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La alegría de formarse como misionero

Testimonio de Didier Alonso Bermúdez, novicio comboniano

Cuéntanos de ti

Mi nombre es Didier Alonso Bermúdez Usuga, tengo 29 años, nací en Apartadó, Antioquia, Colombia. Hijo de Pedro Luis Bermúdez Jaramillo, asesinado por los paramilitares y Rosalba Usuga, el menor de 3 hermanos. Hice mis sacramentos en la parroquia de mi barrio San Francisco de Asís, donde crecí frecuentando siempre la santa misa y demás sacramentos, participé de diferentes grupos apostólicos como la infancia misionera, legión de María infantil, grupo juvenil, fui catequista por varios años. Todo ello ayudó a madurar mi fe.

¿Por qué te llamó la atención nuestro instituto misionero?

Conocí los misioneros combonianos gracias a un padre de mi diócesis de Apartadó, el padre Alberto Domicó. Al ver mi entusiasmo misionero me propuso entrar a una comunidad religiosa misionera. El padre Alberto me dio dos números de teléfono para ponerme en contacto con dos comunidades; en la primera que llame no me contestaron y el segundo número era de los misioneros combonianos quienes me contestaron. Allí, empecé mi discernimiento con el padre Martin Bolaños quien me ayudó a conocer a San Daniel Comboni y el instituto.

Cuando visité por primera vez el seminario del postulantado en Medellín, fue de mucho impacto para mí el recibimiento, la acogida, sencillez y apertura del P. Martín Bolaños y del P. Mateo Téllez. Estuve de misión en la Semana Santa del 2018 con los dos padres combonianos junto a otros aspirantes, lo cual me motivó aún más para ingresar. En junio ingresé al seminario comboniano e inicié mis estudios en la CRC (Conferencia de Religiosos de Colombia), conociendo otras comunidades religiosas y la gran riqueza que hay dentro de la Iglesia.

En el año 2019 inicié la filosofía en la Universidad Católica Luis Amigó de esta ciudad donde era el único religioso en las clases de filosofía e inglés. Eso era muy llamativo para los demás y para mí, y el compartir con ellos enriqueció mucho mi vocación.

La pastoral la realicé en la parroquia San Alberto Hurtado de nuestro barrio y el sector la Huerta, donde pude trabajar con alegría y empeño especialmente con los jóvenes. También colaboré en el comedor Emanuel, que le da alimentos todos los días a los habitantes de calle.

¿Cómo es tu vida ahora que estás en el noviciado de México?

El noviciado ha sido una etapa única. El vivir con otros hermanos de distintas nacionalidades, el encontrarme conmigo mismo y con Cristo, el profundizar mi vida de fe y oración, mi confianza en el Señor, el paso de Dios por mi vida ha sido maravilloso, lo cual agradezco todos los días. El conocer y profundizar la vida de San Daniel Comboni, el amor al Instituto, al cual reconozco como mi gran familia misionera, el tener un ritmo de vida dentro del noviciado, con sus espacios para crecer como persona y como cristiano y poder así amar y donarme con alegría a la misión. El padre maestro y su socio son dos grandes amigos que me han ayudado mucho en mi caminar y discernimiento vocacional hacia la vida misionera comboniana.

Algo que también ha marcado mi vida dentro del noviciado han sido las dos experiencias que propone el itinerario formativo. La experiencia de comunidad la hice en el Oasis, lugar de reposo para sacerdotes y hermanos ancianos y enfermos de nuestro Instituto, en Guadalajara, México, donde viví con otros hermanos ya consagrados y ancianos, escuchando sus experiencias vividas que me motivaron mucho a seguir las huellas de Cristo Buen Pastor.

La otra experiencia fue en las montañas de Guerrero, en Metlatónoc, México, entre los mixtecos. Fue un desafío grande aprender algunas palabras en mixteco, además de su cultura, sus tradiciones y su alimentación. Fue una experiencia que me motivó mucho a decir “sí Señor, aquí estoy, envíame a mí”. Creo que la apertura, la alegría y el amor abre toda puerta y derriba toda barrera, y eso permite poder llegar a los niños, jóvenes, familias y ancianos, aunque no te entiendan en español, eso motiva y abre corazones.

