Archives febrero 2025

Jubileo: Peregrinos desde el egoísmo hacia el don de sí

MARZO
(08-09) Jubileo del Mundo del voluntariado
(28) 24 Horas para el Señor
(28-30) Jubileo de los Misioneros de la Misericordia

El lema «Peregrinos de Esperanza», propuesto por el papa Francisco para el Jubileo, nos dibuja el horizonte que debemos alcanzar: se trata de recorrer un camino que implica no sólo un cambio de lugar, sino una transformación interior. El modelo es Abrahán, quien peregrina a través del desierto confiado plenamente en la «voz» que lo llama hacia lo desconocido. Del mismo modo, Moisés se enfrenta al poderoso faraón para liberar a su pueblo y conducirlo hacia la tierra prometida. Sin embargo, según las Escrituras, el auténtico «peregrino» es Jesucristo, quien se constituye como «Camino, Verdad y Vida» para señalarnos la morada del Padre, bajo la guía del Espíritu Santo. Él es nuestro camino y meta: la esperanza que no defrauda.

En la invitación al Año Santo se lee: «…No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial…» (Spes non confundit 5). Para ello, necesitamos al menos las siguientes actitudes:

En primer lugar, abandonar nuestra zona de comodidad y mediocridad que nos aprisiona para luchar por nuestro ideal. Una conversión profunda que nos conduzca a la renuncia al egoísmo para donar nuestra vida en el amor. En segundo lugar, nos lleva a descubrir que no estamos solos en la travesía, que infinidad de hermanas y hermanos van marcando sus huellas en la búsqueda de justicia, verdad, compasión y fraternidad. El peregrino aprende a ser comunidad, amigo y hermano de todo ser creado.
Finalmente, lo maravilloso de esta peregrinación es que Dios camina con su pueblo amado, es decir, con cada uno para fortalecernos, levantarnos y alimentar nuestra sed de infinito. El Dios que nos ha enseñado Jesucristo no permanece lejano ni indiferente, se pone las sandalias, se enloda y se limpia la cara para contemplar las estrellas juntos.

P. Rafael González Ponce, mccj

VIII Domingo ordinario. Año C

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo? El discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacarte la pelusa de tu ojo, cuando no ves la viga del tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver claramente para sacar la pelusa del ojo de tu hermano. No hay árbol sano que dé fruto podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano. Cada árbol se reconoce por sus frutos. No se cosechan higos de los cardos ni se vendimian uvas de los espinos. El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca.


¡Coloca un centinela en la puerta de tu corazón!

Año C – Tiempo Ordinario – 8º domingo
Lucas 6,39-45: “El hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón”

El pasaje del Evangelio de este domingo, continuación del discurso de las bienaventuranzas en San Lucas, recoge algunas sentencias breves de Jesús en forma de imágenes y figuras contrapuestas: dos ciegos, discípulo y maestro, tú y tu hermano, viga y brizna, árbol bueno y árbol malo, fruto bueno y fruto malo, espinas y zarzas, higos y uvas, corazón bueno y corazón malo, bien y mal…

Estas palabras de Jesús, aunque aparentemente carecen de un nexo lógico, parecen estar unidas por un hilo mnemotécnico: ciego, ojo, viga, árbol, fruto… Sin embargo, su significado se refiere claramente a la vida del creyente dentro de la comunidad.

En el Evangelio de Mateo, estas sentencias están dirigidas contra los escribas y fariseos; sin embargo, San Lucas, escribiendo para comunidades de lengua griega, las actualiza y las dirige especialmente a sus responsables.

Estas enseñanzas pueden agruparse en tres unidades:

1. Un ciego que guía a otro ciego (vv. 39-40)
“¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?”

Un ciego que presume de ver, que no reconoce sus propios límites y pretende guiar a los demás, no es una situación tan rara, y representa un verdadero peligro para cualquier grupo o comunidad. Esta escena es denunciada en el episodio del ciego de nacimiento, narrado en el capítulo 9 del Evangelio de Juan, que concluye precisamente con estas palabras de Jesús dirigidas a los fariseos: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís: ‘Vemos’, vuestro pecado permanece” (Jn 9,41).
El líder cristiano (y de alguna manera, todos tenemos la misión de guiar a alguien) debe ser consciente de su propia necesidad de ser guiado e iluminado, permaneciendo siempre discípulo del único Maestro.

2. La viga y la brizna (vv. 41-42)
“¿Por qué miras la brizna de paja en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga en tu propio ojo?”

La imagen es muy fuerte y no necesita comentarios. Todos tendemos a minimizar nuestros propios defectos y a exagerar los de los demás. Corremos fácilmente el riesgo de usar un doble rasero. Lo que vemos en los demás como una ‘viga’, lo sentimos en nosotros como una ‘brizna’; lo que condenamos en los demás, lo justificamos en nosotros mismos” (Enzo Bianchi).
Sin embargo, esto no significa que no debamos practicar la corrección fraterna; pero debe hacerse con amor, sin juzgar ni condenar a la persona. Si la corrección debe ser ejercida por una autoridad, esta debe hacerlo con la credibilidad de su propio testimonio de vida.

3. El árbol y sus frutos (vv. 43-45)
“No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.”

Aquí Jesús nos ofrece un criterio de discernimiento: el árbol se reconoce por sus frutos. Y, de la metáfora del árbol, Jesús pasa al corazón de la persona: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca el bien; el hombre malo, de su mal tesoro, saca el mal.”

Detengámonos, pues, en el corazón, que podría ser la clave de lectura de todo este pasaje del Evangelio de este domingo.

Pistas para la reflexión

La persona es su corazón

Nuestro corazón es el crisol de nuestra vida. Pensamientos, deseos, sentimientos, emociones, palabras, gestos, acciones… todo converge ahí y moldea nuestra existencia. “La persona es su corazón”, decía San Agustín. Por eso Jesús afirma: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón, saca el bien; y el hombre malo, de su mal tesoro, saca el mal”.
Y, sin embargo, parece que pocos se esfuerzan por conocer realmente su propio corazón. A menudo vivimos fuera de nosotros mismos, como si huyéramos de nuestro propio ser. Quizás porque no nos sentimos cómodos con nuestra propia interioridad. Los momentos de silencio y soledad nos inquietan. Parece que huimos de nosotros mismos y, con el tiempo, nuestro corazón se convierte en un lugar ajeno, que ya no es nuestro hogar, nuestra morada.

Recuperar el dominio del corazón

Si queremos cambiar nuestra vida y hacerla más bella, debemos empezar por el corazón. El primer paso es recuperar su dominio. Es necesario tener el valor de: entrar en nosotros mismos; despejarlo de todo el desorden que lo llena y ponerlo en orden; alejar a quienes se han instalado allí sin permiso; colocar una puerta en el corazón y un centinela que vigile lo que entra y lo que sale.

Hesiquio del Sinaí, monje y teólogo cristiano del siglo VII, escribió:
“La sobriedad es una centinela inmóvil y constante del espíritu, que se sitúa en la puerta del corazón para discernir cuidadosamente los pensamientos que se presentan, escuchar sus planes, espiar las maniobras de estos enemigos mortales y reconocer la huella demoníaca que intenta, mediante la imaginación, perturbar el espíritu. Esta actividad, llevada a cabo con valentía, nos dará, si así lo queremos, una gran experiencia del combate espiritual” (citado por el P. Gaetano Piccolo).

En lugar de sobriedad, podríamos hablar de discernimiento, que actúa como un tamiz (véase la primera lectura). Se trata de ejercer una atención continua a lo que sucede en nuestro corazón, de estar siempre presentes en nosotros mismos, un ejercicio que nos hace conscientes de los pensamientos, intenciones, emociones y deseos que lo habitan.

Para ayudarnos en este camino de autoconciencia, sería útil practicar un breve examen de conciencia diario de unos pocos minutos o, al menos, un tiempo semanal más prolongado de revisión de vida. ¡Este sería un buen ejercicio para la próxima Cuaresma!

No es una propuesta fácil, pero tampoco imposible. Es un ejercicio que requiere tiempo, perseverancia y, quizás más aún, coraje. De hecho, a menudo descubriremos, con dolor, que junto a muchas cosas buenas, nuestro corazón también alberga mezquindades, dobleces y mediocridades. Y, sin embargo, este es el único camino para ser verdaderamente libres y vivir en la verdad del Evangelio.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


DETENERSE
José A. Pagola

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No Es fácil liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.

Ni siquiera en el propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.

Pues bien, precisamente en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día.

Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.

Cuánto necesitamos los hombres y mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior.

Acostumbrados al ruido y a la agitación, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.

Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona “saca el bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros espontáneamente. Hemos de cultivarlo y hacerlo crecer en el fondo del corazón. Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.

http://www.musicaliturgica.com


Uno solo es el Maestro
Fernando Armellini

Introducción

Como todos aquellos que enseñan el camino de Dios, como los doctores del templo a los que Jesús, de doce años, fue a escuchar (Lc 2, 46), como el Bautista (Lc 3, 12), como Nicodemo (Jn 3, 10), también Jesús es llamado maestro por la gente. De hecho, si excluimos los casos que acabamos de mencionar, este término, que aparece 48 veces en los Evangelios, siempre se refiere a Él y solo a Él.

