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“Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza”

Mensaje del papa León XIV para la V Jornada Mundial de los Abuelos y de los mayores (27 de julio de 2025). (Foto: Vatican news)

Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza (cf. Si 14,2)

Queridos hermanos y hermanas:

El Jubileo que estamos viviendo nos ayuda a descubrir que la esperanza siempre es fuente de alegría, a cualquier edad. Asimismo, cuando esta ha sido templada por el fuego de una larga existencia, se vuelve fuente de una bienaventuranza plena.

La Sagrada Escritura presenta varios casos de hombres y mujeres ya avanzados en años, a los que el Señor invita a participar en sus designios de salvación. Pensemos en Abraham y Sara; siendo ya ancianos, permanecen incrédulos ante la palabra de Dios, que les promete un hijo. La imposibilidad de generar parecía haberles quitado su mirada de esperanza respecto al futuro.

La reacción de Zacarías ante el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista no es diferente: «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada» (Lc 1,18). La ancianidad, la esterilidad y el deterioro parecen apagar las esperanzas de vida y de fecundidad de todos estos hombres y mujeres. También la pregunta que Nicodemo hace a Jesús, cuando el Maestro le habla de un “nuevo nacimiento”, parece puramente retórica: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?» (Jn 3,4). Sin embargo, en cada ocasión, frente a una respuesta aparentemente obvia, el Señor sorprende a sus interlocutores con un acto de salvación.

Los ancianos, signos de esperanza

En la Biblia, Dios muestra muchas veces su providencia dirigiéndose a personas avanzadas en años. Así ocurre no sólo con Abraham, Sara, Zacarías e Isabel, sino también con Moisés, llamado a liberar a su pueblo siendo octogenario (cf. Ex 7,7). Con estas elecciones, Dios nos enseña que, a sus ojos, la ancianidad es un tiempo de bendición y de gracia, y que para Él los ancianos son los primeros testigos de esperanza. «¿Qué significa en mi vejez? —se pregunta al respecto san Agustín— Cuando me falten las fuerzas, no me abandones. Y aquí Dios te responde: Al contrario, que desfallezca tu vigor, para que esté presente el mío en ti, y así puedas decir con el Apóstol: “Cuando me debilito, entonces soy fuerte”» (Comentarios a los Salmos 70, 11). El hecho de que el número de personas en edad avanzada esté en aumento se convierte entonces para nosotros en un signo de los tiempos que estamos llamados a discernir, para leer correctamente la historia que vivimos.

La vida de la Iglesia y del mundo, en efecto, sólo se comprende en la sucesión de las generaciones, y abrazar a un anciano nos ayuda a comprender que la historia no se agota en el presente, ni se consuma entre encuentros fugaces y relaciones fragmentarias, sino que se abre paso hacia el futuro. En el libro del Génesis encontramos el conmovedor episodio de la bendición dada por Jacob, ya anciano, a sus nietos, los hijos de José. Sus palabras los animan a mirar al futuro con esperanza, como en el tiempo de las promesas de Dios (cf. Gn 48,8-20). Si, por tanto, es verdad que la fragilidad de los ancianos necesita del vigor de los jóvenes, también es verdad que la inexperiencia de los jóvenes necesita del testimonio de los ancianos para trazar con sabiduría el porvenir. ¡Cuán a menudo nuestros abuelos han sido para nosotros ejemplo de fe y devoción, de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria y perseverancia en las pruebas! Este hermoso legado, que nos han transmitido con esperanza y amor, siempre será para nosotros motivo de gratitud y de coherencia.

Signos de esperanza para los ancianos

El Jubileo, desde sus orígenes bíblicos, ha representado un tiempo de liberación: los esclavos eran liberados, las deudas condonadas, las tierras restituidas a sus propietarios originarios. Era un momento de restauración del orden social querido por Dios, en el cual se reparaban las desigualdades y las opresiones acumuladas con los años. Jesús renueva estos acontecimientos de liberación cuando, en la sinagoga de Nazaret, proclama la buena noticia a los pobres, la vista a los ciegos, la liberación a los cautivos y la libertad a los oprimidos (cf. Lc 4,16-21).

Considerando a las personas ancianas desde esta perspectiva jubilar, también nosotros estamos llamados a vivir con ellas una liberación, sobre todo de la soledad y del abandono. Este año es el momento propicio para realizarla; la fidelidad de Dios a sus promesas nos enseña que hay una bienaventuranza en la ancianidad, una alegría auténticamente evangélica, que nos pide derribar los muros de la indiferencia, que con frecuencia aprisionan a los ancianos. Nuestras sociedades, en todas sus latitudes, se están acostumbrando con demasiada frecuencia a dejar que una parte tan importante y rica de su tejido sea marginada y olvidada.

Frente a esta situación, es necesario un cambio de ritmo, que atestigüe una asunción de responsabilidad por parte de toda la Iglesia. Cada parroquia, asociación, grupo eclesial está llamado a ser protagonista de la “revolución” de la gratitud y del cuidado, y esto ha de realizarse visitando frecuentemente a los ancianos, creando para ellos y con ellos redes de apoyo y de oración, entretejiendo relaciones que puedan dar esperanza y dignidad al que se siente olvidado. La esperanza cristiana nos impulsa siempre a arriesgar más, a pensar en grande, a no contentarnos con el statu quo. En concreto, a trabajar por un cambio que restituya a los ancianos estima y afecto.

Por eso, el Papa Francisco quiso que la Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores se celebrase sobre todo yendo al encuentro de quien está solo. Y por esa misma razón, se ha decidido que quienes no puedan venir a Roma este año, en peregrinación, «podrán conseguir la Indulgencia jubilar si van a visitar por un tiempo adecuado a los […] ancianos en soledad, […] como realizando una peregrinación hacia Cristo presente en ellos (cf. Mt 25, 34-36)» (Penitenciaría Apostólica, Normas sobre la Concesión de la Indulgencia Jubilar, III). Visitar a un anciano es un modo de encontrarnos con Jesús, que nos libera de la indiferencia y la soledad.

En la vejez se puede esperar

El libro del Eclesiástico afirma que la bienaventuranza es de aquellos que no ven desvanecerse su esperanza (cf. 14,2), dejando entender que en nuestra vida —especialmente si es larga— pueden existir muchos motivos para volver la vista atrás, más que hacia el futuro. Sin embargo, como escribió el Papa Francisco durante su último ingreso en el hospital, «nuestro físico está débil, pero, incluso así, nada puede impedirnos amar, rezar, entregarnos, estar los unos para los otros, en la fe, señales luminosas de esperanza» (Ángelus, 16 marzo 2025). Tenemos una libertad que ninguna dificultad puede quitarnos: la de amar y rezar. Todos, siempre, podemos amar y rezar.

El amor por nuestros seres queridos —por el cónyuge con quien hemos pasado gran parte de la vida, por los hijos, por los nietos que alegran nuestras jornadas— no se apaga cuando las fuerzas se desvanecen. Al contrario, a menudo ese afecto es precisamente el que reaviva nuestras energías, dándonos esperanza y consuelo.

