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Cuaresma para la esperanza

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Este miércoles, empezamos la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la celebración central del cristianismo, la muerte y resurrección de Jesús. Su finalidad es purificarnos de cuanto nos impida resucitar con el Señor a una vida nueva. Esto implica morir a fallas y pecados que cada quien podamos tener. Todos queremos que haya una primavera de paz, de justicia, verdad y amor, en nuestras familias y comunidades, así como en todo el mundo; pero esto, ¿de quién depende? De gobernantes y de otras instancias, ciertamente; pero también de nosotros. Tú y yo hemos de hacer lo que nos toca, ser sembradores de esperanza, y no dejar todo al gobierno, ni culpar sólo a los demás, sino asumir nuestra propia responsabilidad en los cambios que anhelamos.

El nuevo Presidente de los Estados Unidos se siente dueño del mundo y, con sus arranques, intenta incidir en todo, teniendo en su mente y corazón principalmente el mayor bienestar económico de su país. Impone aranceles sin diálogos previos con los afectados; amenaza y humilla a quien no se le arrodilla; expulsa a cuanto migrante sea posible; ¿hay una esperanza de controlarlo? Todos pedimos que se acabe la invasión de Rusia a Ucrania, que haya acuerdos de paz en Medio Oriente, que en Haití, Nicaragua y Venezuela haya respeto y armonía social; ¿de quién depende que estos sueños se materialicen? Hemos denunciado la extorsión y la inseguridad que sufren nuestros pueblos; hemos informado de todo esto a quien corresponde vigilar los derechos de los ciudadanos; pero los problemas subsisten; ¿no hay esperanza?

He atendido a personas con cáncer y a otros enfermos; he escuchado a esposas que sufren un machismo persistente; me han pedido intervenir en conflictos entre estudiantes de una institución educativa; he compartido la pena de quienes han sufrido abusos en su infancia, de quienes no encuentran trabajo, de quienes tienen diversos problemas. ¿Hay esperanza? ¿De quiénes depende que estas situaciones cambien?

ILUMINACION

El Papa Francisco, con quien compartimos la preocupación por su salud, escribió su tradicional mensaje para esta Cuaresma, que tituló Caminemos juntos en la esperanza, precisamente para alentarnos en esta virtud; pero nos indica que esto depende también de nosotros.

“El lema del Jubileo, ‘Peregrinos de esperanza’, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida. No podemos recordar el éxodo bíblico sin pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Surge aquí una llamada a la conversión. Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen examen.

Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios; significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia. Preguntémonos ante el Señor si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos.

Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?”.

ACCIONES

¿Qué puedes hacer para que esta Cuaresma sea un camino primaveral para tu persona, para tu familia y para la comunidad? Está muy bien que ofrezcas algún sacrificio corporal, abstenerte de algunos alimentos o bebidas, pero también decide qué hacer para que algunas situaciones personales, familiares o comunitarias se transformen, y seas constructor de paz, de justicia y fraternidad. Quizá digas que nada puedes hacer para revertir los problemas nacionales e internacionales; pero la esperanza familiar y social depende también de ti. ¿Tú eres esperanza, u obstáculo para lograrla?

Mensaje del Papa para la Cuaresma

MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2025

Caminemos juntos en la esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» ( 1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado (cf. Jn 10,28; 17,3).

En esta cuaresma, enriquecida por la gracia del Año jubilar, deseo ofrecerles algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria.

Antes que nada, caminar. El lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y siempre le permanece fiel. No podemos recordar el éxodo bíblico sin pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida. Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen “examen” para el viandante.

En segundo lugar, hagamos este viaje juntos. La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia.

En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades. Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos. Esta es una segunda llamada: la conversión a la sinodalidad.

En tercer lugar, recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo, sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)». Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado, y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.

Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna. Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?  

Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme. En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» ( 1 Tm 2,4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).

Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal.

Roma, San Juan de Letrán, 6 de febrero de 2025, memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires.

FRANCISCO

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Informe de los encuentros de Panamá y San Antonio (Texas) sobre movilidad humana

Panamá: Encuentro de Obispos y secretarios ejecutivos de la pastoral de movilidad humana México – Centroamérica y El Caribe, de la Red Clamor, y del Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral del CELAM

Del 10 al 13 de febrero se llevó a cabo en Panamá el Encuentro de Obispos y secretarios ejecutivos de la pastoral de movilidad humana México – Centroamérica y El Caribe, de la Red Clamor, y del Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral del CELAM (CEPRAP).

El Observatorio Socio-Pastoral de Movilidad Humana de Mesoamérica y El Caribe (OSMECA), dio a conocer el servicio que ofrece a través del conocimiento de la realidad para orientarla a favor de las personas en contexto de movilidad.

El Dr. Víctor Carmona (de la Universidad de San Diego), señaló que las actuales medidas migratorias del gobierno norteamericano buscan atemorizar a los 13.7 millones de migrantes indocumentados, de los cuales el 62% lleva viviendo más de una década en Estados Unidos, especialmente en California, Texas y Nueva York. Destacó la valiente defensa de los migrantes por parte de los Obispos de Estados Unidos y del Papa.

