Carta del Papa a los católicos de Medio Oriente

7 de octubre de 2024

Queridos hermanos y hermanas,

Pienso en vosotros y rezo por vosotros. Deseo unirme a vosotros en este triste día. Hace un año, la mecha del odio prendió; no se apagó, sino que deflagró en una espiral de violencia, ante la vergonzosa incapacidad de la comunidad internacional y de los países más poderosos para silenciar las armas y poner fin a la tragedia de la guerra. La sangre corre, las lágrimas también; la ira aumenta, junto con el deseo de venganza, mientras parece que pocos se preocupan por lo que más se necesita y lo que la gente desea: el diálogo, la paz. 

No me canso de repetir que la guerra es una derrota, que las armas no construyen el futuro, sino que lo destruyen, que la violencia nunca trae la paz. La Historia lo demuestra y, sin embargo, años y años de conflictos parecen no habernos enseñado nada. Y vosotros, hermanos y hermanas en Cristo que habitáis en los Lugares de los que más hablan las Escrituras, sois un pequeño rebaño desamparado, sediento de paz. 

Gracias por ser quienes sois, gracias por querer permanecer en vuestras tierras, gracias por saber rezar y amar a pesar de todo. Sois una semilla amada por Dios. Y así como una semilla, aparentemente sofocada por la tierra que la cubre, sabe siempre encontrar el camino hacia arriba, hacia la luz, para dar fruto y vida, así vosotros no os dejáis tragar por las tinieblas que os rodean, sino que, plantados en vuestras tierras sagradas, os convertís en brotes de esperanza, porque la luz de la fe os lleva a dar testimonio del amor mientras se habla de odio, del encuentro mientras cunde el enfrentamiento, de la unidad mientras todo se vuelve oposición.

Con corazón de padre me dirijo a vosotros, pueblo santo de Dios; a vosotros, hijos de vuestras antiguas Iglesias, hoy «mártires»; a vosotros, semillas de paz en el invierno de la guerra; a vosotros que creéis en Jesús «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29) y en Él os convertís en testigos de la fuerza de una paz sin armas.

La gente hoy no sabe cómo encontrar la paz, y los cristianos no debemos cansarnos de pedírsela a Dios. Por eso hoy he invitado a todos a vivir una jornada de oración y ayuno. La oración y el ayuno son las armas del amor que cambian la historia, las armas que derrotan a nuestro único y verdadero enemigo: el espíritu del mal que fomenta la guerra, porque es «homicida desde el principio», «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44). Por favor, dediquemos tiempo a la oración y redescubramos el poder salvador del ayuno.

Tengo una cosa en el corazón que quiero deciros, hermanos y hermanas, pero también a todos los hombres y mujeres de toda confesión y religión que en Oriente Medio sufren la locura de la guerra: Estoy cerca de vosotros, estoy con vosotros. Estoy con vosotros, habitantes de Gaza, maltratados y agotados, que estáis cada día en mi pensamiento y en mis oraciones. Estoy con vosotros, obligados a dejar vuestros hogares, a abandonar la escuela y el trabajo, a vagar en busca de un destino para escapar de las bombas. Estoy con vosotros, madres que derramáis lágrimas mirando a vuestros hijos muertos o heridos, como María viendo a Jesús; con vosotros, pequeños que habitáis las grandes tierras de Oriente Medio, donde las conspiraciones de los poderosos os arrebatan el derecho a jugar. Estoy con vosotros, que tenéis miedo de mirar hacia arriba, porque llueve fuego del cielo. Estoy con vosotros, que no tenéis voz, porque se habla mucho de planes y estrategias, pero poco de la situación concreta de los que sufren la guerra, que los poderosos hacen hacer a los demás; sobre ellos, sin embargo, pende la inquebrantable escrutación de Dios (cf. Sb 6,8). Estoy con vosotros, sedientos de paz y de justicia, que no os rendís a la lógica del mal y, en nombre de Jesús, «amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen» (Mt 5, 44).

Gracias, hijos de la paz, por consolar el corazón de Dios, herido por la maldad del hombre. Y gracias a todos los que en todo el mundo os ayudan; a ellos, que cuidan del hambriento, del enfermo, del forastero, del abandonado, del pobre y del necesitado Cristo en vosotros, os pido que sigáis haciéndolo con generosidad. Y gracias, hermanos obispos y sacerdotes, que lleváis el consuelo de Dios a las soledades humanas. Por favor, mirad al pueblo santo al que estáis llamados a servir y dejad que vuestro corazón se conmueva, dejando atrás, por el bien de vuestros fieles, toda división y ambición.

Hermanos y hermanas en Jesús, os bendigo y os abrazo con afecto, de corazón. Que Nuestra Señora, Reina de la Paz, os guarde. Que San José, Patrono de la Iglesia, os proteja.

Fraternalmente vuestro, FRANCISCO

Roma, San Juan de Letrán, 7 de octubre de 2024.


Oración del Santo Padre Papa Francisco por la Paz

Basílica de Santa María la Mayor
Domingo, 6 de octubre de 2024

Oh María, Madre nuestra, estamos de nuevo aquí ante ti. Tú conoces los dolores y las fatigas que en esta hora abruman nuestro corazón. Nosotros elevamos la mirada hacia ti, nos sumergimos en tus ojos y nos encomendamos a tu corazón.

También a ti, oh Madre, la vida te reservó difíciles pruebas y humanos temores, pero fuiste valiente y audaz; confiaste todo a Dios, le respondiste con amor, te ofreciste incondicionalmente. Como intrépida Mujer de la caridad, fuiste rápidamente a ayudar a Isabel; con prontitud percibiste la necesidad de los esposos durante las bodas de Caná; con fortaleza interior en el Calvario iluminaste de esperanza pascual la noche del dolor. Por último, con ternura de Madre animaste a los discípulos temerosos en el Cenáculo y, con ellos, acogiste el don del Espíritu.

Ahora te suplicamos, ¡escucha nuestro clamor! Necesitamos tu mirada, tu mirada amorosa que nos invita a confiar en tu Hijo Jesús. Tú que estás dispuesta a acoger nuestros dolores, ven a socorrernos en este tiempo en que estamos oprimidos por las injusticias y devastados por las guerras; enjuga las lágrimas sobre los rostros sufridos de cuantos lloran la muerte de sus seres queridos, de sus propios hijos; despiértanos del letargo que ha oscurecido nuestro camino y despoja nuestros corazones de las armas de la violencia, para que se cumpla pronto la profecía de Isaías: «Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2,4).

Madre, dirigetu mirada maternal a la familia humana, que ha perdido el gozo de la paz y ha extraviado el sentido de la fraternidad. Madre, intercede por nuestro mundo en peligro, para que custodie la vida y rechace la guerra; para que cuide a los que sufren, a los pobres, a los indefensos, a los enfermos y a los afligidos, y proteja nuestra casa común.

A ti imploramos, Madre, la misericordia de Dios, a ti que eres Reina de la paz. Convierte los corazones de quienes alimentan el odio, silencia el ruido de las armas que provocan la muerte, apaga la violencia que habita en el interior del hombre e inspira proyectos de paz en las decisiones de quienes gobiernan las naciones. 

María, Reina del santo Rosario, desata los nudos del egoísmo y disipa las nubes oscuras del mal. A nosotros tus hijos llénanos con tu ternura, levántanos con tu mano bondadosa y danos tu caricia de Madre, que nos hace esperar el advenimiento de una nueva humanidad donde «el desierto será un vergel y el vergel parecerá un bosque. En el desierto habitará el derecho y la justicia morará en el vergel. La obra de la justicia será la paz» (Is 32,15-17).

Oh Madre, Salus Populi Romani, ¡ruega por nosotros!

Domingo XXVII ordinario. Año B

El matrimonio cristiano ¿Una contracultura?

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Marcos 10,2-16 (10,2-12): “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”

El tema que emerge de las lecturas de este XXVII domingo es el matrimonio. Los fariseos, para poner a prueba a Jesús, le preguntan “si es lícito que un hombre repudie a su mujer”. Incluso la Ley de Moisés (Torá) lo permitía, por iniciativa del esposo, “si sucede que ella no halla gracia a sus ojos” (Deuteronomio 24,1-4). La ley mosaica, sin embargo, pretendía de alguna manera proteger a la mujer, obligando al hombre a escribir un acta de repudio, es decir, un certificado de divorcio, para permitirle a la mujer casarse con otro.

