José Manuel Hernández, nuevo sacerdote comboniano

Este sábado, 11 de octubre, el comboniano José Manuel Hernández Cruz fue ordenado sacerdote en la parroquia de Santa María Reina del Rosario de Coatzacoalcos, Veracruz, por la imposición de manos de Mons. Rutilo Muñoz Zamora, obispo de Coatzacoalcos. El domingo 12 celebrará su primera misa en la parroquia San Rafael Guízar y Valencia de la misma ciudad.

José Manuel Hernández Cruz, originario de la colonia Teresa Morales en Coatzacoalcos, Veracruz, nació en una familia católica. Hijo de Víctor Hernández León y Aurora Cruz Ventura (ya fallecida), comenzó como monaguillo en la capilla Sagrada Familia y colaboró activamente en su parroquia de origen. En 2007 ingresó al seminario menor de la Diócesis de Coatzacoalcos y en 2010 pasó al Seminario Mayor.

Tras un discernimiento espiritual, comenzó su proceso vocacional con los Misioneros Combonianos en 2015. En 2016 ingresó en el postulantado comboniano de San Francisco del Rincón, Guanajuato, donde vivió dos años de formación y concluyó sus estudios teológicos. En 2018 inició el noviciado en Xochimilco y el 9 de mayo de 2020 hizo su primera profesión religiosa. Fue destinado al escolasticado en Casavatore, Italia, donde obtuvo la Licencia en Teología Bíblica. A finales de 2023 regresó a México y en enero de 2024 comenzó su servicio misionero en Monterrey, donde fue ordenado diácono el 8 de febrero del mismo año.

Durante la homilía de ordenación sacerdotal, Mons. Rutilo afirmó que las lecturas escogidas para la ceremonia son las palabras más hermosas que Dios le puede decir a un ser humano: “Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré profeta para las naciones” (Jr 1,5). Sobre el evangelio, el Obispo invitó a José Manuel a permanecer siempre al lado de Jesús: “Escogió a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14).

El P. José Manuel, que tuvo un recuerdo muy especial para su mamá, que ya goza en la presencia del Señor, celebrará su primera misa al domingo 12 en la parroquia san Rafael Guízar y Valencia, también de Coatzacoalcos.

AQUÍ el video de la ordenación

¡Viva la vocación misionera!

Pr: P. Pedro Andrés Miguel, mccj
Desde Urucancha, Lima (Perú)

El pasado 14 de agosto 2025 estuve celebrando 40 años de haber sido asociado al ministerio sacerdotal del Corazón Traspasado de Jesucristo el Buen Pastor. ¡Bendito sea Dios Padre de nuestro señor Jesucristo que me ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales!

La ordenación sacerdotal significó para mí la encarnación definitiva en mi persona de la vocación misionera como misionero comboniano puesto que previamente había sentido una llamada a consagrar mi vida para el servicio misionero siguiendo los pasos de Cristo Jesús. Todo eso que ya tenía dentro, ahora iba visibilizándolo y tomando conciencia de ello.

Por el bautismo, que recibí a la semana de nacer y demás sacramentos de iniciación, se me incorporó a Cristo sacerdote, profeta y rey. Iba tomando forma mi identidad y pertenencia. Descubrí a Jesús, el hombre libre y liberador, capaz de amar hasta el extremo. Sentí que me llamaba por mi nombre para ser discípulo misionero suyo, imitador de su forma de vida. Se había encarnado pobre, casto y obediente.

Abracé la vida consagrada para la misión con 22 años, en 1981. Seguí con intensidad y entrega la formación comboniana en Chicago (USA).  El día 14 de agosto 1985, en mi pueblo Villarrabé, Palencia (España), fui ungido, agraciado, con el sacramento del orden sacerdotal. Una gracia que no sólo se ha renovado en los diferentes aniversarios sino es una gracia de cada día que regenera mi corazón y sigue deseando tener los mismos sentimientos y disposiciones del Corazón de Jesús, así como lo vivió San Daniel Comboni.

