Ascensión del Señor. Año C
En camino a Pentecostés
La Ascensión del Señor
P. Enrique Sánchez G. Mccj
“En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas as naciones comenzando por Jerusalén la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo le voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que reciban la fuerza de lo alto”. Después salió con ellos fuera de la ciudad hacia un lugar cercano de Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevando al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando al Señor. (Lucas 24, 46-53)
El momento de la Ascensión del Señor parece marcar un punto de llegada y, al mismo tiempo, una etapa nueva en la vida de sus discípulos. Una etapa que inicia después de haber vivido momentos tan fuertes e importantes acompañando a Jesús que ya no pudieron alejarse de él.
Se quedaron para siempre con él, aunque su presencia física se convirtió en una ausencia que fue colmada con el recuerdo alegre de haber encontrado a quien les cambió la vida. El día de la Ascensión es vivido como la jornada en que se anuncia de nuevo el misterio Pascual del Señor. El misterio que contiene la experiencia más profunda que un ser humano pueda hacer y que le permite entender hasta dónde ha
llegado el amor de Dios por sus hijos.
Jesús que padeció la tragedia de la pasión, que fue clavado en la cruz, como si hubiese sido uno de los peores criminales de su tiempo; ese Jesús es el mismo que ha vencido a la muerte y Dios lo ha resucitado y lo ha puesto en medio de la historia humana para que todo persona que crea en él viva y sea salvada por siempre.
Este es el Kerygna, el anuncio que cambió la historia a todas aquellas personas que han tenido la sencillez y la humildad de reconocer a Jesús como su señor y salvador. Esa es la Buena Noticia que Jesús nos deja como única herencia en la cima de la pequeña montaña desde subió al cielo.
En aquel lugar resuenan para siempre sus últimas palabras enviando a sus discípulos como misioneros y testigos por todo el mundo, enviándolos como continuadores de una misión que no acaba de terminar, simple y sencillamente porque Dios no se ha cansado de amarnos. “Ustedes son testigos de esto”.
Hoy, a nosotros, nos toca ser testigos, nos toca decir con nuestras vidas, que Dios ha cumplido sus promesas y en Jesús Resucitado nos ha dejado la posibilidad de vivir reconciliados, redimidos y salvados de todo aquello que podría mantenernos bajo el yugo de la esclavitud, de la miseria y del pecado.
Con la Ascensión, podríamos decir, concluye la obra de Jesús que durante tres años y poco más se dedicó en cuerpo y alma a anunciar la llegada del Reino de Dios entre nosotros. Ese día se cerraba una experiencia que había llevado a Jesús hasta los rincones más lejanos de la miseria humana, convirtiéndola en un mundo nuevo, transformado por el anuncio de su Palabra y por los signos y milagros que mostraron la misericordia y la bondad de Dios para con su pueblo.
En la montaña de la Ascensión Jesús se revela, una vez más, como el Hijo amado del Padre que nos fue entregado como el don más bello de Dios a la humanidad. Ahí se rasgaron los cielos y se abrió la gloria para acoger al Señor que, habiendo llevado a cabo a la perfección la voluntad de su Padre, volvía llevando en su corazón a quienes habían creído en él.
Esa imagen, viendo a Jesús subiendo al cielo, seguramente quedó impresa en lo más profundo de los discípulos que lo habían acompañado en el último día de su presencia terrena. Esa misma imagen sigue siendo anuncio que interpela y que toca el corazón de muchos de nosotros y de nuestros contemporáneos. Toca el corazón de todos aquellos que reconocen a Jesús en sus vidas como Buena Noticia que llena de confianza y de esperanza en el presente y en la contemplación del futuro.