En cuanto a las motivaciones para el divorcio, en ese tiempo había dos escuelas rabínicas con opiniones muy diferentes. La escuela de Hillel interpretaba la ley de manera flexible, permitiendo al hombre repudiar a su esposa por cualquier motivo. La escuela de Shammai, más estricta, solo lo permitía en caso de adulterio. Jesús no toma partido en la disputa rabínica. Él considera que Moisés hizo esta concesión debido a la dureza del corazón humano. Sin embargo, el plan original de Dios para la pareja era otro. Dios los creó varón y mujer, y los dos al unirse se convierten en una sola carne. Y Jesús concluye diciendo: “Así que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.

En casa, los discípulos vuelven a interrogar al Maestro sobre este tema. Jesús reafirma la indisolubilidad del matrimonio, igualando la responsabilidad entre hombre y mujer. En el texto paralelo de Mateo, los apóstoles reaccionan con asombro a esta afirmación de Jesús, diciendo: “Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse” (Mateo 19,10). ¡La convivencia matrimonial nunca ha sido fácil!

Puntos de reflexión

1. Un cambio de época. Desde hace algunas décadas estamos siendo testigos de un profundo cambio en la visión de la sexualidad, la identidad de género y la orientación sexual, poniendo en crisis la institución social de la familia. En este contexto se hace muy difícil hablar de la pareja y de la unión matrimonial, entre dos posiciones extremas: la tradicional, anclada en la cultura patriarcal, y la ideología de género. Entre ambas posiciones hay un amplio campo de debate que, para un cristiano, no puede ser de crítica y juicio, sino de respeto y misericordia.

La visión cristiana de la pareja natural parte del dato bíblico de que la humanidad fue creada a imagen de Dios, según Génesis 1,27: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó: varón y mujer los creó”. Es, por tanto, el “sacramento primordial de la creación” (Juan Pablo II). El sacramento del matrimonio se fundamenta más específicamente en este texto de Jesús sobre el plan original de Dios: la unión indisoluble de la pareja hombre y mujer. Esta visión se enriquece aún más con el texto de San Pablo en Efesios 5, que desarrolla el concepto veterotestamentario de la alianza esponsal entre Dios y su pueblo, presentando a la pareja cristiana como un “sacramento” de la unión entre Cristo y su esposa, la Iglesia. A menudo, lamentablemente, del texto se enfatiza el elemento cultural cambiante (“las esposas deben someterse a sus maridos en todo”), oscureciendo el elemento bíblico perenne: “¡Este misterio es grande: yo lo digo respecto a Cristo y la Iglesia!” (Efesios 5,32).

El matrimonio cristiano es una verdadera vocación, un memorial de la unión esponsal entre Cristo y su Iglesia, así como la vida consagrada, con el voto de virginidad, lo es de nuestra condición escatológica. La crisis actual del “matrimonio en la iglesia” puede convertirse en una oportunidad de gracia para devolver el sacramento a su esencia. Naturalmente, esta situación requerirá de la Iglesia una capacidad cada vez mayor de creatividad para encontrar líneas pastorales de acogida a otros tipos de uniones, en la línea de la misericordia, teniendo en cuenta que nuestra humanidad es frágil y herida.

2. El matrimonio cristiano será cada vez más una contracultura, en contraste con la mentalidad dominante. Esto también puede ser un servicio a la sociedad, para contrarrestar la deriva subjetivista de una sexualidad una sexualidad “a gusto de cada uno” y un tipo de unión “usar y tirar”.

¡El cristiano no “lo hace a su gusto”! No renuncia a tener el horizonte ideal evangélico como meta de su vida. No baja el listón para evitar el esfuerzo. No se conforma con un estilo de vida a la baja, al “mínimo denominador común”. Y todo esto a pesar de la conciencia de su propia debilidad, que se convierte en una espina en la carne, pero que le lleva a confiar únicamente en la gracia de Dios.

¡El cristiano no “usa y tira” en sus relaciones personales y, aún menos, en la relación matrimonial! Por eso se convierte en un experto en “reparaciones”. ¡No tira, sino que repara! Otro nombre del cristiano podría ser “reparador de brechas” (Isaías 58,12). Solo así el discípulo/a de Cristo será sal de la tierra y luz del mundo.

3. ¿Cómo aspirar a un ideal de amor tan alto, sin condiciones? Tal vez también en este caso Jesús nos responda: “¡Imposible para los hombres, pero no para Dios! Porque todo es posible para Dios” (Marcos 10,27). La vocación matrimonial es realmente un desafío que pone a prueba la fe del cristiano. Por ello, el matrimonio cristiano solo puede vivirse… a tres, es decir, poniendo a Cristo en el centro. También aquí se cumple, de manera particular, la palabra del Señor: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,20).

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: “¿Le es lícito al varón divorciarse de su mujer?”.
Una humanidad que cree en el amor fiel

Un comentario a Mc 10, 2-13

La lectura bíblica que hacemos hoy pasa por alto el primer versículo del capítulo 10, en el que se dice que Jesús pasó “al otro lado del Jordán”. A muchos les parece que esta indicación geográfica es una referencia menor o incluso equivocada (un despiste de Lucas). Sin embargo, a mí, que no soy experto, sino solo lector habitual de los evangelios, me huele que detrás de esa nota geográfica se esconde una intención interesante, que me atrevo a compartir aquí.

El río Jordán tiene un valor profético muy importante para el pueblo de Israel, comparable quizá al Mar Rojo. Si éste fue el límite primero entre la esclavitud de Egipto y el camino hacia la tierra prometida, el Jordán fue el que tuvieron que atravesar para entrar precisamente en esa tierra de Dios. Por eso atravesar el Jordán puede tener mucho que ver con “volver a entrar” en la tierra prometida, regenerar profundamente la vida querida por Dios, perdida entre tantas traiciones y claudicaciones. Por eso el Bautista fue a bautizar al Jordán invitando a la gente a la conversión, es decir, a dejar atrás el hombre viejo y empezar de cero, con una nueva fidelidad al proyecto de Dios.

Jesús se inserta plenamente en esta propuesta de regeneración. Y por eso me suena que, después de atravesar el Jordán, se le plantea a Jesús una cuestión de gran importancia, que nos afecta a todos: el plan de Dios para el matrimonio, realidad primera y más significativa de la vida humana y de la alianza “matrimonial” de Dios con su pueblo.

Me parece que la respuesta de Jesús no tiene que ver con una casuística de derecho matrimonial, sino con una propuesta de renovación profunda; parte importantísima de esa renovación profunda es volver a los orígenes, volver a la fidelidad a Dios, tanto en el matrimonio mismo como en la vida social.

En todo caso, repito que este texto no se puede entender como una actitud moralista o canonista, un enredarse en cuestiones de hasta dónde puedo separarme y hasta donde soy libre para hacer lo que quiero. El texto es el llamado a una regeneración total de la vida, en la que el matrimonio se vuelve “sacramento”, signo y realidad de la vida entendida como amor y fidelidad.

Por eso podemos decir que la imagen más fiel de la Iglesia es una pareja que se aman y son ante el mundo imagen del amor original y definitivo de Dios, un amor fiel y definitivo. Algunos entenderán esto, otros dirán que eso es una ingenuidad. Yo he tenido la suerte de conocer parejas jóvenes y maduras que entienden esto y su experiencia de vida es una belleza. Estas parejas representan lo mejor de la humanidad y de la Iglesia. Pueden ser pocas o muchas, pero son una semilla clara del Reino, sin que eso implique desconocer las dificultades reales de la convivencia entre personas. En ese sentido, la vida en pareja es un laboratorio de la humanidad con sus caídas y fracasos, pero el modelo que Jesús propone es el de una humanidad reconciliada que cree en el amor fiel.
P. Antonio Villarino
Bogotá


Contra el poder del varón

José Antonio Pagola

Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: “¿Le es lícito al varón divorciarse de su mujer?”.

No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según la ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo.

La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley “machista”, en concreto, se ha impuesto en el pueblo judío por la “dureza de corazón” de los varones que controlan a las mujeres y las someten a su voluntad. Jesús ahonda en el misterio original del ser humano. Dios “los creo varón y mujer”. Los dos han sido creados en igualdad. Dios no ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Entre varones y mujeres no ha de haber dominación por parte de nadie.

Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para “ser una sola carne” e iniciar una vida compartida en la mutua entrega sin imposición ni sumisión.

Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. El varón no tiene derecho alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el varón”. Con esta posición, Jesús esta destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio sino en cualquier institución civil o religiosa.

Hemos de escuchar el mensaje de Jesús. No es posible abrir caminos al reino de Dios y su justicia sin luchar activamente contra el patriarcado. ¿Cuándo reaccionaremos en la Iglesia con energía evangélica contra tanto abuso, violencia y agresión del varón sobre la mujer? ¿Cuándo defenderemos a la mujer de la “dureza de corazón” de los varones?
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Misión es no avergonzarse de llamarlos hermanos

Génesis  2,18-24; Salmo  127; Hebreos  2,9-11; Marcos  10,2-16

Reflexiones
Con lenguaje poético y mítico, la Palabra de Dios nos revela luminosas verdades sobre el ser humano – hombre y mujer – sobre la familia y el cosmos. La primera verdad es que Adán no se creó a sí mismo: es Dios quien lo creó (I lectura). La palabra Adán, en este caso, quiere decir varón y mujer. Este Adán (el hombre y la mujer) vive en soledad, a la que Dios mismo pone remedio: «No está bien que el hombre esté solo: voy a hacerle alguien como él que le ayude» (v. 18). En última instancia, según el texto bíblico, se podría decir que ni siquiera Dios es suficiente para satisfacer a Adán en su soledad. Para su existencia histórica, Adán necesita también de cosas, de animales, plantas… que el Creador le provee con creces en el encanto del universo, otorgándole incluso la potestad de imponer el nombre a los seres vivientes, es decir, el poder de tenerlos bajo su custodia (v. 19). Según la teología bíblica, la potestad de dominio sobre las cosas creadas corresponde, naturalmente, al ser humano en su globalidad de hombre y mujer, con igual dignidad. Dominio-custodia significa uso, no abuso.

Dios, que ha llamado a Adán a la vida, lo llama ahora a la comunión, a una vida de encuentros y relaciones aptos para llevar a la persona humana al crecimiento, a la plenitud, a la madurez. A Adán, en efecto, no le basta el dominio sobre las cosas: busca alguien como él que lo ayude (v. 20), en plena alteridad e igualdad. Dios mismo presenta al varón esa ayuda, la mujer, Eva, a la cual el hombre siente que no le puede imponer un nombre, esto es, apropiársela, dominarla, porque la reconoce igual a él, parte de sí mismo: “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (v. 23). Ambos son iguales en dignidad, llamados a una plena comunión de vida. El primigenio proyecto del Creador era maravilloso, pero el pecado humano vino a romper el equilibrio de las relaciones entre iguales: el respeto cede el paso a la voluntad de dominio, a la violencia de un cónyuge sobre el otro, con las consecuencias dolorosas que todos conocen. Jesús (Evangelio), tras reprochar a su gente “por su terquedad” (v. 5), trató de hacerles volver al proyecto inicial de Dios. Lamentablemente, con escasos resultados, tanto entonces como hoy.

El Concilio Vaticano II tiene palabras que sustentan la dignidad y la santidad del matrimonio y de la familia: “Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se entregan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana” (Gaudium et Spes, 48). Por eso la oración de la Iglesia se hace insistente, “para que el hombre y la mujer sean una sola vida, principio de la armonía libre y necesaria que se realiza en el amor” (oración colecta). La vida compartida entre el hombre y la mujer en el matrimonio contribuye al bien de la pareja, pero, a la vez, tiene una irradiación misionera sobre los hijos, sobre el ambiente social y eclesial.

Tras hablar de la familia, Jesús se dirige enseguida a los niños y, en general, a los débiles y a los pobres, a los excluidos y descartados de la sociedad, brindándoles afecto, protección, estima, bendiciones (v. 13-16). Jesús ha entrado plenamente en el engranaje y en los recovecos de la historia de los hombres, haciéndose solidario con ellos, compartiendo su origen y sufrimientos. Hasta tal punto que el autor de la carta a los Hebreos (II lectura), con palabras conmovedoras, afirma que Cristo, “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (v. 11). Cristo no excluye a nadie de esa amorosa relación fraterna. ¡Aunque sea la persona más reprobable y lejana! Por eso Él es siempre el modelo más radical para cada misionero. He aquí un fuerte llamado para todos en el mes misionero. (*)

Palabra del Papa

(*) «La historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad (cfr. Jn 15,12-17). Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de eso, hasta recuerdan el día y la hora en que fueron encontrados: “Era alrededor de las cuatro de la tarde” (Jn 1,39). La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener…. El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41)».
Papa Francisco
Mensaje para el DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones) 2021

P. Romeo Ballán, mccj

Teresa de Lisieux, la flor que cuenta su historia

Por: P. Manuel João Pereira Correia, mccj

«Éste, precisamente éste es el misterio de mi vocación, de toda mi vida,
y en particular el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi alma.
Jesús no llama a los que son dignos, sino a los que lo quieren,
o, como dice san Pablo: «Dios tiene misericordia de los que lo quieren,
y tiene misericordia de los que lo quieren.
Por tanto, no es obra de los que quieren ni de los que se apresuran,
sino de Dios que tiene misericordia» (Rom. 9,15-16).
Teresa de Lisieux, autobiografía


Escritura autobiográfica A
dirigida a la madre Inés de Jésus (hermana Pauline)
J.M.J.T. Jésus, enero de 1895

Historia primaveral de una pequeña florecilla blanca
escrita por ella misma
y dedicada a la reverenda Madre Inés de Jesús

1 – A ti, mi querida Madre, a ti que eres dos veces mi madre, te confío la historia de mi alma… Cuando me pediste que hiciera esto, pensé: el corazón se disipará, ocupándose de sí mismo; pero luego Jesús me hizo sentir que, obedeciendo con sencillez, le agradaría; además, sólo hago una cosa: empiezo a cantar lo que eternamente debo repetir: «¡Las misericordias del Señor!

2 – Antes de tomar la pluma, me arrodillé ante la estatua de María (la que nos ha dado tantas pruebas del maternal cuidado de la Reina del Cielo hacia nuestra familia), le rogué que guiara mi mano: ¡ni una sola línea quiero escribir que no le agrade! Entonces abrí el Evangelio, y mi mirada se posó en unas palabras: «Jesús subió a un monte y llamó a sí a los que quería; y vinieron a él» (San Marcos, cap. III, v. 13).

3 – Este es, precisamente, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y en particular el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi alma. Jesús no llama a los que son dignos, sino a los que quiere, o, como dice San Pablo: «Dios tiene misericordia de quien quiere, y usa de misericordia con quien quiere». No es, pues, obra de quien quiere ni de quien corre, sino de Dios que usa la misericordia’ (Ep. a los Rom., cap. IX, vv. 15-16).

4 – Durante mucho tiempo me pregunté por qué Dios tiene preferencias, por qué no todas las almas reciben las gracias en igual grado, me preguntaba por qué prodiga favores extraordinarios a santos que le han ofendido, como san Pablo, san Agustín, y por qué, casi diría, les obliga a recibir su don; luego, al leer la vida de los santos a quienes Nuestro Señor acarició desde la cuna hasta la tumba, sin dejar en su camino un solo obstáculo que les impidiera elevarse hasta él, y previniendo sus almas con tales favores que les fue casi imposible manchar el esplendor inmaculado de sus vestiduras bautismales, me pregunté ¿por qué los pobres salvajes, por ejemplo, mueren tantos y tantos antes de haber oído el nombre de Dios?

5 – Pero Jesús me instruyó sobre este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores de la creación son bellas, las rosas magníficas y los lirios blanquísimos no roban el perfume a la violeta, ni la sencillez encantadora a la margarita… Si todas las florecillas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su vestido de primavera, los campos ya no estarían esmaltados de inflorescencias. Así sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Dios quiso crear a los grandes Santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero creó también a los más pequeños, y éstos deben contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a alegrar la mirada del Señor cuando se digne bajarla. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser como Él quiere.

6 – También comprendí otra cosa: El amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla, que no resiste en absoluto a la gracia, que en el alma más sublime; en efecto, es propio del amor humillarse, y si todas las almas se parecieran a los santos Doctores, que iluminaron a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que el Dios misericordioso no descendiera lo suficiente para alcanzarlas; Pero ha creado al niño que no sabe nada y sólo se expresa con débiles chillidos; ha creado al salvaje que, en su miseria absoluta, sólo posee la ley natural para regularse; ¡y Dios desciende hasta ellos! De hecho, son estas flores silvestres las que le cautivan por su sencillez.