Reconozco en mi corazón un corazón de misionero comboniano, un corazón de misionero pastor. Se renovó en mí esa gracia de muchas maneras: felicitaciones, celebración del aniversario, regalitos, ofrendas, la oración, la Eucaristía, el contacto pastoral… Una muy especial y muy sencilla a la vez, porque toca la raíz, fue visitando la comunidad cristiana que peregrina con esperanza en Urucancha.

Urucancha, es un nuevo asentamiento humano en Nueva Pamplona, San Juan de Miraflores, periferia extrema de Lima. Vivirán en torno a unas 30 familias sin certeza jurídica. Están en manos de negociantes de terrenos. Algunos tienen su propio terreno y otros sólo compran para vender, especulando. Todo es precario: las edificaciones donde viven, tampoco hay escuela, ni siquiera para los más pequeños. Hasta hace poco se disponía de un local donde se tenía la olla común para todos los necesitados y era lugar de encuentro para los niños en edad escolar, para viajar juntos a la escuela. Ahí también celebrábamos la Misa. Ahora ya no existe. Los traficantes vieron que “ahí se movía plata” (apoyo al transporte escolar, comida, las ofrendas de la Misas), y pretendieron tener su parte. Resultado: hubo que dejar ese local.

La pobreza, la precariedad, la injusticia, la discriminación fue lo que primero y más fuerte conmovió mi corazón. En esta visita a la comunidad reunida y esperando que llegara para celebrar la Santa Misa, vi la alegría en sus rostros, la precariedad en su vestimenta de mamás y muchos niños y niñas, el lugar prestado y todos amontonados, su participación en la escucha de la Palabra (algunos niños y niñas leyeron muy bien las lecturas y respondieron muy bien) y en el sacramento (hay algunas catequistas que desde hace un par de años suben cada domingo para la catequesis y la celebración dominical). Todo eso produjo una inmensa alegría en mi y lo asocié a una confirmación más de que la vocación misionera es fuente de profunda alegría y felicidad para quien la sigue, porque quienes te acogen estarán eternamente agradecidos porque un día estuviste con ellos y tu corazón se quedó con ellos.

Amas desde el Corazón traspasado –movido por compasión que los carga sobre sus hombros-, el Corazón traspasado de Cristo Buen Pastor que da vida abundante, que cuida la vida que salva. Ese es el origen de mi vocación, la cuestión humana y social. El año pasado apoyamos a las familias para que sus hijos tuvieran un minibús que los llevara y trajera al colegio. Las familias están muy agradecidas porque solas no hubieran podido.

La vocación comboniana tiene dos pulmones con los que respira y oxigena todo el organismo: la evangelización y la promoción humana. El joven misionero Daniel Comboni, de regreso a Europa después de sus primeras experiencias misioneras en África, va a Roma para el reconocimiento eclesial de la santidad de Santa Margarita María Alacoque (la monja francesa que recibió diversas apariciones del Corazón de Jesús). Allí Comboni concibe un plan para responder a su llamada a la vocación misionera en Africa, que siente viene del Corazón de Jesús, pues dice: «el católico (él mismo) miró a África al puro rayo de su fe y descubrió allí una miríada infinita de hermanos pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un mismo Padre común arriba en el cielo maltratados por Satanás y al borde del más horrendo precipicio (la esclavitud, los esclavizados). Entonces, llevado por el ímpetu de aquella caridad salida del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sintió que se hacían más frecuentes los latidos de su corazón, y una fuerza divina pareció empujarle hacia aquellas tierras para estrechar entre sus brazos y dar un beso de paz y de amor a aquellos infelices hermanos suyos» (Escritos 2742).

San Daniel Comboni, reconocido santo por la iglesia, es un modelo a seguir. Muchos y muchas lo han seguido en estos más de 150 años de misión del Buen Pastor, confiada a la familia comboniana; y, ¡uno de esos soy yo!

