerosa de nueve hijos, cinco chicos –de los que dos ya fallecieron– y cuatro chicas. Puede decirse que nuestro hogar era humilde, como la mayoría de la época en aquel rincón de Ruanda. Vivíamos rodeados de huertos y dependíamos muy poco del mercado ya que producíamos nuestra propia cosecha.

Llegado el momento, como todos los niños de mi edad, ingresé en la escuela primaria donde aprendí a leer y a escribir. Descubrí un universo completamente nuevo. Fue entonces cuando me entraron ganas de ser sacerdote sin que entendiera muy bien el por qué de esa llamada en un lugar muy alejado de la parroquia y donde nunca había visto a ningún sacerdote negro. Los caminos de Dios son muy complejos y, seguramente, el Señor se había fijado en mí más allá de mi pequeña capacidad de entender este enorme proyecto. Entré en el seminario menor con una voluntad férrea de aprovechar bien los estudios y cumplir con la disciplina de un internado. Nunca me sentí agobiado por los seis años de estudio, equiparables a la Secundaria y el Bachillerato en España.

Al finalizar, elegí de manera mucho más responsable seguir con mi formación en el seminario mayor, a pesar de muchas otras opciones atractivas que se me ofrecían. En aquel momento, mi idea era ser sacerdote diocesano en Ruanda. En ningún momento se me pasó por la cabeza ser misionero e irme lejos de los míos. Sin embargo, como dice la Escritura, «El hombre hace proyectos pero es el plan de Dios el que se realiza». En muy poco tiempo, toda mi vida tomó otro rumbo.

En 1994, cuando estaba en el seminario mayor y pensaba seguir el ritmo ordinario para convertirme en sacerdote de mi diócesis, Kigali, el país se sumergió en el apocalipsis del genocidio. Todo se convirtió en una pesadilla y tuve que salir del país hacia Zaire (en la actualidad, la República Democrática del Congo). Con 22 años me convertí en refugiado. Después de un largo viaje lleno de peripecias y de milagros, aterricé en la diócesis congoleña de Bondo, donde me acogieron como seminarista. A partir de ese momento, empecé a darme cuenta de que mi vocación se estaba convirtiendo en misionera. No dejé de ser diocesano porque estaba adscrito a Bondo, pero en la práctica vivía lejos de los míos, de mi cultura y de mi país. Un misionero es aquel que sale de su país para llevar el Evangelio a otros territorios, lejos de los suyos. En mi caso, fue una condición impuesta por las circunstancias.

De manera inesperada, la guerra estalló en Zaire (actual RDC) y cambié otra vez de diócesis. Me acogió la de Bangassou, (RCA). Después de dos años en el seminario de Bangui, me trasladé a España, donde pude terminar los estudios de Teología. Mi ordenación sacerdotal tuvo lugar en Bangassou en 2003. Después, ejercí mi ministerio sacerdotal en una parroquia rural de Bakouma durante ocho años. En la actualidad, soy sacerdote de la archidiócesis de Madrid y mi ministerio se desarrolla en la parroquia San José, en Las Matas. Junto a esto, enseño filosofía en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.

Recorrido misionero

A través de mi itinerario vital, uno observa cómo el Señor me ha ido llevando de un lado a otro sin que yo realmente tuviese mucho control sobre el curso de los acontecimientos. Mi idea de estudiar en un seminario acabó siendo una experiencia en cuatro centros y cuatro países distintos. Eso me brindó la oportunidad de aprender a convivir con gentes de diferentes procedencias, razas, lenguas y costumbres. Queriéndolo o no, este hecho configura la vida y la personalidad de una persona. El encuentro con muchas visiones del mundo, vivido en un clima pacífico, es una riqueza y un patrimonio que solo se puede adquirir con este tipo de experiencias.

Los caminos de Dios son inescrutables, y valiéndose de los dramas humanos llegué a pertenecer a cuatro diócesis diferentes. Ruanda fue solamente un inicio de un largo camino de vida que me llevaría a España después de pasar por Bondo y Bangassou. ¿Y quién sabe lo que sucederá mañana? Este recorrido, sin dejar de ser diocesano, hizo de mí un misionero muy especial. En el fondo, un misionero muy a mi pesar. Sin haber pertenecido nunca a una congregación con este carisma, todo mi sacerdocio lo he ejercido lejos de los míos.

