Obispos y agentes de la Pastoral de Movilidad Humana de las Conferencias Episcopales de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe, se reunirán del 19 al 22 de agosto en Ciudad de Panamá, para analizar la situación migratoria en la región y comprometerse con acciones que favorezcan la dignidad humana de la población migrante.
El evento que se realizará en la Casa de Retiro Espiritual Monte Alverna, tendrá como lema: “Caminando Junto al Migrante y Refugiado”. Además, estará orientado por el mensaje del Papa Francisco, para la 110 Jornada Mundial del Migrante y Refugiado 2024, con el tema “Dios camina con su pueblo”; que se conmemorará el domingo 29 de septiembre del presente año.
Garantizar los derechos de los migrantes y refugiados
De acuerdo a lo dicho por el arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa, anfitrión de esta reunión, este será un espacio de oración y reflexión, donde se hará seguimiento al trabajo de acompañamiento a los migrantes y refugiados, por lo que advirtió que todo se encuentra dispuesto para recibir a quienes participarán de este evento eclesial.
Así también, el prelado destacó que para la Iglesia católica en el continente es urgente, por lo complejo de la crisis migratoria, tener un acompañamiento articulado, con criterios claros para la acción pastoral, respetando las normativas de los países receptores, pero sobre todo velando para que se garanticen los derechos humanos de la persona migrante y refugiada.
Celebración eucarística
Como invitado especial desde Roma, estará presente el cardenal Jesuita Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, quien presidirá el martes 20 de agosto, a las 5:30 de la tarde, la celebración eucaristía en la Catedral Basílica Santa María la Antigua.
En esta línea, según lo señala una nota de prensa de la Conferencia Episcopal de Panamá, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, ofreció su apoyo solidario, con el fin de dar una participación más amplia en estos espacios de reflexión y debate, que permita dar una respuesta de mayor alcance a los desafíos pastorales que plantea hoy el fenómeno migratorio en la región.
Estarán al frente del desarrollo de este encuentro la Organización de Observatorio Socio-Pastoral de Movilidad Humana de Mesoamérica y El Caribe; la Pastoral de Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Panameña y la Arquidiócesis de Panamá.
Concluyó en Panamá el Seminario Continental sobre personas migrantes, refugiadas y desplazadas organizado por la CLAR (Confederación Latinoamericana de Religiosos) y la ADERYRP (Asociación de Religiosas y Religiosos de Panamá. El evento, que se celebró del 11 al 14 de julio, tuvo el propósito de buscar respuestas a los clamores de migrantes, refugiados y desplazados que siguen padeciendo este flagelo. los organizadores ofrecieron al final un mensaje donde exponen en cuatro puntos sus preocupaciones, pero también sus esperanzas de seguir con la labor evangelizadora que exige estos tiempos a la vida religiosa, poniendo en primera persona a aquellos que sufren. Este es el mensaje:
Hermanas y Hermanos de la Vida Consagrada,
Reunidas y Reunidos en la Ciudad de Panamá, laicas, laicos, consagradas y consagrados, personas migrantes y gente de buena voluntad, nos encontramos, escuchamos, observamos y abrazamos con fe y amor a personas (mujeres, hombres, niñas, niños, adolescentes) que llegaron desde otros países luego de cruzar el Darién en etapas complejas de sus procesos de movilidad migratoria y alta vulnerabilidad. En nuestras reuniones y diálogos renovamos y fortalecemos nuestro compromiso en la misión junto a personas migrantes, refugiadas y desplazadas, enfatizando cuatro puntos.
1. Reconocemos que las personas en movilidad humana son para la Vida Religiosa lugar teológico porque constituyen un llamado a servir a Cristo que migra y una oportunidad para ser evangelizadas/os por personas que viven de facto el misterio pascual: Dios actúa y se revela en las voces y las vidas de las y los desplazados, refugiados y migrantes. La Vida Religiosa al servicio de las personas migrantes confirma una vocación, pero también se reinventa y descubre un nuevo lugar eclesial; un lugar dónde vivir la alegría del resucitado. Así se comparte solidariamente la vida de las y los crucificados, en las formas y espacios que el discernimiento enseña y la providencia conduce.
