XXV Domingo ordinario. Año C
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haber malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo:
¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador.
Entonces el administrador se puso a pensar: ¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan.
Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ¿Cuánto le debes a mi amo? El hombre respondió: Cien barriles de aceite. El administrador le dijo: Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta. Luego preguntó al siguiente: Y tú, ¿cuánto debes? Este respondió: Cien sacos de trigo. El administrador le dijo: Toma tu recibo y haz otro por ochenta.
El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz. Y yo les digo: con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.
El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?
No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”.
(Lucas 16, 1-13)
No pueden servir a Dios y al dinero
P. Enrique Sánchez, mccj
La parábola que hemos leído nos presenta un administrador que, al parecer, había perdido el sentido de su responsabilidad y en lugar de bien administrar había comenzado a abusar de la confianza que habían depositado en el.
Tal vez no nos sorprenderá mucho esta historia, pues en los tiempos que corren no es difícil escuchar historias muy semejantes de personas a las que se les ha confiado bienes y responsabilidades y han acabado mal, pues confundieron el ser administradores con ser propietarios.
Hoy también, no faltan los administradores que tuvieron que huir a la hora en que se les pidió rendir cuentas y éstas no cuadraban muy bien o, porque abusando de la confianza que habían depositado en ellos, no fueron capaces de respetar lo que no era suyo.
La parábola hace ver la astucia del administrador que, aun en el momento en que se encuentra en dificultades por no haber cumplido honestamente con lo que le correspondía, supo mostrar una inteligencia y una habilidad que le permitió no acabar del todo mal.
Esto nos muestra que existe una inteligencia que no es buena, una malicia que, a veces, les funciona a quienes toman caminos equivocados, caminos de maldad, pero que no se fundan en la verdad.
Poniendo ante nosotros este ejemplo, Jesús nos invita a hacer una reflexión que nos ayude a hacer buen uso de los bienes que se han puesto a nuestra disposición.
Todos hemos recibido muchos dones que deberíamos administrar bien, para que todas las personas con quienes compartimos la vida puedan disfrutar de lo bueno que el Señor nos ha confiado como administradores.
El buen administrador es el que sabe usar y disponer de los bienes que se le han confiado, sabiendo que no son suyos, sino que se le han puesto en las manos para que pasen a través de el a quienes son los destinatarios.
Un buen administrador es el que usa su inteligencia y todas sus capacidades para que no se pierda nada de lo que deberá estar al servicio de los demás. Ahí tiene que aplicar su astucia, velando por los intereses de los demás.
El Señor reconoce que hay una capacidad brillante, una inteligencia aguda en las personas que se manifiesta en la habilidad para sobresalir en las cosas de este mundo y no siempre los logros son en aquello que hace mejores a las personas. Muchas veces hemos visto que la astucia se manifiesta en la capacidad de sacar provecho en negocios turbios o se usa el engaño para obtener beneficios personales. No falta quien diga: “yo no quiero disponer de lo que no me pertenece, pero no es culpa mía si me ponen en donde hay modo”.
Esta es otra manera de decir lo que el evangelio nos menciona hoy cuando el amo afirma que los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenece a la luz.
El valor que Jesús trata de enseñar a sus discípulos, y a quienes seguimos caminando tras sus huellas hoy, es el valor de la honestidad y de la rectitud, con el fin de alcanzar los bienes que realmente cuentan en la vida.
Y, seguramente, nosotros podemos afirmar que tiene razón cuando vemos a nuestro alrededor tantas historias de personas que le han apostado a lo deshonesto y no han cosechado más que desilusiones.
Las historias son muchas y se repiten, mostrando que nada de lo que se logra deshonestamente termina brindando satisfacción, seguridad o alegría.
Lo mal habido termina siempre en llanto y dolor, por no decir en tristeza y en muerte.
Finalmente, Jesús pone en claro que no se puede servir a Dios y al dinero.
Si nos dejamos seducir por el dinero lo que pasa es que acabamos poniendo en él nuestra confianza y caemos en la trampa de pensar que todo lo podemos, sin necesidad de poner a Dios en nuestras vidas.
El dinero, cuando se pone el corazón en él y nos olvidamos que es algo que sólo sirve cuando es usado para hacer el bien a los demás, se convierte en algo deshonesto que acaba por esclavizar.
Pero si se hace buen uso de él, como dice el evangelio, se convierte en algo que permite crecer en aquello que nos hace más humanos.
