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Una vida con las mujeres sabias

Por Hna. Sonia de Jesús García desde Kaande (Zambia)


Una de las mayores alegrías de la misión es constatar el bien que se hace a las personas. Lo compruebo día a día en las actividades que llevamos adelante las cuatro combonianas de la comunidad de Kaande, en la diócesis zambiana de Mongu. Una hermana se ocupa de la pastoral en general, otra trabaja con los campesinos, otra está comprometida en la educación y yo, que soy enfermera, me ocupo de la pastoral de la salud.

En Kaande las cosas están mejorando poco a poco. Trabajamos con el grupo Promotoras de Salud, integrado por mujeres que han recibido una formación sencilla pero suficiente para acompañar y ayudar en diversos problemas de salud.

La mayoría de estas mujeres, a las que coordino, no pertenecen a la Iglesia católica sino a otros cultos e Iglesias presentes en la zona. Son baptistas, adventistas o de la New Apostolic Church. En el grupo saben que represento a la Iglesia católica con el aprobación de mi superiora provincial, del obispo y del párroco. Un día me sorprendió un comentario suyo: «­Realmente la Iglesia católica es diferente. En nuestras Iglesias nos limitamos a ir al culto, rezamos, cantamos, pero no nos ocupamos de aspectos sociales como ayudar al que lo necesita».

Al tratarse de un grupo interre­ligioso, la gente ve a los católicos desde otra perspectiva e intuyen que detrás de todo lo que hacemos está la importancia que damos a Dios, que se muestra a través del cuidado de las personas. Estoy convencida de que este testimonio de unidad en la diversidad es también un modo de evangelizar.

El trabajo de las promotoras es muy bonito. Han aprendido a cuidar de los bebés y de las mujeres embarazadas y los consejos que dan son muy pertinentes y sabios. Este equipo de mujeres es uno de los logros de nuestra misión.

Debemos enfrentar muchos retos e intentamos hacerlo a través de soluciones que estén al alcance de todos. En los últimos tiempos hemos detectado muchos problemas dermatológicos por falta de higiene. Las familias prefieren comprar comida a un trozo de jabón, que puede ser más caro. Por eso hemos organizado talleres para que la gente aprendan a hacer jabón artesanal.

Hay cosas que me cuesta mucho comprender, como que las familias sigan creyendo que la enfermedad se produce porque alguien «te la da» y que tenga sentido ir al chamán para que te cure. Esto es un problema grave porque las familias gastan mucho dinero y, además, el enfermo no sana.

Visitamos a las familias con frecuencia y tratamos de aconsejarlas e intervenir, pero siempre con el máximo respeto. Es bonito no sentirse aisladas, sino misioneras que sirven, acompañan y sostienen a la gente desde la fe en Jesús. Como decía Comboni, tratamos de «hacer causa común» y que la gente sea protagonista de su propio desarrollo y evangelización.

“Como el Padre me envió, así los envío yo”

¡Gracias México!
«Como el Padre me envió, así los envío yo» (Jn 20,20). Este fue el lema que elegí para mi ordenación sacerdotal, y que ha marcado todo mi ministerio como comboniano. En octubre pasado, mis superiores me asignaron a un nuevo destino; así se cierra mi experiencia misionera en México y me preparo para la siguiente.

Texto y fotos: P. Wédipo Paixão, mccj

En 2018 mis formadores en el escolasticado de São Paulo, Brasil, me preguntaron cuáles serían mis opciones para trabajar como misionero. En aquel entonces estaba fascinado por Egipto o Líbano y también resonaba en mí Vietnam, pero al fin fui destinado a México. Recibí mi destino a tierras Guadalupanas con alegría y disponibilidad. Ya estaba acostumbrando y sabía el idioma porque había estado en Sahuayo y después en Xochimilco como novicio entre los años 2012 y 2014.

Llevo en mi corazón a muchas personas que conocí en distintas partes del país; conservo las costumbres y culturas, la hospitalidad y la calidez. Uno de tantos bonitos recuerdos que atesoro, lo experimenté en la comunidad de Comalapa, en las sierras veracruzanas, donde la sencillez y la amabilidad me marcaron profundamente, a tal punto, que guardé especial cariño por Veracruz. En todo, reconozco lo que dice Jesús: «El que deja padre y madre, tierra, hermanos por causa del Reino de Dios, encontrará mucho más» (Mt 19,20).

En todos esos años acompañé a muchos jóvenes. Algunos decidieron entrar al seminario, y otros continuaron con sus vidas y respondieron a una vocación específica a la que Dios los llamaba. Siempre he pensado que la vocación es un medio, por el cual, el Padre nos llama a vivir realizados y plenos según su voluntad, y que nos conduce a ser felices. No se trata de hacer sólo lo que nos gusta, sino de amar en tal medida, que abrazamos un estado de vida al servicio del bien común. La existencia es un don único que nos da Dios, y a su vez, la vocación es la forma cómo elegimos vivir, es decir, el medio que nos conduce a la felicidad. Por eso no debemos temer al emprender un camino y confiar en los planes de Dios; Él nunca nos defraudará.

Hay un proverbio chino que dice: «En manos de quien te regala una flor, siempre queda un poco de perfume». Creo que mi memoria está perfumada por el cariño y amistad con que fui recibido y tratado es-tos años en México. La palabra que fluye en mi corazón es de gratitud: doy gracias a Dios por el don de la vocación, y a cada uno de los que interactuaron conmigo durante este periodo. Soy brasileño de nacimiento, pero mexicano de corazón.

Quisiera concluir con un escrito de un gran obispo brasileño, monseñor Hélder Câmara:

  • Misión es partir, salir de sí. Es romper con el cascarón del egoísmo, que nos encierra en nosotros mismos.
  • Misión es dejar de dar vueltas alrededor de nosotros mismos como si fuéramos el centro de la vida o del mundo.
  • Misión es no dejarse bloquear por los problemas del pequeño mundo al que pertenecemos, la humanidad es mayor.
  • Misión es siempre partir, mas no significa devorar kilómetros, es, sobre todo, abrirse al prójimo como hermano, descubrirlo y encontrarlo.
  • Y para descubrirlo y amarlo, es necesario atravesar los mares, volar por los cielos.
  • Entonces, misión es partir hasta los confines del mundo».

Continúo en misión, ahora en Brasil. En qué aspecto en específico, aún no le sé, pero voy con el corazón abierto, atento a lo que el Señor me pide adonde ahora me envía. A todos los que formaron parte de mi vida durante este tiempo, mi gratitud y mis oraciones.

¡Hasta Luego!

Jubileo: ¿Con qué nos quedamos?

Por: P. Rafael González Ponce, mccj

El próximo 6 de enero de 2026, Epifanía del Señor, en la basílica de San Pedro, en Roma, se cerrará la Puerta Santa indicando la terminación del Jubileo. Sin embargo, aun si el programa de celebraciones concluye, nos preguntamos: ¿cómo me quedo?

DICIEMBRE
14: Jubileo de los presos

Se trata de cosechar un fuerte deseo de transformación y una constante determinación por «ser jubileo permanente», en unión con Jesucristo –eterno Jubileo del amor del Padre–. Se cerrarán las Puertas Santas de todas las catedrales y basílicas del mundo para que ahora salgamos por los caminos de la humanidad como «peregrinos» de esa «esperanza que no defrauda». El Jubileo se hace misión sin fronteras, ahí donde apremie la misericordia.

Como peregrinos significa: dejarnos sor-prender por Dios que nos desinstala de nuestra mediocridad e indiferencia. Ponernos en camino para dejar atrás egoísmos y sistemas que desfiguran nuestra dignidad y esclavizan los sueños de una tierra nueva y cielos nuevos. Además, consiste en emprender un sendero desconocido, desde lo pequeño y sencillo, para reconstruir vínculos de fraternidad y procesos de vida auténtica.

La «Esperanza» es nuestro apellido, le pertenecemos. La gran novedad de este peregrinaje es precisamente que Dios camina con nosotros. De hecho, Jesús es el Camino. No sólo consiste en abandonarnos confiadamente en sus manos, que es fuente de paz, sino tener la certeza, contra toda evidencia, que su amor tiene la última palabra, y no los poderes malignos que nos aprisionan. En pocas palabras, no es la injusticia ni la violencia ni la mentira ni el vacío los que determinarán nuestro destino, sino el amor de Dios por su Creación, que se manifiesta en Cristo Jesús.¡Bienvenidos al nuevo «Jubileo de la vida cotidiana» y de la hondura de cada momento que asumimos en plenitud! Escribamos cada día una página del Evangelio. Tras los pasos del Maestro, quien dijo: «Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo».

I Domingo de Adviento. Año A

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada.

Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”. (Mateo 24, 37-44)


Estén preparados
P. Enrique Sánchez, mccj

Con este domingo iniciamos el tiempo del Adviento, un tiempo de espera y de preparación a la venida del Señor entre nosotros.

