Santa María, Madre de Dios
“En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al Niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel Niño y cuantos los oían, quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.
Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.
Cumplidos los ocho días, circuncidaron al Niño y le pusieron por nombre Jesús, el mismo que había dicho el ángel, antes de que el Niño fuera concebido.
(Lucas 2, 16-21)
Santa María, Madre de Dios Jornada mundial de oración por la Paz
P. Enrique Sánchez, mccj
Iniciamos un año nuevo de la mano de nuestra Madre María, la madre de Dios que se ha hecho uno de nosotros en Jesucristo. Este es el mejor regalo que podíamos recibir en este tiempo de fiestas y de intercambios que hemos vivido como expresión de gratitud por el nacimiento de Jesús.
La Iglesia nos invita a vivir esta jornada celebrando, por una parte a Marı́a como Madre de Dios y como la primera que se pone en camino para indicarnos el rumbo que nos permitirá tener siempre presente a su hijo en nuestras vidas como garantía de vida plena y de felicidad.
Por otra parte, celebramos la LIX jornada mundial de oración por la paz. Dos motivos importantes que nos quieren marcar el rumbo de nuestro ser cristianos a lo largo del año que iniciamos.
María, como Madre de Dios, nos irá recordando que hemos sido bendecidos por la presencia de Dios en nuestro diario caminar y nos asegura que como buena madre estará ahí, cerca de nosotros, para entregarnos a su hijo.
Esa fue su misión desde el dı́a en que aceptó que Dios cumpliera en ella el misterio de hacerse uno de nosotros y esa sigue siendo su tarea en el proyecto de salvación que Dios cumple en nuestros dı́as a través de la entrega de Jesús.
Como Madre de Dios, la Iglesia nos la presenta como la madre que vive igualmente preocupada y al pendiente de cada uno de nosotros para que tengamos la oportunidad de encontrarnos con su Hijo, el único que puede hacer posible que vivamos en la paz.
El evangelio de este dı́a nos presenta a Marı́a, como la madre del silencio que vive profundamente el misterio de ser la madre de Dios. Es la madre que guarda y contempla todo lo que Dios va haciendo en ella y a través de ella.
Su corazón se convierte en lugar sagrado en donde se conservan las maravillas del Señor y que ella irá poniendo en los corazones de todos aquellos que sabrán reconocerla como madre.
Celebrando hoy a Marı́a como Madre de Dios, nos damos cuenta de que Dios ha querido nacer de una madre que aparentemente no tiene nada de extraordinario. Marı́a es la imagen de tantas madres que conocemos, la imagen de la madre que nos trajo a este mundo y que llevamos grabada no sólo en nuestra memoria, sino en lo más profundo de nuestro ser.
Es la madre que ha hecho de nosotros lo que somos, lo que sentimos y lo que expresamos en tantas situaciones de nuestra vida.
Marı́a es la madre que amamos y que admiramos porque es igual que todas las madres que van dando su vida por nosotros.
Marı́a es la santa madre, la madre que muestra su santidad como tantas mujeres de nuestro tiempo que viven amando y dándose a sus hijos, con el único deseo de verles crecer felices, seguros y capaces de asumir la vida con responsabilidad, aunque un dı́a se les parta el alma viéndoles partir.
Marı́a es la Madre de Dios y por eso, la única capaz de poner la presencia de Dios en nuestros corazones.
Ella es la que nos introduce en el camino de la fe y como modelo de madre hace que descubramos quién es Dios en nuestras vidas; como sucede cuando sentados en las piernas de nuestras madres empezamos a decir que Dios es nuestro Padre.
La maternidad de Marı́a no es la que nos engendra a la vida, pero nos engendra a algo más importante. Ella nos hace nacer a la vida de Dios dándonos a Jesús, quien muriendo por nosotros en la cruz nos ha ganado la vida de su Padre.
En Jesús somos hijos de un mismo Padre y ese don nos llega por Marı́a quien se nos presenta como nuestra madre.