El Cardenal Álvaro Ramazini (presidente de la Red CLAMOR) insistió en la necesidad de difundir la Carta Pastoral “Lo vio, se acercó y lo cuidó”, de los Obispos de Frontera y Responsables de Movilidad Humana de Norte, Centroamérica y El Caribe. Pidió cuidar la espiritualidad para no desanimarse, y propuso poner atención a lo que sucede en el tema migratorio, no solo en EE.UU. sino también en América Latina.

Se recordó que la Red CLAMOR, adscrita al CELAM, articula el trabajo pastoral de las organizaciones de la Iglesia Católica en América Latina y El Caribe, que acogen, protegen, promueven e integran a migrantes, refugiados, deportados y víctimas de trata, y se acordó seguir fortaleciendo este servicio basándose en la solidaridad y la subsidiariedad.

San Antonio, Texas: encuentro bianual de los obispos de la frontera Tex-Mex

Del 26 al 28 de febrero de 2025 se llevó a cabo en San Antonio, Tx la reunión bianual de los obispos de las diócesis de la frontera entre México y Texas. Este encuentro se celebra desde hace cuarenta años para coordinar esfuerzos en la proclamación del Evangelio. En esta ocasión, el enfoque fue la situación de los migrantes y refugiados. Se insistió en la necesidad de un sistema migratorio que responda a la realidad, y se renovó el compromiso de la Iglesia a seguir sirviendo a los migrantes y refugiados.

La Mtra. Tatiana Cloutier, titular del Instituto de Mexicanas y Mexicanos en el Exterior, señaló existen 53 consulados de México en EE.UU., en los que del 20 enero al 24 febrero 2025 se han atendido a 26,379 migrantes, brindándoles servicios de salud, orientación educativa, asesoría financiera, educación cívica y atención en lenguas originarias. En el caso de los retornados se ha implementado el programa “México te abraza”, en el que participan 34 dependencias federales, las 32 entidades federativas y el Consejo Coordinador Empresarial, coordinados por la Secretaría de Gobernación. El Instituto Nacional de Migración está a cargo de la recepción, cartas de repatriación y traslados; El Registro Nacional de Población, de emitir documentos de identidad y CURP; el IMSS afilia a los repatriados y su núcleo familiar; el Servicio Nacional de Empleo promueve la inclusión al mercado laboral. Además se ofrece acceso a los Programas de Bienestar y se entrega la Tarjeta Bienestar Paisano (2 mil pesos para el traslado a sus hogares). La Mtra. Cloutier afirmó la importancia de agradecer a la tierra de origen y de acogida, la necesidad de trabajar por la unidad, informar a la gente sobre los riesgos de la migración y trabajar con las autoridades.

Durante el Encuentro se visitó el “Mother Teresa Center”, que en dos años atendió a más de 335 mil refugiados legales, ofreciéndoles casa, alimento, ropa, escuela, clases de inglés y computación, gestión para el trabajo en 180 días y guardería. Pero con las disposiciones del actual gobierno, se tendrá que reducir al personal y reinventarse.

Mons. Mark Seitz afirmó que la crisis migratoria es fruto de un sistema migratorio roto y de una sociedad que no respeta la dignidad humana. Ante esto, propuso ofrecer un mensaje radical de igualdad y dignidad infinita, mostrar un camino de misericordia y esperanza, y fomentar la fraternidad. Animó a tomar medidas como región a la luz de la Carta Pastoral “Lo vió, se acercó y lo curó”. Propuso difundir información para que las personas conozcan sus derechos, trabajar con funcionarios locales, difundir información confiable, acompañar en la toma de decisiones, unir voces y brindar consuelo.

La Mtra. Cecilia Romero, que fuera Comisionada del Instituto Nacional de Migración (2006-2010), señaló que la migración es una realidad a gestionar. Comentó que las deportaciones aceleradas, que tienen por objeto intimidar a futuros migrantes, se están dando entre los migrantes indocumentados que están en el sistema (incluso por una infracción de tránsito) y de los que tienen procesos migratorios pendientes. Destacó que el incremento de personas varadas genera problemas con la sociedad y señaló que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) enfrenta dificultades por falta de presupuesto, instalaciones y personal. Dijo que México necesita actualizar los acuerdos bilaterales de repatriación al interior; ampliar las visas laborales y temporales; regularizar a los extranjeros varados en México para su integración; aliviar al sistema de refugio (COMAR); completar la Ley de Migración. Insistió en la necesidad de liderazgo y de exigencia del respeto a la ley, ofrecer orientación y asesoría legal a migrantes, realizar campañas de prevención contra la discriminación, establecer alianzas locales con organizaciones de la sociedad y aprovechar las gracias del Año Jubilar para crecer en la esperanza.

+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros-Reynosa
Responsable de la Dimensión Episcopal de Pastoral de Movilidad Humana

Del polvo a la luz. Cuaresma 2025

Por: P. Enrique Sánchez González, mccj

Miércoles de Ceniza

Iniciamos hoy un itinerario de cuarenta días, La Cuaresma, que pretende ayudarnos a vivir una experiencia profunda de conversión personal y comunitaria. Un caminar que nos llevará a encontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, cuando nos hayamos despojado de todo aquello que se ha convertido en peso que no nos deja ir a lo profundo de nosotros mismos.

