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¡Feliz Navidad!

Miren, la joven está en cinta y dará a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel
«Dios con nosotros»
(Isaías 7, 14)

Es Navidad y Dios nos vuelve a sorprender con el don de su presencia entre nosotros.

Es Navidad y el sueño de Dios se hace realidad viene a cargar con nuestra historia para decirnos que sigue creyendo en nosotros.

Es Navidad y la presencia de Dios en Jesús nos recuerda que siempre habrá una oportunidad para la vida, que la guerra es la humillación más escandalosa que cargamos también en nuestros días, que el odio y la violencia no tendrán la última palabra, porque el Dios del amor y de la vida ha entrado en nuestra humanidad para no dejarla jamás.

Es Navidad y la presencia de Jesús en el pesebre llena nuestros corazones de alegría porque descubrimos en su rostro la verdad de nuestras vidas. Somos hijos de Dios en ese pequeño que se nos ha dado para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Es Navidad y vemos a Dios que se hace misionero para venir al encuentro de los pobres, de los humildes y sencillos; viene al encuentro de todos aquellos que con alegría ponen toda su esperanza en Jesús que viene para cumplir la voluntad de su Padre. Viene para que nos demos cuenta que somos lo que más ama su Padre y nuestro Padre.

Que esta Navidad sepamos acoger a Jesús en nuestros corazones
para que podamos ser testigos y misioneros
de su presencia en nuestras vidas.

Con todo mi afecto, mis mejores deseos y mis recuerdos en la oración.
P. Enrique Sánchez G. Misionero Comboniano

Puentes de amistad en tiempos de guerra

El 7 de octubre, comandos de Hamás masacraron a 1.400 israelíes que vivían cerca de la franja de Gaza. Otros 240 fueron tomados como rehenes. El ataque contra civiles fue repentino, y entre las víctimas había activistas de los derechos palestinos como Vivian Silver. Han pasado varios meses desde aquella tragedia, que el gobierno israelí ha reproducido y amplificado bombardeando repetidamente a la población de Gaza. En Israel/Palestina, las Misioneras Combonianas viven cerca del muro que separa a los dos pueblos, pero también son testigos de la amistad que los une.

Por: Hna. Expedita Pérez, misionera comboniana
combonifem

Durante décadas, laos combonianas hemos cultivado relaciones amistosas con palestinos e israelíes, siendo bien recibidos por ambos. Ahora, sin embargo, todas y cada una de nosotras vivimos con miedo y ha crecido la desconfianza hacia los que son del otro pueblo. Inmediatamente después del 7 de octubre, aumentaron los controles del ejército y la policía israelíes, que impedían a la gente desplazarse al trabajo, al hospital o incluso simplemente ir de compras.
La relación entre palestinos e israelíes que viven en los asentamientos se ha deteriorado aún más, con graves abusos por parte de los colonos, especialmente durante la recogida de la aceituna, una tradición muy importante y sagrada en toda Palestina.

Efectos más graves para quienes viven en los márgenes

Si la vida de la población palestina ha empeorado, la de la población beduina se ha vuelto dramática, porque viven cerca de los asentamientos israelíes y a menudo trabajan allí o en la ciudad industrial cercana a Maale Adumin. Muchos de nuestros amigos beduinos llevan más de un mes sin trabajar.
Uno de ellos nos contó que habían llamado a su hijo, pero a los tres días decidió dejarlo porque un soldado le apuntaba todo el tiempo con un fusil: ¿quién puede trabajar bajo semejante estrés?
Desde hace más de un mes, las escuelas beduinas están cerradas porque los problemas de seguridad impiden que lleguen a ellas profesores de otras ciudades de Palestina. Sólo nuestras cinco guarderías, en funcionamiento desde 2008, siguen abiertas gracias a los maestros beduinos que viven allí. Un niño pregunta a su madre todas las mañanas: “¿Hoy hay guerra o hay guardería?”. Si ella responde que hay jardín de infancia, él se levanta rápidamente con alegría para ir al jardín de infancia acompañado de su madre.