Navegar entre alegrías y penas

En el salmo 91 se dice que «El que habita al amparo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso». Sería inapropiado valorar mi vida misionera, tanto en África como en Europa, sin tener en cuenta que todo es don y que depende de su voluntad. En mi vida misionera en África, pude experimentar momentos duros por caminos extenuantes, la precariedad de la vida, las enfermedades, las caídas de la moto, el miedo a los rebeldes, la incomprensión con culturas muy alejadas de la mía… Sin embargo, con la confianza en el Señor, siempre he sentido una alegría inmensa, consciente de hacer lo que le agradaba. El encuentro con la gente sencilla que te ofrece lo poco que tiene, compartir con los cristianos que ven en ti a un enviado sagrado en sus pueblos, ver crecer la fe con los sacramentos y tantos otros momentos inolvidables, hacen que la vida misionera sea algo difícil de describir. ¿Qué decir de la mirada limpia de la gente, de los llantos de los niños, de la alegría de entregar a Cristo a los hombres, tanto en los sacramentos como en la Palabra de Dios?

Muchos son los momentos que constituyen la fuente de la felicidad del misionero: visitar a un enfermo, rezar por alguien desorientado, aliviar de cualquier manera al que está agotado por las penas de la vida, compartir los dramas familiares y sociales, cantar con los que cantan, sentirse útil… Siempre que he aplicado aquello de «venid a mí los cansados y agobiados y yo os aliviaré», he observado cómo el Señor colma el corazón del que se identifica con Él.

Sin ninguna duda, diría que es Dios quien lleva al misionero en sus manos. Evidentemente, es importante que el misionero se deje llevar con docilidad, que confíe en el poder del Espíritu Santo, que acepte que a veces los fracasos son una enseñanza para recomenzar con más confianza en Dios todavía.

Después de más de 20 años de sacerdote, puedo afirmar que todo ha sido un regalo. Las penas nunca consiguieron doblegar a las alegrías. Aunque a veces, dependiendo de los lugares, uno no vea resultados inmediatos, la paz interior que se siente, y la convicción de que el reino de Dios está en marcha, hacen que uno diga: «Ha merecido la pena». Sigo pensando que mi vida no depende enteramente de mí, sino que alguien más fuerte y más sabio que yo me lleva por sus caminos y no puedo más que prestarle mis piernas. Soy un instrumento de su obra.

Decir que sí

En África, en general, las vocaciones siguen en auge, y esto da esperanza de un futuro prometedor para el continente y la Iglesia universal. Sin embargo, por diversos motivos, no se puede decir lo mismo de Europa. Me cuesta pensar que el Señor haya dejado de llamar a los jóvenes europeos a su viña. Creo, más bien, que el ruido ambiental difumina la voz de Dios y los afanes del mundo contemporáneo impiden un discernimiento pausado. Sin embargo, todos los jóvenes que responden a la llamada sacerdotal dan un testimonio de alegría por todas partes. Los sacerdotes que han dicho sí a la vocación no se arrepienten. Los misioneros que vuelven de vacaciones dan testimonios de las maravillas de Dios a pesar de las fatigas y las dificultades de la vida. Si eres joven, no tengas miedo. Igual te toca asumir el relevo y llevar el Evangelio al mundo. No esperes a que Dios te hable en medio de una zarza ardiente, puede que su llamada use otros canales para llegar hasta ti. A veces puede, incluso, que pase por un detalle insignificante de tu vida.

El Papa nombra al primer obispo afro de Colombia

El pasado 5 de julio, el Papa Francisco, nombró al Padre Wiston Mosquera Moreno, de la arquidiócesis colombiana de Cali, como obispo de la diócesis de Quibdó. Es el primer obispo afro en la historia de Colombia (foto: Rafael Savoia. XV EPA).

