La Misión continúa
La vocación se define como servicio a los demás, sobre todo a los más pobres, según el Evangelio de Cristo. La Palabra es el lugar del encuentro con Dios, desde donde Él sigue invitando a los jóvenes a colaborar con el anuncio de su amor misericordioso.
Por: Esc. Yonatan Patiño, mccj
Me encuentro en una etapa formativa en donde Cristo me invita a responder y a vivir con mayor responsabilidad y compromiso mi vocación misionera. Aún como seminarista, sigo enriqueciendo mi formación con experiencias muy valiosas que me han marcado ahora y durante etapas anteriores, y que me preparan para ejercer un ministerio de amor.
Las etapas que ya concluí son: seminario menor, propedéutico, postulantado y noviciado. Además, en cada una ha crecido mi vocación, gracias a la Palabra y al mensaje de Jesús que, en el pasado y presente, han tenido la misma esencia y fundamento: el amor.
Ahora bien, desde mi experiencia, puedo decir que para el joven que vive el amor de Dios, la misión se convierte en un espacio para escuchar a los demás.
Al preguntarme: ¿qué llamado estoy viviendo, el mío o del pueblo? Es claro, el Padre me responde que mi vocación se orienta a la misión de anunciar el amor de Jesús a su pueblo, en especial a «los más pobres y abandonados», como diría nuestro fundador san Daniel Comboni.
Como joven misionero re-conozco cómo Dios me llama a vivir la alegría del amor. En este sentido, las experiencias misioneras se convierten en un espacio de discernimiento para mi vocación, entendida como un proceso de diálogo con el Señor para seguir optando por su estilo de vida. En esta relación personal con Dios voy comprendiendo que Él camina conmigo y me da luces para continuar en la vida religiosa misionera y culminar con la ordenación sacerdotal, por mencionar dos cuestiones elementales en mi llamado.
La realidad, iluminada por el Padre, es la ventana para atender su voluntad desde cualquier estado de vida, desde algún oficio que se desempeñe para llevar el pan a la mesa, hasta alguna otra misión apostólica.
El proyecto de Dios entraña la misión de dar a conocer su amor a cada hombre y mujer, y que pone en el corazón de toda misión al amor y atención al prójimo; así, el servicio se convierte en el medio para escuchar el llamado que nos conduce a experimentar a Dios en la alegría de nuestro corazón.
En pleno siglo XXI, la misión necesita vocaciones que «se jueguen el todo por el todo» por Cristo y que deseen llevar la Buena Nueva a quienes aún no la conocen. Por ello, nuestra Iglesia necesita de manos jóvenes que tengan la inquietud de colaborar y que vivan la alegría del amor. Asimismo, requiere de muchachos que, al optar por la vida consagrada, compartan el mensaje y vida de fe en tierras de misión; ahí donde hay tantos que esperan una palabra de esperanza, una luz que guíe su camino y su vida.
Por tanto, estimado lector, si en tus manos está la idea de ser misionero y sientes que Jesús te invita a ser mensajero del Evangelio, no temas. Sé valiente y responde al llamado que Dios te hace. Recuerda: «la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos» (cf Mt 9,37) y tú puedes ser uno de ellos. Así podrás continuar su misión aquí en la tierra: dar testimonio del amor que nos dejó, liberando a tantos de toda esclavitud.