Celebramos también hoy la jornada mundial de oraciones por la Paz. Una Jornada que año tras año nos invita a pedir por el don de la paz en nuestro mundo. Una paz que como nos lo ha enseñado el magisterio de los Papas es una paz que tiene que empezar en nosotros mismos, en nuestros grupos humanos más cercanos, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros pueblos y ciudades.
El Papa León en su mensaje para esta LIX jornada inicia su reflexión con aquellas palabras que, como él dice, no son sólo un buen deseo, sino una palabra que marca un cambio en la persona que la recibe. “Que La Paz esté con ustedes”.
Se trata de una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante. Es la paz de Cristo resucitado que ofrece una posibilidad de vida distinta a lo que a lo largo de la historia hemos conocido como amenaza a nuestra vocación, a nuestro llamado a vivir en fraternidad y en armonı́a, como hermanos.
La paz, nos hace entender en su mensaje el santo Padre, no se trata sólo de acabar con los conflictos y las guerras que tienen sumergido a nuestro mundo en un ambiente de temor y de angustia, de inseguridad y de miedo.
Hoy la guerra y lo que amenaza la tranquilidad de toda la humanidad es una realidad que todos conocemos y que todos sufrimos de maneras distintas, pero siempre preocupantes y que roban la serenidad a la que todos tenemos derecho.
Los conflictos son tan numerosos que si los pudiéramos juntar en uno solo, estarı́amos viviendo una guerra más grande que la Segunda Guerra mundial.
Hoy se nos invita a comprometernos en la construcción de una paz desarmadaque se entiende desde el evangelio como la paz que no se busca y no se logra a través de la lucha con armas o a través de una violencia mayor a aquella usada para aplastar y someter a los demás.
El camino hacia la paz propuesto por Jesús, el santo Padre lo llama “paz desarmaste” y consiste en trabajar porque la bondad, lo frágil que contemplamos en el misterio de la encarnación, es decir de un Dios que se hace pequeño, es lo que realmente cambiará la violencia y la guerra en paz.
Como Cristianos estamos comprometidos a ser trabajadores en favor de la paz abriendo caminos a la esperanza y a la confianza, reconociendo que el corazón humano ha sido creado para amar.
No podemos alinearnos con quienes pretenden llenar el mundo con el miedo y la amenaza que provoca sentimientos de venganza y tenemos que alejar la tentación de responder con las viejas leyes de “ojo por ojo y diente por diente”.
Si queremos un mundo en paz y ambientes serenos en donde podamos crecer como personas, nos corresponde asumir pequeños compromisos uniéndonos con personas que sueñan con un mundo mejor y alejándonos de quienes sólo tienen ojos para ver lo negativo y la maldad.
Pidamos para que Santa Maria, Madre de Dios, nos dé un corazón grande para acoger a Jesús, el mensajero de la paz, en nuestras vidas y que acompañados por ellos nos convirtamos en auténticos constructores de un mundo en donde reine la paz y en donde podamos vivir intensamente la fraternidad.
“Él será juez entre las naciones, y arbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra la otra ni se adiestrarán más para la guerra. ¡Ven, casa de Jacob, y caminemos a luz del Señor!”. (Isaías 2, 4-5)
Que el año 2026 sea un año de armonı́a, de prosperidad y de paz.
Que el Señor nos dé un corazón muy misionero para ir con alegrı́a de la mano de Marı́a a todos aquellos hermanos que esperan el anuncio del Evangelio y la luz de la paz.
Muchas felicidades.
Los pilares del nuevo año
El primer día del año civil, la Iglesia celebra la solemnidad de María Santísima, Madre de Dios. Es el último día de la Octava de Navidad, en el que se recuerda el rito de la circuncisión de Jesús. Además, desde 1968, por voluntad de Pablo VI, esta jornada está dedicada a la oración por la paz.
La liturgia nos ofrece «la primera palabra del año», portadora de gracia y bendición. Meditémosla reflexionando sobre tres realidades: María, el nombre de Jesús y la bendición de la Paz. Estos son los pilares sobre los que construir el edificio de nuestra vida en el nuevo año. Se nos conceden 365 «ladrillos» para hacerlo y la Palabra nos ofrece el plano, el proyecto.