Se trata de un tiempo en donde somos invitados a dejarnos trabajar por la eficacia de la Palabra de Dios que se acerca a nosotros proponiéndonos hacer un alto en nuestras vidas.

Hay que encontrarnos con nosotros mismos para agradecer todo lo bello que Dios ha ido realizando en nosotros; pero, al mismo tiempo, es un encuentro con aquello que hemos ido dejando entrar en el corazón y que ha acabado por confundirnos y engañarnos ofreciéndonos una propuesta de felicidad que se ha convertido en tristeza y frustración.

El Señor que viene a nuestro encuentro para que hagamos juntos el camino cuaresmal quiere que tomemos conciencia de lo que ha sido nuestro caminar como peregrinos y buscadores de infinito, mendicantes de la bondad y de la misericordia de nuestro Padre. Nos quiere llevar, a través de nuestros desiertos, al encuentro de aquello que es nuestra verdad profunda y la fuente de nuestra auténtica felicidad. Nos invita a volver a Dios, para que desde él volvamos a reorganizar nuestra vida.

“Como está escrito en el profeta Isaías:

«Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual prepará tu camino; voz del que grita en el desierto:“Preparad el camino

del Señor, enderezad sus senderos”» (Marcos 1, 2-3). Estas palabras, con las cuales inicia el Evangelio, deberían resonar muy fuerte en nosotros durante estos cuarenta días para prepararnos y estar en condiciones de acoger al Señor que se manifestará como quien destruye nuestras situaciones de muerte, de miedo y de esclavitud y nos abre a la vida.y de esclavitud y nos abre a la vida.

Un camino de conversión

La cuaresma se nos ha propuesto siempre como un tiempo privilegiado para vivir una experiencia de conversión, un cambio radical en nuestras vidas. Es un tiempo para dejar a un lado todo lo que nos ha ido esclavizando y robando lo que realmente nos puede hacer felices y gozar con plenitud de lo que somos como hijos de Dios.

Es tiempo para desprendimientos y de aligeramientos; tiempo para volver a lo esencial y a lo que realmente vale la pena en la vida, a lo que no es negociable y que nos garantiza vivir con lo que llamamos hoy calidad de vida. Es tiempo para confirmar nuestro compromiso y la voluntad de vivir como verdaderos discípulos del Señor Jesús.

Pero la conversión no sólo implica alejarnos de lo que nos roba la libertad y la vida; sino que es también una oportunidad para descubrir en nosotros lo que nos va haciendo crecer, madurar y convertirnos en personas que saben darle un sentido pleno a la vida.

Es un tiempo para apropiarnos de lo mejor de nosotros mismos, para agradecer a Dios la paciencia que nos ha tenido y para renovar nuestro deseo de apostarle a lo noble y a lo bello que nos permite avanzar en lo que llevamos dentro como anhelo de plenitud que Dios ha marcado en nuestros corazones.

Travesía a través de nuestros desiertos

Es interesante reflexionar en este día sobre el punto de partida de este largo camino que estamos invitados a recorrer, reconociendo que la gracia, la misericordia y la ternura de Dios nos acompañarán. Se trata de una travesía que nos llevará a nuestros desiertos, en donde a lo mejor nos hemos perdido y en donde se han ido secando las motivaciones y los anhelos que tendrían que haber florecido.

Pero serán nuestros corazones; desiertos que nos devolverán el sentido y el significado de lo que realmente somos y nos permitirán salir de nuestros encantos para darnos cuenta que sólo Dios basta.

Es importante decirnos, en voz alta, lo que somos para no caer en la tentación de pensar que podemos alcanzar la vida plena con nuestros esfuerzos personales y que al final no necesitamos de nada, ni de nadie para lograr nuestras metas y nuestras ilusiones de perfección.

Somos polvo

La cuaresma serán días en los que, si dejamos que la gracia y el Espíritu nos acompañen, podremos liberarnos del polvo que se ha ido pegando a nuestros pies y a nuestros corazones haciendo la vida difícil y complicada. ”Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (Génesis 3,19).

Somos polvo, venimos del polvo y en polvo terminará este cuerpo que nos va permitiendo ir adelante en nuestra aventura humana de caminantes en el tiempo, anhelantes de eternidad. Sí, somos polvo y todas nuestras fragilidades, debilidades, límites, miserias y pecados logran muy bien recordarnos esa verdad.

Somos polvo que nos habla de lo efímero de nuestra existencia. Polvo que nos pone ante lo inaceptable de nuestros egoísmos, de lo falso de nuestros rencores, de lo triste de nuestros orgullos , de lo estéril de nuestra arrogancia, de lo amargo de nuestras ambiciones.

Somos polvo que se mantiene en pie porque hemos recibido el soplo del Espíritu en nuestro interior, soplo que ha marcado nuestro ser con la fuerza de Dios que nos llama de la nada a compartir su vida, a ser sus hijos sólo por amor.

Del polvo a la luz y a la vida

El punto de partida de la cuaresma nos pone ante la pobreza que cargamos con nosotros y la miseria de la que nos hemos ido revistiendo, pero con paciencia y perseverancia nos irá llevando hasta el punto de llegada que es el vivir el misterio de Cristo resucitado.