El Padre Wiston Mosquera Moreno es, desde el pasado 5 de julio, el Primer Obispo afrodescendiente en Colombia, tras nombrado por el Papa Francisco como Obispo de la Diócesis de Quibdó. Nació en Andagoya (Chocó) el 17 de marzo de 1967. Es el hijo menor de una familia de nueve hermanos. Vivió toda su infancia en Andagoya, lugar donde se graduó de bachiller en 1987. Estudió Filosofía y Teología en el Seminario Mayor San Pedro Apóstol de Cali y fue ordenado sacerdote el 19 de marzo de 2005. Se licenció en Teología en la Pontificia Universidad Bolivariana y en Ciencias Religiosas en la Universidad Católica Lumen Gentium de Cali.

Su primer trabajo pastoral como sacerdote lo desempeñó siendo vicario parroquia de Nuestra Señora del Rosario en Jamundí. Fue párroco de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Robles de 2006 a 2011 y párroco del Señor de los Milagros en Cali entre 2011 y 2012, año en que fue nombrado rector del Santuario de la Divina Misericordia en la misma ciudad y vicario episcopal de la zona norte. En 2017 fue nombrado vicario general de la Diócesis de Cali y en 2018 párroco de la catedral San Pedro Apóstol de Cali, cargos que desempeñaba en el momento de su nombramiento como obispo de Quibdó.

En unas declaraciones hechas a Adn-CELAM, el nuevo obispo declaró que «la designación hecha por el Pontífice de llamar de la comunidad negra raizal y palenquera a uno para que sea un obispo en un territorio como el Chocó, está dando un paso gigantesco que se llama inclusión.»

Mensaje final del Seminario Continental sobre personas migrantes, refugiadas y desplazadas

Concluyó en Panamá el Seminario Continental sobre personas migrantes, refugiadas y desplazadas organizado por la CLAR (Confederación Latinoamericana de Religiosos) y la ADERYRP (Asociación de Religiosas y Religiosos de Panamá. El evento, que se celebró del 11 al 14 de julio, tuvo el propósito de buscar respuestas a los clamores de migrantes, refugiados y desplazados que siguen padeciendo este flagelo.
los organizadores ofrecieron al final un mensaje donde exponen en cuatro puntos sus preocupaciones, pero también sus esperanzas de seguir con la labor evangelizadora que exige estos tiempos a la vida religiosa, poniendo en primera persona a aquellos que sufren.
Este es el mensaje:

Hermanas y Hermanos de la Vida Consagrada,

Reunidas y Reunidos en la Ciudad de Panamá, laicas, laicos, consagradas y consagrados,
personas migrantes y gente de buena voluntad, nos encontramos, escuchamos, observamos y abrazamos con fe y amor a personas (mujeres, hombres, niñas, niños, adolescentes) que llegaron desde otros países luego de cruzar el Darién en etapas complejas de sus procesos de movilidad migratoria y alta vulnerabilidad. En nuestras reuniones y diálogos renovamos y fortalecemos nuestro compromiso en la misión junto a personas migrantes, refugiadas y desplazadas, enfatizando cuatro puntos.