2. Reaccionamos con indignación ante la violación de la dignidad humana de las y los migrantes, ante los abusos y violencias que sufren, incluyendo las muertes en la ruta migratoria. Denunciamos la corrupción que hace de las situaciones de vulnerabilidad migratoria un negocio; las grandes empresas y el crimen organizado que provocan miseria y desplazamientos obligados a personas campesinas, pequeñas propietarias y a quienes tienen que huir de la pobreza, de situaciones de violencia y miedo y de la acción depredadora contra la Casa Común. Señalamos a los Estados y a sus gobiernos porque no facilitan la migración regular o por la falta de leyes, políticas y acciones efectivas de gobernanza migratoria; también denunciamos la omisión o connivencia de liderazgos civiles, religiosos y gubernamentales que ignoran o soslayan el dolor, el sufrimiento y las amenazas de tantas personas y sus familias en desplazamientos internos e internacionales en todos los países del Continente.
3. Manifestamos la esperanza de que las y los ciudadanos de los países de donde salen, por donde pasan y adonde llegan personas luchando por vida y dignidad, elijan las prácticas de acogida, respecto y solidaridad en cada encuentro con personas migrantes y desplazadas. Son personas que adoptaron la migración como estrategia para alcanzar con su esfuerzo y su trabajo condiciones de paz y futuro para sí mismas y los suyos. Declaramos que nadie es extranjero en la Iglesia de Dios, y por esto rechazamos prácticas de xenofobia, discriminación y exclusión de acceso a servicios básicos, criminalización de migrantes y en contra de la solidaridad con migrantes y todo tipo de extorsiones, abusos u opresiones.
4. Llamamos a la Vida Religiosa del Continente, a las Iglesias y sus Pastores, y otras latitudes a sumarse y fortalecer su presencia a través de estudios sobre este fenómeno, colaborando en la comunicación verdadera sobre esta realidad y sobre todo con sus miembros y dones, en la misión de acoger, proteger, promover e integrar. La atención directa y la acción de sensibilización y de incidencia son igualmente necesarias, faltan manos, pies y cabezas en la compañía de las mayorías populares en movilidad. Ojalá que más personas y organizaciones lo hagan, pero también es decisivo enterarse de la realidad de las personas migrantes y refugiadas, sentir sus padecimientos como propios y comunicar su preocupación en sus propios ambientes pastorales.
Es urgente fortalecer nuestra presencia en la Red CLAMOR, en la Red Jesuita con Migrantes, en las redes de la Vida Consagrada contra la trata y otros espacios de articulación que nos permitan seguir construyendo un Nosotros cada vez mas grande, como nos ha convocado el papa Francisco. También urge promover otros espacios de articulación con las personas migrantes, conformar nuevas redes locales de intervención calificada y robustecer liderazgos dentro y fuera de la Vida Religiosa que apunten a una verdadera transformación social en beneficio de todas las personas migrantes en Panamá y en nuestro Continente. Invocamos la asistencia de la Sagrada Familia de Nazaret, quienes vivieron la experiencia de la migración forzada, el exilio y el retorno, para que nos acompañen en este caminar. Firmamos: Participantes en el Seminario LOS CLAMORES DE LOS VULNERADOS: ESPERANZAS Y RESPUESTAS EN TIEMPO DE SINODALIDAD convocado por la Comisión Personas Migrantes, Refugiadas y Desplazadas de la CLAR.
El 19 de junio, desde Malacatán en San Marcos, Guatemala, los obispos que comparten frontera entre ese país y México dieron a conocer un Mensaje que se enmarca en la 110° Jornada Mundial del Migrante y Refugiado 2024 a la que el Papa Francisco puso como lema “Dios camina con su pueblo”. Este documento describe con claro realismo el estado actual de los migrantes que pasan por la frontera compartida.
Distinguen cuatro categorías de migrantes: forzados, en tránsito, los solicitantes de la condición de refugio, y víctimas de la trata de personas, junto con la “casi nula respuesta humanitaria por parte de los Estados de la región para la atención de las personas en movimientos mixtos”. Esos mismos Estados no garantizan el derecho a la vida ante situaciones de alta vulnerabilidad.
También señalan la falta de “protección internacional a las personas que han dejado sus países de origen” en busca de nuevas alternativas de vida que logren superar violencias, pobrezas, extorsiones, reclutamiento de pandillas y tantas otras situaciones.