Nos llevará del polvo de nuestras debilidades y pecados a la buena noticia de la Resurrección que nos anuncia que la muerte y el pecado han sido vencidos por la entrega de Jesús sobre el madero de la cruz.

Del polvo de nuestras flaquezas seremos llevados de la mano hasta introducirnos en el corazón abierto en el costado de Jesús para que, abriendo los ojos de la fe, nos demos cuenta cuánto Dios nos ha amado. Somos polvo y en polvo nos convertiremos, pero Dios quiere que de ese polvo resurja el espíritu que nos ha dado y que con gratitud y reconocimiento abramos el corazón a la vida, a la esperanza, a la alegría, a la plenitud de Dios que en Cristo se nos ha manifestado.

Tal vez convenga iniciar este tiempo de cuaresma haciéndonos unas pequeñas preguntas:

¿En dónde me encuentra el Señor al inicio de esta Cuaresma?

Revisa tu vida, los sentimientos que te acompañan, las experiencias que has tenido en los últimos meses, tus relaciones con Dios y con los demás, tus alegrías y tus sufrimientos y lo que las han causado, tu vida espiritual y el tiempo o el espacio que le has consagrado a Dios y en lo que vas viviendo.

¿Qué es lo que el Señor espera que cambie en mi vida?

Hay muchas cosas en las que tengo que seguir creciendo y madurando. Hay actitudes, sentimientos y comportamientos que sé que no vienen de Dios y de los cuales no quiero desprenderme. Sigo apostándole a las cosas y a las gratificaciones de este mundo. Me cuesta el sacrificio, la entrega y el servicio a los demás. Me falta confianza y abandono para descubrir la bondad de Dios cerca de mí. Me cuesta desprenderme de mis seguridades, de mis apegos y de mis vicios. No acepto que sea Dios quien lleve las riendas de mi vida.

¿Qué es lo que espero de Dios y qué me está ofreciendo?

Reconozco que Dios me ama e identifico los signos de su amor en muchos detalles de mi vida ordinaria. Vivo hostigando a Dios con mis necesidades y mis problemas y me cuesta ser agradecido o me dejó sorprender por la delicadeza y la ternura de Dios. Espero que este tiempo se convierta en una oportunidad para dejar que Dios me lleve de mis polvos, de mis tinieblas y pobrezas a lo extraordinario de su vida, de su luz y de la alegría de poder vivir como discípulo suyo reconociéndome resucitado con él.

BUENA CUARESMA

Jubileo: Peregrinos desde el egoísmo hacia el don de sí

MARZO
(08-09) Jubileo del Mundo del voluntariado
(28) 24 Horas para el Señor
(28-30) Jubileo de los Misioneros de la Misericordia

El lema «Peregrinos de Esperanza», propuesto por el papa Francisco para el Jubileo, nos dibuja el horizonte que debemos alcanzar: se trata de recorrer un camino que implica no sólo un cambio de lugar, sino una transformación interior. El modelo es Abrahán, quien peregrina a través del desierto confiado plenamente en la «voz» que lo llama hacia lo desconocido. Del mismo modo, Moisés se enfrenta al poderoso faraón para liberar a su pueblo y conducirlo hacia la tierra prometida. Sin embargo, según las Escrituras, el auténtico «peregrino» es Jesucristo, quien se constituye como «Camino, Verdad y Vida» para señalarnos la morada del Padre, bajo la guía del Espíritu Santo. Él es nuestro camino y meta: la esperanza que no defrauda.

En la invitación al Año Santo se lee: «…No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial…» (Spes non confundit 5). Para ello, necesitamos al menos las siguientes actitudes:

En primer lugar, abandonar nuestra zona de comodidad y mediocridad que nos aprisiona para luchar por nuestro ideal. Una conversión profunda que nos conduzca a la renuncia al egoísmo para donar nuestra vida en el amor. En segundo lugar, nos lleva a descubrir que no estamos solos en la travesía, que infinidad de hermanas y hermanos van marcando sus huellas en la búsqueda de justicia, verdad, compasión y fraternidad. El peregrino aprende a ser comunidad, amigo y hermano de todo ser creado.
Finalmente, lo maravilloso de esta peregrinación es que Dios camina con su pueblo amado, es decir, con cada uno para fortalecernos, levantarnos y alimentar nuestra sed de infinito. El Dios que nos ha enseñado Jesucristo no permanece lejano ni indiferente, se pone las sandalias, se enloda y se limpia la cara para contemplar las estrellas juntos.

P. Rafael González Ponce, mccj

VIII Domingo ordinario. Año C

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo? El discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacarte la pelusa de tu ojo, cuando no ves la viga del tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver claramente para sacar la pelusa del ojo de tu hermano. No hay árbol sano que dé fruto podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano. Cada árbol se reconoce por sus frutos. No se cosechan higos de los cardos ni se vendimian uvas de los espinos. El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca.


¡Coloca un centinela en la puerta de tu corazón!

