Fecha de nacimiento: 22/06/1909
Lugar de nacimiento: Guardamiglio / MI/I
Votos temporales: 07/10/1930
Votos perpetuos: 07/10/1935
Fecha de ordenación: 06/06/1936
Llegada a México: 1950
Fecha de fallecimiento: 25/04/1984
Lugar de fallecimiento: Milano/I

Un recuerdo personal. Pasaba un día por Milán, donde el padre Toncini llevaba unos meses. Al verme un poco cansado, me llamó a la sala, me sentó y sacó unos canapés del armario. “Guárdalos en tu bolsa; si te sientes un poco débil de estómago en el viaje, toma algunos y te animará”. Y me los entregó con un gesto que recuerda al de un abuelo cuando da fruta a su nieto. Luego quiso acompañarme hasta la parada del tranvía y no se movió del andén hasta que me vio salir. Este era el padre Toncini: una mezcla de dulzura, comprensión y caridad.

El padre Giuseppe Cavallera, su último superior en Milán, nos deja el siguiente testimonio. “Era un padre muy querido, lleno de celo por las almas, siempre dispuesto al ministerio. Y nunca se cansó. En el confesionario era de una bondad que conmovía … y era muy solicitado. Su predicación sencilla, llena de ejemplos y hecha con el corazón, impresionaba a su público, que le escuchaba con atención. En la comunidad siempre fue sereno, optimista y bueno. En todo y en todos veía sólo las cosas buenas y positivas y hablaba de ellas con entusiasmo. Debido a su buen corazón, era buscado por una densa clientela de gente pobre…. que sólo quería al padre Carlos. Para nosotros, su fallecimiento es una gran pérdida”. Un hermano que era un muchacho en Troia cuando el Padre Toncini ejercía los oficios de maestro y padre espiritual (’36-’47) en esa casa, cuenta su crisis de vocación y la ayuda que recibió del Padre para superarla. Y concluye: “Han pasado 43 años desde aquel día, pero la bondad y la comprensión del inolvidable Padre Carlos siguen presentes en mi alma como entonces”. Fue quizás en Troya donde el padre Toncini descubrió su vocación de educador, que luego “sublimó” en la Baja California en la dirección de la “Ciudad de los Niños y las Niñas”.

Una vocación de hierro

La vocación misionera del padre Carlos se había originado en el seno de su familia, profundamente cristiana -8 hijos y rosario todas las tardes- y se había desarrollado en la vida del Oratorio. Después de la escuela primaria, ingresó en el seminario diocesano de San Pedro Mártir. Las visitas y las conferencias de los combonianos, que golpeaban la zona, llevaron al joven a ir a las misiones en África. “En sus visitas a la familia”, escribió su hermano sacerdote, “siempre hablaba de las misiones y de su futura vida misionera. Al no poder llevarnos a Venegono donde estaban los combonianos, nos guiaba al PIME de Milán donde los hermanos menores, más tarde religiosos, conocíamos las misiones con inmediatez y vivacidad. Al padre Carlos y a la hermana Emilia les debemos una educación santa, serena y fuerte, combinada luego con una vocación igual”. En una carta dirigida al padre Bertenghi, el padre de Carlos dice que “Carlos quería absolutamente entregarse a las misiones, diciendo que estaba llamado a ello por vocación. Este deseo ha aflorado en sus discursos desde hace tres años. El mes pasado aprobó los exámenes de tercer grado … Pero antes quiero hablar con usted” (5 de agosto de 1926). Dos años más tarde, el padre Corbelli comunicó al clérigo Toncini que, al no haber superado los exámenes, se suspendía su ingreso en los combonianos. A continuación, el padre espiritual del seminario, el P. Motta, escribe: “No tengo nada que decir al respecto, no quiero salir de mi campo, pero si tuviera que expresar mi opinión diría: el joven está maduro por su parte y no debe perder el año, tanto más cuanto que está tan bien disciplinado”. (la carta no tiene fecha). Entretanto, Carlos escribió al cardenal de Milán: “Ruego y suspiro por el cumplimiento. Durante años he sentido la necesidad de realizar misiones para los negros de África…. Los superiores están contentos y mis padres han expresado su aprobación” (6 de junio de 1928). El rector, monseñor Giuseppe Rotondi, afirmaba el 11 de junio de 1928: “Me complace mucho certificar que es un joven de distinguida piedad, de buena conducta, muy estudioso, aunque de intelecto limitado, y de constitución física sana. Nadie se preocupa más que él por los intereses de las misiones. Ha nacido para ser misionero”. Habiendo recibido por fin el ansiado consentimiento, Carlos se anticipó a unirse a los combonianos. “Romperé el retraso y en lugar de entrar en octubre como habían decidido inicialmente para que tuviera un poco de alivio después de los exámenes, entraré definitivamente el 24 de septiembre junto con Romanò y Mandelli” (8 de septiembre de 1928). La batalla por la vocación, tan ardua y sufrida, fue finalmente ganada. A los 19 años, Carlos Toncini ingresó en el noviciado de Venegono Superiore, donde emitió sus primeros votos el 7 de octubre de 1930. Cinco años después hizo su profesión perpetua en Verona. Allí, el 6 de junio de 1936, fue ordenado sacerdote. Luego permaneció en Italia durante 14 años en formación, en Trento, Troia y Crema, dejando en todas partes ejemplos de su bondad y espíritu de iniciativa sobre todo en el ámbito juvenil.