7 – Al descender hasta este punto, Dios se muestra infinitamente grande. De la misma manera que el sol ilumina los grandes cedros y las florecillas como si cada uno fuera único en el mundo, así Nuestro Señor cuida de cada alma con tanto amor, como si fuera la única que existe; y así como en la naturaleza las estaciones están todas reguladas de tal manera que hacen florecer la más humilde alondra en el día señalado, así todo responde al bien de cada alma.

8 – Seguramente, querida Madre, te preguntarás a dónde voy con esto, porque hasta ahora no he dicho ni una palabra que se parezca a la historia de mi vida, pero me has pedido que escriba libremente lo que se me ocurra, así que no voy a contar mi vida propiamente dicha, sino más bien mis pensamientos sobre las gracias que Dios me ha concedido. Me encuentro en un momento de mi existencia desde el que puedo mirar al pasado; mi alma ha madurado en medio de pruebas externas e internas, ahora, como un capullo fortalecido por la tormenta, me levanto, y veo las palabras del Salmo XXII «el Señor es mi Pastor, nada puede fallarme. Él me hace descansar en los pastos frescos y ricos. Me guía suavemente por el río. Él conduce mi alma sin cansarla… Y cuando descienda al sombrío valle de la muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo, Señor».

9 – Siempre el Señor ha estado lleno de compasión para conmigo, y de mansedumbre… ¡Lento para castigar y abundante en misericordias! (Salmo CII, v. 8). Así, Madre mía, me alegra cantar cerca de ti la misericordia del Señor. Sólo para Ella escribiré la historia de la humilde flor que Jesús arrancó, y hablaré abandonándome, sin preocuparme del estilo, ni de las muchas digresiones que haré. El corazón de una madre siempre comprende a su hijo, aunque sólo tartamudee, y por eso estoy segura de que soy comprendida, adivinada por ella: ¡es ella quien formó mi corazón, y se lo ofreció a Jesús!

10 – Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría, con gran sencillez, lo que el Señor ha hecho por ella y no trataría de ocultar los beneficios divinos. Por falsa modestia, no diría: «Soy desgarbada, no tengo perfume, el sol me ha quitado el esplendor, la tempestad ha destrozado mi tallo», cuando reconocería en sí misma todo lo contrario.

11 – La flor que cuenta aquí su historia se alegra porque va a dar a conocer los cuidados omnisapientes de Jesús; no tiene nada -y lo sabe bien- que pueda atraer la mirada de Dios, y sabe también que sólo la misericordia divina ha hecho todo el bien en él. Le hizo nacer en tierra santa, y casi impregnado de un perfume virginal. Hizo que le precedieran ocho lirios resplandecientes de blancura. En su amor, quiso preservar la humilde flor del aliento venenoso del mundo; los pétalos estaban a punto de abrirse, y el Salvador la trasplantó en el monte del Carmelo, donde ya olían dos lirios: los dos mismos que la habían envuelto y acunado suavemente cuando brotó por primera vez… Siete años han pasado desde que la flor echó raíces en el jardín del Esposo de las vírgenes, y ahora tres fragantes corolas ondean cerca de ella; no muy lejos, otra se abre a la mirada de Jesús, y los dos benditos tallos que las produjeron se reúnen para siempre en la Patria divina. Allí han encontrado los cuatro lirios que la tierra no ha visto florecer. Oh, que Jesús no deje mucho tiempo en la orilla extranjera a los que se han quedado en el destierro: ¡que todo el blanco penacho se complete pronto en el Cielo!

12 – Madre mía, he resumido en pocas palabras lo que el Señor ha hecho por mí, ahora me adentraré en mi vida de niña; sé que allí, donde cualquiera no vería más que una aburrida perorata, su corazón de madre encontrará un encanto. Y entonces, los recuerdos que evocaré serán también los suyos, porque mi infancia transcurrió cerca de la suya, y tengo la suerte de pertenecer a los incomparables padres que nos envolvieron en los mismos cuidados y ternura. ¡Que bendigan a la menor de sus hijas y la ayuden a cantar las misericordias de Dios!

40 años de sacerdocio misionero comboniano

El pasado 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el P. Enrique Sánchez González cumplió 40 años de sacerdocio. Aquí nos deja este hermoso testimonio de agradecimiento a Dios por todos esos años de ministerio sacerdotal, misionero y comboniano.

«El próximo 29 de septiembre de 2024, Dios mediante, cumpliré 40 años de mi ordenación sacerdotal misionera y comboniana. Pienso que sea una fecha que no puede pasar inadvertida y puede ser una oportunidad para agradecer al Señor por este bello don.

Es también una ocasión para decir gracias, a través de la oración, a tantas personas que han compartido conmigo este largo caminar y que han hecho posible que llegara a este día, sobre todo quienes me han acompañado con su cariño, su amistad, su apoyo material y espiritual.

No he sido un sacerdote solitario, sino que he gozado de la cercanía de muchas personas que me han ayudado a vivir con gratitud este regalo inmerecido. Con todas ellas quisiera bendecir al Señor por haberme llamado a este ministerio, a esta vocación.

Para recordar lo que han sido cuarenta años de ministerio sacerdotal, como misionero comboniano, necesitaría escribir muchas páginas y creo que no terminaría. Porque ha sido una experiencia marcada principalmente por la fidelidad, la misericordia y la bondad del Señor que no tienen límites.

Basta una palabra para resumir todo lo que he vivido y esa palabra es simplemente: Gracias, no merecía tanto.

Recorriendo los años hacia atrás, sólo puedo darme cuenta de que he llegado hasta el día de hoy porque el Señor ha mantenido su palabra, nunca me abandonó y siempre se mantuvo a mi lado.

Él ha sido presencia, consuelo, luz en el camino, fortaleza en los momentos de cansancio, misericordia en los tropiezos y caídas; pero también motivo de entusiasmo, de felicidad y de inmensa alegría.

He sido sacerdote, ciertamente, no por mis méritos o virtudes. Ha sido gracia suya que se ha ido derramando a través del tiempo y que me ha permitido ir diciendo un “sí” día tras día. A veces con el corazón lleno de alegría y de entusiasmo, en otras ocasiones agarrado sólo de lo pobre de mi fe y confiando en su Palabra.

Como a Josué, en el antiguo testamento, a mí también se me ha dado muchas veces el poder escuchar aquellas palabras del Señor que decía: “Como estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. ¡Ánimo, sé valiente! Que tú repartirás a este pueblo la tierra que prometí con juramento a sus padres. Tú ten mucho ánimo y sé valiente para cumplir todo lo que te mandó mi siervo Moisés; no te desvíes ni a derecha ni a la izquierda, y tendrás éxito en todas tus empresas” (Josué 1, 5-7)

Durante cuarenta años puedo decir que me ha tocado ser más testigo que protagonista de una historia que ha ido creciendo y floreciendo. Ha sido una historia en donde el Señor me ha llevado de sorpresa en sorpresa y en donde me ha concedido vivir todo lo que nunca hubiese pensado.

Han sido años durante los cuales no todo ha sido grandioso y espectacular, y no han faltado los momentos de prueba, de dolor, de tentación y de oscuridad. Sobre todo, cuando me olvidé de que no era yo quien llevaba las riendas de mi vida, sino que había optado porque fuera Él quien se encargara de guiar mis pasos.

Hoy, de lo profundo de mi corazón brota espontáneo el agradecimiento, sobre todo porque han sido años bendecidos y vividos en el ejercicio de un ministerio, de un servicio a la vocación misionera comboniana que el Señor me regaló.

Mis cuarenta años de sacerdocio han sido vividos, en su mayor parte, sirviendo a la misión a través de muchos años de entrega al Instituto de los Misioneros Combonianos. Mi experiencia no me permitió vivir en un ministerio directo al servicio de una comunidad parroquial, pero eso no ha impedido que, a lo largo de todos estos años, haya tenido la fortuna de compartir la vida con muchas personas que han entrado a mi corazón para quedarse ahí por siempre.

Lo que me ha permitido perseverar en mi vocación misionera, puedo decirlo con toda honestidad, no han sido mis virtudes o mis capacidades, sino la presencia de tantas personas que me han hecho entender que el sacerdocio no es un regalo personal, sino un instrumento para entregarse amando a los demás.