La presencia del crimen organizado como controlador de las rutas migratorias suma peligros en el camino de los migrantes que cada vez son más: mujeres, niños, ancianos, familias completas que, al no ser acogidos por los países receptores, son arrojados a vivir en las calles de ciudades que invisibilizan su presencia y necesidad de asistencia.
¿Qué hacer? Retos y Prioridades
Crear una red de comunicación y alerta entre fronteras vecinas y transversales.
Mejorar la coordinación para la atención a familias de migrantes repatriadas, retornadas-deportadas.
Fortalecer las Pastorales de Movilidad Humana a nivel nacional, diocesano y parroquial.
Desarrollar los mecanismos de documentación de casos sobre abusos y violaciones a los derechos de los migrantes y víctimas de la violencia.
Continuar procesos de incidencia política, social y eclesial.
Elaborar un plan con un enfoque integral, líneas de acción comunes, para atender y acompañar el fenómeno migratorio.
Realizar un mapeo de rutas migratorias, que orienten para asegurar la ubicación de albergues o casas que brindan servicios pastorales.
Dar seguimiento e implementar las acciones mediante una comisión específica integrada por representantes de la frontera México-Guatemala.
De estas jornadas, que se extendieron del 17 al 20 de junio, participaron obispos, sacerdotes, laicos, religiosas “con el objetivo de contextualizar e identificar las prioridades y los desafíos comunes en materia de migración, refugio y trata de personas en la frontera México-Guatemala y de este modo fortalecer los servicios pastorales de atención y protección a personas migrantes y víctimas de violencia”.
VIDEO de la Misa de Apertura de este Encuentro Binacional que fue presidida por el cardenal guatemaleco Álvaro Ramazzini, presidente de la Red Clamor
En el mediodía de hoy 3 de junio en la Sala de Prensa de la Santa Sede se presentó el Mensaje del Papa Francisco por la 110ª. Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado que se celebrará el 29 de septiembre de 2024.
Con el título “Dios camina con su pueblo” este mensaje nos deja varias ideas-núcleo:
redescubrimiento de la naturaleza itinerante del pueblo de Dios; en la actualidad;
“una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna”;
los migrantes huyen de la opresión y el camino “en sus viajes de esperanza” está plagado de obstáculos;
“Dios, compañero de viaje”;
el encuentro con cada migrante es un encuentro con Cristo.
Dios: sinodal y compañero
Este mensaje nos expone al viaje de todo ser humano en su paso por la tierra, espejando el éxodo bíblico, de la esclavitud a la libertad. En uno de sus párrafos surge Dios como el gran compañero de camino: “Muchos emigrantes experimentan a Dios como compañero de viaje, guía y ancla de salvación. Se encomiendan a Él antes de partir y a Él acuden en situaciones de necesidad. En Él buscan consuelo en los momentos de desesperación. Gracias a Él, hay buenos samaritanos en el camino. A Él, en la oración, confían sus esperanzas. Imaginemos cuántas biblias, evangelios, libros de oraciones y rosarios acompañan a los emigrantes en sus viajes a través de desiertos, ríos y mares, y de las fronteras de todos los continentes”.
Dios con, Dios en
No solo es una cuestión de preposiciones sino de presencias que pueden cambiar tantas historias concretas: “Dios no sólo camina con su pueblo, sino también en su pueblo, en el sentido de que se identifica con los hombres y las mujeres en su caminar por la historia ―especialmente con los últimos, los pobres, los marginados―, como prolongación del misterio de la Encarnación”.
Al encuentro del Señor
“Cada encuentro, a lo largo del camino, es una oportunidad para encontrar al Señor; y es una oportunidad cargada de salvación, porque en la hermana o en el hermano que necesitan nuestra ayuda, está presente Jesús. En este sentido, los pobres nos salvan, porque nos permiten encontrarnos con el rostro del Señor”.
