¡Vayan y anuncien al Señor Resucitado!

Después de instruir a sus discípulos, Jesús los envía a sanar a los que están enfermos, a expulsar a los demonios y a comunicar que el Reino está cerca (Mc 16,15).

Por: P. Wédipo Paixão, mccj

Impulsados por este mandato y debido al camino emprendido para seguir a Jesús, algunos católicos (jóvenes y adultos) fuimos durante Semana Santa de campo misión a los rincones más remotos de nuestro país para compartir nuestra experiencia de fe y amor.

En el encuentro con «los otros» descubrimos al Maestro, y al compartir con ellos, nos enriquecimos mutuamente. Pero esta riqueza no sólo puede experimentarse durante una semana y una vez por año, sino que debe vivirse cada día. Nuestro compromiso con Cristo no descansa y, a donde quiera que vayamos, llevamos con nosotros esta identidad de discípulos y misioneros.

El mundo necesita escuchar nuevamente: ¡El Señor está vivo y camina con nosotros! Avanza con nosotros, porque nuestra vida es dinámica y pasamos por diversas experiencias, algunas buenas y otras no tanto, pero siempre iluminados por el Espíritu de Aquél que venció a la muerte, para que nosotros también superemos los desafíos de nuestra vida.

Somos invitados, es decir, llamados a anunciar siempre esta Buena Noticia de vida y plenitud. En la Evangelli gaudium, el papa Francisco nos dice que «somos discípulos de la mañana de domingo, de la alegría del Resucitado» (EG 2). Así se confirma una vez más nuestra vocación a la vida, al llamado que el Señor nos hace para transformar nuestra existencia en don para los demás, como Él lo hizo.

En el testamento que Jesús deja a sus discípulos, Él dice: «Aquél que ama, entrega su vida al servicio de los demás (cf Jn 15,13); esta renuncia de sí mismos no acontece de forma metafórica, sino que se manifiesta en la vida cotidiana, pues el amor es un desprendimiento consciente de sí hacia otras personas.

Hoy, en esta realidad marcada por tantos desafíos, tenemos la oportunidad de reflexionar: ¿Somos conscientes de que también nosotros damos la vida por otros? En verdad, de eso se trata la vida, de entregarla conscientemente, como podamos y en donde vivimos: en el trabajo, en la escuela, en la casa, con los amigos, en el tiempo libre… en lugar de estarla desperdiciando sin motivo, sin beneficio ni sentido alguno.

Amar a los demás nos conduce a preferir decisiones más allá de nuestros propios intereses, a tomar en cuenta el bien común. Cuando se trata de una vocación, sobre todo a la vida misionera, sacerdotal o religiosa, no debemos quedarnos paralizados por el miedo; temor que se traduce en nuestra falta de confianza en Dios que nos pide ser felices y dejar a la familia y el apego a los bienes, para ir más allá de las fronteras.

Esto no difiere de lo que los discípulos sintieron, por ello Jesús nos dice: «No tengan miedo, soy yo… estoy con ustedes» (cf Mt 28,10-20). Cuando sintamos miedo, Cristo nos invita a lanzarnos a la misión y a confiar en su amor y su presencia, para hacer del Reino de Dios un plan personal de vida.
El Señor nos invita, nos consagra y envía para responder a ese llamado de ser discípulos del Resucitado, y para ir al encuentro de quienes han perdido la esperanza, incluso la fe en Dios y en la vida misma. Entonces, ¿por qué no escoger el camino misionero para ir por el mundo y anunciar a todos el amor de Dios?