Con sencillez, puedo decir que, si soy hoy, todavía, sacerdote y misionero es algo que se lo debo a tantas personas que he encontrado por los caminos de la misión. Todas sin excepción han contribuido en la construcción de lo que soy, como persona y como sacerdote, como misionero y como comboniano.

Tal vez, las personas que más me han ayudado a ser agradecido con la bendición del sacerdocio son aquellas con las que compartí apenas unos cuantos meses en la misión de Mungbere, en la República Democrática del Congo.

Ahí quedó mi corazón misionero y ese ha sido un punto de referencia que me ha ayudado a seguir agradeciendo en todas partes el poder compartir el cariño que brota de mi corazón como don que Dios me va otorgando a cada paso. Pero igual están todas aquellas que la misión me permitió encontrar en continentes y contextos tan distintos.

Dios tiene sus tiempos y sus caminos y estoy convencido de que él me ha llevado por donde ha querido y me ha permitido vivir lo que sólo él sabía que me convenía.

En mis tiempos, muchas veces he tenido que hacer las cuentas con mi fragilidad, mi inmadurez y mi incapacidad de entregarme totalmente. Sacerdote no se nace y cada día el Señor va haciendo el milagro de hacernos según su corazón.

En mis caminos me ha tocado vivir días de lágrimas amargas, sintiéndome pequeño ante lo grandioso del sacerdocio; pero, al mismo tiempo, cada momento ha sido escuela que me ha enseñado a entender que mi sacerdocio no depende de mis capacidades, de mis habilidades, ni de lo perfecto que quisiera ser.

Muchas veces he hecho mías las palabras de Jesús cuando agradece a su Padre el haber revelado a los pequeños los misterios de su amor. “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y astutos”. (Mateo, 11, 25) Y, No creo que exista un sacerdote que pueda presumir de sí mismo, ni considerarse digno del don del sacerdocio.

Dios se ha servido, incluso de mi pobreza humana para ayudarme a entender que sólo su amor basta. Que es en la debilidad en donde se manifiesta su fuerza y que sólo con su gracia es posible seguir avanzando.

En muchos momentos he podido sentir su mano que me protegía, me cuidaba y me guiaba. De todo se ha servido para que pudiera llegar hasta este día, dándome cuenta de que ser sacerdote es una gracia que Dios se encarga de inventar cada día y que va poniendo en mí corazón para vivirla compartiéndola con los demás.

Cuarenta años de sacerdocio, en mi caso, se trata de una vida que ha estado marcada por la sencillez y lo ordinario de cada día entregado con generosidad y con el deseo de brindar a otros la posibilidad de encontrar, aunque sea, un pequeño espacio de felicidad, de consuelo y de paz en sus vidas. Ser instrumento de reconciliación y de perdón ha sido uno de los dones más bellos que he vivido viendo a muchas personas salir de su dolor retomando la vida con esperanza y gratitud.

En el día a día de todos estos años lo extraordinario y lo más bello que me ha sucedido es poder celebrar la Eucaristía siendo testigo de primera mano del gran misterio por medio del cual el Señor ha querido quedarse entre nosotros. Creo que puedo contar los días en que no pude celebrar la misa, incluso en ocasiones solo, en los momentos de la enfermedad que nos obligó a aislarnos.

Ha sido un gran regalo para mí el poder ser instrumento del perdón de Dios y me ha llenado el alma de alegría ver a tantos hermanos y hermanas salir del confesionario con el rostro resplandeciente y agradecido, porque a través del instrumento que soy, pudieron reencontrar el camino de la libertad y de la vida.

He sido padre y hermano para muchas personas y para muchos de mis compañeros combonianos. He sido oído que escucha, hombro sobre el cual han podido recargarse cuando la carga se hacía pesada. He sido simple instrumento en las manos de Dios que quiso tocar por mi medio la vida y el corazón de muchos que volvieron a sentirse amados.

Creo poder decir que mi sacerdocio ha sido un sacerdocio misionero y para la misión. He querido estar siempre disponible y he tratado de responder siempre con disponibilidad y generosidad a todos los servicios y ministerios que se me han solicitado. Deseo seguir en esa actitud y le pido a Dios la gracia de poder seguir diciendo sí a todo lo que se me pida con la certeza de que él me llevará por los caminos que me convienen.

De cara al futuro, siento que no tengo grandes planes ni proyectos y en mi corazón se mueve sólo el querer estar disponible y abierto a todo lo que el Señor seguirá haciendo en mi vida y a través de mí.

Me gustaría que los años que vienen me bridaran la oportunidad de crecer en la experiencia del abandono y que mi sacerdocio siga siendo envuelto por la experiencia de la alegría de saber que Dios pue de hacer grandes cosas en mi vida con lo poco que siento que puedo poner a su disposición.

Pido, como gracia, el seguir creciendo en entrega y generosidad para hacer de este ministerio un instrumento que brinde un poco de vida y de felicidad a todas las personas que iré encontrando por los caminos de la misión.

Me gustaría que los años de sacerdocio misionero que me esperan en el futuro sean años vividos con la pasión que movió siempre a san Daniel Comboni. Una pasión misionera vivida entre los más pobres y abandonados. Una misión vivida en comunión y construyendo fraternidad con las personas que podrá a mi lado.

Me encantaría que los años que vienen mi sacerdocio me permita acercarme un poco más a la cruz del Señor y que se me conceda la gracia de vivir sin poner límites a la entrega, al sacrificio, a la cercanía con quienes tienen necesidad de una palabra y de una mano tendida que les permita descubrir la presencia de Dios en sus vidas.

Hoy doy gracias porque el Señor ha sido bueno conmigo, porque me ha acompañado con una gran paciencia, porque ha sido fiel y en ningún momento me ha dejado solo. Doy gracias porque ha sido misericordioso y compasivo en los momentos en que, por mi fragilidad, no he sabido responder como él lo hubiera esperado.

Doy gracias porque voy entendiendo que soy sacerdote y misionero no por méritos míos, sino por una gracia enorme que el Señor sigue concediéndome, simplemente porque me ama.

Agradezco a quienes se alegran hoy conmigo y a quienes me han acompañado a lo largo de estos cuarenta años. Ha sido una bella experiencia, ha sido un largo peregrinar, ha sido un tiempo único en el que Dios nos ha hecho entender cuanto nos ama.

Que la aventura siga por muchos años y que cada instante se convierta en oportunidad para vivir dando gracias».

P. Enrique Sánchez González Mccj
29 de septiembre de 2024

Domingo XXVI ordinario. Año B

En su nombre: Marcos 9,38-48
“El que no está contra nosotros está a nuestro favor”

El pasaje del evangelio de hoy es la continuación del de la semana pasada. Todavía estamos “en casa” (Marcos 9,33), la casa de Pedro y de Jesús. El hecho de que esto suceda en casa tiene un valor simbólico. Significa que Jesús se dirige en particular a la comunidad cristiana, dando a los suyos normas de vida.

Después de la cuestión de quién sería el más grande y la catequesis de Jesús sobre la pequeñez, surge otro tema, planteado por el apóstol San Juan: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y queríamos impedírselo, porque no nos seguía”. Los “exorcistas”, para darle fuerza a su exorcismo, solían invocar nombres de ángeles y de personajes que se suponía tenían poder para sanar. Los Doce estaban celosos (como Josué en la primera lectura) de que otros, fuera del grupo, utilizaran el nombre de su Maestro. La respuesta de Jesús es contundente: “No se lo impidáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá enseguida hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.

Siguen tres dichos de Jesús insertados aquí, aparentemente desconectados entre sí. En realidad, cada sentencia está conectada con la anterior a través de una palabra o un tema. Tres temas emergen del conjunto del texto del evangelio: el nombre de Jesús, la pequeñez y el escándalo (hacia los pequeños y hacia nosotros mismos).

Puntos de reflexión

1. “En tu nombre”. Según lo que dice el apóstol San Juan, parece que los Doce querían “apropiarse” del nombre de Jesús. Solo ellos podían expulsar demonios en su nombre. Pretendían tener la exclusividad. Aquel otro lo hacía de forma indebida porque no era “uno de ellos”. La tentación de monopolizar el nombre de Cristo, de encapsularlo en nuestra iglesia, en nuestro grupo, asociación o movimiento, sigue siendo actual. Hemos dividido el mundo en dos: nosotros, que estamos “dentro”, y los otros, que están “fuera”. Pero, ¿quién está realmente “dentro” y quién está “fuera”?

