¡Todos! ¡Todos! ¡Todos!
Por: Mons. Vittorino Girardi Stellin
Obispo Emérito de la Diócesis de Tilarán Liberia
Foto: www.synod.va
1. Acababa de volver de la celebración de la Semana Santa y en la mañana del lunes de Pascua, me avisaron que el Papa Francisco había fallecido.
Me sorprendió mi primera y espontánea reacción, y sentí el impulso de expresarla a alguien cercano. Lo mío quería ser un simple desahogo, pero unos amigos guardaron lo que les expresé y así ahora tengo la posibilidad de ponerlo por escrito.
Sabía que el Papa Francisco estaba enfermo, y muy enfermo por una neumonía bilateral, pero parecía que, lentamente, se estaba recuperando, por lo cual jamás pensaba que pudiera fallecer tan pronto; para mí, inesperadamente.
Un conjunto de sentimientos, amigos todos, afloraron en mi corazón. Sin embargo, me sorprendía ante todo, el sentir su muerte como la de alguien de mi familia. Me preguntaba espontáneamente, a qué podía deberse este sentimiento, y tan profundo… No pensaba de poderme sentir tan cercano con el Papa Francisco… Pronto surgieron los recuerdos.
La primera vez que conocí de cerca al Card. Jorge Bergoglio, fue en Quebec, en aquel Congreso Eucarístico Internacional; allá escuché su convencida y serena catequesis eucarística, para todos los muy numerosos participantes.
En el 2007, siendo él coordinador de las intervenciones en la V Asamblea General del Consejo Episcopal de América Latina y del Caribe (CELAM), en Aparecida, Brasil, me pidió que me dirigiera a los Pastores presentes, iluminando el tema central de Aparecida: “nuestra identidad misionera de cristianos”.
De ahí en adelante, la cercanía se fue haciendo… familiaridad. Una sorprendente e inmerecida familiaridad. Con ocasión de varios y necesarios viajes a Roma, en los días de audiencia general (los miércoles), aprovechaba para acercarme a él, con los demás obispos, y el abrazo espontáneo y fraternal, siempre quedaba acompañado por la expresión: “¡En Aparecida, Santidad!”
Estos encuentros hicieron que la cercanía aumentara, hasta sentirla “familiar”, y su fallecimiento ha sido para mí una “derrota”.
Gracias, Santidad, por su modo de ser, tan cristiano. Usted bien lo manifestaba, quería ser un auténtico “compañero de Jesús”, compañero y amigo de Jesús como lo había ido aprendiendo en los largos años de formación y de trabajo en la Compañía de Jesús. Su presencia era de la imagen de Jesús entre todos sus hermanos.
Lo manifestó a los pocos días de haber sido elegido Papa, cuando el Jueves Santo del 2013, se acercó a la cárcel para menores Casal del Marmo, allá en Roma y lavó los pies de aquellos jóvenes, y entre ellos a una joven musulmana. Su amor, su ternura, no debía tener frontera alguna. El suyo ha sido siempre un corazón abierto a todos, todos, todos, y soñaba entonces con una Iglesia sin fronteras, abierta a todo el mundo.
Santidad, Dios en su providencia, le permitió (¿o lo quiso?) que su último Jueves Santo, usted, ya muy enfermo y débil, repitiera ese gesto con que abrió su servicio petrino, yendo a la cárcel romana de Regina Coeli para estar y amar a setenta privados de libertad. No pudo lavarles los pies. No pudo celebrar la Eucaristía con ellos, no pudo darles más, pero les dio todo su amor.
De ese mismo amor, Santidad, sacó las últimas fuerzas para impartir, el día de Pascua, su bendición “Urbi et Orbi”, a Roma y al mundo. Fue su último regalo, para todos nosotros, para todo el mundo.
¡Gracias! Santidad; ¡muchas gracias!
Ya casi de su edad, me brota decirle. ¡hasta pronto! E interceda por mí, para que haga tesoro de su herencia, de quien nos repetía: “¡No se dejen robar la alegría de amar y de evangelizar!”.
2. Hace unos años, cuando todavía hacía parte de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, con ocasión de una Asamblea, mis hermanos obispos, me pidieron que, en nombre de todos, le escribiera al Papa Francisco, una carta para expresarle lo que se acostumbra a llamar, el “affectus communionis”, el afecto de la comunión con el sucesor de Pedro. En esa carta le decía al Papa que todos le agradecíamos, sobre todo, su “magisterio de los gestos”.
Los “gestos”, que siempre nos parecían espontáneos, del Papa Francisco, nos sorprendían, nos enseñaban y fueron los gestos que acompañaron todos los breves doce años de su pontificado.