Presentaron el Mensaje el cardenal Michael Czerny, S.J., prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral; Hna. Patricia Murray, I.B.V.M., secretaria ejecutiva de la UISG y delegada ante la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos; Blessing Okoedion, sobreviviente de la trata, mediadora cultural, Presidenta de Tejedoras de Esperanza; y Emanuele Selleri, director ejecutivo de ASCS – Agencia Scalabriniana de Cooperación al Desarrollo. Fueron coordinados por la Dra. Cristiane Murray, vicedirectora de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Texto y fotos: Fernando de Lucio y Paulina Galicia
El barrio de La Merced es uno de los más antiguos y famosos en la Ciudad de México, pues dentro de sus 54 manzanas alberga miles de comercios populares, mercados y bodegas, tumulto que ha propiciado también el comercio ilegal, así como de narcóticos y prácticas de prostitución. En medio de este escenario capitalino, se alza la parroquia de la Santa Cruz y Nuestra Señora de La Soledad, que desde hace ya muchos años ha sido conocida entre los vecinos por brindar alimento, refugio y apoyo a las personas en situación de calle y con adicciones, así como a quienes ejercen la prostitución en la zona. Dentro de esta labor humanista, desde hace un par de años se ha sumado el recibimiento de las olas migrantes conformadas por hombres, mujeres y niños que cruzan nuestro país en busca de la frontera estadounidense, donde se les ha prometido ayuda y asilo. Sin embargo, la Unión Americana ha implementado mecanismos legales para que las personas migrantes realicen los trámites necesarios para ingresar a su territorio desde un tercer país seguro, y México es uno de esos.
Socorrer al migrante
Lleno de amor al prójimo, el padre Benito Torres, párroco de La Soledad, ha abierto las puertas de la iglesia para dar refugio cada noche a más de mil personas que han dejado atrás todo lo que conocían en busca de un futuro próspero, sobre todo para sus hijos que, sin saberlo, nacieron en países con conflictos políticos y económicos que desatan la violencia y pobreza en sus calles. Él mismo nos cuenta su labor pastoral en dicha parroquia.
«Ante la crisis migratoria, desde hace dos años y medio la parroquia tuvo que reorganizarse para dar ayuda humanitaria a nuestros hermanos. Con las primeras caravanas de hondureños el número de migrantes aumentó y la iglesia se vio rebasada. Entonces nos dimos a la tarea de ampliar más áreas dentro de la parroquia para atenderlos. Hemos llegado a tener hasta mil 300 personas durmiendo dentro de las instalaciones: en el templo caben alrededor de 650 personas y otro tanto en la parte trasera, estacionamiento y salones.
Nuestra labor consiste en dar hospedaje, alimento y atención médica y psicológica, esto último, gracias a los centros de salud cercanos, principalmente de la alcaldía, que cada semana nos apoyan con dos, tres o hasta cuatro brigadas médicas, dependiendo de la necesidad. Asimismo, algunas dependencias de la ONU vienen a ver qué necesitan los migran-tes para darles un mejor servicio humanitario. Además de atenderlos, siempre buscan que, quienes estamos al frente (voluntarios y un servidor), gocemos de buena salud.
La arquidiócesis de México también busca ayudas y nos las hace llegar. Pero las ayudas siempre resultan mínimas ante la magnitud de las necesidades aquí en la parroquia y en la explanada (fuera del templo existe un gran campamento de migrantes); toda ayuda siempre es bienvenida. También recibimos apoyo de otras instituciones como el Banco de Alimentos, a donde vamos cada semana por perecederos, y de la Central de Abastos. Aparte de las dependencias de la ONU, viene Médicos Sin Fronteras que está trayendo atención psicológica. Tanto adentro (de la parroquia) como en la explanada atienden las necesidades médicas y psicológicas.
No es la primera vez que la parroquia asiste a grupos vulnerables. Llevamos diez años trabajando con personas en situación de calle y con personas en contexto de prostitución; los grupos pastorales se han visto involucrados en esta labor social. Sin embargo, con la situación de los migrantes las cosas cambian, porque ya no estamos hablando de 100 o 200 personas, sino de más de mil, y afuera la realidad supera a la imaginación.
Es una crisis muy grande que incluso rebasa a las autoridades federales, estatales y locales. Nos vemos muy rebasados. Tenemos ayuda, pero en febrero, por ejemplo, ya no había cobijas, y la gente la pasa mal, sobre todo, las familias con niños y bebés.