En la vida no podemos tener dos amos, pues siempre se acabará por quedar mal con alguno de ellos. De ahí que Jesús nos recuerde que no se puede servir a Dios y al dinero al mismo tiempo; sobre todo porque es imposible reconciliar el Uno con el otro.
Cuando se entrega el corazón al dinero, fácilmente nos dejamos seducir por todo lo que nos promete y acabamos pensando que la vida se limita a lo que tenemos delante de nosotros, a lo que podemos conseguir con nuestros recursos.
Pero cuando nos entregamos al Señor se abren ante nosotros muchas maneras de crecer, de amar, de vivir y de gozar de nuestro caminar como peregrinos por este mundo. Dios abre caminos que el dinero nunca lo permitirá.
Ojalá que aprendamos a mantener libre nuestro corazón para servir a quien realmente nos conviene y que tengamos la luz y el valor para alejarnos de la tentación del dinero que siempre tratará de encantarnos con sus promesas de poder. Qué la ambición por el dinero no nos haga caer en la trampa de creer que se puede servir a Dios y al dinero.
Para seguir con nuestra reflexión
¿Cómo me veo administrando los dones que el Señor ha puesto en mi vida?
¿En dónde estoy aplicando las cualidades y la astucia que Dios me ha dado?
¿Me sirvo de la confianza que han puesto en mí para buscar mis intereses o me preocupa el bien de los demás?
¿Siento que estoy sirviendo más a Dios o al dinero?
No sólo crisis económica
José A. Pagola
“No podéis servir a Dios y al Dinero”. Estas palabras de Jesús no pueden ser olvidadas en estos momentos por quienes nos sentimos sus seguidores, pues encierran la advertencia más grave que ha dejado Jesús a la Humanidad. El Dinero, convertido en ídolo absoluto, es el gran enemigo para construir ese mundo más justo y fraterno, querido por Dios.
Desgraciadamente, la Riqueza se ha convertido en nuestro mundo globalizado en un ídolo de inmenso poder que, para subsistir, exige cada vez más víctimas y deshumaniza y empobrece cada vez más la historia humana. En estos momentos nos encontramos atrapados por una crisis generada en gran parte por el ansia de acumular.
Prácticamente, todo se organiza, se mueve y dinamiza desde esa lógica: buscar más productividad, más consumo, más bienestar, más energía, más poder sobre los demás… Esta lógica es imperialista. Si no la detenemos, puede poner en peligro al ser humano y al mismo Planeta.
Tal vez, lo primero es tomar conciencia de lo que está pasando. Esta no es solo una crisis económica. Es una crisis social y humana. En estos momentos tenemos ya datos suficientes en nuestro entorno y en el horizonte del mundo para percibir el drama humano en el que vivimos inmersos.
Cada vez es más patente ver que un sistema que conduce a una minoría de ricos a acumular cada vez más poder, abandonando en el hambre y la miseria a millones de seres humanos, es una insensatez insoportable. Inútil mirar a otra parte.
Ya ni las sociedades más progresistas son capaces de asegurar un trabajo digno a millones de ciudadanos. ¿Qué progreso es este que, lanzándonos a todos hacia el bienestar, deja a tantas familias sin recursos para vivir con dignidad?
La crisis está arruinando el sistema democrático. Presionados por las exigencias del Dinero, los gobernantes no pueden atender a las verdaderas necesidades de sus pueblos. ¿Qué es la política si ya no está al servicio del bien común?
La disminución de los gastos sociales en los diversos campos y la privatización interesada e indigna de servicios públicos como la sanidad seguirán golpeando a los más indefensos generando cada vez más exclusión, desigualdad vergonzosa y fractura social. Los seguidores de Jesús no podemos vivir encerrados en una religión aislada de este drama humano. Las comunidades cristianas pueden ser en estos momentos un espacio de concienciación, discernimiento y compromiso. Nos hemos de ayudar a vivir con lucidez y responsabilidad. La crisis nos puede hacer más humanos y más cristianos.
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Astutos en el uso del dinero
Mari Paz López Santos
El hecho de que Jesús considerara la astucia del administrador corrupto como una cualidad que echaba de menos en los hijos de la luz, produce cierta sensación de extrañeza.
El administrador era un genuino ladrón de guante blanco que cuando se vio descubierto ni se arrugó ni se vino abajo. Actuó pensando exclusivamente en él, procurando abrirse camino en el futuro inmediato para seguir haciendo más de lo mismo.