 Yo descubrí el sacerdocio como la mejor parte, porque me sentí y me siento llamado a esta vocación. Sacerdocio no del Antiguo Testamento, no es el sacerdocio de sacristía y templo. Más bien, se quiere parecer mucho a la forma del Buen Pastor, a la de San Daniel Comboni.  Implica salir del costado de Cristo para ir al encuentro del excluido, descartado, alejado, del más pobre y abandonado, para hacerle comprender que es hijo creado, igualito que el resto de seres humanos, creados por el Único creador, a su misma imagen y semejanza. Tenemos un origen común y un destino común. El abrazo de paz a quien fue pisoteada su dignidad es un anuncio, le hace nacer a la fraternidad de sentirnos un solo Pueblo fiel de Dios. El sacerdocio misionero es puente con doble dirección, de ida y vuelta, con pertenencia espiritual múltiple anclado en el Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra.

He tenido la dicha de caminar con algunos pueblos originarios. Mis diversas entradas y salidas en “porciones” del Único Pueblo de Dios me han dado mucho, mi cosmovisión ha profundizado mucho en lo esencial y se ha ampliado mucho en los horizontes. He podido estar algunos años con los Chinantecos en Oaxaca, México, otros más con los Maya Q’eqchi’ en Petén, Guatemala, y ahora me gustaría acercarme a las Cosmovisión Andina y Pueblos Originarios en la selva peruana. No me siento ni ansioso ni amenazado por las evidentes dificultades de comunicación a causa del idioma. Al contrario, nace en mi una empatía y deseos de estar, de cercanía que creo es captado por muchos de quienes me encuentro. Mi opción misionera andaba por África, se me dio esta otra de la cual me siento plenamente realizado como “comboniano” también. (Tengo pendiente hacer memoria de las gracias recibidas entre los pueblos originarios).

Algunas veces había subido a Urucancha ansioso, preocupado. En esta ocasión tanto subida como bajada estuvieron plagados de semillas de esperanza, ¡será por el Jubileo de la Esperanza! Subí con un grupo de unos 15 jóvenes chicos y chicas de la parroquia que se preparan para la confirmación. En el camino, donde termina la mancha urbana, hay una montañita, que supuestamente está protegida, en la que hay semilleros, recogida de agua con “atrapanieblas” y muchas zonas que verdean las semillas plantadas y las flores autóctonas. Los chicos caminaban para arriba exigidos por el esfuerzo y con mucho respeto, tal vez miedo, por el lugar a dónde íbamos, con sus riesgos y peligros. La alegría exuberante de las dos catequistas que suben frecuentemente y que ya habían informado que yo llegaría.

La acogida de la comunidad es sencilla, afectuosa, sincera, nada interesada. Hermosa la actitud en la Eucaristía y el que muchos recibieran el cuerpo de Cristo. Incluso han arreglado los senderos y tanto subida como bajada son más placenteros, por lo que el regreso fue un Magnificat y un sueño. Soñé que otros, algunos, entre los jóvenes que me acompañaron, en la comunidad donde hicimos Eucaristía, entre los que lean estas líneas, se miren y tal vez cuando sientan dentro un golpeo por el sufrimiento ajeno no miren para otra parte, es Dios que te hace entender sus deseos de que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Necesita de ti para llegar a los que todavía no están. Es la vocación misionera. San Daniel Comboni lo codificó así: “Salvar Africa por medio de Africa”. La gracia para ser “graciosa” necesita la colaboración de la naturaleza de cada uno y la hace digna.

Llamados a ir y anunciar

En octubre estamos invitados a rezar y contribuir de manera concreta con la labor misionera en el mundo y, para nosotros combonianos, es también un mes en el que celebramos el día de nuestro fundador: san Daniel Comboni.

Por: P. Wédipo Paixão, mccj

Nos sentimos agradecidos con Dios por los dones concedidos a su pueblo. Entre esos regalos de su parte, tenemos a los combonianos que este año celebraron su 25 aniversario presbiteral y las ordenaciones de nuevos sacerdotes misioneros originarios de nuestro continente.

Tal es el caso del joven Alex Nunes, de Brasil, ordenado presbítero el pasado 9 de agosto. Fue un momento de gran alegría para todo el continente, en especial, su pueblo natal, que ha dado a nuestra Iglesia más de 30 vocaciones de sacerdotes, religiosos y un cardenal. Alex, es el primer misionero de su localidad, y su próximo destino será Sudán, donde vivirá sus primeros años de ministerio.