Nos preparamos a celebrar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y queremos disponer nuestro corazón para acogerlo, para que se quede con nosotros el resto de nuestras vidas.

En este tiempo queremos crear las condiciones favorables para que Dios entre en nuestras vidas y deseamos reconocerlo contemplando el rostro de Jesús que se hace uno de nosotros compartiendo su divinidad con lo frágil de nuestra humanidad. Las lecturas de la Palabra de Dios nos invitan a ir al encuentro del Señor, vayamos a su encuentro, nos dice la primera lectura, para reconocerlo como arbitro de las naciones y juez de los pueblos.

Vayamos para descubrirlo como el Dios que viene para empezar tiempos nuevos en donde puedan existir la justicia y la paz, pues acabará con nuestras guerras.

Este es el momento, dice san Pablo a los romanos, es la hora para que despierten del sueño, porque la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.

Es un tiempo para que dejemos a un lado las obras de las tinieblas y nos dejemos invadir por la luz del Señor que viene.

Es tiempo en el que Dios quiere sacudirnos para que nos liberemos de todo aquello que nos tiene aturdidos y acomodados en estilos de vida que impiden abrirse a la novedad de Dios; es tiempo para dejar que Dios construya su morada en nosotros y nos contagie de su alegría y de su felicidad.

El adviento es tiempo de espera, pero también es tiempo que nos llama a la conversión, a un cambio profundo de vida que nos permita deshacernos de todo aquello que nos esclaviza o que nos paraliza en nuestro camino de fe.

Se trata de un tiempo que nos ofrece la posibilidad de reordenar nuestras vidas dejando a un lado, como dice san Pablo, todo lo deshonesto que se nos ha podido ir pegando en el camino con el pasar de los días.

Son apenas unas cuantas semanas en las que se nos invita a volver a lo bueno y a lo noble que hemos recibido del Señor y que debería caracterizar nuestras vidas.

Es volver a darle un orden a nuestra vida que permita resplandecer la luz del Señor que quiere habitar en nuestros corazones, preparándonos para poder reconocerlo en el niño frágil que nos aparecerá en el pesebre.

El evangelio de este domingo nos invita a estar vigilantes y preparados porque no sabemos el momento en que el Señor llegará y haciéndonos recordar lo que había sucedido en tiempos de Noé nos permite confrontar lo que también en nuestros tiempos nos toca vivir.

Como en tiempos de Noé, también hoy parece que resulta muy fácil vivir en lo superficial y en lo pasajero.

Muchos de nuestros intereses, si no estamos atentos, terminan por hacer que vivamos preocupados por lo material o vivimos en lo pasajero. Basta ver cómo en estos días nuestras ciudades y en especial los centros comerciales, se han llenado de luces y de adornos navideños, pero detrás de las luces y de los colores ha ido desapareciendo la imagen de Jesús.

La publicidad nos muestra comidas y botellas de bebidas, joyas, perfumes y vestidos elegantes para ser regalados, pero entre tantos arreglos y moños de colores no aparece quien debería estar en el centro por ser el festejado.

La invitación que nos hace el evangelio a velar y a estar vigilantes es algo que debería acompañar nuestro caminar en este adviento. No se trata de ponerse a la defensiva, sino de estar atentos para reconocer al Señor que viene a nosotros y nos sorprenderá de muchas maneras.

Hay que estar vigilantes porque a todas horas el Señor se hace presente y debemos estar listos para reconocerlo en lo sencillo de nuestra vida, en los pequeños acontecimientos que van haciendo la trama de nuestra vida, en las personas humildes y maravillosas que va poniendo en nuestro camino; pero también en los momentos de silencio y de recogimiento que podemos dedicar en estos días a la oración y a la contemplación del misterio de Dios que se hace uno de nosotros.

Hay mucho esperar en este tiempo y hay que ponernos en una situación que nos permita dejarnos sorprender por todo lo que Dios va preparando para nosotros, invitándonos a tomar el camino que conduce a Belén.

Tal vez nos podría ayudar a vivir más intensamente este tiempo de Adviento el preguntarnos ¿A quién espero en esta próxima Navidad? ¿Qué puedo hacer para crear un espacio en mi vida en donde el Señor pueda venir a poner su morada? ¿Cómo me inspiran María y José con su experiencia y ejemplo preparándose a recibir a Jesús en sus vidas?

Ojalá que no nos dejemos atrapar en la euforia navideña que ha transformado un momento tan especial y tan rico de motivos para acercarnos al Señor en un algo puramente comercial, superficial y pasajero.

Que el Señor nos conceda mantener muy vivo y despierto en nuestro corazón el deseo de encontrarnos con él en esta Navidad, para que contemplando el rostro del Niño Dios podamos entender el amor que Dios ha tenido por nosotros.

Que nuestro Adviento sea una espera intensa y bien recompensada con la bendición de acoger a Jesús en lo más profundo de nuestras vidas.


Signos de los tiempos
José Antonio Pagola

Estad en vela.
Los evangelios han recogido, de diversas formas, la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos. Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta “vigilancia” para estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.

Así recoge el Vaticano II esta preocupación: “Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura…”.

Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: “Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión”. ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?

La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin sacar ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?

Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?

Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el “escándalo permanente” de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
El Papa viene insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.

http://www.musicaliturgica.com


Adviento
José Luis Sicre

Los textos bíblicos de los cuatro domingos de Adviento no constituyen propiamente una preparación a la Navidad, sino una introducción a todo el nuevo año litúrgico. Por eso abarcan etapas muy distintas: 1) lo que se esperó del Mesías antes de su venida; 2) su nacimiento; 3) su actividad pública, y las reacciones que suscitó; 4) su vuelta al final de los tiempos.

Estas cuatro etapas se mezclan cada domingo y resulta difícil relacionar las distintas lecturas. Si buscamos un elemento común sería el tema de la esperanza: ¿qué debemos esperar?, ¿cómo debemos esperar?

1. ¿Qué debemos esperar?
La utopía de la paz universal

La primera lectura (Isaías 2,1-5) responde a una de las experiencias más universales: la guerra. Israel debió enfrentarse desde su comienzo como estado a pueblos pequeños, a guerras civiles y a grandes imperios. Pero no sólo los israelitas era víctimas de estas guerras, sino todos los países del Cercano Oriente, igual que hoy día lo son tantos países del mundo.

Podríamos contemplar este hecho con escepticismo: el ser humano no tiene remedio. La ambición, el odio, la violencia, siempre terminan imponiéndose y creando interminables conflictos y guerras. Sin embargo, la lectura de Isaías propone una perspectiva muy distinta. Todos los pueblos, asirios, egipcios, babilonios, medos, persas, griegos, cansados de guerrear y de matarse, marchan hacia Jerusalén buscando en el Dios de Israel un juez justo que dirima sus conflictos e instaure la paz definitiva.

El texto de Isaías une, lógicamente, la desaparición de la guerra con la desaparición de las armas. En este contexto, hoy día es frecuente hablar de las armas atómicas, los submarinos nucleares, los drones de última generación. Quisiera recordar unos datos muy distintos, de armas mucho más sencillas.

Se estima que en el mundo existe un arsenal de 639.000.000 de armas de fuego, la mitad de las cuales en manos de civiles, el resto a disposición de los cuerpos policiales y de seguridad, lo que supone un arma por cada diez personas.

Desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial (1945), unos 30 millones de personas han perecido en los diferentes conflictos armados que han sucedido en el planeta, 26 millones de ellas a consecuencia del impacto de armas ligeras. Estas armas, y no los grandes buques o los sofisticados aviones de combate, son las responsables materiales de cuatro de cada cinco víctimas, que en un 90% también han sido civiles (mujeres y niños en particular).

Esta primera lectura bíblica nos anima a esperar y procurar que un día se haga realidad lo anunciado por el profeta: De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.

2. ¿Cómo debemos esperar?
Vigilancia ante la vuelta de Jesús (Mateo 24,37-44)

La liturgia da un tremendo salto y pasa de las esperanzas antiguas formuladas por Isaías a la segunda venida de Jesús, la definitiva. En el contexto del Adviento, esta lectura pretende centrar nuestra atención en algo muy distinto a lo habitual. Los días previos al 24 de diciembre solemos dedicarlos a pensar en la primera venida de Cristo, simbolizada en los belenes. El peligro es quedarnos en un recuerdo romántico. La iglesia quiere que miremos al futuro, incluso a un futuro muy lejano: el de la vuelta definitiva de Jesús, y la actitud de vigilancia que debemos mantener.

La actitud de vigilancia queda expuesta en dos comparaciones, una basada en el AT, y otra en la experiencia diaria.

La primera hace referencia a lo ocurrido en tiempos del diluvio. Antes de él, la gente llevaba una vida normal, despreocupada. La catástrofe le parecía inimaginable. Lo mismo ocurrirá cuando venga el Hijo del Hombre. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

La segunda comparación está tomada de la vida diaria: la del dueño de una casa que desea defender su propiedad contra los ladrones. El mensaje es el mismo: estad en vela.