Estos signos de vitalidad del amor, que tienen su raíz en Dios mismo, nos dan valentía y nos recuerdan que «aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día» (2 Co 4,16). Por eso, especialmente en la vejez, perseveremos confiados en el Señor. Dejémonos renovar cada día por el encuentro con Él, en la oración y en la Santa Misa. Transmitamos con amor la fe que hemos vivido durante tantos años, en la familia y en los encuentros cotidianos; alabemos siempre a Dios por su benevolencia, cultivemos la unidad con nuestros seres queridos, que nuestro corazón abarque al que está más lejos y, en particular, a quien vive en una situación de necesidad. Seremos signos de esperanza, a cualquier edad.

Vaticano, 26 de junio de 2025

LEÓN PP. XIV

Jubileo: Armonía con la creación

Llegamos a la mitad del camino jubilar, tiempo de gracia para renovar, a nivel personal y comunitario, el seguimiento de Jesucristo y el servicio al prójimo, en especial a los más pobres y abandonados. También nos anima la elección del papa León XIV, un misionero, y que, como Iglesia, proclama un no rotundo a la guerra y a la pobreza crecientes que roban la dignidad de las personas. En ese contexto, volvamos a los elementos esenciales del Jubileo desde sus orígenes bíblicos: Lv 25; Dt 15,1-15; Jr 34,8-9; Is 61,1-2); el primero de ellos, «el descanso de la tierra».

JUNIO
(7-8): Jubileo de los Movimientos, Asociaciones y Nuevas Comunidades.
(9): Jubileo de la Santa Sede.
(14-15): Jubileo del Deporte.
(20-22): Jubileo de los Gobernantes.
(23-24): Jubileo de los Seminaristas.
(25) Jubileo de los Obispos.
(25-27): Jubileo de los Sacerdotes.
JULIO
(28 de Julio al 3 de Agosto): Jubileo de los jóvenes.

La tierra es un regalo del Creador para la humanidad (Gen 2,15). Este don encabeza su proyecto de amor y exige, en reciprocidad, respeto y cuidado. Un regalo para todos, nadie tiene derecho a acapararlo ni a destruirlo. Esta armonía con la creación engendra la paz. En el Antiguo Testamento, durante el Año Jubilar no se sembraban los campos ni se acumulaban sus frutos, todo se reconocía «santo» y se ponía «disponible para los empobrecidos» (Lv 25,6-7). Promover el descanso de la tierra era una forma concreta de justicia. «Todo esto será posible –exhortó el papa Francisco– si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante…», (carta a monseñor Rino Fisichella al inicio del Jubileo).

Actualmente, dicho descanso debe traducirse en la lucha contra el devastador cambio climático (calentamiento global), la pérdida vertiginosa de la biodiversidad (devastación global) y la contaminación fuera de control (envenenamiento de tierra, aire y agua). La armonía con la creación debe conducirnos a un cambio de mentalidad, a educarnos en el respeto, a crear y seguir normas civiles en favor de la vida integral y, sobre todo, a generar estilos de vida sencillos y austeros. El «descanso de la tierra» debe expresarse en una espiritualidad encarnada en cada signo de amor.

P. Rafael González Ponce, mccj

XIV Domingo Ordinario. Año C

Los envió de dos en dos
P. Enrique Sánchez, mccj

“En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: Que la paz reine en esta casa. Y si allí hay gente amante de de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, comen lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios.

Pero si entran en una ciudad y nos reciben, salgan por las calles y digan: Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les digo que, en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad.

Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les contestó: Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.

(San Lucas 10, 1-12.17-20)

El evangelio de este domingo nos menciona el envío en misión de setenta y dos discípulos y señala, como detalle, que se trata de otro grupo, lo cual nos permite pensar que esta experiencia había sido algo, si no común, tal vez si frecuente en el ministerio de Jesús.

Nadie que se hubiese acercado y encontrado con Jesús podía quedar indiferente y aceptándolo en su vida necesariamente se convertía en mensajero de la Buena Nueva que había cambiado su vida.

El discípulo, en este sentido, no era un simple aprendiz de un oficio o el estudiante aplicado que aspiraba a ser como su maestro; los discípulos que Jesús pone ante nosotros en esta página del Evangelio eran personas muy concretas llamadas a transformar sus vidas teniendo como modelo al gran misionero que era Jesús.

El relato del Evangelio nos ayudará hoy en nuestra reflexión a entender que en este envío de los setenta y dos, Jesús está compartiendo con ellos su misión y que lo que les tocará anunciar será lo que han encontrado y en lo que se han transformado estando con él.

Los discípulos son enviados de dos en dos, lo cual nos recuerda algo que era importante en el ejercicio de la ley judía , que exigía que para que algo tuviera un carácter formal necesitaba ser sostenido por la presencia de, al menos, dos testigos. La misión que les confía Jesús a sus discípulos, teniendo en cuenta lo anterior, no se trataba de ir simplemente a anunciar o a predicar repitiendo las palabras que le habían escuchado al maestro.

No era cuestión de demostrar que habían aprendido la lección y que estaban en condiciones de instruir a los demás. En el caso de estos discípulos se trataba más bien de ir como testigos en medio de sus hermanos para compartir lo que habían vivido y lo que habían descubierto como buena noticia para sus vidas estando cerca de Jesús.

Esta página del Evangelio nos dice que son enviados a la mies que es abundante y en donde los trabajadores son pocos. Y agrega Jesús una recomendación. Pidan al dueño de la mies que envíe obreros para poder afrontar con realismo los retos de la misión que les fue confiada.

La invitación a pedir al dueño de la mies que envíe obreros tiene como finalidad ayudar a entender que la obra no es de ellos y que el éxito de la misión no depende de sus cualidades o de sus habilidades.
El dueño de la mies es también quien tiene establecido los tiempos y los modos como la misión se cumplirá y cuándo será plenamente manifestado el Reino de Dios entre nosotros.

A los discípulos les corresponde poner a disposición lo que son, su vidas y aquello que han ido atesorando en sus corazones acerca de Jesús estando con él. Lo importante de la misión será no todo lo que puedan realizar, sino lo que serán como testigos del que los envió con poder de someter hasta los demonios.

No se preocupen por lo que van a comer, pues quien trabaja por el Reino recibirá siempre lo necesario y más para ir adelante en la misión que se le ha confiado. Se trata de una misión fundamentada totalmente en la confianza en Dios. Y, como testimonio personal, puedo decir que el Señor paga con generosidad la confianza que ponemos en él cuando aceptamos consagrarnos completamente a su misión.

Es una misión que reconoce el poder que tiene Jesús para cambiar la vida de todas las personas que abren su corazón a su mensaje. Por eso es importante ir ligeros de equipaje y sin preocuparse por lo material y lo pasajero de la vida.

No hará falta cargarse de dinero, de recomendaciones, de títulos que acrediten; no hará falta llevar morral, ni sandalias que simbolizan un estatus especial. Dios provee siempre y recompensa a quien da con generosidad.

La misión exige sencillez y disponibilidad total para poder darse cuenta de que el protagonista es el Señor y que él actuará siempre a través de su Espíritu. La misión exigirá desprendimiento total de sı́ mismo. No habrá tiempo para detenerse, para quedarse en donde nos podemos sentir confortables. Hay una urgencia que se impone y pide ir cada vez más lejos, en donde la mies está más necesitada.

