XXXIII Domingo ordinario. Año C
“En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido.
Entonces le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder? Él les respondió: Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado. Pero no hagan caso.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin.
Luego les dijo: Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.
Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.
Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.
Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.
(Lucas 21, 5-19)
Jornada mundial de los pobres
Si se mantienen firmes, conseguirán la vida
P. Enrique Sánchez G. Mccj
Poco a poco nos vamos acercando al final del año litúrgico y las lecturas de este domingo nos van preparando, en parte, y continúan con la reflexión que hemos venido haciendo del evangelio de san Lucas.
Por otra parte, invitándonos a estar listos y preparados para reconocer al Señor como el protagonista que va guiando nuestras vidas, nos dejan un mensaje de esperanza que nos acompaña para concluir este tiempo con el corazón en paz.
La lectura del evangelio sitúa, también hoy, en el Templo de Jerusalén, el lugar más importante en la vida religiosa de los contemporáneos de Jesús.
Se subraya en el texto lo bello y lo magnífico de la construcción del edificio, que se consideraba como el lugar por excelencia en donde se podía encontrar a Dios.
Y, seguramente, era un templo maravilloso y esplendoroso, construido durante cuarenta y seis años y poniendo en él lo mejor que se tenía.
Era una gran obra y orgullo del pueblo judío que se sentía privilegiado de tener a Dios casi al alcance de la mano; pero tanto esplendor, de alguna manera, encandilaba los ojos y no permitía contemplar a quien era el más importante y que habitaba más allá́ de sus muros, sus columnas y sus altares.
En el texto del domingo pasado, Jesús se había presentado como el verdadero templo, el Mesías, en quien se podía contemplar el rostro de Dios; pero, incluso quienes lo reconocían como Maestro, parecían aturdidos y no lograban reconocerlo plenamente como Dios mismo que habitaba entre ellos.
El esplendor del templo parecía tenerlos encandilados y estaban preocupados pidiendo señales y queriendo conocer los tiempos de la venida del Señor, cuando en realidad ya lo tenían ante sus ojos.
La descripción de los últimos tiempos, con todo lo catastrófico que pueda ser y como muchos de ellos se imaginaban que tenían que ser, para que Dios se manifestara como el que vendría a recomponer todo en su creación, es una realidad que no puede ser negada, pero que no podía ser interpretada todavía como el fin de este mundo.
Contrariamente a lo que se podría esperar escuchando el evangelio, la palabra de Jesús se presenta como un anuncio que abre a la esperanza, haciendo comprender que quien tiene la última palabra y quien decide sobre el final de todo es únicamente Dios. Y ese día no había llegado.
Tal vez a nosotros, escuchando lo que dice Jesús nos puede venir espontáneo pensar, de igual manera, que no estamos muy lejos de esos tiempos lejanos, porque muchas de las situaciones descritas parecen ser fotografías muy fieles de lo que estamos viviendo en nuestros días.
Por todas partes se nos habla de guerras que no tienen fin, el espectáculo del sacrificio de tantas vidas inocentes parece haberse convertido en una serie de entretenimiento que se ve en la televisión o se descarga en la tableta.
Los terremotos y las calamidades naturales han dejado en los últimos meses escenarios de destrucción que nos parecen sacados de películas de ficción.
Las epidemias, nos ha tocado experimentarlas en nuestra propia carne y todavía está muy vivo en nuestra memoria lo que ha sido el Covid, el Sida, la gripa aviar y muchas otras más que han significado muerte y pérdida de tantos seres queridos.
Las persecuciones por motivos políticos o religiosos, por ideologías que tratan de imponerse como ley para toda la humanidad, han sido motivo para justificar la destrucción de nuestro planeta y el martirio de muchos inocentes.
Basta como ejemplo lo que está sucediendo en Nigeria con la persecución de los cristianos o la situación de muchas personas que están obligadas a vivir su fe en Jesús en la clandestinidad o en el anonimato.
Para muchos de nosotros, vivir en este mundo nos resulta difícil y extraño, porque se añoran valores y testimonios de vida que nos hacían soñar un futuro que sería simplemente feliz y hoy no faltan quienes se preguntan: ¿Qué mundo les heredaremos a quienes vienen detrás de nosotros? Todo podría parecer que nos estamos dirigiendo hacia un final desastroso y no faltan los falsos profetas que anuncian el fin del mundo como una terrible destrucción de lo que nos queda de mundo, de planeta o de humanidad.