Cristo ha padecido, ha muerto y ha resucitado para que el dominio de la muerte ya no tenga la última palabra. De esa manera ha cumplido su misión en esta tierra, recordándonos que él ha venido como mensajero de la vida. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
El día de la Ascensión de Jesús a los cielos se cumplió el proyecto de Dios que lo movió un día a emprender el camino que lo trajo a poner su morada entre nosotros y el día en que decidió asumir nuestra condición humana para hacerse uno de nosotros. Sobre ese monte Jesús pudo decir: Padre, todo está cumplido, he llevado a termino tu voluntad.
Ahora Jesús puede volver a su Padre, al lugar que le correspondía desde toda la eternidad, porque su misión ha terminado y ha terminado bien.
A partir de ese día ya no hay pretextos para ignorar o para sacar a Dios de nuestro peregrinar por este mundo. Sólo en él podemos ser salvados y sólo él puede darle sentido a aquello que nos va tocando afrontar cada día en un mundo que se obstina por negar la bondad de Dios que se ha manifestado en su Hijo.
Con el mundo y sus propuestas se nos quiere obligar a mantener nuestra mirada en el suelo, perdidos en nuestras pequeñas necesidades. Jesús nos obliga a elevar nuestra mirada para seguirlo hasta el infinito, prometiéndonos entrar en la gloria de su Padre. Así lo pidió en su oración cuando decía: “Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar volveré de nuevo y los llevaré conmigo, para que donde yo estoy estén
también ustedes” (Juan 14, 3)
En aquella pequeña colina, cercana al caserío de Betania, existe hasta nuestros días el lugar en donde la tradición recuerda al Señor desapareciendo a los ojos de sus discípulos; pero, al mismo tiempo es ahí en donde da inicio una etapa nueva en la historia de nuestra salvación. Es ahí en donde los discípulos reciben la bendición del Señor, asegurándoles con ella que no los dejaría huérfanos. Ahí les anuncia la llegada del Espíritu Santo que asumirá el relevo. Será él quien acompañará a la comunidad cristiana hasta
los últimos días de nuestra historia.
En compañía y asistidos por la presencia del Espíritu, toca ahora volver a lo ordinario de la vida, a lo cotidiano de nuestro quehacer humano; ahí en donde la vida nos seguirá desafiando y provocando para que abramos nuestro corazón a la presencia del Señor. La experiencia de la Ascensión del Señor se convierte en un momento de alegría que se prolongará en el tiempo por la certeza de no ir solos por el camino.
De ahora en adelante la vida de todo creyente no podrá ser más que tiempo transcurrido en el gozo y en el deseo profundo de vivir alabando al Señor en todos los momentos de la vida. A partir de ese día el Espíritu Santo nos ha tomado bajo su protección y su guía y ahora, nos toca continuar el camino sostenidos por la confianza y el optimismo que nos da el saber que estamos en buenas manos.
Guiados por el Espíritu, nos toca vivir todo lo que hemos aprendido, lo que hemos descubierto y de lo que nos hemos enriquecido con la cercanía de Jesús en nuestras vidas. Ahora es el tiempo en que nos corresponde tomar en serio las convicciones de fe que han ido forjando nuestro corazón. Es tiempo para abrirnos a lo inaudito de Dios que nos irá sorprendiendo cada día con signos nuevos de su presencia.
Hasta que podamos entrar, también nosotros, a su gloria y ocupemos el lugar que Jesús nos tiene preparado, sin olvidar que tenemos que vivirlo desde ahora, aunque nos toque pasar por momentos de oscuridad y de esfuerzo que exigen una confianza sin límites y una fe que seguramente se transformará en fuente de alegría.
LA BENDICIÓN DE JESÚS
José A. Pagola
Son los últimos momentos de Jesús con los suyos. Enseguida los dejará para entrar definitivamente en el misterio del Padre. Ya no los podrá acompañar por los caminos del mundo como lo ha hecho en Galilea. Su presencia no podrá ser sustituida por nadie.
Jesús solo piensa en que llegue a todos los pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin fin. ¿Quién podrá anunciar esta Buena Noticia?
