IV Domingo de Adviento, Año A
“Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.
Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.
Todo eso sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa”. (Mateo 1, 18-24)
Emmanuel, Dios con nosotros
Enrique Sánchez, mccj
Con el cuarto domingo de Adviento llegamos prácticamente a la vigilia de la solemnidad del Nacimiento de Jesús. Durante cuatro semanas nos hemos ido preparando para celebrar la llegada de nuestro Señor y dentro de muy pocos días nos encontraremos ante un pesebre en donde podremos contemplar a Dios hecho uno de nosotros.
El misterio que celebraremos no logramos entenderlo con nuestros conceptos y criterios humanos, porque no se trata de entender sino de amar y corresponder al amor que se nos ha adelantado.
Tratar de entender la grandeza y lo extraordinario de Dios, contemplando al niño que descansa en su pesebre, rodeado de los pobres de su tiempo, de la gente sencilla que tiene puesta toda su confianza en Dios; eso simplemente no puede caber en nuestra cabeza.
Sin embargo, es justamente ese misterio el que llena nuestro corazón y nos permite expresar, sin muchas o ninguna palabra, la alegría que produce en nosotros el poder contemplar el rostro de Dios en la persona de Jesús.
Ahí está Dios que no tiene nada de anónimo, de desconocido o de lejano; ahí está el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios que se ha hecho uno de nosotros. Ahí está el Dios que vive y desvive por nosotros.
Y justamente, en un momento en el cual las palabras parecen no tener mucho que decir, en un tiempo en donde el silencio resulta ser capaz de transmitir lo que nuestros labios no logran pronunciar; en este momento, la Palabra de Dios en el Evangelio nos habla a través de la persona de José.
El texto de Mateo nos presenta a José, el esposo de María, a quien se le anuncia en sueños la misión que Dios ha reservado para él.
En esos cuantos versículos podríamos decir que se encierra otro sueño, el sueño de Dios para toda la humanidad, sueño que se cumplirá gracias a la disponibilidad de José, quien sabe hacer suyos los planes de Dios.
En un diálogo en donde parece innecesarias las palabras, el Ángel del Señor le anuncia a José cuál será su rol, su participación en el proyecto de Dios. Bastó el anuncio y José respondió con obras, haciendo lo que Dios le estaba pidiendo.
José, uno de los grandes protagonistas en los planes de Dios, el descendiente de David destinado a llevar a cumplimiento la profecía del Mesías, es él quien asume la misión vivir el acontecimiento de la encarnación sin tener que decir ni una palabra. José aparece como el instrumento dócil y obediente que acepta los planes de Dios sin cuestionar, sin protestar; es el sirvo bueno y fiel que vive su fe dejando que Dios haga su obra en él.
Mientras que en el anuncio a María se establece un diálogo entre ella y el arcángel Gabriel para saber cómo sucederían todas esas cosas y que finalmente se concluye con el Fiat, con el sí que manifiesta la disponibilidad a hacer la voluntad de Dios como sierva obediente, José simplemente se pone en camino, actúa y cumple lo que le ha sido anunciado.
En un mundo en donde abundan las palabras, los mensajes; en donde aparentemente estamos súper comunicados, no siempre es evidente que el contenido pase como debería.
Hoy contamos con medios de comunicación cada día más sofisticados, existen aplicaciones para los teléfonos y las computadoras que hacen que nos comuniquemos en distintos idiomas, las informaciones circulan superando todas las velocidades, presumimos la posibilidad de estar en contacto inmediato con personas al otro lado del mundo.
Y sin embargo, parece que en muchas situaciones estamos muy alejados unos de otros. Se multiplican las experiencias de aislamiento y de soledad, crece la indiferencia ante lo que sucede fuera de nuestro entorno más inmediato, se acentúa el individualismo y crece el egoísmo, la indolencia ante el sufrimiento de los demás.
Podríamos decir que abundan las palabras, pero falta saltar el muro que impide pasar a la acción, al compromiso y a la respuesta generosa.
El ejemplo de José nos ayuda a entender que, en las cosas de Dios, no hacen falta muchas palabras y que los discursos muy elocuentes salen sobrando.
Lo importante es saber estar disponibles para transformar en obras lo que el Señor nos va mostrando como voluntad suya.
Lo importante es actuar, poniendo pequeños gestos de disponibilidad y de generosidad en todo lo que vamos viviendo, haciendo que Dios se manifieste a través de nosotros.
José nos hace descubrir el valor de la disponibilidad y de la generosidad ante las propuestas que Dios nos va haciendo cada día, dejando luego que él se encargue de ir realizándolas en nuestra vida.