Entre dos amores…

También la semana pasada, fuimos a rezar con familias que pertenecen a una de las comunidades judías mesiánicas que hacen voluntariado en las aldeas beduinas. Ellos, judíos, están preocupados por sus amigos beduinos, pero al mismo tiempo ya no tienen ganas de visitarlos porque tienen miedo. Rezan para que la guerra termine, pero sus hijos e hijas, al ser israelíes, ahora se ven obligados a luchar. Así que tienen el corazón dividido por el amor a los dos pueblos, el israelí y el palestino. En este momento sienten que sólo pueden rezar e invocar el don de la paz y la justicia.

Somos muchos los que invocamos la paz en la justicia y se la pedimos a Dios. Todos los puentes de amistad que tantas personas y movimientos han construido a lo largo de los años no pueden ser completamente destruidos por esta guerra. Sabemos que no será fácil recuperar la confianza necesaria para reencontrarnos y compartir, pero sabemos que es posible. Nos encantaría que nuestras palabras y acciones pudieran conducir a la formación de un gobierno más integrador y justo en esta “Tierra Santa”.

La misión de cuidar y cultivar la tierra…

Somos “un pedazo de tierra” en el mundo

Por: Hno. Joel Cruz. ECOPAX

Si abres tu biblia y buscas el capítulo 2 del libro del Génesis y te detienes en el versículo 7, te vas a dar cuenta que el ser humano, o sea tú, eres “tierra” moldeada por los dedos de Dios. Un “territorio” pensado por el Creador como un jardín y no como un desierto sin vida.

Pensarnos como un “pedazo de tierra” al que Dios mismo, con toda su dedicación personal, lo transforma en un cuerpo en el que no solamente infundió su aliento sino que en él plasmó su propia imagen, debería bastarnos para cuidar este “territorio” al que llamamos “YO” de tal manera que nunca deje de ser un jardín lleno de flores y frutos con semillas que producen vida en todas sus formas.

Si lees todo el relato de la creación (Capítulos 1 y 2 del Génesis), te encontrarás con la misión que tiene este ser humano creado por Dios: “LLENAR DE VIDA LA TIERRA”. Es decir, el ser humano recibió el encargo de parte de su Creador de “CULTIVAR Y CUSTODIAR” la vida en esa “tierra”.

En otras palabras, la misión que tenemos es “CUIDAR LA VIDA”
en este “pedazo de tierra” que llamamos YO.
Si caemos en el descuido, la vida que hay en esa tierra
se irá marchitando hasta secarse,
hasta que ese territorio que lleva nuestro nombre se vuelva estéril,
incapaz de generar vida y termine poseído por la muerte.

 Cultivar y custodiar la vida en nuestra persona implica considerar todas las posibilidades para que la muerte no pueda entrar en nuestro pensamiento, en nuestro espíritu, en nuestro cuerpo… que la negatividad no llegue a poseer nuestra conciencia y nuestra visión, no descuidar nuestra salud física, mental y espiritual, porque si lo hacemos, la enfermedad abrirá el camino a la muerte en este “pedazo de tierra” donde Dios quiere que solo haya vida.

Pero ¿Para qué cultivar y custodiar la vida en nosotros? Para COLABORAR CON DIOS, es decir, para TRABAJAR JUNTO CON ÉL PARA QUE HAYA VIDA EN ABUNDANCIA para todos. Es decir, Dios quiere que seamos portadores de vida donde quiera que vayamos, dondequiera que estemos, no quiere que seamos portadores o sembradores de muerte, de esos ya hay muchos.

Dios nos quiere vivos para que podamos infundir vida ahí donde vivimos y convivimos, en ese lugar que llamamos “SOCIEDAD”, que también es un “TERRITORIO”. Cuando la vida es abundante en nuestro territorio que llamamos “YO”, entonces podemos compartirla, darla, donarla… la vitalidad es tanta que por eso somos capaces de ser fraternos, solidarios, comunitarios, participativos… nos convertimos en promotores de espacios de comunión y participación para que otros puedan aportar vida para muchos.

Quien descuida su vida, poco a poco, el desánimo, el desaliento, la desesperanza, la negatividad… comienzan a poseer su cuerpo, su mente y su espíritu. Por eso deja de colaborar, de participar, de solidarizarse con los demás, de unirse a causas comunes que mejoren las condiciones de vida para todos. La debilidad física, mental y espiritual lo derrumba y lo arrincona al sinsentido de la existencia, al lugar del dolor y el sufrimiento, de la tristeza y la soledad.