Aunque se dice que hay una crisis vocacional para optar por la vida religiosa, es posible distinguir que diversas congregaciones aún cuentan con jóvenes que quieren seguir a Jesús mediante la radicalidad de los consejos evangélicos. El Señor de la mies sigue llamando y enviando a sus discípulos, pues Él nunca abandona a su pueblo.

Hoy, cuando miramos la triste realidad de las guerras, el llamado más fuerte que Dios nos pide realizar es transformarnos en misioneros de la esperanza. Desde nuestro propio país, donde la violencia y la injusticia han robado la alegría y paz de nuestros pueblos, Jesús nos invita a descubrir los caminos de conversión.

San Pablo decía: «Anunciamos a Cristo el Crucificado, muerto y resucitado» (cf 1Cor 1,23); Él es la fuerza de Dios, en la cual depositamos nuestra esperanza y Él nunca nos defrauda. Cristo, el Resucitado, nos invita a realizar su proyecto de vida plena en todos nosotros, y a salir y predicarlo en los rincones más remotos del mundo.

No estamos ante una crisis vocacional, sino ante una dificultad para dar respuesta a una elección. Tenemos muy buenos jóvenes en nuestras familias y parroquias, que realizan cosas maravillosas, que son sensibles a la realidad de los más pobres y que están atentos a los servicios litúrgicos; todo eso es bueno, pero debemos transcender.

La dificultad para decir «sí» a la opción de la vida consagrada se presenta ante el miedo de dejar todo; nos cuesta trabajo abrazar ese proyecto de vida que nos compromete más, como es la vida misionera. Recordemos la respuesta de los primeros discípulos de Jesús cuando les dijo: «Vengan y síganme». Y ellos, «dejando las redes, fueron con Él», nos reseña el evangelista Mateo.

Por ello, en los evangelios siempre escuchamos que el Maestro está en «constante movimiento» con sus discípulos. Él no se queda en los lugares donde la gente lo quiere, y se aleja de los lugares donde lo rechazan, porque el anuncio del Reino debe seguir siempre adelante hasta llegar a todas las realidades.

En otras épocas, se podría argumentar que se limitaba la decisión vocacional y no optábamos por la vida religiosa: «por la distancia, la falta de comunicación, la falta de recursos, etcétera», pero con todas las facilidades que hoy tenemos, ¿cuáles son las resistencias que encontramos a la hora de elegir la vocación a la vida religiosa y misionera?

¿Qué tipo de hombres queremos ser?

«¿Cómo encontrar la valentía para escoger al Maestro?» Esa fue una de las preguntas que los jóvenes formularon al papa León XIV, quien aseguró que «la decisión es un acto humano fundamental.

Observándolo con atención, entendemos que no se trata sólo de elegir algo, sino de optar por alguien. Cuando elegimos, en sentido profundo, decidimos qué deseamos llegar a ser. En efecto, la opción por excelencia, es la decisión sobre nuestra vida: ¿qué tipo de hombre quieres ser?, ¿qué clase de mujer quieres ser?».

El Papa continúa: «Queridos jóvenes, se aprende a elegir a través de las pruebas de la vida, y en primer lugar, recordando que nosotros hemos sido elegidos. Este recuerdo debe explorarse y educarse. Hemos recibido la vida “gratis”, sin elegirla. No somos fruto de nuestra decisión, sino de un amor que nos ha querido. En el curso de la existencia, se demuestra verdaderamente amigo quien nos ayuda a reconocer y renovar esta gracia en las decisiones que estamos llamados a tomar.

Queridos jóvenes, es cierto lo que han dicho: “optar equivale también a renunciar a algo y esto a veces nos bloquea”. Para ser libres, es necesario partir de un fundamento estable, de la roca que sostiene nuestros pasos. […] La valentía de elegir surge del amor que Dios nos manifiesta en Cristo. Él es quien nos ha amado con todo su ser salvando el mundo y mostrándonos así, que el camino para realizarnos como personas es dar la vida. Por eso, el encuentro con Jesús corresponde a las esperanzas más profundas de nuestro corazón, porque Jesús es el amor de Dios hecho hombre».