Ante ese panorama, escuchar las palabras de Jesús que nos dice: no se preocupen, es seguramente una buena noticia que mueve nuestro interior a crecer en la esperanza y la confianza. “Que no los domine el pánico”.
Jesús nos garantiza que existe Alguien que se está preocupando por nosotros, que va vigilando nuestros pasos y que nos va guiando por sus senderos. No se preocupen, porque quien tiene en sus manos todo lo que somos, todavía no ha dicho su última palabra.
Este anuncio que podríamos considerar como un buen estímulo y una invitación a no dejarnos atrapar en las trampas del pesimismo, no es otra cosa sino una sana provocación a reforzar nuestra experiencia de fe, a vivir responsablemente confiando en que nada nos puede apartar del amor de Dios.
Que el mundo puede estar pasando por un momento de gran confusión, no hay duda, pero que ahí también Dios va escribiendo su historia de salvación para cada uno de nosotros, esa es nuestra convicción de fe.
Pensar a los últimos tiempos, tal vez, nos puede ayudar a ubicarnos mejor en el tiempo presente. En este tiempo que nos toca vivir y en donde, como cristianos, estamos llamados a dar un testimonio de confianza y de esperanza, porque nos sentimos y nos reconocemos en las manos de Dios y ahí todos estamos seguros.
Pero al mismo tiempo, puede ser una buena ocasión para cuestionarnos y sacudirnos, para preguntarnos ¿qué podemos hacer o cómo podemos vivir para que nuestros hermanos, y nosotros mismos, podamos decir con seguridad y valentía que Jesús es el Mesías, nuestro Salvador y Señor?
Tenemos, también nosotros, un templo bello adornado con el testimonio de tantos que nos han precedido en la fe.
Tenemos catedrales maravillosas que han conservado como tesoro no sólo el arte de sus muros, sino la presencia de un Dios que no nos abandona y que camina a nuestro lado, esperando decir su última palabra, la palabra que nos enseñará que siempre nos ha amado.
Lo único que se nos pide es que nos mantengamos firmes, que perseveremos, que no nos dejemos paralizar por el miedo o la mediocridad. Que vivamos nuestra experiencia de fe con entusiasmo y gratitud, con un gran corazón y con la confianza de que el Padre que nos acompaña nunca nos abandonará.
Mantengámonos firmes y llenos de esperanza para que se nos conceda el don de la vida que no tendrá fin.
Para tiempos difíciles
José Antonio Pagola
Tendréis ocasión de dar testimonio
Los profundos cambios socioculturales que se están produciendo en nuestros días y la crisis religiosa que sacude las raíces del cristianismo en occidente, nos han de urgir más que nunca a buscar en Jesús la luz y la fuerza que necesitamos para leer y vivir estos tiempos de manera lúcida y responsable.
Llamada al realismo
En ningún momento augura Jesús a sus seguidores un camino fácil de éxito y gloria. Al contrario, les da a entender que su larga historia estará llena de dificultades y luchas. Es contrario al espíritu de Jesús cultivar el triunfalismo o alimentar la nostalgia de grandezas. Este camino que a nosotros nos parece extrañamente duro es el más acorde a una Iglesia fiel a su Señor.
No a la ingenuidad
En momentos de crisis, desconcierto y confusión no es extraño que se escuchen mensajes y revelaciones proponiendo caminos nuevos de salvación. Estas son las consignas de Jesús. En primer lugar, «que nadie os engañe»: no caer en la ingenuidad de dar crédito a mensajes ajenos al evangelio, ni fuera ni dentro de la Iglesia. Por tanto, «no vayáis tras ellos»: No seguir a quienes nos separan de Jesucristo, único fundamento y origen de nuestra fe.
Centrarnos en lo esencial
Cada generación cristiana tiene sus propios problemas, dificultades y búsquedas. No hemos de perder la calma, sino asumir nuestra propia responsabilidad. No se nos pide nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Contamos con la ayuda del mismo Jesús: «Yo os daré palabras y sabiduría»… Incluso en un ambiente hostil de rechazo o desafecto, podemos practicar el evangelio y vivir con sensatez cristiana.