A propósito de estas comparaciones podemos indicar dos cosas:

1) Ambas insisten en que la venida del Hijo del Hombre será de improviso e imprevisible; no habrá ninguna de esas señales previas que tanto gustaban a la apocalíptica (oscurecimiento del sol y de la luna, terremotos, guerras, catástrofes naturales).

2) Las dos comparaciones exhortan a la vigilancia, a estar preparados, pero no dicen en qué consiste esa vigilancia y preparación; se limitan a crear un interés por el tema. Esta falta de concreción puede decepcionar un poco. Pero es lo mismo que cuando nos dicen al comienzo de un viaje en automóvil: «ten cuidado». Sería absurdo decirle al conductor: «Ten cuidado con los coches que vienen detrás», o «ten cuidado con los motoristas». El cristiano, igual que el conductor, debe tener cuidado con todo.

3. ¿Cómo debemos esperar?
Disfrazarnos de Jesús (Romanos 13,11-14)

Pablo parte de la experiencia típica de las primeras comunidades cristianas: la vuelta de Jesús es inminente, «nuestra salvación está más cerca», «el día se echa encima». El cristiano, como hijo de la luz, debe renunciar a comilonas, borracheras, lujuria, desenfreno, riñas y pendencias. Es el comportamiento moral a niveles muy distintos (comida, sexualidad, relaciones con otras personas) lo que debe caracterizar al cristiano y como se prepara a la venida definitiva de Jesús. Ese pequeño catálogo podría haberlo firmado cualquier filósofo estoico. Pero Pablo añade algo peculiar: «Vestíos del Señor Jesucristo». Esto no es estoico, es típicamente cristiano: Jesús como modelo a imitar, de forma que, cuando la gente nos vea, sea como si lo viese a él. Creo que Pablo no tendría inconveniente en que sus palabras se tradujesen: «Disfrazaos del Señor Jesucristo». Comportaos de tal forma que la gente os confunda con él. Buen programa para comenzar el Adviento.

feadulta.com


Adviento: tiempo de espera de la humanidad y tiempo de misión
Romeo Ballan, mccj

Hoy damos inicio a un nuevo año litúrgico, con el compromiso misionero de anunciar “la Alegría del Evangelio”, como el Papa Francisco nos ha encomendado durante octubre misionero extraordinario, y nos enseña repetidas veces. El Papa nos estimula a salir al encuentro del Señor que viene también en la próxima Navidad, para ofrecer a todos la vida de Jesucristo. (*) En este año litúrgico (Año A) nos acompaña el Evangelio de Mateo, que podemos llamar también el Evangelio del Emmanuel; en efecto, “Dios con nosotros” es uno de los nombres de Jesús, y lo encontramos al comienzo y al final del texto de Mateo: ver Mt 1,18 y Mt 28,20.

Al comienzo del tiempo litúrgico del Adviento, vuelve con fuerza el imperativo de la vigilancia (Evangelio): “Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien… Estén preparados” (v. 42-44). Los ejemplos que Jesús emplea – la experiencia de la gente en los días de Noé antes del diluvio (v. 37-39) y la llegada del ladrón a la hora que menos se piensa (v. 43) – no están ahí para infundir terror, sino para estimular a la vigilancia y animar la esperanza para el encuentro con el Salvador. La vigilancia no es algo especulativo, sino la capacidad espiritual de captar los signos de la salvación de Dios presentes en la historia humana. Velar es mantenerse firmes en la Palabra del Señor, sin titubeos y sin buscar falsos mensajes. La vigilancia es una manera de vivir y afrontar la realidad; es una actitud concreta de compromiso y esperanza.

Todos – creyentes y no – estamos inmersos en los mismos acontecimientos de la historia humana; sin embargo, la comprensión de ellos cambia radicalmente, según cómo se los mire. La fe, en efecto, es una clave de lectura de los acontecimientos, capaz de captar y de evidenciar un plan amoroso de salvación que otros, al no poseer este don, no captan y no se dan cuenta de nada (v. 39). Las actividades pueden ser las mismas, pero el creyente y el no creyente, el cristiano y el no cristiano, las viven de manera diferente, e incluso opuesta. Jesús lo explica hablando de la gente en los días de Noé antes del diluvio: comer, beber, casarse, trabajar en el campo o en casa… (v. 38-41) son realidades ordinarias de la vida cotidiana que se pueden vivir distraídamente o bien como momentos de salvación.

“La diferencia entre el creyente y el no creyente no radica tanto (o solo) en determinados comportamientos externos, sino en una actitud interior diferente. El no creyente vive como si Dios no existiera; como si Dios no tuviera que llegar nunca para él… El creyente, en cambio, vela, sabe que el Señor no tarda. No vive de una manera acomodaticia, sin importarle cómo. No se instala en una cotidianidad alienante. El creyente no rehúye el presente; es más, se compromete lo mismo que los demás; pero no queda preso de las cosas” (Horacio Petrosillo). San Pablo (II lectura) llama así las dos maneras opuestas de vivir: obras de las tinieblas o armas de la luz. El cristiano debe escoger, sin tardar, porque el tiempo es un don precioso para la salvación (v. 11). Sobre este famoso texto paulino fue madurando la conversión del joven Agustín. ¡Y descubrió la vida plena!

Ya desde el comienzo del Adviento, aparece el tema fuerte de la paz y el desarme (I lectura). El pequeño reino de Judá estaba amenazado e involucrado en una guerra arriesgada contra Asiria. El rey, atemorizado, busca alianzas militares estratégicas. Tan solo el profeta Isaías “ve más allá, ve lejos”, invita a la confianza en Dios, único árbitro de pueblos numerosos, y lanza un desconcertante oráculo de paz: nada menos que transformar las armas en instrumentos de producción y desarrollo: hacer arados de las espadas, sacar hoces de las lanzas (v. 4). ¡No más armas de muerte, no se adiestrarán más para la guerra! La utopía será una realidad, dice el profeta, el día en que todos “caminemos hacia la luz de Yahvé” (v. 5). Los cristianos tenemos aquí nuevas motivaciones para apostar siempre y definitivamente por la paz y el desarme.

La reducción-eliminación de las armas, antes que una decisión política, es un imperativo que nace de la fe en Cristo. En nombre de esta fe, es un deber protestar y denunciar a los gobiernos por los excesivos, criminales y absurdos gastos militares y por la fabricación y el comercio de nuevas armas de muerte. El Papa Francisco las ha condenado nuevamente el domingo pasado, 24 de noviembre, en un discurso en Nagasaki, durante su reciente viaje a Japón: “En el mundo de hoy, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo”.

Isaías es también el profeta de la universalidad de la salvación que Dios ofrece a todos los pueblos (v. 2-3). Nosotros los cristianos, que ya creemos en Cristo, sabemos quién es el Salvador que ha venido, que viene y que vendrá también en la próxima Navidad, a la cual nos estamos preparando; mientras que los no cristianos –que son todavía la mayor parte de la familia humana (dos terceras partes)– esperan, o no han acogido aún, el anuncio de Cristo Salvador. Por eso, el Adviento, que nos recuerda el largo tiempo de espera de la humanidad, es un tiempo litúrgico propicio para redescubrir “la Alegría del Evangelio” y para despertar en nosotros los cristianos la conciencia de la responsabilidad misionera, con la oración, el testimonio y el anuncio.


Un Juicio Que Salva
Fernando Armellini

Introducción

¡Teme el juicio final de Dios!
Esta es la amenaza que aun usan algunos predicadores para persuadir—cada vez en forma menos eficaz—a alejarse del mal.

La imagen de un Dios juez está presente en el Evangelio, especialmente en el de Mateo donde aparece casi en cada página. ¿Qué sentido tiene?

La rendición de cuentas al final de los tiempos está demasiado lejano y es muy débil para ejercer un impacto sobre las decisiones que se toman en el tiempo presente, sobre todo esa sentencia inapelable, de tipo forense, pronunciada por Dios al final de la vida no servirá a ninguno: en ese momento será imposible recuperar el tiempo perdido o usado mal.

A nosotros nos interesa el otro Juicio de Dios: aquel que Él pronuncia en nuestro tiempo presente.

Delante de las decisiones que todos nosotros estamos llamados a realizar, escuchamos muchos “juicios”: el de los amigos, el de la publicidad, el de la moda, de la vanidad, de los celos, del orgullo, de la moral de nuestros días… y hay también—aunque débil, silenciado, cubierto por otras “sentencias”—el juicio de Dios, el único que nos indica el camino de la vida, es el único que al final se descubrirá válido.

Vigilar quiere decir saber discernir, estar en grado de acoger el juicio que puntualmente llegará si bien en modos y en los momentos más inesperados. * Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Haz que yo siga, oh Señor, tus juicios”.

Primera Lectura: Isaías 2,1-5

2,1: Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: 2,2: Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor, sobresaliendo entre los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán las naciones, 2,3: caminarán pueblos numerosos. Dirán: Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas, porque de Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la Palabra del Señor. 2,4: Será el árbitro entre las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, hoces. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra. 2,5: Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor. – Palabra de Dios

Los israelitas al menos una vez al año tenían que visitar el tempo de Jerusalén para participar en las fiestas, ofrecer sacrificios y cumplir con las promesas.

