V Domingo ordinario. Año C
Lucas 5,1-11
En aquel tiempo la gente se agolpaba junto a él para escuchar la Palabra de Dios, mientras él estaba a la orilla del lago de Genesaret. Vio dos barcas junto a la orilla; los pescadores se habían bajado y estaban lavando sus redes. Subiendo a una de las barcas, la de Simón, le pidió que se apartase un poco de la orilla. Se sentó y se puso a enseñar a la multitud desde la barca. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Navega lago adentro y echa las redes para pescar”. Le replicó Simón: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes”. Lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Llegaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús y dijo “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!”, ya que el temor se había apoderado de él y de todos sus compañeros por la cantidad de peces que habían pescado. Lo mismo sucedía a Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas, en adelante serás pescador de hombres”. Entonces, amarrando las barcas, lo dejaron todo y lo siguieron.
La fuerza del Evangelio
José A. Pagola
El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.
El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios. No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.
No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.
También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.
En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de manera imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años. No hemos de engañarnos.
Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.
Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos “haciendo cosas” desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?
¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo?. Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas, sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo se despierta cuando las personas se encuentran con testigos que irradian el fuego de Jesús.
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Todos estamos llamados a ser más, sin límites
Fray Marcos
Empezamos hoy el capítulo 5 del evangelio de Lc con un episodio múltiple: La multitud que se agolpa en torno a Jesús para escuchar la palabra de Dios; la enseñanza desde la barca; la invitación a remar mar adentro; pesca inesperada; la confesión de la indignidad de Pedro; la llamada de los discípulos y el inmediato seguimiento. No nos dice de qué les habla Jesús, pero lo que sigue, nos da la verdadera pista para descubrir de qué se trata.
Este relato tiene gran parecido con el que Jn narra en el capítulo 21, después de la resurrección. Allí es Pedro el que va a pescar en su barca. Se habla de una noche de pesca sin fruto alguno y Jesús les manda, contra toda lógica, que echen las redes a esa hora de la mañana. El mismo resultado de abundante pesca y la precipitada decisión de Pedro de ir hacia Jesús. Dado el simbolismo que envuelve el relato, tiene más sentido en un ambiente pascual. Pedro llama a Jesús “Señor”, título que solo los primeros cristianos le dieron.
Hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada. El hecho de que la pesca abundante sea precedida de un total fracaso tiene un significado teológico muy profundo. ¿Quién no ha tenido la sensación de haber trabajado en vano durante décadas? Solo tendremos éxito cuando actuemos en nombre de Jesús. Esto quiere decir que debemos actuar de acuerdo con su actitud vital, más allá de nuestras posiciones raquíticas y a ras de tierra. Esa actitud vital no se puede dar por hecho solo por decir: por Jesucristo nuestro Señor.
Rema mar adentro. La multitud se queda en tierra, solo Pedro y los suyos (muy pocos) se adentran en lo profundo. Esta sugerencia de Jesús es también simbólica. En griego “bados” y en latín “altum” significan profundidad (alta mar), y expresa mejor el simbolismo. Solo de las profundidades del hombre se puede sacar lo más auténtico. Todo lo que buscamos en vano en la superficie, está dentro de nosotros mismos. Pero ir más adentro exige traspasar las falsas seguridades del yo superficial y adentrarse en aguas incontroladas. Adentrarse en lo que no controlamos exige una fe-confianza auténtica. Decía Teilhard de Chardin: “Cuando bajaba a lo hondo de mi ser, dejé de hacer pie y parecía que me deslizaba hacia el vacío”.
Fiado en tu palabra, echaré las redes. El que Pedro se fíe de la palabra de Jesús, que le manda contra toda lógica, echar las redes a una hora impropia, tiene mucha miga. Las tareas importantes las debemos hacer siempre fiándonos de otro. Tenemos que dejarnos conducir por la Vida. Cuando intentamos domesticar y controlar lo que es más que nosotros, aseguramos nuestro fracaso. El mismo Nietzsche dijo: “El ser humano nunca ha llegado más lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Lo que trasciende a nuestro ser consciente es mucho más importante que el pequeñísimo espacio que abarca nuestra razón. Dejarnos llevar por lo que es más que nosotros es signo de verdadera sabiduría.