Pero Jesús reconoce la astucia de los hijos de este mundo utilizada para cometer delitos, engañar, robar o llevar una vida corrupta, y pone delante de quienes le siguen la necesidad de ser astutos para hacer el bien y luchar por la justicia.
Quiere que los hijos de la luz sean astutos en positivo: estén atentos, sean hábiles y permanezcan despiertos y activos para librar el complicado y sutil combate contra los mecanismos del Mal. En este caso, el que genera la ambición del dinero, que en este tiempo es una complicada ingeniería financiera muy difícil de comprender, salvo por los entendidos que la generan. Pero sí en los resultados que produce:
‘Pisoteáis al pobre y elimináis a los humildes del país, diciendo: ‘¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el grano, y el sábado, para abrir los sacos de cereal –reduciendo el peso y aumentando el precios, y modificando las balanzas con engaños. Para comprar al indigente por plata y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano”. Así de claro lo dice el profeta Amós (8,4-7) y vale igual para este momento de la historia de la humanidad.
Cuando el dinero se convierte en el dios al que adorar, el ser humano se deprecia: derechos humanos a la baja, educación, sanidad, vivienda… los mínimos para una vida digna caen en picado.
El dinero es importante pero es necesario pero también lo es poner señales de alerta antes de atravesar esa sutil frontera que lleva a la ambición, la codicia y la avaricia (me doy cuenta que estas palabras casi no se usan hoy día), hasta transformar a la persona en un ser que ya no sabe valorar lo que le pasa por dentro, lo ve normal, se siente distinto y distante del resto de la humanidad.
El dinero es una droga muy poderosa. Produce una ambición que no tiene límites. Es una espiral infinita: siempre más con la ansiedad de conseguir todo, despojando a quienes tiene menos o nada.
¿Por qué es tan poderoso el efecto de droga del dinero? Porque lo que yace en fondo de la persona es el deseo de Poder. ¿Y qué hay tras ese deseo? La ambición primera, la del inicio de los tiempos: ser como Dios.
Seamos astutos en el uso del dinero, también los que no sabemos de ingeniería financiera. La ambición vive dentro del ser humano y el miedo también. Y una cosa y otra se expanden por todos lados: personas, instituciones, empresas, organismos internacionales, gobiernos, y la propia Iglesia.
Además, en este tiempo con tantos medios de difusión, estamos expuestos a multitud de estímulos exteriores que nos dicen que la felicidad se encuentra en poseer cosas materiales que se consiguen con dinero… ¡Peligro y frustración!
Dice el Papa Francisco (*): “Animaos a no sucumbir a la tentación de un modelo económico idólatra que siente la necesidad de sacrificar vidas humanas en el altar de la especulación y la mera rentabilidad, que sólo toma en cuenta el beneficio inmediato en detrimento de la protección de los más pobres, de nuestro medio ambiente y sus recursos”. (Del discurso a las autoridades en el viaje a Islas Mauricio, 9 septiembre 2019)
Gracias, Jesús, por hablar claro, ayudarnos a abrir los ojos y espabilarnos esa insana ingenuidad psicológica que no nos deja ver.
Gracias, Jesús, por hablar del dinero. Es un tema que o se oculta sibilinamente, o se comunica de forma que nadie, de los de abajo, pueda entender.
Gracias, muchas gracias, por poner el tema encima de la mesa con pocas palabras y para la posteridad: “Ningún siervo puede servir a dos señores” (…) “No podéis servir a Dios y al dinero”. ¡Está claro… es incompatible!
Dios es Amor gratuito y el dinero lo quiere todo… hasta el alma.
Elogio del administrador ladrón y tramposo
José Luis Sicre
Que en una empresa, un banco, o un partido político, haya un administrador ladrón, que incluso hace trampas para disimular sus robos, no tiene nada de extraño. Que algunos de sus amigos o partidarios lo aprueben y defiendan, también puede ocurrir. Pero que Jesús ponga de modelo a un sinvergüenza, a un administrador ladrón y tramposo, es algo que desconcierta y escandaliza a mucha gente. Por eso, la traducción litúrgica no pone la alabanza en boca de Jesús, sino en la del “amo”; una opción bastante discutible. De hecho, Juliano el Apóstata (s. IV) usaba la parábola para demostrar la inferioridad de la fe cristiana y de Jesús, su fundador. El cardenal Cayetano (s. XVI) y Rudolph Bultmann (s. XX) la consideraban ininteligible; otros muchos piensan que es la más difícil de entender. [Quien desee conocer los diversos problemas puede consultar mi comentario El evangelio de Lucas. Una imagen distinta de Jesús (Verbo Divino, 2021), 355-360].