Isaías—el profeta nacido y crecido en un ambiente aristocrático y culto de la capital—ha visto cada día grupos de peregrinos subir al monte del Señor “entre gritos de júbilo de una multitud en fiesta” (Sal 42,5). Un espectáculo emocionante que ha suscitado en su ánimo sensible los sueños, la espera y las esperanzas que nos ha entregado en el magnífico poema que hoy nos propone la Primera Lectura.

Los tiempos son difíciles, la situación es dramática para el pequeño Reino de Judá ya atacado por una coalición de pueblos que quieren involucrarlo en una guerra temeraria contra Siria. El ejército enemigo se acerca y “el corazón del Rey Acaz y el de su pueblo comienzan a agitarse, como se agitan las ramas del bosque con el viento” (Is 7,2).

Todos están aterrados, solo Isaías mantiene la calma e invita a confiar en Dios: Jerusalén no será conquistada—asegura—y luego como en un rapto de éctasis y con la mirada fija hacia el futuro lejano, pronuncia su oráculo.

Ahí esta—dice—veo el monte de la casa del Señor, sobresaliendo como el punto más alto de la tierra; veo una multitud inmensa de peregrinos de cada pueblo, raza, lengua y nación (v. 2) que se dirigen hacia el Santuario. No van a ofrecer sacrificios, holocaustos o incienso, sino van a escuchar la Palabra del Señor, quieren instruirse en sus caminos (v. 3).

El fruto del acercamiento al monte de la casa del Señor es la paz, descrita con imágenes sugestivas (v. 4).

Los instrumentos de muerte—las espadas y las lanzas—se transforman en instrumentos de producción, en arados y hoces para la cosecha.

Los pueblos destruyen las armas y ponen fin a las guerras. Es el auspicio del desarme universal, es el reino de la justicia, de las bendiciones de Dios.

Mensajes similares—al menos en apariencia—han sido ya pronunciados. Son innumerables las inscripciones encontradas sobre las lapidas y textos literarios que celebran las gestas gloriosas de los faraones y de los soberanos del antiguo Medio Oriente: todos anuncian la paz.

La subida al trono de un nuevo rey era proclamada siempre como el inicio de una edad de oro. Un canto sobre Ramsés IV, en un lenguaje casi mesiánico, proclama: “aquellos que tenían hambre fueron saciados y están contentos, los desnudos son vestidos de lino fino y aquellos que eran prisioneros fueron liberados, aquellos que peleaban en este país se han pacificado”.

Sin embargo, precisamente en el día en que se autoproclamaba pacificador del mundo, el faraón en una ceremonia ritual lanzaba una flecha hacia cada punto cardinal: gesto con el cual quería atemorizar a cualquiera que tuviese en mente atacar a su país. Prometía la paz, pero continuaba a considerarla posible solo con la amenaza del uso de la fuerza, con la ostentación del poder de las armas.

Isaías anuncia una paz diferente que no se basa en astucias, sobre cálculos humanos, sino en la adhesión de todos los pueblos—convocados en la “ciudad de la paz”—por la Palabra del Señor.

Esta palabra cambia el corazón; los que la reciben cesan de construir las torres de Babel y renuncian para siempre a la agresividad y al uso de las armas.

Los cristianos han visto realizarse esta profecía cuando en Jesús, ha aparecido en el mundo “la Palabra” de paz. Porque Cristo “es nuestra paz, el vino y anunció la paz a ustedes, los que estaban lejos y la paz a aquellos que estaban cerca” (Ef 2,14.17).

Desde los primeros siglos, los judíos han desmentido esta interpretación. Decían: Jesús de Nazaret no puede ser el mesías, el pacificador anunciado por el profeta, porque el mundo nuevo aun no ha llegado.

¿No continúan acaso los odios, las violencias, las guerras, las desgracias, los lutos y los llantos?

La objeción es seria, pero nace de un malentendido. El reino de Dios, la paz universal no se instauran milagrosamente, sin la colaboración por parte del hombre y se desarrolla lentamente, como la pequeña semilla que requiere años para convertirse en un árbol grande.

El “final de los tiempos” de los que habla el profeta (v. 2) se han ya iniciado, las promesas han comenzado ya a cumplirse en la Navidad. Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos estaban muy conscientes de esto.

“Los otros hombres—declaraba Orígenes—continúan empuñando la espada y luchan, pero nosotros los cristianos somos un pueblo que rechaza aprender el arte de la guerra; por medio de Jesús, hemos sido hechos hijos de paz mediante nuestro Maestro Jesús” (Orígenes, Contra Celsum, V, 33).

Justino respondiendo al rabino Trifón: “Si bien éramos muy expertos en el arte de la guerra, de asesinatos y de cada tipo de maldad, hemos transformado sobre toda la tierra nuestros instrumentos de guerra: las espadas en arados, las lanzas en hoces; y ahora construimos el temor a Dios, la justicia, la humanidad, la fe y la esperanza, aquella esperanza que nos viene del Padre” (Justino, Diálogo con Trifón, 110,2-3).

San Ireneo era aun mas explicito: “Ahora ya no queremos combatir mas, pero si alguien nos ataca, pongamos la otra mejilla. Si todo esto sucede, entonces los profetas no han hablado de otro sino de Aquel que ha realizado todas estas cosas: Jesús de Nazaret, nuestro Señor” (Ireneo, Adv Haer., IV 34,4).

Ciertamente el mundo de paz será instaurado, pero su construcción será más rápida cuanto más decidida sea la elección de la humanidad de volver a Cristo, y dejarse instruir por su Palabra.

Segunda Lectura: Romanos 13,11-14

13,11: Reconozcan el momento en que viven, que ya es hora de despertar del sueño: ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. 13,12: La noche está avanzada, el día se acerca: abandonemos las acciones tenebrosas y vistámonos con la armadura de la luz. 13,13: Actuemos con decencia, como de día: basta de banquetes y borracheras, basta de lujuria y libertinaje, no más envidias y peleas. 13,14: Revístanse del Señor Jesucristo y no se dejen conducir por los deseos del instinto. – Palabra de Dios

Para describir la vida de los cristianos, Pablo recurre a las imágenes bíblicas de la luz y las tinieblas. Antes del bautismo—dice—ustedes caminaban en las tinieblas de la noche y llevaban a cabo aquellas obras que da vergüenza hacerlas a la luz del sol: basta de banquetes y borracheras, basta de lujurias y libertinaje, no más envidias y peleas. Son estas las acciones que ofuscan la mente, esclerotizan el corazón e impiden acoger los juicios de Dios sobre las realidades de este mundo.

Después del bautismo los creyentes han abandonado estas obras y han entrado en el reino de la luz; se han despojado del viejo vestido y han endosado un vestido nuevo: Cristo. En ellos, hoy es posible contemplar las obras, la mirada, las palabras, la sonrisa del Maestro porque Jesús les envuelve como un manto.

Pablo, sin embargo, constata que hay tinieblas aun entre nosotros, que no han desaparecido todavía; es consciente que una noche obscura pesa todavía sobre el mundo: las guerras continúan, las venganzas, las envidias…, pero no se deja llevar por el desaliento como a menudo nos sucede a nosotros.

Sus palabras son una invitación a la esperanza: ‘la noche esta ya avanzada, es más, está a punto de terminar,’ un nuevo día está surgiendo, una humanidad nueva está surgiendo.

¡Qué confianza la de Pablo después de tan solo 30 años de cristianismo!

Hoy los problemas existen y son dramáticos, el mundo está caminando hacia el desastre ecológico y demográfico—anuncian muchos—y se asiste por doquier a una pérdida de valores…. Sin embargo, no es posible después de 2000 años de cristianismo ver solo las tinieblas y contemplar en modo tan pesimista el futuro.

Ya el Qohelet amonestaba: “No es sabio quien afirma que los tiempos antiguos eran mejores que los presentes” (Qo 7,10).

Si tuviéramos la mirada del Apóstol, si creyéramos como él, en la presencia del Espíritu, descubriríamos aun en los momentos más obscuros los signos luminosos del mundo nuevo que ha comenzado.

Evangelio: Mateo 24,37-44

El lenguaje empleado en este pasaje evangélico puede dar lugar a interpretaciones extravagantes (o inclusive especulaciones) sobre el fin del mundo y los castigos de Dios; se puede también reducir a una invitación a estar siempre alertas porque la muerte puede venir de repente y encontrarnos desprevenidos.

Estas interpretaciones tienen su origen en la incomprensión del género literario “apocalíptico” que era muy usado en tiempos de Jesús y que resulta bastante ajeno a nuestra mentalidad y cultura.

Tenemos que tener siempre presente que: el Evangelio es por su naturaleza, buena noticia, anuncio de gozo y esperanza.