No temas. El temor y el progreso son incompatibles. Mientras sigamos instalados en el miedo, la libertad mínima indispensable para crecer será imposible. Más de 130 veces se habla en la Biblia del miedo ante lo divino. Casi siempre, sobre todo en los evangelios, se afirma que no hay motivo para ello. El miedo nos paraliza e impide cualquier decisión hacia la Vida. Si el acercamiento a Dios nos da miedo, ese Dios es falso. Cuando la religión sigue apostando por el miedo, está manipulando el evangelio y abusando de Dios.
El mar era el símbolo de las fuerzas del mal. “Pescar hombres” era un dicho popular que significaba sacar a uno de un peligro grave. No quiere decir, como se ha entendido con frecuencia, pescar o cazar a uno para la causa de Jesús. Aquí quiere decir: ayudar a los hombres a salir de todas las opresiones que el impiden crecer. Solo puede ayudar a otro a salir de la influencia del mal, el que ha encontrado lo auténtico de sí mismo. Crecer en mi verdadero ser es lo mejor que puedo hacer por todos los demás. La principal tarea de todo ser humano está dentro de él. Dios quiere que crezcas, siendo lo que debes ser.
Y, dejándolo todo, lo siguieron. Seguimos en un lenguaje teológico. Es imposible que Pedro y sus socios dejaran las barcas, los peces cogidos, la familia y se fueran físicamente detrás de Jesús desde aquel instante. El tema de la vocación es muy importante en la vida de todo ser humano. La vida es siempre ir más allá de lo que somos, por lo tanto, el mismo hecho de vivir nos plantea las posibilidades que tenemos de ir en una dirección o en otra. Con demasiada frecuencia se reduce el tema de la “vocación” al ámbito religioso. Nada más ridículo que esa postura. Quedaría reducido el tema a una minoría. Todos estamos llamados a la plenitud, a desplegar todas nuestras mejores posibilidades.
La vocación no es nada distinto de mi propio ser. No es un acto puntual y externo de Dios en un momento determinado de mi historia. Dios no tiene manera de decirme lo que espera de mí, más que a través de mi ser. Elige a todos de la misma manera, sin exclusiones ni preferencias. La meta es la misma para todos. Dios no puede tener privilegios con nadie. Soy yo el que tengo de adivinar todas las posibilidades de ser que yo debo desarrollar a lo largo de mi existencia. Ni puede ni tiene que añadir nada a mi ser. Desde el principio están en mí todas esas posibilidades, no tengo que esperar nada de Dios.
Mi vocación sería el encontrar el camino que me llevará más lejos en esa realización personal, aprovechando al máximo todos mis recursos. Los distintos caminos no son, en sí, ni mejores ni peores unos que otros. Lo importante es acertar con el que mejor se adecúe a mis aptitudes personales. La vocación la tenemos que buscar dentro de nosotros mismos, no fuera. No debemos olvidar nunca que toda elección lleva con sigo muchas renuncias que no se tienen que convertir en obsesión, sino en la conciencia clara de nuestra limitación. Si de verdad queremos avanzar hacia una meta, no podemos elegir más que un camino. El riesgo de equivocarnos no debe paralizarnos, porque aunque nos equivoquemos, si hacemos todo lo que está de nuestra parte, llegaremos a la meta, aunque sea con un mayor esfuerzo.
Este relato está resumiendo el proyecto de todo ser humano. Jesús había desarrollado su proyecto de vida y quiere que los demás desarrollen el suyo. Pedro lo ve como imposible y hace patente su incapacidad. Está instalado en su individualidad y en su racionalidad. Es figura de todos nosotros que no somos capaces de superar el ego psicológico y el ego mental. Todo lo que no son mis sentimientos y mis proyectos racionales lo considero inalcanzable. Todas las posibilidades de ser que están más allá de esta ridícula acotación no me interesan.
