Fecha de nacimiento: 08/03/1920
Lugar de nacimiento: Pellegrina VR / I
Votos temporales: 07/10/1939
Votos perpetuos: 07/10/1944
Fecha de ordenación: 26/05/1945
Llegada a México: 1950
Fecha de fallecimiento: 01/01/1997
Lugar de fallecimiento: Verona / I

El menor de seis hermanos, tres de los cuales murieron siendo aún jóvenes, Dante procedía de una familia profundamente cristiana. Su padre, Giuseppe, era agricultor con algunas tierras alquiladas y también gestionaba la cooperativa agrícola arrendada por el conde del pueblo a la parroquia. La madre, Aristea Gazzani, era ama de casa, pero pasaba buena parte del día en el campo tirando de sus hijos.

La iglesia, la escuela y el patio eran un segundo hogar para estos niños que se convirtieron en celosos monaguillos y en escolares diligentes e incluso inteligentes, según los informes escolares de Dante y el éxito en la vida de los demás.

La educación primaria de Dante fue conmovedora. Cursó el primer y segundo grado en Pellegrina, el tercero en Caldiero, el cuarto en Belfiore y el quinto en Soave, donde viajaba en la calesa del párroco.

En un papel fechado el 24 de agosto de 1932 -Dante tenía 12 años- encontramos “la ocasión” que desencadenó en el corazón del joven el deseo de convertirse en misionero comboniano. “La idea de irme a las misiones se me ocurrió después de leer un libro misionero”.

Pellegrina era un país muy transitado por los combonianos, por lo que abundaba la “propaganda”, tanto por la presencia de misioneros como por los libros y revistas. La vocación misionera hizo que Dante no siguiera el camino de sus dos hermanos mayores, Corrado y Artemio, que ingresaron en el Instituto Mazza y se convirtieron, el primero, en abogado y, el segundo, en profesor.

“Un buen impulso a la vocación de Dante por las misiones”, dice su hermano Artemio, “lo dio también el padre Dionisio, un fraile del santuario de la Virgen del Frassino que vino al pueblo a predicar las misiones a la gente y fue recibido en la estación de Pellegrina con una gran multitud de festeros”.

Dante no se conformaba con la idea de ser misionero, sino que quería ir a los hechos. Y un buen día, su madre dejó de ver a su hijo. ¿Adónde ha ido? ¿Acaso había caído en alguna zanja? La búsqueda comenzó. Finalmente lo encontraron caminando solo por el camino de Verona. “¿Dónde quieres ir tan solo?” “Me voy a África a ser misionero”. “Sí, sí, te vas a África, pero no así. Tienes que llevarte algo”, le dijo su madre, abrazándolo. También Santa Teresa de Ávila había hecho algo parecido cuando quiso salir de su país para convertir a los moros.

El hecho es que, al comienzo del curso escolar de 1932, Dante Bronzato estaba en el seminario misionero de Padua, donde cursó la enseñanza media, luego se trasladó a Brescia para hacer el gimnasio y, el 10 de septiembre de 1937, con 17 años, estaba en el noviciado de Venegono Superiore, donde, el 7 de octubre de 1939, hizo su profesión temporal.

Un joven sereno y tranquilo

Los testimonios de los superiores que acompañaron a Dante en su formación coinciden en ver en él a un joven sereno y contento. Uno “que se esfuerza por estar en sintonía con el carácter de sus compañeros para poder compartir con ellos diferentes puntos de vista”. Este juicio del P. Todesco, su maestro en el noviciado, nos muestra a un Dante seriamente preocupado por contribuir a un clima de relajación y serenidad en la comunidad.

Esto explica también el deseo de los hermanos de estar en la comunidad con él, casi como para participar y compartir esa serenidad, ese optimismo, esa paz que él sabía crear con su buen carácter, con su humor sutil e inteligente, con sus finos modales. En resumen, citando un testimonio del P. Canonici, que fue su compañero en México, “el P. Dante dio confianza a los hermanos y siempre supo restar importancia a las situaciones algo difíciles”.

Su compromiso con el progreso espiritual también fue siempre serio. El Padre Maestro escribió: “Siempre mantuvo el primer fervor y trabajó con gran generosidad y provecho. Su espíritu de fe, de oración, de obediencia y de temor es muy bueno. Como personaje es tranquilo, adaptable, sincero. Es muy inteligente, juicioso y responsable en sus funciones”.