El noviciado ha representado para mí un tiempo de gracia y bendición en el cual Dios ha pasado por mi vida y ha hecho grandes cosas. No dejo de reconocer siempre la intercesión y la ayuda de la Santísima Virgen María y la motivación de San Daniel Comboni, que frente a las cruces de cada día sentía el amor de Dios que lo acompañaba en cada momento y circunstancia.

¿Cuáles han sido tus dificultades, logros y desafíos a lo largo de todo este proceso?

Yo no lo llamaría dificultades sino purificaciones; momentos en los cuales Dios me ha hecho más fuerte y valiente en la fe, la perseverancia y la confianza. Un reto y logro ha sido la vida comunitaria. Aquí en el noviciado hay hermanos de diferentes nacionalidades. Ahora somos 16. Es un reto y logro vivir en comunidad reconociendo al otro como mi hermano que me ayuda a crecer.

Mi desafío es seguir respondiendo al Señor con generosidad, entrega, amor y fidelidad, darlo todo en cada momento, con cada persona y vivir con alegría y sencillez el amor de Cristo. Deseo ser un misionero comboniano y promover mucho las vocaciones para el Instituto, en especial en Colombia.

¿Cuál es tu mensaje a los jóvenes?

Los invito a darse esta experiencia, porque estas experiencias con el Señor Jesús es mejor vivirlas y no que nos las cuenten, y si leen y conocen a San Daniel Comboni, se van a enamorar mucho más de Jesús y de la misión. Todo joven que esté pensando y tenga ciertos miedos a responderle al Señor lo invito a que dé una respuesta, que dé pasos firmes a la llamada de Cristo, porque yo no me arrepiento de haberle dicho sí al Señor. Por el contrario, me siento muy contento, feliz y decidido a seguir, porque en la misión encontramos el rostro de Cristo sufriente.

Entrevistó: P. Luis Alfredo Pulido Alvarado. Iglesia sin Fronteras

“El que corre rápido, corre solo”

P. Aldrin Janito, mccj. Desde Manila, Filipinas.

Soy el P. Aldrin Janito, uno de los primeros combonianos filipinos. Fui ordenado sacerdote el 7 de junio de 1999. Después de mi ordenación, fui promotor vocacional desde 1999 hasta 2003. Fui destinado a las misiones de Sololo, diócesis de Marsabit, en Kenia, de 2003 a 2004. Este servicio misionero de dos años marcó mi vida tras ser testigo de la matanza de mi pueblo keniano, que en su mayoría eran líderes religiosos y jóvenes. Fue una experiencia horrible, pero no acabó con mi espíritu misionero. Mi último destino fue Sudáfrica, donde pasé 16 apasionantes años en dos parroquias, Waterval y Acornhoek.
Servir en estas dos parroquias como sacerdote no fue fácil. Algunos de los retos a los que me enfrenté fueron el culto ancestral, los diversos idiomas que se hablan en la zona, el crecimiento espiritual y el compromiso eclesial de los jóvenes durante y después de la pandemia del COVID-19, la deficiente prestación de servicios por parte del gobierno local, el abuso desenfrenado del alcohol y las drogas, la delincuencia, como el robo, los embarazos en la adolescencia, la escasa alfabetización, el VIH/SIDA y el desempleo.
Como parroquia, intentamos abordar estos problemas acuciantes utilizando alternativas, como la catequesis itinerante (llegar a la gente allí donde esté), la educación complementaria y los servicios de tutoría después de la escuela, el grupo de apoyo al VIH/SIDA, la creación de orfanatos y centros de acogida, la promoción del ecumenismo con otras sectas e iglesias locales, la escuela dominical, etcétera.
Como administrador de estas parroquias, aprendí a escuchar y a ejercer la paciencia. Como dice un refrán swahili, “hara haraka haona baraka”, que significa que el que corre rápido corre solo. El espíritu de “Ubuntu”, de trabajar junto con la gente, es esencial. Un misionero que aprende varios idiomas sin conocer la cultura local y las costumbres de la gente corre el riesgo de convertirse en un idiota.
Mi participación en el Año Comboniano en Roma, Italia (2013-2014) fortaleció y renovó mi espíritu misionero en Limone, Italia, hogar de nuestro fundador y padre, San Daniel Comboni.
Volver a casa para servir a Filipinas, en mi delegación de origen como nuevo animador misionero, es divertido y desafiante. Como postulantes, aprendimos este servicio de nuestros anteriores formadores, los Padres Alberto Silva y Victor Dias. Básicamente consiste en compartir la propia experiencia misionera con la gente, para estimular el interés, y levantar su espíritu apoyando y sosteniendo la misión de Cristo, cerca y lejos; y difundir la revista World Mission en todas las parroquias de Manila como instrumento de formación de la conciencia misionera. Lo que me hizo feliz fue encontrar colaboradores y voluntarios misioneros que, desde hace varios años, trabajan con nosotros, compartiendo libremente su tiempo, su talento y sus tesoros.

