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Ilaria y Federica, misioneras laicas combonianas italianas en Carapira

Este mes pasado recibimos nuestro “primer bautismo africano”, o mejor dicho, las dos nos contagiamos de malaria. Esto nos sorprendió mucho, pero nos permitió reflexionar mucho sobre lo que viven cada día cada uno de los mozambiqueños con esta enfermedad, los que pueden permitirse el tratamiento, y los que pierden la vida por no tener dinero para acceder a la prueba y empezar el tratamiento, y la lucha por recuperar la energía para volver a ponerse en marcha.

Por todo ello, a principios de junio tuvimos que despedirnos con gran dolor del párroco de la parroquia de Carapira, que tuvo que regresar urgentemente a su tierra a causa de la malaria continua. Su sufrimiento era muy grande, tanto por lo que estaba viviendo a causa de la malaria, como por tener que dejar esta tierra que tanto amaba. Para nosotras fue como un rayo, porque antes de ser un buen párroco, era un hermano humilde que estaba siempre al servicio de todos, era un hermoso testimonio para ver y tocar. En cualquier caso, también estamos muy contentas con los Combonianos que están aquí con nosotras, realmente estamos viviendo y respirando tanta plenitud y vida profunda con ellos en este momento.

Cada día, encontramos por ambas partes como ‘una pequeña excusa’ para encontrarnos siempre y construir pieza a pieza una comunión de fraternidad y de verdadero testimonio. Aquí, cerca de la casa, hay también algunas monjas que pertenecen a otro instituto religioso, pero incluso con ellas se ha creado una hermosa relación de armonía y complicidad. Esto es ciertamente muy importante, porque nos permite conocernos y sentirnos como una familia ampliada, pero sobre todo nos hace sentirnos al lado de los hermanos más solos y abandonados, y nos permite ayudarnos mutuamente a llevar las cargas de los demás.

También recibimos la gracia en estas fechas de vivir la vigilia y la fiesta patronal de la parroquia de Carapira… éramos más o menos 200 personas y fue emocionante vivirlo y respirarlo junto a ellos. Pensad que la vigilia duró unas buenas cuatro horas, pero se pasaron en un abrir y cerrar de ojos… fueron muchas las comunidades que vinieron de lejos, con presencia también de un buen número de jóvenes. Bueno, qué decir de la gente de Macua… cada vez nos asombran más y realmente nos sentimos en casa entre ellos y con ellos… creo que es la expresión más adecuada y correcta para hacerles entender lo que nos hacen experimentar en la verdadera profundidad y esencialidad de la persona humana.

Cada día nos sentimos más pequeñas en medio de ellos, precisamente porque vemos que su presencia nos enriquece mucho en nuestra vida. En realidad son más ellos los que nos forman, que lo que nosotras intentamos ayudarles. Deberíais ver por vosotros mismos con vuestros propios ojos y tocar concretamente con vuestras propias manos, cuánta belleza se esconde aquí en sus heridas y sufrimientos. Evidentemente, todo esto nos hace cuestionarnos mucho sobre diversos aspectos de nuestra vida, nuestras relaciones y cómo malgastamos energía y tiempo en cosas inútiles. Aquí la belleza y la esencialidad es precisamente el famoso “estar ahí” tal y como somos y nada más, que es siempre lo que seguimos comprendiendo y siendo más fuertes y conscientes dentro de nosotros mismos y a lo largo de nuestro camino.

Al final, lo que cuenta no es lo que hacemos, el servicio en el que nos gastamos o el logro de algo o de uno mismo, sino el amor con el que amamos a estos hermanos y hermanas. Sabemos con certeza que no somos nosotras quienes salvamos a nadie, sino que son ellos quienes nos salvan a nosotras, los “occidentales”. Cuánta alegría nos da estar en medio de ellos, intentar decir algunas palabras en su idioma, abrazarlos, bromear con ellos, hacerlos sonreír, y dejar que Dios haga la obra de comunión con ellos.