El Espíritu es libre y no se deja confinar. El Reino de Dios no conoce fronteras de pensamiento, credo o religión. Él está presente y actúa en todas partes, tanto en el corazón del creyente como en el del agnóstico o ateo. ¡Solo Dios es realmente “católico”, es decir, universal, Dios y Padre de todos! Lamentablemente, a veces somos como San Juan y Josué: queremos apropiarnos del Espíritu y sufrimos de celos al ver que tantos son mejores, más generosos y solidarios que nosotros, sin hacer referencia al nombre de Cristo. Un día, ellos escucharán con asombro esta palabra de Jesús: “lo hicisteis a mí” y “lo hicisteis gracias a mí”. ¡Se puede actuar en nombre de Cristo sin siquiera saberlo! El cristiano “católico” es aquel que es capaz de reconocer la presencia de Dios dondequiera que se haga el bien, de maravillarse y alabar al Señor, santificando así su Nombre.

La expresión “en mi nombre” (en boca de Jesús) o “en tu nombre” (en boca de los apóstoles) o en el nombre de Jesús/Cristo/Señor aparece frecuentemente en el Nuevo Testamento, pero particularmente en los evangelios (casi cuarenta veces) y en los Hechos de los Apóstoles (unas treinta veces). El cristiano es aquel que actúa en el nombre de Jesús: nace, vive, ama, obra, ora, anuncia, hace el bien, combate el mal, sufre, es perseguido, muere… siempre por causa de Su Nombre. Su Nombre se convierte progresivamente en nuestra identidad, en nuestro nombre, hasta poder decir como Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2,20).

Podemos preguntarnos, sin embargo, si es este nombre el que regula nuestra vida. Porque puede suceder que sean otros nombres (de los numerosos ídolos) los que dominen nuestra vida, olvidándonos de que “en ningún otro hay salvación; no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual estemos llamados a salvarnos” (Hechos 4,12).

2. Los pequeños gestos hechos en Su Nombre. “Cualquiera que os dé a beber un vaso de agua (Mateo añade: “fresca”) en mi nombre porque sois de Cristo, en verdad os digo, no perderá su recompensa”. Este dicho de Jesús, sobre el valor de los pequeños gestos, se conecta con el anterior por la alusión al nombre de Jesús. Hacer las cosas en el nombre de Cristo trae un excedente de gracia, incluso si se trata de pequeños gestos, porque “son los gestos mínimos los que revelan la verdad profunda del hombre” (S. Fausti).

3. La atención a los pequeños: “El que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar”. Ser arrojado al mar era la peor de las muertes, ya que solo el cuerpo sepultado podría resucitar. Jesús se refiere aquí a los débiles en la fe, pero lo que él dice se puede aplicar a todo tipo de pequeños: los marginados, los pobres, los sufrientes, los necesitados…

4. La poda continua. “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtala… Si tu pie…, córtalo… Si tu ojo…, arrójalo”. Jesús usa expresiones muy duras para expresar la determinación en la lucha contra lo que en nuestra vida nos hace tropezar y caer. Quizás tengamos manos, pies y ojos que cortar o arrancar. Muchas veces somos como ciertas figuras de la mitología griega, con cien manos que agarran todo, cien pies que continuamente nos desvían del camino correcto, cien ojos que nos impiden centrar nuestra mirada en Cristo. La vida del cristiano requiere una poda continua. Tal vez hoy esta palabra nos invite a un examen de conciencia para discernir qué debo cortar para no correr el riesgo de perder la vida.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Tres “dichos” de Jesús
Comentario a Mc 9, 38-48

Los evangelios, además de narrar episodios de la vida de Jesús y reproducir las parábolas que contaba, recogen y organizan, cada evangelista a su modo, colecciones de “dichos” que Él seguramente pronunció en distintas ocasiones y  que los primeros discípulos recordaban de memoria, compartían entre sí y transmitían a los nuevos discípulos como un tesoro de sabiduría y una guía práctica para sus vidas. En el texto que leemos en este domingo podemos identificar tres de estos dichos, que yo entiendo de la siguiente manera:

1. El bien no tiene fronteras religiosas o de otro tipo. El dicho exacto de Jesús es “quien no está contra nosotros está con nosotros” y lo dice porque algunos querían impedir que personas que no pertenecían al grupo de los discípulos actuasen en su nombre. Es como si hoy prendiéramos que un no cristiano no ayudase a los pobres, porque no es cristiano. Cualquier bien, venga de donde venga, es una participación de la bondad de Dios. Debemos reconocerlo, agradecerlo y alegrarnos.

2. Un vaso de agua puede tener un valor infinito. Jesús dice exactamente: “Quien dé un vaso de agua en mi nombre, no perderá su recompensa”. A veces hace falta poco para alegrar la vida de una persona, para hacer que se sienta respetada, para darle esperanza ante las dificultades. Dar un vaso de agua es signo de acogida, de respeto, de disponibilidad a “echar una mano” si hace falta. El que da un vaso de agua al que lo necesita, está abierto al otro y quien se abre al otro se abre a Dios. ¿Cuál es el “vaso de agua” que yo puedo ofrecer a las personas que encuentro e mi alrededor?

3. ¡Ojo con ser un tropiezo para los pequeños! Marcos recoge aquí varias sentencias que tienen como elemento común una referencia al “escándalo”. Sabemos que esta palabra significa, en realidad, “tropiezo”, es decir, “zancadilla”, hacer que una persona indefensa caiga. Jesús, que es bondadoso y lleno de ternura, se vuelve serio y duro cuando alguien profana la casa de su Padre (el templo) o cuando alguien quiere hacer tropezar a los pequeños, a los “pobres de Yahvè”, a los que sólo tienen a Dios en quien confiar. Con los “pequeños” de Dios no se juega. Al mismo tiempo, Jesús nos dice algo así como: “No te hagas trampas a ti mismo”; si algo te está haciendo daño, no pactes con el mal, córtalo de raíz, escoge el camino del bien con decisión y claridad.

Como cada domingo, al celebrar la Eucaristía y escuchar estas palabras de Jesús, le decimos: Amén, gracias, quiero que estas palabras iluminen mi vida de hoy y de siempre. Ayúdame a hacer que sean verdad en mí.

P. Antonio Villarino
Bogotá


Evangelizar sin monopolizar a Dios
Números 11,25-29; Salmo 18; Santiago 5,1-6; Marcos 9,38-43.45.47-48

Reflexiones
Fanatismo, fundamentalismo, intolerancia, sectarismo, integrismo, intransigencia, proselitismo, relativismo, sincretismo, diálogo, apertura, misión… La palabra de Jesús en el Evangelio de hoy viene a aclarar un cúmulo de palabras que abundan en el lenguaje de muchas personas y en los medios de comunicación social, que, con diferentes enfoques, discuten sobre estos temas de actualidad religiosa y política. Jesús toma la ocasión del exceso de celo del apóstol Juan y de otros discípulos, que querían prohibir a otra persona echar demonios en el nombre de Jesús, “porque no es de los nuestros” (v. 38). Jesús interviene diciendo: “No se lo impidan” (v. 39). En una circunstancia análoga, también Moisés (I lectura) había reaccionado en contra de la petición recelosa de su colaborador y futuro sucesor, Josué, deseando no una restricción sino una mayor efusión del Espíritu del Señor sobre su pueblo “¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta!” (v. 29).

Josué y Juan –el joven apóstol bien merece el sobrenombre de ‘hijo del trueno’, como lo llama Jesús (Mc 3,17)– tienen, lamentablemente, numerosos seguidores en cada cultura y religión. Impedirprohibir…los verbos usados por Josué y Juan no agradan a Jesús, el cual no quiere impedir a nadie hacer el bien o pronunciar palabras buenas (v. 39). La de Josué y Juan es la tentación típica de todo movimiento integrista, así como de las personas que viven encerradas en su gueto. El miedo de lo que es diferente por origen, cultura, religión, etc., provoca sentimientos y actos de cerrazón, exclusivismo, rechazos. En algunos partidos y ambientes políticos la xenofobia llega al punto de considerar a otros como criminales por el solo hecho de ser extranjeros, inmigrantes, prófugos, refugiados, clandestinos.