La hora del testimonio
Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es ahora precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto.
Paciencia
Esta es la exhortación de Jesús para momentos duros: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». El término original puede ser traducido indistintamente como «paciencia» o «perseverancia». Entre los cristianos hablamos poco de la paciencia, pero la necesitamos más que nunca. Es el momento de cultivar un estilo de vida cristiana, paciente y tenaz, que nos ayude a responder a nuevas situaciones y retos sin perder la paz ni la lucidez.
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No tengáis pánico
Confiar en tiempos revueltos
Inma Eibe
“Esto que contempláis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo…” Al leer estas palabras del evangelio de Lucas me vienen a la mente imágenes recientes de terremotos, guerras, inundaciones… Pienso en hermanas y hermanos nuestros perseguidos y en quienes están padeciendo las consecuencias de tantas catástrofes y me pregunto ¿cómo escucharan ellos estas palabras hoy?
En el año 2001 tuve la inmensa suerte de poder compartir un tiempo en El Salvador, después de los graves terremotos allí acontecidos. Recuerdo que, el viernes que tocaba el cántico de Habacuc en Laudes, las palabras “en el terremoto, acuérdate de tu misericordia”, sonaban a mis oídos de un modo completamente nuevo, llenas de intensidad, haciéndome experimentar con más fuerza la certeza del autor del cántico: “El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas”.
Seguramente nosotros ya no preguntaríamos a Jesús, como hicieron quienes le escuchaban: “Maestro, ¿cuándo va a ser esto?, porque sabemos que lo que describe el evangelio ya está sucediendo en alguna parte del mundo. Pero ¿qué es lo que Lucas nos está queriendo transmitir? ¿Por qué este texto?
Nos situamos en Jerusalén, en la última visita de Jesús antes de su pasión. Unos versículos antes, Lucas nos ha contado que, al acercarse a la ciudad, Jesús se echa a llorar. Su llanto, como sus palabras, es un llanto profético, un llanto que nace del amor y la compasión que siente hacia aquel lugar y sus gentes, hacia su pueblo. En aquella ciudad y en ese templo muchos creyentes habían depositado sus esperanzas, tanto que habían dejado de ponerlas en Dios mismo para aferrarse, idolátricamente, en espacios y piedras, en ideas o normas. Jesús, con sus palabras, desea despertar a quienes le escuchan para que se conviertan, para que se vuelvan por completo, para que vuelvan sus ojos y todo su ser de nuevo a Dios mismo.
No olvidemos también que el evangelio de Lucas fue escrito en una época cercana a un acontecimiento vivido en el año 70 d.C.: la destrucción del Templo de Jerusalén, algo que para los judíos de aquella época fue devastador pues este edificio había cobrado para ellos un sentido absolutamente referencial.
Lucas relativiza esa catástrofe incluyéndola dentro del devenir de la historia humana y lo hace con una mirada realista, pero creyente y confiada, segura de la presencia de Dios en todo.
Por ello, las palabras de Jesús invitan al consuelo y a la esperanza: “No tengáis pánico” “Yo os daré palabras y sabiduría” “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. A su llamada de atención para que pongamos nuestros sentidos en lo Absoluto y no en lo relativo; para que no nos quedemos en lo superficial sino que vayamos a lo profundo, acompaña una promesa de consuelo, de compañía; una invitación a confiar, a mantenernos en la certeza de que Dios está con nosotros, a perseverar.
Seguro que no puede ser igual escuchar esto cuando estamos contemplando la belleza de las piedras o cuando lo que hay a nuestro alrededor son ruinas… Pero justo ahí, donde todo está destruido, donde la violencia arrasa y el sufrimiento crece, donde la vida está totalmente amenazada… justamente ahí Dios acampa, Dios sufre, Dios consuela y sostiene.
Jesús, por tanto, desea despertar nuestra adormilada conciencia para que no pongamos nuestra esperanza en aquello que es pasajero. Pero, al mismo tiempo, nos invita a situarnos con responsabilidad, lucidez y creatividad ante las dificultades de la vida y los conflictos fruto de la miseria humana. “Perseverad”, nos dice. Manteneos en la convicción de mi presencia en medio de vosotros. Confiad. Pero no perdáis el sentido.