En la solicitud de sus primeros votos escribió, entre otras cosas: “Quiero ser todo de Dios, siempre de Dios, sólo de Dios, y sólo a Él quiero agradar por medio de María Santísima nuestra amada Madre. Por eso deseo ardientemente dedicarme a la causa del Reino de Dios en nuestra querida Congregación, procurando, con mi santificación, la mayor gloria posible a Cristo el Señor mediante la evangelización de los infieles”.

Y ante los votos perpetuos añadió: “Sé a quién me entrego, sé en quién creo y a quién me confío. Si la Congregación me acoge a pesar de mi indignidad, mi felicidad será como la de los santos.

Una nota del Superior General dice: “Bronzato da buenas esperanzas de ser un excelente misionero por el espíritu religioso que le anima y sus buenas cualidades”.

El “mago” de los jóvenes

Un joven con tales talentos debía ser utilizado en la formación de los jóvenes seminaristas combonianos. Así, tras los votos, pasó poco más de un año en Verona para cursar el segundo año de bachillerato y el comienzo del tercero (octubre de 1939 – enero de 1941) y fue enviado a Rebbio, en Como, como ayudante de alumnos. Permaneció allí desde 1941 hasta 1943. De septiembre de 1943 a agosto de 1947 (se había hecho sacerdote en 1945) estuvo de nuevo en Crema como asistente de los seminaristas.

Ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1945 por Mons. Francesco Maria Franco, obispo de Crema, permaneció en el seminario comboniano otros dos años como asistente, profesor y reclutador (animador vocacional).

De 1947 a 1950 estuvo en Carraia, Lucca, como profesor y asistente de los chicos de ese seminario menor comboniano.

¿Por qué una carrera tan larga con los chicos? Recuerdo que cuando, en 1951, los seminaristas de Carraia llegaron a Brescia para cursar el octavo grado y el bachillerato, sólo podían hablar del padre Dante Bronzato. Realmente había dejado su huella en sus vidas.

Estaba con ellos, convivía con ellos en la medida de lo posible, sabía escucharles, dando la máxima importancia a lo que le pedían, y les ayudaba a resolver sus problemas… En definitiva, era el amigo seguro y de confianza, al que podían acudir con la certeza de ser acogidos siempre con amor, con alegría, con espíritu de compartir.

Ni una sola vez expresó cansancio o, peor aún, aburrimiento al estar con los chicos. Sabía organizarlos en los paseos, en los juegos, en la puesta en escena de obras de teatro o de recitales, de modo que incluso la vida pobre en Carraia (en Carraia se era realmente pobre) se convertía en un idilio.

Tenía un arte muy especial para hacer correcciones. Su principio era este: prevenir si es posible, pero si ha habido un error, hacer entender al joven que su forma de hacer las cosas no era la correcta. Pero nunca corregir para ofender, castigar o humillar. Uno de sus alumnos dijo: “Con el padre Dante era imposible ser malo.

P. Faustino Bertolazzi, que fue su alumno en Crema, dio su testimonio durante el funeral: “Recuerdo al padre Dante y su violín, que tocaba con maestría. Nos entretenía en alegres veladas, nos hacía cantar, nos daba una gran carga de entusiasmo por la vocación misionera. Era un verdadero mago para nosotros los jóvenes. Puedo decir que si realmente amé la vocación, se lo debo en gran parte a él. Y lo que digo lo podrían decir también mis otros compañeros, hoy misioneros en diversas partes del mundo”.

California besada por el sol

El 2 de septiembre de 1950 el P. Dante con otros cohermanos llegó a La Paz en la Baja California. La ciudad, en ese momento, tenía 25.000 habitantes y estaba rodeada por un desierto sin límites, sin carreteras ni servicios, conectada con los demás centros por interminables caminos irregulares y peligrosos, por la posibilidad de acabar en charcos de arena de los que era difícil salir.

La electricidad la proporcionaba un generador que suministraba una luz rojiza y parpadeante durante unas horas al día, las comunicaciones funcionaban con un cable volador que se interrumpía a menudo por el paso de los animales. El correo tardaba más de un mes en llegar a su destino, cuando no se perdía por el camino. Los pocos aviones que servían, cuando lo hacían, eran restos de guerra capaces de aterrizar incluso en tierra batida.

Hoy en día, La Paz es un centro de 250.000 habitantes y la Baja California está comunicada por aeropuertos y carreteras que la han convertido en un centro turístico para los turistas adinerados que buscan emociones.

Los primeros 9 combonianos habían llegado a la zona dos años antes (1948) como profesores y agrónomos ya que, en ese momento, la constitución mexicana, inspirada en el más intransigente anticlericalismo masónico, no permitía la entrada de religiosos y sacerdotes extranjeros.