Pedimos colaboración a empresas grandes dedicadas a dar ayuda o a donadores o algún bienhechor, aunque todo es bienvenido. Sólo para que se den una idea, al día, mínimo en la noche se van tres pacas de cobijas, hablamos como de 200; nuestra bodega ya está vacía. Muchos migrantes se llevan su cobija.
La situación migratoria nos hace reflexionar y por ello no bajamos la guardia. Creo que la mayoría de ellos tienen mucha necesidad, buscan un sustento, es decir, tratan de trabajar. A veces vemos algunos pidiendo dinero en las ciudades, quizá las mamás con niños, pero en esta zona de La Merced muchos hombres salen a trabajar para ganarse el sustento y tener algo para seguir el camino. Hay quienes no encuentran trabajo y se ponen a vender chicles u otra cosa para no estar pidiendo.
Aquí hay muchos migrantes de África; de hecho, estamos pensando hacer una misa africana. Lo menciono porque yo también he estado en Camerún, y deseamos realizar una misa con todo ese rito que siempre es muy bello, alegre y explosivo; con sus bailes y todo. Ya platiqué con un sacerdote de Burundi que vendrá a celebrar la misa así como se celebra allá. Tenemos hermanos de Angola y del Congo. Por lo regular hay de 150 a 200 africanos.
¿Qué podemos hacer para ayudar a los migrantes? No se trata sólo de traer; los invito a que como cristianos sean voluntarios y se empapen viendo desde dentro esta realidad, así se va entendiendo lo que padecen nuestros hermanos migrantes, porque muchas veces no vemos todas las necesidades que deben satisfacer cuando van de paso. Ellos tocan muchas puertas para comer y toda esta situación que trae la migración no la comprendemos hasta que empezamos a tener contacto con ellos y a ver su realidad. Entonces, cuando uno vive la experiencia con ellos, se puede entenderlos. Sabemos que todos somos humanos y que cada quien tiene su carisma, pero para comprender su situación hay que empaparse de la realidad migrante».
Labor de tiempo completo
Ya en el patio de la parroquia, bajo un gran toldo donado por la ONU, es el último turno para el desayuno, ahí están ellos, los migrantes. Mientras tomamos fotos, se oye al frente una voz con un tono sereno, pero firme, dando indicaciones. Su liderazgo no es forzado o autoritario; es claro que hemos llegado con la persona indicada: es Claudia, la voluntaria. Pide un segundo para quedar frente a la puerta y ver todo… Ella nos narra con franqueza.
«¡Trabajar con los migrantes es una enorme experiencia! Soy madre soltera e inicié con el párroco Benito Torres la labor de albergar aquí personas en situación de calle. Terminaba tarde, porque se los dejaba al padre bien dormiditos y me iba a casa con mis hijos, que siempre me esperaban para cenar. Entonces, ahí es donde doy gracias a Dios por estar reunida con mis hijos y que tenemos techo, comida y vivimos en armonía. Es lo más maravilloso que he podido constatar y consolidar en mi familia…
Cuando el párroco me dijo que sería más tranquilo con los migrantes, porque son familias, dije: ¡Órale, padre, va; le entramos! ¡Qué va a ser más tranquilo! Son situaciones totalmente diferentes, son familias que vienen con niños, mujeres embarazadas… Aquí ya se recibían migrantes, pero cuando se promulgó el Artículo 42 en Estados Unidos (que pide a los solicitantes de asilo esperen en otro país), se empezó a llenar la plaza de La Soledad con muchas familias migrantes. Al ver a tantos grupos con niños durmiendo en la plaza, el padre Benito junta de nuevo al equipo y decide darles hospedaje.
Ahora llevo con los migrantes dos años corriditos y más de seis apoyando al párroco. Puse en pausa mi trabajo como ingeniera y me dediqué de tiempo completo a esta labor. Ahora, mis hijos están más grandecitos y doy gracias a Dios porque eso me permite estar en este voluntariado. Hoy, todo se ha dado.
El padre Benito sabe que lo apoyo las 24 horas; ahora sí que me toca abrir y cerrar; es una misión muy bonita, pero muy fuerte porque vienen con las emociones a todo. Cuando llegan a la puerta me encomiendo mucho a Dios y le pido paciencia y sabiduría, porque llegan como ollas exprés que “explotan”, se entiende por todo lo que pasaron en la selva, los asaltos, les quitan sus documentos; el que hayan visto tantos muertos… llegan con esas pesadillas.
