Informe de los encuentros de Panamá y San Antonio (Texas) sobre movilidad humana

Panamá: Encuentro de Obispos y secretarios ejecutivos de la pastoral de movilidad humana México – Centroamérica y El Caribe, de la Red Clamor, y del Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral del CELAM

Del 10 al 13 de febrero se llevó a cabo en Panamá el Encuentro de Obispos y secretarios ejecutivos de la pastoral de movilidad humana México – Centroamérica y El Caribe, de la Red Clamor, y del Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral del CELAM (CEPRAP).

El Observatorio Socio-Pastoral de Movilidad Humana de Mesoamérica y El Caribe (OSMECA), dio a conocer el servicio que ofrece a través del conocimiento de la realidad para orientarla a favor de las personas en contexto de movilidad.

El Dr. Víctor Carmona (de la Universidad de San Diego), señaló que las actuales medidas migratorias del gobierno norteamericano buscan atemorizar a los 13.7 millones de migrantes indocumentados, de los cuales el 62% lleva viviendo más de una década en Estados Unidos, especialmente en California, Texas y Nueva York. Destacó la valiente defensa de los migrantes por parte de los Obispos de Estados Unidos y del Papa.

El Cardenal Álvaro Ramazini (presidente de la Red CLAMOR) insistió en la necesidad de difundir la Carta Pastoral “Lo vio, se acercó y lo cuidó”, de los Obispos de Frontera y Responsables de Movilidad Humana de Norte, Centroamérica y El Caribe. Pidió cuidar la espiritualidad para no desanimarse, y propuso poner atención a lo que sucede en el tema migratorio, no solo en EE.UU. sino también en América Latina.

Se recordó que la Red CLAMOR, adscrita al CELAM, articula el trabajo pastoral de las organizaciones de la Iglesia Católica en América Latina y El Caribe, que acogen, protegen, promueven e integran a migrantes, refugiados, deportados y víctimas de trata, y se acordó seguir fortaleciendo este servicio basándose en la solidaridad y la subsidiariedad.

San Antonio, Texas: encuentro bianual de los obispos de la frontera Tex-Mex

Del 26 al 28 de febrero de 2025 se llevó a cabo en San Antonio, Tx la reunión bianual de los obispos de las diócesis de la frontera entre México y Texas. Este encuentro se celebra desde hace cuarenta años para coordinar esfuerzos en la proclamación del Evangelio. En esta ocasión, el enfoque fue la situación de los migrantes y refugiados. Se insistió en la necesidad de un sistema migratorio que responda a la realidad, y se renovó el compromiso de la Iglesia a seguir sirviendo a los migrantes y refugiados.

La Mtra. Tatiana Cloutier, titular del Instituto de Mexicanas y Mexicanos en el Exterior, señaló existen 53 consulados de México en EE.UU., en los que del 20 enero al 24 febrero 2025 se han atendido a 26,379 migrantes, brindándoles servicios de salud, orientación educativa, asesoría financiera, educación cívica y atención en lenguas originarias. En el caso de los retornados se ha implementado el programa “México te abraza”, en el que participan 34 dependencias federales, las 32 entidades federativas y el Consejo Coordinador Empresarial, coordinados por la Secretaría de Gobernación. El Instituto Nacional de Migración está a cargo de la recepción, cartas de repatriación y traslados; El Registro Nacional de Población, de emitir documentos de identidad y CURP; el IMSS afilia a los repatriados y su núcleo familiar; el Servicio Nacional de Empleo promueve la inclusión al mercado laboral. Además se ofrece acceso a los Programas de Bienestar y se entrega la Tarjeta Bienestar Paisano (2 mil pesos para el traslado a sus hogares). La Mtra. Cloutier afirmó la importancia de agradecer a la tierra de origen y de acogida, la necesidad de trabajar por la unidad, informar a la gente sobre los riesgos de la migración y trabajar con las autoridades.

Durante el Encuentro se visitó el “Mother Teresa Center”, que en dos años atendió a más de 335 mil refugiados legales, ofreciéndoles casa, alimento, ropa, escuela, clases de inglés y computación, gestión para el trabajo en 180 días y guardería. Pero con las disposiciones del actual gobierno, se tendrá que reducir al personal y reinventarse.

Mons. Mark Seitz afirmó que la crisis migratoria es fruto de un sistema migratorio roto y de una sociedad que no respeta la dignidad humana. Ante esto, propuso ofrecer un mensaje radical de igualdad y dignidad infinita, mostrar un camino de misericordia y esperanza, y fomentar la fraternidad. Animó a tomar medidas como región a la luz de la Carta Pastoral “Lo vió, se acercó y lo curó”. Propuso difundir información para que las personas conozcan sus derechos, trabajar con funcionarios locales, difundir información confiable, acompañar en la toma de decisiones, unir voces y brindar consuelo.

La Mtra. Cecilia Romero, que fuera Comisionada del Instituto Nacional de Migración (2006-2010), señaló que la migración es una realidad a gestionar. Comentó que las deportaciones aceleradas, que tienen por objeto intimidar a futuros migrantes, se están dando entre los migrantes indocumentados que están en el sistema (incluso por una infracción de tránsito) y de los que tienen procesos migratorios pendientes. Destacó que el incremento de personas varadas genera problemas con la sociedad y señaló que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) enfrenta dificultades por falta de presupuesto, instalaciones y personal. Dijo que México necesita actualizar los acuerdos bilaterales de repatriación al interior; ampliar las visas laborales y temporales; regularizar a los extranjeros varados en México para su integración; aliviar al sistema de refugio (COMAR); completar la Ley de Migración. Insistió en la necesidad de liderazgo y de exigencia del respeto a la ley, ofrecer orientación y asesoría legal a migrantes, realizar campañas de prevención contra la discriminación, establecer alianzas locales con organizaciones de la sociedad y aprovechar las gracias del Año Jubilar para crecer en la esperanza.

