“Pero diga a Augusto y a María que se echen a los pies de Jesucristo; que se escondan dentro del Corazón de Jesucristo, y ahí, en esa fuente inagotable de consuelo podrán confortarse”. (Escritos 2833)
“Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón…(Mt. 11, 28-29)
Por todas partes el Señor nos invita a ir a él, a centrar nuestras vidas en él; nos llama a confiar en él de tal manera que lleguemos a hacer de él nuestro consuelo y nuestro refugio.
Pero confiar y abandonarse parecen ser hoy grandes obstáculos en nuestro caminar. Vivimos en un mundo en donde la sospecha y la desconfianza se dibuja en los rostros de nuestros contemporáneos. Quien confía y abre su corazón a los demás, muchas veces en considerado ingenuo o demasiado inocente.
En nuestros tiempos nos gusta postrarnos ante muchas cosas que acaban por entristecer nuestro corazón. Preferimos seguir a los falsos profetas de nuestro mundo y nos dejamos encandilar por engañosas promesas de felicidad. Pero Jesús no se cansa de invitarnos a estar con él, a ponernos a sus pies, a confiar en él.
Sólo Jesús es capaz de convertirse en luz para nuestras oscuridades, sólo él es quien da la fortaleza en el momento de la prueba, él es consuelo que conforta y anima.
Sólo escondiéndonos en su Corazón encontraremos un refugio seguro, que no significa escapar del mundo, sino capacidad de vivir, sin que nada ni nadie nos robe la alegría. El Corazón de Jesús está siempre abierto para ser nuestro consuelo y nuestro refugio. En él confiamos y a él recurrimos para que nuestros corazones encuentren descanso.
Reflexiono
¿Qué agita mi corazón, qué lo aflige y lo hace pesado y cansado? ¿Qué ocupa el centro de mi vida, en dónde están mis intereses más importantes? ¿En dónde necesito experimentar el consuelo del Señor? ¿Tengo a Jesús como el refugio en donde encuentro la paz y la alegría de mi vida?
Hago una oración
A tu amparo nos dirigimos Sagrado Corazón de Jesús sabiendo que en ti encontramos todo consuelo. En los momentos de cansancio, sé tú nuestra fuerza. En los días de desconsuelo, sé tú nuestra fortaleza. En los momentos en que nos invada la desconfianza y la duda, sé tú quien fortifique nuestra fe. En los días de tristeza y de dolor, sé tú el motivo de nuestra felicidad. Sagrado Corazón de Jesús, sé nuestra fortaleza y nuestra confianza.
“…No temo a nadie en el mundo, salvo a mí mismo, a quien examino cada día y encomiendo fervientemente al Corazón de Jesús y al de María y a San José”. (Escritos de San Daniel Comboni, 6437)
Sabemos que en el amor no hay temor. Quien ama vive en la libertad total y nada lo asusta, porque tiene el corazón lleno de confianza. El amor es el secreto y la clave de nuestra vida. Quien vive amando todo lo puede y nada lo detiene. Y porque amar es salir de uno mismo, es darse a los demás con generosidad y sin esperar nada a cambio, del único que se puede desconfiar es de sí mismo, como dice Comboni.
Hay que desconfiar porque somos muy hábiles para engañarnos a nosotros mismos y es fácil que nos dejemos confundir cuando el mal se nos presenta con máscara de bien.
El trabajo que no podemos descuidar consiste en preguntarnos continuamente ¿cuál es el Espíritu que nos mueve a actuar y a dónde nos conduce?
Somos pobres seres humanos que, si nos descuidamos, facilmento nos descubrimos perdidos en caminos que no nos conducen a la verdadera felicidad.
Somos frágiles personas que necesitamos invocar continuamente la ayuda de quienes nos pueden conducir por caminos seguros y de verdad. Permaneciendo en el Corazón de Jesús no existe riesgo de fallar
Reflexiono
¿Soy capaz de encontrarme conmigo mismo y aceptar las luces y las sobras que descubro en mi interior? ¿Me contento con vivir en lo superficial, en lo pasajero y efímero o me concedo momentos de silencio, de reflexión y de discernimiento? ¿Me doy la oportunidad de descubrir y de apreciar lo bello que llevo en mi interior? ¿Disfruto creando una relación profunda de cariño, confianza y abandono al Amor que se me ofrece en el Corazón de Jesús?
