Promover la salud integral
Hospital San Miguel de Donomanga, en Chad
En el Hospital San Miguel, un equipo de profesionales sanitarios, coordinado por el hermano Comboniano mexicano Juan Carlos Salgado, médico de profesión, hace todo lo posible para que los pacientes sean tratados con respeto y profesionalidad, curándoles y ayudándoles a tener esperanza.
Texto y fotos: Hno. Bernardino Frutuoso, mccj. (Alem-mar)
Salimos de Laï, en el sur del Chad, a las seis de la mañana, cuando aún estaba amaneciendo. Viajábamos hacia Donomanga, un pequeño pueblo situado a 80 kilómetros, donde íbamos a ver el trabajo que se realiza en el Hospital de San Miguel. La institución pertenece a la diócesis de Laï y forma parte de la red de servicios sanitarios gestionados por la Cáritas local.
La temporada de lluvias, este año muy intensas, acababa de terminar y causó grandes destrozos en el camino de tierra. Nuestro conductor zigzagueaba el coche con destreza y velocidad, intentando evitar los grandes agujeros que la lluvia y los vehículos habían abierto en el pavimento. Nos cruzamos con grupos de gente de los pueblos en motos, bicicletas, camiones -que funcionan como transporte de pasajeros- o carretas tiradas por bueyes.
Al borde de la carretera, los aldeanos, en su mayoría mujeres y niños, transportan cubos y palanganas con el agua que recogen del pozo comunitario, o la leña que utilizan para cocinar. Algunos niños van andando a la escuela, que en esta estación funciona de lunes a sábado, desde las 7.30 hasta las 12 del mediodía, bajo un sol abrasador, ya que la temperatura empieza a subir y pronto supera los 35º C. Todo el mundo tiene que respirar el polvo que se levanta en grandes nubes oscuras al paso de los vehículos de motor.
En esta parte del sur del país, rica en tierras cultivables y con un gran potencial agrícola, las plantaciones de arroz y algodón se extienden por el horizonte. También nos cruzamos con rebaños de ganado en las carreteras.
Servir a los enfermos con alegría
Tras un accidentado viaje de tres horas, atravesamos la puerta principal del hospital. Lo primero que vemos son grupos de personas sentadas a la sombra bajo los árboles más frondosos. Otros ocupan los pasillos exteriores de los distintos pabellones. “Son los familiares de los pacientes quienes se ocupan de ellos. Cada familia se responsabiliza de su enfermo, le hace la comida y vigila de cerca su estado de salud”, explica el hermano Juan Carlos Salgado, misionero comboniano y único médico que ejerce en esas instalaciones.
Sor Ángela, enfermera mexicana que lleva en Chad desde 2008, pertenece a la congregación de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús. Colabora en la administración del hospital y nos lleva a visitar las instalaciones. Nos cuenta que el hospital tiene capacidad para 70 pacientes ingresados, repartidos entre pediatría, maternidad, medicina general y enfermedades infecciosas. El hospital atiende a 10 mil usuarios y es el único que atiende a los 111.538 habitantes del distrito de Donomanga. Siguiendo una de las tendencias del continente, la mitad de estas personas son menores de 14 años (datos de 2022).
María Oralia, también mexicana y que llegó a Chad hace poco más de un año, nos cuenta que la logística para almacenar los medicamentos es exigente y complicada, ya que no hay servicio público de electricidad y tienen que utilizar un generador diésel y baterías. Esta tarea es ahora más fácil, nos dice con una sonrisa, porque hace unos días se instalaron 24 paneles solares, que garantizan energía durante todo el día y permiten, por ejemplo, mantener fríos los medicamentos que necesitan estar a baja temperatura.
El hermano Juan Carlos añade que puede resultar difícil entender cómo un hospital puede funcionar sin energía, pero que “se han adaptado a trabajar con recursos escasos”. Dice que ahora pueden “tener un banco de sangre, mantener los servicios básicos en funcionamiento durante 24 horas e incluso realizar algunas operaciones con más tranquilidad en caso de emergencia”. Antes, tenían que encender el generador eléctrico y esperar que no se estropeara.