+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros-Reynosa
Responsable de la Dimensión Episcopal de Pastoral de Movilidad Humana

Del polvo a la luz. Cuaresma 2025

Por: P. Enrique Sánchez González, mccj

Miércoles de Ceniza

Iniciamos hoy un itinerario de cuarenta días, La Cuaresma, que pretende ayudarnos a vivir una experiencia profunda de conversión personal y comunitaria. Un caminar que nos llevará a encontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, cuando nos hayamos despojado de todo aquello que se ha convertido en peso que no nos deja ir a lo profundo de nosotros mismos.

Se trata de un tiempo en donde somos invitados a dejarnos trabajar por la eficacia de la Palabra de Dios que se acerca a nosotros proponiéndonos hacer un alto en nuestras vidas.

Hay que encontrarnos con nosotros mismos para agradecer todo lo bello que Dios ha ido realizando en nosotros; pero, al mismo tiempo, es un encuentro con aquello que hemos ido dejando entrar en el corazón y que ha acabado por confundirnos y engañarnos ofreciéndonos una propuesta de felicidad que se ha convertido en tristeza y frustración.

El Señor que viene a nuestro encuentro para que hagamos juntos el camino cuaresmal quiere que tomemos conciencia de lo que ha sido nuestro caminar como peregrinos y buscadores de infinito, mendicantes de la bondad y de la misericordia de nuestro Padre. Nos quiere llevar, a través de nuestros desiertos, al encuentro de aquello que es nuestra verdad profunda y la fuente de nuestra auténtica felicidad. Nos invita a volver a Dios, para que desde él volvamos a reorganizar nuestra vida.

“Como está escrito en el profeta Isaías:

«Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual prepará tu camino; voz del que grita en el desierto:“Preparad el camino

del Señor, enderezad sus senderos”» (Marcos 1, 2-3). Estas palabras, con las cuales inicia el Evangelio, deberían resonar muy fuerte en nosotros durante estos cuarenta días para prepararnos y estar en condiciones de acoger al Señor que se manifestará como quien destruye nuestras situaciones de muerte, de miedo y de esclavitud y nos abre a la vida.y de esclavitud y nos abre a la vida.

Un camino de conversión

La cuaresma se nos ha propuesto siempre como un tiempo privilegiado para vivir una experiencia de conversión, un cambio radical en nuestras vidas. Es un tiempo para dejar a un lado todo lo que nos ha ido esclavizando y robando lo que realmente nos puede hacer felices y gozar con plenitud de lo que somos como hijos de Dios.

Es tiempo para desprendimientos y de aligeramientos; tiempo para volver a lo esencial y a lo que realmente vale la pena en la vida, a lo que no es negociable y que nos garantiza vivir con lo que llamamos hoy calidad de vida. Es tiempo para confirmar nuestro compromiso y la voluntad de vivir como verdaderos discípulos del Señor Jesús.

Pero la conversión no sólo implica alejarnos de lo que nos roba la libertad y la vida; sino que es también una oportunidad para descubrir en nosotros lo que nos va haciendo crecer, madurar y convertirnos en personas que saben darle un sentido pleno a la vida.

Es un tiempo para apropiarnos de lo mejor de nosotros mismos, para agradecer a Dios la paciencia que nos ha tenido y para renovar nuestro deseo de apostarle a lo noble y a lo bello que nos permite avanzar en lo que llevamos dentro como anhelo de plenitud que Dios ha marcado en nuestros corazones.

Travesía a través de nuestros desiertos

Es interesante reflexionar en este día sobre el punto de partida de este largo camino que estamos invitados a recorrer, reconociendo que la gracia, la misericordia y la ternura de Dios nos acompañarán. Se trata de una travesía que nos llevará a nuestros desiertos, en donde a lo mejor nos hemos perdido y en donde se han ido secando las motivaciones y los anhelos que tendrían que haber florecido.

Pero serán nuestros corazones; desiertos que nos devolverán el sentido y el significado de lo que realmente somos y nos permitirán salir de nuestros encantos para darnos cuenta que sólo Dios basta.

Es importante decirnos, en voz alta, lo que somos para no caer en la tentación de pensar que podemos alcanzar la vida plena con nuestros esfuerzos personales y que al final no necesitamos de nada, ni de nadie para lograr nuestras metas y nuestras ilusiones de perfección.

Somos polvo

La cuaresma serán días en los que, si dejamos que la gracia y el Espíritu nos acompañen, podremos liberarnos del polvo que se ha ido pegando a nuestros pies y a nuestros corazones haciendo la vida difícil y complicada. ”Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (Génesis 3,19).

Somos polvo, venimos del polvo y en polvo terminará este cuerpo que nos va permitiendo ir adelante en nuestra aventura humana de caminantes en el tiempo, anhelantes de eternidad. Sí, somos polvo y todas nuestras fragilidades, debilidades, límites, miserias y pecados logran muy bien recordarnos esa verdad.

Somos polvo que nos habla de lo efímero de nuestra existencia. Polvo que nos pone ante lo inaceptable de nuestros egoísmos, de lo falso de nuestros rencores, de lo triste de nuestros orgullos , de lo estéril de nuestra arrogancia, de lo amargo de nuestras ambiciones.

