Fecha de nacimiento: 12/09/1924
Lugar de nacimiento: Fabriano/AN/Italia
Votos temporales: 07/10/1942
Votos perpetuos: 07/10/1947
Fecha de ordenación: 06/06/1948

Llegada a México: 1951
Fecha de fallecimiento: 12/09/2013
Lugar de fallecimiento: La Paz/MEX

Nació el doce de septiembre de 1924 en Fabriano, Italia y fue ordenado el 6 de junio de 1948, año de la llegada de los misioneros combonianos a México. El P. Mario llegó tres años más tarde a sumarse a aquellos primeros titanes que abrieron las puertas de las vocaciones mexicanas al Instituto. Apenas llegó fue destinado a la misión de la Purísima desde donde visitaba la naciente colonia María Auxiliadora, en el valle de Santo Domingo y todos los poblados de los contornos.

En 1962 le fue confiada la iglesia de Santa Bárbara en Santa Rosalía, donde tuvo como compañero de misión al Hno. Alfonso Segato. Al año siguiente comenzó y terminó en Santa Rosalía la construcción de una casa para acoger a los ancianos, hombres y mujeres. De 1988 al año 2000 el P. Mario permaneció en Guerrero Negro donde llevó a término un importante trabajo de reestructuración que le encargó el Obispo Mons. Berlie Belaunzarán. En aquellos años efectivamente, hizo un periodo de exclaustración y trabajó durante seis años al servicio de la diócesis de La Paz. Fue el gran restaurador de las misiones jesuitas de Santa Gertrudis y San Francisco de Borja en el Estado de Baja California. Con esta finalidad había fundado el grupo Mejibó, de laicos comprometidos, en Ensenada, que lo ayudaron en la reestructuración de aquellas misiones perdidas en la parte más inhóspita del desierto de la región central de Baja California.

Después de una breve permanencia en la NAP de menos de dos años, en el 2002 regresó a formar parte de la provincia de México donde permaneció hasta la muerte, a la edad de 90 años, más de cincuenta de los cuales dedicados a la Iglesia mexicana.

Dotado de agudeza y perspicacia, puso estas dotes al servicio de la misión y de la Iglesia local. Sabía establecer relaciones que podían serle útiles. En su abundante correspondencia hay cartas a provinciales y generales, a obispos y autoridades del gobierno e incluso al embajador italiano en México.

El P. Mario pertenecía a aquella generación de combonianos italianos que vio crecer la provincia mexicana asistiendo, no sin una cierta perplejidad, a su mexicanización. No era fácil dar confianza y pasar la antorcha a jóvenes combonianos mexicanos que él mismo y tantos otros combonianos de la Baja California habían visto crecer y habían formado.
Este comboniano, tan humano y tan sanguíneo, es recordado en muchas páginas y sitios de internet por gente de la Baja California: políticos e intelectuales, pero también por gente sencilla, pescadores, ancianos y participantes de los cursillos, de los que el P. Mario había sido iniciador en Santa Rosalía, y lloran su muerte.

(P. Rafael González Ponce, mccj)


“El padre Mario Menghini Pecci arribó a la península de Baja California en 1951, con el cuarto grupo de misioneros combonianos compuesto por los PP. Juan Fortuna y Valeriano Grifoni y los hermanos Orlindo Norbiato y Carmelo Praga. De esta manera se sumó a los dieciocho sacerdotes y siete hermanos italianos quienes estaban misionando ya en distintas poblaciones de la media Península, los cuales habían llegado también en pequeños grupos desde 1948, 1949 y 1950, respectivamente”.

Así comienza una semblanza del P. Mario, hecha recientemente por un periodista local, al saberse, en casi toda la Península, el fallecimiento del P.Mario, uno de los pilares de la evangelización en Baja California, cuyo nombre se asociará de ahora en adelante con la Iglesia y la historia de las misiones en aquellas tierras.

Nacido el 12 de septiembre de 1924 en Fabriano, Italia, y ordenado el 6 de junio de 1948, -año de la llegada de los Misioneros Combonianos a México-, el P. Mario llegó tres años más tarde a sumarse a los denodados esfuerzos de esos primeros titanes que abrieron las puertas de las vocaciones. mexicanas al lnstituto.

Más de cincuenta años consagrados a la Iglesia  méxicana

Recién llegado, al P. Mario se le asignó la misión de La Purísima, de donde visitaba la colonia María Auxiliadora, población naciente en el valle de Santo Domingo, y todas las rancherías aledañas.

En 1962 se le asignó la iglesia de Santa Bárbara en Santa Rosalía, donde el Hno. Alfonso Segato fue su compañero. Y en 1963 empezó la construcción del asilo de ancianos en Santa Rosalía hasta su total puesta en funcionamiento, para albergar a decenas de mujeres y hombres de la tercera y cuarta edad.