El fin del mundo
Frente a la curiosidad, testimonio
José Luis Sicre
El cálculo del momento final y las señales
Ya que la mentalidad apocalíptica considera inminente el fin del mundo, desea calcular el momento exacto en que tendrá lugar y las señales que lo anunciarán. Las dos preguntas que formulan los discípulos a Jesús en el evangelio de hoy recogen muy bien ambos aspectos: ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Los Testigos de Jehová, cuando afirmaban a mediados del siglo pasado que el fin del mundo sería en 1984 (70 años después de la gran conflagración, marcada por el comienzo de la Gran Guerra en 1914) son los mejores exponentes modernos de esta forma de pensar. Para la mentalidad apocalíptica, cualquier acontecimiento trágico, sobre todo si era de grandes proporciones, anunciaba el fin del mundo. Por eso, en el evangelio de este domingo, cuando los discípulos oyen anunciar la destrucción de Jerusalén, inmediatamente piensan en el fin del mundo.
El peligro de esta mentalidad es que resulta estéril. Todo se queda en cálculos y señales, sin comprometerse con los problemas del mundo que nos rodea. Y eso es lo que pretenden evitar los evangelios sinópticos cuando ponen en boca de Jesús un largo discurso apocalíptico, que la liturgia se encarga de mutilar abundantemente (en nuestro caso, los 29 versículos de Lucas 21,8-36 quedan reducidos a los doce primeros; menos de la mitad).
La respuesta de Jesús
Las palabras de Jesús recogen un buen catálogo de las señales habituales en la apocalíptica: 1) a nivel humano: guerras civiles, revoluciones y guerras internacionales; 2) a nivel terrestre: epidemias y hambre; 3) a nivel celeste: signos espantosos.
Pero nada de esto anuncia el fin del mundo. Antes, y aquí radica la novedad del discurso, ocurrirán señales a nivel personal y comunitario: persecución religiosa y política, cárcel, juicio ante tribunales civiles; incluso la traición de padres y hermanos, la muerte y el odio de todos por causa de Jesús. Esta parte abandona la enumeración de catástrofes apocalípticas para describir la dura realidad de las primeras comunidades cristianas. En todas ellas habría algunos juzgados y condenados injustamente, traicionados incluso por sus seres más queridos. Sólo dos frases alivian la tensión de este párrafo tan trágico.
La primera resulta casi irónica, pero no lo es: Así tendréis ocasión de dar testimonio. La persecución, la cárcel y los juicios injustos no se deben ver como algo puramente negativo. Ofrecen la posibilidad de dar testimonio de Jesús, y así lo interpretaron los numerosos mártires de los primeros siglos y los mártires de todos los tiempos.
La segunda alienta la confianza y la esperanza: ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Más bien habría que decir que perecerán todos los cabellos de vuestra cabeza, pero salvaréis vuestras almas, que es lo importante.
Si siguiésemos leyendo el discurso, todo culminaría en la aparición de Jesús, «el Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria». Es el sol del que hablaba Malaquías, que ilumina y salva a todos los que creen en él.
Frente a la curiosidad, testimonio
Las lecturas de este domingo corren el peligro de ser interpretadas en el Primer Mundo como mero recuerdo de lo que ocurrió entre los primeros cristianos. Muy distinta será la interpretación de bastantes iglesias africanas y asiáticas, que se verán muy bien reflejadas y consoladas por las palabras de Jesús. También nosotros debemos recordar que, sin persecuciones ni cárceles, nuestra misión es aprovechar todas las circunstancias de la vida para dar testimonio de Jesús.
Un Padre amoroso que cuida hasta los cabellos de nuestra cabeza
Romeo Ballan, mccj
¿El final del mundo, o el fin (la finalidad, el sentido) del mundo? La palabra de Jesús (Evangelio) no es realmente tan anunciadora de catástrofes, como parece a primer avista, sino más bien reveladora del misterio amoroso de la vida y del cosmos. La conclusión cercana del año litúrgico y del año civil motiva la lectura de una serie de textos bíblicos complejos, en los cuales se sobreponen niveles diferentes: la destrucción de la hermosa ciudad de Jerusalén (v. 6), guerras entre pueblos, terremotos y otras calamidades, signos grandes en el cielo que llevan a pensar que todo se va a acabar pronto (v. 9-11). Lucas utiliza tonos encendidos, ardientes, como dice el profeta Malaquías (I lectura), el cual gritaba contra los soberbios y los injustos, destinados a quemar como paja (v. 19); mientras el Señor protegerá con rayos benéficos a los que honran su nombre (v. 20).