Somos polvo que se mantiene en pie porque hemos recibido el soplo del Espíritu en nuestro interior, soplo que ha marcado nuestro ser con la fuerza de Dios que nos llama de la nada a compartir su vida, a ser sus hijos sólo por amor.

Del polvo a la luz y a la vida

El punto de partida de la cuaresma nos pone ante la pobreza que cargamos con nosotros y la miseria de la que nos hemos ido revistiendo, pero con paciencia y perseverancia nos irá llevando hasta el punto de llegada que es el vivir el misterio de Cristo resucitado.

Nos llevará del polvo de nuestras debilidades y pecados a la buena noticia de la Resurrección que nos anuncia que la muerte y el pecado han sido vencidos por la entrega de Jesús sobre el madero de la cruz.

Del polvo de nuestras flaquezas seremos llevados de la mano hasta introducirnos en el corazón abierto en el costado de Jesús para que, abriendo los ojos de la fe, nos demos cuenta cuánto Dios nos ha amado. Somos polvo y en polvo nos convertiremos, pero Dios quiere que de ese polvo resurja el espíritu que nos ha dado y que con gratitud y reconocimiento abramos el corazón a la vida, a la esperanza, a la alegría, a la plenitud de Dios que en Cristo se nos ha manifestado.

Tal vez convenga iniciar este tiempo de cuaresma haciéndonos unas pequeñas preguntas:

¿En dónde me encuentra el Señor al inicio de esta Cuaresma?

Revisa tu vida, los sentimientos que te acompañan, las experiencias que has tenido en los últimos meses, tus relaciones con Dios y con los demás, tus alegrías y tus sufrimientos y lo que las han causado, tu vida espiritual y el tiempo o el espacio que le has consagrado a Dios y en lo que vas viviendo.

¿Qué es lo que el Señor espera que cambie en mi vida?

Hay muchas cosas en las que tengo que seguir creciendo y madurando. Hay actitudes, sentimientos y comportamientos que sé que no vienen de Dios y de los cuales no quiero desprenderme. Sigo apostándole a las cosas y a las gratificaciones de este mundo. Me cuesta el sacrificio, la entrega y el servicio a los demás. Me falta confianza y abandono para descubrir la bondad de Dios cerca de mí. Me cuesta desprenderme de mis seguridades, de mis apegos y de mis vicios. No acepto que sea Dios quien lleve las riendas de mi vida.

¿Qué es lo que espero de Dios y qué me está ofreciendo?

Reconozco que Dios me ama e identifico los signos de su amor en muchos detalles de mi vida ordinaria. Vivo hostigando a Dios con mis necesidades y mis problemas y me cuesta ser agradecido o me dejó sorprender por la delicadeza y la ternura de Dios. Espero que este tiempo se convierta en una oportunidad para dejar que Dios me lleve de mis polvos, de mis tinieblas y pobrezas a lo extraordinario de su vida, de su luz y de la alegría de poder vivir como discípulo suyo reconociéndome resucitado con él.

BUENA CUARESMA

Jubileo: Peregrinos desde el egoísmo hacia el don de sí

MARZO
(08-09) Jubileo del Mundo del voluntariado
(28) 24 Horas para el Señor
(28-30) Jubileo de los Misioneros de la Misericordia

El lema «Peregrinos de Esperanza», propuesto por el papa Francisco para el Jubileo, nos dibuja el horizonte que debemos alcanzar: se trata de recorrer un camino que implica no sólo un cambio de lugar, sino una transformación interior. El modelo es Abrahán, quien peregrina a través del desierto confiado plenamente en la «voz» que lo llama hacia lo desconocido. Del mismo modo, Moisés se enfrenta al poderoso faraón para liberar a su pueblo y conducirlo hacia la tierra prometida. Sin embargo, según las Escrituras, el auténtico «peregrino» es Jesucristo, quien se constituye como «Camino, Verdad y Vida» para señalarnos la morada del Padre, bajo la guía del Espíritu Santo. Él es nuestro camino y meta: la esperanza que no defrauda.

En la invitación al Año Santo se lee: «…No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial…» (Spes non confundit 5). Para ello, necesitamos al menos las siguientes actitudes:

En primer lugar, abandonar nuestra zona de comodidad y mediocridad que nos aprisiona para luchar por nuestro ideal. Una conversión profunda que nos conduzca a la renuncia al egoísmo para donar nuestra vida en el amor. En segundo lugar, nos lleva a descubrir que no estamos solos en la travesía, que infinidad de hermanas y hermanos van marcando sus huellas en la búsqueda de justicia, verdad, compasión y fraternidad. El peregrino aprende a ser comunidad, amigo y hermano de todo ser creado.
Finalmente, lo maravilloso de esta peregrinación es que Dios camina con su pueblo amado, es decir, con cada uno para fortalecernos, levantarnos y alimentar nuestra sed de infinito. El Dios que nos ha enseñado Jesucristo no permanece lejano ni indiferente, se pone las sandalias, se enloda y se limpia la cara para contemplar las estrellas juntos.

P. Rafael González Ponce, mccj

VIII Domingo ordinario. Año C

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo? El discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacarte la pelusa de tu ojo, cuando no ves la viga del tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver claramente para sacar la pelusa del ojo de tu hermano. No hay árbol sano que dé fruto podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano. Cada árbol se reconoce por sus frutos. No se cosechan higos de los cardos ni se vendimian uvas de los espinos. El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca.


