¡Viva la vocación misionera!

Pr: P. Pedro Andrés Miguel, mccj
Desde Urucancha, Lima (Perú)

El pasado 14 de agosto 2025 estuve celebrando 40 años de haber sido asociado al ministerio sacerdotal del Corazón Traspasado de Jesucristo el Buen Pastor. ¡Bendito sea Dios Padre de nuestro señor Jesucristo que me ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales!

La ordenación sacerdotal significó para mí la encarnación definitiva en mi persona de la vocación misionera como misionero comboniano puesto que previamente había sentido una llamada a consagrar mi vida para el servicio misionero siguiendo los pasos de Cristo Jesús. Todo eso que ya tenía dentro, ahora iba visibilizándolo y tomando conciencia de ello.

Por el bautismo, que recibí a la semana de nacer y demás sacramentos de iniciación, se me incorporó a Cristo sacerdote, profeta y rey. Iba tomando forma mi identidad y pertenencia. Descubrí a Jesús, el hombre libre y liberador, capaz de amar hasta el extremo. Sentí que me llamaba por mi nombre para ser discípulo misionero suyo, imitador de su forma de vida. Se había encarnado pobre, casto y obediente.

Abracé la vida consagrada para la misión con 22 años, en 1981. Seguí con intensidad y entrega la formación comboniana en Chicago (USA).  El día 14 de agosto 1985, en mi pueblo Villarrabé, Palencia (España), fui ungido, agraciado, con el sacramento del orden sacerdotal. Una gracia que no sólo se ha renovado en los diferentes aniversarios sino es una gracia de cada día que regenera mi corazón y sigue deseando tener los mismos sentimientos y disposiciones del Corazón de Jesús, así como lo vivió San Daniel Comboni.

Reconozco en mi corazón un corazón de misionero comboniano, un corazón de misionero pastor. Se renovó en mí esa gracia de muchas maneras: felicitaciones, celebración del aniversario, regalitos, ofrendas, la oración, la Eucaristía, el contacto pastoral… Una muy especial y muy sencilla a la vez, porque toca la raíz, fue visitando la comunidad cristiana que peregrina con esperanza en Urucancha.

Urucancha, es un nuevo asentamiento humano en Nueva Pamplona, San Juan de Miraflores, periferia extrema de Lima. Vivirán en torno a unas 30 familias sin certeza jurídica. Están en manos de negociantes de terrenos. Algunos tienen su propio terreno y otros sólo compran para vender, especulando. Todo es precario: las edificaciones donde viven, tampoco hay escuela, ni siquiera para los más pequeños. Hasta hace poco se disponía de un local donde se tenía la olla común para todos los necesitados y era lugar de encuentro para los niños en edad escolar, para viajar juntos a la escuela. Ahí también celebrábamos la Misa. Ahora ya no existe. Los traficantes vieron que “ahí se movía plata” (apoyo al transporte escolar, comida, las ofrendas de la Misas), y pretendieron tener su parte. Resultado: hubo que dejar ese local.

La pobreza, la precariedad, la injusticia, la discriminación fue lo que primero y más fuerte conmovió mi corazón. En esta visita a la comunidad reunida y esperando que llegara para celebrar la Santa Misa, vi la alegría en sus rostros, la precariedad en su vestimenta de mamás y muchos niños y niñas, el lugar prestado y todos amontonados, su participación en la escucha de la Palabra (algunos niños y niñas leyeron muy bien las lecturas y respondieron muy bien) y en el sacramento (hay algunas catequistas que desde hace un par de años suben cada domingo para la catequesis y la celebración dominical). Todo eso produjo una inmensa alegría en mi y lo asocié a una confirmación más de que la vocación misionera es fuente de profunda alegría y felicidad para quien la sigue, porque quienes te acogen estarán eternamente agradecidos porque un día estuviste con ellos y tu corazón se quedó con ellos.

Amas desde el Corazón traspasado –movido por compasión que los carga sobre sus hombros-, el Corazón traspasado de Cristo Buen Pastor que da vida abundante, que cuida la vida que salva. Ese es el origen de mi vocación, la cuestión humana y social. El año pasado apoyamos a las familias para que sus hijos tuvieran un minibús que los llevara y trajera al colegio. Las familias están muy agradecidas porque solas no hubieran podido.