  • 1. Reconocemos que las personas en movilidad humana son para la Vida Religiosa lugar teológico porque constituyen un llamado a servir a Cristo que migra y una oportunidad para ser evangelizadas/os por personas que viven de facto el misterio pascual: Dios actúa y se revela en las voces y las vidas de las y los desplazados, refugiados y migrantes. La Vida Religiosa al servicio de las personas migrantes confirma una vocación, pero también se reinventa y descubre un nuevo lugar eclesial; un lugar dónde vivir la alegría del resucitado. Así se comparte solidariamente la vida de las y los crucificados, en las formas y espacios que el discernimiento enseña y la providencia conduce.
  • 2. Reaccionamos con indignación ante la violación de la dignidad humana de las y los migrantes, ante los abusos y violencias que sufren, incluyendo las muertes en la ruta migratoria. Denunciamos la corrupción que hace de las situaciones de vulnerabilidad migratoria un negocio; las grandes empresas y el crimen organizado que provocan miseria y desplazamientos obligados a personas campesinas, pequeñas propietarias y a quienes tienen que huir de la pobreza, de situaciones de violencia y miedo y de la acción depredadora contra la Casa Común. Señalamos a los Estados y a sus gobiernos porque no facilitan la migración regular o por la falta de leyes, políticas y acciones efectivas de gobernanza migratoria; también denunciamos la omisión o connivencia de liderazgos civiles, religiosos y gubernamentales que ignoran o soslayan el dolor, el sufrimiento y las amenazas de tantas personas y sus familias en desplazamientos internos e internacionales en todos los países del Continente.
  • 3. Manifestamos la esperanza de que las y los ciudadanos de los países de donde salen, por donde pasan y adonde llegan personas luchando por vida y dignidad, elijan las prácticas de acogida, respecto y solidaridad en cada encuentro con personas migrantes y desplazadas. Son personas que adoptaron la migración como estrategia para alcanzar con su esfuerzo y su trabajo condiciones de paz y futuro para sí mismas y los suyos. Declaramos que nadie es extranjero en la Iglesia de Dios, y por esto rechazamos prácticas de xenofobia, discriminación y exclusión de acceso a servicios básicos, criminalización de migrantes y en contra de la solidaridad con migrantes y todo tipo de extorsiones, abusos u opresiones.
  • 4. Llamamos a la Vida Religiosa del Continente, a las Iglesias y sus Pastores, y otras latitudes a sumarse y fortalecer su presencia a través de estudios sobre este fenómeno, colaborando en la comunicación verdadera sobre esta realidad y sobre todo con sus miembros y dones, en la misión de acoger, proteger, promover e integrar. La atención directa y la acción de sensibilización y de incidencia son igualmente necesarias, faltan manos, pies y cabezas en la compañía de las mayorías populares en movilidad. Ojalá que más personas y organizaciones lo hagan, pero también es decisivo enterarse de la realidad de las personas migrantes y refugiadas, sentir sus padecimientos como propios y comunicar su preocupación en sus propios ambientes pastorales.

Es urgente fortalecer nuestra presencia en la Red CLAMOR, en la Red Jesuita con Migrantes, en las redes de la Vida Consagrada contra la trata y otros espacios de articulación que nos permitan seguir construyendo un Nosotros cada vez mas grande, como nos ha convocado el papa Francisco.
También urge promover otros espacios de articulación con las personas migrantes, conformar nuevas redes locales de intervención calificada y robustecer liderazgos dentro y fuera de la Vida Religiosa que apunten a una verdadera transformación social en beneficio de todas las personas migrantes en Panamá y en nuestro Continente.
Invocamos la asistencia de la Sagrada Familia de Nazaret, quienes vivieron la experiencia de la migración forzada, el exilio y el retorno, para que nos acompañen en este caminar.
Firmamos:
Participantes en el Seminario LOS CLAMORES DE LOS VULNERADOS: ESPERANZAS Y RESPUESTAS EN TIEMPO DE SINODALIDAD convocado por la Comisión Personas Migrantes, Refugiadas y Desplazadas de la CLAR.

Panamá, 14 de julio de 2024

Presentado el Instrumentum laboris para la segunda sesión del Sínodo 2021-2024

Instrumentum Laboris del Sínodo: una Iglesia en misión
El texto guiará los trabajos de la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria, prevista del 2 al 27 de octubre. El documento está en continuidad con todo el proceso sinodal iniciado en 2021 y presenta propuestas para una Iglesia cada vez más “sinodal en misión”, más cercana a la gente y en la que todos los bautizados participen de su vida. Entre los puntos de reflexión figuran la valorización de la mujer y la necesidad de transparencia y rendición de cuentas.

Isabella Piro – vaticannwes.va 

¿Cómo ser una Iglesia sinodal misionera? Esta es la pregunta básica de la que parte el Instrumentum laboris (IL) de la próxima sesión del Sínodo de los Obispos, prevista del 2 al 27 de octubre, la segunda de la XVI Asamblea General Ordinaria, después de la de 2023. El IL -publicado hoy, martes 9 de julio, y presentado en la Oficina de Prensa de la Santa Sede- no ofrece “respuestas prefabricadas”, sino “indicaciones y propuestas” sobre cómo la Iglesia, en su conjunto, puede responder “a la necesidad de ser ‘sinodal en misión'”, es decir, una Iglesia más cercana a las personas, menos burocrática, que sea casa y familia de Dios, en la que todos los bautizados sean corresponsables y participen en su vida en la distinción de sus diferentes ministerios y roles.