Según el relato de Lucas, Jesús no piensa en sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores o teólogos. Quiere dejar en la tierra “testigos”. Esto es lo primero: “vosotros sois testigos de estas cosas”. Serán los testigos de Jesús los que comunicarán su experiencia de un Dios bueno y contagiarán su estilo de vida trabajando por un mundo más humano.
Pero Jesús conoce bien a sus discípulos. Son débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán la audacia para ser testigos de alguien que ha sido crucificado por el representante del Imperio y los dirigentes del Templo? Jesús los tranquiliza: “Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido”. No les va a faltar la “fuerza de lo alto”. El Espíritu de Dios los defenderá.
Para expresar gráficamente el deseo de Jesús, el evangelista Lucas describe su partida de este mundo de manera sorprendente: Jesús vuelve al Padre levantando sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sobre el mundo desciende su bendición.
A los cristianos se nos ha olvidado que somos portadores de la bendición de Jesús. Nuestra primera tarea es ser testigos de la Bondad de Dios. Mantener viva la esperanza. No rendirnos ante el mal. Este mundo que parece un “infierno maldito” no está perdido. Dios lo mira con ternura y compasión.
También hoy es posible buscar el bien, hacer el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más humano y un estilo de vida más sano. Podemos ser más solidarios y menos egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. La misma crisis económica nos puede empujar a buscar una sociedad menos corrupta.
En la Iglesia de Jesús hemos olvidado que lo primero es promover una “pastoral de la bondad”. Nos hemos de sentir testigos y profetas de ese Jesús que pasó su vida sembrando gestos y palabras de bondad. Así despertó en las gentes de Galilea la esperanza en un Dios Salvador. Jesús es una bendición y la gente lo tiene que conocer.
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JESÚS LLEGÓ A LO MÁS ALTO DURANTE SU VIDA, NO DESPUÉS
Fray Marcos
Empezamos con la oración de Pablo. “Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de revelación para conocerlo; ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cual es la esperanza a la que os llama…” No pide inteligencia, sino espíritu de revelación. No pide una visión sensorial ni racional sino que ilumine los “ojos” del corazón. El verdadero conocimiento no viene de fuera, sino de la experiencia interior. Ni teología, ni normas morales, ni ritos sirven de nada si no nos llevan a la experiencia interior.
Hemos llegado al final del tiempo pascual. La ascensión es una fiesta de transición que intenta recopilar todo lo que hemos celebrado desde el Viernes Santo. La mejor prueba de esto es que Lc, que es el único que relata la ascensión, nos da dos versiones: una al final del evangelio y otra al comienzo del los Hechos. Para comprender el lenguaje que la liturgia utiliza para referirse a esta celebración, es necesario tener en cuenta la manera mítica de entender el mundo en aquella época y posteriores, muy distinta de la nuestra.
El mundo dividido en tres estadios: el superior, habitado por la divinidad. El del medio era la realidad terrena en la que vivimos. El abismo del maligno. La encarnación era concebida como una bajada del Verbo, desde la altura a la tierra. Su misión era la salvación de todos. Por eso, después tuvo que bajar a los infiernos (inferos) para que la salvación fuera total. Una vez que Jesús cumplió su misión salvadora, lo lógico era que volviera a su lugar de origen.
No tiene sentido seguir hablando de bajada y subida. Si no intentamos cambiar la mente, estaremos transmitiendo conceptos que hoy no podemos comprender. Una cosa fue la predicación de Jesús y otra la tarea de la comunidad, después de la experiencia pascual. El telón de fondo es el mismo, el Reino de Dios, vivido y predicado, pero a los primeros cristianos les llevó tiempo encontrar la manera de trasmitir lo que había experimentado. Tenemos que continuar esa obra, transmitir el mensaje, acomodándolo a nuestra cultura.