En el envío , Jesús no esconde que se trata de una misión que estará marcada por las cruces, la dificultades, las incomprensiones, las persecuciones. Irán entre lobos que atacan y tratan de destruir todo aquello que viene de Dios. Esas palabras de Jesús nos ayudan también hoy a nosotros a quienes nos toca vivir en una realidad en donde existe una persecución abierta y activa contra los cristianos en muchas partes del mundo. Pero existe algo que es todavía más grave y dañino para nosotros, existe una persecución que pasa a través de una indiferencia y una voluntad clara de sacar a Dios de nuestras vidas.

Hoy también existen lobos, que no atacan con sus garras destructoras, pero que hacen un gran daño difundiendo ideologías y estilos de vida que se oponen a todo lo que es de Dios. Son lobos que con su astucia trabajan en el espíritu humano proponiéndole una felicidad que no está en armonía con lo que el Señor nos enseña en su evangelio.

Pero no debemos caer en el desánimo, ni podemos dejar que nos gane el pesimismo o la desesperanza. El mandato que Jesús da a los setenta y dos es claro y tiene por objetivo principal hacer el bien. Ayudar a quien está en necesidad, aliviar a quien padece en su cuerpo y en su alma, brindar el coraje a quienes se sienten perdidos y agotados, cambiar la vida de quienes se han desorientado.

Enviándolos a hacer el bien, Jesús está ayudándoles a entender que el mal no tendrá jamás la última palabra. Y quien le apuesta al bien, a lo sano y a lo santo, puede estar seguro de que los frutos que cosechará serán aquello que hace bella la vida y que le da sentido a lo que vamos afrontando cada día, sabiendo que el Señor nunca nos abonará.

El gran mandato que recibieron aquellos setenta y dos discípulos fue convertirse en instrumentos de paz. Anunciar la paz era y sigue siendo la condición para crear una humanidad en donde se pueda crear las condiciones a la fraternidad. Esa fraternidad que nos permite reconocernos todos hijos de Dios, en donde estamos llamados a alejar de nuestro corazón la tentación de la división, de la exclusión y de la marginalización de los demás que es el detonante de nuestras guerras y de la violencia que nos lleva a vivir en el miedo y en la desconfianza hacia los demás.

Esto nos ayuda seguramente a entender por qué las primera palabras del Papa León XIV al inicio de su misión como Pastor de toda la Iglesia han sido una invitación a trabajar sin descanso para dar espacios a la paz en nuestro mundo. La paz será siempre lo que nos ayudará a entender que el Reino de Dios ha llegado ya.

Aquellos discípulos regresaron llenos de alegría porque habían constatado que las obras de Dios son fuente de felicidad y porque habían visto con sus propios ojos que el Maligno jamás podrá imponerse a quienes obran el bien. Ellos habían hecho grandes milagros y no se lo podían creer, pero Jesús les hace un anuncio todavía mayor: Sus nombres estarían escritos en el Cielo.

Vivir nuestra vocación misionera será siempre garantía de felicidad y podemos darnos cuenta, desde ahora, que esa experiencia nos abrirá los caminos del cielo, disfrutando desde ahora lo bello que Dios ha preparado para quienes, por la fe, le hemos entregado el corazón.

Pidamos para que el Señor nos conceda ir con alegría a la misión que nos corresponde ahı́ en donde nos llama a ser presencia y testimonio de su cercanıá y buena noticia para quienes se encuentran alejados de él.


Os envío como corderos en medio de lobos.”
Lucas 10,1–12.17–20

El Evangelio de hoy nos relata la experiencia misionera de los setenta y dos discípulos enviados por Jesús “de dos en dos, delante de él, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir”. Después de haber enviado ya a los Doce (cf. Lc 9,1–6), ahora Jesús envía a otros setenta y dos. San Lucas es el único evangelista que narra este episodio. Detengámonos en cinco aspectos del relato.

1. No sólo los Doce, sino los setenta y dos

El Señor designó a otros setenta y dos.”
El número 72 tiene un valor simbólico: alude a la universalidad de la misión. Según la llamada “tabla de las naciones” (Génesis 10, en la versión griega de los LXX), había 72 pueblos en la tierra. Algunos manuscritos y la tradición judía mencionan el número 70. Los rabinos afirmaban que Israel era como un cordero rodeado por setenta lobos, y cada año, en el Templo, se sacrificaban setenta bueyes por su conversión.

Los Doce representan al nuevo Israel, las doce tribus; los Setenta (o setenta y dos) simbolizan la nueva humanidad. Además, 72 es múltiplo de 12: representa también la totalidad de los discípulos. La misión no es una tarea exclusiva de los apóstoles, sino de todo el Pueblo de Dios.

La Iglesia no deja de subrayar la urgencia del anuncio misionero. Pero, lamentablemente, muchas veces con escasos resultados. En una época de rápida y dramática descristianización de Occidente, parecemos preocupados solo por conservar a la única oveja que queda en el redil, dando por perdidas a las otras noventa y nueve.

2. Precursores

Los envió de dos en dos delante de él a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir.”
Jesús los envía de dos en dos: la misión es una tarea comunitaria. Pero, ¿por qué enviarlos delante de él? ¿No debería ser él quien los preceda? Sí, el Señor nos ha precedido, pero ahora, concluida su misión, comienza la nuestra: preparar su regreso.

Así como Juan el Bautista preparó su primera venida, nosotros hoy estamos llamados a preparar la segunda. No es casualidad que san Lucas utilice aquí el título “el Señor”, connotación pascual, y no simplemente “Jesús”.

“Su nombre será Juan”, dijo Zacarías. Hoy, simbólicamente, el Señor dice a cada uno de nosotros: “Tu nombre será Juan/Juana”. El nombre indica la misión. Esta misión se basa en dos tareas esenciales:
– Anunciar un mensaje breve y claro: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios”;
– “Bautizar”, no con agua como Juan, sino sumergiendo a las personas en el amor de Dios, a través de relaciones fraternas y del cuidado de los más frágiles: “Sanad a los enfermos”.

Quizá hoy debamos invertir el orden: primero “bautizar” la realidad cotidiana –familia, trabajo, escuela, sociedad– con el amor de Dios; luego, a su debido tiempo, anunciar el Reino. Como sugiere san Pedro: “Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida” (1Pe 3,15).

3. Lobos y corderos

Mirad, os envío como corderos en medio de lobos.”
Las instrucciones de Jesús sobre la misión son desconcertantes. Comprendemos la invitación a la oración –alma de toda misión–, pero ¿por qué tanta insistencia en el despojo del misionero?

Las imágenes fuertes que usa Jesús muestran que la misión se realiza en la debilidad y la pobreza, siguiendo el ejemplo del Maestro que “se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo” (Flp 2,7). La misión exige renunciar a toda forma de poder humano, para que quede claro que es Dios quien actúa. Tal vez sea precisamente la tentación del poder la raíz de los escándalos y pecados más graves de la Iglesia.

Jesús nos envía pobres –ricos solo en confianza en Dios– como corderos entre lobos. Pero es fuerte la tentación de convertirnos nosotros mismos en lobos, usando las mismas armas del enemigo cuando se presenta la ocasión.

Las lecturas de hoy nos muestran el contexto, muchas veces dramático, de la misión. Isaías habla de duelo antes del consuelo; Pablo habla de la cruz y de las llagas del Señor; el Evangelio habla de lobos, serpientes, escorpiones, del poder del enemigo y del posible rechazo del mensaje y de los mensajeros.