Las cinco partes del documento

El documento está estructurado en cinco secciones: introducción, fundamentos y tres partes centrales. La introducción recuerda el camino recorrido hasta ahora y destaca los hitos ya logrados, como la generalización de la metodología sinodal de la Conversación en el Espíritu. Le siguen los fundamentos (nn. 1-18) que se centran en la comprensión de la sinodalidad, vista como un camino de conversión y reforma. En un mundo marcado por divisiones y conflictos, se subraya, la Iglesia está llamada a ser signo de unidad, instrumento de reconciliación y oído atento para todos, especialmente para los pobres, los marginados, las minorías apartadas del poder. 

Valorar a la mujer en la Iglesia 

Los fundamentos dedican también un amplio espacio (n.13-18) a la reflexión sobre el papel de la mujer en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia, subrayando “la necesidad de dar un reconocimiento más pleno” a sus carismas y a su vocación. “Dios ha elegido a algunas mujeres para ser las primeras testigos y heraldos de la resurrección”, recuerda el IL; ellas, por tanto, “en virtud del Bautismo están en condición de plena igualdad, reciben la misma efusión de dones del Espíritu y están llamadas al servicio de la misión de Cristo”. 

Participación y responsabilidad 

En algunas culturas, se desprende del IL, “la presencia del machismo sigue siendo fuerte”; por ello, se pide a la segunda sesión sinodal “una participación más amplia de las mujeres en los procesos de discernimiento eclesial y en todas las fases de los procesos de toma de decisiones” junto con “un acceso más amplio a los puestos de responsabilidad en las diócesis y en las instituciones eclesiásticas”, así como en los seminarios, institutos, facultades teológicas y “en el papel de juez en los procesos canónicos”. Las sugerencias se refieren también a las mujeres consagradas, para las que se espera “un mayor reconocimiento y un apoyo más decidido” a sus vidas y carismas, junto con “su empleo en puestos de responsabilidad”.

Sobre el diaconado femenino continúa la reflexión teológica 

Sobre la admisión de mujeres al ministerio diaconal, el IL informa que es solicitada por “algunas Iglesias locales”, mientras que otras “reiteran su oposición” (n. 17). El tema, se señala, “no será objeto de los trabajos” del próximo mes de octubre, por lo que es bueno que “continúe la reflexión teológica”. En cualquier caso, la reflexión sobre el papel de la mujer “pone de relieve el deseo de un fortalecimiento de todos los ministerios ejercidos por los laicos”, para quienes se pide que “adecuadamente formados puedan contribuir también a la predicación de la Palabra de Dios también durante la celebración de la Eucaristía” (n. 18). 

Parte I – Relaciones con Dios, entre hermanos y entre Iglesias

Tras la introducción y los fundamentos, el IL se detiene en las relaciones (nn. 22-50) que permiten a la Iglesia ser sinodal en la misión, es decir, las relaciones con Dios Padre, entre hermanos y entre las Iglesias. Los carismas, los ministerios y los ministerios ordenados son, pues, esenciales en un mundo y para un mundo que, en medio de tantas contradicciones, busca la justicia, la paz y la esperanza. De las Iglesias locales emerge también la voz de los jóvenes que reclaman una Iglesia no de estructuras, ni de burocracia, sino fundada en relaciones que susciten y vivan en dinámicas y caminos. En esta perspectiva, la Asamblea de octubre podrá analizar la propuesta de dar vida a nuevos ministerios, como el de “escuchar y acompañar”. 