El otro día leímos esta pequeña frase de Don Tonino Bello, que sigue resonando en nosotras en este momento: “Os invito a dejaros evangelizar por los pobres. Tantas veces pensamos que somos nosotros los que llevamos la buena noticia a los pobres. Pero ellos viven mejor que otros ciertos valores, como el abandono confiado en la Providencia, la solidaridad en el sufrimiento’.

¡Aquí pensamos que esta frase puede representar muy bien lo que está escrito más arriba! Cuántas cosas quisiéramos deciros y tratar de compartir con vosotros… cuánto quisiéramos que el amor que toca nuestros corazones os llegara también a vosotros. Cuánto quisiéramos que esta gracia se expandiera para ellos. Pero de una cosa estamos seguras… que el Señor sabrá hacer florecer nuestras vidas junto a las vuestras con ellos. Estamos seguros de que el Señor de la Vida ya está obrando en ello. Nunca dejaremos de daros las gracias por todo el amor que nos enviáis, por la unión y comunión de esta iglesia universal que sigue expandiéndose y de la que cada uno de nosotros nos sentimos parte. Gracias porque vuestra presencia nos hace sentir como una gran familia que el hogar no es un lugar, sino que son las personas que lo habitan y te hacen sentir allí… y sentimos que este hogar es tan grande que abraza nuestra tierra, con esta nueva tierra. Para muchos de vosotros será un tiempo de descanso, os deseamos de corazón que este tiempo os haga redescubrir lo esencial de los valores y las relaciones. Como cada día, os recordamos en nuestras oraciones ante Jesús Eucaristía, y os pedimos que sigáis rezando por este pueblo, y también una oración por el Padre Pinzón Robayo Jaider Hernán, para que pronto recupere la salud y pueda continuar su ministerio allá donde el Señor le lleve. Y como dicen aquí “Koxukhuru vanjene” (Muchas gracias).

Con mucha gratitud y cercanía
Ilaria y Federica
Misioneras Laicas Combonianas

Domingo XIX ordinario. Año B

¡Levántate, come y camina!

Año B – Tiempo Ordinario – 19º domingo
Juan 6,41-51: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo”

Estamos en el tercer domingo de la lectura del capítulo sexto del evangelio de Juan, sobre el discurso de Jesús sobre el pan de la vida, después de la multiplicación de los panes. Después de hablar del pan misterioso dado por el Padre, Jesús ahora revela que ese pan es él mismo. Tal vez nos resulte un poco difícil seguir la reflexión que San Juan pone en boca de Jesús. No se trata de un relato lineal, como hacen los otros evangelistas. Da la impresión de que el evangelista repite las mismas cosas. En realidad, Juan avanza en espiral, retomando conceptos e ideas para profundizar en el discurso. En este “progreso en espiral” podemos notar tres cambios en el pasaje de hoy.

1. Cambio de interlocutores

El domingo pasado fue la MULTITUD la que dialogaba con Jesús, acerca del signo del Pan. A pesar de la dificultad para ir más allá del interés por el pan material, la gente mostró cierta disposición a dialogar con Jesús, pidiendo explicaciones y formulando una oración a su manera: “Señor, danos siempre este pan”, a la que Jesús respondió: “¡Yo soy el pan de la vida!”

MURMURADORES. Hoy ya no se trata de la multitud, sino de los JUDÍOS. ¿Quiénes son estos “judíos”, ya que estamos en Cafarnaún, en Galilea, y ellos conocen los orígenes de Jesús? Juan, en su evangelio, cuando habla de “judíos” no se refiere a los habitantes de Judea, sino a los adversarios de Jesús, especialmente a los líderes religiosos, aquellos que rechazan su mensaje y lo condenarán a muerte. Estos “judíos” no dialogan con Jesús, sino que murmuran entre ellos contra él. El evangelista introduce aquí el tema de la murmuración del pueblo de Israel en el desierto, contra Dios y contra Moisés.