De los sacerdotes diocesanos de toda la zona sólo había uno, y además viejo. Los combonianos, por tanto, habían llegado como maná del cielo y, en dos años, ya habían hecho mucho.

P. Dante fue inmediatamente nombrado Vicario Cooperador y asistente de los jóvenes de la Acción Católica en La Paz.

Esa misión cumplió plenamente los deseos apostólicos de nuestro cohermano. El P. Becchio, su compañero, dijo: “El P. Dante llevó muchas almas a Dios.

Ejerciendo su particular carisma, comenzó a organizar a los jóvenes comprometiéndolos seriamente en la oración y en las actividades eclesiásticas. La meditación de la Palabra de Dios mediante el uso de la Biblia, algo que todavía no era tan común en aquella época como lo es hoy, era el combustible que movía a aquellos jóvenes. Basta recordar las dos peregrinaciones a Ticuana, sede del obispo, donde se celebraron las reuniones de la Acción Católica; 2.000 kilómetros de marcha en vehículos improvisados bajo un sol implacable, la arena fina que entraba en los pulmones, la sed que atenazaba las gargantas… Grandes sacrificios para los jóvenes, pero también para su líder.

De la juventud del padre Dante salieron eminentes figuras de la cultura, la administración e incluso el gobierno.

Toda esta actividad en el campo de la juventud tuvo lugar en contraste con la labor de los masones, que obstaculizaban de todas las maneras lo que hacía el padre Dante. Sin embargo, él, con su bondad, con su forma de ser convirtió a muchos. Incluso consiguió convencer al inspector regional para que le diera permiso para abrir un internado parroquial católico, que se convirtió en la primera escuela parroquial católica de la Baja California.

Acusado de favorecer demasiado a los católicos, el inspector fue eliminado por su pueblo durante un banquete.

P. Dante trabajó mucho en la catedral de La Paz y también en un anexo que ahora se ha convertido en una importante parroquia.

El padre Ottavio Raimondo recuerda: “Cuando llegué a San José del Cabo en 1979, una de las primeras personas que conocí fue el padre Dante Bronzato. Me agasajó como si fuéramos viejos amigos, cuando nunca nos habíamos visto. Entonces me dijo: ‘Trabaja con los jóvenes, céntrate en los jóvenes, te seguirán porque son generosos’. Son el futuro de la Iglesia en la Baja California”. Pude comprobar que sus palabras eran ciertas.

En la vida comunitaria fue un instrumento de paz. “Todo está bien aquí: armonía, trabajo, salud y la gracia de Dios”, escribió en 1973. De vez en cuando, los hermanos le sorprendían tarareando una canción cuya primera letra era: “California kissed by the sun”. Pero tampoco faltaron las tribulaciones para los misioneros en México.

La sombra de la cruz

La vida misionera del P. Dante no fue todo sol y rosas. Las cruces en su camino fueron muchas y mortificantes. Además de los relacionados con el clima, la dureza de los viajes, a menudo a lomos de una mula, la sed, el polvo, el calor, el peligro constante de los francmasones (que eliminaron al P. Corsini porque estaba demasiado decidido a denunciar sus injusticias), estaba también la incomprensión de algunos superiores especialmente celosos que le obligaron a dejar de lado su violín, juzgado una “pérdida de tiempo”, que era en cambio un instrumento de animación y de apostolado. El padre Dante no protestó ni señaló que con su violín se ganaba a los jóvenes atraídos por la bella música y el canto. Obedeció y lo encerró en el armario.

Sólo cuando fue puesto al frente de la schola cantorum de la catedral (entretanto ese superior había dado paso a otros más abiertos), el padre Dante retomó su instrumento para utilizarlo para gloria de Dios y para deleite de los oídos de los hermanos y de los jóvenes.

Transferencias

Los traslados para misiones especiales en el Instituto también fueron cruces para el P. Dante. De 1962 a 1968 fue maestro de novicios en México; de 1975 a 1976 fue responsable del seminario de Guadalajara; de 1976 a 1979 fue promotor vocacional en Madrid, España; de 1986 a 1988 fue a Lima, Perú, como formador de estudiantes de teología combonianos. El escolasticado se había inaugurado poco antes, en 1985.