Mozambique: el P. Leonello Bettini celebra 60 años de vida sacerdotal

El P. Leonello Bettini, Leonel como le llaman en Mozambique, celebró 60 años de sacerdocio el pasado 30 de marzo, en la comunidad comboniana del Postulantado de Matola, cerca de Maputo, la capital del país. En la foto, de izquierda a derecha: Hno. Silvério dos Santos, P. Mateus Jacob Albino, un sacerdote Misionero de la Consolata, P. Leonel, P. Luis de Albuquerque; Esc. Gabriel Panguanito, P. Moisés Zacarias, P. Jeremias Martins y el mexicano P. Juan de Dios Martínez.

Además de los miembros de la comunidad, religiosos y postulantes, estuvieron presentes los hermanos de la comunidad de Maputo y algunos representantes de otros Institutos religiosos de Matola y varios amigos y bienhechores del Postulantado. Fue un momento de alabanza y acción de gracias por las maravillas que Dios obró en la vida de este misionero, un verdadero “viejo luchador”, como se dice en Mozambique.

La celebración tuvo lugar al final del día con la Eucaristía, presidida por él mismo y animada por los postulantes. Con la sencillez que le caracteriza, el P. Leonel compartió algunos aspectos destacados de su vida misionera y sacerdotal. Tenía 30 años cuando llegó a Mozambique en 1967. Fue destinado a la diócesis de Tete, donde los Misioneros Combonianos acababan de iniciar su presencia. Más tarde trabajó también en Beira y Maputo. Actualmente, con 85 años de edad y 52 de trabajo misionero en Mozambique, está en el postulantado de Matola, donde forma a los postulantes combonianos con su testimonio de vida y la sabiduría acumulada durante su vida.

Tuvo que vivir varios momentos de la historia de Mozambique que marcaron profundamente su misión: primero la guerra colonial, después la guerra civil que le llevó a Malawi, país vecino, para acompañar a los mozambiqueños en los campos de refugiados. Fueron años de gran sufrimiento, pero también de gran solidaridad con el pueblo y de gran fraternidad entre los misioneros. En su testimonio, subrayó lo fundamental que era este aspecto de su vida misionera: ser un cenáculo de apóstoles, donde se comparte la fe, la pasión misionera, el trabajo y el ocio. Según él, estos fueron sin duda los mejores años de su vida.

En la base de todo este camino, especialmente en los momentos más difíciles, dijo que siempre fue la Palabra de Dios la que le guió, le animó y le ayudó a permanecer fiel a la misión. Citó con emoción el pasaje del profeta Jeremías en el que dice: “Tú me has seducido, Señor, y yo me he dejado seducir. Fuiste más fuerte que yo y me venciste…” (Jer 20,7). Finalmente, el P. Leonel expresó su profunda felicidad y gratitud a Dios y a todos los que le acompañaron en su viaje.

