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Pregón de Navidad

¡Todos los días, en África, son Navidad…!
¡Todo en África nos habla de una eterna Navidad!

Pregón realizado por Monseñor Jesús Ruiz, mccj
Obispo de M’baïki, República Centroafricana

Me han pedido hacer el pregón de Navidad…; yo no sé pregonar. ¿Qué es eso de pregonar, me he preguntado…, sino dar voz a tu vida interior…? Así, permitidme, dar rienda suelta a mi corazón… os voy a pregonar.

Mi pregón quiere ser hoy un recuerdo de infancia en la lonja parroquial de Alfonso VI allá por Navidad. Eran los años `70. Con nuestro párroco don Miguel, subíamos al monte de san Juan para buscar el musgo y adornar el belén repleto de casas de corcho, ríos de plata y figuras que caminan hacia el portal… Mi recuerdo se va a la misa del gallo en familia seguida de una copita y turrón…; mi recuerdo se goza viendo a los catequistas disfrazados en Reyes Magos durante la Misa de niños repartiendo regalos…; regalos siempre, nunca carbón.

Fui creciendo… y descubrí que el verdadero belén está fuera… Ya seminarista, en el nuevo templo parroquial, cada Navidad, con Ester, Mamen y otros jóvenes, visitando las casas del barrio para el concurso de belenes… En cada casa siempre nos esperaba una copita de licor dulce y un trozo de turrón…; cada año ensayábamos en el coro villancicos no comerciales que hacían furor: “uri, uri, ura…” y “en el portalín de piedra estaba María y José, estaba María llorando, estaba nervioso José…” Navidad visitando a los pobres de la parroquia con regalos y comida para así su soledad acompañar…;

Hace 36 años me fui a África…, pero yo…, yo no sé pregonar…

Allí, en África, descubrí que la Navidad no son luces de colores, ni árboles de Navidad…; allá, sin villancicos ni reclamos publicitarios por Navidad… sin mazapanes ni turrones… pero hay Navidad; en África no nieva…, no; hace calor, mucho calor por Navidad. En mi África no es costumbre la cena de Noche buena y menos aún el reveillón…, tampoco hay lotería del Niño ni se canta el gordo de Navidad… ¡Cómo recuerdo aquella mi primera Navidad en África en una lejana capilla donde después de celebrar el misterio de un Niño Dios nacido a las afueras, cené solo, con gran emoción, una lata de sardinas que llevaba en mi zurrón…! No…, en África no se estila nuestra forma de hacer Navidad…// Lo único que añoro en África son los Reyes Magos que nunca van…, y me temo nunca llegarán… ¡Qué pena que mis niños de África no sueñen con Reyes Magos… por Navidad…! Al rey Baltasar le pregunto cada año, tú que eres negro, ¿por qué olvidáis mis niños negros…, sin pasar? Y rezo con fuerza, ¡venid Reyes Magos, venid… que miles de niños negros y buenos, con grandes ojazos blancos, esperándoos están…!

Y cada año constato que la Navidad no es un veinticinco de diciembre… ¡Todos los días, en África, son Navidad…! ¡Todo en África nos habla de una eterna Navidad! La gente, cual belén viviente, por caminos de tierra roja y polvo avanza día a día no obstante su pesar… Unos sufren…, otros gozan…, hay quien llora… hay quien grita… y aquel que no puede más…; los hay que danzan… los hay en duelo… y otros ríen sin parar… Todos sin saberlo buscando van… Como figuras vivientes de barro caminan sin parar… Allí la mujer con su mandioca en la cabeza, erguida al andar…, un joven desde su quiosco contempla los niños danzar…, allá, hombres de piel curtida por el sol caminan hacia su huerto trabajar…, ancianos desdentados sentados frente a su hogar, viendo pasar las motos que como taxis van…, en cada concesión niños jugando a saltar…, una niña llevando a su hermanito pequeño detrás… Todos, cual figuras de barro vivientes, aún sin saberlo…, todos caminan hacia el portal… Cada uno su camino, cada cual su cantar…, pero todos en la misma dirección sin saberlo van a adorar. Y todos te regalan una sincera sonrisa si les saludas al pasar… Cada cual con cada cual, cada quien con cada quien haciendo camino al andar… Todos van buscando…, figuras de arco iris sin igual, en ese gran Belén que es la humanidad… Y al caer la tarde, cansados… a los pies del recién nacido, van sus cuerpos reposar, que esa es su forma de adorar. No tienen oro, ni plata, ni regalos para dar…, pero su cansancio se convierte en ofrenda difícil de igualar. Tienen hambre de comida y sed de verdad… hambre de justicia y de paz…, hambre de amor y también de dignidad. No…, en mi África la gente no pone belenes de barro y cartón, ni buey ni burra en el portal… Que son ellos, mi gente…, ese gran Belén viviente, no decorado, que cada día me encuentro al pasar… Yo, figurita de ese Belén, con ellos me uno adorar.