Y sin embargo, Jesús no nos envía al matadero. Nos da su poder: “Os he dado poder para pisar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo: nada os podrá hacer daño.” Así, el apóstol anticipa los tiempos escatológicos en los que “el lobo habitará con el cordero” (Is 11,6).

4. La paz

En cualquier casa donde entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’.”
En el difícil contexto de la misión, Jesús nos invita a ofrecer paz. Es un tema central en todas las lecturas de este domingo.
Dios, por medio de Isaías, promete: “Yo haré correr hacia Jerusalén, como un río, la paz.” Por desgracia, hoy ese río parece seco. La paz es don y responsabilidad. Hoy más que nunca, necesitamos con urgencia “hijos de la paz”, como dice Jesús. Pero nosotros, sus discípulos, ¿lo somos realmente en nuestros sentimientos, palabras y acciones?

5. La alegría

Los setenta y dos volvieron llenos de alegría.”
La alegría es el otro gran tema que une las lecturas de hoy. Es fruto de la paz. La alegría cristiana no es la alegría efímera y engañosa del mundo, ni una ligereza superficial que ignora el dolor y la injusticia.

La alegría del cristiano a menudo convive con el sufrimiento y la persecución. Esa alegría de las bienaventuranzas es un don que, sin embargo, exige “el valor de la alegría” (Benedicto XVI). Se manifiesta en la paz profunda del corazón, como la calma del mar en lo profundo, incluso cuando en la superficie la tormenta ruge.

Esta es la “alegría plena” que Jesús nos dejó en herencia durante la cena de despedida. Una alegría asegurada: “Nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn 16,22).

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Condiciones para una misión sin fronteras
P. Romeo Ballan, MCCJ

Is 66,10-14; Sl 65; Gal 6,14-18; Lc 10,1-12.17-20

Reflexiones
Jesús está de camino: va decidido hacia Jerusalén (Evangelio del domingo pasado). Es un viaje misionero y comunitario, cargado de enseñanzas para los discípulos. Jesús había enviado a misión a los Doce (Lc 9,1-6). Al poco tiempo Lucas (Evangelio) narra la misión de los 72 discípulos: “Designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él” (v. 1). Las ‘condiciones’ y las instrucciones para los dos grupos de misioneros – los 12 apóstoles y los 72 discípulos – son prácticamente las mismas. Sorprende, por tanto, esta cercanía y duplicidad que subrayan la urgencia y la vastedad de la misión.

¿Quiénes eran y a quiénes representan los 72? Este número tiene un significado simbólico, que nos lleva a la totalidad de la misión: 72 (o 70, según algunos códices) eran los pueblos de la tierra según la ‘tabla de las naciones’ (Gen 10,1-32); otros tantos eran los ancianos de Israel. Además, 72 es un número múltiplo de 12 e indica la totalidad del pueblo de Dios. La misión, por tanto, no es tarea solo de algunos (de los 12 apóstoles), sino también de los laicos. Estos números hablan de una misión extendida, en la que todos están involucrados: porque la misión es universal en su origen y destinatarios.

Las instrucciones son múltiples y significativas, según el estilo de misión que Jesús ha inaugurado. Son instrucciones que valen siempre, también para nosotros y para los evangelizadores futuros.

– “Los mandó” (v. 1): la iniciativa de la llamada y del envío es del Señor, el dueño de la mies; a los discípulos les corresponde la disponibilidad en la respuesta.

– “De dos en dos”: en pequeños grupos; hay que estar en comunión por lo menos con otra persona, para que el testimonio sea creíble. Así partieron Pedro y Juan (Hch 3-4; 8,14); Bernabé y Saulo, enviados por la comunidad de Antioquía (Hch 13,1-4). El anuncio del Evangelio no se deja a la iniciativa de una sola persona, porque es obra de una comunidad de creyentes. No importa si esta es pequeña, como en el caso de los padres de familia, primeros educadores de la fe de los hijos. El compromiso de anunciar el Evangelio junto con otros no es tan solo un problema de mayor eficacia, sino porque el hecho de hacerlo juntos expresa la comunión y es garantía de la presencia del Señor: “Donde dos o tres se reúnen… yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). Juntos se cree y se da testimonio de la fe: tu fe ayuda mi fe, y viceversa.

Los mandó “por delante”: ellos son portadores del mensaje de otra persona; no son propietarios o protagonistas, son precursores de Alguien que es más importante, que vendrá después, para cuya venida ellos deben preparar mentes y corazones de los destinatarios, que se encuentran en todas partes.

– “La mies es abundante, pero son pocos los obreros”. (v. 2) ¡Hacen falta más obreros! Hoy la situación es la misma que ayer. Los desafíos de la misión varían según los tiempos y los lugares, pero son siempre exigentes. Y, por tanto, valen hoy las mismas soluciones que Jesús proponía entonces.

– “Rueguen, pues… vayan…” (v. 2-3): la solución que Jesús ofrece es doble: “Rogar e ir”. Rogar para vivir la misión en sintonía con el Dueño de la mies, ya que la misión es gracia que se ha de implorar para sí y para los otros. E ir, porque en cada vocación, común o especial, el Señor ama, llama y envía. “Rogar e ir”: dos momentos esenciales e irrenunciables de la misión. (*)

– El mensaje a llevar es doble: el don de la paz (Shalom) en el sentido bíblico más completo, para las personas y las familias (v. 5); y el mensaje que “está cerca de ustedes el reino de Dios (v. 9.11). El reino de Dios se construye y se mezcla en la historia; el Reino es, en primer lugar, una persona: Jesús, plenitud del reino. El que lo acoge encuentra la vida, el gozo, la misión: Lo anuncia a todos.

– El estilo de la misión de Jesús y de los discípulos es lo contrario al estilo de los poderosos de turno, de los agentes de comercio o de las multinacionales. La eficacia de la misión no depende del dinero o de la organización, no se basa sobre la voluntad de dominio y la codicia (cosas de lobos: v. 3), sino sobre una propuesta humilde, respetuosa, desarmada, no violenta, libre de seguridades humanas (alforja, sandalias, v. 4). La misión cuida de los más débiles (enfermos, v. 9), se ofrece con gratuidad, sin buscar compensaciones (v. 20) o adhesiones forzadas.

– El Evangelio de Jesús es un mensaje de vida auténtica, porque invita a poner la confianza solo en Dios, que es Padre y Madre (I lectura); y a fiarse de Cristo crucificado y resucitado (II lectura).

– Los obreros son pocos, pobres, débiles frente a un mundo inmenso; San Pablo halla fuerza solo en la cruz de Cristo (v. 14). Son signos y garantía de que el Reino pertenece a Dios, que la misión es suya.