Jesús, sin embargo, es un maestro original. Habla y se comporta de manera diferente a los demás. No dicta sus clases en una escuela; en-seña en el camino. No requiere un pago de sus oyentes, no reserva sus enseñanzas para una élite de intelectuales. Se dirige a los pobres de la tierra, aquellos que los maestros de Israel despreciaban diciendo: «¿Cómo puede un hombre que guía el arado llegar a ser sabio, aquel cuyo orgullo reside en golpear un látigo y no habla de nada más que de ganado?» (Eclo 38, 25). Es un maestro libre tanto en la interpretación como en la práctica de la Torá, pero sorprende especialmente porque, en lugar de invitar a los discípulos a seguir los preceptos de la ley, desde el principio de su misión, pide que lo sigan a Él. La ley es su persona, su vida, no el atolladero de las discusiones rabínicas.

Los maestros de Israel explicaban lo que se debería hacer para agradar a Dios confiando en su conocimiento de la Torá. Presenta-ban sus enseñanzas, derivadas de las Escrituras, bajo las palabras que también usaban los profetas: «Así dice el Señor».

El maestro Jesús habla de manera diferente. Él presenta sus enseñanzas con la expresión: «Yo digo», colocando sus palabras junto a las de Dios. En los Evangelios, a los apóstoles nunca se les llama maestros, sino siempre y solamente alumnos, discípulos que deben aprender no una lección, sino una vida, siguiendo al único Maestro.

La imagen materna es eficaz y por esto se repite una y otra vez: “como un niño a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes” (Is 66,13). Es conmovedora la promesa del Eclesiástico: “Serás como un hijo del Altísimo, te amará más que tu propia madre” (Eclo 4,10). Es difícil creer esto en ciertos momentos de la vida, pero un día nos convenceremos de que es verdad.

Evangelio

En el Evangelio de los últimos dos domingos, escuchamos un mensaje que contrasta con la lógica de las personas: todos los que se consideraron infelices (los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos) son proclamados bienaventurados. Las personas exitosas (los ricos, los saciados, los que disfrutan de la vida) fueron repudiados. No podría haber un vuelco más radical que esto.

No es suficiente. El principio de la no violencia absoluta también se estableció: el cristiano no puede responder al mal con el mal, sino siempre debe estar dispuesto a amar incluso a los enemigos.

Se trata de declaraciones impactantes. Es inevitable entonces que, incluso en la comunidad cristiana, algunos intenten endulzarlos, hacerlos menos severos, un poco más compatibles con la debilidad humana.

Alguien dice, por ejemplo, que es cierto que no se puede recurrir a la violencia; sin embargo, en ciertos casos … uno tiene que perdonar, sí, pero no hasta el punto de ser considerado ingenuo e inexperto. Si uno enseña a los niños a ser generosos a toda costa, a no competir, a ponerse del lado de los débiles, se les coloca en una posición para que sean superados por las personas malvadas y sin escrúpulos.

Los que hablan de esta manera, incluso si son cristianos, actúan como falsos maestros, quizás sin darse cuenta. Con distinciones hábiles y razonamientos sutiles, privan al mensaje de Jesús de su poder explosivo. El Evangelio de hoy, que consiste en una serie de los dichos del Señor, está dirigido a ellos.

Comienza con un proverbio bien conocido: «¿Puede una persona ciega dirigir a otra persona ciega?» (v. 39).

Un día, los discípulos le dijeron a Jesús que los fariseos estaban ofendidos por sus palabras. Él responde: «¡No les presten atención! Son ciegos guiando a ciegos» (Mt 15,14). Todos los judíos se consideraban amos capaces de guiar a los ciegos, es decir a los gentiles (Rom 2,19-20).

En el pasaje de hoy, los destinatarios de la dramática advertencia del Señor no son, sin embargo, ni los fariseos ni los judíos, sino los propios discípulos. Incluso para ellos, existe el peligro de actuar como guías ciegos.

En la Iglesia de los primeros siglos, los bautizados fueron llamados los iluminados porque la luz de Cristo había abierto sus ojos. Los cristianos deben ser aquellos que ven bien, que saben cómo elegir los valores correctos en la vida, que pueden indicar el camino correcto a aquellos que andan a tientas en la oscuridad.

Pero esto no siempre sucede y Jesús advierte a sus discípulos del peligro de perder la luz del Evangelio. Pueden caer de nuevo en la oscuridad y ser guiados, como los demás, por un falso razonamiento dictado por el «sentido común» humano. Cuando esto sucede, se abre frente a ellos un abismo mortal en el que también caen los que han confiado en ellos. Los falsos maestros cristianos pueden cometer otro error, dictado por una presunción: creer que todo lo que piensan, dicen y hacen es sabio, justo y en conformidad con el Evangelio.

Sienten que tienen el derecho de emitir instrucciones en el nombre de Cristo, con la seguridad de dar la impresión de que sustituyeron al Maestro, y que son superiores. Exigen títulos, privilegios, honores, poderes que incluso el Maestro nunca afirma tener.

Para cualquier miembro de la comunidad que se sienta investido con una autoridad similar, Jesús recuerda otro proverbio, ”el discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro» (v. 40).

El peligro contra el cual Jesús advierte es, ante todo, identificar sus propias ideas, creencias y proyectos con los pensamientos del Maestro. Es una presunción imprudente, irreflexiva. Olvidan que son solo discípulos; se sienten como maestros, de hecho, se comportan como si fueran superiores al Maestro.

No ha terminado. Estos falsos maestros reclaman a sí mismos un derecho aún más exorbitante; hacen algo que el mismo Jesús nunca quiso hacer (Jn 3,17): juzgan, pronuncian sentencias contra los hermanos. Para ellos, se cuenta la parábola de la mota y la viga (vv. 41-42).

Es una invitación a desconfiar de los cristianos que se sienten siempre bien, siempre seguros de lo que dicen, enseñan y hacen. No se dan cuenta de que tienen ante sus ojos enormes troncos que les impiden ver la luz. ¿Cuáles? Pasiones, envidia, deseo de gobernar sobre los demás, ignorancia, miedo, trastornos psicológicos de los cuales ningún mortal está completamente exento. Todos estos son grandes obstáculos que impiden captar claramente las demandas de la Palabra de Dios. Debemos tener esto en cuenta y actuar con humildad de una manera menos presuntuosa, ser menos estrictos al imponer nuestra visión de la realidad y tener menos confianza en juzgar el desempeño de los demás.

Un ejemplo que nos ayuda entender. Durante muchos siglos, los cristianos han afirmado que hay guerras justas y que, en ciertas situaciones, incluso es un deber tomar las armas. Incluso libraron guerras en nombre del evangelio. ¿Cómo podría suceder esto si Jesús ha hablado tan claramente de amar al enemigo? La explicación es: los registros de orgullo, intolerancia, dogmatismo, fundamentalismo que los cristianos tenían ante sus ojos y ni siquiera se dan cuenta de haber evitado notar las demandas del Evangelio.

Si hoy nos vemos obligados a admitir que en muchas ocasiones nos hemos mostrado ciegos, debemos ser muy cautos al juzgar, imponer nuestras creencias y condenar a quienes expresan opiniones diferentes. Puede ser que lo que pensamos sea correcto, tal vez sea verdaderamente evangélico. Sin embargo, Jesús quiere que la propuesta cristiana se haga con gran humildad, con gran discreción y respeto y, sobre todo, que nunca se juzgue a quienes no pueden entenderla, a quienes no tienen ganas de aceptarla. La posibilidad de tener una viga delante de los ojos no es remota, ¡no se debe olvidar!

Para concluir esta primera parte del Evangelio, Jesús llama hipócritas a estos «jueces», a estos «maestros» cristianos tan seguros de sí mismos y de sus ideas. Los hipócritas son «actores», «personas que actúan en teatros». Los que juzgan a los demás, en nombre de Jesús, son actores. También son pecadores, pero «juzgan»; se sientan en la corte como jueces y pronuncian juicios terribles.

Lucas está claramente preocupado por lo que está sucediendo en sus comunidades, dividida por las críticas, los chismes y juicios maliciosos. Por esto, él recuerda las duras palabras del Señor al respecto.

¿Cómo distinguir entre buenos y malos maestros en la comunidad cristiana? ¿Cómo saber en quién confiar y en quién no confiar? ¿Cómo reconocer a los que son ciegos o tienen troncos ante los ojos?

La última parte del Evangelio de hoy proporciona los criterios para juzgar: «El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca (v. 45).

Estamos acostumbrados a interpretar estas palabras de Jesús como una invitación a evaluar a las personas en función de las obras que realizan. Este es el significado que tienen en el Evangelio de Mateo (Mt 7,15-20); pero en el Evangelio de Lucas, tienen un significado diferente. Es claro en el contexto que «los frutos» son el mensaje que los maestros cristianos anuncian. Este mensaje puede ser bueno o malo.

Al igual que Ben Sirá, lo escuchamos en la primera lectura, Jesús también nos invita a evaluar a los maestros de acuerdo con sus palabras: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (v. 45). Lo que anuncian debe ser confrontado siempre con el evangelio. Entonces podemos evaluar si lo que se propone es comida nutritiva o una fruta venenosa.

http://www.bibleclaret.org


EXIGIR A LOS OTROS LO QUE YO NO CUMPLO ES HIPOCRESÍA
Fray Marcos

El sermón del llano en Lc termina con una retahíla de frases hechas, que tratan de explicar el contenido del mensaje. Recordemos que Mt lo coloca en lo alto del monte mientras que Lc nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del monte con sus discípulos y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes. El valle era el lugar del hombre. Para Mt Jesús habla desde el ámbito de lo divino, para Lc habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano, que es a la vez divino y humano.