1. MARÍA y el escándalo del pesebre
«Todos los que oían se admiraban de lo que decían los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».
Entramos en el nuevo año bajo la protección de María, la Madre de Dios. Durante este tiempo de Navidad, nuestra atención se dirige de manera natural sobre todo al Niño. Sin embargo, hoy la Iglesia nos invita a elevar la mirada hacia la Madre. De ella aprendemos cómo mirar, acoger y profundizar el misterio del nacimiento de Jesús.
Los pastores encuentran al Niño «acostado en el pesebre», un hecho que los llena de alegría porque confirma la palabra del ángel y porque el Salvador nace en su propio ambiente: es uno de ellos. Para todos, el testimonio de los pastores es motivo de admiración. Pero para María no fue así. Ella tuvo que soportar «el escándalo del pesebre» (Papa Francisco, 1 de enero de 2022).
Busquemos en estos días un tiempo para detenernos ante un icono de María o, mejor aún, para visitarla en una de sus numerosas «moradas», los santuarios dedicados a ella, y pedirle su capacidad de meditar los acontecimientos. No todos los 365 ladrillos del nuevo año serán bellos, lisos, bien escuadrados y fáciles de encajar en el edificio de nuestra vida. ¡Ojalá fuera así! Algunos serán más bien deformes y difíciles de colocar. No faltarán días problemáticos y difíciles. Son los «ladrillos» del desaliento, de la tristeza o incluso del escándalo ante ciertos acontecimientos de la vida. Estaríamos tentados de descartarlos como inútiles.
La mirada de María, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón», puede ayudarnos. Solo su «paciencia meditativa» nos permitirá integrar ciertos «ladrillos» en el rompecabezas de nuestra existencia. Aquello que no se comprende y que estaríamos tentados de rechazar debe ser custodiado con mayor atención.
Entremos en el nuevo año con la mirada de María. A través de la puerta de su corazón y la ventana de sus ojos, aprendamos a custodiar y meditar los acontecimientos, para descubrir un sentido incluso en aquello que al principio se nos escapa.
2. JESÚS, el Nombre y los nombres
«Cuando se cumplieron los ocho días para la circuncisión, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de ser concebido en el seno materno».
Hoy, en el octavo día después de su nacimiento, el Niño es circuncidado y recibe un nombre: Jesús, que significa «el Señor salva». Este nombre, designado desde el Cielo a través del ángel, es la forma italiana del latín Jesus, derivada a su vez del griego Iesoûs. El original arameo era Yeshua, una forma abreviada del hebreo Yehoshua. También Josué, el sucesor de Moisés, llevaba este nombre. Era un nombre muy común en aquella época.
El nombre de Jesús aparece 983 veces en el texto griego del Nuevo Testamento. Ya no es un simple nombre, sino que revela su identidad de Salvador. Pronunciarlo equivale a una profesión de fe para quienes lo invocan. Como afirma san Pedro: «No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el cual debamos salvarnos» (Hch 4,12).
Ahora Dios tiene un nombre: Jesús, «el Señor salva». Podemos nombrarlo y establecer una relación personal con Él. ¡Qué hermoso sería si, durante el nuevo año, el nombre de Jesús fuera el más frecuente en nuestros labios y el más vivo en nuestro corazón! Lamentablemente, a menudo son otros «nombres», otras realidades, los que predominan en nuestra vida y en nuestro corazón.
Esto nos invita a practicar un ejercicio espiritual: una forma de la llamada «oración del corazón». Consiste en repetir continuamente el nombre de Jesús, al ritmo de nuestra respiración, como se repite el nombre de una persona amada. Una forma de oración muy sencilla, capaz de crear una relación profunda de comunión con Él y con todos los que invocan su nombre.
3. BENDICIÓN: bendecidos, bendecir
«El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su gracia. El Señor vuelva su rostro hacia ti y te conceda la paz» (Nm 6,22-27, primera lectura).