Finalmente, quisiera recordar una vez más el tema de este año jubilar: Peregrinos y misioneros de la esperanza. Peregrinar es un verbo que indica moverse hacia una dirección y el término «misionero» es un nombre que recibe aquel que trae un mensaje o encargo. En resumen: somos portadores de una Buena Noticia de esperanza, y que debemos vivir y anunciar en nuestro día a día en los ambientes en los que nos movemos.

Un autoestopista y un viejo misionero

Por: P. Fernando Cortés Barbosa, mccj

Soy el padre Fernando y voy por mis 15 años de vida sacerdotal. Tengo la grata experiencia de haber realizado diez de ellos de labor misionera en la República Centroafricana y ahora estoy de vuelta en mi país. Quiero compartir aquí mi vocación misionera, que no ha dejado de invitarme a estar donde se encuentra Jesús.

Con apenas 21 años, una tarde me puse a la orilla de la carretera a esperar el autobús que iba rumbo a mi pueblo. No había pasado ni media hora cuando vi venir un coche al que hice una señal para que me llevara a mi destino. El conductor seguramente dudó si recogerme o no porque, disminuyendo con parsimonia la velocidad, se detuvo a unos 100 metros delante de mí. Recogí del suelo mi mochila, me la eché al hombro y corrí hacia el coche. Fue una carrera que me condujo a la misión.

El conductor era un sacerdote. Lo reconocí al instante porque un domingo había presidido la misa en la iglesia de mi pueblo. Se me quedaron grabadas las palabras con las que se presentó: «Soy misionero comboniano». Aproveché para preguntarle qué era eso de los misioneros combonianos y durante todo el trayecto hasta llegar a mi pueblo, un viaje de casi dos horas, no hablamos de otra cosa que no fuera acerca de la vocación misionera.

De esa conversación me atrajo la idea de salir hacia otros lugares de la Tierra, conocer gente de otras culturas, formar parte de una fraternidad de personas de distintos países que anuncian el Evangelio entre aquellos pueblos que presentan mayor necesidad. Sentía que el mundo me abría sus puertas de par en par. Solo faltaba tomar una decisión.

Al día siguiente, mi compañero de viaje fue a la parroquia para hablar con mi párroco y nada más verle le trasladé la decisión que había tomado: «Quiero ser misionero comboniano». Él lo asumió de buen grado y comenzó a regalarme revistas y libros sobre las misiones y san Daniel Comboni, padre fundador de los Misioneros Combonianos, con quien comencé a identificarme muy pronto.

Las palabras que utilizaba Comboni para alentar a la gente hacia la Misión parecían dirigidas a mí. Yo, que era un joven deseoso de hacer opciones radicales y de darme por entero a la causa de un ideal, sentía que los textos de Comboni me venían como anillo al dedo. Como aquel que dice: «La vida de un hombre, que de manera absoluta y perentoria llega a romper toda relación con el mundo y con las cosas más queridas según la naturaleza, debe ser una vida de espíritu y de fe». Sus palabras no hacían otra cosa que reforzar mi decisión de abrazar la vocación misionera.

La formación

Me puse en contacto con los promotores vocacionales combonianos. Fui aceptado para iniciar mi formación en el propedéutico tras un curso de preseminario en el cual se nos pintaba a los aspirantes el panorama de la misión junto con momentos de espiritualidad a través de los escritos de Comboni. Corría el año 1998. Fui avanzando hacia las siguientes etapas formativas: postulantado, noviciado y la Teología en Lima (Perú). Cuando terminé me quedé dos años en el país antes de mis votos perpetuos y de la ordenación diaconal. Durante todo este período formativo, vivimos dentro de un continuo proceso de discernimiento que viví como una llamada de Dios a salir de mí mismo. Lo peor que puede pasarte es acomodarte, cerrarte a las novedades y a los desafíos que te va presentando la vida porque los percibas como una amenaza a tu bienestar. Dios siempre nos inquieta y cambia nuestro plan personal por otro mejor que nos saca de nuestra zona de confort. Esto nos sitúa ante la aventura de realizar su voluntad una vez que damos un sí lleno de confianza. Y solo será en la actitud de servicio donde se vea que buscamos pasar del vivir para uno mismo a vivir para los demás. Esta actitud requiere un «don de sí» que manifiesta alegría y supera la lógica del sacrificio. Pasar del sacrificio al «don de sí» se ha convertido para mí en un desafío constante que permanece hasta el día de hoy.