De 1988 a 2000 el P. Mario trabajó en Guerrero Negro y llevó a cabo una importante labor de restauración que le fue confiada por el obispo, Mons. Berlie Belaunzarán. Fue el gran restaura dar de las misiones jesuitas de Santa Gertrudis y San Francisco de Borja en el estado de Baja California (mencionado por la revista México Desconocido #268 de octubre 1997). Para ello, fundó el grupo Mejibó de laicos comprometidos en Ensenada, quienes lo ayudaron e hicieron una bella restauración de estas misiones perdidas en lo más inhóspito del desierto de la región central de la península de Baja California.

El Robinson Crusoe de la isla de ‘Cedros’, como el mismo se definiera en una de sus innumerables correspondencias, pasó la friolera de 4 7 años como comboniano en la península (1951-1998), antes de exclaustrarse seis años permaneciendo en la diócesis de La Paz para dedicarse a las restauraciones arriba mencionadas.

Luego de una corta estancia de dos años en la NAP, volvió a integrarse a la Provincia de México en el 2002 hasta su fallecimiento a sus casi 90 años. ¡Más de cincuenta años consagrados a la Iglesia mexicana!

Su personalidad

Dotatdo de gran agudeza y perspicacia, el P. Mario empleó muchas veces, -aunque no siempre-, dichas facultades en servicio de la misión y de la Iglesia local. Sabía moverse y establecer relaciones que le redituarían a corto, mediano, o largo plazo. En su numerosa correspondencia hay cartas a provinciales y generales, a obispos, y también a gobernadores y hasta al embajador italiano en México. Sabía dónde quería llegar y lo conseguía. Como reza el dicho popular mexicano: “No daba paso sin huarache”.

Se reveló un hombre de Dios con mucho carácter y un temperamento impetuoso rayando en lo temerario. En sus diálogos y cartas uno parece asistir a una partida de ajedrez en donde el P. Mario ya había dispuesto la estrategia y movía sus piezas con gran destreza. Los superiores no podían permitirse con él rebuscamientos o juegos de palabras, porque los razonamientos del P. Mario daba la impresión que llegaban a ponerlos contra las cuerdas. “¡Duro de roer!”.

Escuchamos el testimonio del P. Mario Balbiani, compañero del P. Mario: “Creo que fui, si no el primero, unos de los primerísimos vicarios suyos, pues tuve que ayudarlo en la parroquia de Santa Rosalía, B.C.S. en los años 1962-1964. Y creo que fui el que le duró más, aunque me fui desesperado… Ha sido un hombre amante del Instituto y amante de la Iglesia, dos características muy bonitas, pero iban unidas a un carácter muy duro e impositivo. Si querías estar bien con él, tenías que entrar en su forma de ser, cosa no fácil porque era como un volcán siempre en erupción … en cuanto a iniciativas pastorales … La obra del asilo de ancianos le abrió las puertas al aprecio de la gente que, lo sostuvo y defendió en los constantes pleitos que creaba contra la autoridad civil manejada por la Masonería … lo ayudé a realizar el Primer Cursillo de Cristiandad en Santa Rosalía, que fue un golpe mortal a la Masonería que manejaba la vida civil y religiosa de la población … Conmigo cambió su forma de ser: me apreció y me honró con una grande amistad”.

P. Mario perteneció a esa generación de combonianos italianos que vio emerger la provincia mexicana y presenciar, -no sin desconcierto y cierta perplejidad-, cómo esta se iba ‘mexicanizando”. ¡No era fácil hacer un voto de confianza y pasar el relevo a esos jóvenes combonianos mexicanos que él y muchos otros combonianos de Baja California habían visto crecer o habían formado! P. Mario no puede impedirse en algunas de sus cartas, -quizá a pesar suyo-, ser imperativo o dar directivas a los jóvenes provinciales autóctonos.

Aunque escribía, escuchaba y dialogaba, su tendón de Aquiles fue la obediencia. Decía estar abierto a la voluntad de Dios y de los superiores, pero él enfatizaba la suya de forma incisiva. Llegó a contar con el apoyo de obispos para sus proyectos e ideas, y muchas veces los superiores tuvieron que jugar al equilibrista para no romper el delgado hilo con P. Mario. Hay que decir, no obstante que, a diferencia de otros que terminaron yéndose para realizar sus planes personales, P. Mario regresó y continuó hasta el final poniéndose la camiseta comboniana.

Este comboniano, tan humano, tan de carne y hueso, aparece en muchas páginas y sitios internet de bajacalifornianos que lamentan su partida. Hombres políticos, influyentes, intelectuales, pero también gente menuda, pescadores, ancianos, participantes de los cursillos que P. Mario inició etc., externan su pesar por su muerte. “El tiburón comboniano’ y evangelizador infatigable permanecerá para siempre en los mares bajacalifornianos.

Del mccj Bulletin. In Memoriam. Supl. 258 de enero 2014