Año C – Tiempo Ordinario – 8º domingo
Lucas 6,39-45: “El hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón”

El pasaje del Evangelio de este domingo, continuación del discurso de las bienaventuranzas en San Lucas, recoge algunas sentencias breves de Jesús en forma de imágenes y figuras contrapuestas: dos ciegos, discípulo y maestro, tú y tu hermano, viga y brizna, árbol bueno y árbol malo, fruto bueno y fruto malo, espinas y zarzas, higos y uvas, corazón bueno y corazón malo, bien y mal…

Estas palabras de Jesús, aunque aparentemente carecen de un nexo lógico, parecen estar unidas por un hilo mnemotécnico: ciego, ojo, viga, árbol, fruto… Sin embargo, su significado se refiere claramente a la vida del creyente dentro de la comunidad.

En el Evangelio de Mateo, estas sentencias están dirigidas contra los escribas y fariseos; sin embargo, San Lucas, escribiendo para comunidades de lengua griega, las actualiza y las dirige especialmente a sus responsables.

Estas enseñanzas pueden agruparse en tres unidades:

1. Un ciego que guía a otro ciego (vv. 39-40)
“¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?”

Un ciego que presume de ver, que no reconoce sus propios límites y pretende guiar a los demás, no es una situación tan rara, y representa un verdadero peligro para cualquier grupo o comunidad. Esta escena es denunciada en el episodio del ciego de nacimiento, narrado en el capítulo 9 del Evangelio de Juan, que concluye precisamente con estas palabras de Jesús dirigidas a los fariseos: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís: ‘Vemos’, vuestro pecado permanece” (Jn 9,41).
El líder cristiano (y de alguna manera, todos tenemos la misión de guiar a alguien) debe ser consciente de su propia necesidad de ser guiado e iluminado, permaneciendo siempre discípulo del único Maestro.

2. La viga y la brizna (vv. 41-42)
“¿Por qué miras la brizna de paja en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga en tu propio ojo?”

La imagen es muy fuerte y no necesita comentarios. Todos tendemos a minimizar nuestros propios defectos y a exagerar los de los demás. Corremos fácilmente el riesgo de usar un doble rasero. Lo que vemos en los demás como una ‘viga’, lo sentimos en nosotros como una ‘brizna’; lo que condenamos en los demás, lo justificamos en nosotros mismos” (Enzo Bianchi).
Sin embargo, esto no significa que no debamos practicar la corrección fraterna; pero debe hacerse con amor, sin juzgar ni condenar a la persona. Si la corrección debe ser ejercida por una autoridad, esta debe hacerlo con la credibilidad de su propio testimonio de vida.

3. El árbol y sus frutos (vv. 43-45)
“No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.”

Aquí Jesús nos ofrece un criterio de discernimiento: el árbol se reconoce por sus frutos. Y, de la metáfora del árbol, Jesús pasa al corazón de la persona: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca el bien; el hombre malo, de su mal tesoro, saca el mal.”

Detengámonos, pues, en el corazón, que podría ser la clave de lectura de todo este pasaje del Evangelio de este domingo.

Pistas para la reflexión

La persona es su corazón

Nuestro corazón es el crisol de nuestra vida. Pensamientos, deseos, sentimientos, emociones, palabras, gestos, acciones… todo converge ahí y moldea nuestra existencia. “La persona es su corazón”, decía San Agustín. Por eso Jesús afirma: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca el bien; y el hombre malo, de su mal tesoro, saca el mal”.
Y, sin embargo, parece que pocos se esfuerzan por conocer realmente su propio corazón. A menudo vivimos fuera de nosotros mismos, como si huyéramos de nuestro propio ser. Quizás porque no nos sentimos cómodos con nuestra propia interioridad. Los momentos de silencio y soledad nos inquietan. Parece que huimos de nosotros mismos y, con el tiempo, nuestro corazón se convierte en un lugar ajeno, que ya no es nuestro hogar, nuestra morada.

Recuperar el dominio del corazón

Si queremos cambiar nuestra vida y hacerla más bella, debemos empezar por el corazón. El primer paso es recuperar su dominio. Es necesario tener el valor de: entrar en nosotros mismos; despejarlo de todo el desorden que lo llena y ponerlo en orden; alejar a quienes se han instalado allí sin permiso; colocar una puerta en el corazón y un centinela que vigile lo que entra y lo que sale.

Hesiquio del Sinaí, monje y teólogo cristiano del siglo VII, escribió:
“La sobriedad es una centinela inmóvil y constante del espíritu, que se sitúa en la puerta del corazón para discernir cuidadosamente los pensamientos que se presentan, escuchar sus planes, espiar las maniobras de estos enemigos mortales y reconocer la huella demoníaca que intenta, mediante la imaginación, perturbar el espíritu. Esta actividad, llevada a cabo con valentía, nos dará, si así lo queremos, una gran experiencia del combate espiritual” (citado por el P. Gaetano Piccolo).

En lugar de sobriedad, podríamos hablar de discernimiento, que actúa como un tamiz (véase la primera lectura). Se trata de ejercer una atención continua a lo que sucede en nuestro corazón, de estar siempre presentes en nosotros mismos, un ejercicio que nos hace conscientes de los pensamientos, intenciones, emociones y deseos que lo habitan.