Después de la Eucaristía, siguió un momento de agradable convivencia, durante el cual fue claramente visible la alegría del P. Leonel al verse rodeado de tanta gente amiga, algunos de los cuales fueron sus compañeros de viaje durante mucho tiempo.

Morir para vivir

Morir para vivir. Reflexión para la Semana Santa

El misterio de la muerte y resurrección de Jesús no ha acabado todavía. La pasión de Cristo se sigue renovando cada día en la vida de las mujeres y hombres que sufren: los enfermos solitarios, los niños abandonados, los ancianos incomprendidos, los trabajadores desempleados, las mujeres explotadas, los jóvenes desorientados, las familias destrozadas, las personas sin ilusiones, los que se suicidan, los aplastados por la injusticia y los vicios y la violencia y la corrupción, las víctimas de la guerra, nuestra tierra envenenada, todo a causa de la indiferencia y del egoísmo. Cada día hay gente subiendo a millones de calvarios.

A nivel personal también llevamos los signos pascuales: en nuestros dolores sufre Cristo. Nuestra existencia de muchas formas está herida y los límites de nuestra humanidad nos regalan cotidianamente su dosis de sufrimiento. Ninguna de las angustias de nuestros semejantes nos es extraña. Por eso, optar por Cristo es comprometerse a luchar por amor para la transformación del mundo conforme al Plan de Dios. No al estilo de los fariseos, los estoicos o los masoquistas; sino en unión con Jesús, llenos de esperanzas, para vencer al pecado y la muerte. Se trata de abrazar una cruz florecida, de un sufrir que fructifica en liberación de las esclavitudes. Se trata de ser una buena noticia de resurrección.

Si la cruz de Cristo es la rebeldía mayor contra la injusticia y el dolor absurdos, su resurrección es la reconstrucción del amor y la vuelta a la fraternidad original. Nos unimos al Crucificado para vencer finalmente todo lo que produce muertes. Morimos en la cruz para suprimir la cruz. La resurrección celebra el triunfo de la vida en contra de todas las fuerzas que se oponen a ella. El hombre y mujer de fe no muere; nace dos veces. El gozo de la resurrección sirve precisamente para derribar las rocas que taponean nuestras tumbas. Es la efusión del Espíritu Santo que nos ha dejado Jesucristo para transformar la realidad.

A las mujeres les encarga: “Vayan y díganles a mis hermanos…”. A los apóstoles: “Yo les envío…”. Y a todos sus seguidores: “Vayan a todos los pueblos y háganles discípulos míos”. Hemos recibido las primicias del Reino de Dios, el shalom (paz) de su misericordia, ahora debemos contagiar al mundo entero de amor, justicia, solidaridad, verdad, libertad y alegría. No vamos solos/as, llevamos al Espíritu Santo para guiarnos y hacernos capaces de entregarnos al servicio desinteresado de nuestros hermanos/as. Con la Pascua inicia una nueva creación. Ya no hay escusas… Y no hay quejas que valgan…

P. Rafael González Ponce MCCJ

Curso de renovación en Roma

El Curso de Renovación Comboniana (CCR) es un período sabático que el Instituto Comboniano ofrece a los cohermanos con edades comprendidas entre los 45 y los 65 años. Este año asisten 11 misioneros, en la Casa Generalicia de Roma, de enero a mayo, interrumpiendo sus actividades para hacer una sabia relectura de su vida y luego regresar a la misión. Los participantes de este año provienen de nueve países y de diferentes sectores del ministerio misionero. Por edad, oscilan entre los 55 y los 74 años. El CCR está coordinado por el Padre Fermo Bernasconi y el Padre Alberto Silva.

Durante el CCR se da mucha importancia y tiempo a la vida comunitaria ya la reflexión y oración personal y grupal, que permite a cada uno compartir más libre y fácilmente sus experiencias personales de vida y misión, y fomentar la comprensión mutua.