Además de ser formada por mi madre en el altruismo y la solidaridad, aquí veo la necesidad con la gente y me gusta mucho el apoyo que el padre Benito ha conseguido; que vengan brigadas médicas es una bendición, porque los migrantes temen acercarse a un hospital pues piensan que serán deportados. Cuando tuvimos más de mil 300 personas albergadas aquí adentro nos mandaban más de 12 doctores de diferentes centros de salud. Los médicos vienen con toda su brigada de pasantes, enfermeras y promotoras de salud, además de los puestos de vacunación, que son otra bendición enorme. Las brigadas han detectado casos de varicela, también de paludismo, dengue y malaria, principalmente de los que vienen de África.
Por ejemplo, hoy está Médicos Sin Fronteras, ellos nos apoyan tanto adentro como afuera (en la plaza), casi todas las organizaciones que vienen asisten en ambos lados: albergue y plaza. Ellos cuentan con traductores y esto es una ventaja enorme para aventajar en las consultas; así los diagnósticos son más certeros; eso es otra bendición más para asistir a los migrantes.
Diversas organizaciones vienen una vez a la semana. También vienen abogados que ayudan a los migrantes con asesoría legal sobre la cita en la aplicación CBP One, que es donde tienen más preguntas y dudas; además, asesoran a quienes perdieron sus documentos y buscan cómo recuperarlos, le dicen a qué embajada, consulado u oficina ir, según su nacionalidad. Otra organización que viene a realizar actividades es la Jugarreta. Ellos vienen a jugar con los niños dos días a la semana. Todas las actividades son por la mañana, así, se descansa en la tarde y a las 8 de la noche cerramos el albergue. Recibimos ropa, pero tenemos que clasificarla. Somos muy pocos voluntarios, así que procuro darme tiempo para clasificarla según sea de bebé, niños, mujeres y hombres. Cuando ya la tengo clasificada, formo a las personas por familias y les vamos dando ropa, artículos de aseo personal o lo que necesiten.
Al principio la comunidad era muy solidaria, pero desafortunadamente hay mucha basura y algunos migrantes hacen sus necesidades por todos lados, por eso los vecinos se empezaron a quejar por el saneamiento y la falta de limpieza ante los focos de infección y por los escándalos ante las riñas de migrantes. Además, hay altercados entre personas de diversas nacionalidades, en ocasiones bloquean el paso y tienen que dar mucha vuelta. Por todo esto, los vecinos no quieren a los migrantes en la plaza.
Aquí en el templo los alojamos tres días o una semana, algunos migrantes se enojan cuando no podemos darles lo que nos piden o quedarse más días o les llamamos la atención por infringir el reglamento. Hacer respetar el reglamento es parte del voluntariado y cuando les digo que no, a veces se termina la amistad, pero sé que estoy siguiendo el estatuto. La mayoría sabe que este lugar es de paso.
Además de la atención a migrantes, el padre Benito tiene otros programas. Tiene 13 comedores comunitarios, y sólo en uno se cobra la comida a 11 pesos, en el resto es gratis. Para esta obra cuenta con el apoyo del Banco de Alimentos y otras instituciones. Los miércoles nos llega todo el abasto y desde aquí se distribuye. En ocasiones, los migrantes creen que toda esa comida es enviada sólo para ellos y la quieren tomar; así, les tengo que explicar que el párroco atiende comedores comunitarios y otros programas, como el de situación de calle, tercera edad, orfanato, mujeres vulnerables, de ex sexo-servidoras, etcétera».
«Todos hemos sido migrantes»
Mons. Francisco Javier Acero
Monseñor Francisco Javier Acero es obispo auxiliar de la arquidiócesis de México y acompañante de la vicaría episcopal de Laicos en el Mundo, Nos habla sobre el trabajo que realiza dicha arquidiócesis para ayudar a los migrantes que están de paso en la Ciudad de México.
«Aquí hay unas ocho o diez casas funcionales o albergues en parroquias para acoger a los migrantes. Creamos una red entre estas casas, que se reúne una vez al mes o a través de un chat de WhatsApp para ver qué cosas necesitamos, qué hay que pedir al gobierno. El objetivo es trabajar juntos y unir esfuerzos, religiosos, religiosas, sacerdotes diocesanos y laicos, para ver cómo podemos ayudarnos mutuamente. El consejo del Instituto Nacional de Migración ha venido aquí porque también le interesa participar en esta red.