La vocación comboniana tiene dos pulmones con los que respira y oxigena todo el organismo: la evangelización y la promoción humana. El joven misionero Daniel Comboni, de regreso a Europa después de sus primeras experiencias misioneras en África, va a Roma para el reconocimiento eclesial de la santidad de Santa Margarita María Alacoque (la monja francesa que recibió diversas apariciones del Corazón de Jesús). Allí Comboni concibe un plan para responder a su llamada a la vocación misionera en Africa, que siente viene del Corazón de Jesús, pues dice: «el católico (él mismo) miró a África al puro rayo de su fe y descubrió allí una miríada infinita de hermanos pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un mismo Padre común arriba en el cielo maltratados por Satanás y al borde del más horrendo precipicio (la esclavitud, los esclavizados). Entonces, llevado por el ímpetu de aquella caridad salida del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sintió que se hacían más frecuentes los latidos de su corazón, y una fuerza divina pareció empujarle hacia aquellas tierras para estrechar entre sus brazos y dar un beso de paz y de amor a aquellos infelices hermanos suyos» (Escritos 2742).

San Daniel Comboni, reconocido santo por la iglesia, es un modelo a seguir. Muchos y muchas lo han seguido en estos más de 150 años de misión del Buen Pastor, confiada a la familia comboniana; y, ¡uno de esos soy yo!

 Yo descubrí el sacerdocio como la mejor parte, porque me sentí y me siento llamado a esta vocación. Sacerdocio no del Antiguo Testamento, no es el sacerdocio de sacristía y templo. Más bien, se quiere parecer mucho a la forma del Buen Pastor, a la de San Daniel Comboni.  Implica salir del costado de Cristo para ir al encuentro del excluido, descartado, alejado, del más pobre y abandonado, para hacerle comprender que es hijo creado, igualito que el resto de seres humanos, creados por el Único creador, a su misma imagen y semejanza. Tenemos un origen común y un destino común. El abrazo de paz a quien fue pisoteada su dignidad es un anuncio, le hace nacer a la fraternidad de sentirnos un solo Pueblo fiel de Dios. El sacerdocio misionero es puente con doble dirección, de ida y vuelta, con pertenencia espiritual múltiple anclado en el Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra.

He tenido la dicha de caminar con algunos pueblos originarios. Mis diversas entradas y salidas en “porciones” del Único Pueblo de Dios me han dado mucho, mi cosmovisión ha profundizado mucho en lo esencial y se ha ampliado mucho en los horizontes. He podido estar algunos años con los Chinantecos en Oaxaca, México, otros más con los Maya Q’eqchi’ en Petén, Guatemala, y ahora me gustaría acercarme a las Cosmovisión Andina y Pueblos Originarios en la selva peruana. No me siento ni ansioso ni amenazado por las evidentes dificultades de comunicación a causa del idioma. Al contrario, nace en mi una empatía y deseos de estar, de cercanía que creo es captado por muchos de quienes me encuentro. Mi opción misionera andaba por África, se me dio esta otra de la cual me siento plenamente realizado como “comboniano” también. (Tengo pendiente hacer memoria de las gracias recibidas entre los pueblos originarios).

Algunas veces había subido a Urucancha ansioso, preocupado. En esta ocasión tanto subida como bajada estuvieron plagados de semillas de esperanza, ¡será por el Jubileo de la Esperanza! Subí con un grupo de unos 15 jóvenes chicos y chicas de la parroquia que se preparan para la confirmación. En el camino, donde termina la mancha urbana, hay una montañita, que supuestamente está protegida, en la que hay semilleros, recogida de agua con “atrapanieblas” y muchas zonas que verdean las semillas plantadas y las flores autóctonas. Los chicos caminaban para arriba exigidos por el esfuerzo y con mucho respeto, tal vez miedo, por el lugar a dónde íbamos, con sus riesgos y peligros. La alegría exuberante de las dos catequistas que suben frecuentemente y que ya habían informado que yo llegaría.

La acogida de la comunidad es sencilla, afectuosa, sincera, nada interesada. Hermosa la actitud en la Eucaristía y el que muchos recibieran el cuerpo de Cristo. Incluso han arreglado los senderos y tanto subida como bajada son más placenteros, por lo que el regreso fue un Magnificat y un sueño. Soñé que otros, algunos, entre los jóvenes que me acompañaron, en la comunidad donde hicimos Eucaristía, entre los que lean estas líneas, se miren y tal vez cuando sientan dentro un golpeo por el sufrimiento ajeno no miren para otra parte, es Dios que te hace entender sus deseos de que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Necesita de ti para llegar a los que todavía no están. Es la vocación misionera. San Daniel Comboni lo codificó así: “Salvar Africa por medio de Africa”. La gracia para ser “graciosa” necesita la colaboración de la naturaleza de cada uno y la hace digna.