La ironía de la parábola (Lucas 16,1-9)
La principal dificultad para entender la parábola radica en que Jesús se basa en unos presupuestos contrarios a los nuestros:
1. Nosotros no somos propietarios sino administradores. Todo lo que poseemos, por herencia o por el fruto de nuestro trabajo, no es propiedad personal sino algo que Dios nos entrega para que lo usemos rectamente.
2. Esos bienes materiales, por grandes y maravillosos que parezcan, son nada en comparación con el bien supremo de “ser recibido en las moradas eternas”.
3. Para conseguir ese bien supremo, lo mejor no es aumentar el capital recibido sino dilapidarlo en beneficio de los necesitados.
La ironía de la parábola radica en decirnos: cuando das dinero al que lo necesita, tú crees que estás desprendiéndote de algo que es tuyo. En realidad, le estás robando a Dios su dinero para ganarte un amigo que interceda por ti en el momento decisivo. Jesús alaba a ese buen ladrón y lo pone de modelo.
La idolatría del dinero (Lucas 16,10-13)
En la versión larga, el evangelio de este domingo termina con unas palabras muy famosas: No podéis servir a dos amos, no podéis servir a Dios y al dinero.
Jesús no parte de la experiencia del pluriempleo, donde a una persona le puede ir bien en dos empresas distintas, sino de la experiencia del que sirve a dos amos con pretensiones y actitudes radicalmente opuestas. Es imposible encontrarse a gusto con los dos. Y eso es lo que ocurre entre Dios y el dinero.
Estas palabras de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría y defensa del primer mandamiento (“no tendrás otros dioses frente a mí”). Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría. Naturalmente, ninguno de nosotros acude a un banco o una caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero, en el fondo, podemos estar cayendo en la idolatría del dinero. Según el Antiguo y el Nuevo Testamentos, al dinero se le da culto de tres formas:
1) mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato, para tener más). El dinero se convierte en el bien absoluto, por encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo. Este tema lo encontramos en la primera lectura, tomada del profeta Amós.
2) mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no hace daño directo al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de sus necesidades. El ejemplo clásico es la parábola del rico y Lázaro, que leeremos el próximo domingo.
3) mediante el agobio por los bienes de este mundo, que nos hacen perder la fe en la Providencia.
Unos casos de injusticia directa: Amós 8, 4-7
Amós, profeta judío del siglo VIII a.C. criticó duramente las injusticias sociales de su época. Aquí condena a los comerciantes que explotan a la gente más humilde. Les acusa de tres cosas:
1) Aborrecen las fiestas religiosas (el sábado, equivalente a nuestro domingo, y la luna nueva, cada 28 días) porque les impiden abrir sus tiendas y comerciar. Es un ejemplo claro de que “no se puede servir a Dios y al dinero”.
2) Recurren a trampas para enriquecerse: disminuyen la medida (el kilo de 800 gr), aumentan el precio (la guerra de Ucrania es un ejemplo que pasará a la historia) y falsean la balanza.
3) El comercio humano, reflejado en la compra de esclavos, que se pueden conseguir a un precio ridículo, “por un par de sandalias”. Hoy se siguen dando casos de auténtica esclavitud (como los chinos traídos para trabajar a escondidas en las fábricas de sus compatriotas) y casos de esclavitud encubierta (invernaderos; salarios de miseria aprovechando la coyuntura económica, etc.).
Reflexión final
Puede resultar irónico, incluso indignante, hablar del buen uso del dinero y de los demás bienes materiales cuando la preocupación de la mayoría de la gente es ver cómo afronta la crisis económica que se avecina. Sin embargo, Jesús nunca ofreció un camino cómodo a sus seguidores. Tanto la parábola como la enseñanza siguiente y el texto de Amós nos obligan a reflexionar y enfocar nuestra vida al servicio de los más necesitados.
Administradores, no dueños
Fernando Armellini
Introducción
Dice el Salmo 24: “Del Señor es la Tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes.” El hombre es un peregrino; vive como un extraño en un mundo que no es suyo. Es un trotamundos que atraviesa el desierto. Es dueño de un lote de terreno tanto como sus pies pueden pisar. Pero lo que está más adelante ya no es suyo.