Actualmente acogemos entre 2 mil 500 y 3 mil personas en Ciudad de México. Son pocos para la cantidad que hay. El Gobierno ha cerrado algunos de sus albergues. Los migrantes confían más en los albergues de la Iglesia que en los estatales. Por lo que escucho cuando visito los albergues, el lugar más difícil para los que llegan y están en tránsito es pasar México, y esto duele, porque siempre habíamos sido un país hospitalario. No los estamos acogiendo como verdaderos hermanos. Pasar por nuestro país se convierte en una pesadilla.
No olviden que todos somos peregrinos y que todos hemos sido migrantes. Venimos de una región, de un pueblito, hemos llegado a la ciudad. Debemos recuperar nuestra identidad como pueblo para acoger al migrante que llega. Me da pena decirlo, pero en algunas zonas de la ciudad donde hay albergues o casas de acogida los vecinos se están convirtiendo en racistas, y lo peor es que todo esto se politiza.
Yo le diría a cada católico mexicano: primero, cada vez que veas a un migrante, mira tu identidad; segundo, acoge a quien es como tú, que tiene necesidad y viene de una situación vulnerable; y tercero, no politices, simplemente ayuda. Tenemos que evitar que se polarice la Iglesia, porque creo que también nosotros a veces estamos polarizados. Ya lo dijo el Papa en su discurso por el 60 aniversario del Concilio: «no debemos ver una Iglesia conservadora o progresista, de derechas o de izquierdas, la Iglesia es de Jesucristo». Da la impresión de que cuando defendemos causas sociales somos de izquierdas, y no es así, somos del Evangelio. Es inquietante que un sacerdote no se preocupe de la pastoral social. Son cosas que el mundo nos está pidiendo. Del encuentro con Jesús sale la solidaridad con todos. Cuando una parroquia tiene un proceso de fe acompañado, al final sale un proceso de fe solidario.
Si desean colaborar, pueden acudir al vicariato de Laicos en el Mundo de la arquidiócesis de México, en la calle Durango 90, colonia Roma, alcaldía Cuauhtémoc. A través de nuestro correo electrónico (covelm@arquidiocesismexico.org) se les puede orientar sobre dónde hay necesidad y qué tipo de colaboración pueden prestar: ropa, alimentos u otra ayuda».
Por: Felipe Cardenal Arizmendi Esquivel Obispo Emérito de SCLC
MIRAR
Desde que yo era niño, allá por los años cuarentas del siglo pasado, varias personas de mi pueblito emigraron. Unos pocos salieron para huir de conflictos ejidales de aquellos tiempos por la explotación de la madera. Varios más se fueron a trabajar a los Estados Unidos, la mayoría sin documentos, y ha mejorado su calidad de vida; casi todos han construido buenas casas en la comunidad para su familia y para ellos cuando pueden venir. Muchos han salido a estudiar o a trabajar en ciudades cercanas. Esta migración, en general, ha sido benéfica para ellos y para mi pueblo. Cuando llegan las fiestas patronales, o si hay alguna necesidad comunitaria, ellos colaboran significativamente.
Cuando serví como obispo en Tapachula, (1991-2000), pasaban algunos migrantes, no tantos como ahora, sobre todo de Guatemala, El Salvador y Honduras, y la diócesis, desde mucho antes de que yo llegara, procuró atenderles en lo posible, construyendo albergues para ellos. La mayoría usaban el tren La Bestia, que en aquellos años unía las fronteras México-Guatemala. El huracán Stan destruyó muchos puentes ferroviarios y, desde entonces, se suspendió esa conexión. Entonces, el reto mayor eran los casi 55,000 guatemaltecos refugiados, que habían huido de la guerra civil en su país. Siguiendo lo hecho por mi antecesor, se les ayudó no sólo con asistencia ocasional, sino también promoviendo que tuvieran trabajos adecuados; les acompañamos después en su retorno programado a Guatemala.
