Jubileo: Constructores de paz
El verdadero Jubileo acontece dentro de nosotros, de las relaciones familiares, comunitarias y sociales. Se trata de un «tiempo santo» de crecimiento espiritual, de perdón y liberación, para que brote la paz, el regalo que Dios quiere otorgar a la humanidad.
Por: P. Rafael G. Ponce, mccj
OCTUBRE
4-5: Jubileo del Mundo Misionero
4-5: Jubileo de los Migrantes
8-9: Jubileo de la Vida Consagrada
11-12: Jubileo de la Espiritualidad Mariana
27-2 noviembre: Jubileo del Mundo Educativo
Ese shalom (paz) de Dios no sólo es tranquilidad individual, sino fraternidad, justicia, verdad, libertad y solidaridad con los empobrecidos, compromiso por los valores del Evangelio y luz que da sentido a nuestras luchas existenciales. La «paz jubilar» es un encuentro con Cristo, Príncipe de la paz (Is 9,5), que todo lo transforma y armoniza.
En la Sagrada Escritura, cuando se habla de un año para la «liberación de los cautivos» (Is 61,1-2; Lc 4,18-19), significa empeñarnos en construir esa paz que destruye las cadenas del pecado, el odio, la violencia y todo aquello que va contra la dignidad de las personas. Al escuchar este llamado de paz pensamos en la guerra en la franja de Gaza, en Ucrania, en nuestra patria y en numerosos conflictos olvidados de los pueblos más oprimidos. Por tanto, el Jubileo consistirá en remar a contracorriente para aniquilar la cultura de la muerte, en favor de una paz y esperanza (dos caras de la misma moneda) basadas en el amor auténtico. Y en ello, todos tenemos responsabilidad con nuestras decisiones de cada día. Ser «constructores de paz» es hoy el nombre de los discípulos misioneros de Jesucristo.
En la bula Spes non confundit (La esperanza no defrauda) que nos convocaba a iniciar el Jubileo, se nos insiste: «Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo… La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia… Dejemos que el Jubileo nos recuerde que los que “trabajan por la paz” podrán ser “llamados hijos de Dios” (Mt 5,9)» (n. 8). Y continúa: «Si verdaderamente queremos preparar en el mundo el camino de la paz, esforcémonos por remediar las causas que originan las injusticias, cancelemos las deudas injustas e insolutas y saciemos a los hambrientos» (n. 16). ¡Bienvenido este anuncio de paz en medio de tantos gritos de guerra!