También nos ayuda a entender la importancia de incluir la fe en nuestra vida. A diario nos encontraremos con situaciones que nos parecen inaceptables o imposibles de incluir en nuestros programas de vida. No era fácil aceptar, como si nada hubiese pasado, lo que le había sucedido a María.
Es ahí en donde la fe puede ser nuestra grande ayuda y lo que nos permita entender que hay muchas situaciones en las que lo mejor está en confiar y en poner todo en las manos de Dios, seguros de que él nos dará la sabiduría para ofrecer las mejores respuestas.
Cuando José se despertó de su sueño, simplemente se dedicó a poner todo lo que estaba de su parte para que Dios realizara su plan, para que todo fuera sucediendo como Dios lo había soñado.
Se trata pues de dos sueños que se encuentran y que se convierten en una realidad en donde el único objetivo es permitir que la vida de Dios se manifieste en todo su esplendor.
Ante el misterio de la Encarnación que estamos por vivir en unos cuantos días, tal vez nos convenga guardar más silencio para que nuestros sueños se manifiesten con mayor claridad y los sueños que tiene Dios para con cada uno de nosotros se puedan hacer realidad.
Así, cuando nos acerquemos al nacimiento para contemplar el amor de Dios en la Palabra que se ha hecho carne, podremos expresar nuestra gratitud con palabras, tal vez pobres y sencillas, pero capaces de manifestar la alegría que brota de nuestros corazones al reconocer a un Dios que siempre está ahí para amar.
La experiencia de José nos deja algunas enseñanzas que nos pueden ayudar a vivir con mucha sencillez el misterio de la Encarnación y también nos brindan luz en el camino de fe que nos toca recorrer a diario.
En primer lugar, José nos enseña que ante situaciones inesperadas en nuestra vida es conveniente ser prudentes y no reaccionar de manera impulsiva, movidos por el enojo o el rechazo. Dios puede estar sirviéndose de lo que nos parece inaceptable para darnos la posibilidad de crecer y no actuar instintivamente.
José nos puede ayudar a entender la importancia de la compasión y la comprensión en muchas situaciones de nuestra vida, sobre todo cuando los planes no resultan como a nosotros nos gustaría.
En el evangelio de este domingo se nos permite comprender cómo Dios interviene en nuestras vidas de maneras que muchas veces no imaginamos.
También cuando no tenemos el control de todo lo que pasa en lo cotidiano de nuestra vida, el Señor puede estar guiando nuestros pasos y es importante aceptar y agradecer su ayuda y la guía que nos ofrece.
Y, finalmente, siempre será importante y enriquecedor en nuestro caminar hablar menos de Dios y actuar más movidos por la fe.
Ojalá que, llegado el día de la Navidad, todos podamos presentarnos ante ese gran misterio con las actitudes que descubrimos en José, en silencio y con un corazón lleno de gratitud que nos mueva a actuar haciendo de la vida de Jesús nuestro estilo personal de estar en este mundo.
Está con nosotros
José Antonio Pagola
Le pondrá por nombre Emmanuel.
Antes de que nazca Jesús en Belén, Mateo declara que llevará el nombre de «Emmanuel», que significa «Dios-con-nosotros». Su indicación no deja de ser sorprendente, pues no es el nombre con que Jesús fue conocido, y el evangelista lo sabe muy bien. En realidad, Mateo está ofreciendo a sus lectores la clave para acercarnos al relato que nos va a ofrecer de Jesús, viendo en su persona, en sus gestos, en su mensaje y en su vida entera el misterio de Dios compartiendo nuestra vida. Esta fe anima y sostiene a quienes seguimos a Jesús.
Dios está con nosotros. No pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición.
Dios está con nosotros. No escuchamos su voz. No vemos su rostro. Su presencia humilde y discreta, cercana e íntima, nos puede pasar inadvertida. Si no ahondamos en nuestro corazón, nos parecerá que caminamos solos por la vida.
Dios está con nosotros. No grita. No fuerza a nadie. Respeta siempre. Es nuestro mejor amigo. Nos atrae hacia lo bueno, lo hermoso, lo justo. En él podemos encontrar luz humilde y fuerza vigorosa para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte.
Dios está con nosotros. Cuando nadie nos comparende, él nos acoge. En momentos de dolor y depresión, nos consuela. En la debilidad y la impotencia nos sostiene. Siempre nos está invitando a amar la vida, a cuidarla y hacerla siempre mejor.
Dios está con nosotros. Está en los oprimidos defendiendo su dignidad, y en los que luchan contra la opresión alentando su esfuerzo. Y en todos está llamándonos a construir una vida más justa y fraterna, más digna para todos, empezando por los últimos.