Quien se sirve del Evangelio para sembrar miedo y crear angustias—con toda seguridad—lo está usando de un modo incorrecto y se aleja del autentico significado del texto.

En el pasaje de hoy—es cierto—el tono es amenazador: cataclismos, destrucciones, peligros de muerte. El lenguaje es a propósito duro e incisivo, las imágenes son típicas del juicio punitivo porque Jesús quiere mantenernos en guardia frente al grave peligro de perder la oportunidad de salvación que el Señor ofrece. La negligencia, la ignorancia, la falta de atención a los signos de los tiempos, la insensibilidad espiritual conducen a la catástrofe. Quien pierde la cabeza por las realidades de este mundo y se deja absorber por las preocupaciones mundanas, quien vive adormecido y aturdido, a la búsqueda de placeres, se encamina a un despertar dramático.

¿Pero qué significan estas imágenes? Recordemos el contexto del cual procede este pasaje bíblico.

Un día los discípulos invitaron al Maestro a admirar la magnífica construcción del Templo. Envés de compartir su orgullo justificado, Jesús, les sorprende con una profecía: “¿Ven todo esto?” “Les aseguro que se derrumbará sin que quede piedra sobre piedra” (Mt 24,2). Jerusalén rechazando la conversión esta decretando la propia ruina.

Estupefactos, los discípulos le dirigen entonces dos preguntas: ¿cuándo sucederá esto y cuáles serán los signos premonitorios? (Mt 24,3).

Envés de satisfacer la curiosidad de los discípulos, Jesús responde introduciendo una enseñanza que es de apremiante actualidad para las personas de todos los tiempos: es necesario mantenerse vigilantes. Para mayor claridad, cita tres ejemplos:

El primero está tomado de un relato bíblico (Gen 6,9). En tiempos de Noé vivían dos categorías de personas: algunos pensaban únicamente a comer, beber y divertirse; no estaban preparados y perecieron. Otros estaban vigilantes, atentos a lo que pudiera suceder, se dieron cuenta de que el Diluvio se estaba acercando, se salvaron y dieron inicio a una nueva humanidad (vv. 37-39).

Como el Diluvio llego de repente, así—declara Jesús—llegará de repente la ruina de Jerusalén.

Como en tiempos de Noé muchos perecieron, así muchos judíos que no quisieron reconocer en Él al enviado de Dios y no escucharon su Palabra, perecerán en la catástrofe de la ciudad. Aquellos sin embargo que tengan los ojos y el corazón abierto para reconocer y acoger su mensaje se salvarán y darán comienzo a un nuevo pueblo.

El segundo ejemplo surge de las actividades que los hombres y las mujeres del pueblo desarrollaban diariamente: el trabajo de los campos y la preparación de la harina para hacer el pan (vv. 40-41). Justo mientras se viven las situaciones más normales y aparentemente más banales, algunos se mantienen atentos, se comportan como personas inteligentes y perciben al Señor que viene. Otros sin embargo están distraídos, despreocupados, negligentes y sientan así las bases de la propia destrucción. Las acciones que desarrollan parecen idénticas: se empeñan en el trabajo, se ganan la vida, comen, beben, se casan; es la manera de actuar la que es radicalmente diferente.

Algunos están atentos, se dejan guiar por la luz de Dios y “serán llevados”, es decir salvados; otros viven abrumados por las preocupaciones de este mundo, no tienen presente los “juicios” de Dios y “serán dejados”, es decir no serán participes de la nueva realidad del Reino de Dios.

La decisión a tomar es urgente y dramática: se trata de escoger entre la vida y la muerte; por esto Jesús insiste: “vigilen porque no saben el día en que el Señor vendrá” (v. 42). Vale la pena repetirlo: Jesús no vendrá al final de nuestras vidas para pedirnos cuentas: viene hoy, con su juicio salvador.

El tercer ejemplo es todavía más claro: el ladrón no avisa antes de llegar; es por esto que el dueño no puede dormirse ni siquiera un instante, debe mantenerse despierto, de lo contrario corre el riesgo de ver desaparecer todas sus pertenencias (v. 43).

¡Qué sorprendente es este Dios! Se comporta como un ladrón y parece querer aprovecharse del momento en que el hombre no está preparado para ir a visitarlo.

La imagen ciertamente es inquietante porque sugiere más la idea de la amenaza que de la salvación, pero es eficaz; es un timbre de alarma: llama la atención sobre el peligro inminente que corremos al no darnos cuenta del momento favorable, del día en que el Señor viene a implicarnos en su paz. También los habitantes de Jerusalén—quería decir Jesús—habrían podido vigilar para no ser sorprendidos por la tragedia que se les venía encima. En otra ocasión Jesús ha expresado así la urgencia de su llamada: “Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas y apedreas a los enviados! ¡Cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne a los pollitos bajo sus alas y tú te negaste!” (Mt 23,37).

La conclusión final retoma el tema conductor del pasaje bíblico y lo aplica a los discípulos de todos los tiempos: “por tanto estén preparados porque el Hijo del hombre llegará cuando menos lo esperen” (v.44).

Sabemos muy bien qué es lo que significa perder ocasiones únicas en la vida. Tantas veces lo hemos experimentado. Cuanto más sorprendentes e inesperadas son esas ocasiones, cuanto más diferentes y alejadas de los criterios comunes de juicio tanto más fácil dejarlas escapar.

Las visitas de Dios en nuestra vida son siempre difíciles de acoger porque no se adecuan a la “sabiduría humana”, son incompatibles. Contrastan siempre con la mentalidad común y corriente.

Solamente aquellos que están vigilantes las reconocen y “son salvados”, aquí y ahora.

http://www.bibleclaret.org

Visita del Superior General a Sudán: «La reflexión sobre los escenarios futuros está llena de esperanza»

«Cuando observas un bosque desde lejos, no ves ningún sendero. Es cuando te acercas que ves un camino». Con estas palabras, nuestro colaborador laico desde hace mucho tiempo, Mansour Mahani, de Omdurman, describe la reapertura de la escuela Comboni Boys’ en Masalma, Omdurman, el pasado mes de septiembre, a pesar de todas las dificultades y los muchos temores. La sabiduría contenida en estas palabras describe bien la visita a Sudán del superior general, padre Luigi Codianni, que tuvo lugar del 4 al 21 de noviembre. La presencia del padre Luigi en este turbulento periodo de guerra ha sido ese «acercamiento» que podría permitir al Instituto mirar a Sudán con ojos renovados. (En la foto, de izquierda a derecha: P. Diego Dalle Carbonare, P. Luigi Codianni, el Sr. Mansour y el Sr. Khalil en Omdurman).

Llegó a Port Sudan el martes 4 de noviembre. El miércoles y el jueves tuvo la oportunidad de visitar la nueva sede del Comboni College of Science and Technology, la escuela secundaria y algunas de nuestras escuelas en los suburbios. También se reunió en línea con el obispo auxiliar de Jartum, Mons. Daniel Adwok, que partía hacia la asamblea plenaria de obispos en Malakal. El obispo expresó su deseo de que los misioneros combonianos continúen tanto su labor de catequesis y pastoral como su compromiso educativo. También subrayó la importancia de ser realistas en este período de guerra y agradeció a los misioneros combonianos su testimonio de resiliencia en Kosti.

Después de obtener (con algo de retraso) los permisos necesarios, el Superior General y el Provincial partieron el viernes 7 hacia Atbara para reunirse con el arzobispo Michael Didi y escuchar de él cuál puede ser la visión de la Iglesia local en este difícil momento. El sábado 8 continuaron su viaje hacia Kosti, donde llegaron la mañana del domingo 9, a tiempo para la misa.

El Superior General pudo visitar los centros parroquiales y las escuelas (en particular Kadugli, Barrio 63, Lea y Goz el Salam) y quedó muy impresionado al ver que los hermanos de Kosti están contentos de quedarse, a pesar de todas las dificultades. También entre la gente se palpa la determinación de seguir adelante y no rendirse.

De izq. a dcha.: P. Luigi Codianni (Superior General), El director de la escuela comboniana deKosti; el P. Franck Mandozi y el P. Diego Dalle Carbonare (Superior Provincial).

Tras nuevos retrasos en la obtención de los permisos, el Superior General y el Superior Provincial partieron el jueves 13 hacia Omdurman, donde se reunieron con el padre Yousif William y el padre Lorenzo Baccin, que se habían trasladado dos semanas antes a la casa de las Misioneras de la Caridad. El viernes 14 visitaron Jartum (el Comboni College, Villa Gilda, la escuela Saint Francis, el cementerio y la catedral) y nuestra casa provincial en Jartum Norte. La desolación del centro de Jartum solo se ve tímidamente interrumpida por unas pocas personas que caminan por las calles desiertas; sin embargo, aquí y allá se ven tiendas en reparación y hombres trabajando para reconstruir lo que queda de sus casas y lugares de trabajo.

PP. Luigi Codianni, Lorenzo Baccin y Yousif William en la iglesia parroquial de la sede provincial en Jartum Norte.