No somos propietarios sino solo administradores de los bienes de Dios. Esta es una afirmación insistentemente repetida a menudo por los Padres de la Iglesia. Recordamos a uno, Basilio: “¿No eres acaso un ladrón cuando consideras tuyas las riquezas de este mundo? Las riquezas te son dadas solo para administrarlas”.
El administrador es una persona que aparece a menudo en las parábolas de Jesús. Tenemos uno ‘fiel y prudente’ que no actúa arbitrariamente sino que utiliza los bienes confiados a él según la voluntad del propietario. Y tenemos otro que, en ausencia del Señor, se aprovecha de su posición “y se hace el dueño”, se emborracha y deshonra a los otros sirvientes (Lc 12,42-48).
Está el administrador emprendedor, que se compromete, tiene la valentía de arriesgarse y consigue beneficio para el dueño; y otro que es un vago y un perezoso. Pero el más vergonzoso es el administrador sagaz del que se habla en el evangelio de hoy.
El Señor pone un tesoro en la mano de cada persona. ¿Qué hacer para administrarlo bien?
Primera Lectura: Amós 8,4-7
4Escúchenlo los que aplastan a los pobres y eliminan a los miserables; 5ustedes piensan: ¿Cuándo pasará la luna nueva para vender trigo o el sábado para ofrecer grano y hasta el salvado de trigo? Para achicar la medida y aumentar el precio, 6para comprar por dinero al indefenso y al pobre por un par de sandalias. 7¡Jura el Señor por la gloria de Jacob no olvidar jamás lo que han hecho!
San Juan Crisóstomo –un Padre de la Iglesia del siglo IV– escribió una página memorable sobre la manera en que una persona puede enriquecerse. Se podría resumir en una frase: “El rico es ladrón o hijo de ladrones”. Es una afirmación provocativa, quizás demasiado drástica; sin embargo, el texto que se nos propone hoy como primera lectura parece confirmarlo.
Estamos en el año 750 a.C. e Israel está en su máximo esplendor. Su territorio se extiende desde Egipto hasta las montañas del Líbano donde, con los enormes cedros que allí crecen, se construyen gran cantidad de naves y palacios. Se introducen nuevas técnicas agrícolas que aumentan la producción. El rey Jeroboán II –un sagaz político– favorece el intercambio comercial, establece amistad con los pueblos vecinos y tiene oportunidad de vender vino, aceite y cereales a buen precio a los grandes terratenientes.
La religión también se ha puesto de moda: los templos están llenos de devotos y peregrinos que van a rezar y ofrecer sacrificios. Los sacerdotes son asalariados por el soberano y se les paga bien. No queda más que agradecer a Dios para que los bendiga y dar gracias al rey por tanta prosperidad y fervor.
Pero aparece un hombre que no se une al coro que elogia la política de Jeroboán II: es Amós, un pastor de Tecoa, una ciudad situada en la periferia del desierto, al sur de Belén. Explota en invectivas y terribles amenazas, porque –dice– es cierto que hay bienestar y riqueza en el país, pero solo para unos pocos. Se explota a los pobres de la tierra y contra los más débiles hacen toda clase de injusticia y abuso. “Venden al pobre por dinero y por un par de sandalias; revuelcan en el polvo al débil y no hacen justicia al indefenso” (Am 2,6-7). “¡Ay de los que convierten la justicia en veneno y arrastran por el suelo el derecho, odian al que juzga rectamente en el tribunal y detestan al que testifica con verdad!” (Am 5,7. 10).
El Profeta dirige sus acusaciones contra Jeroboán II, contra los sacerdotes, los terratenientes y los ricos. En el pasaje de la lectura de hoy, ataca a los comerciantes: “Escuchen esto los que aplastan a los pobres y eliminan a los miserables” (v. 4). ¿Cuáles son sus fechorías? Compran los productos de la tierra de los agricultores pobres y los revenden a otros más pobres a un precio superior, “por haber pisoteado al pobre exigiéndoles un tributo de grano” (Amós 5,11). ¿Cómo acumulan riquezas? Como siempre se ha hecho desde el comienzo del mundo: robando.