En la maternidad se encuentra la hermana Aurelia, originaria de Guatemala. Esta joven enfermera trabaja en el hospital desde 2008 y es responsable de la administración de esta ala, la planta de pediatría y el quirófano. Con una cálida sonrisa, nos cuenta que es originaria de San Marcos, una región con temperaturas bastante suaves, pero que se ha adaptado bien al clima seco y caluroso del Chad. Y en las frescas mañanas de la estación seca “incluso tiene que ponerse un abrigo” porque siente frío: las temperaturas nocturnas bajan a 14-16 grados y los chadianos llevan gruesos abrigos. Subraya que la misión de su instituto, fundado en Guadalajara (México) por la Madre Naty (1868-1959), primera santa mexicana, es servir a los que más sufren, los enfermos, y que se siente muy feliz en San Miguel.
La monja nos cuenta que reciben, de media, unas 100 parturientas al año, generalmente con algún tipo de complicación. “Cuando hay situaciones difíciles que las enfermeras no han podido resolver en los centros de salud de las aldeas, envían a las embarazadas de vuelta al hospital”, explica. Aurelia entra en la habitación y habla con una mujer que había sido mordida por una serpiente y ya estaba siendo medicada. Pidió a un hombre, sentado junto a la puerta, que sacara de un frasco la pequeña serpiente venenosa que uno de los aldeanos había matado. Nos dice que “si la señora no hubiera sido asistida, el veneno se habría extendido pronto y habría muerto rápidamente”. Añade que “las mordeduras de ser-piente siguen siendo frecuentes en la región, y la gente sufre mordeduras cuando trabaja en el campo o en los pueblos”. Cada año, precisa, hay unos “100 pacientes que llegan al hospital en estas condiciones”.
El hermano Juan Carlos atiende a una mujer embarazada y, poco después, le realiza una ecografía para hacer un mejor diagnóstico, conocer la salud del bebé y de la madre y decidir los pasos a seguir.
Retos diarios
El hospital, como observamos, está bien organizado, aunque no cuenta con mucho personal, ya que, incluidos todos los empleados, sólo trabajan allí 38 personas. Cuando llegamos, el hermano Juan Carlos estaba en su consulta atendiendo a los pacientes externos que llegaban ese día. Comenta que muchas personas llegan al hospital ya muy enfermas, porque “primero recurren a las medicinas y curanderos locales y sólo después, si no hay resultados positivos, acuden al hospital”. Muchos pacientes llegan ya muy enfermos, por ejemplo, con grandes infecciones derivadas de accidentes o heridas con cuchillos, machetes o armas, o enfermedades en estado muy avanzado. Las enfermedades más comunes en la región son las infecciosas, concretamente la tuberculosis y la malaria, la desnutrición infantil y las enfermedades respiratorias. Cuando la malaria, muy frecuente durante la estación lluviosa (que dura de mayo a septiembre), afecta a los niños, el proceso de recuperación es más complicado, ya que muchos sufren anemia grave.
La jornada laboral del médico misionero “comienza temprano con las visitas a los pacientes en las diferentes salas; continúa con las consultas externas, la realización de ecografías y pequeñas intervenciones quirúrgicas”. Las “cirugías más complejas y que requieren más tiempo” se programan cada semana para el jueves y el viernes. Sin embargo, en caso de emergencia, “se hacen a cualquier hora, incluso durante la noche”, explica el misionero. Para ello hay dos quirófanos, dotados del equipo esencial.
El hermano Juan Carlos es mexicano y antes de venir al Chad trabajó en la República Democrática del Congo como enfermero. Sólo al cabo de unos años, en 2003, se fue a estudiar medicina a la Universidad de Gulu, en Uganda. Cuando terminó la carrera, regresó a territorio congoleño y se trasladó al hospital de la diócesis de Wamba, donde coordinó y supervisó la red de dispensarios.