Dios está con nosotros. Despierta nuestra responsabilidad y pone en pie nuestra dignidad. Fortalece nuestro espíritu para no terminar esclavos de cualquier ídolo. Está con nosotros salvando lo que nosotros podemos echar a perder.
Dios está con nosotros. Está en la vida y estará en la muerte. Nos acompaña cada día y nos acogerá en la hora final. También entonces estará abrazando a cada hijo o hija, rescatándonos para la vida eterna.
Dios está con nosotros. Esto es lo que celebramos los cristianos en las fiestas de Navidad: creyentes, menos creyentes, malos creyentes y casi increyentes. Esta fe sostiene nuestra esperanza y pone alegría en nuestras vidas.
Asombro ante el misterio
José Luis Sicre
El evangelio del domingo pasado hablaba del desconcierto de Juan Bautista, y nos obligaba a pensar en el desconcierto y escándalo que podemos sentir ante la conducta y el mensaje de Jesús. El evangelio del cuarto domingo da un paso adelante. El desconcierto y el escándalo se pueden superar. El asombro ante el misterio no acaba nunca, dura toda la vida.
El relato del evangelio consta de los elementos típicos: planteamiento, nudo y desenlace. Como en cualquier novela policíaca. Pero existe una diferencia. Mientras Agatha Christie dedica la mayor parte al nudo, a las peripecias de Hércules Poirot en busca del asesino, Mateo es brevísimo en las dos primeras partes y pasa enseguida al desenlace. No se trata de un relato dramático, sino didáctico.
Planteamiento
Parte de unos personajes que da por conocidos para el lector, María y José, y de una costumbre que también da por conocida entre judíos: después de los desposorios (la petición de mano), los novios son considerados como esposos, con el compromiso de fidelidad mutua, pero siguen viviendo por separado. De repente, resulta que María espera un hijo del Espíritu Santo. Mt no deja al lector ni un segundo de duda. Con perdón del Espíritu Santo, y siguiendo el símil policiaco, el lector sabe desde el principio quién es el asesino.
Nudo
La duda es para José, hombre bueno. Según el Deuteronomio, si un hombre se casa con una mujer y resulta que no es virgen, si la denuncia, “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa paterna” (Dt 22,20ss). José prefiere interpretar la ley en la forma más benévola. La ley permite denunciar, pero no obliga a hacerlo. Por eso, decide repudiar a María en secreto para no infamarla. Mt escribe con enorme sobriedad, no detalla las dudas y angustias de José. (…)
Desenlace
En cuanto José toma la decisión, se aparece el ángel que resuelve el problema. José obedece, y María da a luz un hijo al que José pone por nombre Jesús. En esta sección final, entre las palabras del ángel y la obediencia de José introduce Mt unas palabras para explicar el misterio: se trata de cumplir la profecía de Is 7,14 (que se lee hoy como 1ª lectura).
Mensaje
Este análisis literario demuestra que Mt no ha intentado poner en tensión al lector. Sabe desde el comienzo a qué se debe el misterio. Entonces, ¿qué pretende decirnos con este episodio?
¿Quién es Jesús? Al comienzo del evangelio, en la genealogía, Mt acaba de indicarnos que es verdadero israelita y verdadero descendiente de David. ¿Significa que sea el Mesías? Para eso hace falta algo más según la tradición de ciertos grupos judíos. El Mesías debe nacer de una virgen, según está anunciado en Is 7,14. Este episodio demuestra que Jesús cumple ese requisito. Pero hay otro dato que no contiene el texto de Isaías: Jesús viene del Espíritu Santo, con lo cual se quiere expresar su estrecha relación con Dios.
¿Qué hará Jesús? Lo indica su nombre: salvar a su pueblo de los pecados. Salvar de los pecados no es lo mismo que perdonar los pecados. Perdonar los pecados se puede hacer de forma cómoda, sentado en el confesionario, o incluso paseando o tomando un café. Salvar de los pecados sólo se puede hacer ofreciendo la propia vida. Sabemos desde niños que Jesús, para salvarnos de nuestros pecados, dio su vida por nosotros. Pero no debe dejar de asombrarnos. Porque la actitud normal de un judío piadoso ante el pecado no es comprenderlo ni justificarlo, mucho menos morir por el pecador. Es condenarlo.
¿Qué repercusiones tiene su aparición? Mt, al escribir su evangelio, parte de la experiencia de su comunidad, perseguida y rechazada por aceptar a Jesús como Mesías. Mt le indica desde el comienzo que las dificultades son normales. Incluso las personas más ligadas al Mesías, sus propios padres, sufren problemas desde que es concebido. El cristiano debe ver en José un modelo que le ayuda y anima. No debe tener miedo a aceptar a Jesús y seguirlo, porque “viene del Espíritu Santo” y “salvará a su pueblo de los pecados”.