Las frases que acabamos de leer y las que leíamos el domingo pasado son proverbios que eran patrimonio de todas las culturas del entorno. No son inventadas por Jesús sino un destilado de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando  en frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas claves que podrían ser útiles en la vida de cada día.

Aun en nuestros días estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase, atribuyéndolo a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando en todo momento. Por eso se utilizan como resúmenes de su mensaje.

En los relatos de hoy se trata de hacer ver que la bondad o la malicia no son entes que andan por ahí y que me puedo apropiar en un momento dado. Son cualidades de la persona humana y solo indirectamente podemos descubrirlas, lo mismo en nosotros que en los demás. No es fácil acceder al interior del hombre, por eso es tan difícil hacer un juicio de valor sobre las personas. Las juzgamos por lo que sale al exterior, pero no siempre eso es suficiente para descubrir lo que de verdad se esconde en lo más profundo del ser humano.

Solo las obras nos pueden revelar lo que hay dentro de otra persona. Aun así, ni siquiera las obras pueden ser argumento seguro para llegar al otro. Un acto bueno puede ser fruto de una programación calculada y por lo tanto sin ninguna conexión con las actitudes fundamentales de la persona. Un acto malo puede ser fruto de un momento de arrebato o ira y no reflejar tampoco la verdadera postura vital del individuo. Tal vez por eso el evangelio nos dice: “No juzguéis y no seréis juzgados.” “No condenéis y no seréis condenados”.

El creernos en posesión de la verdad y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio oriental: cuando el discípulo está preparado, el maestro surge.

La imagen del ciego guiando a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la que con más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Antonio Machado: tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela. Esto es verdad en todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad: fuera de la Iglesia no hay salvación.

No es menos esclarecedora la imagen de la mota y la viga. El afán de corregir a los demás  es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más peligroso en la vida real que esa práctica. No solo porque nunca podemos estar seguros de lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la superioridad moral que creemos tener. En el momento que te sientas superior, sea moral sea intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.

Estamos muy acostumbrados a identificar a los demás con sus obras. Esto nos lleva a considerarlos pecadores sin mayores precisiones. Pero las obras son algo externo y accidental. La bondad o malicia está en el ser. Nuestra auténtica preocupación debía estar en ser lo que debíamos ser, no en lo que hacemos o dejamos de hacer que suele estar condicionado por la preocupación por lo que los demás piensan de mí. Ya decían los escolásticos que el obrar sigue al ser. Mi verdadera preocupación debo ponerla en ser lo que soy realmente. Si consigo ser auténtico, las obras surgirán espontáneamente, sin esfuerzo.

La actitud de superioridad nace siempre de la superficialidad, es decir, está en estrecha relación con nuestro falso ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que consideramos y nos interesa. En materia del espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el simple conocimiento nos va a transformar. Jesús está siempre invitándonos a la autenticidad, es decir, a bajar a lo hondo de nuestro propio ser y descubrir allí lo que está de acuerdo con lo que en realidad somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las normas y preceptos. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz y constante.

El seguimiento de Jesús no consiste en imitarle en sus correrías ni en aceptar sin rechistar todas sus enseñanzas sino en alcanzar la experiencia interior que él vivió y en dejar que se manifieste como él la manifestó. No debemos poner hincapié en obras puntuales programadas sino en una actitud permanente que funcione y se manifieste al exterior en todo momento y en todas las circunstancias. Los cristianos hemos terminado copiando la actitud de los fariseos, dando más valor al cumplimiento de lo mandado que a la búsqueda interior de las exigencias de nuestro verdadero ser. Esta es la causa de nuestro fracaso en la vida espiritual.

Todo lo dicho no invalida el famoso refrán: obras son amores y no buenas razones. Con la misma rotundidad que hemos afirmado que lo importante es la actitud interior, tenemos que decir que una actitud que no se manifieste en obras, es una ilusión. Si de

verdad quieres saber cuál es tu postura espiritual, no tienes más remedio que examinar tus obras. Tu manera de comportarte con los demás te irá manifestando tu estado interior. A continuación de lo que hemos leído hoy, dice Jesús: ¿Por qué decís; ¡Señor, Señor! y no hacéis lo que os digo? Pero debe quedar claro que el hacer es consecuencia del ser auténtico.

http://www.feadulta.com

Por la recuperación del Papa

Hechos

Durante los últimos días, la salud del Papa Francisco se ha deteriorado. No lo deseamos, pero no se excluye el peligro de muerte, como lo han dicho sus médicos. Todos en la Iglesia hemos intensificado nuestra oración por que se recupere y continúe la misión que el Espíritu Santo le ha confiado. También no creyentes han expresado su solidaridad con el momento que está viviendo. Sin embargo, cuando sucediere su muerte, que esperamos no sea pronto, la Iglesia continúa, pues no es obra de una persona, sino de Dios.

Desde hace tiempo, no han faltado incluso clérigos que piden a Dios que ya termine el ministerio de este Papa. Unos lo han desconocido como legítimo sucesor de Pedro. Otros no están conformes con sus insistencias doctrinales y pastorales, como si se hubiera apartado de la Tradición; le critican la dimensión social de su magisterio, como si debiera reducirse a rezar y predicar un Evangelio sin incidencias para la vida y para las situaciones que vive la humanidad. No están conformes con que dé más lugar a las mujeres en puestos claves de gobierno pastoral, que insista en el amor misericordioso y liberador a los pobres, que se preocupe por el cuidado de la “casa común”, que tenga apertura a otras religiones y tradiciones religiosas, que impulse la sinodalidad eclesial, etc. Muchos de estos críticos no han aceptado tampoco la renovación promovida desde el Concilio Vaticano II.

Las críticas a los papas no son novedad. Desde que yo recuerdo, las hubo contra el Papa Pío XII, como si no hubiera defendido a los judíos del exterminio nazi, lo cual es falso; contra el papa Juan XXIII, por iniciar la renovación de la Iglesia, pues querían que siguiéramos en el siglo XVI con Trento; contra el Papa Pablo VI, por impulsar toda la renovación que se había propuesto el Concilio; contra Juan Pablo I, por la sencillez de las pocas alocuciones que tuvo; contra Juan Pablo II, por su resistencia a exageraciones marxistas de cierta teología de la liberación de aquellos tiempos; contra Benedicto XVI, por  insistir en valores fundamentales del cristianismo y como si no abordara problemas sociales de la actualidad, lo cual es inexacto. Estos críticos tienen una visión muy restringida y algunos no conocen la profundidad y oportunidad del magisterio de estos Papas, ni de su forma de ser y actuar. Yo también tenía cierta desconfianza cuando eligieron al Papa Francisco, porque conocía unos detalles de su personalidad, un poco seco, distante y reservado, cosas que su ministerio le hicieron cambiar totalmente. Es el Espíritu Santo quien guía a su Iglesia y hemos de confiar en que El la dirige según las necesidades del momento.

Iluminación

Ante todo, contamos con la afirmación contundente de Jesús: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y los poderes del abismo no la vencerán. Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19). Esto nos da la certeza y la garantía de que ningún poder, ni la muerte de un Papa, acabará con la Iglesia; ni siquiera nuestros propios pecados y limitaciones.

El 24 de noviembre de 2013, a los pocos meses de haber sido elegido, el Papa Francisco quiso continuar el proceso de revisión en la forma de ejercer su ministerio. Escribió: “Debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar ‘una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’. Hemos avanzado poco en ese sentido” (EG 32).

Cambian las personas y los estilos de cada Papa, pero no su identidad y misión, como dice el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia: “El Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente… El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor de toda su grey (Jn 21,15ss)” (LG 22). “El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles” (LG 23).

Acciones

Sigamos orando por la plena recuperación del Papa Francisco, pero no nos angustiemos; la Iglesia es de Jesucristo y la guía permanentemente por su Espíritu Santo. Mantengámonos unidos y firmes en torno al Papa Francisco.

+Felipe Cardenal Arizmendi
Obispo emérito de San Cristóbal de las casas

“Conectados”: la nueva red de Misioneros Digitales de América Latina y el Caribe

“Conectados” es el nombre de la nueva red eclesial que reunirá a los Misioneros Digitales de América Latina y el Caribe.La constitución de la red es uno de los frutos Primer Encuentro de Responsables y Coordinadores de Comunidades de Misioneros Digitales del continente, convocado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), a través del Centro para la Comunicación, junto con el Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede.

(Texto y foto: ADN Celam)

El evento ha reunido a 46 líderes de la pastoral digital y de comunidades de misioneros digitales de 20 países, en la sede de las Obras Misionales Pontificio Episcopales de México (OMPE), algunos de ellos en representación de sus Conferencias Episcopales, otros vinculados al proceso sinodal de ‘La Iglesia te escucha’, y algunos más en representación de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos (CLAR), de Cáritas América Latina y el Caribe, y del Instituto Fe y Vida, referente de la pastoral hispana en los Estados Unidos.

Justamente, el propósito principal del encuentro que inició el 21 de febrero y concluyó el domingo 23, con la celebración de la Eucaristía en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, ha sido “constituir la red latinoamericana y caribeña de misioneros digitales, inspirados por el Magisterio del Papa Francisco, y en continuidad con el proceso sinodal en el que la misión en el entorno digital representa uno de los derroteros para hacer posible una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.

El encuentro ha sido una oportunidad de conocimiento mutuo para los misioneros digitales, favoreciendo la “cultura del encuentro”, así como el compartir de experiencias y “buenas prácticas” de pastoral digital, ofreciendo espacios formativos y de crecimiento espiritual a quienes lideran comunidades de misioneros digitales y procesos de pastoral digital en sus países.