 Ser conscientes de que somos hechos de tierra debe hacernos tomar conciencia de nuestra fragilidad humana, que en cualquier momento, si no nos cuidamos, nos podemos romper, hacer pedazos… ser conscientes de que somos “vasijas de barro” que contienen el Espíritu de Dios, debería ser suficiente para cuidar esta “vasija” que llamo “cuerpo”. Descuidarla sería PECADO.

 

Dios dice que NO ES BUENO QUE EL SER HUMANO ESTÉ SOLO, porque cuando alguien está contigo, te ayuda a mirar aquello que no ves, a valorar aquello que no valoras, a cuidar aquello que no cuidas… te ayuda a cuidar la vida que hay en ti, a salvarla, a fortalecerla… Por eso, cuidar la vida que hay en nosotros, implica buscar a los demás para acompañarlos o para sentirnos acompañados, eso nos ayuda a vivir, a querer vivir y vivir mejor.

 Nuestra dignidad como seres humanos y nuestra misión recibida de parte de Dios es muy grande. No hace falta mucha ciencia para comprender esto cuando leemos los relatos de la creación en la Biblia.

Es una dignidad y misión grande y exigente
porque tiene que ver con el cultivo
y el cuidado de la vida para luego compartirla con todos
hasta llenar de vida la tierra.
Tierra que comienza en ese pequeño lugar
que lleva mi nombre y apellido,
porque si ahí no se cultiva y no se cuida la vida,
esta misión nunca se realizará.

 A veces, acostumbramos decir que “hacemos con nuestra vida lo que nos dé la gana”, que es “nuestra vida” y por eso nadie debe decirnos cómo vivirla y cómo manejarla, por eso no dejamos que alguien “se meta” en ella. ¿Pero quién nos dijo que la vida es nuestra? Somos testigos que en cualquier momento, en contra de nuestra voluntad, se nos escapa, se nos quita. Experimentamos la impotencia frente a la enfermedad, ante todo aquello que nos quita la vida, ante la muerte… La realidad nos dice que LA VIDA NO ES NUESTRA.

 

Con frecuencia se nos olvida que ese pedazo de tierra moldeado por los dedos de Dios que llamamos CUERPO, no tiene vida propia, la vida que habita en él no es suya. Dios fue quien infundió su vida en esa materia frágil soplando en sus narices de barro. Esta conciencia debería ayudarnos a aceptar que la vida que llevamos en nuestro cuerpo ES DE DIOS, no es nuestra. Se nos fue dada para cultivarla y cuidarla, para hacerla producir frutos y compartirla con muchos.

 Dios nos dio su vida para compartirla no para desperdiciarla o dejarla secar sin producir ningún fruto. Por eso no podemos hacer con ella lo que nos venga en gana, por eso no podemos descuidarla de ninguna manera. Literalmente es “UN TESORO QUE NO ES NUESTRO Y QUE LO LLEVAMOS EN UNA VASIJA DE BARRO” que es nuestra persona. Si esta vasija se deteriora, se puede romper y el tesoro se perderá.

 Si la vasija se rompe y tira el tesoro de Dios (la vida), cuando estemos frente a Él, nos pedirá cuentas de ese tesoro que puso en nosotros. Nos preguntará ¿qué hicimos con la vida que nos dio? ¿Cómo la cultivamos y la cuidamos? ¿Qué frutos produjo? ¿Cómo la compartimos con los demás? Si la descuidamos, si no la valoramos, si la dejamos marchitar y secar… veremos el rostro decepcionado y entristecido de nuestro Padre Dios, así como te desilusionas tú de la persona que más quieres y eso, duele mucho, tú lo sabes.

Fallece el Hno. Carlos Morani

Fecha de nacimiento: 03/09/1946
Lugar de nacimiento: Benevento/I
Votos temporales: 12/05/1973
Votos perpetuos: 23/04/1977
Llegada a México: 1975
Fecha de fallecimiento: 18/12/2023
Lugar de fallecimiento: Brescia/I

Hoy, 18 de diciembre, falleció en Brescia, Italia, el Hno. Carlos Morani, misionero comboniano italiano que trabajó en México entre 1975 y 1980. El Hno. Carlos nació el 3 de septiembre de 1946 en Benevento, Italia. Hizo su primera profesión el 12 de mayo de 1973 y los votos perpetuos el 23 de abril de 1977. Llegó a México en 1975 y fue destinado al seminario de San Francisco del Rincón, donde trabajó como ecónomo de la comunidad y en la animación misionera. En 1980 regresó a Italia y en 1985 fue destinado a Perú. En 1992 regresó de nuevo a Italia y en 1996 volvió a la misión, en esta ocasión a Ecuador, donde permaneció 15 años: de 1996 a 2006 y de 2008 a 2013. En 2014 regresó definitivamente a Italia, donde falleció el 18 de diciembre de 2023.

