Nuestros pies nos llevan a donde está nuestro corazón
Del 22 al 27 de julio, siete jóvenes provenientes de diversos lugares de la República Mexicana, vivieron en Sahuayo, Michoacán, el preseminario realizado por los Misioneros Combonianos. Ahí, los muchachos que, previamente fueron acompañados en su camino vocacional, experimentaron durante unos días la rutina cotidiana del seminario, es decir, probaron diversos momentos marcados por la oración, la formación, la vida comunitaria, el apostolado y también la diversión.
En un ambiente de fraternidad y calidez se desarrollaron diversos temas, algunos de ellos fueron la «Vocación de los apóstoles», impartido por el padre Mario Alberto Pacheco, mccj; «¿Quién soy yo?», ofrecido por el sacerdote Wédipo Paixão, mccj; «¿A qué soy llamado?», expuesto por el diácono José Hernández, mccj; mientras que el padre Víctor Mejía, misionero comboniano que vivió durante muchos años en China, compartió el tema de «La identidad, carisma y espiritualidad comboniana». Finalmente, el padre Josef Etabo, comboniano originario de Kenia, presentó su testimonio vocacional y misionero, enriqueciéndonos con su historia y su cultura.

El día 22, fiesta de santa María Magdalena, recordamos que ella estuvo motivada por su amor a Jesús, razón por la que va a llorar a su tumba, pero no se encuentra con un cadáver, sino con el Resucitado. El Evangelio del día nos ayudó a reflexionar sobre la importancia de «escuchar la voz del Señor y buscarlo», para ser cautivados por Él y vencer obstáculos.
En ese contexto, meditamos que vivimos una época con muchas facilidades, con medios de comunicación y transporte accesibles; donde moverse o informase ya no es tan complicado como antes. Pero ante tantas comodidades, nos desafía una realidad un tanto triste: el miedo a tomar una decisión para seguir al Señor.
De hecho, se invitaron y acompañaron vocacionalmente a muchos jóvenes, pero sólo respondieron y asistieron unos cuantos. Por ello, interpretamos las palabras del Evangelio: «muchos son llamados, pero poco los elegidos» (Mt 22,14), y nos preguntamos: ¿Por qué son tan pocos los que responden?
Hay quienes se dejan dominar por el miedo, otros prefieren continuar sus propios proyectos y permanecer en sus comodidades. No nos falta vocación, ¡nos falta valor para decir «sí»! Falta el ímpetu para buscar, y eso sólo es posible cuando realmente se ama a Jesús.
Nuestros pies nos mueven en la dirección de aquello que amamos. Y para lo que es prioritario y esencial, encontramos los medios y modos para conseguirlo. Si tomamos nuevamente el Evangelio de Juan (20,1-18) que nos dice que Magdalena va a buscar a Jesús, podemos ver que sus pies la llevan en la dirección de aquello que su corazón busca, en este caso, el Maestro. Ella pensaba ir a llorar ante un túmulo, donde aparentemente la vida se termina, pero se encuentra con la piedra movida y al Señor resucitado.

Esto nos enseña dos cosas: primero, que Jesús nos llama para la vida, «anda, ve y di a mis hermanos que voy a mi Padre, que es el Padre de ustedes; a mi Dios, que es también su Dios» (cf Jn 20,17) y segundo, que quien ama vence los obstáculos y no se conforma con una simple respuesta; quien ama, cree necesario ir más allá. ¿Hacia dónde está orientado nuestro corazón? ¿Hacia dónde se dirigen nuestros pies (nuestros proyectos)?
Hay quienes piensan que los seminaristas se pasan todo el día rezando, y aunque la oración es importante, el acontecer de un seminarista comboniano está sostenido por cuatro pilares: vida, oración, estudios y comunidad-apostolado; por tanto, tiene una dinámica interna que ayuda a los jóvenes a responder a la vocación a la que están siendo llamados; y al mismo tiempo, que se preparan para ir a las misiones.

Finalmente, toda elección no está libre de retos y obstáculos. Todo el tiempo optamos por hacer elecciones de forma consciente y, en muchos casos, de manera inconsciente, puesto que no podemos hacer de todo y ser todo a la vez. Por ejemplo, sabemos cuánto nos cuesta dejar a los papás, pero en determinado momento de la vida tendremos que hacerlo, ya sea por causa de estudios, trabajo o incluso para formar la propia familia.
Dejar no significa abandonar. «Cortar el cordón umbilical» para construir la propia experiencia implica que la familia siempre nos acompañará con su amor, pero no podrán vivir nuestros proyectos, porque esos son personales. San Daniel Comboni tuvo que elegir ante la situación de sus papás (pues era hijo único) y su amor por África; al final eligió ésta última, y confiado en que alguien los cuidaría, partió para la misión.
A cada uno de ustedes que reciben la revista Esquila Misional, le pedimos sus oraciones por la perseverancia de los jóvenes que participaron en el preseminario y respondieron con un «sí» al llamado de Jesús, un primer paso en su etapa formativa para prepararse y partir a las misiones.