Van buscando al que ha nacido, tienen hambre de pan y verdad… / A tientas caminan, muchas veces en la oscuridad… / A tientas yo con ellos camino improvisando a veces un cantar… / La alegría en su corazón es la estrella que les guía… y nos dicta dónde andar / Alegría pues al Rey de los cielos van a adorar… / Cual pastorcillos…, con gallinas, mandioca, cacahuetes, bananas… y leña van… / Avanzan siempre pues al Niño quieren a adorar… Como los Reyes Magos sus presentes aportarán; no oro, ni incienso, ni mirra… No… Sus presentes son sus simples y duras vidas, todas ellas al Rey celestial ofrecerán. Y cada vida es preciosa ofrenda que al Niño Dios agradará… Y viéndolos María y José adorar… de sus labios una complaciente sonrisa escapará.

¡Ay, cuando estoy fuera de África, cómo añoro esta mi otra Navidad…!, sin luces, ni decorados, ni reclamos publicitarios de efímera felicidad… Ahora comprendo que Navidad es la vida de mi gente que busca la Luz en medio de tanta oscuridad… Hoy, perdido en la ciudad que me vio crecer, yo también busco y busco a ese Niño pequeño para adorar, mientras luces, escaparates y altavoces me insinúan… ¡Aquí no hay Niño que adorar!

Cuando era niño, en cada Navidad, siempre había algún gamberro que robaba al Niño del parque de Antonio Machado por Navidad… Hoy que soy grande, me gustaría gritar: ¡Que nos han robado al Niño una vez más…! Lo han cambiado por un frondoso abeto de colores y luces artificiales…, lo han suplantado por Papá Noel… Nos quieren vender toda clase de productos para colmar nuestra felicidad… Pero la ternura del Niño ¿quién nos la dará…?, el amor de ese Niño Dios ¿quién lo podrá suplantar…?; su luz maravillosa, no artificial, ¿quién podrá iluminar…?

Amigos, alerta, que nos están robando al Niño con ese consumo desenfrenado donde los pobres -como antaño el de niño de Belén- se quedan siempre a las afueras de la ciudad… “Amigos, despertad…, que nos están robando al Niño… por Navidad…

Amigos, es urgente reaccionar pues están matando al Niño…, por Navidad; los están matando a miles en la franja de Gaza…; los dejan morir de hambre a decenas de miles en África…; permiten que se ahoguen con sus padres en alta mar… No lo saben que Dios se hace Niño en el emigrante, en el refugiado, en el pobre y en el que no puede más… Como antaño en Belén, hoy dicen: “no hay sitio para vosotros… iros a otro sitio pues con nosotros no podéis habitar…” Amigos, hermanos… ¡qué tragedia! como Herodes en otro tiempo, hoy en 2023, están…; estamos… matando al Niño… por Navidad.

Es como si este mundo loco de luces de colores efímeras y girando borracho repleto de sí mismo dijera: ¡No, no vengas Niño a la tierra pues no tienes nada que dar…! Estamos tan llenos de nosotros mismos…, tan satisfechos… ¿qué nos puede un Niño dar? No, no vengas por Navidad.

Amigos, hermanos… despertémonos, unámonos, al Niño hay que salvar… ¡reinventemos la Navidad!

Saint d’Exuperi, el autor de “El principito”, decía que “todas las personas mayores fuimos al principio niños, aunque pocos lo recordamos”. Hermanos, amigos, recuperemos al Niño que llevamos dentro… ahora que es Navidad.