Cabe subrayar la razón aducida por Juan: “Se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros” (v. 38). “No dice que no sigue a Jesús, sino que no les sigue a ellos, los discípulos, revelando así que tenían muy arraigada la convicción de ser ellos los únicos detentores del bien. Jesús les pertenecía tan solo a ellos, que eran el punto de referencia obligado para todo el que quisiera invocar su nombre; se sentían molestos por el hecho de que alguien realizara prodigios sin pertenecer a su grupo… El orgullo de grupo es muy peligroso: es solapado y hace que se tome por santo celo lo que es puro egoísmo camuflado, fanatismo e incapacidad de admitir que el bien existe también más allá de la estructura religiosa a la que se pertenece” (Fernando Armellini).

Aquí están en juego valores misioneros de primera magnitud. La salvación y la posibilidad de hacer el bien no son monopolio de una clase privilegiada de elegidos y especialistas, sino un don que Dios ofrece ampliamente a cada persona abierta al bien y disponible para ser portadora de amor y de verdad. El Espíritu del Señor se nos da gratuitamente, pero no en exclusiva: nadie, ninguna religión debe pretender monopolizar a Dios, a su Espíritu, la verdad o el amor. La respuesta de Jesús (v. 39) no varía si el que hace una obra buena es clandestino, musulmán, gitano, rechazado, encarcelado, drogadicto… Jesús daría la misma respuesta que dio a Juan, aunque el que lo pidiese fuera un budista, un musulmán u otro. Se trata de una afirmación que no disminuye en nada la verdad de Cristo único Salvador y fundador de la Iglesia; más bien, subraya su universal irradiación misionera.

Para una correcta comprensión de esta doctrina, hay que evitar dos extremos: por un lado, el fanatismo intolerante de quien no admite otras verdades fuera de la propia; y, por otro, el relativismo que no reconoce nada como definitivo y lo deja todo incierto y confuso. “La verdad es una sola, pero tiene muchas facetas como un diamante”, afirmaba Gandhi. Según la fe cristiana, Jesús es la Palabra del Padre, es la verdad personificada y encarnada, de la cual proceden las semillas de verdad y de amor presentes en el mundo entero: de Él vienen y a Él hacen referencia. Solo con este doble movimiento –centralidad e irradiación de Cristo– se superan los peligros del integrismo y del relativismo. La evangelización se funda sobre la posibilidad de un diálogo. El celo misionero bien entendido no es fanatismo, ni imposición, sino la propuesta gozosa y respetuosa de la propia experiencia de vida. Siempre respetando la libertad de las personas, el único camino para la difusión del Evangelio es el testimonio gozoso de la fe y del amor por Jesucristo.

Palabra del Papa

“La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad”.
Papa Francisco
Encíclica «Laudato si’», 24-5-2015, n. 201

A cargo de: P. Romeo Ballán
Misioneros Combonianos (Verona)


NADIE TIENE
LA EXCLUSIVA DE JESÚS

José Antonio Pagola

La escena es sorprendente. Los discípulos se acercan a Jesús con un problema. Esta vez, el portador del grupo no es Pedro, sino Juan, uno de los dos hermanos que andan buscando los primeros puestos. Ahora pretende que el grupo de discípulos tenga la exclusiva de Jesús y el monopolio de su acción liberadora.

Vienen preocupados. Un exorcista no integrado en el grupo está echando demonios en nombre de Jesús. Los discípulos no se alegran de que la gente quede curada y pueda iniciar una vida más humana. Solo piensan en el prestigio de su propio grupo. Por eso, han tratado de cortar de raíz su actuación. Esta es su única razón: “No es de los nuestros”.

Los discípulos dan por supuesto que, para actuar en nombre de Jesús y con su fuerza curadora, es necesario ser miembro de su grupo. Nadie puede apelar a Jesús y trabajar por un mundo más humano, sin formar parte de la Iglesia. ¿Es realmente así? ¿Qué piensa Jesús?

Sus primeras palabras son rotundas: “No se lo impidáis”. El Nombre de Jesús y su fuerza humanizadora son más importantes que el pequeño grupo de sus discípulos. Es bueno que la salvación que trae Jesús se extienda más allá de la Iglesia establecida y ayude a las gentes a vivir de manera más humana. Nadie ha de verla como una competencia desleal.

Jesús rompe toda tentación sectaria en sus seguidores. No ha constituido su grupo para controlar su salvación mesiánica. No es rabino de una escuela cerrada sino Profeta de una salvación abierta a todos. Su Iglesia ha de apoyar su Nombre allí donde es invocado para hacer el bien.

No quiere Jesús que entre sus seguidores se hable de los que son nuestros y de los que no lo son, los de dentro y los de fuera, los que pueden actuar en su nombre y los que no pueden hacerlo. Su modo de ver las cosas es diferente: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

En la sociedad moderna hay muchos hombres y mujeres que trabajan por un mundo más justo y humano sin pertenecer a la Iglesia. Algunos ni son creyentes, pero están abriendo caminos al reino de Dios y su justicia. Son de los nuestros. Hemos de alegrarnos en vez de mirarlos con resentimiento. Hemos de apoyarlos en vez de descalificarlos.

Es un error vivir en la Iglesia viendo en todas partes hostilidad y maldad, creyendo ingenuamente que solo nosotros somos portadores del Espíritu de Jesús. El no nos aprobaría. Nos invitaría a colaborar con alegría con todos los que viven de manera evangélica y se preocupan de los más pobres y necesitados.

José Antonio Pagola

Domingo XXV ordinario. Año B

Ser el primero y el más grande es una ambición instintiva, presente en el corazón de cada persona y en todas las culturas, incluso en las comunidades cristianas de antigua o de reciente fundación. Jesús invierte esta lógica humana y mundana. Lo afirma con palabras; más tarde dará testimonio de ello, arrodillándose, como un esclavo, para lavar los pies a sus discípulos. Él, “el Señor y el Maestro” (Jn 13,14) ha escogido el último lugar.
El anuncio entre el camino y la casa

El último de todos y el servidor de todos.
Marcos 9,30-37

La palabra de Dios de este domingo vuelve sobre el tema de la muerte y resurrección de Jesús. Es la segunda vez que Jesús anuncia a sus discípulos el evento trágico de su muerte, que marcará su mesianismo. La primera vez, lo hizo cerca de Cesarea de Filipo, en territorio pagano (8,31). Hoy repite este anuncio mientras atravesaban Galilea (9,31). La tercera vez, lo hará en el camino para subir a Jerusalén (10,32-34). Tres veces para subrayar su importancia.

La reacción de los apóstoles ante este anuncio es, cada vez, de incomprensión: “Pero ellos no entendían estas palabras y tenían miedo de preguntarle”. El evangelista subraya esta incomprensión relatando cada vez un episodio en el que los apóstoles se comportan de manera contraria a lo que Jesús les está diciendo. La primera vez es Pedro quien lo reprende por esta predicción inaudita, provocando una fuerte reacción de Jesús, que lo llama “Satanás”. La segunda vez (hoy) los apóstoles discuten entre ellos sobre quién es el más grande. La tercera vez serán Santiago y Juan, quienes pedirán a Jesús sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda, provocando la indignación de los otros diez. Ante esta incomprensión y terquedad, Jesús responde cada vez con una catequesis: la primera vez sobre la cruz; la segunda (hoy) sobre la pequeñez; la tercera vez sobre el servicio.

¿Cómo se puede explicar tal obstinación? San Marcos no nos presenta una imagen idealizada de los apóstoles. Más bien, subraya sus límites y debilidades. Jesús no eligió personas perfectas, sino personas normales, como nosotros. San Pablo incluso dirá que Dios eligió a los últimos en la escala social para llevar adelante su proyecto: “Considerad, hermanos, vuestra vocación: no hay entre vosotros muchos sabios desde el punto de vista humano, ni muchos poderosos, ni muchos nobles… para que nadie pueda gloriarse ante Dios.” (1 Corintios 1,26-29).

La dificultad de los apóstoles para seguir al Señor nos conforta y nos fortalece en la esperanza de que la gracia de Dios puede realizar en nosotros lo que ha hecho en la vida de los apóstoles.

Puntos para la reflexión

1. Jesús hace los tres anuncios caminando. San Marcos gusta de presentar a Jesús en movimiento, en el camino. Imparta su enseñanza mientras camina. Es un rabino itinerante y viene a nuestro encuentro en los caminos de la vida. Se acerca y camina con nosotros como compañero de viaje, muchas veces sin ser reconocido de inmediato, como en el caso de los dos de Emaús. El signo de su paso es la relectura iluminada de los eventos dolorosos de la vida y el ardor que despierta en nuestro corazón.