Por lo general, todas las mañanas se presenta un tema de formación, con el fin de ayudar a los participantes a revisar las diversas etapas de la vida personal, comunitaria, religiosa y misionera. Por eso, semana tras semana, se suceden diferentes temas que abarcan las diversas dimensiones de la vida y que ayudan a cada misionero a releer la propia vida individual y comunitaria, a renovarse desde el punto de vista espiritual y vocacional, a recordar la vida y los Escritos de Comboni, para revisar el estilo de vida ante los diversos desafíos de la misión hoy, teniendo en cuenta también las Actas del XIX Capítulo General.

El CCR también incluye varias visitas de estudio y convivencia, con el fin de crear un espíritu de comunidad. El grupo ya ha estado en Greccio y Fonte Colombo -la tierra de San Francisco, el gran inspirador de la vida sencilla y de la misión-, en Subiaco, la tierra de San Benito, y ya ha visitado y participado en varias celebraciones en la zona de la “Tre Fontane”, donde reside el grupo. Una visita final fue a la comunidad de Castel Volturno, una “peregrinación” en los desafíos de la misión comboniana en Europa, al servicio de la población inmigrante y de la población local, para el enriquecimiento mutuo.

Quedan todavía dos visitas muy especiales en el programa, que crean una gran expectación en todos: a Verona y Limone sul Garda, tierra del Padre y Fundador San Daniel Comboni, y, en las últimas semanas, a Tierra Santa, a conoce los lugares bíblicos y las calles donde Jesús cumplió su misión.

El P. Pierino Landonio nos cuenta cómo va el curso, a pesar del reducido número de participantes, y cómo el grupo lo está viviendo personalmente: «Fuimos bien recibidos por las dos comunidades presentes en la Casa Generalicia, y estamos ‘magistralmente’ acompañados. Nos parecen muy interesantes los temas tratados y ofrecidos para la reflexión y la oración personal. No tenemos ninguna duda de que el curso se está convirtiendo en una experiencia enriquecedora para cada uno de nosotros. Después de décadas de vida comprometida en varios países en un servicio misionero a veces agotador o aparentemente poco fecundo, volviendo sobre nuestros pasos y reservando más tiempo para estar con Él en una dimensión contemplativa, al final será sólo para el bien de los Misión en sí. Pedimos su recuerdo en la oración”.

Participantes del Curso de Renovación (país de origen – país donde trabaja):
P. Ngumba-Lelo Joseph (RD Congo – Kenia)
P. José Manuel Guerra Brites (Portugal – Portugal)
P. Mario Andrighetto (Italia – Brasil)
P. Rodríguez Martín Juan Manuel (España – Brasil)
P. Denima Darama Emmanuel (RD Congo – Sudán del Sur)
P. Pierino Landonio (Italia – Egipto)
Fr. Afanvi Jean Kossi (Togo – Togo)
Fr. Rodríguez Fayad Jorge Arturo (México – Sudán del Sur)
P. Tesfaghiorghis Hailè Berhane (Eritrea – Eritrea)
P. Rojas Zevallos Ibercio (Perú – Perú)
P. Leandro Araya Leonardo (Costa Rica – Mozambique)

Visita del Papa a Sudán del Sur

Por: Hno. Jorge Fayad, mccj

La a visita del Papa a Sudán del Sur del 3 al 5 de febrero pasado, se esperaba con ansias mucho tiempo antes, o al menos desde que las autoridades civiles fueron invitadas por el Papa al Vaticano para vivir juntos un retiro de reconciliación el 16 de marzo de 2019.
Al llegar el Papa a Sudán del Sur, no hizo su habitual recorrido desde el aeropuerto a la ciudad en el papamóvil, fue en un auto regular, creando un desconcierto en la gente que lo esperaba para saludarlo y hacerlo sentir bienvenido desde las banquetas de sus calles. Para muchos fue un poco frustrante al verlo pasar en carro cerrado, velozmente y sin dar sus habituales bendiciones. La razón fue que iba con líderes de otras religiones y no querían exponerlos a ningún tipo de peligro.