Beatificado el cardenal Pironio

La misa de beatificación tuvo lugar el sábado pasado, 16 de diciembre, a las 11 horas (en Argentina), en el santuario de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina, donde está sepultado el nuevo beato. Presidida por el cardenal Fernando Vérgez Alzaga, delegado del Papa Francisco, durante 23 años secretario personal del cardenal argentino, en sus años de servicio en la Curia Romana, donde concretó la intuición de la JMJ de San Juan Pablo II. Será celebrado litúrgicamente 4 de febrero.

Crédito: Vatican News 

El cardenal Eduardo Francisco Pironio “sabía afrontar las pruebas y las dificultades con serenidad, con una sonrisa en la cara” y la alegría en el sufrimiento “es una característica de los santos”. Para él, como para San Agustín, “la humildad era la patria de la caridad”, pero no “una humildad áspera, ostentosa y exasperada, sino amorosa y alegre”. Así recuerda el cardenal español Fernando Vérgez Alzaga, delegado del Papa Francisco, algunos de los principales rasgos del pastor argentino del que fue secretario personal durante 23 años, desde su llegada a Roma en 1975 hasta su muerte en 1998, en su homilía de la misa de beatificación en el santuario mariano de Nuestra Señora de Luján, en Argentina, donde está enterrado el nuevo beato.

Una profunda humildad que abrió un panorama de santidad 

“¡Magnificat!” es la palabra mariana que, para el actual Presidente del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano, resume la vida del Cardenal Pironio, bautizado en el santuario de Luján en 1920, ordenado sacerdote (en diciembre de 1943) y finalmente obispo, el 31 de mayo de 1964. Y es la palabra que repite constantemente en su testamento espiritual. El cardenal Vérgez Alzaga, al agradecer al Papa que haya querido que la beatificación del cardenal argentino se celebre precisamente “a los pies de Nuestra Señora de Luján, corazón de la Argentina”, relee lo que el entonces cardenal Bergoglio, en 2008, escribió sobre Pironio: “Te abrió un panorama de santidad desde su profunda humildad. Te abrió horizontes, experimentaste que nunca cerró la puerta a nadie. Demostró una gran paciencia. En esto reflejaba el amor de Dios por nosotros”.

Defensor incansable de la causa de los hermanos pobres 

El beato cardenal Pironio, un milagro de la Virgen de Luján

En la Carta Apostólica para la beatificación, además, Francisco describe al nuevo beato, recuerda Vérgez, como “un humilde Pastor según el espíritu del Concilio Vaticano II, testigo de esperanza y paciencia evangélica, defensor incansable de la causa de sus hermanos más pobres”. A continuación, el cardenal español resumió la trayectoria humana del cardenal Pironio, desde que ejercía como párroco en el seminario de la diócesis de Mercedes (hoy archidiócesis de Mercedes-Luján), como profesor de literatura, dogmática, cristología, teología sacramental, teología fundamental y filosofía, y ya indisolublemente unido a María, Nuestra Señora de Luján, “venerada aquí por los fieles de toda la Argentina”.

El Padre, la Cruz y María

A continuación, relee la conmovedora oración improvisada por el nuevo Beato el domingo 28 de septiembre de 1975, antes de partir hacia Roma para asumir sus nuevas funciones de pro-prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, llamado por san Pablo VI. Una oración de obediencia al Padre, aunque le costara sacrificios y renuncias. “Señor, quiero poner en tu corazón mi propia aniquilación”, fue la invocación, “mi propia cruz, lo que me cuesta dejar, lo que me cuesta hacer tu voluntad”. Y Pironio agradeció al Señor que le hiciera sentir tres cosas muy claras: “Que Dios es mi Padre y me ama; que es necesario vivir la fecundidad de la Cruz para ser semilla; y que María, Nuestra Madre, está siempre a mi lado”. El Padre, la Cruz y María.