Para ayudarnos en este camino de autoconciencia, sería útil practicar un breve examen de conciencia diario de unos pocos minutos o, al menos, un tiempo semanal más prolongado de revisión de vida. ¡Este sería un buen ejercicio para la próxima Cuaresma!

No es una propuesta fácil, pero tampoco imposible. Es un ejercicio que requiere tiempo, perseverancia y, quizás más aún, coraje. De hecho, a menudo descubriremos, con dolor, que junto a muchas cosas buenas, nuestro corazón también alberga mezquindades, dobleces y mediocridades. Y, sin embargo, este es el único camino para ser verdaderamente libres y vivir en la verdad del Evangelio.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


DETENERSE
José A. Pagola

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No Es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.

Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.

Pues bien, precisamente en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día.

Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.

Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.

Acostumbrados al ruido y a la agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona “saca el bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros espontáneamente. Hemos de cultivarlo y hacerlo crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.

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Uno solo es el Maestro
Fernando Armellini

Introducción

Como todos aquellos que enseñan el camino de Dios, como los doctores del templo a los que Jesús, de doce años, fue a escuchar (Lc 2, 46), como el Bautista (Lc 3, 12), como Nicodemo (Jn 3, 10), también Jesús es llamado maestro por la gente. De hecho, si excluimos los casos que acabamos de mencionar, este término, que aparece 48 veces en los Evangelios, siempre se refiere a Él y solo a Él.

Jesús, sin embargo, es un maestro original. Habla y se comporta de manera diferente a los demás. No dicta sus clases en una escuela; en-seña en el camino. No requiere un pago de sus oyentes, no reserva sus enseñanzas para una élite de intelectuales. Se dirige a los pobres de la tierra, aquellos que los maestros de Israel despreciaban diciendo: «¿Cómo puede un hombre que guía el arado llegar a ser sabio, aquel cuyo orgullo reside en golpear un látigo y no habla de nada más que de ganado?» (Eclo 38, 25). Es un maestro libre tanto en la interpretación como en la práctica de la Torá, pero sorprende especialmente porque, en lugar de invitar a los discípulos a seguir los preceptos de la ley, desde el principio de su misión, pide que lo sigan a Él. La ley es su persona, su vida, no el atolladero de las discusiones rabínicas.

Los maestros de Israel explicaban lo que se debería hacer para agradar a Dios confiando en su conocimiento de la Torá. Presenta-ban sus enseñanzas, derivadas de las Escrituras, bajo las palabras que también usaban los profetas: «Así dice el Señor».

El maestro Jesús habla de manera diferente. Él presenta sus enseñanzas con la expresión: «Yo digo», colocando sus palabras junto a las de Dios. En los Evangelios, a los apóstoles nunca se les llama maestros, sino siempre y solamente alumnos, discípulos que deben aprender no una lección, sino una vida, siguiendo al único Maestro.

La imagen materna es eficaz y por esto se repite una y otra vez: “como un niño a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes” (Is 66,13). Es conmovedora la promesa del Eclesiástico: “Serás como un hijo del Altísimo, te amará más que tu propia madre” (Eclo 4,10). Es difícil creer esto en ciertos momentos de la vida, pero un día nos convenceremos de que es verdad.

Evangelio

En el Evangelio de los últimos dos domingos, escuchamos un mensaje que contrasta con la lógica de las personas: todos los que se consideraron infelices (los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos) son proclamados bienaventurados. Las personas exitosas (los ricos, los saciados, los que disfrutan de la vida) fueron repudiados. No podría haber un vuelco más radical que esto.

No es suficiente. El principio de la no violencia absoluta también se estableció: el cristiano no puede responder al mal con el mal, sino siempre debe estar dispuesto a amar incluso a los enemigos.

Se trata de declaraciones impactantes. Es inevitable entonces que, incluso en la comunidad cristiana, algunos intenten endulzarlos, hacerlos menos severos, un poco más compatibles con la debilidad humana.

Alguien dice, por ejemplo, que es cierto que no se puede recurrir a la violencia; sin embargo, en ciertos casos … uno tiene que perdonar, sí, pero no hasta el punto de ser considerado ingenuo e inexperto. Si uno enseña a los niños a ser generosos a toda costa, a no competir, a ponerse del lado de los débiles, se les coloca en una posición para que sean superados por las personas malvadas y sin escrúpulos.

Los que hablan de esta manera, incluso si son cristianos, actúan como falsos maestros, quizás sin darse cuenta. Con distinciones hábiles y razonamientos sutiles, privan al mensaje de Jesús de su poder explosivo. El Evangelio de hoy, que consiste en una serie de los dichos del Señor, está dirigido a ellos.

Comienza con un proverbio bien conocido: «¿Puede una persona ciega dirigir a otra persona ciega?» (v. 39).

Un día, los discípulos le dijeron a Jesús que los fariseos estaban ofendidos por sus palabras. Él responde: «¡No les presten atención! Son ciegos guiando a ciegos» (Mt 15,14). Todos los judíos se consideraban amos capaces de guiar a los ciegos, es decir a los gentiles (Rom 2,19-20).