Juan nos hace reflexionar sobre los “judíos” que existen dentro de la comunidad eclesial (y en nosotros mismos) que, desde el rechazo de la Palabra, pasan a la murmuración, que es una velada justificación de su propia “cardioesclerosis”. Si la murmuración de los chismes es dañina, la murmuración “espiritual” es mucho más peligrosa, porque nos encerramos en nuestro propio pensamiento y mentalidad, impermeables a cualquier novedad. Desafortunadamente, estos “murmuradores” abundan y son muy activos en la Iglesia de hoy. Antes de juzgar a los demás, sin embargo, busquemos desenmascarar al “murmurador” que hay en cada uno/a de nosotros.

2. El origen de Jesús

Un nuevo tema de discusión es introducido por los judíos, el de los orígenes de Jesús: “Los judíos comenzaron a murmurar contra Jesús porque había dicho: ‘Yo soy el pan bajado del cielo’. Y decían: ‘¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede decir: “He bajado del cielo”?'”. Para ellos, “el pan bajado del cielo” es la Torá, transmitida por Dios a través de Moisés. No pueden concebir que la Palabra pueda “hacerse carne” en un hombre, en “Jesús, hijo de José”. ¿Cómo es posible? se preguntan entre ellos. Nos encontramos ante el misterio de la encarnación, que es el “evangelio” del cristiano, pero siempre ha sido una piedra de tropiezo para el hombre “religioso” y un escándalo para las “religiones del Libro”, judíos y musulmanes.

¿CÓMO ES POSIBLE? A esta pregunta de los judíos de ayer y de hoy, Jesús responde de una manera que nos desconcierta: “¡Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado!” ¡Pero entonces la fe en Jesús es pura gracia, dada a algunos y negada a otros! No puede ser así, porque “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10,34). La gracia es ofrecida a todos, pero debe ser pedida y recibida humildemente. Es un don, no una conquista nuestra.

Esta pregunta “¿Cómo es posible?” es una exclamación frecuente para manifestar sorpresa y asombro, pero también duda e incredulidad. Incluso en el ámbito de la fe nos hacemos esa pregunta respecto a eventos que parecen poner en tela de juicio la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. Jesús nos dice: “No murmuren entre ustedes”, pero no nos impide hacernos preguntas y pedir explicaciones. Una fe que no se cuestiona fácilmente puede convertirse en un fundamentalismo que lleva a una mentalidad de atrincheramiento y psicosis de persecución. Un sano cuestionamiento (no estamos hablando de la duda sistemática de la desconfianza) nos pone en diálogo con todos, como compañeros de camino de cada hombre y mujer. Pero, ¿cómo conjugar esto con la fe? La Virgen María, con la pregunta dirigida al ángel: “¿Cómo es posible?”, nos dice que esa pregunta es legítima si se hace para hacer más consciente nuestro “sí”, nuestro “fiat”. ¡También se puede “dudar en plena certeza”! (Cristina Simonelli).

3. Comer el pan, comer su carne

Hasta ahora, Jesús se ha limitado a hablar de sí mismo como el pan bajado del cielo. Ahora introduce el verbo comer: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si alguien come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (v. 51). Este versículo, que se retomará el próximo domingo, nos introducirá finalmente en el discurso sobre la eucaristía. Comer el pan que es su persona, su palabra y su carne se convierte en la condición para tener en nosotros la vida eterna.

¡LEVÁNTATE, COME Y CAMINA! La primera lectura y el evangelio giran en torno al “comer” y nos invitan a preguntarnos de qué alimentamos nuestra vida. Se habla de tres tipos de pan: el pan del maná que alimenta por un día, el pan de Elías que alimenta por cuarenta días y el pan que es Jesús, que alimenta para siempre. La primera lectura (1Reyes 19,4-8), que nos relata la crisis del profeta Elías, perseguido a muerte por la reina Jezabel, es de una belleza extraordinaria. Por un lado, nos muestra la debilidad del gran profeta que había desafiado solo a los 400 profetas de Baal, una debilidad que lo hace similar y cercano a nosotros. Por otro lado, nos muestra la ternura de Dios, que no reprocha a su profeta, sino que le envía a su ángel, dos veces, para reanimarlo y ponerlo nuevamente en camino hacia el monte Sinaí, donde el Señor lo espera. Este es nuestro Dios, que se acerca a cada uno/a de nosotros en los momentos de prueba, de crisis y de desánimo para reanimarnos: “¡Levántate, come, porque el camino es demasiado largo para ti!”