Resurrección, ascensión, sentarse a la derecha de Dios, envío del Espíritu… apuntan a una misma realidad pascual. Con cada uno de esos aspectos se intenta expresar la vivencia de pascua: El final de “este Hombre” Jesús no fue la muerte sino la Vida. El misterio pascual es tan rico que no podemos abarcarlo con una sola imagen, por eso tenemos que desdoblarlo para ir analizándolo por partes y poder digerirlo. Con todo lo que venimos diciendo durante el tiempo pascual, debe estar ya muy claro que después de la muerte no pasó nada en Jesús.
Una vez muerto pasa a otro plano donde no existe tiempo ni espacio. Sin tiempo y sin espacio no puede haber sucesos. Todo “sucedió” como un chispazo que dura toda la eternidad. El don total de sí mismo es la identificación total con Dios y por tanto su total y definitiva gloria. No va más. En los discípulos sí sucedió algo. La experiencia de resurrección sí fue constatable. Sin esa experiencia, que no sucedió en un momento determinado, sino que fue un proceso que duró muchos años, no hubiera sido posible la religión cristiana.
Una cosa es la verdad que se quiere trasmitir y otra los conceptos con los que intentamos expresarla. No estamos celebrando un hecho que sucedió hace 2000 años. Celebramos un acontecimiento que se está dando en este momento. Los tres días para la resurrección, los cuarenta días para la ascensión, los cincuenta días para la venida del Espíritu, son tiempos teológicos. Lc, en su evangelio, pone todas las apariciones y la ascensión en el mismo día. En cambio, en los Hechos habla de cuarenta días de permanencia de Jesús con sus discípulos.
Solo Lc al final de su evangelio y al comienzo de los “Hechos”, narra la ascensión como un fenómeno externo. Si los dos relatos constituyeron al principio un solo libro, se duplicó el relato para dejar uno como final y otro como comienzo. Para él, el evangelio es el relato de todo lo que hizo y enseñó Jesús; los Hechos es el relato de todo lo que hicieron los apóstoles. Esa constatación de la presencia de Dios, primero en Jesús y luego en los discípulos, es la clave de todo el misterio pascual y la clave para entender la fiesta que estamos celebrando.
El cielo, en todo el AT, no significa un lugar físico, sino una manera de designar la divinidad sin nombrarla. Así, unos evangelistas hablan del “Reino de los cielos” y otros del “Reino de Dios”. Solo con esto, tendríamos una buena pista para no caer en la tentación de entenderlo materialmente. Es lamentable que sigamos hablando de un lugar donde se encuentra la corte celestial. Podemos seguir diciendo “Padre nuestro que estás en los cielos”. Podemos seguir diciendo que se sentó a la derecha de Dios, pero sin entenderlo literalmente.
Hasta el s. V no se celebró la Ascensión. Se consideraba que la resurrección llevaba consigo la glorificación. Ya hemos dicho que, en los primeros indicios escritos que han llegado hasta nosotros de la cristología pascual, está expresada como “exaltación y glorificación”. Antes de hablar de resurrección se habló de glorificación. Esto explica la manera de hablar de ella en Lc. Lo importante del mensaje pascual es que el mismo Jesús, que vivió con los discípulos, es el que llegó a lo más alto. Llegó a la meta. Alcanzó la identificación total con Dios.
La Ascensión no es más que un aspecto del misterio pascual. Se trata de descubrir que la posesión de la Vida por parte de Jesús es total. Participa de la misma Vida de Dios y por lo tanto, está en lo más alto del “cielo”. Las palabras son apuntes para que nosotros podamos entendernos. Hoy tenemos otro ejemplo de cómo, intentando explicar una realidad espiritual, la complicamos más. Resucitar no es volver a la vida biológica sino volver al Padre. “Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre”.