Busco integrar mi vocación misionera desde el «don de sí» que, como nos recordaba el papa Francisco, es la entrega cotidiana en el servicio y la renuncia a las alegrías huecas, pasajeras y carentes de gozo que nos ofrece el mundo del consumo que busca convertirnos en seres pasivos y manipulables. Quienes por egoísmo por temor se encierran en sí mismos desconocen que la auténtica alegría es consecuencia de vivir desde el «don de sí». Es cierto aquello que leemos en los Hechos de los Apóstoles de que «hay más alegría en dar que en recibir» y nadie que se entregue de buen corazón se verá triste frustrado, porque Dios ama a quien se da con alegría.

En el centro de África

Volví a México para mi ordenación sacerdotal, que tuvo lugar el 8 de enero de 2011. Cuatro años más tarde, tras concluir mis estudios en Ciencias de la Comunicación, fui enviado a la República Centroafricana. En 2017, la ONU señaló a este país como el más pobre del mundo debido, entre otros factores, a los efectos de un golpe de Estado que provocó episodios muy dolorosos entre la población.

El país, que ha cumplido 130 años de evangelización, aún está en camino de constituir una Iglesia madura de la cual todos se sientan parte, superando el apego de la feligresía a grupos o movimientos por los cuales sienten mayor afinidad que por la Iglesia en su totalidad.

Mi labor misionera la realicé en nuestra misión de Mongoumba, al suroeste del país, que tiene la peculiaridad de contar con asentamientos del pueblo pigmeo aka, a quienes la misión ofrece servicios de salud y educación. Las mujeres de la localidad son muy participativas, pero siguen siendo los hombres quienes lideran los grupos eclesiales. Para que nuestra Iglesia sea más dinámica e inclusiva contamos con grupos de base, distribuidos en cada sector de la población, para que todos puedan hacer una lectura de la realidad que viven a la luz de la Palabra de Dios y buscar soluciones juntos.

El choque es inevitable. Al principio no me resultó fácil entrar en la cultura centroafricana, pero un misionero con mucha experiencia me dijo unas sabias palabras que me ayudaron: «Tienes que sufrir al pueblo para llegar a amarlo, porque amándolo llegarás a decir: “Me quedo”». Una década de misión en la República Centroafricana no es nada comparado con otros misioneros que han estado 50 años dando su vida por la evangelización y en situaciones más difíciles que las que yo he vivido. No tengo derecho a quejarme, y si algún día me piden volver allí, aceptaré con gusto, pues estuve contento, aprendí mucho y la gente me recibió muy bien.

El sacerdocio

La Misión me ha enseñado a vivir mi sacerdocio no como un título del que presumir, sino como un don, con la alegría propia de quien fue buscado, llamado y enviado por el Señor Jesús para anunciar el Evangelio más allá de sus fronteras. Jesús se fijó en mí y me eligió, no por los méritos que yo tuviera, pues ninguno me alcanzaría, sino por pura gracia suya. En esto radica el don. Con la convicción de que es Dios quien hace fructificar nuestros proyectos y vocaciones, busco que mi don sacerdotal no termine estéril, a pesar de mis errores. Lo digo con toda convicción. Como humanos nos equivocamos, pero el Señor no falla a su promesa. Con una sonrisa en el rostro, el Señor siempre tiene la mano tendida para sanar y animar con su amor y misericordia a aquel que ha elegido.

La vivencia de mi vocación sacerdotal me ha hecho pasar de la rigidez de los inicios a una apertura sobre la comprensión de la naturaleza humana, pues también he sentido en carne propia las debilidades de nuestra condición humana. De este modo me he visto movido a poner en el centro de mi vida no mis propios intereses, sino a Jesús. También he aprendido a no considerarme superior a nadie en lo moral, intelectual o espiritual. Del mismo modo que yo he sido acogido, trato de ser un compañero de camino que acoge a otros con sus luces y sombras para avanzar juntos, apoyándonos mutuamente, pues no tengo duda de que los demás tienen mucho que aportarme.