P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Verona, 8 de agosto de 2024


Yo soy el pan que bajó del cielo

“Los judíos murmuraban porque había dicho: “Yo soy el pan que bajó del cielo”. Y decían: “¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: “He bajado del cielo?”… Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre, que me envió, y yo lo resucitaré en el último día… No es que alguien haya visto al Padre; el único que lo ha visto es aquel que viene de Dios. Les aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida…Este es el pan que baja del cielo para que quien lo coma no muera. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. (Juan 6, 41-51)

Escuchando estas palabras del Evangelio nos dan ganas de decir: ¡ah, más de lo mismo!, puesto que durante los últimos domingos se nos ha estado presentando el discurso de Jesús sobre el pan que da la vida.

En esta última parte del capítulo 6 de san Juan escuchamos cómo Jesús insiste en la necesidad de que sus discípulos lo lleguen a entender y a aceptar como el enviado del Padre, el único en quien se puede tener vida plena.

Los judíos murmuraban y consideraban inaceptables las palabras de Jesús, aunque habían visto grandes signos, especialmente cuando había multiplicado los panes y había dado de comer a multitudes.

Ellos seguían en su mundo, en sus tradiciones y en sus costumbres; en aquello que representaba una seguridad y, en cierto modo, una comodidad, en lo conocido y aceptado por todos desde hacía mucho tiempo.

La manera más fácil de proteger sus convicciones aparece en esta lectura en la incapacidad de abrirse a la novedad que representa Jesús con sus palabras y con su ejemplo de vida. Era más fácil decir que él era uno más, uno entre muchos de los mortales, que no molestan y dejan, aparentemente, vivir en paz.

Por una parte dicen conocer a Jesús y están seguros de poder identificar sus orígenes, pero en realidad no lo han reconocido en su verdadera identidad como Hijo de Dios, como el Mesías, como aquel en quien Dios se da a conocer.

Si realmente lo conocieran, deberían haberse dado cuenta de que Jesús era el Hijo de Dios, quien, acercándose a ellos, les permitía conocer al Padre.

Pero aparecen ante Jesús como personas que tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, el entendimiento lo tienen lleno de tinieblas y el corazón endurecido en su incapacidad de abrirse a la novedad de Dios.

Es la misma situación de muchos de nosotros que vivimos aturdidos por nuestros pequeños problemas, por nuestras necesidades pasajeras, por nuestras incapacidades de salir de nosotros mismos, por nuestras visiones estrechas de la realidad, por nuestras exigencias egoístas de confort y de seguridad.

Por su parte Jesús no condena, simplemente pone en evidencia la falta de fe y  recuerda que acercarse a Dios no es algo que se alcanza con los esfuerzos y propósitos personales. El camino que lleva al Señor empieza siempre en sentido contrario al nuestro, es él quien nos busca. Es él quien se pone en marcha par venir a nuestro encuentro.

Se trata de un don que se recibe gratuitamente por medio del reconocimiento de Jesús como enviado de Dios, como el Mesías.

Esta es la experiencia de fe que también hoy nosotros estamos llamados a vivir y no siempre nos resulta fácil, aunque hayamos nacido en un ambiente en donde creer podría parecernos algo normal y espontáneo.

Y este es uno de los retos más grandes con los que muchos de nuestros contemporáneos se confrontan, pues creer en Jesús hoy para muchas personas es algo que está completamente fuera de sus intereses.

Reconocer a Jesús como Hijo de Dios y como camino y posibilidad de encontrarnos con ese Dios que nos ha amado, pensado y llamado, para muchas personas hoy no tiene sentido, porque han sacado a Dios de sus vidas.

