¿Y si la edad es relativa?
Texto y foto: Hna. Odette Riad Ibrahim Abdelsayd, smc
Desde Asuán (Egipto)
Desde hace seis años me encuentro en la misión de Asuán, ciudad conocida por la famosísima presa que lleva su nombre y que controla las aguas del río Nilo. Llegué aquí después de una larga, desafiante y hermosa experiencia en Sudán del Sur, país que amo y guardo en mi corazón y al que ya no sé si volveré un día. Todo dependerá de mi salud y de la decisión de las superioras de mi congregación, las Hermanas Misioneras Combonianas.
Tanto en Sudán del Sur como ahora en Egipto siempre he trabajado en la guardería con niñas y niños encomendados a nuestro cuidado. Estar con ellos es algo hermoso porque son como pequeños ángeles inocentes, pero debo confesar que ahora, a mis 77 años, con mucha menos energía que cuando era joven y muchos más achaques, el trabajo me cansa bastante. Los misioneros no nos jubilamos, seguimos aportando lo que somos y podemos aunque aparentemente no se vea gran cosa. En la guardería, el ritmo de trabajo es exigente para mí, aunque no me quejo y lo hago todo con gusto.
En un día normal, las clases comienzan a las ocho y media de la mañana y concluyen a la una, aunque son muchos los niños que ya están aquí a las siete porque sus padres tienen que ir a trabajar temprano y pasan primero a dejarnos a sus hijos.
Esta misión de Asuán me está enseñando a entender y a vivir cotidianamente la acogida, la esperanza y la fe, porque veo a muchos niños y niñas cristianos y musulmanes que viven juntos sin hacer ningún tipo de distinción. Los adultos tendríamos que aprender mucho de ellos. A estas edades, ellos viven la amistad y la acogida de verdad, de un modo transparente, porque en sus corazones no existe la mentira y no identifican ningún tipo de diferencia social, religiosa o política. Son todos iguales, son todos amigos.
Una de mis mayores alegrías está siendo ver que las maestras que trabajan con nosotras han asumido la vivencia sincera de los valores del Evangelio basados en el amor a los más pequeños de los que habla Jesús. Me conmueve ver que son mujeres unidas por el cuidado de nuestros niños y se interesan por ellos como verdaderas madres.
Frente a eso, me entristece descubrir que hay niños que proceden de familias rotas y pobres donde muchas veces no reciben afecto y atención. No es bueno que al llegar a sus casas no encuentren una continuación de los valores que se enseñan y promueven en nuestra guardería. Hay mucha violencia en nuestro entorno, por eso en nuestro centro nos aseguramos de que todos los niños se sientan amados y acogidos.
Hace algunos días, un padre de familia cristiano vino a la parroquia con su hija para una actividad. Ella no quería quedarse en la iglesia e insistió para que su padre la llevara a la guardería. Este señor me comentó después que estaba conmovido al ver el amor de su hija por nuestra guardería, y para mí es una alegría constatar que los padres y madres estén contentos de cómo los niños son amados y educados en nuestra institución.
Me siento profundamente agradecida con Dios, sobre todo cuando veo que nuestros niños, amados y contentos, crecen en espontaneidad, acogida, respeto y libertad. Igual que las maestras, creo que nuestra guardería, que lleva el nombre de Santa Teresa, está poniendo las bases para el futuro y que los niños y niñas de Asuán encomendados a nuestro cuidado crecen en valores humanos fundamentales que generan convivencia y fraternidad. Pensar en esto hace que se me olvide la edad que tengo y trabaje como una joven.