¡Coloca un centinela en la puerta de tu corazón!

Año C – Tiempo Ordinario – 8º domingo
Lucas 6,39-45: “El hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón”

El pasaje del Evangelio de este domingo, continuación del discurso de las bienaventuranzas en San Lucas, recoge algunas sentencias breves de Jesús en forma de imágenes y figuras contrapuestas: dos ciegos, discípulo y maestro, tú y tu hermano, viga y brizna, árbol bueno y árbol malo, fruto bueno y fruto malo, espinas y zarzas, higos y uvas, corazón bueno y corazón malo, bien y mal…

Estas palabras de Jesús, aunque aparentemente carecen de un nexo lógico, parecen estar unidas por un hilo mnemotécnico: ciego, ojo, viga, árbol, fruto… Sin embargo, su significado se refiere claramente a la vida del creyente dentro de la comunidad.

En el Evangelio de Mateo, estas sentencias están dirigidas contra los escribas y fariseos; sin embargo, San Lucas, escribiendo para comunidades de lengua griega, las actualiza y las dirige especialmente a sus responsables.

Estas enseñanzas pueden agruparse en tres unidades:

1. Un ciego que guía a otro ciego (vv. 39-40)
“¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?”

Un ciego que presume de ver, que no reconoce sus propios límites y pretende guiar a los demás, no es una situación tan rara, y representa un verdadero peligro para cualquier grupo o comunidad. Esta escena es denunciada en el episodio del ciego de nacimiento, narrado en el capítulo 9 del Evangelio de Juan, que concluye precisamente con estas palabras de Jesús dirigidas a los fariseos: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís: ‘Vemos’, vuestro pecado permanece” (Jn 9,41).
El líder cristiano (y de alguna manera, todos tenemos la misión de guiar a alguien) debe ser consciente de su propia necesidad de ser guiado e iluminado, permaneciendo siempre discípulo del único Maestro.

2. La viga y la brizna (vv. 41-42)
“¿Por qué miras la brizna de paja en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga en tu propio ojo?”

La imagen es muy fuerte y no necesita comentarios. Todos tendemos a minimizar nuestros propios defectos y a exagerar los de los demás. Corremos fácilmente el riesgo de usar un doble rasero. Lo que vemos en los demás como una ‘viga’, lo sentimos en nosotros como una ‘brizna’; lo que condenamos en los demás, lo justificamos en nosotros mismos” (Enzo Bianchi).
Sin embargo, esto no significa que no debamos practicar la corrección fraterna; pero debe hacerse con amor, sin juzgar ni condenar a la persona. Si la corrección debe ser ejercida por una autoridad, esta debe hacerlo con la credibilidad de su propio testimonio de vida.

3. El árbol y sus frutos (vv. 43-45)
“No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.”

Aquí Jesús nos ofrece un criterio de discernimiento: el árbol se reconoce por sus frutos. Y, de la metáfora del árbol, Jesús pasa al corazón de la persona: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca el bien; el hombre malo, de su mal tesoro, saca el mal.”

Detengámonos, pues, en el corazón, que podría ser la clave de lectura de todo este pasaje del Evangelio de este domingo.

Pistas para la reflexión

La persona es su corazón

Nuestro corazón es el crisol de nuestra vida. Pensamientos, deseos, sentimientos, emociones, palabras, gestos, acciones… todo converge ahí y moldea nuestra existencia. “La persona es su corazón”, decía San Agustín. Por eso Jesús afirma: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca el bien; y el hombre malo, de su mal tesoro, saca el mal”.
Y, sin embargo, parece que pocos se esfuerzan por conocer realmente su propio corazón. A menudo vivimos fuera de nosotros mismos, como si huyéramos de nuestro propio ser. Quizás porque no nos sentimos cómodos con nuestra propia interioridad. Los momentos de silencio y soledad nos inquietan. Parece que huimos de nosotros mismos y, con el tiempo, nuestro corazón se convierte en un lugar ajeno, que ya no es nuestro hogar, nuestra morada.

Recuperar el dominio del corazón

Si queremos cambiar nuestra vida y hacerla más bella, debemos empezar por el corazón. El primer paso es recuperar su dominio. Es necesario tener el valor de: entrar en nosotros mismos; despejarlo de todo el desorden que lo llena y ponerlo en orden; alejar a quienes se han instalado allí sin permiso; colocar una puerta en el corazón y un centinela que vigile lo que entra y lo que sale.

Hesiquio del Sinaí, monje y teólogo cristiano del siglo VII, escribió:
“La sobriedad es una centinela inmóvil y constante del espíritu, que se sitúa en la puerta del corazón para discernir cuidadosamente los pensamientos que se presentan, escuchar sus planes, espiar las maniobras de estos enemigos mortales y reconocer la huella demoníaca que intenta, mediante la imaginación, perturbar el espíritu. Esta actividad, llevada a cabo con valentía, nos dará, si así lo queremos, una gran experiencia del combate espiritual” (citado por el P. Gaetano Piccolo).

En lugar de sobriedad, podríamos hablar de discernimiento, que actúa como un tamiz (véase la primera lectura). Se trata de ejercer una atención continua a lo que sucede en nuestro corazón, de estar siempre presentes en nosotros mismos, un ejercicio que nos hace conscientes de los pensamientos, intenciones, emociones y deseos que lo habitan.

Para ayudarnos en este camino de autoconciencia, sería útil practicar un breve examen de conciencia diario de unos pocos minutos o, al menos, un tiempo semanal más prolongado de revisión de vida. ¡Este sería un buen ejercicio para la próxima Cuaresma!