Amós describe en detalle la técnica que utilizan. Durante la semana la gente normal aguardapara elevar su mente a Dios, para descansar, para reunirse con amigos y familiares y celebrar el día de reposo el sábado. Los comerciantes, en cambio, no están interesados en la fiesta, el sábadoy la Luna nueva, porque en esos días el comercio está bloqueado. Ellos no podían esperar la hora de que pasara el sábado para reanudar sus ventas de grano y de trigo. Disminuir la medida, aumentar el precio, usar escalas falsas, dejar pasar los productos de desecho como buenos, y, lo que es peor, “comprar por dinero al indefenso y al pobre por un par de sandalias” (vv. 5-6). Unos cincuenta años más tarde Miqueas se hace eco: “Arrancan la piel del cuerpo, la carne de los huesos…” (Mi 3:2). Parece que oímos las palabras punzantes con las que, en el siglo IV, el obispo Basilio condenó a los usureros de su tiempo: “Explotar la miseria, extraer dinero de las lágrimas, estrangular a la persona que está desnuda, aplastar a los hambrientos…”.
Amós habla de comercio, trucos y trampas. ¿Qué tiene Dios que ver con estos problemas? Seguramente tiene algo que ver y en la última parte del pasaje de hoy (vv. 7-8) el profeta hace claro su pensamiento. Donde no hay justicia, donde los débiles son oprimidos y el sufrimiento ignorado, la religión es solo hipocresía (Am 5,21-24).
Frente a la explotación de los pobres, el Señor está indignado y pronuncia un juramento que nos da escalofrío: “¡Jura el Señor no olvidar jamás lo que han hecho!” (v. 7).
Segunda Lectura: 1 Timoteo 2,1-8
Querido Hermano, 1ante todo recomiendo que se ofrezcan súplicas, peticiones, intercesiones y acciones de gracias por todas las personas, 2especialmente por los soberanos y autoridades, para que podamos vivir tranquilos y serenos con toda piedad y dignidad. 3Eso es bueno y aceptable para Dios nuestro salvador, 4que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad. 5No hay más que un solo Dios, no hay más que un mediador, Cristo Jesús, hombre, él también, 6que se entregó en rescate por todos conforme al testimonio que se dio en el momento oportuno; 7y yo he sido nombrado su heraldo y apóstol –digo la verdad sin engaño–, maestro de los paganos en la fe y la verdad. 8Quiero que los hombres oren en cualquier lugar, elevando sus manos a Dios con pureza de corazón, libres de enojos y discusiones.
En esta parte de la Carta a Timoteo que se nos propone hoy, Pablo da disposiciones relativas a la oración en la comunidad cristiana. Recomienda hacer “peticiones, súplicas, oraciones y acción de gracias por todas las personas, por el rey y los poderosos”. El orden de nuestra sociedad depende de estas personas. Si ellos no cumplen bien su deber, no podemos “llevar una vida tranquila y apacible” (v. 2).
La oración de la comunidad cristiana es universal. Está dirigida a Dios por los que hacen el bien y el mal, por los amigos y los enemigos. En esta oración se muestra el gran corazón de los discípulos, que no acepta hacer diferencias por raza, tribu, nacionalidad, posición social oriqueza. De esta manera se reflejan los sentimientos del Padre del cielo “que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (v. 4).
Llama la atención las veces que, en la lectura, se repite la palabra todos.
El pasaje concluye con una recomendación: “Quisiera, entonces, que en todas partes la gente ore, elevando sus manos… libres de enojos y discusiones” (v. 8). El cristiano no puede orar con manos impuras, con las manos que hacen mal a los hermanos (Mt 5,23-25).
Evangelio: Lucas 16,1-13
Esta parábola siempre ha despertado una cierta vergüenza porque, al parecer, el administrador deshonesto es elogiado y no puede recomendarse a los cristianos que lo imiten. Para entender su significado y dar sentido a todos los detalles, deben establecerse el cómo y cuándo este administrador engañó a su amo.
La interpretación tradicional admite que la estafa ocurrió cuando, para congraciarse con los deudores, falsificó las figuras de las Letras de cambio. Otros eruditos bíblicos sostienen que cometió irregularidades antes de ser despedido. Esta segunda hipótesis nos parece más coherente y lógica y es la que seguimos.
Más que contar una historia, parece que Jesús hace referencia a un acontecimiento de su tiempo. Un mayordomo es acusado ante el gran terrateniente del que depende por ser incompetente, devorar y dilapidar su fortuna. El maestro lo llama y le dice lo que oyó de él. Los hechos son tan claros y fuera de toda duda que el administrador no intenta justificarse o inventaruna explicación. Fue inmediatamente despedido de su responsabilidad (vv. 1-2). ¿Qué hacer ahora? Él está en problemas, se queda sin salario y debe encontrar cuanto antes una manera degarantizar su futuro.