Sí, Navidad es ternura de Dios hacia la humanidad.
Navidad es abrazo al abuelo… Navidad es caricia al niño…
Navidad es sonrisa abierta…
Navidad es mirar con amor a los ojos del extranjero y del pobre…, sin juzgar…
Navidad es visitar al enfermo y al que está solo…
Navidad es pedir perdón…; y al hermano abrazar…
Navidad es contemplar al recién nacido y elevar los ojos al cielo…
Navidad es acompañar un trozo del camino de aquel que no puede más…
Navidad es salir del confort de tu casa para acompañar a la familia que lo está pasando mal…
Navidad es denunciar este mundo injusto y comprometerse por otro más igual…
Navidad es entrar en el templo de tu corazón… y allí a Dios adorar…
Navidad es regalo… TODO UN DIOS QUE SE DA.

Permitidme que os cuente un cuento de Navidad para acabar.

“Se estaba acercando la Navidad en nuestro pueblo…

Una de las grandes jugueterías se había surtido generosamente a fin de satisfacer todos los requerimientos de sus clientes… En las estanterías podían verse de todo. Armamentos de plástico y hojalata con banderas extrañas a nuestro pueblo para defenderse del enemigo, decían…; había también monstruos de pésimo gusto televisivo. Por supuesto, había también muchas otras cosas bonitas y dignas de ser obsequiadas en la alegría navideña.

Entre estas se encontraba un precioso osito de peluche, de gran tamaño. Realmente era bonito. Parecía transmitir cariño, y sus ojitos pequeños y brillantes le daban una extraña vida que cautivaba a quienes quisieran mirarlo con interés. Era un juguete valioso, y por tanto nada barato. Y Peluche lo sabía. Sin delirios de grandeza, él se sentía entre lo mejor que se podía conseguir en aquel lugar.

Justamente ése era su drama. Porque los que tenían suficiente dinero como para comprarlo, no tenían niños a quienes obsequiarlos. Y los que tenían muchos niños carecían de dinero.

El ser valioso era la causa de sus problemas. Porque a medida que se acercaba la Nochebuena, Peluche veía cómo las estanterías se iban vaciando de juguetes, mientras que él continuaba siendo admirado, pero sin que nadie se decidiera a adquirirlo para alegría de un niño.

La ansiedad que había ido creciendo con las horas se le transformó en angustia, cuando vio que el dueño de la juguetería bajaba lentamente las pesadas cortinas metálicas de aquella juguetería. Luego se apagaron las luces y dentro reinó el silencio. De afuera, en cambio, llegaba todo el bullicioso festejo navideño.

En la oscuridad, a Peluche le entraron ganas de llorar. Se dio cuenta que pasaría la primera Navidad de su vida de la manera más triste que se podía imaginar. Solo y sin nadie con quien compartir todo eso valioso que sentía poseer. Lo que más le dolía era saber que se había quedado solo justamente por ser valioso. Si hubiera sido barato ya estaría en manos de alguien, compartiendo la fiesta, aunque más no fuera que por unas horas.

De repente se sobresaltó. Creyendo soñar, vio que la sala se iluminaba con una luz suave y bella. Y sus ojitos brillaron de estupor cuando vio al mismísimo Jesús, que había entrado en la juguetería con una gran bolsa en la mano. Había venido a buscar juguetes a fin de distribuirlos él también. Porque tienen que saber que aquí, a los chicos ricos son sus padres quienes les traen regalos. Mientras que a los pobres, se los manda Dios.

Peluche tuvo la certeza de que esta vez alguien se lo llevaría con él para ser la alegría de un chico. Este Señor tenía muchos niños, y además era suficientemente rico como para pagar su precio y adquirirlo. Esperó, por tanto, con ansiedad, que se le acercara.

Cuando estuvo delante, el Señor lo miró -como nunca nadie antes lo había mirado- y le dirigió la palabra con toda naturalidad:

– Peluche, ¿quieres acompañarme esta Nochebuena para repartir regalos a los chicos pobres del barrio?