Nuestra casa provincial, a orillas del Nilo, está siendo rápidamente invadida por la vegetación, una señal más de la resistencia de la vida y del paso del tiempo; sin embargo, en general, podemos estar agradecidos de que las estructuras sólo hayan sufrido daños leves. El sábado 15 visitaron la parroquia de Masalma, con sus dos escuelas. Es impresionante ver cómo los profesores estaban dispuestos a trabajar sin apenas salario con tal de que los niños volvieran a la escuela. El domingo 16, los padres celebraron con la comunidad cristiana de Thaura (bloque 48).

La visita nos ha permitido comprender que, por ahora, es mejor reabrir nuestra presencia en Masalma; por eso estamos pidiendo al arzobispo que nombre a uno de nosotros como párroco. También estamos planificando algunas intervenciones de mantenimiento (la parte principal se refiere a la reparación de las chapas perforadas por las balas, y luego algunos muros, el mobiliario y el restablecimiento de la electricidad y el agua).

Misa conclusiva del viaje en el Centro Christ the King, Inqaz, Port Sudan.

El Superior General concluyó su visita a Port Sudan con encuentros personales con los hermanos de la comunidad y una reunión online con el Consejo Provincial y el Consejero General para la APDESAM. La reflexión sobre los escenarios futuros es animada y llena de esperanza.

El último día, el Superior General participó en la celebración de la misa en el centro Christ the King en Inqaz, un suburbio al sur de Port Sudan, donde, gracias también a la solidaridad de la DSP y de la Provincia Italiana, el año pasado se construyeron nuevas instalaciones escolares. Esto también es un signo de esperanza, mientras la comunidad local se prepara para volver a ser un centro en el que la catequesis y las liturgias puedan desarrollarse con regularidad.

La guerra en Sudán sigue causando estragos, como nos recuerdan las terribles noticias procedentes de Darfur. El bosque es espeso y, a veces, el camino puede parecer oscuro e impenetrable. Pero, paso a paso, el sendero se abre.

Fr. Diego Dalle Carbonare
comboni.org

Domingo XXXIV. Cristo Rey

“Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el elegido.
También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a Él, le ofrecían vinagre y le decían: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: Este es el rey de los judíos.
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le reclamaba, indignado: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero este ningún mal ha hecho. Y le decía a Jesús: Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de  mí. Jesús le respondió: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

(Lucas 23, 35-43)


Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo
P. Enrique Sánchez G. mccj

Llegamos al final del año litúrgico y la Iglesia nos invita a celebrarlo reconociendo a Cristo como el Rey del universo; es decir, como el Señor de nuestras vidas y el protagonista que va guiando nuestra historia humana por caminos de esperanza y de confianza hacia un futuro que no nos defraudará.

La primera lectura del segundo libro de Samuel nos recuerda la consagración de David como rey de Israel, el elegido en quien Dios se manifiesta a su pueblo como el pastor bueno que siempre lo acompañará.

Mientras que la segunda lectura de la Carta de San Pablo a los Colosenses nos presenta a Jesús como el elegido por Dios para reconciliar en él todas las cosas y darles la paz; el evangelio de Lucas nos muestra a Jesús como el más grande rey que haya podido tener la humanidad y es un rey clavado en una cruz, sobre la cual quedó para siempre la inscripción que decía: Jesús de Nazaret, Rey de los judíos.

Al final de la historia aparece Jesús como el único que ha demostrado tener el poder para llevar a todos los hombres a la experiencia plena de la vida. Gracias a que él fue un rey que derramó su sangre para que todos tuviéramos vida y nos hiciéramos herederos de la paz que sólo Dios nos puede dar.

Jesús sobre la cruz, y sin decir una palabra, se ha mostrado como el Mesías y el Salvador, en quien su Padre ha querido mostrarnos su grande amor. Esto hace de él

el Rey que está sobre todo reinado y el ejemplo para quienes quieran ponerse a la cabeza de sus hermanos a través del servicio.

Para entender quien es este Rey y qué es su reinado, san Lucas ha querido mostrarnos a lo largo de su evangelio que no se trata de cualquier rey y su reinado no tiene nada qué ver con los reinados de este mundo.

Al inicio del evangelio, antes que Jesús iniciara su ministerio, san Lucas nos presenta a Jesús en medio del desierto en donde el demonio lo va a tentar al menos en tres ocasiones, ofreciéndole la posibilidad de convertirse en rey.

Las tentaciones son tres propuestas de un reinado fundado sobre el poder, el tener y la gloria. Eran una trampa en la cual el Señor no se dejó atrapar.

Lo que el demonio le ofrecía a Jesús, era un reinado que fácilmente podría acabar en la ambición, en la soberbia de pensar que todo depende de la fuerza y del poder que ejerce quien tiene autoridad, en la vanagloria de sentirse por encima de los demás.

El evangelio nos muestra a Jesús alejándose de esas tentaciones y encaminándose por un sendero que lo llevará a meterse entre la gente para vivir y compartir los dramas y las alegrías de personas muy concretas.

Alejándose de las propuestas tentadoras que le ofrecían un reinado muy humano o al menos muy parecido a los reinados que conocemos incluso en la actualidad, Jesús empieza a demostrar su condición real haciéndose uno de nosotros, cargando con las miserias y los sufrimientos de nuestra humanidad.

Fue, ha sido y sigue siendo, en la entrega cotidiana, compasiva y misericordiosa, que caracterizó el estilo de vida de Jesús, en donde, paso a paso, se fue manifestando su ser rey; sin necesidad de imponerse por la fuerza, echando mano de ejércitos o de su poder.

Su reinado estaba en este mundo y lo sigue estando, pero no era de este mundo. Su reinado no estaba fundado sobre la fuerza y el poder; porque su reinado será́ siempre un reino de justicia, de fraternidad, de solidaridad y de paz.

Es un reinado que sólo pueden entender quienes viven como bienaventurados, trabajando en la construcción de un mundo en donde pueda desaparecer el odio, las mentiras, la violencia, el egoísmo y en donde se multipliquen los puentes de la comunión, des respeto y de la aceptación de los demás como un don.

En la vida de Jesús, reconocido como rey, aparece claro que su poder se manifestaba a través de los signos de vida. Signos de vida que, muy discretamente y a veces no tanto, era capaz de ir sembrando a su paso en la vida y en los corazones de todas las personas que entraban en contacto con él.

Su fuerza y su poder se transformaban en posibilidad de vida plena para quienes depositaban en él su confianza y su fe. Era un rey que se imponía por su ejemplo y por la radicalidad de su entrega.

Su autoridad no era impuesta, sino que era reconocida en sus gestos y en sus acciones, que hablaban de reconciliación, de compasión, de confianza y de paz.

Sus palabras, sus recomendaciones o sus exigencias, tocaban el corazón de quienes vivían de fe y no tenían dificultad en reconocer que era el Mesías que hablaba con autoridad.

Al final, san Lucas nos presenta a Jesús como un rey pobre, sencillo y frágil a los ojos de las personas que lo contemplan clavado en la cruz. Casi como el rey que no supo defenderse, que lo dio todo por los demás y que, se olvidó de sí́ mismo.

“Si salvó a otros, que se salve a sí mismo”. Estas son las palabras de alguien que seguía razonando con los criterios del mundo y, por lo tanto, incapaz de reconocer el misterio de Dios que quiso hacer de Cristo el centro del universo, el único que puede darle sentido a lo que cada uno de nosotros vamos viviendo en lo cotidiano de nuestra vida.

También nosotros. Hay momentos en que nuestra falta de fe nos impide reconocer a Jesús como el Rey que quiere seguir dando su vida por nosotros, que quiere estar presente en nuestras vidas como el servidor fiel a su Padre que le ha confiado la tarea de convertirse en misionero que nos lleve al encuentro con él.

Afortunadamente, existen dentro de nosotros los sentimientos y deseos que se manifestaron en las palabras del otro condenado al costado de Jesús.

Son los sentimientos de quien reconoce a Jesús como el Mesías, como el verdadero Rey que puede ejercer hasta el final su ministerio, su servicio de compasión y misericordia. Y qué bello resulta escuchar las palabras de Jesús que dice: “hoy estarás conmigo en el paraíso”.

La imagen de Jesús crucificado es la fotografía que no deberíamos apartar de nuestra mirada, pues es la imagen que corresponde perfectamente al Rey que guía nuestras vidas.

Se trata de un Rey débil, frágil y despojado de todo sobre la cruz; pero es la imagen más perfecta del verdadero Rey que vive para servir y para entregarse a los demás. Es la imagen de un Dios que muestra su poder y su autoridad en nuestras vidas a través del gesto más extraordinario que pueda existir, el gesto de la entrega y del amor sin límites.