Una red con múltiples propósitos

De ahí que la naciente red “podrá contribuir a articular diferentes líneas de acción sobre contenidos e incidencia, formación misionera, diálogo y comunión entre misioneros y obispos, así como el acompañamiento de comunidades misioneras, el uso de nuevas tecnologías y de Inteligencia Artificial, y cuestiones como la sostenibilidad y la financiación de la misión digital”, afirmaron los organizadores.

“El balance de este encuentro ha sido muy positivo”, destaca Mons. Daniel Blanco, obispo auxiliar de San José de Costa Rica y Coordinador del Consejo del Centro para la Comunicación del Celam, al sostener que “durante estos días también hemos podido reconocer los desafíos y las oportunidades que tenemos en la misión digital de la Iglesia, en continuidad con el proceso sinodal que estamos viviendo”.

Por su parte, Mons. Lucio Adrián Ruiz, Secretario del Dicasterio para la Comunicación, manifiesta que “este red nos ayudará a seguir escribiendo una nueva página en la historia misionera de la Iglesia, desde el compromiso que asumimos de ‘samaritanear’ en el ámbito digital y en las redes sociales”.

Entre los fundadores de la nueva red Conectados se encuentran cinco obispos, nueve presbíteros, tres religiosas, 14 laicas y 15 laicos, provenientes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Trinidad Y Tobago, Uruguay, Venezuela y el Vaticano.

CLAR: Animar como Jesús un liderazgo sinodal en la vida religiosa

la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas/os (CLAR), organizó del 18 al 20 de febrero de 2025, en Bogotá, el Seminario “Animar como Jesús un liderazgo sinodal de la Vida Religiosa”. El encuentro reunió a religiosos y religiosas de toda la región con el objetivo de formar nuevos liderazgos sinodales y compasivos, promoviendo una cultura de diálogo, inclusión y corresponsabilidad en la Vida Religiosa. Éste fue el mensaje final.

Seminario
Animar como Jesús un liderazgo Sinodal de la Vida Religiosa
Bogotá – Colombia 18 a 20 de febrero de 2025

“Cómplices de la Ruah Divina,
hagamos que acontezca la transformación
de la Vida Religiosa en clave sinodal”.

Mensaje final

La comisión “Hacia una Vida Religiosa en clave sinodal” de la CLAR -Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas/os-, en su esfuerzo de formar en nuevos liderazgos sinodales y compasivos en la Vida Religiosa que peregrina en el Continente, preparó el Seminario presencial “Animar como Jesús un liderazgo sinodal de la Vida Religiosa”, realizado del 18 al 20 de febrero de 2025 en Bogotá -Colombia-.

El Seminario ha sido un tiempo de gracia que nos ha llevado a reconocer y abrazar nuestra vulnerabilidad en el ejercicio del liderazgo, una vulnerabilidad que nos impulsa al riesgo y a la renovación, a través de procesos de transformación y cambio en nuestras prácticas personales de liderazgo. Así damos paso al Espíritu, quien nos guía en la conversión de nuestras relaciones comunitarias. Hemos experimentado que la renovación no puede vivirse sin una profunda escucha a nuestras hermanas y hermanos, quienes esperan de nosotros un liderazgo comprometido en nuestros Institutos y Comunidades locales.

Sentimos la urgencia de formarnos y formar líderes sinodales y compasivos, capaces de caminar con otras/os, de escuchar con el corazón y discernir en comunidad. Este es el liderazgo que Jesús nos mostró. Él, el Buen Pastor, nos guía sin imponer, invitando a participar activamente en la construcción del Reino de Dios. El liderazgo de Jesús es inclusivo, no autoritario, y está basado en el servicio.

En un mundo que cambia, necesitamos renovar nuestras estructuras y nuestros corazones. No podemos seguir haciendo las cosas como siempre. Se nos pide ser líderes que acompañen, que fomenten una cultura de la sinodalidad, donde todas/os tenemos voz, donde todas/os somos corresponsables, y donde todas/os nos unimos en la misión común.

Es hora de abandonar una Vida Religiosa con una jerarquía cerrada.

Nuestra llamada profunda es ser signo y testimonio de una cultura del cuidado, reflejando un modelo de liderazgo basado en la escucha, el diálogo y el discernimiento. Las/os animadores y formadores tienen la responsabilidad de mantener viva esta dinámica de sinodalidad en nuestras comunidades, creando espacios donde todas/os se sientan escuchados, apoyados y desafiados a crecer en su vocación.

Para vivir nuestro liderazgo al modo de Jesús, durante estos días la Ruah Divina nos ha inspirado algunas llamadas:

• Acoger nuestra propia vulnerabilidad como una oportunidad para la resiliencia, lo que nos urge al cambio, la apertura y la transformación personal y comunitaria. Profundizar un liderazgo capaz de reconocer la propia vulnerabilidad y abrazarla, nos capacita para abrazar también la de las/os demás, como camino de crecimiento humano.
• Vivir en esperanza y pasar de una concepción estática y repetitiva de nuestra Vida Consagrada a una visión dinámica que entreteja sin cansancio redes y vínculos gestores de vida para todas/os.
• Ejercer el liderazgo desde una escucha atenta, sin prejuicios, abriendo nuestro corazón a las hermanas y hermanos con quienes compartimos la vida y la misión.
• Promover un liderazgo humano y compartido, que consulta y toma en cuenta a las/os demás, porque “lo que pertenece a todos, necesita ser tratado por todos”.
• Posibilitar un liderazgo abierto al cambio, que transforme nuestras relaciones, estructuras y procesos, acompañando y animando la transformación personal, comunitaria y misionera, desde una visión intercongregacional, intercultural e intergeneracional en clave de itinerancia.
• Formar un liderazgo que asuma la escucha activa en todos los espacios de nuestra vida, como principio esencial para un discernimiento sinodal genuino.
• Desarrollar habilidades y competencias de madurez psico-espiritual e inteligencia emocional, desde una comunicación no violenta y compasiva, expresando sentimientos y percibiendo las necesidades de las/os otros de forma adecuada, gestionando los conflictos posibilitando construir una comunidad sinodal.

Hoy, nos sentimos agradecidas/os por esta experiencia y convocados a ser cómplices de la Ruah Divina en la transformación de la Vida Religiosa. Juntas/os, sigamos el ejemplo de Jesús, caminando en comunidades sinodales de servicio e inclusión para la construcción del Reino.

Participantes, Seminario Animar como Jesús un liderazgo Sinodal de la Vida Religiosa
Bogotá, D.C., 20 de febrero de 2025

VII Domingo ordinario. Año C

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros».


Abrir las puertas del corazón

Año C – Tiempo Ordinario – 7º domingo
Lucas 6,27-38: “Yo os digo: amad a vuestros enemigos”

El Evangelio de este domingo continúa con las bienaventuranzas del “discurso de la llanura” de San Lucas (Lc 6,17-49). Jesús indica cuál debe ser la conducta de sus discípulos. La esencia de su mensaje es: “Amad a vuestros enemigos”. Se trata de uno de los textos más impactantes del Evangelio, que exige una transformación radical de nuestras reacciones instintivas y de nuestros comportamientos sociales.

En el texto, Jesús utiliza hasta dieciséis imperativos. Sin embargo, sus palabras no constituyen una nueva legislación, sino que deben releerse a la luz de las bienaventuranzas. Son palabras de sabiduría divina que nos conducen al mismo corazón de Dios. Jesús, por paradójico que parezca, nos entrega la clave de acceso a las bienaventuranzas.

La historia de la salvación y la existencia cristiana son un camino, un proceso de paso del orden de la justicia (“ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”: Éxodo 21,24) al orden de la gracia (“Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso”: Lc 6,36). Es un tránsito de la lógica retributiva a la lógica de la gratuidad, un cambio radical que Jesús propone a sus discípulos. San Pablo, en la segunda lectura (1 Corintios 15,45-49), presenta este proceso como el paso del “primer Adán” al “último Adán”, del hombre terreno al hombre celestial.

Las olas del Amor divino

El discurso de Jesús avanza en cuatro olas sucesivas, marcadas por cuatro imperativos cada una. Se trata del Amor de Dios que quiere cubrir toda la tierra, un tsunami divino que nos arrastra a esta aventura.

1. La primera ola está formada por cuatro imperativos dirigidos a los discípulos:
A vosotros que me escucháis, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os maltratan.
El verbo utilizado aquí para “amar” no es el verbo griego philein (ser amigo, es decir, un amor de amistad, de reciprocidad), sino agapan (amar con un amor totalmente gratuito). Este amor se traduce en hacer el bien, bendecir y orar por la persona que nos considera su enemigo.

2. Sigue una segunda ola con cuatro ejemplos concretos, en segunda persona del singular, para hacer el discurso más directo y comprometedor: ofrecer la otra mejilla al violento, no negar la túnica al ladrón, dar a quien nos pide y no reclamar lo que nos han quitado. No se trata de comportamientos que deban seguirse al pie de la letra ni de renunciar a los propios derechos, sino de no responder al mal con mal y de renunciar a la violencia. Esto exige discernimiento para saber cómo actuar en cada situación en la que sufrimos injusticia. Se trata de vencer el mal con el bien: “No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien” (Romanos 12,14-21).

