Triduo Pascual en Mongumba

Por: P. Fernando Cortés, desde Mongumba
República Centroafricana

Viví el Triduo Pascual pasado en tres comunidades que conforman un sector de nuestra misión ubicada al este del país y, a lo largo de la ribera del gran río Ubangui. Fue una grata experiencia de cercanía. Compartí con la gente su vida cotidiana, sus relaciones familiares y el trato entre vecinos, también el acercamiento con los niños que, curiosos y juguetones y entre risas y temores, se acercan a saludar. Uno puede ver en las personas su preocupa- ción por el trabajo para conseguir el pan. Nada se guarda para después. Pero aún así, como signo de esperanza y de fe, dan espacio a la generosidad, a la hospitalidad, a la alegría y al festejo. Ahí donde más se acentúa la pobreza, es donde más se pueden ver esas señales de resurrección al ritmo del tam-tam (tambor) que invita al canto y a la danza.

Jueves Santo

Estuvo lloviendo y los caminos quedaron enlodados, resbalosos y con muchos charcos; sentía temor por mi traslado en moto, porque es fácil sufrir algún accidente. Fui a Zinga para la celebración del lavatorio de pies, rito que realicé con los catecúmenos que se preparan para el bautismo. Este gesto nos enseña la humildad para ser grande de verdad, pues si Jesús, reconocido como Maestro y Señor, realiza un acto para que lo imitemos, ¿qué nos impide entre nosotros lavarnos los pies?, entiéndase como perdonarnos, ayudarnos, acompañarnos (Jn 13,13-15). Este gesto debería ser practicado todo el año.

La responsable de la comunidad católica me hospedó en su casa. Me preparó una habitación para que yo tuviera mayor comodidad. Todo con mucha sencillez, la atención y la amabilidad hacían innecesario cualquier lujo.

Viernes Santo

Hacia el mediodía fui a la siguiente comunidad, Mongo, ahí me hospedé en la casa de Wenceslas, el responsable del coro que, junto con su familia, me atendió muy bien. A las tres de la tarde comenzamos el viacrucis con sus 14 estaciones colocadas en diferentes partes de la población. La procesión se conformaba del siguiente modo: por delante un acólito portaba una cruz y lo acompañaban a los costados otros dos con candeleros en las manos. Atrás, los encargados de recitar el viacrucis y luego un pequeño coro para los cantos. Y enseguida venía el resto de los participantes de la procesión.

Al término del viacrucis, pasamos al templo para la veneración de la Santa Cruz. Mi mensaje fue breve: Veneramos la cruz no por sí misma, como si de ella emanara algún poder al modo de un fetiche o amuleto, sino porque en ella Jesús dio la vida por nuestra salvación. La cruz no tendría ningún sentido para nosotros si Jesús no hubiera muerto en ella. A partir de Jesús, la cruz tiene un significado muy importante, representa nuestra capacidad de donación para que este mundo sea distinto, tal como Él nos enseñó. No por nada una vez dijo que todo aquel que quisiera ser de los suyos tomara su cruz y lo siguiera, porque de nada sirve ganar el mundo, si se pierde uno mismo (Lc 9,23-25). Venerar la cruz es asumir el compromiso de hacer todo el bien que Jesús realizó.

Sábado Santo

La mañana del sábado fui a Sedalé. Hicimos un recorrido de hora y media en una gran canoa, y caminamos 30 minutos más, llegamos al mediodía. Comenzamos la vigilia pascual a las 3 de la tarde, para que me diera tiempo de regresar a Mongo, donde realizaría la misa del Domingo de Pascua. Durante la homilía dije que la Pascua de resurrección es la madre de todas las fiestas de los cristianos, porque si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (1Cor 15,14) y nuestras asambleas no serían más que reuniones sociales sin vínculos de fraternidad al faltarnos Aquel que con su sangre nos salvó y nos unió. Como cristianos, les decía, tenemos la misión de hacer creíble el anuncio de la resurrección del Señor, y seremos creíbles cuando demos testimonio de que el Resucitado nos ha cambiado radicalmente la vida, cuando a través de nuestras obras demos a conocer que una fuerza venida de lo alto es la que nos mueve con alegría y con pasión para hacer el bien, a pesar de las contrariedades de este mundo y de nuestras propias flaquezas.

Fue una celebración jubilosa prorrumpida al son de campanas con los cantos del gloria y del aleluya que estuvieron silenciados durante la Cuaresma. Con el cirio pascual iluminando por todo lo alto renovamos nuestras promesas bautismales de rechazo a todo lo malo y de ser fieles al seguimiento del Señor. La aspersión del agua bendita caía como un rocío sobre nuestras almas a la espera de dar mejores frutos.

Hacia las cinco y media de la tarde concluímos la celebración. Luego cenamos y cerca de las 7 de la noche entrábamos de nuevo al río para volver a Mongo. Las aguas mansas nos recibían con una serenidad que no se amilanaba ante el croar de las ranas y el estridente sonido de los grillos. A ambos lados se alzaba la vegetación de la selva, cuyo verdor era visible gracias a la luz de la luna llena que disipaba las tinieblas. La luna se veía grandiosa, radiante, alegre y luminosa. Cada Pascua es luna llena que irradia esperanza, signo cósmico y universal de que el Señor ha vencido a la muerte con su resurrección. La vida es más fuerte, ella siempre cantará victoria. ¡Que así sea!