“No puedo hacer nada. Pero me entrego como María”

El día del inicio de su ministerio en Roma, junto a San Pablo VI, el 9 de diciembre de 1975, el cardenal argentino escribió en su diario: “¡El Papa me ha llamado a trabajar a su lado! No sé nada, no puedo hacer nada. Pero me entrego como María: ‘Sí, soy la esclava del Señor: hágase en mí según tu Palabra'”. Y luego: “¡Cuánto me ha costado dejar la diócesis y el CELAM, la familia y la patria, los amigos y los parientes! Ahora estoy solo en el camino: pero el Señor está conmigo. Qué confianza!”.

Paz interior y amistad con Dios

En su homilía, el cardenal Fernando Vérgez Alzaga subrayó que el inmenso amor de Pironio por Cristo “se transformó en amor por sus hermanos y hermanas, para que también ellos pudieran experimentar las riquezas del Corazón divino”. Por eso “se hizo todo para todos, para velar por ellos en la causa de Cristo”. Como “su secretario personal en Roma durante muchos años”, recuerda el delegado pontificio, “experimenté verdaderamente su paz interior, su profunda amistad con Dios y su espíritu de santidad. Es algo que experimentaron todos los que le conocieron”. Vivía con heroísmo, prosigue, las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, pero las interpretaba “a la luz de las bienaventuranzas, la mansedumbre, la misericordia y la pureza de corazón”.

JMJ: misioneros del Señor en el corazón de la sociedad

La última parte de la homilía está dedicada a sus años como presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, de 1984 a 1996: un servicio que el cardenal Pironio desarrolló “en torno a tres prioridades: formación, comunión y participación, en profunda sintonía con san Juan Pablo II”. Su actividad pastoral y apostólica, recuerda Vérgez Alzaga, “se manifestó sobre todo en la organización y promoción del laicado, especialmente de los jóvenes y de las Jornadas Mundiales de la Juventud”. En enero de 1995, durante la X JMJ de Manila (Filipinas), Pironio escribió: “Hoy se trata de volver a elegir al Señor y comprometerse a servirle: como misioneros, en el corazón de la sociedad”.

Mensaje de Navidad del Consejo General

«Cuando un silencio apacible lo envolvía todo,
y la noche llegaba a la mitad de su veloz carrera,
tu omnipotente Palabra se lanzó desde el cielo,
desde el trono real, sobre aquella tierra» (Sabiduría 18, 14-15).

«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz;
a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado» (Isaías 9,1).

Queridos hermanos

Un deseo de paz y alegría en el Señor Jesús.