3. En el centro del discurso de Jesús encontramos la llamada “regla de oro”: “Lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos.”
Jesús da cuatro motivaciones: tres negativas y una positiva. Tres negativas: ¿Qué gracia, qué mérito, qué bondad, qué generosidad hay… si amáis a los que os aman? Si hacéis el bien a los que os hacen el bien? Si prestáis esperando recibir algo a cambio? Cualquiera es capaz de hacerlo. Luego, añade una cuarta motivación positiva: “Amad, en cambio, a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo.”

4. El pasaje concluye con la invitación a “ser misericordiosos, como el Padre es misericordioso”, y nos ofrece otras cuatro recomendaciones para asemejarnos a Dios: dos negativas y dos positivas: No juzguéis y no condenéis. Perdonad y dad.

¿Qué ley rige nuestra vida?

“¿Ojo por ojo, diente por diente?” Esta máxima nos parece bárbara y cruel, y hoy diríamos que nadie se atrevería a aplicarla. ¿Pero será realmente así? Sí, quizá no estrangulemos al otro con nuestras manos, pero con nuestras palabras… podemos arrastrarlo por el fango. O, en nuestra mente, alimentar el deseo de venganza. O despreciarlo con nuestra indiferencia. O incluso, en nuestro corazón, odiarlo y borrarlo de nuestra vida.

En realidad, el corazón humano no ha cambiado: solo se ha refinado. La ley del talión sigue rigiendo muchas de nuestras relaciones, incluso con el riesgo de instrumentalizar a Dios para justificar nuestra violencia. Un ejemplo claro es lo que está ocurriendo ante nuestros ojos en la guerra entre Rusia y Ucrania. Cuánta razón tenía el filósofo y creyente judío Martin Buber cuando afirmaba: “El nombre de Dios es el más ensangrentado de toda la tierra.”

¿Amar al enemigo?

“Bueno, yo no tengo enemigos”, solemos decir. Pero, en realidad, fabricamos enemigos todos los días. Una verdadera cadena de producción. Nuestros oídos escuchan una noticia negativa o nuestros ojos ven una imagen desagradable, la mente la procesa, la imaginación la agranda, el juicio dicta su sentencia y el corazón reacciona en consecuencia. Nos convertimos en jueces despiadados. Y qué difícil es desmontar este mecanismo. Se necesita una vigilancia constante. San Agustín dice: “La ira es una paja, el odio es una viga. Pero alimenta la paja, y se convertirá en una viga.”

Liberar a los prisioneros

En su discurso programático, Jesús afirma que ha sido enviado “a proclamar la liberación a los cautivos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor” (Lucas 4,18-19). Son muchas las prisiones que mantienen esclavizada a gran parte de la humanidad, pero ¿no habrá también nuestro corazón llegado a ser una prisión?

Demasiadas veces, en los rincones más oscuros de nuestra alma, hemos encerrado a muchas personas, condenándolas según la ley de “ojo por ojo, diente por diente.” La ocasión del Jubileo es un kairos de gracia, el momento oportuno para abrir de par en par las puertas del corazón.

P. Manuel João Pereira Correia, MCCJ


El precepto más impopular
Antonio Pariente

Si las bienaventuranzas el domingo pasado nos pusieron un poco la cara colorada al reconocer lo lejos que estamos de cumplirlas, hoy y sin habernos recuperado todavía de la impresión, tenemos otro trozo del evangelio de Lucas continuación del texto de domingo anterior, que nos vuelve a poner las cosas en su sitio.

Jesús continúa el discurso dirigido a los discípulos. Las instrucciones que les da son los comportamientos y actitudes adecuadas hacia aquellos que desprecian a los que le siguen. Esta instrucción de Jesús tiene un carácter de mandamiento. Y de todos el que pone el primero es el amor a los enemigos. Quizá sea esta la exigencia mas dura de cumplir por parte de los discípulos; no es sólo la gran novedad que apunta el mensaje de Jesús, sino su precepto más impopular y uno de los mas difíciles de llevar a efecto. Pero es que el genérico amad se desarrolla o se concreta luego en otros tres imperativos: haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os injurian. O sea que Jesús nos pide no que no respondamos al que nos hace el mal, sino que le respondamos con el bien. De tejas para abajo la respuesta normal es: no puede ser. No me puedes pedir esto.

La razón por la que Dios nos pide esto, es clara, es porque en su trato con nosotros, nos trata así, lo que nos está pidiendo es que nosotros tratemos a los demás como él nos trata. Puesto que él es misericordioso con nosotros, él quiere que nosotros lo seamos también con los demás, puesto que él nos ama sin merecerlo nosotros, a causa de nuestros pecados, quiere que amemos incluso a aquellos que no se lo merecen, a aquellos que nos hacen mal. Desde la lógica de Dios perfecto, desde nuestro lógica no puede ser, hay algo que no encaja.

El que este sea un programa de difícil cumplimiento, no significa que haya que descartarlo como imposible. Siempre será una meta y una referencia de aquello a lo que debemos aspirar como discípulos de Jesús. Y en lo que a nosotros nos parece imposible, tendremos que implorar la ayuda de Dios para ir dando pasos posibles y necesarios en esta dirección. La eucaristía de cada domingo debe ser también celebración de lo que vamos avanzando en esta dirección.

Le pedimos al Señor que nos abra los ojos para valorar este mensaje, que por lo menos lo tengamos presente en nuestras actitudes, y que el reconocer nuestro fallos, nos de la fuerza suficiente para seguir intentándolo.


Comentarios de José Antonio Pagola
SIN ESPERAR NADA

¿Por qué tanta gente vive secretamente insatisfecha? ¿Por qué tantos hombres y mujeres encuentran la vida monótona, trivial, insípida? ¿Por qué se aburren en medio de su bienestar? ¿Qué les falta para encontrar de nuevo la alegría de vivir?

Quizás, la existencia de muchos cambiaría y adquiriría otro color y otra vida sencillamente si aprendieran a amar gratis a alguien. Lo quiera o no, el ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad escuchar las palabras de Jesús: «Haced el bien… sin esperar nada». Puede ser el secreto de la vida. Lo que puede devolvernos la alegría de vivir.

Es fácil terminar sin amar a nadie de manera verdaderamente gratuita. No hago daño a nadie. No me meto en los problemas de los demás. Respeto los derechos de los otros. Vivo mi vida. Ya tengo bastante con preocuparme de mí y de mis cosas.

Pero eso, ¿es vida? ¿Vivir despreocupado de todos, reducido a mi trabajo, mi profesión o mi oficio, impermeable a los problemas de los demás, ajeno a los sufrimientos de la gente, me encierro en mi «campana de cristal”?

Vivimos en una sociedad en donde es difícil aprender a amar gratuitamente. Casi siempre preguntamos: ¿Para qué sirve? ¿Es útil? ¿Qué gano con esto? Todo lo calculamos y lo medimos. Nos hemos hecho a la idea de que todo se obtiene «comprando»: alimentos, vestido, vivienda, transporte, diversión…. Y así corremos el riesgo de convertir todas nuestras relaciones en puro intercambio de servicios.

Pero, el amor, la amistad, la acogida, la solidaridad, la cercanía, la confianza, la lucha por el débil, la esperanza, la alegría interior… no se obtienen con dinero. Son algo gratuito, que se ofrece sin esperar nada a cambio, si no es el crecimiento y la vida del otro.

Los primeros cristianos, al hablar del amor utilizaban la palabra ágape, precisamente para subrayar más esta dimensión de gratuidad, en contraposición al amor entendido sólo como eros y que tenía para muchos una resonancia de interés y egoísmo.

Entre nosotros hay personas que sólo pueden recibir un amor gratuito, pues apenas tienen nada que poder devolver a quien se les quiera acercar. Personas solas, maltratadas por la vida, incomprendidas por casi todos, empobrecidas por la sociedad, sin apenas salida en la vida.

Aquel gran profeta que fue Hélder Câmara nos recuerda la invitación de Jesús con estas palabras: «Para liberarte de ti mismo lanza un puente más allá del abismo que tu egoísmo ha creado. Intenta ver más allá de ti mismo. Intenta escuchar a algún otro, y, sobre todo, prueba a esforzarte por amar en vez de amarte a ti solo».

NADA HAY MAS IMPORTANTE

Para muchas personas, el perdón es una palabra sin apenas contenido real. La consideran un valor con el que se identifican interiormente, pero nunca han pedido perdón ni lo han concedido. No han tenido ocasión de experimentar personalmente la dificultad que encierra ni tampoco la riqueza que entraña el acto de perdonar.

Sin embargo, el clima social que se ha generado entre nosotros, con enfrentamientos callejeros, insultos, amenazas y agresiones, al mismo tiempo que abre heridas y despierta sentimientos de odio y rechazo mutuo, está exigiendo, a mi juicio, un planteamiento realista del perdón.

Las posturas ante el perdón son diferentes. Muchos lo rechazan como algo inoportuno e inútil. En algunos sectores se escucha que hay que «endurecer» la dinámica de la lucha, «hacer sufrir» a todos, «presionar» con violencia a la sociedad entera; desde esta perspectiva, el perdón sólo sirve para «debilitar» o «frenar» la lucha; hay que llamar al pueblo a todo menos al perdón. En otros sectores, se dice que es necesario «mano dura», «cortar por lo sano», «devolver con la misma moneda»; el perdón sería, entonces, un «estorbo» para actuar con eficacia.

Otros lo consideran, más bien, como una actitud sublime y hasta heroica, que está bien reconocer, pero que en estos momentos es mejor dejar a un lado como algo imposible. Ya hablaremos de perdón, amnistía y reconciliación cuando se den las condiciones adecuadas. Por ahora es más realista y práctico alimentar la agresividad y el odio mutuo.