Es particularmente consolador y estimulante tomar conciencia de que el año comienza bajo el signo de la bendición. La paz es a la vez la fuente y el fruto de la bendición. Comenzamos el año bendecidos, pero es fundamental permanecer en la bendición. Para ello, es necesario «bien-decir», decir bien, hablar bien. Bendecir, ante todo, a Aquel que es el Bendito, fuente de toda bendición: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos, en Cristo» (Ef 1,3). Bendecir también la existencia y nuestra historia; bendecir a las personas que encontramos a lo largo del día.
«¡Bendecid y no maldigáis!» (Rm 12,14). Debemos reconocer que, a menudo, nos resulta más espontáneo mal-decir, decir mal, hablar mal. «Maldecir» la vida, a los políticos, a los sacerdotes, al jefe de oficina, a los compañeros, al autobús que llega tarde, al tráfico, al vecino demasiado ruidoso… Y así corremos el riesgo de vivir una vida «maldita».
He aquí un tercer ejercicio para el nuevo año: salir de casa cada día con la conciencia de estar bendecidos y difundir bendiciones por todas partes. La paz nos acompañará.
¡Feliz Año Nuevo! ¡Shalom!
La Madre
José A. Pagola
María conservaba todas estas cosas.
A muchos puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María Madre de Dios. Y sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.
Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas.
Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo.
Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura.
Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecemos con su ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es sólo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.
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Homilía del Papa Francisco
Las lecturas de la liturgia de hoy resaltan tres verbos, que se cumplen en la Madre de Dios: bendecir, nacer y encontrar.
Bendecir. En el Libro de los Números el Señor pide que los ministros sagrados bendigan a su pueblo: «Bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga”» (6,23-24). No es una exhortación piadosa, sino una petición concreta. Y es importante que también hoy los sacerdotes bendigan al Pueblo de Dios, sin cansarse; y que además todos los fieles sean portadores de bendición, que bendigan. El Señor sabe que necesitamos ser bendecidos: lo primero que hizo después de la creación fue decir bien de cada cosa y decir muy bien de nosotros. Pero ahora, con el Hijo de Dios, no recibimos sólo palabras de bendición, sino la misma bendición: Jesús es la bendición del Padre. En Él el Padre, dice san Pablo, nos bendice «con toda clase de bendiciones» (Ef 1,3). Cada vez que abrimos el corazón a Jesús, la bendición de Dios entra en nuestra vida.
Hoy celebramos al Hijo de Dios, el Bendito por naturaleza, que viene a nosotros a través de la Madre, la bendita por gracia. María nos trae de ese modo la bendición de Dios. Donde está ella llega Jesús. Por eso necesitamos acogerla, como santa Isabel, que la hizo entrar en su casa, inmediatamente reconoció la bendición y dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). Son las palabras que repetimos en el Avemaría. Acogiendo a María somos bendecidos, pero también aprendemos a bendecir. La Virgen, de hecho, enseña que la bendición se recibe para darla. Ella, la bendita, fue bendición para todos los que la encontraron: para Isabel, para los esposos de Caná, para los Apóstoles en el Cenáculo… También nosotros estamos llamados a bendecir, a decir bien en nombre de Dios. El mundo está gravemente contaminado por el decir mal y por el pensar mal de los demás, de la sociedad, de sí mismos. Pero la maldición corrompe, hace que todo degenere, mientras que la bendición regenera, da fuerza para comenzar de nuevo cada día. Pidamos a la Madre de Dios la gracia de ser para los demás portadores gozosos de la bendición de Dios, como ella lo es para nosotros.