Jesús es un personaje, al menos para los que tienen la oportunidad de oír hablar de él, que se pierde entre la multitud de tantas figuras que aparecen y desaparecen en nuestra sociedad.

Con nuestras palabras, y más todavía con nuestras actitudes, acabamos por decir que Jesús es el hijo del carpintero y que no hay nada de extraordinario en él, pues al fin y al cabo se ha presentado como uno de nosotros.

De ahí la importancia de pedir cada día el don de la fe, la gracia de ser capaces de creer, pues sólo con esa bendición Jesús se convierte en alguien importante y especial en nuestras vidas.

Jesús es quien nos ayuda a reconocer la presencia de Dios en cada acontecimiento y en cada momento de nuestra existencia. Es él quien nos permite sentir como estamos en el corazón de nuestro Padre.

Y tener a Jesús, como garantía de la presencia de Dios en nosotros, significa darnos la posibilidad de estar en este mundo gozando de una calidad de vida que nos permite disfrutar de cada momento, de cada presencia, de todo lo que nos rodea, como dones gratuitos que no merecemos.

De alguna manera, eso es lo que significa tener vida eterna. No es la vida que hay que esperar que empiece luego del último latido de nuestro corazón. Es la vida plena que Dios nos ofrece, ya desde aquí y ahora, es la vida vivida como nos gusta decir ahora, disfrutada con sencillez y en los pequeños detalles de cada día.

Es la vida que nos viene al encuentro y no aquella tras la cual corremos desesperadamente, pretendiendo hacerla a nuestra medida y según nuestras exigencias.

Seguramente, estas palabras del Evangelio sí son más de lo mismo, porque Jesús nunca se cansará de venir a nuestro encuentro, nunca se enfadará ante nuestras indiferencias y apatías, nunca renunciará a la misión que nuestro Padre Dios le ha confiado. Y cada día estará ahí, sobre el altar, en cada eucaristía, para ofrecerse él mismo como pan que genera vida eterna en quienes abrimos nuestro corazón para recibirlo.

Él seguirá recordándonos que es pan, el único pan, que baja del cielo para convertirse en alimento de quienes van por este mundo tratando de encontrarse con el Padre.

Finalmente, reconocer a Jesús como el pan que contiene la vida eterna, puede ser una oportunidad para que empecemos a tomar conciencia del don de la vida que se nos va dando cada día.

Tal vez, será una ocasión para compartir lo que somos con quienes tenemos cerca, mientras los tenemos.

Podría ser un momento en el que, para decirlo con pocas palabras, abramos nuestro corazón al Señor para reconocerlo como el único que nos abre a la vida de Dios y a su amor eterno.

Ojalá que nunca nos cansemos de recibirlo en cada eucaristía como pan que se convierte en su carne para que nutridos de él tengamos vida eterna.

Enrique Sánchez G. Mccj

De pastor de cabras a pastor de la Iglesia

Como miembro de una comunidad de pastores, podría haber seguido tranquilamente cuidando las cabras como cualquier otro muchacho. Pero su sueño de convertirse en sacerdote misionero comboniano lo llevó a tomar un camino diferente. El padre Joseph Etabo Lopeyok habla del recorrido de su vocación. [ Comboni Missionaries ]

El nombre Lopeyok, que me dio mi difunta abuela cuando nací el 19 de enero de 1989 en Lokichar, tiene un significado importante. En esa época, mi abuela tenía muchas visitas, por lo que ordenó que me llamaran Lopeyok, que significa “el dueño de las visitas o de la gente”. Este nombre jugó un papel clave en la configuración de mi trayectoria profesional.

Soy el tercero en una familia católica convertida. Inicialmente protestantes y miembros de la Iglesia Reformada de África Oriental (RCEA), mis padres abrazaron más tarde la fe católica y su matrimonio fue bendecido por la Iglesia Católica.