El género literario ‘apocalíptico’, propio de estas lecturas, antes que causar terror, es portador de una revelación, de un mensaje de salvación. ‘Apocalipsis’, en efecto, significa ‘revelación’, quitar el velo. De hecho, el último libro de la Biblia, con un lenguaje poético y misterioso, presenta el final del mundo no como una catástrofe sino como evento de esperanza y de vida: cielos nuevos y tierra nueva, como un banquete de bodas (Apoc 21,1-2). Siempre, la Palabra de Dios, aun cuando es apocalíptica, ilumina, juzga, salva, consuela…; se hace más cercana en las pruebas de la vida y de la fe. Con las palabras «no quedará piedra sobre piedra» (Lc 21,6) Jesús no quiere amedrentar, ni preanunciar el final del mundo. No debemos ocuparnos de ello, sino de vivir con responsabilidad nuestro tiempo: interesarnos del fin del mundo y del sentido de la historia, dar sentido a nuestra vida; cuidar nuestra casa común, crear una tierra de fraternidad entre todos los pueblos, un hogar de paz, de mutuo respeto, reconciliación y misericordia.
La comunidad del Evangelio de Lucas (alrededor de los años 70-80) estaba sufriendo persecuciones y muerte por parte de fuerzas externas (imperio, sinagoga, tribunales…, v. 12); pero sufría también por debilidades en su interior (abandonos, traiciones, odio…), siempre por el nombre de Jesús (v. 17). Para ellos Lucas escribe estas palabras de Jesús, el cual invita a sus seguidores a cuidarse de los anuncios engañosos (v. 8); a no dejarse atemorizar por guerras y revoluciones (v. 9). Las persecuciones serán para ellos un tiempo de gracia, un kairos, una oportunidad para dar testimonio del nombre de Jesús (v. 13), con la certeza de su asistencia especial: el Señor mismo pondrá en sus labios las palabras sabias para el momento oportuno (v. 15). Y para garantizarles eso, Jesús utiliza una imagen concreta, nada banal: hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados y son todos importantes (v. 18).
¡Tenemos un Dios que ‘pierde su tiempo’ en contar nuestros cabellos! Si Dios cuida hasta los fragmentos, si pone su omnipotencia al servicio de las cosas pequeñas, si es un Padre que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo (cf. Mt 6,26s), cuánto más tendrá cuidado de sus hijos. De ahí la invitación a los cristianos a perseverar en la prueba, aun la más dura, con la certeza del éxito final (v. 19), gracias a la ayuda perenne y providente del Padre. La historia de los mártires de todos los tiempos (algunos los recordamos también en los próximos días: los mártires de Paraguay el 16, Cecilia el 22, Agustín Pro el 23, los mártires de Vietnam el 24) demuestra la verdad y fidelidad de la palabra de Jesús. Él sostiene a los que dan testimonio de su nombre.El cristiano es una persona de esperanza: sigue sembrando con paciencia, siempre dispuesto a volver a empezar. Con perseverancia y confianza en Dios. La historia de la evangelización del mundo está marcada por la presencia amorosa del Señor hacia sus hijos.
Las pruebas pasan, la misión se extiende: los frutos permanecen y son signos de vida. En el campo del Señor hay lugar y trabajo para todos los que quieran. Pablo invita a los fieles de Tesalónica (II lectura) a usar sus buenas cualidades en beneficio de los demás, renunciando a una vida desordenada, sin hacer nada y solo ocupados en curiosearlo todo (v. 11). El apóstol no duda en proponerse a sí mismo como ejemplo, ya que ha trabajado con tesón y cansancio día y noche a fin de no ser un peso para nadie (v. 8–9). ¡Una llamada de atención, ciertamente, y un modelo para todo obrero del Evangelio!