Parte II – Caminos formativos y discernimiento comunitario  

Estas relaciones deberán desarrollarse cristianamente a lo largo de itinerarios (n. 51-79) de formación y de “discernimiento comunitario”, que permitan a las Iglesias tomar decisiones adecuadas, articulando la responsabilidad y la participación de todos. “El entrelazamiento de las generaciones es una escuela de sinodalidad”, afirma el IL, “todos, los débiles y los fuertes, los niños, los jóvenes y los ancianos, tienen mucho que recibir y mucho que dar” (n. 55).

La importancia de la rendición de cuentas 

Pero entre los caminos a seguir se encuentran también aquellos que permiten a quienes tienen responsabilidades eclesiales rendir cuentas con transparencia de sus acciones para el bien y la misión de la Iglesia. “Una Iglesia sinodal necesita una cultura y una práctica de la transparencia y la rendición de cuentas”, reza la IL, “que son indispensables para fomentar la confianza mutua necesaria para caminar juntos y ejercer la corresponsabilidad en la misión común” (n. 73). 

Una Iglesia creíble requiere transparencia y responsabilidad 

Recordando a continuación que “la rendición de cuentas por el propio ministerio a la comunidad pertenece a la tradición más antigua, que se remonta a la Iglesia apostólica” (n. 74), el documento de trabajo subraya que hoy “la exigencia de transparencia y rendición de cuentas en y por la Iglesia se ha hecho necesaria como consecuencia de la pérdida de credibilidad debida a los escándalos financieros y, especialmente, a los abusos sexuales y de otro tipo a menores y personas vulnerables. La falta de transparencia y responsabilidad alimenta el clericalismo” (n. 75), que se basa erróneamente en el supuesto de que los ministros ordenados no tienen que rendir cuentas a nadie por el ejercicio de su autoridad. 

Se necesitan estructuras de evaluación 

La responsabilidad y la transparencia, insiste el IL, conciernen a todos los niveles de la Iglesia y no se limitan al ámbito de los abusos sexuales y financieros, sino que afectan también a “los planes pastorales, los métodos de evangelización y la manera en que la Iglesia respeta la dignidad de la persona humana, por ejemplo en lo que respecta a las condiciones de trabajo en sus instituciones” (n. 76). De ahí la petición de “estructuras y formas de evaluación necesarias -entendidas en un sentido no moralista- del modo en que se ejercen las responsabilidades ministeriales de todo tipo” (n. 77). A este respecto, el documento recuerda la necesidad de que la Iglesia garantice, por ejemplo, la publicación de un informe anual tanto sobre la gestión de los bienes y recursos, como sobre el desempeño de la misión, incluyendo “una ilustración de las iniciativas emprendidas en el ámbito de la salvaguardia (protección de menores y personas vulnerables) y la promoción del acceso de las mujeres a puestos de autoridad y su participación en los procesos de toma de decisiones” (n. 79). 

Parte III – Los lugares del diálogo ecuménico e interreligioso  

El IL analiza a continuación los lugares (n. 80-108) en los que toman forma las relaciones y los caminos. Lugares que deben entenderse no simplemente como espacios, sino más bien como contextos concretos, caracterizados por las culturas y los dinamismos de la condición humana. Invitando a superar una visión estática y una imagen piramidal de las relaciones y experiencias eclesiales, el documento de trabajo reconoce más bien su variedad y pluralidad, que permiten a la Iglesia -una y universal- vivir en circularidad dinámica “en los lugares y desde los lugares”, sin caer ni en particularismos ni en aplanamientos. Al contrario: es precisamente en este horizonte así delineado donde deben insertarse los grandes temas del diálogo ecuménico, interreligioso y cultural. En este contexto, la búsqueda de formas de ejercicio del ministerio petrino abiertas a la “nueva situación” del camino ecuménico, hacia la unidad visible de los cristianos (n. 102 y 107).

Peregrinos de la esperanza 

Por último, el documento recuerda cómo cada una de las preguntas que contiene quiere ser un servicio a la Iglesia y una ocasión para sanar las heridas más profundas de nuestro tiempo. Por ello, el Instrumentum laboris concluye con una invitación a continuar el camino como “peregrinos de la esperanza”, también en la perspectiva del Jubileo de 2025 (n. 112).