Su primer y sorprendente gesto, fue el de pagar, él personalmente, ya elegido Papa, la cuenta de su hospedaje durante los días del Cónclave… Esa sorpresa se prolongó cuando nos enteramos que seguiría viviendo en la Casa Santa Marta. La conozco por haberme hospedado en ella; es una casa digna, de acogida, pero ciertamente no de estilo palaciego…
Aunque no nos lo dijera, pronto nos hizo comprender que su “sueño” era de una Iglesia que sale de sí misma, hacia las periferias, y no sólo económicas, sino, existenciales, en el sentido más amplio y profundo del término. Nos ha hecho pensar, que las que más le preocupaban eran las periferias de cuantos aún no conocen la Buena Noticia de Jesucristo, de cuantos aún no pueden sentirse “peregrinos de la esperanza”. “De tantos gestos”, uno de los últimos fue su muy largo viaje misionero a Indonesia, Papúa Nueva Guinea y Timor Oriental, precedido por el otro a Mongolia, enorme territorio con su diminuto número de católicos (dos mil), pastoreado por uno de los Cardenales más jóvenes, Misionero de la Consolata, Jorge Marengo.
Cabe preguntarse, amigos lectores, si el Papa Francisco tuviera una especie de “instinto” por las periferias… Él no quería fronteras; no quería una Iglesia con “aduanas”, por eso es que la prefería “hospital de campaña”, adonde se llevan los muy heridos y todo esto lo manifestaba con gestos y medidas prácticas que -obviamente- sorprendían a todos, unos para aprobarlos, otros para juzgarlos inapropiados. ¡Cuánta atención concedió a lo que él llamaba “genio femenino”!, para integrar a mujeres en puestos de autoridad en el Vaticano… Nunca el limosnero vaticano tuvo tanta importancia entre los colaboradores del Papa, como la tiene el actual Card. Konrad Krajewski. Nunca la Iglesia tuvo tantos cardenales de los confines del mundo. Ese mismo “instinto” lo impulsó a pedirnos que invocáramos a María con el título de “Alivio de los migrantes”…
3. No pretendo establecer de dónde le derivase al Papa Francisco lo que alguien ha descrito como el “instinto de las periferias”. Recordemos aquí una de sus primeras manifestaciones, cuando visitó la isla de Lampedusa, triste testigo de que el mar Mediterráneo, se estuviera transformando, dijo el Papa Francisco, en mare Mortuum, mar de los Muertos, ahogados en él, por el intento de escapar de varias formas de esclavitud, hacia la libertad. Sin embargo, me atrevo a considerar su servicio petrino, como una prolongada expresión de fidelidad a su texto programático que es la exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, del 24 de noviembre de 2013, a los pocos meses de haber sido elegido. El título mismo, conecta abiertamente con otra exhortación Apostólica, la Evangelii Nuntiandi, de San Pablo VI, de 1975, a los 10 años de la conclusión del Concilio Vaticano II. Aunque hayan pasado cincuenta años de su publicación, se comenta que la Evangelii Nuntiandi, sigue siendo el documento del magisterio pontificio, aún hoy, más citado.
La afirmación de San Pablo VI que atraviesa y da sentido a toda su exhortación apostólica, es bien conocida: “la Iglesia nace de la evangelización, vive de la evangelización y para la evangelización; sin ella no sería la Iglesia de Cristo”. Esta misma afirmación, no cabe duda, expresa la que podemos llamar el alma de Evangelii Gaudium. El mismo título sugiere la conexión de la segunda con la primera, de San Pablo VI. El Papa Francisco nos ha presentado en ella su programa, envolviéndolo en una viva atmósfera de gratitud a Dios y por eso, de íntima alegría.
De su parte, San Pablo VI, así describió el deber fundamental de anunciar el Evangelio: “Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] con un impulso interior que nada ni nadie sea capaz de extinguir. Sea esta la mayor alegría de nuestra vida entregada. Ojalá que el mundo actual, pueda recibir la Buena Nueva no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes y ansiosos, sino, a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (80).
Es espontáneo pensar que San Pablo VI, ha descrito aquí el “alma” del Papa Francisco, quien hizo suyo el grito de San Pablo, ¡Ay de mí si no evangelizara! (1Cor 9, 16)… El Papa Francisco nos lo exhortaba con su estilo propio, diciéndonos: “¡no se dejen roba la alegría de evangelizar!”
Para el Papa Francisco, conocer a Jesús es el mejor regalo que pueda recibir cualquier persona; habiéndolo nosotros encontrado, es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestras obras y palabras, es nuestro gozo (cfr. EG 264-267).
Sólo así podemos comprometernos con heroísmo y fidelidad para que la Iglesia de Cristo, pueda ser el lugar de la misericordia gratuita, en donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (EG 114).
Para nuestro Papa Francisco todo esto se hacía anhelo y súplica a María y le decía a ella: “Estrella de la Nueva Evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor de los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra, y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio Viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros. Amén. Aleluya (EG 288).