Hay, además, quienes se erigen en jueces supremos que dictaminan lo que se podría tal vez perdonar y lo que resulta «imperdonable». Ellos son los que deciden cuándo, cómo y en qué circunstancias se puede conceder el perdón. Por otra parte, si se perdona, será para recordar siempre al otro que ha sido perdonado; el perdón se convierte así en lo que el filósofo francés, Olivier Abel, llama «eternización del resentimiento».

Sé que no es fácil hablar del perdón en una situación como la nuestra. ¿Cómo perdonar a quien no se considera culpable ni se arrepiente de nada?, ¿a quién perdonar cuando uno se siente herido por un colectivo?, ¿qué significa perdonar cuando, al mismo tiempo, es necesario exigir en justicia la sanción que restaure el orden social? Cuestiones graves todas ellas, que muestran el carácter complejo del perdón cuando se plantea con rigor y realismo.

Sin embargo, hay algo que para mí está claro. Nada hay más importante que ser humano. Y estoy convencido de que el hombre es más humano cuando perdona que cuando odia. Es más sano y noble cuando cultiva el respeto a la dignidad del otro que cuando alimenta en su corazón el rencor y el ánimo de venganza.

Entre nosotros se está olvidando que lo primero es ser humanos. Inmenso error. Un pueblo camina hacia su decadencia cuando las ideologías y los objetivos políticos son usados contra el hombre. Mientras tanto, el mensaje de Jesús sigue siendo un reto: «Haced el bien a los que os odian.»

¿QUÉ ES PERDONAR?

El mensaje de Jesús es claro y rotundo: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian».

¿Qué podemos hacer con estas palabras?, ¿suprimirlas del Evangelio?, ¿tacharlas como algo absurdo e imposible?, ¿dar rienda suelta a nuestra irritación? Tal vez, hemos de empezar por conocer mejor el proceso del perdón.

Es importante, en primer lugar, entender y aceptar los sentimientos de cólera, rebelión o agresividad que nacen en nosotros. Es normal. Estamos heridos. Para no hacernos todavía más daño, necesitamos recuperar en lo posible la paz y la fuerza interior que nos ayuden a reaccionar de manera sana.

La primera decisión del que perdona es no vengarse. No es fácil. La venganza es la respuesta casi instintiva que nos nace de dentro cuando nos han herido o humillado. Buscamos compensar nuestro sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño. Para perdonar es importante no gastar energías en imaginar nuestra revancha.

Es decisivo, sobre todo, no alimentar nuestro resentimiento. No permitir que la hostilidad y el odio se instalen para siempre en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia; el que perdona no renuncia a sus derechos. Lo importante es irnos curando del daño que nos han hecho.

Perdonar puede exigir tiempo. El perdón no consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo. Por lo general, el perdón es el final de un proceso en el que intervienen también la sensibilidad, la comprensión, la lucidez y, en el caso del creyente, la fe en un Dios de cuyo perdón vivimos todos. Para perdonar es necesario a veces compartir con alguien nuestros sentimientos, recuerdos y reacciones. Perdonar no quiere decir olvidar el daño que nos han hecho, pero sí recordarlo de otra manera menos dañosa para el ofensor y para uno mismo.

El que llega a perdonar se vuelve a sentir mejor. Es capaz de desear el bien a todos incluso a quienes lo habían herido.

Quien va entendiendo así el perdón, comprende que el mensaje de Jesús, lejos de ser algo imposible e irritante, es el camino más acertado para ir curando las relaciones humanas, siempre amenazadas por nuestras injusticias y conflictos.

http://www.musicaliturgica.com


La novedad cristiana -¡y misionera!- del perdón al enemigo
Romeo Ballan, mccj

¡Un mensaje inaudito, sobrecogedor, más allá de toda lógica! Sin embargo, Jesús nos lo propone -es más, ¡lo ordena!- en el Evangelio de hoy: “Amen a sus enemigos… hagan el bien… bendigan… oren por los que los injurian” (v. 27-28). La orden es única -amar y perdonar al enemigo- y Jesús la subraya con cuatro verbos sinónimos. Estas órdenes de Jesús en su discurso inaugural no nacen de teorías, son elementos autobiográficos, momentos de su vida: Él ha experimentado el amor y el perdón al enemigo. Por eso nos ha dato ante todo el ejemplo, además de la invitación a imitarlo. Nos basta pensar en Jesús que en la cruz ruega al Padre por quienes lo están crucificando: “Padre, perdónales…” (Lc 23,34). Jesús sigue revelando su autorretrato. Había empezado en el discurso programático de las Bienaventuranzas (Evangelio del domingo pasado), hablando de sí mismo: pobre, perseguido… Hoy Él desarrolla el mismo tema, evidenciándonos hasta qué punto ha amado -y hay que amar- a los enemigos.

¿Un mensaje imposible de realizar? Por supuesto, si no existieran el ejemplo de Cristo, la ayuda de su gracia y el testimonio de cristianos -más numerosos de lo que se piensa- que han sido capaces de perdonar y de responder al mal con el bien. Nos encontramos ante una novedad cualitativa del Evangelio, que supera los contenidos de las otras religiones. En efecto, el amor al enemigo y el perdón no se hallan en las culturas de los pueblos; son auténticas novedades misioneras del Evangelio. El gesto de David que perdona la vida del rey Saúl (I lectura) es ciertamente magnánimo, pero se limita a no hacer mal al enemigo. Jesús nos invita a ir más allá: amen… hagan el bien a los que los odian (v. 27). Hay que subrayar la razón que mueve a David a cumplir su gesto de clemencia: respetar al “ungido del Señor” (v. 9.23). Toda persona es imagen de Dios, aunque afeada. Por tanto, ¡hay que respetarla!

El mensaje de Jesús sobre el amor y el perdón al enemigo revela el rostro auténtico de Dios: “Sean misericordiosos (compasivos), como su Padre es misericordioso” (v. 36). Hay que leer estas palabras paralelamente a las de Mateo: “Sean perfectos, como el Padre…” (Mt 5,48). Pero con una diferencia y una novedad importantes: Mateo se dirige a un público judío-cristiano con experiencia de la ley y de su cumplimiento ‘perfecto’. Lucas, en cambio, habla a personas procedentes del mundo pagano y escoge el término ‘misericordia’ para designar el rostro de Dios: Padre “rico en misericordia” (Ef 2,4).

Jesús ha optado por un rechazo total, enérgico, a la violencia. ¡De todo tipo! Venga de donde viniere. Él enseña a resolver los conflictos con métodos pacíficos, no-violentos: los métodos de Dios, amante de la vida y de la paz. Jesús no nos ordena sentir ‘simpatía’ por el que nos hace mal, ni tampoco ‘olvidar’: dos actitudes psicológicas y emocionales que no dependen de un acto de voluntad. Su mensaje va más allá. Recomienda el diálogo en diferentes instancias y no excluye tampoco legítimas sanciones (Mt 18,15-17). Indica sobre todo caminos nuevos, tales como el perdón y la oración: “oren por los que los injurian” (v. 28-30).

Con la oración el hombre entra en el mundo de Dios, sintoniza con la manera de pensar y de actuar de Dios; comprende que el Padre misericordioso no rechaza nunca a nadie y perdona a todos, siempre. “Perdonar” quiere decir “hiper-donar”, donar más, dar en exceso: algo propio de Dios y del que vive como Él. El hombre aprende de Dios a perdonar y recibe de Él la fuerza para hacerlo. Amar y perdonar al enemigo serían valores inviables, si estuviéramos abandonados a nosotros mismos. Nos hace falta un suplemento de energía, que solo Dios nos puede dar. Perdonar es un don que purifica el corazón y libera de la agresividad; perdonar es una gracia que Dios otorga al que se la pide; perdonar es posible para el que primeramente ha hecho la experiencia del amor gratuito y universal de Dios. Da prueba de ello la vida de muchos personajes ligados a la historia misionera.

– Empezando por el primer mártir de la Iglesia: el diácono San Esteban, en Jerusalén, aun bajo una granizada de piedras, oraba de rodillas por sus asesinos (Hch 7,60).

– En los comienzos de la evangelización de Japón, el jesuita S. Pablo Miki, mientras moría crucificado junto con 25 compañeros sobre la colina de Nagasaki (1597), declaró: “Con gusto le perdono al emperador y a todos los responsables de mi muerte, y les ruego que se instruyan en torno al bautismo cristiano”.

– S. Josefina Bakhita, africana nacida en Sudán, vendida cinco veces como esclava, al final de su vida (1947) afirmaba no haber guardado nunca rencor a los que le habían hecho mal.

– La B. Clementina Anuarite, joven religiosa congoleña (24 años), tuvo la fuerza de decirle al jefe de los rebeldes ‘simba’ que la estaba matando (Isiro, 1964): “Yo te perdono”.

– La B. Leonela Sgorbati, italiana de 66 años, misionera de la Consolata en Somalia, herida mortalmente (2006) mientras iba a trabajar en el hospital, repitió tres veces: “Yo perdono, perdono, perdono”.

– Todos recordamos el gesto de perdón de S. Juan Pablo II hacia su agresor, Alí Agcá (1981).

Estos testigos -y muchos otros menos conocidos- han descubierto la cumbre de las Bienaventuranzas: ¡la fuerza, el gozo de perdonar!