Para los conocedores de los viajes del Papa, esta visita fue puesta de forma positiva sobre el valor inestimado de presencia en este país ensangrentado por tantos conflictos internos entre sus habitantes. Llegó para impulsar los acuerdos de paz entre las diferentes facciones políticas. Este interés no era sólo de él, sino que lo realizaba junto a los líderes de las iglesias del norte de Europa; con el arzobispo de la Iglesia anglicana y con el coordinador de las Iglesias de Escocia. Por tanto, fue una visita con carácter eminentemente ecuménico. Este gesto ha sido ampliamente elogiado por fieles de otras denominaciones cristianas que le reconocen su deseo por la paz de Sudán del Sur y la unidad de las Iglesias cristianas.
Las grandes expectativas se fueron cumpliendo, una a una, con las homilías de los tres líderes religiosos, haciendo presente el concepto cristiano de «paz», con toda su dimensión actual, dirigido específicamente a los gobernantes de este país.

El encuentro de oración que se realizó junto a los cristianos de diferentes denominaciones siempre tuvo una dimensión ecuménica. El papa Francisco, líder de la Iglesia católica; Justin Welby, arzobispo de Canterbury y primado de la iglesia anglicana; e Iain Greenshields, moderador de la asamblea general de Escocia, agradecieron con palabras de aprecio y ánimo al pastor Thomas Tut Puot Mut, presidente del Concilio de Iglesias de Sudán del Sur, quien realiza grandes acciones para mantener la unión de los cristianos. Los tres líderes religiosos se refirieron al valor de la vida en fraternidad que se encuentra en el Evangelio, enfatizando una humanidad donde todos sean considerados hijos de Dios y hermanos en Jesucristo, que nos propone ser embajadores de paz (cf Mt 5,9).
El Papa resaltó con sus palabras que la Iglesia, además de su unión íntima con Dios, es también un signo de unidad entre el género humano, dejando a un lado todo tipo de divisiones tribales, raciales, religiosas y nacionalistas, así como san Pablo lo expresa al comunicar que Cristo es nuestra paz y la unidad entre todos. (cf Ef 2,14).
Las reacciones a la visita del Papa han sido diversas: el presidente Salva Kiir Majardit se ha comprometido a restablecer el diálogo con las diversas facciones y actores que forman un frente independiente de oposición al gobierno federal. El presidente dijo que la visita papal es una piedra histórica milenaria que permanecerá en la mente de sus ciudadanos; de ella se esperan muchos frutos en beneficio de la nación y un «alto» al tráfico de armas, un punto final a las diferencias tribales y participación política en todos los ámbitos de la sociedad.

En este país, que ha estado en guerra por más de cuatro décadas, el Papa motivó a sus habitantes a fomentar una paz duradera. Luego de su visita a los campos de desplazados internos (refugiados) declaró que «el futuro no puede estar en los campos de desplazados… ¡Es necesario que todos los niños tengan la oportunidad de ir a la escuela e incluso el espacio para jugar futbol! Hay necesidad de crecer como sociedad abierta, mezclándose, formando un sólo pueblo a través de los desafíos de la integración, incluso aprendiendo las lenguas que se hablan en todo el país y no sólo dentro del propio grupo étnico».
Durante su encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, Francisco los motivó a que, en su búsqueda por la justicia y la paz, no pueden ser neutrales, y los alentó a que hablaran siempre con la verdad. Haciendo alusión a san Daniel Comboni, como ejemplo, los exhortó a comprometerse con todas sus fuerzas a la evangelización, incluso hasta la muerte, así como lo hizo el fundador de los Misioneros Combonianos.
Por otra parte, en las diócesis católicas se organizaron peregrinaciones desde lugares alejados de Yuba, la capital del país. La diócesis de Rumbek, con su obispo –el comboniano Christian Carlassare– y los pastores de otras iglesias cristianas, se pusieron así en movimiento en un largo camino que duró nueve días. A su paso por tantos poblados mucha gente se les unía, provocando una inusitada alegre esperanza. Este fue un signo más que mantiene viva la fe de este enorme y rico país, que un día logren la tan anhelada paz.