¿Qué hacer? Esta es la pregunta que muchas personas se hacen en el evangelio de Lucas y en los Hechos de los Apóstoles. La multitud, los publicanos y los soldados acudieron a JuanBautista preguntando: “¿Qué debemos hacer?” El granjero rico de la parábola se hace a sí mismo, en su largo monólogo, la misma pregunta: “¿Qué debo hacer porque no sé dónde poner mi cosecha?” (Lc 12,17). Los oyentes del discurso de Pedro en el día de Pentecostés se preguntan: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?” Se trata de alguien que se encuentra a sí mismo frente a una elección decisiva en la vida.
El administrador deshonesto sabe que tiene poco tiempo a su disposición. Igual que hizo el granjero tonto, el administrador empezó a reflexionar. Él sabe cómo supervisar, pero no es capaz de usar la azada ni humillarse a pedir limosna. “Más vale morir que vivir mendigando” (Eclo40,28).
Antes de abandonar el trabajo, debe poner las cuentas en orden; muchos deudores aún debenentregar los productos. Lo piensa detenidamente, calcula los pros y los contras, y, después de mucho pensar, tiene un destello de genio. (¡Entiendo! –exclama feliz–. Sé lo que debo hacer: cf.v. 4). No pregunta la opinión de nadie porque él ya conoce todos los trucos del oficio. Sabe cuáles la opción correcta y entra inmediatamente en acción.
Llama a todos los deudores y pide al primero de ellos: “¿Cuánto debes a mi amo?” “Cien barriles de aceite”, responde la persona. El administrador sonríe, le da una palmada en elhombro y le dice: “Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta”. La deuda era de 4.500 litros de aceite (el producto de 175 olivos) y se reduce a 2.250. Un ahorro de casi dos años de trabajo para un trabajador. Luego el segundo deudor entra en escena: tiene que entregar 40 toneladas de trigo (el producto de 42 hectáreas de terreno). El mismo escenario: “Toma tu recibo y escribe 30”. Un descuento del 25 por ciento. No está mal.
En el futuro estos deudores beneficiados seguramente no olvidarán la mucha generosidad y se sentirán obligados a ofrecerle hospitalidad en sus casas. La historia concluye con el maestro, y lo mismo Jesús, alabando al administrador. Actuó con astucia. Habrá que imitarlo.
Esperamos una conclusión diferente. Debería haber dicho Jesús a sus discípulos: “No deben actuar como este villano; sean honestos”. Pero Jesús aprueba lo que hizo. La dificultad se encuentra aquí: ¿Cómo puede una persona deshonesta ofrecerse como modelo? Antes de explicarlo, deseo señalar que elogiar la astucia de una persona no significa estar de acuerdo con lo que hizo. Me contaron de un ladrón que fue capaz de escapar de prisión abriendo todas las puertas con un simple alambre. Merece un elogio… Era un villano, pero era inteligente (vv. 5-8a).
Esta dificultad no existe si la parábola se interpreta de una manera diferente. Partimos de la consideración de que si el propietario se había sentido engañado se sentiría muy indignado (2.250 litros de aceite y 10 toneladas de trigo no son cosas pequeñas). Si alaba a su ex gerente significa que en este proceso el dueño no ha perdido nada. Tenemos que suponer que el administrador de la parábola ha renunciado a lo que solía tomar para sí mismo como comisión.
Me explico: los administradores deben entregar una cierta cantidad a su propietario; pero los administradores podían aumentar la cifra como parte de su ganancia. Esta fue la técnica utilizada por los publicanos para enriquecerse cuando recogían los impuestos.
¿Qué es lo que hizo el administrador de la parábola? En lugar de comportarse como un prestamista con los deudores, les cedió el beneficio que esperaba tener. Si las cosas fueron así, todo queda claro. La admiración del propietario y la alabanza de Jesús tienen una explicación lógica.
El administrador fue astuto—dice el Señor—porque entendió que debía apostar: no a las mercancías, productos a los que tenía derecho, que podrían pudrirse o robarse, sino a los amigos. Supo renunciar a lo primera para conquistar lo segundo. Este es el punto. Pronto lo retomaremos.
Siguen algunos dichos de Jesús relacionados con el uso de las riquezas. ¿Cuáles son las aplicaciones y enseñanzas extraídas de la parábola? La primera: “Los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz” (v. 8).