Con los pioneros de la Baja California

Para conocer el resto de la vida del Padre Carlos, basta con leer el libro “Ciudad del Amor”, escrito por el propio Padre, en el que se narra con todo detalle su historia y la de la “Ciudad de los Niños y las Niñas”. También ilustra su método educativo, que se inspira en los principios de la vanguardia: “puertas abiertas”; “juntos, no revueltos”. Extrae algunos pasajes más significativos aquí y allá: “Así, años después de mi ordenación sacerdotal, transcurridos como formador en varias comunidades, salí de Italia hacia la Misión de la Baja California Sur, acompañado de otros 10 hermanos. Era la tarde del 9 de agosto de 1950. A medida que Italia desaparecía poco a poco de nuestros ojos y el barco se sumía en la oscuridad, un sentimiento de tristeza invadía nuestras almas y, por qué no decirlo, algunos ojos se empañaban de lágrimas. Nos reunimos todos para rezar el santo rosario… Durante el viaje, que duró casi un mes, volvía a menudo a estas preguntas: ¿Con quién me encontraré en esa península? ¿Cómo me quedaré allí? ¿Qué podré hacer? México tiene siete veces el tamaño de Italia. Tiene todos los climas, tiene muchas riquezas naturales, pero esa larga península era entonces muy pobre, porque estaba aislada del continente. Todavía no tenía la carretera que ahora la une a los Estados Unidos; no tenía industria y muy poca agricultura, porque podía pasar un año y más sin lluvia. En 1948 llegaron los primeros combonianos. La población que se nos confió era entonces de unos 80.000 habitantes, uno por kilómetro cuadrado; sin embargo, no estaba formada por nativos, sino por descendientes de colonizadores, comerciantes, turistas, aventureros, que venían de Estados Unidos, Europa e incluso de China y Japón. Todos hablaban español y estaban unidos entre sí (¡la pobreza genera hermandad!). No faltaban los vicios y las supersticiones típicas de los ambientes de abandono religioso. Unos meses después de mi llegada, me enviaron a la misión de San Antonio (a 60 km de La Paz), donde permanecí unos cuatro años para evangelizar a esa pobre gente tan ávida de la Palabra de Dios.