Pero la verdad es que más allá de lo que creo ser, está lo que soy de verdad. Aquí está la clave de nuestro fracaso espiritual. Descubrimos que hay seres humanos que han alcanzado ese nivel superior de ser, pero nos parece inalcanzable porque “soy un pecado”. “¿Quién te ha dicho que estabas desnudo?” Dios se lo pregunta a Adán, dando por supuesto que Él no ha sido. Notad el empeño que ha tenido la religión en convencernos de que estábamos empecatados y que no debíamos aspirar más que a reconocer nuestros pecado y hacer penitencia. Ojalá superásemos esa tentación y aspirásemos todos a la plenitud a la que podemos llegar. Ni lo biológico, ni lo psicológico, ni lo racional, constituyen la meta del hombre.
“En mar abierto”: amplitud y profundidad de la Misión
Romeo Ballan, mccj
“Rema mar adentro y echen las redes… Y, dejándolo todo, lo siguieron” (Evangelio, v. 4.11). Así, Pedro y sus compañeros. Lo mismo que Isaías, Pablo… y todos los que, a lo largo de los siglos, han acogido la invitación-mandato del mismo Señor de salir para una misión. Múltiples son las vocaciones y misiones, distintas en sus formas, recorridos y circunstancias, pero idénticas en su origen y finalidad. Las tres lecturas de este domingo presentan tres vocaciones típicas: Isaías, Pablo, Pedro, las cuales, aun siendo vocaciones personales y específicas, tienen muchos elementos comunes, como estos:
– 1. La iniciativa de Dios es el punto de partida de cualquier vocación-misión. Él es el que llama y envía. Isaías, en medio de una extraordinaria manifestación divina (I lectura), escucha la llamada de Dios que busca a alguien para enviarlo (v. 8). A Pablo se le aparece el mismo Cristo resucitado (II lectura) y le revela lo que debe anunciar (v. 3.8). Jesús predica desde la barca de Pedro (Evangelio), luego lo invita a remar mar adentro, a echar las redes, y hace de él un pescador de hombres (v. 4.10).
– 2. La experiencia de Dios, percibido como grande y santo, en contraste con la pobreza e indignidad del apóstol, es fundamental en la aventura de la vocación-misión. No se trata de tener visiones, sino experiencias interiores, que son diferentes para cada uno, pero necesarias para todos. Ante Aquel que es Tres-veces-Santo, Isaías se siente perdido, hombre de labios impuros, luego purificado (v. 3.5.7). Por su parte, Pablo se declara el último, indigno y perseguidor (v. 8.9). Y Pedro, ya tocado por la palabra de Jesús y asombrado por la pesca milagrosa, se reconoce pecador, se arroja a los pies de Jesús y le ruega que se aparte de él (v. 8.9). Por tanto, queda claro que Dios ha optado por servirse de instrumentos frágiles para realizar su salvación: los purifica y habilita para ser mensajeros y operadores de la misma (v. 10).
– 3.El Señor llama para una misión. Puede ocurrir que al comienzo la tarea no sea clara; se hará concreta más adelante. Lo que importa es la disponibilidad incondicional por parte de la persona llamada, una firma en blanco, como en el caso de Isaías (v. 8). Para Pablo la tarea consiste en anunciar el Evangelio: Cristo muerto y resucitado (v. 3-4.11). Pedro y los otros están llamados a remar mar adentro, a ser pescadores de hombres en un mundo vasto y complejo (v. 4.10).
– 4. La respuesta es el seguimiento: una respuesta que cambia la vida del apóstol. “Aquí estoy, mándame”, contesta Isaías (v. 8). Pablo está contento con ser lo que es, de haber trabajado y predicado (v. 10.11). Pedro y sus compañeros dejan las barcas y siguen al nuevo Rabí (v. 11). El encuentro con un acontecimiento, con una Persona, es indispensable para toda vocación-misión.