Mi decisión de estudiar fue motivada únicamente por mi deseo de ser sacerdote. Como provenía de la comunidad de pastores de Turkana, me conformaba con pastorear cabras y no tenía ningún interés en ir a la escuela. Pero un día, durante la misa, me cautivó la homilía de un misionero comboniano. Hablaba bien en suajili, mi lengua. A partir de ese momento, le pedí a mi padre que me llevara a la escuela y le expresé mi deseo de ser sacerdote.

Este fue el comienzo de mi trayectoria académica, que comenzó en la escuela primaria mixta de Lokichar. Al mismo tiempo, participé activamente en clases de catecismo y serví como monaguillo. Terminé la escuela primaria en 2005 y terminé la escuela secundaria en 2009.

Durante mis años de escuela primaria, el recinto de la iglesia se convirtió en mi lugar favorito para socializar con otros niños. Nuestro catequista recalcó en sus enseñanzas que el Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación nos convierten en miembros plenos de la Iglesia Católica y en hijos de Dios.

Estos hitos sacramentales dejaron una impresión duradera en mí y fortalecieron mi sentido de pertenencia a la Iglesia. Mis años de escuela secundaria fueron otra oportunidad para el desarrollo personal, especialmente en mi identidad como joven estudiante católica. A través de mi participación activa en la Asociación Católica y mi papel como líder, mi fe continuó floreciendo durante este tiempo.

Procedente de la parroquia de Cristo Rey, en Lokichar, dirigida por los Misioneros Combonianos, mi admiración por ellos se hizo más profunda al ser testigo de su forma compasiva de vivir entre la gente. Su amabilidad y atención a todos, especialmente a los necesitados, me inspiró a considerar seguir sus pasos.

En mayo de 2011 me invitaron a un  seminario de “Ven y mira”  en Nairobi. En agosto de ese año, comencé mi experiencia de prepostulantado en Huruma, Nairobi. Esta enriquecedora experiencia implicó enseñar en la escuela primaria S. Martin de Porres mientras participaba activamente en las actividades pastorales de la parroquia Holy Trinity Kariobangi. Me ayudó a identificarme más con el carisma comboniano de trabajar con los pobres y desfavorecidos.

En 2012 continué mi camino. Entré en el postulantado en Ong’ata Rongai, Nairobi, donde estudié filosofía en el Instituto de Filosofía de la Consolata. Fue una época de gran crecimiento, no solo espiritual sino también humano, en la que crecí en conciencia de mí mismo y en el sentido de la responsabilidad personal.

En 2015, tras finalizar mis estudios de filosofía, me trasladé a Lusaka (Zambia) para realizar el noviciado y, a continuación, realizar una experiencia comunitaria y pastoral en Malawi. Este tiempo lo dediqué a profundizar mi relación con Cristo y a conocer mejor a nuestra Congregación y a su fundador, san Daniel Comboni, a través de la oración y el trabajo.

El 6 de mayo de 2017 hice mis primeros votos, sentando las bases para mis estudios teológicos en Lima, Perú. La experiencia en Perú, inmersa en una nueva cultura, rodeada de personas, ambientes y comunidades diferentes, se convirtió en un segundo hogar donde dejé una parte de mi corazón.

Al regresar a Kenia después de mis estudios de teología, comencé mi experiencia misionera en Utawala, Nairobi. Me pidieron que ayudara en el secretariado de Misiones y Vocaciones. También contribuí a las actividades parroquiales, trabajando con jóvenes y visitando pequeñas comunidades cristianas, promoviendo la esperanza y el don de la amistad.

El 10 de febrero de 2023 hice mis votos perpetuos. El 11 de febrero de 2023 fui ordenado diácono. La alegría llenó mi corazón al cumplir mi deseo de ofrecer mi vida a Dios para su misión. El 25 de agosto de 2023 recibí la gracia y el don del sacerdocio. Fui ordenado sacerdote en nuestra parroquia, Cristo Rey, Lokichar.

Ahora, mi primera misión me ha traído a México y me llena de felicidad. Al igual que nuestro padre en la fe, Abraham, confío en la guía del Señor y estoy dispuesto a ir a donde Él me envíe para su misión de amor.