No es una propuesta fácil, pero tampoco imposible. Es un ejercicio que requiere tiempo, perseverancia y, quizás más aún, coraje. De hecho, a menudo descubriremos, con dolor, que junto a muchas cosas buenas, nuestro corazón también alberga mezquindades, dobleces y mediocridades. Y, sin embargo, este es el único camino para ser verdaderamente libres y vivir en la verdad del Evangelio.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


DETENERSE
José A. Pagola

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No Es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.

Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.

Pues bien, precisamente en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día.

Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.

Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.

Acostumbrados al ruido y a la agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona “saca el bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros espontáneamente. Hemos de cultivarlo y hacerlo crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.

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Uno solo es el Maestro
Fernando Armellini

Introducción

Como todos aquellos que enseñan el camino de Dios, como los doctores del templo a los que Jesús, de doce años, fue a escuchar (Lc 2, 46), como el Bautista (Lc 3, 12), como Nicodemo (Jn 3, 10), también Jesús es llamado maestro por la gente. De hecho, si excluimos los casos que acabamos de mencionar, este término, que aparece 48 veces en los Evangelios, siempre se refiere a Él y solo a Él.

Jesús, sin embargo, es un maestro original. Habla y se comporta de manera diferente a los demás. No dicta sus clases en una escuela; en-seña en el camino. No requiere un pago de sus oyentes, no reserva sus enseñanzas para una élite de intelectuales. Se dirige a los pobres de la tierra, aquellos que los maestros de Israel despreciaban diciendo: «¿Cómo puede un hombre que guía el arado llegar a ser sabio, aquel cuyo orgullo reside en golpear un látigo y no habla de nada más que de ganado?» (Eclo 38, 25). Es un maestro libre tanto en la interpretación como en la práctica de la Torá, pero sorprende especialmente porque, en lugar de invitar a los discípulos a seguir los preceptos de la ley, desde el principio de su misión, pide que lo sigan a Él. La ley es su persona, su vida, no el atolladero de las discusiones rabínicas.

Los maestros de Israel explicaban lo que se debería hacer para agradar a Dios confiando en su conocimiento de la Torá. Presenta-ban sus enseñanzas, derivadas de las Escrituras, bajo las palabras que también usaban los profetas: «Así dice el Señor».

El maestro Jesús habla de manera diferente. Él presenta sus enseñanzas con la expresión: «Yo digo», colocando sus palabras junto a las de Dios. En los Evangelios, a los apóstoles nunca se les llama maestros, sino siempre y solamente alumnos, discípulos que deben aprender no una lección, sino una vida, siguiendo al único Maestro.

La imagen materna es eficaz y por esto se repite una y otra vez: “como un niño a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes” (Is 66,13). Es conmovedora la promesa del Eclesiástico: “Serás como un hijo del Altísimo, te amará más que tu propia madre” (Eclo 4,10). Es difícil creer esto en ciertos momentos de la vida, pero un día nos convenceremos de que es verdad.

Evangelio

En el Evangelio de los últimos dos domingos, escuchamos un mensaje que contrasta con la lógica de las personas: todos los que se consideraron infelices (los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos) son proclamados bienaventurados. Las personas exitosas (los ricos, los saciados, los que disfrutan de la vida) fueron repudiados. No podría haber un vuelco más radical que esto.

No es suficiente. El principio de la no violencia absoluta también se estableció: el cristiano no puede responder al mal con el mal, sino siempre debe estar dispuesto a amar incluso a los enemigos.

Se trata de declaraciones impactantes. Es inevitable entonces que, incluso en la comunidad cristiana, algunos intenten endulzarlos, hacerlos menos severos, un poco más compatibles con la debilidad humana.

Alguien dice, por ejemplo, que es cierto que no se puede recurrir a la violencia; sin embargo, en ciertos casos … uno tiene que perdonar, sí, pero no hasta el punto de ser considerado ingenuo e inexperto. Si uno enseña a los niños a ser generosos a toda costa, a no competir, a ponerse del lado de los débiles, se les coloca en una posición para que sean superados por las personas malvadas y sin escrúpulos.

Los que hablan de esta manera, incluso si son cristianos, actúan como falsos maestros, quizás sin darse cuenta. Con distinciones hábiles y razonamientos sutiles, privan al mensaje de Jesús de su poder explosivo. El Evangelio de hoy, que consiste en una serie de los dichos del Señor, está dirigido a ellos.

Comienza con un proverbio bien conocido: «¿Puede una persona ciega dirigir a otra persona ciega?» (v. 39).

Un día, los discípulos le dijeron a Jesús que los fariseos estaban ofendidos por sus palabras. Él responde: «¡No les presten atención! Son ciegos guiando a ciegos» (Mt 15,14). Todos los judíos se consideraban amos capaces de guiar a los ciegos, es decir a los gentiles (Rom 2,19-20).

En el pasaje de hoy, los destinatarios de la dramática advertencia del Señor no son, sin embargo, ni los fariseos ni los judíos, sino los propios discípulos. Incluso para ellos, existe el peligro de actuar como guías ciegos.

En la Iglesia de los primeros siglos, los bautizados fueron llamados los iluminados porque la luz de Cristo había abierto sus ojos. Los cristianos deben ser aquellos que ven bien, que saben cómo elegir los valores correctos en la vida, que pueden indicar el camino correcto a aquellos que andan a tientas en la oscuridad.