En el Chad, desde hace dos años, lleva a cabo un servicio difícil, pero que le llena como persona, como hermano misionero y como médico. Valora su trabajo con los enfermos, los más vulnerables de la sociedad, a pesar de no disponer de muchos recursos humanos y técnicos. “Estoy contento de estar aquí. Me gusta más la vida tranquila del campo que el estrés y el bullicio de las grandes ciudades”, explica. Sin embargo, trabajar en este remoto lugar tiene sus limitaciones, inconvenientes y retos. El mayor reto al que se enfrenta como médico “es la falta de apoyo de otros colegas con experiencia, con los que podría hablar y discutir los casos clínicos más complicados”. Sin embargo, afirma que con los años de práctica ha ganado “confianza para tomar decisiones” y, siempre que ha podido, ha procurado consultar a “colegas amigos utilizando plataformas de comunicación, ya que las nuevas tecnologías permiten este trabajo en equipo”.
Y añade que, a pesar de estar en un lugar remoto, esto no impide la solidaridad. Hay un grupo de oftalmólogos españoles que vienen todos los años a trabajar, con gran dedicación, durante dos semanas como voluntarios en el hospital. Su sueño es contar con equipos de médicos voluntarios de otras especialidades, sobre todo de salud bucodental, ya que “este servicio es prácticamente inexistente en este país”.
Cuenta que cuando llegó por primera vez a Chad tuvo dificultades para adaptarse al clima y a las temperaturas tan extremas. Con una carga de trabajo tan intensa, en este clima es fácil deshidratarse, por lo que “a menudo sufre la formación de cálculos renales”. Como la malaria es una enfermedad endémica, él también se infecta de forma recurrente y “este año ya ha sufrido tres ataques característicos de la enfermedad”.
Manos fraternas y solidarias
Debido a los limitados recursos de la población de la región -la mayoría se dedica a la agricultura de subsistencia-, las consultas y la hospitalización tienen un coste muy bajo. Y como el hospital no recibe financiación estatal, encontrar los fondos para mantenerlo en funcionamiento es siempre un gran reto, que requiere “creatividad y disciplina presupuestaria”.
Entre las necesidades más urgentes, el hermano Juan Carlos menciona “un aparato de rayos X, una máquina para esterilizar la ropa y el instrumental quirúrgico, un nuevo frigorífico para el banco de sangre y reparar el depósito de agua que pierde. Añade que “trabajar con recursos limitados no es fácil”, pero han aprendido a gestionarlos bien para que “todo funcione bien”. Además, en el hospital todo el mundo está concienciado de “no desperdiciar y reciclar todo lo que sea posible”.
El hermano tiene muchos proyectos en mente para el futuro, especialmente los destinados a garantizar la autosostenibilidad del hospital. Entre estas iniciativas menciona la plantación de anacardos para vender la fruta y la compra de un tractor para labrar y cultivar la tierra propiedad del hospital.
En el rostro del hermano Juan Carlos se percibe la serena alegría de una vida entregada por amor a Dios y a nuestros hermanos más vulnerables. “Con mi servicio hago todo lo posible para que la gente esté sana y sea feliz. Todo el mundo es tratado con el respeto y la dignidad que merece. Mi mayor alegría es ver que los pacientes vuelven a casa curados”, confiesa tímidamente.
El médico misionero termina sus días cansado y a menudo se queda en el hospital también por la noche porque tiene que realizar operaciones urgentes. No vuelve a dormir en la casa de la comunidad comboniana cercana, donde comparte su vida con tres sacerdotes -de México, Togo y la República Centroafricana- dedicados a la atención pastoral de la parroquia de Donomanga y de las doce pequeñas comunidades cristianas rurales de la zona. A pesar de las dificultades, el hermano Juan Carlos es una persona realizada, feliz por la misión que lleva a cabo con sus competentes manos médicas, manos fraternas y solidarias, que ayudan a dar vida y esperanza a los habitantes de esta remota aldea del Chad.