En el pasaje de hoy, los destinatarios de la dramática advertencia del Señor no son, sin embargo, ni los fariseos ni los judíos, sino los propios discípulos. Incluso para ellos, existe el peligro de actuar como guías ciegos.

En la Iglesia de los primeros siglos, los bautizados fueron llamados los iluminados porque la luz de Cristo había abierto sus ojos. Los cristianos deben ser aquellos que ven bien, que saben cómo elegir los valores correctos en la vida, que pueden indicar el camino correcto a aquellos que andan a tientas en la oscuridad.

Pero esto no siempre sucede y Jesús advierte a sus discípulos del peligro de perder la luz del Evangelio. Pueden caer de nuevo en la oscuridad y ser guiados, como los demás, por un falso razonamiento dictado por el «sentido común» humano. Cuando esto sucede, se abre frente a ellos un abismo mortal en el que también caen los que han confiado en ellos. Los falsos maestros cristianos pueden cometer otro error, dictado por una presunción: creer que todo lo que piensan, dicen y hacen es sabio, justo y en conformidad con el Evangelio.

Sienten que tienen el derecho de emitir instrucciones en el nombre de Cristo, con la seguridad de dar la impresión de que sustituyeron al Maestro, y que son superiores. Exigen títulos, privilegios, honores, poderes que incluso el Maestro nunca afirma tener.

Para cualquier miembro de la comunidad que se sienta investido con una autoridad similar, Jesús recuerda otro proverbio, ”el discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro» (v. 40).

El peligro contra el cual Jesús advierte es, ante todo, identificar sus propias ideas, creencias y proyectos con los pensamientos del Maestro. Es una presunción imprudente, irreflexiva. Olvidan que son solo discípulos; se sienten como maestros, de hecho, se comportan como si fueran superiores al Maestro.

No ha terminado. Estos falsos maestros reclaman a sí mismos un derecho aún más exorbitante; hacen algo que el mismo Jesús nunca quiso hacer (Jn 3,17): juzgan, pronuncian sentencias contra los hermanos. Para ellos, se cuenta la parábola de la mota y la viga (vv. 41-42).

Es una invitación a desconfiar de los cristianos que se sienten siempre bien, siempre seguros de lo que dicen, enseñan y hacen. No se dan cuenta de que tienen ante sus ojos enormes troncos que les impiden ver la luz. ¿Cuáles? Pasiones, envidia, deseo de gobernar sobre los demás, ignorancia, miedo, trastornos psicológicos de los cuales ningún mortal está completamente exento. Todos estos son grandes obstáculos que impiden captar claramente las demandas de la Palabra de Dios. Debemos tener esto en cuenta y actuar con humildad de una manera menos presuntuosa, ser menos estrictos al imponer nuestra visión de la realidad y tener menos confianza en juzgar el desempeño de los demás.

Un ejemplo que nos ayuda entender. Durante muchos siglos, los cristianos han afirmado que hay guerras justas y que, en ciertas situaciones, incluso es un deber tomar las armas. Incluso libraron guerras en nombre del evangelio. ¿Cómo podría suceder esto si Jesús ha hablado tan claramente de amar al enemigo? La explicación es: los registros de orgullo, intolerancia, dogmatismo, fundamentalismo que los cristianos tenían ante sus ojos y ni siquiera se dan cuenta de haber evitado notar las demandas del Evangelio.

Si hoy nos vemos obligados a admitir que en muchas ocasiones nos hemos mostrado ciegos, debemos ser muy cautos al juzgar, imponer nuestras creencias y condenar a quienes expresan opiniones diferentes. Puede ser que lo que pensamos sea correcto, tal vez sea verdaderamente evangélico. Sin embargo, Jesús quiere que la propuesta cristiana se haga con gran humildad, con gran discreción y respeto y, sobre todo, que nunca se juzgue a quienes no pueden entenderla, a quienes no tienen ganas de aceptarla. La posibilidad de tener una viga delante de los ojos no es remota, ¡no se debe olvidar!

Para concluir esta primera parte del Evangelio, Jesús llama hipócritas a estos «jueces», a estos «maestros» cristianos tan seguros de sí mismos y de sus ideas. Los hipócritas son «actores», «personas que actúan en teatros». Los que juzgan a los demás, en nombre de Jesús, son actores. También son pecadores, pero «juzgan»; se sientan en la corte como jueces y pronuncian juicios terribles.

Lucas está claramente preocupado por lo que está sucediendo en sus comunidades, dividida por las críticas, los chismes y juicios maliciosos. Por esto, él recuerda las duras palabras del Señor al respecto.

¿Cómo distinguir entre buenos y malos maestros en la comunidad cristiana? ¿Cómo saber en quién confiar y en quién no confiar? ¿Cómo reconocer a los que son ciegos o tienen troncos ante los ojos?

La última parte del Evangelio de hoy proporciona los criterios para juzgar: «El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca (v. 45).

Estamos acostumbrados a interpretar estas palabras de Jesús como una invitación a evaluar a las personas en función de las obras que realizan. Este es el significado que tienen en el Evangelio de Mateo (Mt 7,15-20); pero en el Evangelio de Lucas, tienen un significado diferente. Es claro en el contexto que «los frutos» son el mensaje que los maestros cristianos anuncian. Este mensaje puede ser bueno o malo.