Si estos papeles nos hablan de la estima que le tenían los superiores, el sufrimiento que tuvo que afrontar al asumirlos brilla en sus cartas. Pero todos sus argumentos terminan con expresiones de fe y adhesión a la voluntad del Señor que se le manifestó a través de la obediencia. Sus arrepentimientos por asignaciones de tan alta responsabilidad eran el resultado de su humildad. No se sentía a la altura de la tarea, se sentía incapaz de comprender la mentalidad de los nuevos candidatos al sacerdocio, temía no tener éxito o ser perjudicial para el Instituto… En resumen, se sentía abrumado por su trabajo como formador.

Ante la insistencia de sus superiores, aceptó, sin embargo, declarándose dispuesto a dejar el puesto en cuanto encontraran a otra persona. Amaba la vida parroquial o la de un misionero de frontera.

Durante el resto de su vida, su corazón permaneció nostálgico “…por el apostolado entre los enfermos y los jóvenes…los paseos en ranchos para visitar las comunidades más lejanas…”. Es evocador cabalgar por esos grandes desiertos en los que incluso el silencio -especialmente el nocturno- adquiere tonos y profundidades desconocidos en otros lugares”, escribió en una carta.

En la Baja California fue también el primer consejero del superior provincial. A él, a sus consejos, llamaban los hermanos que tenían alguna dificultad, confiados en que encontrarían a alguien que supiera escucharles y dirigirles bien.

Sus períodos como párroco fueron los más gratificantes. Los recordamos: 1969-1975 párroco en Ciudad Constitución; 1979-1985 párroco en San José del Cabo; 1988-1990 párroco en Arequipa Espíritu Santo (en Perú); 1990-1992 párroco en Guerrero Negro (Baja California).

“Me parece que al ser formador de futuros misioneros, ese optimismo, esa alegría que siempre me acompañó y me dio la fuerza de la iniciativa, se ha alejado de mí… Tendría aquí en los dedos los nombres de hermanos ciertamente más capaces que yo para tareas similares, pero es pueril pretender enseñar algo a un Consejo General, así que obedezco y que el Señor me ayude”. Mientras tanto, veamos lo que dicen de él sus superiores: “Religioso de excelente espíritu, dócil y celoso” (P. Albertini).

“Calmado y sereno, el P. Bronzato edifica a todos por su piedad, obediencia y caridad. Nadie tiene nada que decir sobre él. Es un verdadero apóstol de la juventud” (P. Marigo).

“Con un buen espíritu y finas cualidades logra hacer muchas cosas hermosas para la gloria del Señor” (Padre Pizzioli).

“Es estimado por todos, tanto por los de dentro como por los de fuera” (P. Patroni).

El testimonio de Mons. Giordani

Un párrafo aparte merece el testimonio de monseñor Giovanni Giordani, que nos da un identikit del P. Dante y menciona también la enfermedad que estaba a punto de atacarle:

“Su carácter carismático y sencillo a la vez era el imán que atraía hacia sí, o mejor dicho, hacia el buen Dios, a todos aquellos con los que entraba en contacto, sin excluir a los masones que tenían y tienen su logia junto a la catedral. Tuvo en sus manos a la juventud, de la que pudo extraer sólidos grupos de acción católica.

Buen conocedor de la música, asistido por un excelente joven diestro en la materia, dio vida a la Schola Cantorum Pio XI que, sin exagerar, habría causado buena impresión en catedrales mucho más importantes que la nuestra de La Paz.

La última actuación de esta Schola Cantorum tuvo lugar justo al día siguiente de conocerse la noticia de su muerte, con la interpretación, en la Catedral, de la Misa a dos voces de Perosi, celebrada por nuestro obispo Raphael Levis.

Los tres cinco años que pasó aquí en La Paz representan sin duda la época dorada de su actividad misionera. Pasó un par más, regresando de la ciudad de México, España y Perú donde había sido enviado como entrenador. Pero ya no era el Dante de antes porque su memoria empezaba a fallarle. Para ser sincero, ya antes era un poco desgraciado, por lo que solía decir en broma: “Tres cosas le pido al Señor: que no pierda las llaves, que no deje el breviario tirado y que no se pierda en el cielo”.

Puedo asegurar que si las dos primeras le ocurrieron unas cuantas veces, desde luego no se equivocó con la tercera. En el pináculo de la fachada de la iglesia parroquial de Lourdes, en Ciudad Constitución, hay una estatua de la Inmaculada Concepción de cemento blanco. Todavía tengo ante mis ojos al artista Dante cuando, ayudado por otro misionero, le daba los últimos retoques bajo un dosel de la casa parroquial y le hablaba como si fuera una persona viva. ¡La Virgen! Ella le enseñó el camino del cielo”.