Al final del relato de las tentaciones en el desierto leemos unas palabras que dicen: “Cuando el Diablo terminó de someter a Jesús a todo tipo de pruebas, se apartó de él hasta el momento oportuno”

Y, al final del relato de la pasión, contemplando a Jesús crucificado, como el Centurión, también nosotros podemos decir que Jesús es nuestro Rey, que él es el verdadero Mesías que ha sabido mostrarnos que su realeza consiste en entregar su vida por los que ha amado. Es el momento oportuno en el cual Jesús nos revela toda su realeza. Es Rey porque se entregó por nosotros.

Finalmente, Cristo es Rey del universo, pero, sin lugar a dudas, lo más importante es que llegue a ser el Rey de nuestras vidas.

Que sepamos reconocer su presencia cercana en nuestras vidas.

Que sintamos su mano sobre nuestra espalda, sosteniéndonos en los momentos que la cuesta de la vida se hace pesada.

Que lo escuchemos cuando nos sentimos confundidos y aturdidos por los ruidos de nuestro mundo.

Que contemplándolo clavado en la cruz nos recordemos que tenemos un Rey que mira con misericordia y compasión nuestras infidelidades, nuestras incoherencias y nuestros pecados, porque es un Rey que ama, que consuela y que acompaña.

Que Cristo Rey llene nuestros corazones de alegría para que podamos unir nuestras voces a las de tantos hermanos que nos han precedido en la fe y que se han sentido motivados a dejarlo todo para hacer de Cristo el Rey de sus vidas.

Que, con la multitud de los mártires de todos los tiempos, también nosotros  podamos decir: ¡Que viva Cristo Rey, la fuente de todas nuestras alegrías!


El Rey, crucificado con nosotros malhechores
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Hoy, último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Esta festividad fue introducida por el papa Pío XI en 1925, en un período histórico marcado por las dificultades y turbulencias de la posguerra. Pío XI estaba convencido de que solo la proclamación de la realeza de Cristo sobre todos los pueblos y naciones podía garantizar la paz. Con la reforma litúrgica tras el Concilio Vaticano II, la festividad fue colocada al final del año litúrgico, como su conclusión natural.
El texto del Evangelio de hoy está tomado de san Lucas, que nos ha acompañado durante este año litúrgico, ciclo C.

La Madre del Rey y su largo trabajo de parto

Lucas inicia su evangelio con el relato de una doble visita celestial: la realizada a Zacarías, en el templo de Jerusalén, y la realizada a María, en Nazaret de Galilea. A María, el ángel Gabriel le hace un anuncio y una promesa solemnes e impresionantes: «Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará para siempre sobre la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,31-33). ¡Hijo del Altísimo y Rey! Tres veces se subraya su realeza y dos veces se afirma que será eterna.

Todo el evangelio de Lucas gira en torno a esta promesa, llevada adelante sin embargo con un ritmo lentísimo para nuestras expectativas y de manera paradójica según nuestros criterios.

  • Un rey a merced del emperador de Roma. María se ve obligada a ir a Belén para dar a luz. La Palabra acude en su ayuda: ¡David, su padre, nació en Belén!
  • Un rey que nace en un establo. La Palabra le recuerda que Dios escogió a David, su siervo, «y lo tomó de los apriscos» (Sal 78,70).
  • Un rey que debe huir de la furia homicida de Herodes. La Palabra de Dios la sostiene una vez más: también David fue un fugitivo para escapar del rey Saúl.
  • Un rey que va a vivir en la periferia del reino, en una aldea perdida de Galilea llamada Nazaret. También aquí la Palabra acude en ayuda de María: «Será llamado nazareno» (Mt 2,23). El nombre hebreo «Nazaret» tiene la misma raíz verbal naszar, que significa «retoño», el retoño de David (Is 11,1).
    Pero luego siguen treinta largos años en los que el Rey trabaja como carpintero, poniendo a prueba la fe de María.

El Rey venido de lejos para reclamar su Reino

Todo el evangelio de Lucas se articula alrededor de esta doble revelación: Jesús, Hijo de Dios y Rey Mesías.
En la primera parte, Jesús es proclamado Hijo de Dios por el Padre, en el bautismo y en el monte Tabor, pero solo Satanás y los endemoniados lo reconocen como tal.
En la segunda parte del evangelio de Lucas, el Reino de Dios se convierte en el tema privilegiado de su predicación. En un determinado momento, Jesús se pone en camino hacia Jerusalén (Lc 9,51) para reclamar su título de Rey. Como él mismo cuenta en una parábola, mientras sube de Jericó hacia la Ciudad Santa: «Un hombre noble partió hacia un país lejano para recibir la dignidad real y volver después» (Lc 19,12). La recibe con ocasión de su «segundo bautismo» (cf. Lc 12,50), el de sangre, sobre el trono de la cruz: «Este es el rey de los judíos».

Durante el camino desde Galilea hasta Jerusalén, sin embargo, Jesús va perdiendo a sus seguidores, que esperaban un rey muy distinto. Aún hay un intento entusiasta de sus paisanos galileos de proclamarlo rey, con la entrada triunfal en Jerusalén, pero fracasa de inmediato. Los jefes religiosos y políticos retoman pronto el control de la situación. Y la multitud de sus simpatizantes, intimidada y desilusionada, se limitará a observar a la espera de los acontecimientos. Así harán también sus discípulos.
Por tanto, un rey sin reino, sin súbditos, sin ejército ni lugartenientes. ¡El rey se encontrará solo!

Un rey en el punto de mira de la tentación

Su título de Hijo de Dios había sido puesto a prueba tres veces por Satanás: «Si eres Hijo de Dios…». Ahora llega «el momento fijado» para el regreso del Adversario (cf. Lc 4,13). En efecto, el demonio vuelve a la carga otras tres veces, a través de tres protagonistas de la crucifixión: los jefes religiosos, los soldados y uno de los malhechores: «Si tú eres el Cristo, el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Si en la primera serie de tentaciones Jesús había expulsado al demonio con la Palabra, ahora lo hace con el Silencio. Sí, habla tres veces: pero la primera y la tercera dirigiéndose al Padre (Lc 23,34.46), y la segunda para responder a la súplica del segundo malhechor.

Un rey con un solo súbdito

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Él respondió: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». ¡Es sorprendente! Este malhechor es el único que reconoce la realeza de Cristo y se convierte en el primer ciudadano de su Reino.
Según algunos autores, el diálogo de Jesús con el segundo malhechor no es un simple detalle añadido por el evangelista, sino el punto culminante y central del cuadro lucano de la crucifixión (J.A. Fitzmyer y W. Trilling). En este sentido, se convierte en la síntesis y el culmen de la misión de Jesús según el Evangelio de Lucas: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).

La tradición apócrifa (Evangelio de Nicodemo, apócrifo del siglo IV) atribuye al llamado buen ladrón el nombre de Dimas o Dismas, y lo sitúa a la derecha de Jesús, mientras que el otro, que lo insultaba, se llamaría Gesta o Gestas. Y Dimas se convierte en… San Dimas, muy popular en la Edad Media. La Iglesia lo celebra el… 25 de marzo, fecha vinculada por la tradición a la muerte de Jesús. «¡Santo ya!», por vía rapidísima, es el primer decreto del Rey: «En verdad te digo: ¡hoy estarás conmigo en el paraíso!». Ni siquiera Juan Pablo II logró semejante hazaña, a pesar de la aclamación popular.

«¡Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso!» San Lucas es el evangelista del «hoy», semeron (diez veces, ocho de ellas en boca de Jesús). Es la última vez que encontramos este adverbio temporal. En los labios de Jesús se convierte en su palabra suprema. Es el hoy de la misericordia que nos introduce en el HOY eterno. Por tanto, una palabra llena de esperanza y de consuelo, para Dimas y para nosotros, puesto que este «hoy» sigue vigente (Heb 3,13). Es más: «Dios vuelve a fijar un día: hoy» (Heb 4,7) para cada uno de nosotros. ¿Cómo no aprovecharlo?

Gesta o Dimas?

El nombre Gesta, en una interpretación un poco fantasiosa, podría significar, del latín gesta (hazañas heroicas). Dimas, en cambio, significaría ocaso, en griego. Gesta y Dimas podrían reflejar nuestra humanidad, dos maneras opuestas de vivir la existencia.

Todos nosotros somos «mal-hechores» y, tarde o temprano, nos encontramos, de algún modo, en la cruz. Y entonces solo tenemos dos alternativas: poner nuestra confianza en las obras de nuestras manos, o confiar nuestra vida en las manos de Dios. Podemos ser como Gesta y mirar hacia atrás las «hazañas» de nuestro pasado: a veces orgullosos de nuestros éxitos, pero más a menudo decepcionados y amargados. O podemos actuar como Dimas: mirar hacia la cruz del Rey e implorar con confianza: ¡Jesús, acuérdate de mí! ¡Jesús, acuérdate de mí! Solo él podrá llenar de luz serena nuestro ocaso.