Pero esto no siempre sucede y Jesús advierte a sus discípulos del peligro de perder la luz del Evangelio. Pueden caer de nuevo en la oscuridad y ser guiados, como los demás, por un falso razonamiento dictado por el «sentido común» humano. Cuando esto sucede, se abre frente a ellos un abismo mortal en el que también caen los que han confiado en ellos. Los falsos maestros cristianos pueden cometer otro error, dictado por una presunción: creer que todo lo que piensan, dicen y hacen es sabio, justo y en conformidad con el Evangelio.

Sienten que tienen el derecho de emitir instrucciones en el nombre de Cristo, con la seguridad de dar la impresión de que sustituyeron al Maestro, y que son superiores. Exigen títulos, privilegios, honores, poderes que incluso el Maestro nunca afirma tener.

Para cualquier miembro de la comunidad que se sienta investido con una autoridad similar, Jesús recuerda otro proverbio, ”el discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro» (v. 40).

El peligro contra el cual Jesús advierte es, ante todo, identificar sus propias ideas, creencias y proyectos con los pensamientos del Maestro. Es una presunción imprudente, irreflexiva. Olvidan que son solo discípulos; se sienten como maestros, de hecho, se comportan como si fueran superiores al Maestro.

No ha terminado. Estos falsos maestros reclaman a sí mismos un derecho aún más exorbitante; hacen algo que el mismo Jesús nunca quiso hacer (Jn 3,17): juzgan, pronuncian sentencias contra los hermanos. Para ellos, se cuenta la parábola de la mota y la viga (vv. 41-42).

Es una invitación a desconfiar de los cristianos que se sienten siempre bien, siempre seguros de lo que dicen, enseñan y hacen. No se dan cuenta de que tienen ante sus ojos enormes troncos que les impiden ver la luz. ¿Cuáles? Pasiones, envidia, deseo de gobernar sobre los demás, ignorancia, miedo, trastornos psicológicos de los cuales ningún mortal está completamente exento. Todos estos son grandes obstáculos que impiden captar claramente las demandas de la Palabra de Dios. Debemos tener esto en cuenta y actuar con humildad de una manera menos presuntuosa, ser menos estrictos al imponer nuestra visión de la realidad y tener menos confianza en juzgar el desempeño de los demás.

Un ejemplo que nos ayuda entender. Durante muchos siglos, los cristianos han afirmado que hay guerras justas y que, en ciertas situaciones, incluso es un deber tomar las armas. Incluso libraron guerras en nombre del evangelio. ¿Cómo podría suceder esto si Jesús ha hablado tan claramente de amar al enemigo? La explicación es: los registros de orgullo, intolerancia, dogmatismo, fundamentalismo que los cristianos tenían ante sus ojos y ni siquiera se dan cuenta de haber evitado notar las demandas del Evangelio.

Si hoy nos vemos obligados a admitir que en muchas ocasiones nos hemos mostrado ciegos, debemos ser muy cautos al juzgar, imponer nuestras creencias y condenar a quienes expresan opiniones diferentes. Puede ser que lo que pensamos sea correcto, tal vez sea verdaderamente evangélico. Sin embargo, Jesús quiere que la propuesta cristiana se haga con gran humildad, con gran discreción y respeto y, sobre todo, que nunca se juzgue a quienes no pueden entenderla, a quienes no tienen ganas de aceptarla. La posibilidad de tener una viga delante de los ojos no es remota, ¡no se debe olvidar!

Para concluir esta primera parte del Evangelio, Jesús llama hipócritas a estos «jueces», a estos «maestros» cristianos tan seguros de sí mismos y de sus ideas. Los hipócritas son «actores», «personas que actúan en teatros». Los que juzgan a los demás, en nombre de Jesús, son actores. También son pecadores, pero «juzgan»; se sientan en la corte como jueces y pronuncian juicios terribles.

Lucas está claramente preocupado por lo que está sucediendo en sus comunidades, dividida por las críticas, los chismes y juicios maliciosos. Por esto, él recuerda las duras palabras del Señor al respecto.

¿Cómo distinguir entre buenos y malos maestros en la comunidad cristiana? ¿Cómo saber en quién confiar y en quién no confiar? ¿Cómo reconocer a los que son ciegos o tienen troncos ante los ojos?

La última parte del Evangelio de hoy proporciona los criterios para juzgar: «El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca (v. 45).

Estamos acostumbrados a interpretar estas palabras de Jesús como una invitación a evaluar a las personas en función de las obras que realizan. Este es el significado que tienen en el Evangelio de Mateo (Mt 7,15-20); pero en el Evangelio de Lucas, tienen un significado diferente. Es claro en el contexto que «los frutos» son el mensaje que los maestros cristianos anuncian. Este mensaje puede ser bueno o malo.

Al igual que Ben Sirá, lo escuchamos en la primera lectura, Jesús también nos invita a evaluar a los maestros de acuerdo con sus palabras: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (v. 45). Lo que anuncian debe ser confrontado siempre con el evangelio. Entonces podemos evaluar si lo que se propone es comida nutritiva o una fruta venenosa.

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EXIGIR A LOS OTROS LO QUE YO NO CUMPLO ES HIPOCRESÍA
Fray Marcos

El sermón del llano en Lc termina con una retahíla de frases hechas, que tratan de explicar el contenido del mensaje. Recordemos que Mt lo coloca en lo alto del monte mientras que Lc nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del monte con sus discípulos y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes. El valle era el lugar del hombre. Para Mt Jesús habla desde el ámbito de lo divino, para Lc habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano, que es a la vez divino y humano.