Hago una oración
Te agradezco Señor el don de tu presencia, discreta y amorosa, fiel y perseverante. Gracias por darme la posibilidad de encontrarte a cada paso de mi caminar por este mundo. Gracias por haber dejado tu huella grabada en lo profundo de mi corazón. Gracias por creer y confiar en mí, por llevarme de la mano y por sostenerme en los momentos de obscuridad; pero más todavía, por ser presencia alegre y entusiasmante que me invita a ir cada día más lejos y más en lo profundo de mí mismo.
A ti me encomiendo y en Ti confío, Sagrado Corazón de Jesús.
“En medio de estos ardientes desiertos, tenemos la gran dicha de vivir en el Sagrado Corazón y en el espíritu de sus más fieles amigos”(Escritos de S. Daniel Comboni 3478)
No existe una misión que sea fácil y no existe un compromiso cristiano que no exija renuncias y sacrificios. La vida cada día nos obliga a enfrentar situaciones que nos exigen valentía y coraje para no quedarnos vencidos en las dificultades.
Cada día llega con un reto nuevo, pero no todo es trágico o doloroso. No todo lo que nos toca vivir termina en tristeza y desolación; al contrario, la vida nos ofrece oportunidades únicas para crecer y descubrir los dones que llevamos en nuestro interior.
“La vida es bella” es el título de una película extraordinaria, de Roberto Begnini, en la que se nos muestra que incluso en el dolor y en el sufrimiento se esconde una chispa que ilumina la existencia e impulsa a ir siempre cada vez más lejos.
Nuestra misión en la vida será siempre mantener la alegría y la confianza en nuestro corazón, aunque nos toque pasar por lo árido de nuestros desiertos y lo ardiente de nuestras batallas. Como cristianos nos toca ser rayo de esperanza y torrente de confianza, porque tenemos la dicha de “vivir en el Corazón de Jesús”.
Vivir en el Amor de Dios es lo que marca la diferencia y lo que permite caminar, aunque nos toque transitar por caminos oscuros. El Amor que brota del Corazón de Jesús todo lo puede.
Reflexiono
¿Cuáles son los desiertos que me toca atravesar en este momento de mi vida? ¿Vivo atrapado en los obstáculos que me presenta la vida? ¿Me dejo ganar por el pesimismo o busco en mi interior las chispas de confianza y de esperanza? ¿Le apuesto a una visión positiva del futuro porque lo considero en las manos de Dios? ¿Me siento invadido del amor que brota del Corazón de Jesús?
Hago una oración
Corazón de Jesús, fuente de vida y de esperanza, llena con tu amor nuestros corazones. Corazón de Jesús, amor eterno del Padre, haz que pongamos nuestra morada en ti. Corazón de Jesús, origen de nuestra redención y salvador de toda la humanidad, haz que confiemos en ti.
“¡Oh, qué feliz soy de pasar media hora con usted para encomendar y confiar al Sagrado Corazón los intereses más preciosos de mi laboriosa y difícil Misión, a la que consagrado toda mi alma, mi cuerpo, mi sangre y mi vida! (Carta al P. Henri Ramiere, Escritos, 5256)
Encomendar y confiar son dos palabras en la boca de San Daniel Comboni que contienen todo el amor y la pasión que anidan en su corazón pensando en su misión. Africa Central ha sido a lo largo de su vida lo único que ha llenado su corazón, porque en ella entendió lo que significa amar y ser amado.
Confiar al Sagrado Corazón lo bello y lo difícil de su misión para San Daniel Comboni significa poner toda su confianza en el amor que él mismo ha sentido en su vida. Se trata de un amor que lleva a la entrega radical, total, de todo lo que es y lo que puede tener una persona, todo por amor.
Confiar en el Corazón de Jesús puede ser también para nosotros una oportunidad para entender que estamos en su Corazón y ahí nada nos puede faltar, nada nos debe preocupar, nada nos debería angustiar. Pues, quien pone su confianza en ese Corazón abierto, sabe que lo único que nos corresponde es esperar. Y el amor nunca llega tarde.
Hoy, parece que nos resulta más fácil confiar en nuestros recursos, en nuestras capacidades, en nuestros seguros y propiedades. Nos parece, a veces, imprudente confiar en la Providencia y reconocer que el amor de Dios no sabe de crisis y sin duda sería la garantía de nuestras felicidades.
Reflexiono
¿Pongo verdaderamente mi confianza y abandono toda mi vida en el Corazón de Jesús? ¿A qué o a quién le tengo entregado mi vida y mi corazón? ¿Cuáles son las inquietudes o las preocupaciones que me gustaría encomendarle al Sagrado Corazón?