La subida al Calvario

Ya a su regreso de Lima, donde había sufrido especialmente los problemas propios de esa misión y del terrorismo rampante, aparecieron los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer, que se confirmaron en Ciudad de México, donde había ido a ser atendido.

No obstante, consiguió ocupar el puesto de párroco en Arequipa (1988-1990), pero, al cabo de dos años, se dio cuenta de que no podía seguir haciéndolo: los olvidos eran demasiado frecuentes. Con gran humildad, pues, pidió al Superior General que le dejara “tapar un agujero” en México o en Italia. Fue destinado a Guerrero Negro, en su Bassa California natal, donde trabajó en el ministerio pastoral como simple coadjutor. Y quiso quedarse en su puesto, haciéndose útil lo mejor posible y saboreando la cruz que sentía que pesaba sobre sus hombros cada día más.

Un día, sentado frente al mar con el padre Salvatore Bragantini, comenzó a hablar de su vida, de su infancia, de las alegrías que le había dado su vocación misionera. Luego, tras un buen rato de silencio, dijo: “Siento que estoy en el final. Sin embargo, no me siento viejo. Pero acepto lo que el Señor me envía, es más, le doy las gracias por todos los dones que me ha concedido aunque no fuera digno de ellos”. Permaneció un rato en silencio y luego reanudó: “Sin embargo, la idea de la muerte no me asusta; al contrario, me infunde una sensación de paz. Tengo la sensación de haber vivido lo suficiente”. Luego, casi hablando consigo mismo: “El Señor es bueno y es un amigo. Por eso nos quiere con él”. El P. Bragantini nunca más olvidó esas palabras, y cada vez que vuelven a su mente, le hacen bien al corazón.

Definitivamente en Italia

En 1992, también tuvo que dejar Guerrero Negro y regresar a Italia, donde pudo recibir más ayuda. Permaneció algún tiempo en Limone sul Garda, en el lugar de nacimiento del Fundador por el que sentía una gran devoción. Quizá esperaba que le devolviera la memoria para poder volver a su México natal. En Limone, sin embargo, pudo volver a meditar sobre el amor a la cruz que tanto le gustaba a Comboni.

A continuación, se dirigió a Rebbio di Como con su viejo amigo misionero, el P. Villotti al que le unía una sincera amistad. Su deterioro físico y psíquico, ya imparable, obligó a sus superiores a trasladarlo a la enfermería de Verona. Permaneció allí durante dos años y medio.

Los médicos hicieron todo lo posible para devolverle la salud, pero los medicamentos para la enfermedad eran escasos. Cuando la enfermedad empeoró, dos de sus sobrinas y hermanos le ofrecieron su ayuda. Merece los justos elogios de Donatella, que no escatimó sacrificios para estar cerca de él en su largo sufrimiento y en la soledad que le trajo la enfermedad.

En su sufrimiento, incluso en los raros destellos de lucidez, surgió toda la bondad de su corazón. Hizo un esfuerzo por sonreír y sólo pudo decir gracias, gracias. Hombre de carácter alegre y optimista, así como fue capaz de entusiasmar a los jóvenes durante su apostolado, también fue capaz de difundir la alegría y la serenidad incluso en el segundo piso de la Casa Madre, al menos mientras pudo.

El hermano Zabeo escribe: “Se preparó para la vejez y para la enfermedad, que le acompañó durante más de 10 años, con gran fe y plena adhesión a la voluntad del Señor. Nunca se quejó, ni siquiera cuando su larga estancia en la cama le había desgastado físicamente y le hacía tocar cada día más su pobreza”.

El 1 de enero de 1997, fiesta de la Madre de Dios y primer día del año del centenario de la muerte de Santa Teresa del Niño Jesús, cuyo camino de “infancia espiritual” fue el del P. Dante, a las 14.45 horas se apagó serenamente como una lámpara que hubiera consumido todo su aceite. Tras el funeral en la Casa Madre, fue enterrado en el Cementerio Monumental de Verona, sección Giardini.

De él nos queda el recuerdo de un hermano siempre alegre, sereno, capaz de inspirar confianza y optimismo, plenamente realizado en su vocación misionera que amaba de verdad.

Durante un período muy difícil de su vida, en Perú, había esbozado su ideal misionero con estas palabras: “La perfecta alegría comboniana consiste en disfrutar del sufrimiento por el Reino de Dios entre los más pobres y abandonados”.   

P. Lorenzo Gaiga, mccj

Del Boletín Mccj nº 197, octubre de 1997, pp. 45-53