Un modelo de vocación

Para concluir pienso en María, aquella valiente joven de Nazaret que es modelo de vocación. Desde el silencio y la sencillez fue sensible a las manifestaciones de Dios. Para concebir al Salvador le dijo al ángel Gabriel: «Soy la sierva del Señor, que se haga en mí según su palabra». Estas palabras se pueden resumir en un sí.

Que María, madre de Jesús, madre nuestra y primera discípula, sea nuestra guía para que, ante la llamada vocacional, no tengamos temor de responder con un sí generoso al Señor, el único por el cual se gana todo cuando uno también decide dejarlo todo.

Nuestros pies nos llevan a donde está nuestro corazón

Del 22 al 27 de julio, siete jóvenes provenientes de diversos lugares de la República Mexicana, vivieron en Sahuayo, Michoacán, el preseminario realizado por los Misioneros Combonianos. Ahí, los muchachos que, previamente fueron acompañados en su camino vocacional, experimentaron durante unos días la rutina cotidiana del seminario, es decir, probaron diversos momentos marcados por la oración, la formación, la vida comunitaria, el apostolado y también la diversión.

En un ambiente de fraternidad y calidez se desarrollaron diversos temas, algunos de ellos fueron la «Vocación de los apóstoles», impartido por el padre Mario Alberto Pacheco, mccj; «¿Quién soy yo?», ofrecido por el sacerdote Wédipo Paixão, mccj; «¿A qué soy llamado?», expuesto por el diácono José Hernández, mccj; mientras que el padre Víctor Mejía, misionero comboniano que vivió durante muchos años en China, compartió el tema de «La identidad, carisma y espiritualidad comboniana». Finalmente, el padre Josef Etabo, comboniano originario de Kenia, presentó su testimonio vocacional y misionero, enriqueciéndonos con su historia y su cultura.

El día 22, fiesta de santa María Magdalena, recordamos que ella estuvo motivada por su amor a Jesús, razón por la que va a llorar a su tumba, pero no se encuentra con un cadáver, sino con el Resucitado. El Evangelio del día nos ayudó a reflexionar sobre la importancia de «escuchar la voz del Señor y buscarlo», para ser cautivados por Él y vencer obstáculos.

En ese contexto, meditamos que vivimos una época con muchas facilidades, con medios de comunicación y transporte accesibles; donde moverse o informase ya no es tan complicado como antes. Pero ante tantas comodidades, nos desafía una realidad un tanto triste: el miedo a tomar una decisión para seguir al Señor.

De hecho, se invitaron y acompañaron vocacionalmente a muchos jóvenes, pero sólo respondieron y asistieron unos cuantos. Por ello, interpretamos las palabras del Evangelio: «muchos son llamados, pero poco los elegidos» (Mt 22,14), y nos preguntamos: ¿Por qué son tan pocos los que responden?
Hay quienes se dejan dominar por el miedo, otros prefieren continuar sus propios proyectos y permanecer en sus comodidades. No nos falta vocación, ¡nos falta valor para decir «sí»! Falta el ímpetu para buscar, y eso sólo es posible cuando realmente se ama a Jesús.

Nuestros pies nos mueven en la dirección de aquello que amamos. Y para lo que es prioritario y esencial, encontramos los medios y modos para conseguirlo. Si tomamos nuevamente el Evangelio de Juan (20,1-18) que nos dice que Magdalena va a buscar a Jesús, podemos ver que sus pies la llevan en la dirección de aquello que su corazón busca, en este caso, el Maestro. Ella pensaba ir a llorar ante un túmulo, donde aparentemente la vida se termina, pero se encuentra con la piedra movida y al Señor resucitado.

Esto nos enseña dos cosas: primero, que Jesús nos llama para la vida, «anda, ve y di a mis hermanos que voy a mi Padre, que es el Padre de ustedes; a mi Dios, que es también su Dios» (cf Jn 20,17) y segundo, que quien ama vence los obstáculos y no se conforma con una simple respuesta; quien ama, cree necesario ir más allá. ¿Hacia dónde está orientado nuestro corazón? ¿Hacia dónde se dirigen nuestros pies (nuestros proyectos)?