Como obispo en San Cristóbal de Las Casas (2000-2018), me tocó atender el aumento migratorio que se intensificó allá, pues muchos migrantes procuraban llegar a Palenque, donde podían abordar el tren que allá subsistía, para intentar llegar a los Estados Unidos. ¡Cuántos sufrimientos padecían! ¡Cómo eran extorsionados, explotados, vejados, tanto por polleros, como por autoridades migratorias! Hicimos cuanto fue posible, y la diócesis prosigue este servicio a tantos hermanos que no cesan en su intento de llegar a su objetivo.
Ahora las caravanas de migrantes han aumentado tánto que nos han rebasado a las diócesis, a los organismos de ayuda y a las mismas autoridades. Estas insisten que se atiendan las causas desde sus países de origen. Esto es muy correcto, pues si en el propio lugar no hay condiciones de seguridad y de trabajo, la gente no se detendrá, aunque le pongan más muros. Sin embargo, esas ayudas no han sido suficientes. Por presiones del gobierno norteamericano, nos hemos convertido en un país represor y expulsor de migrantes indocumentados ¡Es un gran desafío para todos!
DISCERNIR
Los obispos de la frontera entre Texas y México emitieron un importante documento sobre esta realidad. En la primera parte, analizan con datos el fenómeno. En la segunda, hacen un profundo discernimiento. En la tercera, proponen unas recomendaciones. Transcribo algo de lo que dicen:
“Nuestra perspectiva católica sobre los migrantes y refugiados tiene su raíz en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición, con la guía del Magisterio de la Iglesia. La Biblia habla sobre la experiencia de la migración. Por ejemplo, el Libro del Éxodo dice: “No maltrates ni oprimas al extranjero, porque ustedes también fueron extranjeros en Egipto” (Ex 22,20). José, María, y el niño Jesús emigraron temporalmente a Egipto para escapar de los violentos planes del rey Herodes (cf. Mt 2, 13-23). Jesús mismo enseña que, al acoger al forastero, en realidad lo estamos acogiendo a Él, que dirá en el Juicio Final: “Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa” (Mt 25,35). Jesús nos visita en los migrantes, que se convierten en nuestros compañeros de viaje. En ellos recibimos como huésped al que nos prepara casa en el cielo, que es nuestra patria.
A lo largo de la historia, la Iglesia, que como una madre ha estado atenta y solícita a los problemas de la humanidad, mediante su doctrina social ha promovido y defendido el derecho natural e inalienable que toda persona humana tiene de migrar o no migrar. También ha reconocido el derecho de los estados de controlar sus fronteras y el deber de acoger y velar por los derechos del migrante, quien a su vez debe respetar el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, obedecer sus leyes y contribuir a su desarrollo.
La Iglesia enseña que toda persona tiene derecho de encontrar en el propio país oportunidades económicas, políticas y sociales que le permitan alcanzar una vida digna y plena. Eso requiere que cada país, mediante una atenta administración local o nacional, garantice un comercio más equitativo y una cooperación internacional solidaria, y asegure a sus propios habitantes la libertad de expresión y de movimiento, así como la posibilidad de satisfacer vivienda y la educación”.
ACTUAR
¿Qué hacer? Los mismos obispos proponen: “Independientemente de su situación legal, la vida, la dignidad y los derechos de los migrantes deben ser reconocidos, respetados, promovidos y defendidos, lo mismo que sus respectivos deberes. La Iglesia reafirma la necesidad prioritaria de un estado de derecho que proteja a las familias, en particular de los migrantes y refugiados, que son agraviados por nuevas dificultades. El Estado debe ser garante de la igualdad de trato legislativo y, por tanto, debe proteger todos los derechos de la familia migrante y refugiada, evitando cualquier forma de discriminación en el ámbito del trabajo, la vivienda, la salud, la educación y la cultura.
Se necesita por parte de todos –dice el papa– un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que ponga como fundamento la ‘cultura del encuentro’, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. Jesús ha dicho: ‘fui forastero y me hospedaste’ (Mt 25,35). Resulta actual y urgente la invitación a practicar una hospitalidad que no puede limitarse a la mera distribución de ayudas humanitarias, sino que debe llevar a compartir con quienes son acogidos el don de la revelación del Dios Amor, ‘que tanto amó al mundo, que nos dio a su Hijo único’ (Jn 3, 16)”.