Las frases que acabamos de leer y las que leíamos el domingo pasado son proverbios que eran patrimonio de todas las culturas del entorno. No son inventadas por Jesús sino un destilado de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando  en frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas claves que podrían ser útiles en la vida de cada día.

Aun en nuestros días estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase, atribuyéndolo a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando en todo momento. Por eso se utilizan como resúmenes de su mensaje.

En los relatos de hoy se trata de hacer ver que la bondad o la malicia no son entes que andan por ahí y que me puedo apropiar en un momento dado. Son cualidades de la persona humana y solo indirectamente podemos descubrirlas, lo mismo en nosotros que en los demás. No es fácil acceder al interior del hombre, por eso es tan difícil hacer un juicio de valor sobre las personas. Las juzgamos por lo que sale al exterior, pero no siempre eso es suficiente para descubrir lo que de verdad se esconde en lo más profundo del ser humano.

Solo las obras nos pueden revelar lo que hay dentro de otra persona. Aun así, ni siquiera las obras pueden ser argumento seguro para llegar al otro. Un acto bueno puede ser fruto de una programación calculada y por lo tanto sin ninguna conexión con las actitudes fundamentales de la persona. Un acto malo puede ser fruto de un momento de arrebato o ira y no reflejar tampoco la verdadera postura vital del individuo. Tal vez por eso el evangelio nos dice: “No juzguéis y no seréis juzgados.” “No condenéis y no seréis condenados”.

El creernos en posesión de la verdad y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio oriental: cuando el discípulo está preparado, el maestro surge.

La imagen del ciego guiando a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la que con más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Antonio Machado: tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela. Esto es verdad en todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad: fuera de la Iglesia no hay salvación.

No es menos esclarecedora la imagen de la mota y la viga. El afán de corregir a los demás  es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más peligroso en la vida real que esa práctica. No solo porque nunca podemos estar seguros de lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la superioridad moral que creemos tener. En el momento que te sientas superior, sea moral sea intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.

Estamos muy acostumbrados a identificar a los demás con sus obras. Esto nos lleva a considerarlos pecadores sin mayores precisiones. Pero las obras son algo externo y accidental. La bondad o malicia está en el ser. Nuestra auténtica preocupación debía estar en ser lo que debíamos ser, no en lo que hacemos o dejamos de hacer que suele estar condicionado por la preocupación por lo que los demás piensan de mí. Ya decían los escolásticos que el obrar sigue al ser. Mi verdadera preocupación debo ponerla en ser lo que soy realmente. Si consigo ser auténtico, las obras surgirán espontáneamente, sin esfuerzo.

La actitud de superioridad nace siempre de la superficialidad, es decir, está en estrecha relación con nuestro falso ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que consideramos y nos interesa. En materia del espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el simple conocimiento nos va a transformar. Jesús está siempre invitándonos a la autenticidad, es decir, a bajar a lo hondo de nuestro propio ser y descubrir allí lo que está de acuerdo con lo que en realidad somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las normas y preceptos. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz y constante.

El seguimiento de Jesús no consiste en imitarle en sus correrías ni en aceptar sin rechistar todas sus enseñanzas sino en alcanzar la experiencia interior que él vivió y en dejar que se manifieste como él la manifestó. No debemos poner hincapié en obras puntuales programadas sino en una actitud permanente que funcione y se manifieste al exterior en todo momento y en todas las circunstancias. Los cristianos hemos terminado copiando la actitud de los fariseos, dando más valor al cumplimiento de lo mandado que a la búsqueda interior de las exigencias de nuestro verdadero ser. Esta es la causa de nuestro fracaso en la vida espiritual.

Todo lo dicho no invalida el famoso refrán: obras son amores y no buenas razones. Con la misma rotundidad que hemos afirmado que lo importante es la actitud interior, tenemos que decir que una actitud que no se manifieste en obras, es una ilusión. Si de

verdad quieres saber cuál es tu postura espiritual, no tienes más remedio que examinar tus obras. Tu manera de comportarte con los demás te irá manifestando tu estado interior. A continuación de lo que hemos leído hoy, dice Jesús: ¿Por qué decís; ¡Señor, Señor! y no hacéis lo que os digo? Pero debe quedar claro que el hacer es consecuencia del ser auténtico.

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Por la recuperación del Papa

Hechos

Durante los últimos días, la salud del Papa Francisco se ha deteriorado. No lo deseamos, pero no se excluye el peligro de muerte, como lo han dicho sus médicos. Todos en la Iglesia hemos intensificado nuestra oración por que se recupere y continúe la misión que el Espíritu Santo le ha confiado. También no creyentes han expresado su solidaridad con el momento que está viviendo. Sin embargo, cuando sucediere su muerte, que esperamos no sea pronto, la Iglesia continúa, pues no es obra de una persona, sino de Dios.

Desde hace tiempo, no han faltado incluso clérigos que piden a Dios que ya termine el ministerio de este Papa. Unos lo han desconocido como legítimo sucesor de Pedro. Otros no están conformes con sus insistencias doctrinales y pastorales, como si se hubiera apartado de la Tradición; le critican la dimensión social de su magisterio, como si debiera reducirse a rezar y predicar un Evangelio sin incidencias para la vida y para las situaciones que vive la humanidad. No están conformes con que dé más lugar a las mujeres en puestos claves de gobierno pastoral, que insista en el amor misericordioso y liberador a los pobres, que se preocupe por el cuidado de la “casa común”, que tenga apertura a otras religiones y tradiciones religiosas, que impulse la sinodalidad eclesial, etc. Muchos de estos críticos no han aceptado tampoco la renovación promovida desde el Concilio Vaticano II.