Nuestra meta, como la de Jesús, es ascender hasta lo más alto, el Padre. Pero teniendo en cuenta que nuestro punto de partida es también, como en el caso de Jesús, el mismo Dios. No se trata de movimiento alguno, sino de toma de conciencia. Esa ascensión no puedo hacerla a costa de los demás, sino sirviendo a todos. Pasando por encima de los demás, no asciendo sino que desciendo. Como Jesús, la única manera de alcanzar la meta es descendiendo hasta lo más hondo de mi ser. El que más bajó, es el que más alto ha subido.
El entender la subida como física es una trampa muy atrayente. Los dirigentes judíos prefirieron un Jesús muerto. Nosotros preferimos un Jesús en el cielo. En ambos casos sería una estratagema para quitarlo del medio. Descubrirlo dentro de mí y en los demás, como nos decía el domingo pasado, sería demasiado exigente. Mucho más cómodo es seguir mirando al cielo… y no sentirnos implicados en lo que está pasando a nuestro alrededor.
En lo que hemos leído se encuentran todos los elementos de los relatos pascuales: el reconocimiento; la alusión a la Escritura; la necesidad de Espíritu; la obligación de ser testigos; la conexión con la misión. Se contrapone la Escritura que funcionó hasta aquel momento y el Espíritu que funcionará en adelante. Jesús fue ungido por el Espíritu para llevar a cabo su obra. Los discípulos son revestidos del Espíritu para llevar a cabo la suya.
Los “pies” de la Iglesia misionera hacia “todos los pueblos”
Romeo Ballan, mccj
La Ascensión de Jesús al cielo se presenta bajo tres aspectos complementarios: 1º. como una gloriosa manifestación de Dios (I lectura), con la nube, hombres vestidos de blanco, referencias al cielo… (v. 9-11); 2°. como epílogo de una hazaña difícil y paradójica, pero exitosa (II lectura); 3°. como envío de los apóstoles (Evangelio), en calidad de “testigos” para una misión tan grande como el mundo: predicar, en el nombre de Jesús, “la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos” (v. 47-48).
El acontecimiento pascual de Jesús da sustento a la gozosa esperanza de la Iglesia y a la serena confianza de los fieles de poder gozar un día de la misma gloria de Cristo (Prefacio). El compromiso apostólico y el optimismo que anima a los misioneros del Evangelio radican en la certeza de ser portadores de un mensaje y de una experiencia de vida lograda, gracias a la garantía de la resurrección. Ante todo, es vida que ya ha tenido éxito pleno en Cristo resucitado; y lo va teniendo, aunque solo parcialmente, también en la vida de los miembros de la comunidad cristiana. Los frutos de vida nueva ya se dan: es preciso verlos y saber apreciarlos.
Los Apóstoles y los misioneros de todos los tiempos se convierten en sus “testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo” (Hch 1,8; Lc 24,48), en un movimiento que se abre progresivamente en espiral, del centro (Jerusalén) hacia una periferia tan vasta como el mundo. En efecto, el mundo entero es el campo al cual Jesús, antes de subir al cielo, envía a sus discípulos como testigos (Evangelio): “a todos los pueblos” para predicar la conversión al Dios de la misericordia, que perdona los pecados y salva (v. 47).
La misión de testimonio es radical y eficaz, como lo demuestra la historia de la evangelización, desde los comienzos (Hechos de los Apóstoles) hasta nuestros días. Esta tarea corresponde a personas adultas por la edad y en la fe, pero también a los jóvenes. El compromiso misionero de los jóvenes brota, en particular, del sacramento de la Confirmación. Esta es una etapa significativa en su camino cristiano, que los prepara al testimonio de la fe y a la misión. La Confirmación ha de llevar a los jóvenes al compromiso apostólico y a ser evangelizadores de otros jóvenes. El Papa Benedicto XVI solía repetirlo a los jóvenes: “Sean los apóstoles de los jóvenes”.