– 5. La fuerza de la misión viene de Dios, no del apóstol. El fuego purificador ha quemado todas las resistencias e Isaías se anima a ir, enviado por el Señor (v. 8). Pablo reconoce que está actuando “por la gracia de Dios” (v. 10). A Pedro ya no le importa exponerse al riesgo de otra pesca infructuosa, e incluso a lo ridículo de pescar en pleno día, en contra de toda lógica humana. Se fía de Cristo: “por tu palabra…” (v. 5).
El “duc in altum” (rema mar adentro, v. 4) es la orden audaz de Jesús a Pedro: sumérgete en el vasto mar del mundo, enfréntate al poder del mal y a sus fuerzas mortíferas. Una orden que exige valentía, porque en el lenguaje bíblico el mar es también el lugar del ‘mal’, de la nada, del caos, de los poderes adversos; por eso, resulta aún más patente el señorío divino de Jesús que se impone a la tempestad, la calma, increpa al mar (cfr. Lc 8,22-25). La invitación a convertirse en ‘pescadores de personas’ significa encontrar a las personas allí donde estén, llevarles un mensaje de salvación, sacarlas del mal, devolverlas a la vida, así como ya lo explicaba S. Ambrosio: “Los instrumentos de la pesca apostólica son como las redes; en efecto, las redes no causan la muerte del que queda atrapado, sino que lo guardan con vida, lo sacan de los abismos a la luz”.
Mientras las redes de la pesca hacen morir al pez fuera del agua, la red del Evangelio salva y hace vivir. Pero ‘pescar personas’ excluye todo tipo de violencia, incluso psicológica; no significa atrapar a la gente, ni siquiera para hacer unos prosélitos. La invitación de Jesús es a sacar fuera del mar (=mal) personas vivientes. El proyecto de Dios es siempre para la vida y la libertad. Cristo no retira a sus pescadores del mar, del mundo, los quiere presentes en ellos, pero los guarda del Maligno (cfr. Jn 17,15) y los envía a salvar, hacer que las personas vivan. Esta era para Él la prioridad: salvar a las personas de la marginación, exclusión, muerte…, dar a todos vida y esperanza. Así Él lo hizo con leprosos, poseídos, adúlteros, samaritanos, pecadores, enfermos de todo tipo.
La acción del “duc in altum” (gr. ‘eis to bathos’) indica la vastedad, la dispersión por los caminos del mundo, pero sobre todo la profundidad a la que está llamada la misión. Jesús no confía a Pedro y a sus amigos una tarea sencilla, de superficie, sino de alta mar. Se señala aquí la obra de la evangelización en su complejidad, que abarca metas vitales, como: anuncio de Cristo, inicio de la comunidad, inculturación, promoción humana, etc. Una misión exigente, abierta a cada pueblo y cultura. El “duc in altum” es un estímulo para empresas valientes. Partiendo del ‘duc in altum’ San Juan Pablo II presentó el programa misionero de la Iglesia para el Tercer Milenio, como se lee en la Carta apostólica Novo Millennio ineunte (6-1-2001). Un programa a realizarse “aguzando la vista” y con un “gran corazón” (n. 58). Si se quiere llegar lejos, es preciso mirar muy alto. Sin mediocridad, ni miedo. El Espíritu empuja a la Iglesia misionera a ir siempre más allá. A todos.
Llevamos un gran tesoro en vasijas de barro
Fernando Armellini
Introducción
Hoy las lecturas nos presentan a algunos personajes que han sido llamados a desarrollar la misión de ser anunciadores de la Palabra de Dios. Todos han tenido la misma reacción: se sienten incómodos, incapaces, inadecuados.
Isaías declara que es un hombre de labios impuros. Pedro pide a Jesús que se aleje de él porque sabe que es un pecador. Pablo afirma que el Resucitado se ha manifestado también a él, pero como “a un aborto”, es decir, a un ser imperfecto, a un anormal de nacimiento. La lista de las declaraciones de indignidad podría continuar con las objeciones de Jeremías: “¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho” (Jer 1,6) y de Moisés: “Yo no tengo facilidad de palabra… soy torpe de boca y de lengua” (Éx 4,10).