Las críticas a los papas no son novedad. Desde que yo recuerdo, las hubo contra el Papa Pío XII, como si no hubiera defendido a los judíos del exterminio nazi, lo cual es falso; contra el papa Juan XXIII, por iniciar la renovación de la Iglesia, pues querían que siguiéramos en el siglo XVI con Trento; contra el Papa Pablo VI, por impulsar toda la renovación que se había propuesto el Concilio; contra Juan Pablo I, por la sencillez de las pocas alocuciones que tuvo; contra Juan Pablo II, por su resistencia a exageraciones marxistas de cierta teología de la liberación de aquellos tiempos; contra Benedicto XVI, por  insistir en valores fundamentales del cristianismo y como si no abordara problemas sociales de la actualidad, lo cual es inexacto. Estos críticos tienen una visión muy restringida y algunos no conocen la profundidad y oportunidad del magisterio de estos Papas, ni de su forma de ser y actuar. Yo también tenía cierta desconfianza cuando eligieron al Papa Francisco, porque conocía unos detalles de su personalidad, un poco seco, distante y reservado, cosas que su ministerio le hicieron cambiar totalmente. Es el Espíritu Santo quien guía a su Iglesia y hemos de confiar en que El la dirige según las necesidades del momento.

Iluminación

Ante todo, contamos con la afirmación contundente de Jesús: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y los poderes del abismo no la vencerán. Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19). Esto nos da la certeza y la garantía de que ningún poder, ni la muerte de un Papa, acabará con la Iglesia; ni siquiera nuestros propios pecados y limitaciones.

El 24 de noviembre de 2013, a los pocos meses de haber sido elegido, el Papa Francisco quiso continuar el proceso de revisión en la forma de ejercer su ministerio. Escribió: “Debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar ‘una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’. Hemos avanzado poco en ese sentido” (EG 32).

Cambian las personas y los estilos de cada Papa, pero no su identidad y misión, como dice el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia: “El Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente… El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor de toda su grey (Jn 21,15ss)” (LG 22). “El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles” (LG 23).

Acciones

Sigamos orando por la plena recuperación del Papa Francisco, pero no nos angustiemos; la Iglesia es de Jesucristo y la guía permanentemente por su Espíritu Santo. Mantengámonos unidos y firmes en torno al Papa Francisco.

+Felipe Cardenal Arizmendi
Obispo emérito de San Cristóbal de las casas

“Conectados”: la nueva red de Misioneros Digitales de América Latina y el Caribe

“Conectados” es el nombre de la nueva red eclesial que reunirá a los Misioneros Digitales de América Latina y el Caribe.La constitución de la red es uno de los frutos Primer Encuentro de Responsables y Coordinadores de Comunidades de Misioneros Digitales del continente, convocado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), a través del Centro para la Comunicación, junto con el Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede.

(Texto y foto: ADN Celam)

El evento ha reunido a 46 líderes de la pastoral digital y de comunidades de misioneros digitales de 20 países, en la sede de las Obras Misionales Pontificio Episcopales de México (OMPE), algunos de ellos en representación de sus Conferencias Episcopales, otros vinculados al proceso sinodal de ‘La Iglesia te escucha’, y algunos más en representación de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos (CLAR), de Cáritas América Latina y el Caribe, y del Instituto Fe y Vida, referente de la pastoral hispana en los Estados Unidos.

Justamente, el propósito principal del encuentro que inició el 21 de febrero y concluyó el domingo 23, con la celebración de la Eucaristía en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, ha sido “constituir la red latinoamericana y caribeña de misioneros digitales, inspirados por el Magisterio del Papa Francisco, y en continuidad con el proceso sinodal en el que la misión en el entorno digital representa uno de los derroteros para hacer posible una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.

El encuentro ha sido una oportunidad de conocimiento mutuo para los misioneros digitales, favoreciendo la “cultura del encuentro”, así como el compartir de experiencias y “buenas prácticas” de pastoral digital, ofreciendo espacios formativos y de crecimiento espiritual a quienes lideran comunidades de misioneros digitales y procesos de pastoral digital en sus países.

Una red con múltiples propósitos

De ahí que la naciente red “podrá contribuir a articular diferentes líneas de acción sobre contenidos e incidencia, formación misionera, diálogo y comunión entre misioneros y obispos, así como el acompañamiento de comunidades misioneras, el uso de nuevas tecnologías y de Inteligencia Artificial, y cuestiones como la sostenibilidad y la financiación de la misión digital”, afirmaron los organizadores.

“El balance de este encuentro ha sido muy positivo”, destaca Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar de San José de Costa Rica y Coordinador del Consejo del Centro para la Comunicación del Celam, al sostener que “durante estos días también hemos podido reconocer los desafíos y las oportunidades que tenemos en la misión digital de la Iglesia, en continuidad con el proceso sinodal que estamos viviendo”.

Por su parte, Mons. Lucio Adrián Ruiz, Secretario del Dicasterio para la Comunicación, manifiesta que “este red nos ayudará a seguir escribiendo una nueva página en la historia misionera de la Iglesia, desde el compromiso que asumimos de ‘samaritanear’ en el ámbito digital y en las redes sociales”.

Entre los fundadores de la nueva red Conectados se encuentran cinco obispos, nueve presbíteros, tres religiosas, 14 laicas y 15 laicos, provenientes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Trinidad Y Tobago, Uruguay, Venezuela y el Vaticano.