Las últimas palabras de los Evangelios son el lanzamiento de la Iglesia en misión – ¡una Iglesia en permanente estado de Misión! – para continuar la obra de Jesús. ¡En todas partes, siempre! La mirada al cielo (Hch 1,11), meta final e inspiradora del gran viaje de la vida, no distrae ni quita energías; por el contrario, estimula a los cristianos y a los evangelizadores a tener siempre una mirada de amor hacia el mundo, un compromiso misionero generoso y creativo, sintonizado con las situaciones concretas, en favor de la vida de la familia humana. Dejando de lado, por tanto, todo espiritualismo alienante, hay que estar bien arraigados en la historia, lugar donde Cristo realiza nuestra salvación; jamás separar el cielo de la tierra, sino conjugar la Palabra con la vida, la fe con la historia. Se nos invita a llevar a cabo esta misión con esperanza y realismo, sostenidos por la “fuerza del Espíritu Santo” (Hch 1,8). Con la certeza de la presencia continua de Jesús que bendice a los suyos, los mira con benevolencia y los llena de “gran alegría” (Lc 24,50-52). La Ascensión no significa ausencia del Señor, sino otra manera de estar presente (Mt 28,20; Mc 16,20). Él es siempre Emanuel, todos los días Él actúa junto con sus discípulos y confirma con signos la Palabra que ellos predican.
En algunas imágenes del misterio de la Ascensión, una nube envuelve el cuerpo de Jesús, dejando que se vean tan solo sus pies: emblemáticamente, son los pies de la Iglesia misionera, los pies de los cristianos, evangelizadores y evangelizadoras, que, por los caminos del mundo, llevan a todos el Evangelio, que es mensaje de misericordia, acogida, inclusión. Ellos anuncian el Evangelio con su misma vida, con la palabra, utilizando también los medios más modernos de la comunicación social (prensa, filmes, videos, e-mails, internet, sms, blog, facebook, twitter, chat, sitios web y otras redes digitales), que ofrecen oportunidades nuevas para la evangelización y la catequesis. En la Jornada de las Comunicaciones Sociales el Papa Francisco exhorta a los medios de comunicacióna ser siempre instrumentos de comunión entre las personas. ¡Son los desafíos siempre nuevos de la Misión!
ESTÁ JUNTO A CADA PERSONA PARA SIEMPRE
Fernando Armellini
Nosotros somos capaces de estudiar y conocer las realidades materiales. Basta aplicar a la tarea perspicacia e inteligencia. Los secretos de Dios, sin embargo, se nos escapan, son inescrutables; solo Él puede revelarlos. Si nos acercamos a Jesús recorriendo las etapas de su vida guiados solamente por la sabiduría humana nos toparemos con un denso misterio, buscando a tientas en la oscuridad. Todo lo que le ocurre, desde el principio hasta el fin, es un enigma. Su propia madre, María, se queda sorprendida y desbordada cuando el proyecto de Dios comienza a actuarse en su Hijo (cf. Lc 2,33.50). También ella tiene que poner juntos, como las piezas de un mosaico, los diferentes acontecimientos (cf. Lc 2,19) para descubrir el rompecabezas del Señor. ¿Cómo descubrir su sentido?
A esta pregunta responde el Resucitado en los primeros versículos del evangelio de hoy (vv. 46-47). Él, refiere Lucas, abrió la inteligencia de los discípulos a la comprensión de las Escrituras: “Así está escrito…”. Solo de la Palabra de Dios anunciada por los profetas puede venir la luz que esclarezca los acontecimientos de la Pascua. En la Biblia, dice Jesús, estaba ya predicho que el Mesías tendría que sufrir, morir y resucitar.
Es difícil encontrar en el Antiguo Testamento afirmaciones tan explícitas. Sin embargo, no hay duda de que el cambio radical de mente de los discípulos y su comprensión de que el Mesías de Dios era muy diverso del que ellos esperaban, se han debido a los textos del profeta Isaías que hablan del Siervo del Señor: “Despreciado y evitado por la gente, un hombre habituado a sufrir y curtido en el dolor…Verá su descendencia, prolongará sus años…Por sus trabajos soportados verá la luz” (Is 53,3.10.11.).