Aturdidos por los trágicos acontecimientos de los últimos meses y días, que han oscurecido el horizonte de todos, especialmente de los pobres y marginados del mundo, ciertamente no es fácil pensar siquiera en la posibilidad de que las tinieblas que nos rodean se rompan, que aparezca «una gran luz» y oigamos una voz que anuncie «una gran alegría, que será para todos» (cf. Lc 2, 9-19). Las noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación “frenan” nuestro corazón y apagan nuestro entusiasmo.
A nivel mundial, tenemos repetidas resoluciones de la ONU para mediar en los diversos conflictos que desgarran a muchos países del mundo. Incluso la tierra donde nació Jesús está desgarrada por la violencia, y seguimos con aprensión el sangriento y cruel conflicto entre Palestina e Israel y los intentos de alcanzar una tregua. Por no hablar de los miles y miles de otras intimidaciones que desembocan en violencia, perturbando la vida de millones de personas, reduciendo su libertad y obligándolas a una vida de penurias.
Incluso hoy, como en la época de la primera Navidad, el mundo parece regido y gestionado por decretos, ordenanzas y resoluciones de quienes detentan el poder político y económico. Recordamos cómo José y María tuvieron que ponerse en camino porque César Augusto quería saber el número de sus súbditos para poder cobrarles impuestos a todos y alistar a muchos de ellos en sus legiones. Realmente parecía ser él quien movía el mundo.
Incluso hoy, en Europa (y en otros lugares), hay decretos, ordenanzas y resoluciones sobre las muchas, demasiadas personas que viajan o huyen de la guerra y la pobreza. Hay que detenerlos, frenar y gestionar sus flujos… Y se llega a calificar de “acto subversivo” ofrecerles acogida.
Ante tanta violencia, nos preguntamos cuál es el sentido de la vida y por qué hay tanto sufrimiento, y nos sentimos aplastados por un sentimiento de impotencia y rabia. Verdaderamente, esta Navidad pone ante nosotros todo el peso de nuestra humanidad.
Sin embargo, una vez más, esta fiesta nos revela la locura amorosa de nuestro Dios: su decisión de tomar cuerpo en su Hijo. Dejémonos sorprender por la gramática de un Dios que habla a través de signos muy humildes. Esperaríamos que la salvación que ha prometido llegara con una manifestación de poder y de trueno. Pero debemos recrearnos y aprender que sus planes son distintos y distan mucho de lo que pensamos.
Esto es maravilloso y nos llena de asombro. En las profundidades del silencio nocturno, la naturaleza humana y la divina, el ser y el no ser, el Todo (el Verbo de Dios) y la nada (nuestra realidad humana) se unen en un maravilloso intercambio de vida. El nacimiento de Jesús ilumina las tinieblas del sufrimiento del mundo. No es una luz que deslumbra y lo resuelve todo con un milagro. No ilumina de día, sino que sirve para vislumbrar los rasgos del camino.
Dios no baja del cielo para disolver la crisis. La fe cristiana no vive de expectativas mágicas, sino de una presencia que nos acompaña incluso en las crisis. Y abre atisbos de esperanza. Pero esta fe se convierte en oración y tenacidad. Y así podemos revivir hoy la experiencia de los pastores de Belén «que velaban de noche» (cf. Lc 2,8b): «vieron una luz», escucharon la «buena noticia», creyeron en la salvación prometida («os ha nacido un Salvador» – v. 11), expulsaron el «gran temor» que los paralizaba (v. 9b)), se liberaron de su propia fragilidad, superaron su desconfianza y encontraron el valor para ponerse en camino («Vayamos, pues, … veamos este acontecimiento que el Señor nos ha dado a conocer» – v. 15b).
Fueron y vieron a un “Niño Dios” envuelto en pañales, contemplaron al Hijo eterno del Padre, al Verbo eterno, que se había hecho pequeño, tan pequeño que cabía en un pesebre. Y creyeron. Y volvieron a la vida de siempre, pero ahora radicalmente distinta, «glorificando y alabando a Dios» (v. 20a).
Nadie más que el Verbo hecho carne puede señalar horizontes más allá de la muerte. Sólo los lamentos de aquel niño que luego se convirtió en el rabbì de Nazaret, sus palabras de vida y esperanza esparcidas abundantemente como buena semilla en todos los suelos del mundo, pueden iluminar como antorchas los pasos cotidianos de nuestra vida terrena.
A pocas semanas de la clausura de la Primera Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos – “Una Iglesia sinodal en misión”, podemos decir que vivir la Navidad es volver a poner a Jesús en el centro, escuchar a tantos compañeros y compañeras de camino, laicos y religiosos, que, como nosotros, se han puesto en camino tras nuestro único Maestro, redescubriendo la belleza de su Evangelio, aprendiendo a vivir en sinodalidad (a nivel pastoral, cultural, educativo, sociopolítico), constantemente al servicio del bien común, heraldos incansables de la “alegre noticia” de la salvación para todos.
Que éste es el camino que debemos y queremos seguir parece confirmarlo también lo que está sucediendo en nuestro Instituto. Y, de hecho, recientemente hemos examinado y aprobado una serie de planes sexenales para nuestras provincias y distritos. La lectura de esas páginas impregnadas de sueños y esperanzas de futuro ha sido para nosotros una experiencia enriquecedora. Al viaje de Dios que viene a nuestro encuentro, convirtiéndose en “Emmanuel” (el-Dios-con-nosotros), respondemos apartándonos del camino de la pérdida, el miedo y la soledad para renovar decididamente nuestra sequela de su Hijo Jesús.
Pensamos, de manera especial, en los hermanos y hermanas que viven en contextos de violencia, llamados a defender la vida en primera línea con todas sus fuerzas, con toda su inteligencia, con toda su libertad y con toda la pasión de la que es capaz su amor. Sí, porque es la “pasión de amor” por el otro la que nos permite transformar nuestra miopía en miradas proféticas y nuestra resignación en esperanza.
Que la gracia de esta Navidad venga en nuestra ayuda, nos eleve y nos ponga serenamente en el camino de la esperanza.

¡Feliz Navidad!

Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús
Consejo General