Hago una oración
Señor, tú eres mi refugio, en quien me amparo y me confío. Tú eres quien está continuamente al pendiente de mí. Tú me guías y me acompañas, me sostienes en el momento de la dificultad y de la prueba. Tú llenas mi corazón de tu alegría y me conduces por caminos seguros. Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.
Aquí estamos, LMC de Kenia, en la reciente fiesta de los Amigos de Comboni en Utawala, el día de la Ascensión, para despertar el entusiasmo de la gente sobre el trabajo misionero, sobre lo que significa ser LMC, ya sea en Nairobi, o en West Pokot, o donde quiera que estemos. Construir puentes entre nuestra misión en Kitelakapel y esta parroquia comboniana dentro de Nairobi, y todos los Amigos de Comboni allí reunidos.
A medida que seguimos llegando a nuevas parroquias con nuestras animaciones misioneras, cada vez más gente nos conoce, abraza nuestra causa, se implica, nos apoya espiritual y económicamente y, lo que es más importante, aumenta nuestro número. Ahora somos tantos que estamos buscando un nuevo lugar para nuestras reuniones mensuales, pues ya no cabemos en la casa de huéspedes que hemos estado utilizando hasta ahora.
La misión es una pasión, que puede impulsar a cada uno de nosotros a contribuir a su manera: a los que están en el campo, en el extranjero o haciendo servicio en el lugar donde viven, a los que apoyan económicamente cerca y lejos, a los que dedican su tiempo y servicio a recaudar fondos, a dar a conocer nuestro trabajo y carisma, a construir relaciones, a involucrar a nuevos miembros y formarlos, a conectar con las otras ramas del LMC y permanecer unidos.
Y mientras agradecemos a la familia comboniana por involucrarnos en este ejercicio, queremos enviar un mensaje de ánimo a todo el LMC: ¡no perdamos la esperanza y sigamos llegando a nuevos lugares, física y virtualmente (¡medios sociales!) con nuestra animación misionera! La única herramienta para que sigamos creciendo, en número y en fuerza, para que no se desperdicie el buen trabajo que estamos haciendo en todas partes del mundo, y especialmente en las comunidades internacionales donde tanta falta nos hacen más misioneros.
Muchas veces, uno piensa que la vida misionera tiene que ver con el hacer muchas cosas para que los más alejados y abandonados en el mundo, tengan las condiciones necesarias para una vida digna. Pero quiero contarte otra experiencia misionera que el Señor me permitió realizar durante el tiempo que estuve en Colombia.
Durante los tiempos largos que tenía de vacaciones, por los estudios en la universidad, me asignaron una comunidad indígena en los llanos orientales de este país. Las primeras veces que fui para establecer un primer contacto con este grupo indígena que aún no había escuchado hablar del Evangelio y de Jesucristo, los vi como unos seres primitivos que necesitaban ser “civilizados”. Pero una vez más el Señor me introdujo en una serie de circunstancias que me hicieron cambiar mi modo de pensar y de acercarme a un pueblo diferente al mío.
Al principio entré con muchas ideas buenas en esa comunidad indígena. Pensaba que era fundamental llevarles el agua al centro de la aldea para que no fueran a buscarla en los barrancos lejanos que eran – según yo – muy peligrosos para las mujeres y los niños. Mi instinto paternal afloraba frente a lo que yo consideraba que era un sufrimiento y cansancio para esta gente. Y de hecho, mi perspectiva de desarrollo y de promoción humana occidental, hizo que obligara a que la gente se moviera para que trabajaran poniendo una bomba y la tubería, que había conseguido con personas de buena voluntad, para llevar el agua al pueblo. Lo cierto es que nadie de la comunidad se movió para eso. Por eso tomé la iniciativa de hacerlo con unos voluntarios que vinieron de la ciudad. Con mucho esfuerzo y gasto de dinero, logramos llevar el servicio que según yo, este pueblo estaba necesitando.
Mi sorpresa fue que las mujeres y los niños continuaron yendo al barranco lejano para traer el agua para su casa. La toma y la fuente que habíamos construido en el centro de aldea, sirvió solo para las vacas de los campesinos mestizos que vivían por ahí cerca. Ciertamente quedé decepcionado y enojado con esta gente mal agradecida. Ya en ese enojo, decidí no hacer nada por ellos, como una especie de venganza contra esta gente que no apreciaba el esfuerzo del misionero que venía de lejos para servirles.