Palabra del Papa

(*) “Jesús no es un misionero aislado, no quiere realizar solo su misión, sino que implica a sus discípulos. Además de los Doce apóstoles, llama a otros setenta y dos, y les manda a las aldeas, de dos en dos, a anunciar que el Reino de Dios está cerca… Forma inmediatamente una comunidad de discípulos, que es una comunidad misionera. Inmediatamente los entrena para la misión, para ir… La finalidad es anunciar el Reino de Dios, ¡y esto es urgente! También hoy es urgente… Hay que ir y anunciar… ¡Cuántos misioneros hacen esto! Siembran vida, salud, consuelo en las periferias del mundo. ¡Qué bello es esto!… Vivir para ir a hacer el bien… A vosotros, jóvenes, a vosotros muchachos y muchachas os pregunto: vosotros, ¿tenéis la valentía de escuchar la voz de Jesús? ¡Es hermoso ser misioneros!”
Papa Francisco
Angelus del domingo 7 de julio de 2013


Portadores del Evangelio
Lucas 10,1-12.17-20
José Antonio Pagola

«Poneos en camino»
Aunque lo olvidamos una y otra vez, la Iglesia está marcada por el envío de Jesús. Por eso es peligroso concebirla como una institución fundada para cuidar y desarrollar su propia religión. Responde mejor al deseo original de Jesús la imagen de un movimiento profético que camina por la historia según la lógica del envío: saliendo de sí misma, pensando en los demás, sirviendo al mundo la Buena Noticia de Dios. «La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad» (Benedicto XVI).
Por eso es hoy tan peligrosa la tentación de replegarnos sobre nuestros propios intereses, nuestro pasado, nuestras adquisiciones doctrinales, nuestras prácticas y costumbres. Más todavía, si lo hacemos endureciendo nuestra relación con el mundo. ¿Qué es una Iglesia rígida, anquilosada, encerrada en sí misma, sin profetas de Jesús ni portadores del Evangelio?
«Cuando entréis en un pueblo… curad a los enfermos y decid: está cerca de vosotros el reino de Dios»
Esta es la gran noticia: Dios está cerca de nosotros animándonos a hacer más humana la vida. Pero no basta afirmar una verdad para que sea atractiva y deseable. Es necesario revisar nuestra actuación: ¿qué es lo que puede llevar hoy a las personas hacia el Evangelio?, ¿cómo pueden captar a Dios como algo nuevo y bueno?
Seguramente, nos falta amor al mundo actual y no sabemos llegar al corazón del hombre y la mujer de hoy. No basta predicar sermones desde el altar. Hemos de aprender a escuchar más, acoger, curar la vida de los que sufren… solo así encontraremos palabras humildes y buenas que acerquen a ese Jesús cuya ternura insondable nos pone en contacto con Dios, el Padre Bueno de todos.

«Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa».
La Buena Noticia de Jesús se comunica con respeto total, desde una actitud amistosa y fraterna, contagiando paz. Es un error pretender imponerla desde la superioridad, la amenaza o el resentimiento. Es antievangélico tratar sin amor a las personas solo porque no aceptan nuestro mensaje. Pero ¿cómo lo aceptarán si no se sienten comprendidos por quienes nos presentamos en nombre de Jesús?
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¿Qué misión te quiere encomendar Jesús?
Un comentario a Lc 10, 1-12.17-20

Sabemos que Lucas, a diferencia de Marcos y Mateo, nos refiere dos discursos misioneros de Jesús: en uno habla a los Doce (que representan a Israel), mientras en el otro se dirige a los Setenta y dos, que representan a todas las naciones. El texto de hoy nos transmite este segundo discurso. Como es bastante largo, resulta imposible considerarlo todo en este breve comentario. Solamente quiero compartir con ustedes algunos breves “flashes” sacados de las primeras líneas:

  1. “Jesús designó”. Para los evangelistas está claro que no son los discípulos que eligen seguir a Jesús, sino que es éste quien les llama. Y ésta es una experiencia que hace cualquiera que se embarque en un camino de discipulado y de crecimiento espiritual. En un momento de nuestra vida, nos parece que somos nosotros los que decidimos optar por el Evangelio y por Jesús.  Pero esa visión no aguanta mucho, se cae ante nuestros primeros fallos. Pronto nos damos cuenta que realmente es el Señor quien nos eligió y nos puso en este camino, a veces a pesar de nosotros mismos. Por otra parte, es una experiencia que hacen los grandes artistas, que suelen decir algo así como “la inspiración me ha poseído”, o los enamorados que experimentan que la otra persona se les “impone”. También en la vida religiosa, llega un momento en que sabemos que la “gracia nos posee”, que el discipulado no es fruto de nuestros esfuerzos sino del amor gratuito de Dios.
  2. “Otros”. Así dice el texto. Los setenta y dos escogidos ahora no son los primeros. Seguramente Jesús había provocado un gran movimiento de amigos y discípulos, que no eran espectadores pasivos sino actores dinámicos en el proyecto de renovación que Jesús proponía a Israel y a toda la humanidad. Me parece muy importante que cada uno de nosotros contribuya a la misión con los propios dones y carismas, pero sin considerarnos “los únicos”, sin caer en los celos de lo que otros hagan. Los demás son también un don de Dios y normalmente tienen los carismas que a mí me faltan.
  3. Setenta y dos. Como sabemos, este número hace referencia a la totalidad de las naciones “paganas”. Desde el inicio la Iglesia de Jesús se siente enviada más allá de las fronteras de Israel. Después de la resurrección de Jesús, los apóstoles se extendieron por las pueblos vecinos y, con la ayuda providencial de Pablo, llegaron hasta Roma y a muchas partes del Imperio romano. Pienso que la Iglesia debe seguir este criterio en todas las épocas de la historia, superando constantemente los límites estrechos de la cultura ya adquirida, de los ritos establecidos, de las normas tradicionales… para abrirse a nuevas culturas y ámbitos religiosos. Las Iglesia necesita ritos, normas y cánones, pero no puede quedarse ligada a ellos como si fueran “ídolos”, porque la fe en Jesús la hace libre y capaz de superar sus propias tradiciones para abrirse a nuevos pueblos con los que crear nuevos ritos y nuevas normas.
  4. Discípulos. Esta es la base de la misión. Antes de ser misioneros, hay que ser discípulos, pertenecer al movimiento de Jesús. Seer discípulos es mucho más que aprender una doctrina, una moral o una metodología. Es pertenecer a una escuela de vida, es ser y vivir a la manera de Jesús. “No les llamaré siervos, sino amigos”, dice el Maestro. Hoy tenemos gran necesidad de recuperar esta conciencia de ser discípulos, porque nuestra vida cristiana se ha centrado en prácticas y tradiciones buenas, pero secundarias, se ha contaminado del mundo que nos rodea (burguesismo, secularismo,ect.), o ha caído en la mediocridad. Tenemos que recuperar la lectura creyente del Evangelio, tenemos que convertirnos al estilo de vida de Jesús (sincero, orante, libre, misericordioso). Tenemos que hacer de nuestras parroquias y comunidades lugares de discipulado.
  5. “Los envió de dos en dos”.  De nuevo hay que tenerlo claro: No soy yo que voy, es Jesús que me envía. Y me envía en compañía, para que la misión no se convierta en una ocasión de protagonismo mío, sino de servicio; para que, si me canso, encuentre apoyo en  otro hermano; para que los demás vean que lo que anunciamos (el amor de Dios) se hace realidad en nuestra comunidad misionera. La misión “de dos en dos” supera la experiencia personal, subjetiva, para hacer una propuesta social, compartida. La misión no es un asunto privado, no es una iluminación personal; es un asunto comunitario, público, algo que se puede y se debe compartir con otros.
  6. “A todos los pueblos y lugares”. Jesús no es un predicador que se queda en un lugar y espera que vengan a escucharlo. Jesús sale al encuentro de las gentes allí donde viven y manda a sus discípulos a todas partes. Pienso en cuanto tiene que cambiar nuestra labor pastoral y misionera. A veces parece que esperamos que la gente venga a nuestras iglesias, participe de nuestras iniciativas… mientras Jesús dice: salgan, no se queden en casa, vayan a todos los pueblos y ciudades.