Evangelio: Lucas 5,1-11
Como el Señor, también el cristianismo es “amante de la vida” (cf. Sab 11,26), desea la vida, se compromete con la vida. “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia”, dice Jesús refiriéndose a su misión entre los hombres (Jn10,10). ¿Cómo lleva a cumplimiento esta misión suya? ¿Qué tarea ha asignado a sus discípulos? A estas preguntas, Lucas no responde con razonamientos sino con un relato: la llamada de los tres primeros apóstoles.
El episodio se desarrolla en el lago de Genesaret. Jesús se encuentra entre apretujones en medio de la muchedumbre y, viendo dos barcas de pescadores, sube a la de Pedro, le pide separarse un poco del embarcadero, se sienta y comienza a enseñar a las gentes (vv. 1-3). La escena es poco realista (baste pensar en la incomodidad de hablar desde una barca a una gran muchedumbre). La escena es idealizada a propósito para transmitir un mensaje teológico.
Notemos ante todo el contexto en el que se ambienta la escena: en la orilla del lago en un día laboral, mientras los hombres están inmersos en sus trabajos, mientras están sudando para ganarse la vida. No es solamente durante la liturgia del sábado y en los ambientes y lugares de culto donde Jesús anuncia la Palabra de Dios. Él la proclama en todos los contextos, en los sagrados y en los profanos, porque la Palabra inspira y guía toda actividad humana.
Se sienta –es decir, asume la posición de maestro– estando en la barca de Pedro. El simbolismo es evidente: la barca representa la comunidad cristiana. Es éste el lugar privilegiado desde el que se debe esperar la voz del Maestro; es a esta barca a la que somos invitados a dirigir nuestra mirada en busca de luz, de la consolación y de esperanza.
Junto a Jesús, no hay en la barca personas excepcionales, santas, perfectas. Solo Dios es santo. Hay gente buena, sí, pero también pecadora. Pedro lo reconocerá en nombre de los otros: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!” (v. 8). Sin embargo, a pesar de estar ocupada por pecadores, es desde esta barca desde donde se anuncia la Palabra de Dios.
Al anuncio de la Palabra, sigue la acción (vv. 1-3). A una orden del Maestro, la barca se adentra en el lago, se aventura sobre las aguas del mar. Mar adentro es donde los discípulos son invitados a echar las redes y pescar (vv. 4-7). Es la comunidad cristiana que, animada por el mensaje evangélico que ha escuchado y asimilado, se dispersa por los caminos del mundo para llevar a cabo su misión.
Pedro objeta, le parece insensata la orden dada por Jesús; es mediodía… Aquella no es hora de pescar. Pero se fía. Es la primera persona que, durante la vida pública, pone su fe en la palabra del Maestro. Es un riesgo que Pedro está dispuesto a correr. Sabe que, en caso de fracaso, se expone al ridículo y a las bromas de sus colegas. La lógica humana le sugiere renunciar, pero prefiere obedecer. Después de un primer momento de incertidumbre, se decide y pone manos a la obra. Cree que la palabra de Jesús puede realizar lo imposible. Ha experimentado ya la fuerza de esta Palabra cuando su suegra fue instantáneamente curada de la fiebre por Jesús (cf. Lc 4,38-39).
El resultado es sorprendente; la cantidad de peces capturada es enorme y el evangelista lo subraya con algunos detalles: la red está a punto de romperse, se debe recurrir a la ayuda de otros; la barca está sobrecargada y hay peligro de que se hunda.
En este momento, Lucas introduce la reacción de Pedro y de los que han asistido al prodigio. Simón se echa a los pies de Jesús y declara la propia indignidad: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!” (vv. 8-10a).
Es la manera como viene narrado en la Biblia todo encuentro del hombre con el Señor: Moisés se tapa el rostro porque tiene miedo (cf. Éx 3,6); Elías se cubre la cabeza con el manto (cf. 1 Re 19:13). Como Isaías –lo hemos visto en la primera lectura– también Pedro se siente pecador. No porque haya llevado una vida inmoral hasta aquel momento sino porque se ha dado cuenta de la distancia que lo separa de lo divino y confiesa la propia indignidad.