2. Jesús “enseñaba a sus discípulos”, revelándoles el proyecto de Dios. “Pero ellos no entendían estas palabras y tenían miedo de preguntarle”. ¿Por qué tenían miedo de preguntarle? ¡Porque no querían entender! A veces también a nosotros nos pasa que no queremos hacerle preguntas sobre ciertas situaciones de nuestra vida, porque tememos la respuesta. Preferimos no entender, porque no estamos listos para actuar en consecuencia.

3. “Quando estuvo en casa, les preguntó…”. Jesús sale de casa para recorrer los caminos y encontrarse con la gente, pero también le gusta volver a casa para disfrutar de la intimidad con los suyos. Allí comentan los hechos del día y los discípulos piden explicaciones sobre lo que no han entendido (esta vez no, sin embargo). La casa de Jesús (que en realidad es la de Pedro) está abierta a cuantos acuden para escucharlo o ser sanados. Jesús se deja molestar y no fija horarios de citas. También le gusta visitar la casa de sus amigos y de aquellos que lo invitan, sean fariseos o publicanos. A veces incluso se invita a sí mismo, como hizo con Zaqueo. Esta costumbre suya se ha mantenido. De hecho, en el Apocalipsis dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré a su casa, cenaré con él y él conmigo.” (3,20).

4. “¿De qué discutíais por el camino? Y ellos callaban. Porque en el camino habían discutido entre ellos sobre quién era el más grande”. ¿No sucede algo parecido entre nosotros? Todos buscamos un pequeño lugar al sol del aprecio y la estima de los demás. Todos queremos destacar en algo. Y nuestra psique es realmente ingeniosa para encontrarlo, incluso en situaciones de infelicidad, atrayendo la compasión de los demás. Por eso también nosotros guardamos silencio. Nos avergonzaríamos de decirlo. Pero, ¿por qué no preguntarnos personalmente: ¿dónde busco yo sobresalir? Sería una buena ocasión para desenmascarar la serpiente de nuestra vanagloria.

5. “Se sentó, llamó a los Doce y les dijo…”. El Maestro se sienta en cátedra, los llama y les habla. Esta vez lo hace con calma y paciencia. ¡No como el domingo pasado con el pobre Pedro, cuando parecía haber perdido los estribos! Pues bien, ¿queréis saber quién es el más grande? “¡El último de todos y el servidor de todos!”. Así que, ¡tienes que ir al final de la fila! Y para ser más claro, a la palabra añade un gesto: “Tomó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, me recibe a mí…”. El niño era el símbolo de la pequeñez, de quien no contaba entre los “grandes” de la casa. Hoy, sin embargo, tal vez Jesús colocaría en medio de nosotros a otra persona. ¿A quién? Tal vez a uno de los que menciona en Mateo 25: “En verdad os digo: todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, me lo hicisteis a mí.”

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Servidores humildes y testigos valientes
del Evangelio

Sab  2,12.17-20; Sl  53; Stg  3,16-4,3; Mc  9,30-37

Reflexiones
El Evangelio no es un código de leyes, sino el autorretrato de Jesucristo. En el pasaje del Evangelio de hoy Marcos presenta a Jesús maestro que instruye, repetidamente, a sus discípulos acerca de su identidad de Hijo del hombre que será matado, pero a los tres días resucitará (v. 31). Es una lección que los discípulos no pueden entender, porque están preocupados por los primeros puestos (v. 34). Jesús desarma sus ambiciones  de poder, definiéndose a sí mismo como “el último de todos y el servidor de todos” (v. 35). Es el pequeño, el niño, a quien el Padre ha enviado (v. 37).

Ser el primero y el más grande es una ambición instintiva, presente en el corazón de cada persona y en todas las culturas, incluso en las comunidades cristianas de antigua o de reciente fundación. Jesús invierte esta lógica humana y mundana. Lo afirma con palabras; más tarde dará testimonio de ello, arrodillándose, como un esclavo, para lavar los pies a sus discípulos. Él, “el Señor y el Maestro” (Jn 13,14) ha escogido el último lugar. De esta manera, Jesús tiene autoridad moral para enseñar a cada persona y a todos los pueblos un nuevo estilo de relaciones humanas, espirituales y sociales. La primera relación que toda persona está llamada a vivir es la filiación con Dios, es decir, la relación filial respecto a Dios, Padre-Madre y Creador. Le sigue la relación de fraternidad con sus semejantes: todos somos hijos del mismo Padre y, por tanto, hermanos/hermanas. Cultivar estas relaciones de filiación y fraternidad hace vivir, da serenidad y alienta el corazón de las personas.

En cambio, las relaciones ‘patrón-dependiente’, ‘superior-súbdito’ son posteriores, empobrecedoras y estériles. La mera relación de dependencia a menudo contamina las relaciones humanas y sociales, incluso en el seno de la Iglesia. En efecto, enseña el apóstol Santiago (II lectura) que las “envidias y rivalidades” (v. 16) son pasiones que perturban las relaciones humanas y provocan desorden, guerras, contiendas… Todo lo contrario de la “sabiduría que viene de arriba”, la cual produce frutos de paz, mansedumbre, misericordia, servicio (v. 17). “Dios no se identifica con el héroe sino con el Dios frágil que asume el escándalo del amor. Porque, si la cruz como condenación es injusta y violenta (un acuerdo entre poder político y religioso), su ir hacia la muerte es, en cambio, la consciente y libre adhesión a ese Reino de justicia que es el contenido mismo de su misión. Si los brazos de Jesús son clavados en la cruz por un poder perverso, Él por toda la vida abre los brazos como estilo de su entrega. En este sentido Jesús asume la injusta condena, pero la vive desde dentro como extrema consecuencia de su amor entregado” (Marco Campedelli). (*))

Jesús, que no ha venido para ser servido, sino para servir (Mc 10,45) y ser “el servidor de todos”, hace el gesto muy significativo de acercar a un niño, ponerlo en medio de ellos y abrazarlo, invitando a sus discípulos a hacer lo mismo (v. 35-37). Un gesto que revela un mensaje y un etilo. Lanza un mensaje de atención amorosa a las personas más débiles, indefensas, necesitadas que dependen en todo. El hecho de que Jesús tome y abrace a un niño  -más adelante acariciará y bendecirá a varios niños-  (cfr. Mc 10,13-16) nos confirma que Él era una persona agradable, afable. Aunque los Evangelios nunca dicen que Jesús haya reído o sonreído, el estilo de su relación con los niños nos revela que era una persona amable, acogedora, sonriente. De lo contrario, los niños no se hubieran acercado, sino que se habrían alejado de Él. El llamado de Jesús en favor de los niños tiene plena actualidad, ante los muchos casos de pequeños víctimas de guerras, abusos y faltas de atención. El objetivo de la “Jornada para los Niños de la Calle” (30 de septiembre) está en sintonía con el Evangelio.

Se acerca el octubre misionero y el Sínodo sobre los jóvenes . La conducta transparente y humilde, pero firme, de la persona honesta, que sirve a su Dios y ama al prójimo, provoca a menudo la indignación de los malvados, que la quieren eliminar (I lectura). Esta es la historia, antigua y moderna, de muchos misioneros asesinados porque eran testigos incómodos: o bien porque denunciaban injusticias y abusos (por ejemplo, Juan el Bautista, Óscar Romero…), o bien porque eran un estorbo por su servicio silencioso (Carlos de Foucauld, Pino Puglisi, Annalena Tonelli…). Con afecto y oración recordamos siempre a los anunciadores del Evangelio (misioneros, simples fieles y comunidades cristianas) que dan testimonio y difunden el Reino de Dios en situaciones de persecución, opresión, cárcel, discriminación, tortura, muerte. Pero el que cree y sufre con amor no está nunca solo. Porque está seguro de que “el Señor sostiene mi vida” (Salmo responsorial). Así va creciendo el Reino de Dios.

Palabra del Papa

(*)  “Ponerse al seguimiento de Jesús significa tomar la propia cruz… para acompañarle en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, la que nos libera del egoísmo y del pecado… Jesús nos invita a perder la propia vida por Él, por el Evangelio, para recibirla renovada, realizada y auténtica… Hay jóvenes aquí en la plaza: chicos y chicas. Yo les pregunto: ¿habéis sentido el deseo de seguir a Jesús más de cerca? Piensen. Recen. Y dejen que el Señor les hable”.
Papa Francisco
Angelus, domingo 13 de septiembre de 2015

P. Romeo Ballán, misionero comboniano