La mies es mucha, hay trabajo para todos. Se necesitan voluntarios para ser enviados. ¿Cuál es tu parte en la misión de Jesús? ¿A dónde te quiere enviar Jesús en este momento de tu vida? Lee la Palabra, mira a tu alrededor, escucha al Espíritu que “sopla” de mil maneras, especialmente en tu interior,  y comprenderás qué parte de su misión te quiere encomendar Jesús.

P. Antonio Villarino, MCCJ

San Pedro y San Pablo, apóstoles

“En aquel tiempo, le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que estos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”, Jesús le dijo: “Apacienta
mis corderos”.
Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí,
Señor; tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.
Por tercera vez le preguntó: “Simon, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de
que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: “Señor, tú lo
sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”.
Yo te aseguro: Cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías;
pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no
quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a
Dios. Después le dijo: “Sígueme”.
(Juan 21, 15-19)

San Pedro y San Pablo
P. Enrique Sánchez, mccj.

Pedro y Pablo representan las dos columnas sobre las cuales se cimentó la Iglesia.
Se trata de dos apóstoles muy distintos entre sí, pero con una misma vocación y un
llamado particular a convertirse en los apóstoles del anuncio del Evangelio.
Las historias de cada uno de estos apóstoles son aparentemente muy lejanas una de
otra, sin embargo, el camino que los llevó al encuentro con el Señor hizo que
vivieran experiencias muy parecidas que se caracterizan por una misma pasión y
entrega.

Pedro acompañó al Señor desde los primeros momentos de su misión y se convirtió
en el discípulo de todas sus confianzas. Vivió cada momento del ministerio de Jesús
y fue testigo ocular de todos los signos y milagros que el Señor realizó a lo largo de
los tres años que dedicó a anunciar la llegada del Reino de Dios.

Si el Evangelio recuerda a san Juan como el discípulo amado, Pedro fue, sin lugar a
dudas, quien más cerca estuvo del corazón de Jesús por la amistad y el cariño que
marcaron sus vidas.

Pedro con su carácter fogoso y entusiasta fue quien desde el primer encuentro con el
Señor no dudó en seguirlo y se quedó con él para siempre. No importaron sus
momentos de debilidad, las pequeñas traiciones, como cuando negó conocer a Jesús
a la hora en que lo habían atrapado para condenarlo.

Pedro vivió sus miedos y sus fragilidades en el seguimiento de Jesús, pero jamás lo
abandonó . Siempre se mantuvo como el discípulo que se dejaba moldear por la
paciencia y la ternura de Jesús, quien veía detrás de los arranques primarios de
Pedro al hombre de gran corazón.

Pedro fue el que quedó en la memoria de muchas generaciones como el discípulo
que se asustó y negó por tres veces al Señor, antes de que cantara el gallo, como
Jesús le había dicho para ayudarlo a entender que en nuestra experiencia de Dios, no
somos nosotros quienes tomamos la iniciativa. No somos nosotros quienes vamos a
Él, sino Él quien pacientemente viene a nuestro encuentro.

Ese mismo Pedro es el que nos presenta el evangelio de san Juan que hemos leído
hace unos instantes. El Pedro que ante la pregunta de Jesús, ¿me amas?, responde en
un primer momento confiando en sus capacidades y en sus fuerzas, en sus certezas
y en seguridades muy humanas.

Pero será igualmente el Pedro humilde que se rinde ante la bondad del Señor y
termina reconociendo que su fe es frágil, pero su amor es grande. Señor, tú lo sabes
todo, tú sabes que te amo.

Y, así, Pedro ha quedado también en nuestros recuerdos como el apóstol que se
convirtió en escuela y en modelo para todos aquellos que se encuentran con Jesús y
sueñan en convertirse en discípulos suyos.

Pedro es quien nos enseña que para seguir a Jesús se necesita entusiasmo, valentía,
osadía, humildad; pero, por encima de todo, se requiere tener el corazón lleno de
amor por el Señor para hacer que se convierta en el todo de nuestras vidas.

La historia de Pablo es toda otra historia. Se nos presenta con imágenes muy
diferentes y en contraste con la experiencia de todos los otros discípulos. Apóstol,
también él y orgulloso de haber sido llamado por el Señor.

Aunque él mismo reconoce no haber hecho parte del grupo de los doce, reclama su
ser apóstol como una gracia que le fue dada por el Señor, cuando, tumbándolo del
caballo, lo llamó para que se dedicara a llevar el Evangelio a todos aquellos
hermanos que se encontraban fuera del pueblo judío.

Judío de profundas convicciones y de una sólida formación religiosa, Pablo apareció
en la escena del cristianismo como un terrible perseguidor de las primeras
comunidades cristianas, hasta que el Señor se le apareció en el camino de Damasco y
le confió la misión de ir por todo el mundo conocido de su tiempo a llevar la buena
noticia del Evangelio.

Conocido como el apóstol de los gentiles, Pablo fue el iniciador o fundador de
muchas comunidades cristianas, acompañado de todo un grupo de discípulos que,
como él, se habían encontrado con el Señor en sus vidas y se consagraron al anuncio
del Evangelio.

La experiencia que Pablo nos comparte habla de alguien que se encontró con el
Señor y se dejó transformar completamente por él. Su sueño y su lucha fue la de
llegar un día a vivir de tal manera que ya no fuera él quien viviera, sino Cristo quien
viviera en él.

Pablo nos enseña lo que significa haber entendido el don de Dios en la persona de
Jesús y la necesaria transformación que se debe dar cuando nos encontramos con él.
Se trata, como dice Pablo, de llegar a penetrarnos tan profundamente de la vida de
Cristo que nuestra propia vida emane el perfume de Cristo en lo que somos y en lo
que hacemos.

El ideal de Pablo será llegar al final de su vida siendo todo de Cristo y todo para él.
La vida será auténtica sólo cuando se viva en el Señor y la muerte, una ganancia
porque permitirá encontrarse por siempre con él.

Pablo fue un gran misionero que vivió la pasión de Cristo en una vida entregada
totalmente a la evangelización. En su caminar conoció todo tipo de sufrimientos,
persecuciones, maltratos, castigos, naufragios. Todo por ganar a Cristo a los
destinatarios de su misión.

Su ejemplo de vida y la radicalidad de su entrega son para nosotros un desafío que
nos debería de cuestionar en la manera en que vivimos nuestro seguimiento del
Señor y nuestro compromiso con el anuncio del Evangelio.

Pablo es quien nos recuerda con su testimonio cristiano que no existe nadie que
pueda ser excluido del Reino de Dios y que todos los hombres y mujeres de este
mundo está n llamados a encontrarse con el Señor, porque Cristo ha dado su vida por
todos y no por unos cuantos privilegiados.

Finalmente, Pablo nos enseña que la vida cristiana es plena sólo cuando se asume
con responsabilidad la tarea de evangelizar. En una de sus palabras decía con mucha
sencillez, pero al mismo tiempo con gran exigencia: “Ay de mí si no anuncio el
evangelio”.