Llegamos así al tema central del pasaje (vv. 10b-11). El motivo principal por el que Lucas narra el episodio es el de hacer comprender a los discípulos de sus comunidades cuál es la misión a que han sido llamados: ser pescadores de hombres.
Sabemos bien que los peces están muy a gusto en el agua y no son para nada felices si son sacados fuera. En el agua, sin embargo, los hombres no se encuentran en su elemento, especialmente cuando se trata del mar inmenso, profundo, oscuro, agitado. Los peces fuera del agua mueren; los hombres, por el contrario, viven. Jesús se sirve de este simbolismo para explicar a sus discípulos cuál es su misión. No los invita a “pescar a los hombres con anzuelo”, sino a sacarlos vivos con la red de las olas impetuosas en las que corren el peligro de verse zarandeados, sumergidos, arrastrados a las profundidades.
El verbo usado por el evangelista para describir esta misión no es propiamente pescar, sino capturar vivos (“agarrar para mantener en vida”) (cf. Núm 31,18; Deut 20,16: Jos 2,13; 6,24…), es decir, llevar a la vida.
En la Biblia las aguas del mar son el símbolo del poder del mal, de las fuerzas que llevan a la muerte. Las personas que deber ser ‘pescadas’, es decir ayudadas a vivir, son aquellas que, si se sienten atrapadas por los vicios, a la merced de sus ídolos, de sus pasiones desenfrenadas, que solo saben hacer el mal a los otros y a ellas mismas. «Pez» que debe ser sacado fuera de su condición desesperada es la humanidad entera que corre el riesgo de ser engullida por la violencia, por los odios, las guerras, la corrupción moral…
San Ambrosio decía: “Los instrumentos de la pesca apostólica son las redes; de hecho, no hacen morir a quienes atrapa, sino que los devuelven a la vida, los sacan de los abismos a la luz; de lo profundo conducen a la superficie a quienes estaban sumergidos”. Esta misión no ha sido confiada solamente a los sacerdotes sino a toda la comunidad cristiana.
Un último elemento que se subraya con esta metáfora es el ministerio confiado a Pedro. Es él quien guía la barca hacia el lugar indicado (v. 4), es él quien proclama su fe en el poder de la palabra del Señor (v. 5), es él quien lo reconoce como Señor (v. 8); es a él a quien se dirige la invitación a ser pescadores de hombres (v. 10).
Todos estos elementos indican que Pedro tiene una misión particular que desarrollar en la Iglesia: la de escuchar con atención la Palabra del Señor y dirigirse después, junto a los otros discípulos, no donde la experiencia y la habilidad profesional le sugieren ir sino allí donde el Maestro les indica.
El pasaje no tiene como objetivo invitar a aquellos que, en la comunidad cristiana, ejercen el ministerio de la presidencia a reivindicar para sí el derecho a mandar, a imponerse, o incluso a actuar como dueños del pueblo de Dios (cf. 1 Pe 5:3). Se trata, más bien, de una invitación a que evalúen la manera como ejercen el carisma de la autoridad. ¿Tienen plena confianza en la Palabra del Maestro? ¿Saben reconocer su voz? ¿Son capaces de distinguirla de la “sabiduría de este mundo”, del “sentido común”, de cálculos humanos, de sus instituciones, de sus convicciones personales?
A este examen de conciencia es llamado todo cristiano. Todo cristiano debería preocuparse si constatara que no ha sorprendido a nadie, que nadie lo ha tachado de iluso, de soñador, de alguien que está siempre dispuesto “a pescar al medio día” si el Maestro se lo pide.