Y como la palabra del Señor es poderosa y da vida a todo aquel a quien se dirige, Peluche sintió que un extraño temblor se apoderaba de todo su cuerpo. Saltó de la estantería y dando cuatro vueltas de carnero en el piso se puso a bailar lleno de alegría. De no haber sido de peluche hubiera hecho un ruido infernal. Pero nadie sintió nada. Sobre todo, porque todos estaban ocupadísimos, celebrando la Navidad. Tan entretenidos estaban en ello que ni siquiera vieron a Jesús con la bolsa al hombro y con Peluche de la mano, caminando por sus calles rumbo a la salida. Hubo quienes al verlo desde atrás pensaron que se trataba de un vagabundo, acompañado de su perrito. Es tan fácil confundir al Señor con un pobre cualquiera… ¡y más en Navidad!

Cuando ganaron las afueras del pueblo, Peluche quedó extasiado. Vio por primera vez la noche de los campos. El cielo estaba que hervía de estrellas. A lo lejos los perros y los gallos indicaban donde vivían los pobres.

– ¡Qué hermosa es la noche!, exclamó Peluche.

– Sobre todo, si vas de mi mano, le dijo Jesús.

Y así fueron visitando las casas de las afueras. Cuando se acercaban a una casa pobre, les salían al encuentro los perros. Los perros de los pobres no ladran. Van derecho al bulto. Pero cuando descubrían que era Jesús quien venía, inmediatamente se abuenaban.

Y mientras el Señor los acariciaba para entretenerlos, Peluche sacaba de la bolsa un regalo, y entrando sigilosamente por la ventana abierta lo dejaba al lado de los niños dormidos.

Y todavía se quedaba un ratito para mirarlos sonreír en sueños. Como sucede en Navidad.

Y así se fue gastando la noche. Cuando ya quería ir saliendo el lucero, Jesús le dijo a Peluche:

– Mira, ahora vamos todavía a visitar la casa de Doña Matilde. El mejor de los regalos tiene que ser para su nietita, que está enferma.

Y nuevamente, mientras el Señor se entretenía con los perros de Doña Matilde, Peluche buscó en la bolsa el regalo mejor. Pero descubrió con sorpresa que ya no había más regalos. Estaba completamente vacía. Y perplejo se lo dijo a Jesús. Pero éste, guiñándole un ojo, como quien ya sabía el asunto, le dijo:

– Haz como yo¡Regálate tú mismo!

Nota: Nunca se supo en la barriada cómo hizo Doña Matilde para conseguir a su nietita un regalo tan hermoso. Y hasta hubo gente malintencionada que sospecho de ella… Son tan ladrones los pobres… Si te acercas, te roban el corazón.

Hermano…, hermana… Navidad eres tú… sé peluche… regálate.

Navidad soy yo…

No, yo no soy pregonero, no sé pregonar…, solo figura de barro y cartón que buscando al Niño camino hacia el portal…

Yo he encontrado al Niño; más bien, me he dejado encontrar… Este es mi pregón para dar: ¡Vamos juntos a adorar!

¡FELIZ NAVIDAD!

Las vendedoras de pescado

Por: P. Fernando Cortés Barbosa, Misionero Comboniano

Son siempre mujeres que, bandeja a la cabeza, transportan pescado para su venta, que es obtenido por los pescadores, preferentemente por la noche, de las aguas del río Ubangui, que pasa a un costado de nuestra misión de Mongoumba. Al comienzo de la jornada ellas van por el pescado que consiguen a un determinado precio para después salir a revenderlo.

En horas de la mañana las vendedoras hacen su aparición por la casa. El pescado tempranero es mejor, está más fresco, incluso algunos especímenes llegan aún removiéndose dentro de la bandeja; en cambio, el que llega por la tarde ya ha perdido su frescura, se ve opaco y con los ojos hundidos. A veces viene en estado de descomposición porque seguramente fue atrapado el día anterior, aunque algunas mujeres, muy vivas, lo quieren hacer pasar como fresco todavía.

Yo siempre realizaba la compra de pescado sin hacer uso de la balanza. Me dejaba guiar por las opiniones de los trabajadores de la misión, que siempre favorecían a las vendedoras, pues no pocas veces resultaban ser de la misma familia o cercanos conocidos. Así las cosas, terminaba pagando de más por el pescado. Pero una de las laicas misioneras me advirtió que, haciendo uso de la balanza, por cada kilo de pescado pagara tan solo mil 500 francos, casi tres euros, (un euro son 655 fcfa o francos), porque así evitaría que las vendedoras se aprovecharan de mí.