El segundo verboes nacer. San Pablo remarca que el Hijo de Dios ha «nacido de una mujer» (Gal 4,4). En pocas palabras nos dice una cosa maravillosa: que el Señor nació como nosotros. No apareció ya adulto, sino niño; no vino al mundo él solo, sino de una mujer, después de nueve meses en el seno de la Madre, a quien dejó que formara su propia humanidad. El corazón del Señor comenzó a latir en María, el Dios de la vida tomó el oxígeno de ella. Desde entonces María nos une a Dios, porque en ella Dios se unió a nuestra carne para siempre. María —le gustaba decir a san Francisco— «ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad» (San Buenaventura, Legenda major, 9,3). Ella no es sólo el puente entre Dios y nosotros, es más todavía: es el camino que Dios ha recorrido para llegar a nosotros y es la senda que debemos recorrer nosotros para llegar a Él. A través de María encontramos a Dios como Él quiere: en la ternura, en la intimidad, en la carne. Sí, porque Jesús no es una idea abstracta, es concreto, encarnado, nació de mujer y creció pacientemente. Las mujeres conocen esta concreción paciente, nosotros los hombres somos frecuentemente más abstractos y queremos las cosas inmediatamente; las mujeres son concretas y saben tejer con paciencia los hilos de la vida. Cuántas mujeres, cuántas madres de este modo hacen nacer y renacer la vida, dando un porvenir al mundo.
No estamos en el mundo para morir, sino para generar vida. La Santa Madre de Dios nos enseña que el primer paso para dar vida a lo que nos rodea es amarlo en nuestro interior. Ella, dice hoy el Evangelio, “conservaba todo en su corazón” (cf. Lc 2,19). Y es del corazón que nace el bien: qué importante es tener limpio el corazón, custodiar la vida interior, la oración. Qué importante es educar el corazón al cuidado, a valorar a las personas y las cosas. Todo comienza ahí, del hacerse cargo de los demás, del mundo, de la creación. No sirve conocer muchas personas y muchas cosas si no nos ocupamos de ellas. Este año, mientras esperamos una recuperación y nuevos tratamientos, no dejemos de lado el cuidado. Porque, además de la vacuna para el cuerpo se necesita la vacuna para el corazón: y esta vacuna es el cuidado. Será un buen año si cuidamos a los otros, como hace la Virgen con nosotros.
El tercer verbo es encontrar. El Evangelio nos dice que los pastores «encontraron a María y a José, y al Niño» (v. 16). No encontraron signos prodigiosos y espectaculares, sino una familia sencilla. Allí, sin embargo, encontraron verdaderamente a Dios, que es grandeza en lo pequeño, fortaleza en la ternura. Pero, ¿cómo hicieron los pastores para encontrar este signo tan poco llamativo? Fueron llamados por un ángel. Tampoco nosotros habríamos encontrado a Dios si no hubiésemos sido llamados por gracia. No podíamos imaginar un Dios semejante, que nace de una mujer y revoluciona la historia con la ternura, pero por gracia lo hemos encontrado. Y hemos descubierto que su perdón nos hace renacer, que su consuelo enciende la esperanza, y su presencia da una alegría incontenible. Lo hemos encontrado, pero no debemos perderlo de vista. El Señor, de hecho, no se encuentra una vez para siempre: sino que hemos de encontrarlo cada día. Por eso el Evangelio describe a los pastores siempre en búsqueda, en movimiento: “fueron corriendo, encontraron, contaron, se volvieron dando gloria y alabanza a Dios” (cf. vv. 16-17.20). No eran pasivos, porque para acoger la gracia es necesario mantenerse activos.
Y nosotros, ¿qué debemos encontrar al inicio de este año? Sería hermoso encontrar tiempo para alguien. El tiempo es una riqueza que todos tenemos, pero de la que somos celosos, porque queremos usarla sólo para nosotros. Hemos de pedir la gracia de encontrar tiempo: tiempo para Dios y para el prójimo: para el que está solo, para el que sufre, para el que necesita ser escuchado y cuidado. Si encontramos tiempo para regalar, nos sorprenderemos y seremos felices, como los pastores. Que la Virgen, que ha llevado a Dios en el tiempo, nos ayude a dar nuestro tiempo. Santa Madre de Dios, a ti te consagramos el nuevo año. Tú, que sabes custodiar en el corazón, cuídanos. Bendice nuestro tiempo y enséñanos a encontrar tiempo para Dios y para los demás. Nosotros con alegría y confianza te aclamamos: ¡Santa Madre de Dios! Y que así sea.
1 Enero 2021