“Rema mar adentro”
En este evangelio de la pesca milagrosa Jesús llega donde sus discípulos, que habían estado pescando toda la noche y no habían cogido nada, y les exhorta a que vuelvan a tirar las redes otra vez, y ahí es donde sucede la pesca milagrosa. Los discípulos fueron fieles a Jesús, le hicieron caso, confiaron en su palabra y volvieron a tirar las redes.
Pero es muy fácil ser fiel cuando todo nos va bien, mucho más complicado es ser fiel sin haber pescado nada, en los momentos más duros de nuestra vida. Este evangelio nos llama a la fidelidad, a la entrega y a la perseverancia.
Aunque nos parezca poco eso que le vamos a entregar a Dios, ofrezcámoselo y Él sabrá transformarlo. Porque ante la experiencia de la noche oscura y estéril, del esfuerzo desgastante y sin frutos, Jesús nos propone la experiencia de navegar mar adentro, nos está pidiendo que confiemos en Él, aunque solamente sea porque nos lo está pidiendo Él. Es lo que hizo Pedro, que asume el protagonismo en este evangelio, y eso porque, aunque todo el mundo sabe que nadie se pone a pescar al mediodía en el lago, sobre todo sino ha pescado nada por la noche, Pedro confió totalmente en Jesús y volvió a echar las redes otra vez en el lago porque se lo pidió Jesús.
Este relato prepara a los discípulos para seguir a Jesús, porque era frecuente en la Biblia que, antes de confiar una tarea importante a alguna persona, Dios se revelaba a través de algún signo que manifestaba su poder. En este caso lo hizo a través de la pesca.
El evangelio de hoy nos sugiere tres momentos.
Jesús quiere subirse a nuestra barca, es decir, entrar en nuestro mundo, en nuestras relaciones, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en lo que sabemos hacer… Quiere entrar de lleno en nuestro mundo.
Jesús quiere que naveguemos mar adentro y echemos las redes: Jesús quiere que naveguemos mar adentro en la relación con él, en nuestro mundo, donde estemos acostumbrados; quiere que naveguemos y profundicemos en la relación con Él para que transformemos nuestra vida.
Jesús quiere hacernos salir de nuestro mundo y llevarnos a otro mundo nuevo: “te haré pescador de hombre”. Quiere hacernos usar todas nuestras cualidades para hacernos un gran instrumento de Él.
Pero, ¿cómo podemos llevar a cabo todo esto en la práctica, siguiendo el modelo y el ejemplo de Jesús?
Si nos fijamos bien, la escena que se describe en este evangelio cambia de escenario: a diferencia de otros evangelios donde Jesús habla en la sinagoga, este evangelio se enclava en medio de la naturaleza. La gente escucha desde la orilla; Jesús habla desde las aguas del lago. No está sentado en una cátedra, sino en una barca, un escenario humilde y sencillo desde donde enseñaba a la gente sencilla, que eran los únicos que estaban hambrientos por aprender de Él.
Y, a diferencia de otros predicadores, Jesús no repite lo que oye a otros, no cita a ningún maestro de la Ley, Jesús les habla desde el corazón y les pone en comunicación con Dios, porque la gente no quiere de Él unas palabras cualesquiera, esperan unas palabras diferentes nacidas de Dios.
Y eso es probablemente lo que mucha gente espera hoy de nosotros los cristianos, una palabra humilde, sentida, realista, extraída del evangelio, meditada personalmente en el corazón y pronunciada con el Espíritu de Jesús, como dice José Antonio Pagola y no tantos discursos, oraciones y palabras repetidas, vacías de contenido.
Al final, Jesús nos sigue invitando a seguir confiando en Él y a que sigamos intentándolo de nuevo, volviendo a echar las redes al lago.
Cuando nos vienen las situaciones adversas y pensamos que no pescamos nada, qué nos ayuda a no perder la fe y confiar en que Dios está con nosotros y eso nos da fuerza para poder afrontar esas adversidades. ¿En qué situaciones hemos sido capaces de superarnos o hemos podido ayudar a otros a superarse?
Dominicos.org
Fr. Luis Martín Figuero O.P.
Comunidad Virgen de la Vega. Babilafuente (Salamanca)