Cabe comentar que así como el pescado es vendido solamente por mujeres, la carne de cabrito es ofrecido únicamente por hombres. Las mujeres, por sus muchas actividades, cuentan solo con la mañana para ofrecer el pescado en estado fresco; en cambio, los hombres tienen la mayor parte del día para ofrecer la carne de cabrito que tiene más aguante a la descomposición.

Una mañana vino una vendedora a ofrecerme un pescado de apariencia impresionante. Lo cargué en mi mano y calculé su peso en unos diez kilos. Era enorme, bello, de un color negro brillante, y a contra luz adquiría un tono violeta. Hicimos trato directo, sin uso de balanza, contraviniendo la advertencia de la laica. Por él llegué a pagar 35 mil francos, igual a 53 euros. Una vez que el pescado fue limpiado y cortado en trozos se obtuvieron tan solo siete kilos de carne. Es decir que por cada kilo pagué 5 mil francos, o sea, poco más de 7 euros. Y de mil 500 a 5 mil francos hay una diferencia de 3 mil 500, poco más de 5 euros. De haber pagado el pescado a mil 500 francos el kilo, como me indicó la laica, el costo total hubiera sido tan solo de 10 mil 500 francos. Entonces, la vendedora se llevó de más ¡24 mil 500 francos! (37 euros).

Cuando le conté a la laica el abuso del que fui objeto no lo podía creer, y no dudó en reprenderme. Sin duda me lo merecía. Me volvió a insistir que tomara la balanza y pagara por cada kilo el precio fijado. Pues aún así, si bien es cierto que ya no pago tanto, las vendedoras se las arreglan para sacarme un poco más de dinero. Me dicen con voz plañidera que les dé mil o dos mil francos más, que para comprar sus medicinas o porque tienen que pagar la escuela de sus hijos. No falta quien diga que se ha quedado sola y con dos niños que mantener. Otra me dice que tiene que llevar al hospital a su bebé enfermo que carga por la espalda. Miro al bebé, y su carita triste y suplicante me confirma lo que dice su mamá.

Una mañana me hice el fuerte. No cedí ante los lloriqueos de una vendedora. Le dije en tono imperativo que le iba a pagar el pescado kilo por kilo y que si no estaba de acuerdo ya podía irse a buscar otro cliente. En silencio tomó en su mano el dinero que le ofrecí y se lo guardó en su bolso. Luego se inclinó al suelo para llevarse a su cabeza la bandeja vacía. Se incorporó lentamente, despacio dio la media vuelta y dando pasos lentos se marchó. Yo seguía cada uno de sus movimientos, y cuando desapareció de mi vista al salir de la casa, un sentimiento de culpa se apoderó de mí.

Qué cosa tan diferente es cuando los hombres vienen a ofrecerme la carne de cabrito. El animal lo presentan en cinco partes que son las cuatro extremidades más el tronco. Cada pieza oscila alrededor de 4 mil francos, poco más de 6 euros. Entonces, tras breve regateo, se fija el precio sin más ceremonia ni balanza de por medio. En cierta ocasión, habiendo ya obtenido un precio que me parecía bueno sin haber hecho uso de la balanza, quise utilizarla por pura curiosidad, para seguir el consejo de la laica de pagar el kilo de cabrito a 3 mil 500 francos. Se pesó la carne y la balanza terminó por favorecer al vendedor. Tenía que darle 2 mil francos más, igual a 3 euros. Me resultaba mejor haber pagado por pieza que por kilo. No obstante, el vendedor, muy amable, no me exigió nada, me dijo que así estaba bien. Yo le estreché la mano en señal de gratitud, y le dije que la próxima vez le compraría con mucho gusto.

En adelante cuando las mujeres vienen a la casa a ofrecerme pescado, saco la balanza nomás para verificar que no me quiten tanto, porque con sus mil excusas algo de más siempre me han de quitar. Y cuando vienen los hombres a ofrecerme cabrito hago trato directo con ellos, fijando el precio por pieza, que a veces termina por favorecer al vendedor y otras veces al comprador, como un código no escrito que llega a establecerse entre cliente y proveedor.

Misión de Mongoumba, Centroáfrica

16 de noviembre de 2023