La ciudad de los niños

“En el año 1952, en la pequeña ciudad de La Paz, capital del Territorio B.C., un bebé recién nacido envuelto en el periódico de la mañana fue dejado frente a la puerta de la Sociedad “Unión”. Todos se conmovieron y el padre Zelindo Marigo, decidió abrir una obra de caridad. Así nació la Ciudad de los Niños. A finales de 1954, el P. Marigo dejó La Paz para ir a los Estados Unidos, confiando al hermano Arsenio Ferrari la tarea de asistir a esa obra recién nacida. Preocupados por la falta de personal, los superiores me enviaron a La Paz. Llegué allí el 3 de diciembre de 1954″. En 1962, el padre Carlos fundó la “Ciudad de las Niñas”. Dedicó los mejores 30 años de su vida a estas obras, que salvaron a cientos de niños y niñas y le valieron al Padre la estima y el afecto del pueblo y de las autoridades. Años hermosos, emocionantes, tachonados de episodios que él contaba, coloreándolos con imaginación, a todas las personas que conocía. Pero también años de preocupaciones y sufrimientos… con todas esas bocas que mantener y asistir, día y noche. Destinado a Italia en 1980 (Venegono, Rebbio, Milán), se dedicó a dar a conocer y hacer amar su obra, que se presenta en los tres pequeños volúmenes “Nata così”, “Famiglia nuova”, “Città d’amore”. En 1975 se le concedió el honor de Comendador de la Orden del Mérito de la República Italiana en México. El padre Giovanni Bressani, que estuvo con él en la Baja California, dice: “El padre Toncini sembró un bien inmenso a los huérfanos y a los forasteros. Demostró ser un hombre de brillantes intuiciones y la capacidad de realizarlas. Ciertamente, no fue nada fácil reunir a tantos chicos y chicas que debían comportarse como hermanos sin serlo (aunque algunos sí lo eran). La vigilancia y la formación eran necesarias. Cosas que el Padre sabía dar para preparar a esos jóvenes para la sociedad y la vida civilizada. Para mí, Toncini era un hombre que siempre estaba entusiasmado y que sabía contagiar a todo el mundo de entusiasmo: desde el Gobernador hacia abajo. Era creativo e ingenioso. Algunos de sus eslóganes marcaron época; por ejemplo: puertas abiertas; juntos, no revueltos; más deporte, menos vicios… También era atrevido. Ejemplo clásico cuando compró la casa de prostitución en quiebra y la convirtió en la sección infantil de la “Ciudad”. Lo vi -y él mismo lo dijo- plenamente realizado y siempre feliz con su vida misionera. Sabía cómo encantar a la gente aunque no dominara el idioma. Era un buen religioso y un buen sacerdote. Cuando lo sacaron, pudo aguantar bien el golpe. Y en cuanto llegó a Italia, no hubo en él ni sombra de cansancio ni de desánimo, sino que se entregó con su habitual entusiasmo al ministerio y a dar a conocer su obra. Dos meses antes de su muerte había preparado a un grupo de niños para su Primera Comunión, entusiasmándolos con la figura de Jesús.

La llamada

El padre Toncini cayó en la brecha, como un buen soldado. El 21 de marzo dio tres conferencias y tres grupos de jóvenes en Monza. El día 26 fue a Venegono para dar proyecciones a los novicios; dos días después estuvo en Gordola para informar a la Asamblea de los Ancianos celebrada en San Fidenzio (Verona). Volvió a casa feliz, pero dijo que había pasado mucho frío en el viaje. El día 31 sintió un dolor en el colon, en el lado izquierdo, un dolor que ya había tenido dos años antes mientras estaba en la playa con su hermana. Inmediatamente utilizó la medicina que el médico había ordenado para esa ocasión y se fue a la cama. El 1 de abril volvieron los dolores. Se llamó al médico y también vino al día siguiente, dos veces, a pesar de la huelga de médicos. Mientras tanto, la presión arterial del padre bajó a 90/60 con una sensación de agotamiento extremo, y no había manera de subirla. Llevado primero a la Clínica San Giuseppe, no fue aceptado porque su estado era grave y no había sala de reanimación. Así que fue trasladado a Niguarda. Allí fue operado al día siguiente. El 4 de abril, al entrar en el quirófano, hablaba, estaba sereno y no daba señales de sufrimiento o ansiedad. La operación duró tres horas: se le perforó el colon. Después de la operación, el padre vivió en un estado de somnolencia. Entre las pocas palabras que pronunció, se podía distinguir éstas: “Camino hacia la muerte”, señal de que era consciente de su situación y se preparaba para encontrarse con el Señor. Nuestros hermanos, hermanas, familiares y amigos estuvieron cerca de él en sus últimas horas. La operación fue bien, pero pronto se produjeron complicaciones: su cabeza no funcionaba, quizá por falta de oxígeno en el cerebro, y su azotemia aumentó. Hacia el final también tuvo un edema pulmonar. Se practicaron todos los descubrimientos más modernos de la ciencia, pero en vano. Durante dos días el padre permaneció en coma, luego una breve recuperación seguida de la muerte. El funeral tuvo lugar en San Vito al Giambellino en Milán y el cuerpo fue enterrado en Cesano Boscone, Milán. La vida, la fe sencilla y genuina y el trabajo del padre Carlos Toncini infunden en todos los que lo conocieron un gran sentido de confianza en el Señor y en los hombres, y son una fuente de valor. “La sabiduría, la iniciativa y la tenacidad parecen haberse unido en este misionero”, escribió el Avvenire del 1 de noviembre de 1981.

P. Lorenzo Gaiga

Del Boletín Mccj nº 142, julio de 1984, pp.71-75