«El mundo quiere testigos»

Por: P. Aldo Sierra, desde Pietermaritzburg, Sudáfrica

Nací en Torreón, Coahuila, y desde hace una década trabajo en África, primero en Zambia, en donde pasé ocho años. Desde hace dos, soy el encargado de la formación de jóvenes misioneros. Al inicio me desempeñé como misionero en medio de la gente, ahora soy formador de candidatos a la misión; un estilo de vida muy diferente.

En el primer destino, la necesidad pastoral me condujo a estar más con la gente sencilla y compartía sus penas y alegrías; ahora me enfoco más en la guía de nuestros estudiantes; la mayoría de las veces desde la paciente escucha y guía en una oficina o en el espacio enmarcado sólo por los cuatro muros que circundan el terreno de nuestra casa formativa.

Como misionero, si bien no hay tanta acción en esta segunda etapa, sí tiene mucha pasión. Es un poco como comparar el libro del Apocalipsis y el de Job, mientras que el primero está lleno de fascinación y acción, el segundo carece de acción, pero está lleno de pasión.

En estos años de trabajo en la formación, constato que hay actitudes que deben inculcarse a todo candidato a misionero, me gustaría mencionar tres de ellas: pasión por las personas a la que se es enviado; testimonio y actitud de escucha; y el compromiso por la justicia, la paz e integridad de la creación. Veamos cada una de ellas.

Pasión: Es el compromiso constante de compartir la vida y destino sobre todo con los más pobres y abandonados. Es una entrega fuera de toda ideología, pues no se trata de salvar o cambiar la vida de esas personas vulnerables, sino de regalarles esperanza y confianza en el futuro. El mundo está herido y necesita de misioneros entregados y humildes, que compartan la causa de los que sufren, como nos recuerda la Gaudium et spes: «La alegría y la esperanza, la tristeza y la angustia de las personas de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y afligidos por diversas circunstancias, son también la esperanza y la alegría, la tristeza y la angustia de los seguidores de Cristo» (GS 1).

Testimonio y actitud de escucha: El Pueblo de Dios no quiere maestros, sino testigos (cf Redemptoris missio 42) y esto es lo que hay que despertar en los candidatos. No se trata de ir a la misión con la idea de corregir y enseñar, sino de compartir su experiencia de fe y vida. El discípulo humilde es el favorito de Dios y, al igual que María, guarda las cosas en su corazón (Le 2,19) como primera actitud antes de hablar, decir, opinar y juzgar. En la cultura africana se dedica mucho tiempo para escuchar; es más, en las reuniones de las aldeas, el joven es invitado a escuchar al anciano.

En mi experiencia, lo que más atrae de un misionero no son sus discursos u homilías, sino la constante y sencilla entrega de cada día. La gente recuerda gestos de amabilidad, paciencia, apoyo y ternura. A veces, el hecho de venir de otro país y cultura ya atrae a la gente: ¿por qué esta persona viene de tan lejos para hablarnos de la Palabra de Dios? ¿Qué o quién lo motiva? Este testimonio de desprendimiento realmente los conmueve.

Compromiso por la justicia, la paz e integridad de la creación: La justicia es la base para crear una verdadera paz, como decía el papa Pablo VI dirigiéndose a los jóvenes en 1972: «Si quieren paz, trabajen por la justicia». El establecimiento de la justicia requiere de mucho esfuerzo, concientización, lucha por el respeto a los derechos humanos y oposición a todo régimen opresor. La justicia empieza por cultivar buenas relaciones basadas en la colaboración. Ser justos significa dar a cada realidad su verdadero valor, también expresa amor a la verdad, pues ésta nos hace libres (In 8,32). Por desgracia vivimos en un mundo en que la verdad, sobre todo en política y medios de comunicación, cada vez importa menos. Justicia, paz y verdad van de la mano y no se concibe una sin las otras dos. La integridad de la creación es un elemento clave, sobre todo para el papa Francisco en Laudato si’ y Fratelli tutti, donde conceptos como la recuperación y conservación del planeta, entendido como casa común, y la conversión ecológica, han sido grandes temas a desarrollar y tareas pendientes. En pocos años hemos mermado la capacidad de vida de la casa común, con tanta contaminación del aire, del agua, de los bosques y auditiva. El calentamiento global tiene que revertirse. El misionero aporta si, junto a quienes es enviado, transforma la realidad con pequeños actos: separa desechos, impulsa el reciclaje, fomenta la reforestación de los bosques, evita el desperdicio de energía y alimento, etcétera.

Como formador, mi labor es despertar y activar los valores que hay en los jóvenes. Me alegra que hoy la mayoría de misioneros en África sean africanos; almas sensibles, sociales, inteligentes… El candidato africano es capaz, innovador, creativo y sin miedo a los retos.

El continente tiene un gran futuro en sus propias manos. Ahora entiendo por qué san Daniel Comboni basó su estrategia misionera con el lema: «Salvar África con África». Todo su plan muestra la confianza y el optimismo para transformar la realidad africana por medio de la educación y formación de la gente local, y a su vez, ayuden a sus coterráneos.

Agradezco de todo corazón esta experiencia, así como el aporte de mi granito de arena en la construcción de este sueño. A fin de cuentas, el misionero es promotor de la vida y dignidad de la persona a la que es enviado a compartir su mensaje de esperanza. Crear entusiasmo en los jóvenes que se preparan a la misión es un privilegio y un compromiso.