Hay quienes piensan que los seminaristas se pasan todo el día rezando, y aunque la oración es importante, el acontecer de un seminarista comboniano está sostenido por cuatro pilares: vida, oración, estudios y comunidad-apostolado; por tanto, tiene una dinámica interna que ayuda a los jóvenes a responder a la vocación a la que están siendo llamados; y al mismo tiempo, que se preparan para ir a las misiones.

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Finalmente, toda elección no está libre de retos y obstáculos. Todo el tiempo optamos por hacer elecciones de forma consciente y, en muchos casos, de manera inconsciente, puesto que no podemos hacer de todo y ser todo a la vez. Por ejemplo, sabemos cuánto nos cuesta dejar a los papás, pero en determinado momento de la vida tendremos que hacerlo, ya sea por causa de estudios, trabajo o incluso para formar la propia familia.

Dejar no significa abandonar. «Cortar el cordón umbilical» para construir la propia experiencia implica que la familia siempre nos acompañará con su amor, pero no podrán vivir nuestros proyectos, porque esos son personales. San Daniel Comboni tuvo que elegir ante la situación de sus papás (pues era hijo único) y su amor por África; al final eligió ésta última, y confiado en que alguien los cuidaría, partió para la misión.

A cada uno de ustedes que reciben la revista Esquila Misional, le pedimos sus oraciones por la perseverancia de los jóvenes que participaron en el preseminario y respondieron con un «sí» al llamado de Jesús, un primer paso en su etapa formativa para prepararse y partir a las misiones.

Jubileos sacerdotales

Por: Hno. Raúl Cervantes y P. Ismael Piñón

El pasado 16 de agosto, San Juan Atenco (Puebla) fue escenario de la celebración del 25 aniversario sacerdotal del P. Armando Máximo Aquino en compañía de sus seres queridos, amigos y familia comboniana provenientes de distintas partes del país, así como parte de la feligresía de San José Comalapa (Veracruz), parroquia donde realiza su servicio misionero -y donde también celebró el 30 del mismo mes-. Fue un día muy importante para el P. Armando, pues quedó demostrado el cariño y testimonio mutuamente entregado desde que comenzó su misión en Chad y, posteriormente, a través de diversas comunidades de nuestro país, como Ciudad de México, Sahuayo y Comalapa.

El P. Armando Máximo Aquino celebró sus 25 años sacerdotales en San Juan Atenco, Puebla.

Una semana después, concretamente el 23 de agosto, fue el P. Víctor Alejandro Mejía quien celebró su jubileo sacerdotal en el Santuario de Guadalupe, en la ciudad de La Paz, BCS, su ciudad natal. El P. Víctor también estuvo acompañado por su familia, sus amigos, un buen grupo de misioneros y misioneras combonianas y varios sacerdotes diocesanos -incluidos Mons Miguel Ángel Espinoza, obispo coadjutor de La paz, y Mons Jaime Rodríguez, misionero comboniano y obispo emérito de Huánuco, Perú. El obispo titular de La Paz, Mons. Miguel Ángel Alba, no pudo estar presente por su delicada situación de salud.

El P. Víctor Alejandro Mejía celebró sus 25 años sacerdotales en La Paz, Baja California Sur.

La ceremonia, durante la cual el P. Víctor renovó sus promesas sacerdotales, fue seguida a través de las redes sociales por varias comunidades cristianas de Macao y Taiwan, donde el P. Víctor trabajó por más de 20 años y a quienes dirigió unas palabras en chino para agradecer su apoyo y su cercanía. El P. “Vicho”, como todos lo conocen, es el primer comboniano originario de Baja California, lugar al que llegaron los primeros combonianos hace ahora 77 años.

El próximo mes de noviembre será el turno del P. Lauro Betancourt, quien celebrará sus 25 años sacerdotales en Zacatecas, y en diciembre del P. Aldo Sierra, actualmente en Sudáfrica.