Pedro y Pablo, como apóstoles de la Iglesia, los reconocemos hoy como pilares
fundamentales que nos recuerdan que la Iglesia se construye a partir de una
relación profunda con el Señor.

Una Iglesia que nace de una amistad entrañable con Jesús en la cual somos ayudados
a crecer cada día como personas muy humanas, pero al mismo tiempo con un
espíritu profundo que nos lleva a reconocer a Cristo como el Redentor que nos salva
y nos ama.

Y, al mismo tiempo, se nos recuerda que somos una Iglesia que, nacida de los
apóstoles, está llamada a ir por todo el mundo a llevar la Buena Nueva del Evangelio.
Aún aquí, en lo inmediato de nuestras vidas, el ejemplo de Pedro y Pablo nos
iluminan para que entendamos que no podemos quedarnos indiferentes y con los
brazos cruzados en un mundo que necesita de Dios.

No podemos quedarnos con el Señor que hemos encontrado en nuestras vidas,
cuando a nuestro alrededor vemos la urgencia de la presencia de Dios en tantas
situaciones de dolor y de sufrimiento, de frialdad y de falta del amor.

Qué san Pedro y san Pablo intercedan por nosotros para que seamos, también hoy,
los pilares, o los apóstoles de una Iglesia y de una humanidad en donde estén
presentes los valores que nos permiten reconocernos hermanos.


A la estela de Pedro y Pablo
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Año C – Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles
Mateo 16,13-19: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”

Este año, la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, celebrada el 29 de junio, cae en domingo. Es una ocasión para hablar de estos dos grandes apóstoles, alabar al Señor por estas columnas de la Iglesia, pero sobre todo reflexionar sobre el testimonio que nos han dejado.

¡Pedro y Pablo: tan distintos, y sin embargo tan cercanos!

Simón, hijo de Juan, apodado Pedro (Kefás, “piedra”) por Jesús, era un pescador de Cafarnaúm, en la periférica Galilea: un hombre sencillo y rudo, terco y obstinado, entusiasta e impulsivo, generoso pero inconstante, hasta llegar a la cobardía de negar al Maestro. Elegido por Jesús como “cabeza” de la Iglesia (véase el Evangelio: Mt 16,13-19), Pedro se dedicará especialmente a los cristianos de origen judío.

Saulo de Tarso, conocido como Pablo (Paulus, en latín), ciudadano romano, fariseo, hijo de fariseos y fabricante de tiendas por oficio, era, en cambio, un intelectual refinado. Se formó en Jerusalén en la escuela del célebre rabino Gamaliel, y llegó a ser un fanático defensor de la Ley y un perseguidor fervoroso de los cristianos. Hacia el año 36, en el camino de Damasco, Jesús se le aparece: así ocurre la conversión más extraordinaria de la historia de la Iglesia.
Pablo se convierte en el “decimotercer apóstol”, heraldo del Evangelio entre los paganos, griegos y romanos, y el más grande misionero de todos los tiempos. Durante unos treinta años recorrió más de 20.000 km por tierra y mar, movido por su pasión por Cristo. Vacío del “vinagre” del fanatismo, su corazón se llenó de la “miel” del amor de Cristo, convirtiéndose en “instrumento elegido” del Señor (Hch 9,15).

La solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo une en una sola celebración a dos figuras muy distintas, que en vida se encontraron pocas veces, pero que también se enfrentaron por diferencias de opinión. Así nos enseña la Iglesia que la unidad no es uniformidad, sino sinfonía. La vida cristiana es plural y se alimenta de la diversidad.
Una tradición antigua sostiene que ambos fueron martirizados en Roma —Pedro crucificado, Pablo decapitado— el mismo día, durante la persecución de Nerón, entre los años 64 y 67 d.C. El martirio, supremo testimonio de fe y amor a Cristo, los unió.

La sombra misteriosa de Pedro

Cuando pienso en Pedro, me viene a la mente lo que cuentan los Hechos de los Apóstoles sobre su… ¡sombra! Los habitantes de Jerusalén sacaban a los enfermos a las calles, en camillas y lechos, para que, al pasar Pedro, al menos su sombra los cubriera (Hch 5,15).

¿Qué hay más discreto, impalpable y silencioso que una sombra? Y sin embargo, la de Pedro estaba viva y era eficaz. Una sombra misteriosa que dejaba tras de sí luz y vida. Recuerda a Jesús, que “pasó haciendo el bien y sanando a todos” (Hch 10,38). ¡Era sin duda la sombra de Jesús! No hay sombra sin luz: el sol de Cristo iluminaba a Pedro, envolvía su persona, guiaba cada uno de sus pasos. ¡Era Jesús quien se escondía en la sombra de su amigo predilecto!

¿Y nuestra sombra?

Al igual que Pedro, también nosotros estamos llamados a ser sombra de Jesús. Una sombra benéfica que ofrezca alivio y protección, “como la sombra de una gran roca en tierra árida” (Is 32,2).
Mucha gente vive bajo el sol abrasador del hambre, de la injusticia, de la angustia y de la soledad. No serán los grandes discursos ni los gestos espectaculares los que aporten consuelo, sino la sombra silenciosa y amiga de quien se pone al lado.

Vale la pena preguntarse: ¿cómo es nuestra sombra? ¿Qué dejamos tras de nosotros? De vez en cuando conviene echar una mirada furtiva para verla en acción. ¿Está sembrando el bien? ¿O destruye, en la sombra, lo que intentamos construir a la luz? ¿Es luminosa, como proyección del Cristo resucitado? ¿O está oscurecida por el egoísmo, la codicia, la sed de poder o la esclavitud del placer?

Mira la estela que traza tu sombra, y sabrás si el sol de Cristo ilumina de verdad tu vida, o si tu corazón se ha convertido en un agujero negro que devora todo rayo de luz.

¡Una sola persona puede hacer la diferencia!

Difícilmente alguien podrá igualar a Pablo en su pasión por Cristo. Él es, como dijo Benedicto XVI, “el primero después del Único”. Su figura y la Palabra inspirada de sus Cartas siguen siendo un faro para la Iglesia.
Es sorprendente constatar cómo una sola persona, por su fe, su pensamiento o su personalidad, puede cambiar el rumbo de la historia —para bien o para mal. Ejemplos, incluso recientes, no faltan.
En la historia de la salvación, cuando Dios quiere comenzar algo nuevo, elige a una persona, una “levadura” mediante la cual hacer crecer su gracia en la multitud. Es impresionante pensar que el “sí” de muchos pasa, misteriosamente, por el “sí” de uno solo.

Dios en busca de una persona: ¡yo!

Un solo individuo puede marcar la diferencia. Por eso Dios trata de tocar el corazón de alguien para salvar a todo su entorno. Pero a veces no lo encuentra: “Busqué entre ellos alguien que levantara un muro y se pusiera en la brecha frente a mí, en favor de la tierra, y no lo hallé” (Ez 22,30).

Hoy Dios se dirige a cada uno de nosotros, proponiéndonos una fecundidad de vida incalculable. Todo cristiano, sea cual sea su vocación, llega en algún momento a tener que tomar una decisión fundamental:
– Abrazar un estilo de vida cristiano auténtico, siguiendo las huellas de Pedro y Pablo, dejándose elevar por el Espíritu, inspirado por una doble pasión: por Cristo y por la humanidad;
– O bien elegir una vida mediocre, de bajo perfil, limitándose a navegar a vista y a recoger pequeñas satisfacciones cotidianas, volviéndose, con el tiempo, “insignificante”.