Domingo XVIII ordinario. Año B

El Pan de Vida

Año B – Tiempo Ordinario – 18º domingo

“...Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. No obren por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que el Hijo del hombre les dará…Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. (Juan 6, 24-35)

El texto que nos regala la liturgia en el evangelio de san Juan este domingo es la parte central del capítulo 6 en donde Jesús enseña a sus discípulos con las palabras que se refieren a él como pan de Vida.

El pan representa lo necesario para responder a una de las exigencias fundamentales de la vida de todo ser humano. Comer y nutrirse no es un lujo o algo de lo que podamos hacer a menos. Quien no come se debilita, se enferma y termina por morir.

Eso lo sabía muy bien la gente que seguía a Jesús y estaban contentos porque habían encontrado a alguien que, de manera extraordinaria, había dado respuesta a sus necesidades de alimento. Habían recibido el pan para cada día y más todavía, habían saciado el vacío de sus estómagos y reforzado la fragilidad de sus cuerpos.

Y, como dice el dicho popular: “¿a quién le dan pan que llore? En su primer encuentro con Jesús se habían quedado en lo superficial, en lo inmediato y pasajero.

Habían comido, pero volverían a tener hambre. Como la mujer samaritana, había encontrado a alguien que le prometía el agua necesaria para mantenerse viva cada día, pero no había entendido que estaba ante alguien que podía resolver  la necesidad de beber para siempre.

También aquella multitud de personas no habían dudado en recorrer grandes distancias esperando que Jesús volviera a hacer el milagro de multiplicar panes y pescados y qué bueno sería si todo aquello sucediera sin necesidad de hacer ningún esfuerzo.

Jesús que conoce las intenciones del corazón humano no se deja confundir y, con paciencia, va a ayudar a estas personas a darse cuenta que lo que los hace vivir no es lo que llena el estómago.

Hay algo más importante que consiste en entender que, así como necesitamos nutrir el cuerpo, no podemos descuidar el espíritu. Y el espíritu no se nutre con rebanadas de pan o pedazos de carne.

El ser humano no existe para responder a lo inmediato y a cada paso siente en lo profundo de su ser la necesidad de responder a su vocación de eternidad. Llenar el estómago satisface por un momento, pero el corazón nos exige siempre algo más que nos recuerda que hemos sido creados para vivir en plenitud.

Dios siempre ha sido generoso, providente y nunca ha descuidado a su pueblo. Lo nutrió en el desierto con el maná y carne para cada día, como nos lo recuerda el libro del éxodo, lo hizo entrar en una tierra que manaba leche y miel, lo bendijo siempre con abundancia.

Dios nunca se ha dejado ganar en generosidad y lo sigue haciendo con nosotros de muchas maneras.

Dios nos bendice con salud, con trabajo, con la presencia de personas que nos hacen sentir bien, que nos cobijan con su ternura y con su cariño, que nos toleran y nos aceptan con nuestros límites y debilidades; que nos ayudan a entender que no sólo vivimos de pan.

Jesús nos invita igualmente a trabajar no sólo por lo efímero y pasajero, sino que abramos nuestro horizonte, que salgamos de lo inmediato de nuestras vidas y de nuestras preocupaciones.

Nos invita a trabajar en la obra de Dios, creciendo en nuestra experiencia de fe, reconociendo a Jesús como el enviado del Padre, como la respuesta que se nos da a todas nuestras necesidades.

Jesús, el único pan verdadero, es él quien puede satisfacer el hambre de plenitud y de vida que nace de lo profundo de nuestro corazón. Él es el pan de vida que hace que nunca volvamos a tener hambre porque sólo él puede llenar el espacio vacío de nuestro anhelo de vida eterna.

Jesús es el pan que dura para siempre, que no perece como los panes en el desierto.

Él es el pan que se transforma en su cuerpo y en su sangre cada vez que celebramos la eucaristía. Es el alimento que nutre el alma, que conforta el espíritu, que llena de esperanza y de confianza nuestra mente, que empapa de alegría nuestro caminar de cada día.