Decidí solamente estar en una choza con otro hermano, observando, rezando entre nosotros, visitando y aprendiendo algunas palabras del idioma propio de ellos. Por las noches encendía una vela y me ponía a leer la Biblia un momento, y luego a poner por escrito las palabras y frases que aprendía durante el día. Podría decir que asumí una actitud de pasividad intencional para ver si esta gente reaccionaba. Pero sucedió lo contrario: fui yo quien fue tomando conciencia de un modo nuevo y diferente de anuncio del Evangelio que Dios me estaba proponiendo.
Al dejar de hacer cosas, las miradas de los indígenas se centraron en lo que hacíamos, lo que vivíamos a diario, y comenzaron a vigilar de cerca todos nuestros movimientos, gestos, actitudes… nos convertimos en el centro de la atención y de los comentarios de ellos. En nuestras visitas me daba cuenta cuánto bien les hacía reírse de nosotros porque no hablábamos bien y no entendíamos su lenguaje. Me fui dando cuenta de lo orgullosos que se sentían enseñándonos cómo se hacía una flecha, un arco, y cómo se manejaban… cómo se sembraba la yuca, el plátano… era como si se sintieran los padres de un hijo que recién estaba aprendiendo a decir las primeras palabras y a dar los primeros pasos en un mundo desconocido.
Pude percibir que dejándome enseñar estaba levantando la autoestima y dignidad de un pueblo que no sabía lo que era ser respetado, reconocido, valorado… esto me hizo reconocer y aceptar la importancia del bajar de las nubes y poner la tienda en medio del pueblo (Jn 1, 14), así como Dios: nacer pequeñito, sin saber nada, débil, necesitado en todo sentido… para convertir al ser humano despreciado y humillado, en un maestro y forjador de profetas. Sí, con estos detalles, aprendí que es fundamental hacerse como niños para poder ser constructor del Reino de Dios en medio de los pueblos (Mt 18, 1-5).
Al ir aprendiendo el idioma, el significado del simbolismo y comportamientos de la gente, fui también entrando en el corazón de la religiosidad, la filosofía y teología propias de un pueblo que ya conocía a Dios. De hecho, durante las noches, cuando prendía la vela y sacaba la Biblia para leerla, se acercaban los ancianos a hacer preguntas, y eso se convertía en una conversación sobre nuestros Dioses. Era como si la Palabra de Dios se dejara escuchar desde el saber de este pueblo y desde el saber de la Biblia. Era un diálogo de saberes.
Así fui aprendiendo que la misión no es otra cosa que un encuentro de sabidurías que Dios quiere darnos a conocer, y quiere que el misionero ayude a los pueblos a descubrirlo en esa sabiduría que las circunstancias históricas han forjado y se mantienen en sus relatos tradicionales. Así aprendí que el misionero no lleva a Dios a los pueblos, sino que Dios lleva al misionero al encuentro de otros pueblos donde Él ya está y quiere que seamos hermanos.
Al final de esta experiencia, me di cuenta que en la misión, lo que cuenta no es tanto la obra material que tú puedas hacer. Más bien, comprender el corazón de los pueblos, escudriñar, conocer, revelar… el mensaje que el Señor ha escrito en el núcleo filosófico y teológico de estos pueblos, para que todos podamos decir: “ahí está”, “es el señor”, ánimo no tengan miedo. Sí, a pesar de la violencia de la guerrilla, de los paramilitares, el ejército, del narcotráfico… ¡No tengan miedo! Yo estoy con ustedes hasta el final de los tiempos. Estar ahí, en medio de ellos, con ellos, para que los violentos puedan ver que Dios no abandona a su pueblo, que está ahí para que no los maten, para que los respeten, para que se les reconozca su dignidad.
Aprendí a considerar como primer paso para cambiar la realidad en cualquier lugar del mundo, la encarnación, esa actitud que nos hace no solamente accesibles a la gente, sino también humildes y sencillos, que nos hace discípulos y no maestros que creen saberlo todo (Jn 1, 14).
Creo que una figura bíblica que puede resumir esta experiencia es la del maestro Nicodemo, que va de noche a preguntar al Señor qué hacer para entrar en el Reino de Dios. La respuesta ya la conocemos: “hay que nacer de nuevo” (Jn 3, 1-9). Y esto implica, como todo nacimiento, comenzar desde la pequeñez en todo sentido. Y así, otra vez el Señor me desarmó y entendí que el misionero es grande precisamente porque acepta con gusto o con sufrimiento, ser pequeño para que los otros crezcan (Jn 3, 27-30) y alcancen la dignidad de hijos de Dios.