Acuérdate de mí
José Antonio Pagola

Según el relato de Lucas, Jesús ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
Las autoridades religiosas se burlan de él con gestos despectivos: ha pretendido salvar a otros; que se salve ahora a sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya vendrá Dios en su defensa.
También los soldados se suman a las burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que Pilatos ha mandado colocar en la cruz: “Este es el rey de los judíos”. Es absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su fuerza salvándose a sí mismo.
Jesús permanece callado, pero no desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos abandonara para siempre a nuestra suerte?
De pronto, en medio de tantas burlas y desprecios, una sorprendente invocación: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un ejemplo admirable de fe en el Crucificado.
Este hombre, a punto de morir ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él.
Jesús le responde de inmediato: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ahora están los dos unidos en la angustia y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.
En medio de la sociedad descreída de nuestros días, no pocos viven desconcertados. No saben si creen o no creen. Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su manera. “Jesús, acuérdate de mí” y Jesús los escucha: “Tú estarás siempre conmigo”. Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada persona y no siempre pasan por donde le indican los teólogos. Lo decisivo es tener un corazón que escucha la propia conciencia.

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Paradojas
Dolores Aleixandre RSCJ

“Jesús, dándose cuenta de que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo” (Jn 6,15). Qué poco hemos aprendido de ese gesto de huída y de qué poco le sirvió a él realizarlo: cargados de buena voluntad e incapaces de encajar el rechazo del Maestro hacia todo lo que tiene que ver con honores y pompas tal como nosotros las imaginamos, celebramos la solemnidad de Jesucristo REY DEL UNIVERSO evitando, milagrosamente, añadirle el título de EMPERADOR como quizá algunos hubieran deseado.

Afortunadamente el Evangelio está ahí, como una barrera inexpugnable que obliga a detenerse a todo aquello que suena a triunfo mundano, ostentación, oropeles o coronas, y por eso la liturgia de hoy se convierte en una gran paradoja. Según el diccionario, “idea extraña y opuesta a la opinión común; dicho o hecho que parece contrario a la lógica; figura de pensamiento que emplea expresiones aparentemente contradictorias”. Y nada tan contradictorio como contemplar al Rey en una cruz, coronado de espinas y cargando con un título de burla que aludía al ridículo de su falsa realeza.

Pero la incongruencia absoluta nos espera al final de la escena: aquel hombre impotente que agonizaba promete el paraíso a otro ajusticiado colgado a su derecha que se había dirigido así a él: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.

Es el único personaje de todo el Evangelio que se dirige a Jesús llamándole sencillamente por su nombre, sin añadir ningún otro título como SeñorMaestroHijo de David o Mesías. Sin saberlo, estaba acertando con lo que el hombre crucificado al que invocaba había venido a hacer: aproximarse, acortar distancias, vivir entre nosotros como uno de tantos, entregarnos su nombre y su amistad, compartir nuestro desvalimiento, estar tan cerca como para escuchar el susurro de aquel hombre sin aliento que moría a su lado .

Y en eso consistió, paradójicamente, su gloria, su realeza y su triunfo.


Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia
Papa Francisco

Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está en el centro, Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.

1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en él, por medio de él y en vista de él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio: Jesucristo, el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la creación, Señor de la reconciliación.

Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Y así nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo, nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, La pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.

2. Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy está aquí, en el centro. Ahora está aquí en la Palabra, y estará aquí en el altar, vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que se hiciese hermano suyo.

Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno; un único pueblo unido a él, compartimos un solo camino, un solo destino. Sólo en él, en él como centro, encontramos la identidad como pueblo.

3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.

Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio -«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz»- aquel hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, al final se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de atender una petición como esa. Hoy todos podemos pensar en nuestra historia, nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes. En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: “Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús, acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, quiero ser buena, pero me falta la fuerza, no puedo: soy pecador, soy pecadora. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en tu Reino.” ¡Qué bien! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, muchas veces. “Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estas en tu Reino.”

La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino.

Jesús es el centro de nuestros deseos de gozo y salvación. Vayamos todos juntos por este camino.

24/11/2013


El anuncio misionero de un Rey que acabó en una cruz
Romeo Ballan, mccj

Existen las “Siete Palabras de Jesús en la cruz”. Pero existen también las “siete palabras dichas a Jesús en la cruz”. Las primeras son tema de abundantes sermones y textos espirituales. Pero también las segundas se prestan a oportunos comentarios y reflexiones. En el pasaje del Evangelio de Lucas encontramos hoy cuatro palabras dichas a Jesús: por las autoridades (v. 35), por los soldados (v. 36-37) y por los dos malhechores crucificados junto a Jesús (v. 39-42). Estas palabras tienen en común, salvo ligeras diferencias, el reto lanzado a Jesús: ‘demuestra quién eres (el Cristo, el rey…), sálvate a ti mismo, baja de la cruz’. Las palabras de las autoridades, de los soldados y de uno de los dos malhechores son injuriosas, despectivas, sin piedad, demuestran una total incomprensión y tergiversación de la identidad de Cristo.

El letrero sobre la cabeza de Jesús habla por sí solo: “Este es el rey de los judíos” (v. 38). Lo dice todo sobre esa condena. Pero ¿cómo descifrar ese letrero?, ¿quién lo entiende en su verdad plena? Para las autoridades religiosas y políticas son palabras de burla; sin embargo, para Dios y para el cristiano de corazón sincero son palabras que dicen la verdad, que se ajustan plenamente a la identidad de ese condenado tan singular. Ese letrero es un reto que atraviesa los siglos: o se acepta o se rechaza. ¡Con el éxito consiguiente! “El pueblo estaba mirando” (v. 35): mudo y perplejo, entre curiosidad e impotencia, no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, no sabía qué hacer… Poco después, sin embargo, cuando el espectáculo acabó en horrible tragedia, “se volvieron golpeándose el pecho” (v.48).

Es posible captar el significado de esa muerte por las palabras del segundo de los malhechores, el famoso ‘buen ladrón’, el único que reconoce el sentido del letrero y la identidad de Jesús. No le pide una clamorosa liberación, sino estar con Él en la última fase de su vida: “Acuérdate de mí…” (v. 42). Una petición aceptada inmediatamente: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43). ¡Es la primera sentencia del nuevo Rey! Jesús tiene tan solo palabras de salvación plena: ¡hoy, en el paraíso! El silencio de Jesús, su gesto de perdón, las pocas palabras (con el Padre, la madre, los amigos…) revelan el misterio de un rey espléndido y poderoso, que, sin embargo, acaba en una cruz. La suya es una realeza atípica: ha dejado boquiabiertos a Herodes, a Pilatos, a Tiberio, a las autoridades, al pueblo… Es una realeza difícil de comprender y más aún de aceptar. ¡Una realeza a menudo incomprendida y tergiversada! Sin embargo, para el que la acepta, es una realeza auténtica, que da sentido pleno a la vida.

La clave del misterio de esa muerte radica en la respuesta a las ‘lógicas’ preguntas de todos: “¿Por qué no bajas de la cruz? ¿Por qué no lo aclaras todo cumpliendo el milagro? Has hecho muchos y extraordinarios milagros, para otros… Si tú bajaras de la cruz, todos te creerían”. Sin embargo, ¿en qué creerían? “En el Dios fuerte y poderoso, en el Dios que vence y humilla a los enemigos, que devuelve golpe tras golpe a las provocaciones de los impíos, que infunde temor y respeto, que no bromea… Este no es el Dios de Jesús. Si bajara de la cruz, desvirtuaría su mensaje anterior, traicionaría su misión: avalaría la idea falsa de Dios que los guías espirituales del pueblo tienen en su cabeza. Confirmaría que el Dios verdadero es el que los poderosos de este mundo siempre han adorado, porque es semejante a ellos: fuerte, arrogante, opresor, vengativo, humano. Este Dios fuerte es incompatible con el Dios que Jesús nos revela en la cruz: un Dios que ama a todos, aun a los que se oponen a Él, un Dios que perdona siempre, que salva, que se deja derrotar por amor” (F. Armellini).

Esta reflexión tiene repercusiones inmediatas en el terreno de la misión: ¿Qué Dios anunciamos? ¿Qué rostro de Dios revela la misión que realizamos: un Dios que opta por la pobreza y la debilidad o un Dios en busca de reconocimientos y poder? Un Dios así estaría en sintonía con la lógica humana y con los reyes de la tierra. En la manera de hacer misión, a veces hay concesiones, se tiene miedo a anunciar, con las palabras y con los hechos, a un Dios derrotado, que pierde, sufre, perdona… Y, por tanto, no se favorece el crecimiento de una Iglesia pobre, humilde, dispuesta a perder… La abundancia de medios humanos puede, a veces, quitar transparencia al anuncio. Es más evangélica una misión que se realiza con medios débiles, que anuncia a Dios desde la pobreza, humillación, expulsión, persecución, destrucción… Porque ¡es la lógica del Rey que vence y reina desde la cruz! Un rey así estorba nuestros planes, porque nos exige un cambio de vida, capacidad de perdón, acogida para todos, tiempos más largos, perspectivas incómodas… Las condiciones son exigentes, pero, al lado de Él, el éxito de la misión está garantizado.