Misioneros que anuncian con gozo las maravillas de la Navidad
Romeo Ballan, mccj
Después de 2.000 años, la fiesta de Navidad sigue sorprendiéndonos – ¡así por lo menos debe ser! – porque la Navidad es siempre nueva, es como la primera, es la fiesta de la vida. La fiesta de cuando el corazón de Dios comenzó a latir en carne humana. ¡Para gozo y salvación de todos! Desde entonces “caro salutis est cardo” (la carne es la base de la salvación), como decía Tertuliano (siglo III): la salvación de Dios pasa por la carne de Cristo, el único Salvador. La invitación es para vivir la Navidad con el asombro de los primeros protagonistas: María y José (Evangelio), los ángeles, los pastores y los magos… ¡Vivir la Navidad verdadera es un don que nos ubica en la realidad de las cosas! Abiertos a la novedad de las sorpresas de Dios. Lejos de la indiferencia de quienes viven alienados en las cosas; sin la autosuficiencia de quienes se proclaman no creyentes; y sin quedar cautivos de rutinas y cerrazones. En su novela Gimpel, el tonto el hebreo Isaac Singer (premio Nobel de la Literatura 1978), narra que una noche llegó el Mesías, pero todos tenían las puertas y las ventanas bien cerradas. Incluidos el rabí y otros sabios… La única puerta abierta era la de Gimpel, al que todos llamaban idiota, por su manera un tanto soñadora de vivir. Pero justamente en su casa entró y se quedó el Mesías.
El Dios que viene es el Emanuel, ya anunciado por Isaías (I lectura, v. 14) y por el Evangelio de Mateo, el “Dios con nosotros” (v. 23). El Dios que ha decidido estar presente en la historia de cada persona, de caminar con cada uno de nosotros. Vivir la Navidad así, abiertos e involucrados en la sorpresa de un Dios enamorado perdidamente de nosotros, no nos deja inactivos, nos lleva al anuncio misionero hacia aquellos que todavía no saben nada – o muy poco – de esta historia verdadera y apasionante. Navidad, por tanto, es un modo de ser, es un mensaje que vale la pena llevarlo a otros. Así lo vivió también San Daniel Comboni, cuando, durante su primer viaje hacia el centro de África, fue como peregrino a Belén en 1857, y allí se sintió invadido por la grandeza de ese misterio: “Besé mil veces aquel sitio. Besé casi toda la gruta; y no sabía salir de ella” (Escritos, n. 113).
Así lo entendió S. Pablo (II lectura), el cual, desde que tuvo la sorpresa de encontrar a Cristo, se entregó completamente a Él y se convirtió en el mayor misionero. Lo dice claramente en el exordio de su carta a los cristianos de Roma: “Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios…” (v. 1,1). Pablo presenta a los romanos su carta de identidad con credenciales de todo respeto, que él resume en tres palabras: siervo, apóstol, escogido. Es, ante todo, siervo de Cristo Jesús: goza al sentirse poseído por Él, es apasionadamente suyo, habla de Él a todos siempre, lo menciona hasta cuatro veces en los escasos versículos iniciales de la carta. Luego, tiene conciencia de ser apóstol, enviado: la misión no nace ni depende de él, sino de Uno más grande, del cual él es tan solo un servidor. Finalmente, Pablo considera una gracia ser apóstol escogido “para predicar la obediencia de la fe entre todos los gentiles” (v. 5). La misión es un don, antes de ser una tarea que cumplir; es un carisma que enriquece al que lo recibe y lo capacita para un servicio a la comunidad.
Pablo retoma a menudo en sus cartas estos tres títulos y los comenta. Se siente misionero de Cristo en la riqueza sorprendente de su misterio: prometido por medio de los profetas, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder por su resurrección de entre los muertos… (v. 2-4). Pablo se vio descubierto por Cristo, amado, salvado, enviado a los pueblos paganos para anunciarles “la inescrutable riqueza de Cristo” (Ef 3,8). En el camino de Damasco no ha nacido tan solo el Pablo cristiano, sino también el apóstol, el misionero. No ha cambiado su manera de vivir a partir de una decisión ética, voluntarista, ni para seguir una ideología de moda, sino tan solo por haber encontrado a Cristo, el cual le ha cambiado definitivamente la vida, abriéndole los infinitos horizontes de la misión. ¡Pablo es un ejemplo para todo cristiano y para todo misionero!