Al igual que Ben Sirá, lo escuchamos en la primera lectura, Jesús también nos invita a evaluar a los maestros de acuerdo con sus palabras: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (v. 45). Lo que anuncian debe ser confrontado siempre con el evangelio. Entonces podemos evaluar si lo que se propone es comida nutritiva o una fruta venenosa.

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EXIGIR A LOS OTROS LO QUE YO NO CUMPLO ES HIPOCRESÍA
Fray Marcos

El sermón del llano en Lc termina con una retahíla de frases hechas, que tratan de explicar el contenido del mensaje. Recordemos que Mt lo coloca en lo alto del monte mientras que Lc nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del monte con sus discípulos y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes. El valle era el lugar del hombre. Para Mt Jesús habla desde el ámbito de lo divino, para Lc habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano, que es a la vez divino y humano.

Las frases que acabamos de leer y las que leíamos el domingo pasado son proverbios que eran patrimonio de todas las culturas del entorno. No son inventadas por Jesús sino un destilado de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando  en frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas claves que podrían ser útiles en la vida de cada día.

Aun en nuestros días estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase, atribuyéndolo a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando en todo momento. Por eso se utilizan como resúmenes de su mensaje.

En los relatos de hoy se trata de hacer ver que la bondad o la malicia no son entes que andan por ahí y que me puedo apropiar en un momento dado. Son cualidades de la persona humana y solo indirectamente podemos descubrirlas, lo mismo en nosotros que en los demás. No es fácil acceder al interior del hombre, por eso es tan difícil hacer un juicio de valor sobre las personas. Las juzgamos por lo que sale al exterior, pero no siempre eso es suficiente para descubrir lo que de verdad se esconde en lo más profundo del ser humano.

Solo las obras nos pueden revelar lo que hay dentro de otra persona. Aun así, ni siquiera las obras pueden ser argumento seguro para llegar al otro. Un acto bueno puede ser fruto de una programación calculada y por lo tanto sin ninguna conexión con las actitudes fundamentales de la persona. Un acto malo puede ser fruto de un momento de arrebato o ira y no reflejar tampoco la verdadera postura vital del individuo. Tal vez por eso el evangelio nos dice: “No juzguéis y no seréis juzgados.” “No condenéis y no seréis condenados”.

El creernos en posesión de la verdad y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio oriental: cuando el discípulo está preparado, el maestro surge.

La imagen del ciego guiando a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la que con más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Antonio Machado: tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela. Esto es verdad en todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad: fuera de la Iglesia no hay salvación.

No es menos esclarecedora la imagen de la mota y la viga. El afán de corregir a los demás  es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más peligroso en la vida real que esa práctica. No solo porque nunca podemos estar seguros de lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la superioridad moral que creemos tener. En el momento que te sientas superior, sea moral sea intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.

Estamos muy acostumbrados a identificar a los demás con sus obras. Esto nos lleva a considerarlos pecadores sin mayores precisiones. Pero las obras son algo externo y accidental. La bondad o malicia está en el ser. Nuestra auténtica preocupación debía estar en ser lo que debíamos ser, no en lo que hacemos o dejamos de hacer que suele estar condicionado por la preocupación por lo que los demás piensan de mí. Ya decían los escolásticos que el obrar sigue al ser. Mi verdadera preocupación debo ponerla en ser lo que soy realmente. Si consigo ser auténtico, las obras surgirán espontáneamente, sin esfuerzo.

La actitud de superioridad nace siempre de la superficialidad, es decir, está en estrecha relación con nuestro falso ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que consideramos y nos interesa. En materia del espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el simple conocimiento nos va a transformar. Jesús está siempre invitándonos a la autenticidad, es decir, a bajar a lo hondo de nuestro propio ser y descubrir allí lo que está de acuerdo con lo que en realidad somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las normas y preceptos. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz y constante.

El seguimiento de Jesús no consiste en imitarle en sus correrías ni en aceptar sin rechistar todas sus enseñanzas sino en alcanzar la experiencia interior que él vivió y en dejar que se manifieste como él la manifestó. No debemos poner hincapié en obras puntuales programadas sino en una actitud permanente que funcione y se manifieste al exterior en todo momento y en todas las circunstancias. Los cristianos hemos terminado copiando la actitud de los fariseos, dando más valor al cumplimiento de lo mandado que a la búsqueda interior de las exigencias de nuestro verdadero ser. Esta es la causa de nuestro fracaso en la vida espiritual.

Todo lo dicho no invalida el famoso refrán: obras son amores y no buenas razones. Con la misma rotundidad que hemos afirmado que lo importante es la actitud interior, tenemos que decir que una actitud que no se manifieste en obras, es una ilusión. Si de

verdad quieres saber cuál es tu postura espiritual, no tienes más remedio que examinar tus obras. Tu manera de comportarte con los demás te irá manifestando tu estado interior. A continuación de lo que hemos leído hoy, dice Jesús: ¿Por qué decís; ¡Señor, Señor! y no hacéis lo que os digo? Pero debe quedar claro que el hacer es consecuencia del ser auténtico.

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