Después de haber apreciado la capacidad del administrador, Jesús hace una observación: con respecto a la administración del dinero, hacer negocios e intercambios; sus discípulos (los hijos de la luz) son menos sagaces que aquellos que dedican sus vidas enteras en acumular bienes (los hijos de este mundo).
Es normal y debe ser así: mientras que “los hijos del mundo” pueden actuar sin escrúpulos (ya que solo tienen que preocuparse de no ir contra la Ley del Estado o, al menos, de no ser atrapados con las manos en la masa), los creyentes cristianos deben seguir otros principios y mantener un comportamiento correcto y transparente. Están prohibidos los subterfugios y los engaños.
¿Realmente sucede así? Tal vez hay cristianos que cuando compiten con “los hijos de las tinieblas” en los asuntos económicos, hacen un mal papel. Y esto es preocupante.
“Yo les digo que con el dinero sucio se ganen amigos, de modo que, cuando se acabe, ellos los reciban en la morada eterna” (v. 9). Esta es la frase más importante del pasaje de hoy. Sintetiza toda la enseñanza de la parábola.
Sobre todo destacar el duro juicio que el maestro da a la riqueza: La llama ‘injusta’,‘adquirida de una manera deshonesta’. Amós ya explicó la razón en la primera lectura. Hemos escuchado su explicación sobre el origen de la riqueza. Después de él, una persona sabia del Antiguo Testamento afirmó: “Una estaca se clava entre piedra y piedra; el pecado queda atrapado entre comprador y vendedor” (Eclo 27,2).
Esto no es una condenación de los bienes de este mundo. Tampoco es una invitación a destruirlas, liberarse de ellas como si fueran objetos impuros. Es una observación: en el dinero amontonado siempre hay alguna forma de injusticia, explotación y apropiación indebida. Jesús enseña el método para purificar las riquezas injustas.
El administrador es un modelo de habilidad porque tuvo una idea brillante. Si hubiera consultado con sus colegas, quizás le habrían aconsejado que tomara ventaja hasta el final de su posición y aumentara sus ingresos.
Su solución es diferente: entiende que el dinero se puede devaluar y entonces decide apostar todo en sus amigos. Esta es la sabia elección que Jesús anima a hacer, asegurando el éxito de la operación: las personas beneficiadas en esta vida siempre permanecerán a nuestro lado y serán testigos en nuestro favor en el día en que el dinero no tenga ningún valor.
No es cuestión de entregar todo lo que uno posee. Eso sería un gesto insensato, no virtuoso. No ayudaría a los pobres sino que aumentaría su miseria y favorecería a los perezosos. Lo que Jesús quiere que entendamos es que la manera sagaz de utilizar los bienes de este mundo es utilizarlos para ayudar a los demás, para hacerlos amigos. Ellos serán los que nos reciban en la vida.
La última parte del pasaje (vv. 10-13) contiene algunos refranes del Señor. Para comprenderlos es suficiente aclarar el significado de los términos. Lo ‘poco’ (v. 10) “dinero sucio” (v. 11) “las riquezas ajenas” (v. 12) indican los bienes de este mundo que no se pueden llevar con uno. San Ambrosio solía decir: “No debemos prestar atención a las riquezas que no podemos llevar con nosotros. Porque lo que dejamos en este mundo no nos pertenece. Pertenece a los demás”.
Los bienes del mundo futuro, los del Reino de Dios, por el contrario, se llaman “lo mucho”(v. 10), “las verdaderas riquezas” (v. 11) “nuestras riquezas” (v. 12). Esto puede obtenerse solo por la renuncia, como hizo paradójicamente el administrador de la parábola con todas las mercancías que no cuentan. “Quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo” (cf. Lc 14,33).
Jesús concluye su enseñanza afirmando que ningún siervo puede servir a dos amos… Dios o el dinero.
Nos gustaría favorecer a los dos: Dar a Dios el domingo y al dinero los días ordinarios. No es posible porque ambos son maestros exigentes y excluyentes. No toleran que haya un lugar para otro en el corazón de una persona y, sobre todo, sus órdenes son opuestas. Uno dice “Compartir los bienes, ayudar a los hermanos, perdonar la deuda de los pobres…”. El otro se dice a sí mismo: “Piensa en tus propios intereses, estudia bien todas las maneras posibles deganancias… cómo acumular dinero… quedarte todo para ti…’” Es imposible complacer a los dos: Dejamos que uno nos rete o creemos ciegamente en el otro.