Otro acontecimiento, dice el Resucitado, ya fue anunciado en las Escrituras: “En su nombre se predicará penitencia y perdón de pecados a todas las naciones” (47). Aquí, la referencia al texto bíblico es clara: “Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra” (Is 49,6). Según el profeta, es tarea del Mesías llevar la Salvación a todas las gentes. ¿Cómo se realizará esta profecía si Jesús ha limitado su actividad a su pueblo, si ha ofrecido la Salvación solamente a los israelitas? (cf. Mt 15,24).
En la segunda parte del evangelio de hoy (vv. 48-49) se responde a esta pregunta: Jesús se convierte en “luz de las naciones” a través del testimonio de sus discípulos. Se trata de un encargo muy por encima de la capacidad humana. Para desarrollar la misión de Cristo no bastan la buena voluntad ni las bellas cualidades; es necesario contar con su mismo poder. Esta es la razón de la promesa: “Por eso quédense en la ciudad hasta que sean revestidos con la fuerza que viene del cielo” (v. 49). Es el anuncio del envío del Espíritu Santo, el que se convertirá en protagonista del tiempo de la Iglesia. En los Hechos de los Apóstoles se recordará frecuentemente su presencia en los momentos relevantes y su asistencia en las decisiones decisivas de los discípulos. El evangelio de Lucas concluye con el relato de la Ascensión (vv. 50-53). Antes de entrar en la gloria del padre, Jesús bendice a los discípulos.
Terminadas las celebraciones litúrgicas del templo, el sacerdote salía del lugar santo y pronunciaba una solemne bendición sobre los fieles reunidos para la oración (cf. Eclo 50,20). Después de la bendición los allí presentes regresaban a sus ocupaciones con la certeza de que el Señor conduciría a buen fin todo trabajo y toda fatiga. La bendición de Jesús acompaña a la comunidad de sus discípulos y constituye la promesa y garantía del éxito pleno de la obra que está a punto de comenzar.
La apelación final no pudo ser más que alegrarse: los discípulos “regresaron a Jerusalén llenos de alegría” (v. 52). Lucas es el evangelista de la alegría. Ya en la primera página de su evangelio, leemos que el ángel del Señor dice a Zacarías: “Él te traerá gozo y alegría, y muchos se regocijarán con su nacimiento” (Lc 1,14). Poco después, en la historia del nacimiento de Jesús, aparece de nuevo el ángel que dice a los pastores: “No tengan miedo. Estoy aquí para darles una buena noticia, una gran alegría para todas las personas” (Lc 2,10).
La primera razón por la que los discípulos se regocijan, a pesar de no tener al Maestro visiblemente presente con ellos, es el hecho de que entendieron que Él no es, como pensaban sus enemigos, un prisionero de la muerte. Han tenido la experiencia de su Resurrección; están seguros de que cruzó primero el ‘velo del templo’ que separaba el mundo de las personas del de Dios. Entonces mostró que todo lo que sucede en la tierra –éxitos y contratiempos, injusticias, sufrimientos e incluso los eventos más absurdos, como los que le han sucedido–no escapan al plan de Dios. Si este es el destino de cada persona, la muerte ya no causa temor; Jesús lo transformó en un nacimiento a la Vida con Dios. Esta es la primera razón para tratar con esperanza incluso las situaciones más dramáticas y complicadas.
La luz de las Escrituras les hizo comprender que Jesús no fue a otro lugar, no se ha desviado, sino que se ha quedado con la gente. Su forma de estar presente ya no es la misma, pero no es menos real. Antes de la Pascua, estuvo condicionado por todas las limitaciones a las que estamos sujetos. Pero ya no existen más. Él puede estar cerca de cada personasiempre. Con la Ascensión, su Presencia no ha disminuido, ¡se ha incrementado! Aquí está la segunda razón para la alegría de los discípulos y para la nuestra.