Si tomamos conciencia de que en Jesús se nos otorga la necesario para tener vida plena, tal vez vamos a empezar un camino distinto que nos lleve a buscarlo no porque necesitamos resolver nuestras urgencias y nuestras dificultades.

Tal vez nos vamos a acercar a él porque puede darnos la fuerza para vencer nuestras debilidades. Nos puede liberar de nuestros miedos e inseguridades. Sin duda, nos hará sentir tranquilos y confiados ante las adversidades. Nos cambiará el corazón para no vivir esclavos de nuestro orgullo y de aquello que reconocemos como esclavitudes y pecados.

Tal vez nos acercaremos a él porque habremos entendido que estar con él es lo más bello que nos puede pasar y que es un gusto compartir lo que somos con alguien que sigue dando su vida para que no nos ahoguemos en nuestras necesidades.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

la Iglesia latinoamericana crea la Reclac: Red Eclesial de Comunicadores de Latinoamérica y el Caribe

Adn-CELAM

La Iglesia católica de América Latina y Caribe anunció este 31 de julio la creación de la Red Eclesial Comunicadores de Latinoamérica y el Caribe (Reclac), un organismo que buscará integrar un trabajo articulado entre el Celam, las Conferencias Episcopales y otros organismos eclesiales del continente en materia de comunicaciones.

Se trata de un sueño que se fue materializando durante el desarrollo del encuentro latinoamericano y caribeño, realizado en Bogotá del 29 al 31 de julio en la sede del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam), al que asistieron 45 participantes en representación de 16 Conferencias Episcopales y 10 organizaciones eclesiales.

Reunidos durante tres días y luego de trabajos de reflexión, discernimiento, intercambio de experiencias significativas y debates, los participantes reconocieron que con la coordinación de esfuerzos es posible aportar a la construcción de una mejor sociedad, con audacia profética y desde las experiencias, saberes y experticias de cada uno, mediante el trabajo colaborativo en red.

Fomentar el trabajo en red

Con relación a la creación de la Red, Oscar Elizalde, director del Centro de Comunicaciones del Celam, agradeció la disposición y el trabajo realizado durante los días de encuentro, animando a sus miembros a “apostar con decisión por este naciente proyecto que nos ofrece nuevas oportunidades de incidencia comunicativa, a partir de sinergias en perspectiva sinodal, y desde una actitud de servicio y entrega a la Iglesia, atendiendo al llamado del Papa Francisco a ser un Iglesia en comunión, participación y misión”.

Llamado que, dijo, “pasa por la conciencia de la necesidad de articular la acción pastoral de las comunicaciones, fomentando el trabajo en red”, de tal forma que se enriquezca y se proyecte con las distintas iniciativas, surgidas en las realidades de cada país. «Se trata de valorar toda la riqueza que tenemos, pero de manera articulada, y no como islas».

Por su parte, monseñor Daniel Francisco Blanco, obispo auxiliar de San José de Costa Rica y coordinador del Consejo del Centro del Celam, fue el encargado de dar la bendición a esta red católica, haciendo énfasis en el importante papel que este proyecto cumplirá para la misión evangelizadora de la Iglesia. Afirmó, igualmente, que «será una voz de esperanza para la dura realidad que viven muchos países de América Latina y el Caribe».

Núcleos temáticos

Con el propósito de seguir avanzando en la reflexión de la red Reclac, sus integrantes identificaron seis núcleos que serán los que marquen la ruta de trabajo a seguir. Son ellos: Comunicación y formación permanente; comunicación territorial, crisis comunicativas; comunicación estratégica e incidencia; pastoral de la comunicación; y financiación y apoyo a la comunicación.

De esta forma, la Iglesia se adapta a los nuevos cambios que exige el mundo de lo digital, compartiendo y dialogando sobre temas de fe, vida y sociedad. A la red se podrán ir integrando nuevos miembros de las Conferencias Episcopales y organizaciones de Iglesia afines con la misión de la Iglesia.