¡La apuesta es grande! Del modo en que respondamos puede depender el destino de muchas personas. ¿Encontrará Jesús en nosotros el valor y la generosidad para aceptar el desafío?

comboni2000.org


“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
Fr. César Valero Bajo O.P.
Convento del Rosario (Madrid)

Hemos escuchado en el evangelio de San Mateo­­. Descubrimos en Pedro y Pablo la misma y rotunda confesión de fe en el Señor Jesucristo. Sus vidas demuestran lo determinante y absoluto que el Señor fue para ellos. Vivieron por Él y para Él. Sin temor, sin nada ni nadie que pudiera arrebatarles esta plenitud existencial de Cristo Jesús en ellos. Ambos sabían bien de quién se habían fiado.

En verdad nuestra fe es confianza en el inabarcable Misterio de Dios. Ellos se fiaron de su Maestro. Pedro desde el privilegio de compartir vida e historia con Él. Pablo desde la experiencia impactante y radical de quien se le impuso en lo más íntimo de su ser como Señor, Vida y Salvación.

Esta confianza sin fisuras interroga, y reclama respuesta, sobre cómo es en cada uno de nosotros la confianza en el Señor, particularmente cuando la vida nos presenta su rostro más áspero y amargo.

“El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su Reino del cielo”

Le expresa San Pablo a Timoteo en su segunda carta. Qué hermosa e inquebrantable confianza la de Pablo. Fue tan misteriosamente intenso su encuentro con el Señor Resucitado, que todo su ser quedó concentrado en Él. No temió peligro alguno, ni ultrajes, ni inconvenientes por su causa. Su ímpetu evangelizador sigue despertando el asombro en cualquiera que se acerque a su biografía; al contenido de sus cartas; a la confesión de sus sentimientos más profundos, que le hicieron exclamar: “Para mi la vida es Cristo. Y una ganancia el morir. Y todo lo estimo material de desecho con tal de tener a Cristo”.

¿Es así de plena la presencia del Señor en nosotros, capacitándonos para relativizar cualquier otra realidad por atractiva que nos pueda resultar? ¿Es el don de su salvación el que ilumina la realidad de nuestro ser, de nuestro vivir y de nuestro obrar; también de nuestro morir y regreso al Amor que nos originó?

“Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”

Nos relata la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Me ha parecido tan hermoso este apunte, que no puedo por menos de ofrecérselo para su consideración. Hace apenas unas semanas hemos estado tan pendientes de la despedida del Papa Francisco y de la elección del nuevo Pontífice, el Papa León XIV. El interés mostrado por los diversos medios de comunicación ha contribuido, no poco, a esta expectación a escala mundial. Hoy, que hemos vuelto a la normalidad en la vida de la Iglesia, este interés de los primeros cristianos por la situación de Pedro ha de mantenernos también a nosotros atentos en la comunión y en la intercesión por su actual sucesor al frente del Pueblo de Dios.

Quisiéramos vibrar siempre en oración por las necesidades y proyectos del sucesor de Pedro, para que sea siempre fiel a su servicio de guiar a la Iglesia por la Verdad y la Unidad, realidades tan queridas por el Señor Jesucristo.

Cabría preguntarnos si es así nuestro interés y súplicas por el sucesor de Pedro al frente de la Iglesia, como el que mostraron nuestros hermanos en la fe en el inicio del caminar de la comunidad creyente cristiana por la historia en un contexto de incomprensión y hostilidad que, de alguna manera, siguen también presentes en no pocos lugares en el momento presente.

El servicio de Pedro de fidelidad al Señor y de comunión con Él y entre cuantos creemos en su Nombre, y el ímpetu evangelizador de Pablo, infatigable hasta desgastarse por Cristo, sean para nosotros, y para nuestros días, dos grandes acicates en nuestro compromiso cristiano.

Que inspirados por Pedro y Pablo, roca y fuego de Cristo, nos conceda el Señor mantener de forma plena nuestra confianza en Él, y buscar caminos y actuaciones para darle a conocer en el mundo de hoy.

dominicos.org

Mons. Tesfaye Tadesse, nombrado miembro del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica

El papa León XIV nombró esta mañana a Mons. Tesfaye Tadesse, misionero comboniano y obispo auxiliar de la archieparquía de Addis Abeba, Etiopía, miembro del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

Mons. Tesfaye Tadesse fue superior General de los Misioneros Comboninanos de 2015 hasta 2024. Había sido elegido en el Capítulo de 2015 y reelegido para un nuevo mandato de seis años en el Capítulo de 2022, que se celebró con un año de retraso a causa de la pandemia del Covid-19. El 6 de noviembre de 2024 el papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de la Archieparquía de Addis Abeba, Etiopía, asignándole la sede titular de Cleopátide. Había participado también en la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad. Este nombramiento hizo que los combonianos tuviesen que elegir un nuevo superior general.

El 24 de junio de 2025, el papa León XIV lo nombró miembro del dicasterio vaticano que se encarga de todo lo relacionado con los institutos religiosos y las sociedades de vida apostólica.

Visita a las misiones de Sudán después de la guerra

Del 12 al 17 de junio, el superior provincial, P. Diego Dalle Carbonare, y el ecónomo provincial, P. Lorenzo Baccin, fueron a Jartum para visitar las tres primeras misiones que la provincia tuvo que suspender a causa de la guerra: Khartoum Bahri, Comboni College y Masalma (Omdurman). Durante su visita, pudieron reencontrarse con el padre Yousif William, que permanece en los suburbios del suroeste de Omdurman (Jabarona) desde el comienzo del conflicto.

La visita puso de manifiesto que diferentes partes de la ciudad han sufrido daños de distinta consideración, primero por los combates y los disparos, y después también por los saqueos. Afortunadamente, como ocurre con gran parte del resto de los bienes de la Iglesia, la mayoría de los daños son parciales, por lo que cabe esperar reparaciones. Sin embargo, por otro lado, es evidente que, sobre todo en la zona central de Jartum, donde se encuentra el Comboni College, las infraestructuras básicas (electricidad y agua) han sufrido graves daños y su restauración llevará quizá años.

En resumen, mientras que en algunos distritos periféricos de Omdurman y otros al este y al sur de Jartum la vida parece continuar, el centro es una ciudad fantasma, dominada por un silencio sobrecogedor. Hay muchos cristianos en las zonas periféricas de Jartum que esperan el regreso de sacerdotes y agentes de pastoral, y esto también nos interpela para un regreso, que puede ser gradual, pero que sin duda nos interpela profundamente.

Otro escenario, sin embargo, está presente en El Obeid, donde en las últimas semanas algunos soldados han ocupado nuestra casa y se refugian allí, para evitar el bombardeo de los drones de las Fuerzas de Apoyo Rápido, que tienen como objetivo sus cuarteles. Peores noticias llegaron desde el oeste cuando el jueves 12 de junio, en Fasher (Darfur), el padre Luka Jumu, sacerdote diocesano de la diócesis de El Obeid, fue asesinado tras un nuevo bombardeo de la casa en la que se encontraba.

Ver más fotos en: comboni.org