CUANDO DESCUBRA QUE NO HAY ENEMIGO, PODRÉ AMAR A TODOS
Fray Marcos

Seguimos con el sermón del llano de Lc. Después de las bienaventuranzas, nos propone otro de los hitos del mensaje evangélico: “Amad a vuestros enemigos”. Es el único dato que puede convencernos de que cumplimos la propuesta “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Tampoco es fácil entenderlo, mejor dicho, es imposible entenderlo si no se tiene la vivencia de unidad con Dios. Como programación o como obligación venida de fuera, nunca tendrá éxito, aunque el que lo proponga sea el mismo Dios. Que somos hijos de Adán (carnales) es evidente. Para ser hijos del Espíritu y dejarnos guiar por él, hay que nacer de nuevo.
Si sigo pensando que estas exigencias son demasiado radicales, es que no he entendido nada del mensaje evangélico; aún estás pensándote como individualidad separada y egótica; no te has enterado de lo que realmente eres. Es un planteamiento existencial, que va más allá de toda comprensión racional. Compromete al ser entero, porque se trata de dar sentido a toda mi existencia. Es verdad que desbarata el concepto de justicia del todo el AT y también el del Derecho Romano, que nosotros manejamos. Pagar a cada uno según sus obras o la ley del talión, quedan superadas; a años luz del “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
El amor al enemigo es la única garantía de que está en nosotros el amor de Dios, el que nos pide Jesús en el evangelio. La falta de amor hacia uno solo de los seres humanos es la certeza absoluta de que nuestro Amor (ágape) es cero. Todo lo demás, sin ese amor al enemigo, es egoísmo camuflado, y nuestra vida espiritual será una farsa. Todo lo que normalmente llamamos amor no pasa de ser instinto, pasión, interés, amistad, que buscamos para potenciar el yo periférico, superficial. En el fondo no es más que egoísmo. Pero si anida en nosotros el más mínimo odio a una sola persona, entonces es evidente que estamos en las antípodas del evangelio. En esta materia no sirve de nada engañarnos a nosotros mismos.
Debemos distinguir entre el enemigo sujeto activo: el que odia a otro y el enemigo objeto, el que es aborrecido. Normalmente ponemos la meta de nuestra moral en no hacernos enemigo de nadie, es decir, no odiar o aborrecer a nadie. Pero Jesús no se contenta con eso. El evangelio nos pide que debiéramos contestar con amor al odio expresado por el que nos tiene aversión y está haciendo todo lo posible por machacarnos. Tampoco se trata de que le tengamos simpatía o amistad. Los sentimientos son anteriores a nuestra voluntad y no podemos impedirlos. El texto griego dice “agapate”, imperativo de “agapao”. Ya sabéis que este verbo significa, para los primeros cristianos, el amor de Dios que se manifestó en Jesús. Se nos pide que amemos con el mismo amor con que Dios nos ama. Yo no puedo tener simpatía hacia el que me está haciendo daño, pero puedo considerar que hay algo en ese sujeto por lo que Dios le ama; y yo estoy obligado a considerar ese aspecto que me permita amarlo a pesar de su actitud y de sus actos.
Esto quiere decir que el amor que nos pide Jesús no está provocado por las cualida­des del otro, si no que es consecuencia exclusiva de una maduración personal. En la vida normal damos por supuesto que tenemos que amar a la persona amable; que debemos acercar­nos a las personas que nos pueden apartar algo. No es eso lo que nos pide el evangelio. Dios ama a todos los seres, no por lo que son, sino por lo que Él es. No porque son buenos, sino porque Él es bueno. Fijaos lo retorci­dos que somos los humanos, que en vez de entrar en la dinámica del amor gratuito y desinteresado de Dios, le hemos metido a Él en la dinámica de nuestro raquítico amor. De esa manera predicamos un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos y nos quedamos tan anchos. Si pensamos que Dios ama solo a los buenos, ¡qué puedo hacer yo!

El Amor no puede ser nunca consecuencia de un mandamiento. Cualquier forma de programación es lo más contrario al amor que podamos imaginar. Para nada valen propósitos y voluntarismos. Ésta es la causa de tanto fracaso espiritual. El amor de que habla el evangelio, como todo amor, tiene que ser consecuencia de un conocimiento. Me lo habéis oído muchas veces: la voluntad es una potencia ciega, no tiene capacidad ninguna de elección. Solo puede ser movida por un objeto que la inteligencia le presente como bueno. Lo que le es presentado como malo, lo rechaza sin paliativos, no puede hacer otra cosa. Cuando en la vida real, repetimos una y otra vez una acción que consideramos mala, es que, en el fondo, no hemos descubierto la razón de mal en esa acción, y solamente la hemos considerado mala como fruto de una programación externa o una obligación impuesta. Esta es la causa de todos los conflictos de conciencia.
Pero ese conocimiento que nos lleve a descubrir como algo bueno el amor al enemigo, no puede ser el que nos dan los sentidos ni el razonamiento discursivo, que ha surgido exclusivamente para apoyar a los sentidos y garantizar la vida individual. El conocimiento que me lleve a amar al enemigo tiene que venir de otra parte. Tiene que ser una toma de conciencia de lo que realmente soy, y por ese camino, descubrir los que son los demás. Nace del conocimiento de mi ser. El verdadero amor es lo contrario del egoísmo. Llamamos egoísmo a una búsqueda del interés individual del falso yo. Cuando descubro que mi verdadero ser y el ser del otro se identifican, no necesitaré más razones para amarle. De la misma manera que no tengo que hacer ningún esfuerzo para amar todos los miembros de mi cuerpo, aunque estén enfermos y me duelan.
No podemos esperar que este Amor que se nos pide en el evangelio, sea algo espontáneo. Todo lo contrario, va contra la esencia del ADN que nos empuja al egoísmo, es decir a hacer todo aquello que puede afianzar nuestro ser biológico y a evitar todo lo que pueda dañarlo. Para dar el paso de lo biológico a lo espiritual, el ser humano tiene que recorrer un proceso de aprendizaje inteligente, pero más allá de la razón. Solo la intuición puede llevarle al verdadero conocimiento, del que saldrá como consecuencia, el verdadero Amor. Tiene que descubrir su verdadero fin, ante el cual todo lo demás, hasta la conserva­ción de la vida, no es más que un medio.
El motivo que apunta el evangelio para ese amor, tiene mucha miga. “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Mt es más radical y habla de “sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto.” Se nos pide que nos comportemos como hijos de Dios. Ser hijo quiere decir salir al padre, comportarse como el padre. Sólo alcanzando una conciencia clara de ser hijos, podremos considerarnos hermanos. Para los judíos, el concepto de hijo estaba mucho más ligado a la relación humana entre padre e hijo, que a la biológica. Hijo era el que salía al padre, el que cumplía en todo la voluntad del padre, el que imitaba en todo al padre, el que, donde quiere que fuera, hacía presente al padre, porque se comportaba como él se hubiera comportado. Alcanzar la plenitud humana, es imitar a Dios como Padre. Por eso Jesús consideró a Dios como único Padre.
Lo difícil es compaginar este amor con la lucha por la justicia, por los derechos humanos. Jesús habla de no oprimir, pero también, de no dejarse oprimir. Tenemos la obligación de enfrentarnos a todo el que oprime a otro o trata de oprimirme a mí. Tolerar la violencia es hacerse cómplice de esa violencia. Si no ayudamos a los demás a conseguir los derechos mínimos que no se le pueden negar a un ser humano, se nos calificará, con razón, de inhumanos. Pero la defensa de la justicia, nunca se debe hacer con odio o venganza. Sin la experiencia interior, será imposible armonizar la lucha por la justicia y el verdadero amor, menos aún con violencia. Sin renunciar a la lucha por la justicia, debemos tener claro que esa lucha, tenemos que llevarla a cabo con amor.

http://www.feadulta.com


¿QUÉ HACES GRATIS?
Fernando Armellini

Introducción

Ernesto dice, frente a sus colegas en la escuela: “Respeto a todos, pero si secuestran a mi hijo, mato a los responsables”. José es un empleado; un día llega a su casa molesto de ira por la injusticia sufrida y confiesa a su esposa: “¡Luis me las va a pagar! Cuando necesite un favor, tendrá que pedírmelo de rodillas y lo haré esperar hasta cuando yo quiera”. A Jorge, un joyero, lo robaron tres veces y también fue amenazado de muerte; ahora tiene un arma a mano para defenderse.

Vamos a evaluar estas tres actitudes. Todos estamos de acuerdo en considerar que Ernesto, José y Jorge no son malos: no atacan a los que hacen el bien; simplemente reaccionan contra los que hacen el mal. La violencia, las represalias y la venganza tienen su propia lógica y pueden justificarse.

Tal vez no compartimos la forma en que intentan restaurar la justicia, pero el objetivo al que apuntan los tres no es el mal. Solo quieren castigar y disuadir a quienes cometen acciones reprensibles. Podríamos decir que solo son personas: responden al bien con el bien y con el mal a lo que es malo. ¿Pero es suficiente ser considerado cristiano por ser justo?

Quien se transforma interiormente por el Amor y por el Espíritu de Cristo va más allá de la lógica de las personas y coloca en el mundo un nuevo signo: el amor hacia aquellos que no lo merecen.

Evangelio: Lucas 6,27-38

Después de proclamar benditos a los discípulos porque son pobres, tienen hambre, lloran, son perseguidos, Jesús se dirige a las multitudes que lo escuchan y enuncia un principio impactante: “Ama a tus enemigos, haz el bien a los que te odian … y ora por los que te tratan mal” (vv. 27-28). Cuatro imperativos: amar, hacer el bien, bendecir, ¡orar! Eso no deja ninguna duda sobre cómo debe comportarse un cristiano ante el mal. Son la evidencia inequívoca de que Jesús rechaza, en los términos más fuertes, el uso de la violencia.

Contra los culpables reaccionamos instintivamente con la agresión. Creemos que, haciéndole pagar su culpa, se restablece la justicia y todos reciben una lección en la vida. Jesús no está de acuerdo con soluciones tan apresuradas. Repudia el uso de la violencia porque esto nunca mejora las situaciones. Esto lo complica aún más y no ayuda a los malvados a mejorar. Lo aplasta, desencadena el odio y despierta el deseo de venganza. La única actitud que crea lo nuevo es el amor.

Hay cristianos que reconocen muy honestamente que, al intentarlo, lograron amar a quienes les causaron daños irreparables: aquellos que los difamaron, arruinaron su carrera y destruyeron la serenidad y la paz en su familia –que puede suceder– cuando alguien mata a un miembro de la familia. Jesús no exige que nos hagamos amigos de quienes nos hacen daño. Ni siquiera sintió simpatía por Anás y Caifás, los fariseos, ni por Herodes, al que apodó ‘zorro’ (Lc 13,32), ni por Herodías, que mató al Bautista (Mc 6,14-29). La simpatía está más allá de nuestro control; no puede ser mandada, surge espontáneamente entre personas que se respetan, que están sintonizadas entre sí.

El Maestro pide amar; eso implica trasladar la mirada, desde los propios derechos, a las necesidades del otro. No es suficiente no responder al mal con el mal, con un insulto al daño. Uno tiene que controlarse para aceptar a los demás. Es imprescindible dar siempre el primer paso para llegar a alguien que nos hizo el mal, para ayudarlo a salir de su difícil situación.

No es fácil. Por eso se recomienda la oración. Solo la oración desata la agresión, desarma el corazón, comunica los sentimientos del Padre que está en el cielo, da la fuerza que proviene del amor de Dios. La oración por el enemigo es el punto más alto del amor porque presupone un corazón dispuesto a purificarse de todas las formas de odio. Cuando uno se pone delante de Dios, no puede mentir. Uno solo puede pedirle que se llene con el bien al que hace el mal, y cuando uno se las arregla para orar de esta manera, el corazón está en sintonía con el corazón del Padre que está en el cielo, quien solo puede pedir que llenemos con deseos de bien al que está dolido. Y cuando puedes orar así, tu corazón está en sintonía con el del Padre que está en el cielo, “que hace salir el Sol sobre los malos y los buenos, y que llueva tanto sobre los justos como los injustos” (Mt 5,45).

En la segunda parte del pasaje, Jesús explica su solicitud con cuatro ejemplos concretos: “Al que te golpee en una mejilla, ofrécele la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica; da a todo el que te pide; al que te quite algo no se lo reclames” (vv. 29-30). A los discípulos no les está prohibido exigir justicia, defender su propio derecho, proteger sus propiedades, su honor y su vida. No son cobardes que toleran la opresión, el abuso de poder, el hostigamiento hacia los débiles.

El amor no significa aguantar en silencio, sin reaccionar. El cristiano está muy activamente comprometido con poner fin a la injusticia, la intimidación y los robos. Para restablecer la justicia, rechaza los métodos condenados por el Evangelio. No recurre a las armas, a la violencia, a la falsedad, al odio, a la venganza. “Él no paga el mal con el mal… Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber …. No permitas que el mal te derrote, sino vence al mal con el bien” (Rom 12,17-21). Cuando uno no puede restaurar la justicia con medios evangélicos, lo que queda para el cristiano es tener paciencia. Esta virtud indica la capacidad de soportar, resistir bajo un peso pesado. Cuando el único camino que queda abierto es lastimar a un hermano, el que es capaz de soportar el peso de la injusticia demuestra que es discípulo de Cristo.

El pasaje continúa con la llamada regla de oro: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes” (v. 31). No significa que nuestro egoísmo debe ser la medida del bien que hagamos. Jesús solo da un sabio consejo sobre qué hacer para ayudar a los que están en dificultades. Él sugiere que nos hagamos esta pregunta: Si estuviéramos en su condición, ¿qué nos gustaría que otros hicieran por nosotros? ¿Cómo nos gustaría ser ayudados? ¿Seríamos felices si nos atacaran, nos humillaran y usasen violencia contra nosotros? Seamos honestos cuando exigimos justicia por un mal sufrido. A menudo no buscamos el bien del otro; solo pensamos en vengarnos. Observamos, por ejemplo, cómo, frente a un delincuente, el comportamiento del juez es diferente al de la madre. El primero emite su juicio sobre la base de un código y desea restablecer el estado de derecho; el segundo pasa por arriba a todos los códigos, se guía por su amor y solo piensa en recuperar al hijo.

En los siguientes versículos (vv. 32-34), Jesús considera tres casos de personas “justas”: aman a quienes los aman, hacen bien a aquellos de quienes reciben bien y hacen préstamos y luego son retribuidos. Estas son personas que hacen buenas obras, sin duda, pero su comportamiento aun puede ser dictado por el cálculo, buscando una ventaja.

La expresión “¿qué mérito tienes?”, repetida tres veces en estos versículos, traduce erróneamente el griego original. Es el texto paralelo de Mateo el que habla de ‘méritos’ (Mt 5,46). Lucas elige en cambio, y con mucha finura, otro término. Dice: “¿dónde está tu gracia?” (es decir: “¿qué haces gratis?”). Es ‘la propina’ lo que caracteriza la acción del cristiano, lo que nos permite identificar, inequívocamente, a los hijos de Dios.

Jesús continúa: “Ama a tus enemigos” (v. 35). Aquí se indica la situación privilegiada en la que es posible manifestar amor gratuito. Aquí tocamos el pináculo de la ética cristiana. La propuesta de Jesús fue anticipada en algunos textos del Antiguo Testamento: “Si ves que el buey o el asno de tu enemigo se extravían, devuélvelo. Cuando veas a un burro de un hombre que te odia caer bajo su carga, no pases de largo; ayúdalo” (Éx 23,4-5; cf. Lev 19,17-18.33-34).

Incluso los sabios paganos dieron consejos similares. Recordamos a Epicteto –“Si te golpean como a un burro, haz como el burro, que al ser golpeado, ama a quien lo golpea como padre de todos, como a un hermano”– y a Séneca –“Si quieres imitar a los dioses, haz bien también a los ingratos, porque el sol también se levanta sobre los impíos”. Al parecer, las declaraciones de los filósofos estoicos mencionados parecen idénticas a las del Evangelio; en realidad, responden a una perspectiva radicalmente diferente.

“Haz el bien y presta sin esperar nada a cambio”, sugiere Jesús (v. 35). Y esta recomendación excluye toda búsqueda de una ventaja propia, incluso espiritual. A diferencia de los estoicos, que no actuaban por el bien de los demás, sino que buscaban el logro de la paz interior, de la imperturbabilidad, del completo dominio de sí mismos, el discípulo de Cristo no se deja tocar por ningún pensamiento egoísta, ninguna complacencia, ninguna búsqueda de gratificación personal. Ni siquiera piensa en acumular méritos para el cielo. Ama y cede en pura pérdida.

¿Qué recompensa recibirán aquellos que son guiados por este amor desinteresado? “¡Será genial!”, responde Jesús. ¿Tendrán un lugar mejor en el cielo? No, mucho más: “Así será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados” (v. 35). Este será el premio: la similitud con el Padre, su propia felicidad, experimentando, ya en esta Tierra, la alegría inefable que experimenta quien ama sin esperar nada a cambio.

El pasaje termina con la exhortación a los miembros de la comunidad cristiana para que hagan visible ante los ojos de los hombres el rostro del Padre celestial (vv. 36-38). En el Antiguo Testamento, Dios se presenta a sí mismo con las siguientes palabras: “El Señor es un Dios compasivo y clemente, rico en bondad y lealtad” (Éx 34,6).

El primer rasgo de la misericordia es que no debe identificarse con la compasión, la tolerancia, el perdón por las ofensas. Misericordioso significa, en lenguaje bíblico, “ser sensible al dolor, a las desgracias y a las necesidades de los pobres y desafortunados”. Dios no solo siente esta emoción, sino que interviene realizando acciones de Amor y Salvación.

Jesús invita a sus discípulos a cultivar sentimientos e imitar las acciones del Padre que está en el cielo. Con dos prohibiciones (no juzgar, no condenar) y dos advertencias positivas (perdonar, dar), también explica cómo imitar la conducta del Padre. Quien está en sintonía con los pensamientos, sentimientos y comportamientos de Dios no pronuncia las oraciones de condena contra el hermano. El Padre, que conoce los corazones, no lo hace ni lo hará ni siquiera al final de los tiempos. Quien tiene una mirada tan penetrante como la suya, quien ve a una persona como la ve el Padre del cielo, no condena a nadie. “¿Cómo podré dejarte? Me das un vuelco el corazón, se conmueven mis entrañas” (Os 11,8) y se compromete de todas las maneras para que vuelva a la Vida.

En consecuencia, podríamos resumir el mensaje del Evangelio diciendo que hay tres categorías de personas: en el peldaño más bajo, están los malvados (aquellos que, aunque reciben el bien, hacen el mal); más alto están los justos (aquellos que responden al bien con el bien y el mal con el mal) y, finalmente, hay quienes responden al mal con el bien. Solo ellos son hijos de Dios y reproducen en sí mismos el comportamiento del Padre.

http://www.bibleclaret.org