“Todo y para siempre”. Votos perpetuos y diaconado del escolástico Fernando Uribe

Texto: P. Ismael Piñón, mccj
Fotos: Seminario Comboniano de Sahuayo

El pasado 31 de enero, el escolástico comboniano Fernando Uribe Mendoza hizo la profesión perpetua en el instituto de los Misioneros Combonianos. Tres días después recibió la ordenación diaconal de manos de Mons. Francisco Figueroa, obispo auxiliar de Zamora.

Terminado su tiempo de formación y tras su experiencia de servicio misionero en la comunidad de Sahuayo, Fernando Uribe quiso dar el sí definitivo, un sí para toda la vida con el que se consagra para siempre al servicio de la misión en la familia de los Misioneros Combonianos. La ceremonia tuvo lugar en el Seminario Comboniano de Sahuayo y estuvo marcada por la emoción que lo embargó al decidir dejarlo todo para servir al Señor, especialmente cuando recibió la bendición de su mamá y de su hermana, que estuvieron presentes para acompañarlo y apoyarlo en este momento tan importante para su vida. “Todo y para siempre”, fueron las palabras pronunciadas en la homilía de la misa y que destacaron la importancia de la profesión perpetua de Fernando.

Tres días después, el 3 de febrero, Fernando recibía por la imposición de manos de Mons. Francisco Figueroa, obispo auxiliar de Zamora, la ordenación diaconal, ceremonia que tuvo lugar en el santuario de Santo Patrón Santiago de Sahuayo. En su homilía, el obispo recordó a Fernando y a todos los presentes que la experiencia de Dios tiene que ser compartida con generosidad y abundancia; es lo que Dios espera de nosotros. “Lo que se impone no seduce -afirmó el obispo-, es el amor de Dios lo que seduce, compartido desde la pobreza y la sencillez”.

Fernando seguirá prestando su servicio misionero en Sahuayo hasta el momento de su ordenación sacerdotal, que tendrá lugar dentro de unos meses. Después, estará dispuesto a ir allá donde los superiores lo envíen, con la alegría de ser ya un misionero comboniano consagrado de por vida para la misión, entregándole a Dios todo y para siempre.


«Dios está en todas partes»

«Dios está en todas partes»
«Dios está en todos lados». Es el lema que a lo largo de estos meses me ha acompañado y del que he buscado empapar a quien me rodea. Mi nombre es Axel, originario de Los Reyes La Paz, Estado de México, y este último año he vivido una experiencia mixta, entre la entrega a mi vocación misionera y a la vida laboral, buscando siempre ser responsable en ambos lados. Sobre todo, enriqueciendo y fortaleciendo mi llamado a partir de las experiencias que he vivido y quiero contarte en estas páginas.

Por: Axel López

Para ponerte un poco en contexto, debo explicar que mi primer llamado lo sentí al salir de la secundaria. Tras un acompañamiento vocacional de un año, previo a concluir mis estudios, ingresé al seminario en la etapa del aspirantado, que anteriormente se encontraba en San Francisco de Rincón, Guanajuato.

Ahí estuve durante tres años, concluí mis estudios de preparatoria y cuando era el momento de pasar a la siguiente etapa, que en ese momento era un año de propedéutico en Cuernavaca, hablé con mis formadores en turno y les comenté mi inquietud de estudiar una carrera, porque quería obtener conocimientos en áreas que la misión quizá no tiene aún fortalecidas. También les dije que tenía ganas de conocer el mundo y aprender de él, pues ingresé a los 14 años. Para ese entonces ya tenía 17, así que estaba en una edad de querer empaparme del mundo que había detrás de las bardas del seminario.

Siempre con la sincera intención de fortalecer mi vocación o de entender hacia dónde Dios me había llamado. Aceptaron, me dieron un par de consejos y antes de regresar a mi tierra le pedí a san Daniel Comboni que jamás me abandonara y me ayudara a saber si me quería como fiel servidor en tierras de misión o tenía para mí una encomienda allá afuera; así concluí mi primera etapa y pasé a una segunda: estudiar una carrera.

Fue la mejor decisión, conocí increíbles personas en la universidad, que al día de hoy son grandes amigos, y al enterarse de mi regreso al seminario fueron los primeros en apoyarme. Tuve que trabajar y estudiar al mismo tiempo para sustentar mis gastos, y eso, más la disciplina del seminario, me ayudaron a valorar muchas cosas. Concluí mis estudios en Arte Digital con especialización en Videoarte.

Pero es hora de dar un salto hasta el leitmotiv para reunirnos a través de estas páginas. Mi amor por la misión jamás desapareció, al contrario, a lo largo de estos años he vivido en tres diferentes ciudades, y en todas he participado en grupos juveniles de la Iglesia, en ellos siempre los empapé y hablé sobre la belleza de encontrarse con Dios a través de la misión y, por supuesto, del carisma comboniano.

Decidí retomar mi camino en la vocación y comencé a llevar un proceso de discernimiento, el cual fue aún más complejo que la primera vez, pues en esta ocasión había de por medio otras situaciones, como el hecho de contar con un trabajo bien establecido y, sobre todo, en un área que me encanta: la música. Pero también estaba el hecho de ser hijo único y el sostén de mi madre. Situaciones que en un primer momento me hicieron dudar mucho sobre si era lo correcto o si Dios y Comboni me querían para consagrarme a ellos.

Me mantuve firme en mi decisión y recordé lo que mi padre siempre dice: «Dios proveerá», así que, con mucha oración y platicando con amigos sacerdotes y mi promotor vocacional, emprendí el camino para preparar mi regreso. Con mi fe puesta en Dios, este año viví el preseminario, en donde se me propuso una modalidad nueva, ya que aún tenía que arreglar unos papeles y cerrar ciclos antes de irme de lleno nuevamente.

Me invitaron a iniciar los estudios de Filosofía en línea, a la par que trabajaba y concluía lo pendiente. Además del apostolado como ministro de la eucaristía en mi parroquia, también apoyé al padre Wédipo Paixão (mi promotor) en la promoción vocacional.

Estudiar, trabajar, vivir un apostolado y velar por mi vocación no ha sido fácil. En ocasiones no me rinde el día, pero los caminos de Dios no son fáciles, si no, todos andaríamos en ellos. Pero no me quejo, es un tiempo de mucho crecimiento y aprendizaje.

Hace un mes, concluí un acompañamiento a jóvenes en situación de «Anexo». Conocí a muchachos de entre 13 y 35 años con una familia que los esperaba afuera. A chicos de «buena familia» que cayeron en las drogas y el alcohol por falta de amor de sus padres; a un vendedor de drogas que sobrevivió a ocho navajazos y que estaba en la calle antes de llegar ahí. Seré franco, la primera vez que me paré ante ellos pensé que no me tomarían en cuenta, serían groseros o sólo estarían ahí por la fuerza. Sin embargo, no fue así, me recibieron con los brazos abiertos, rezaron a todo pulmón conmigo, se mantuvieron atentos y preguntaban con genuino interés. En nuestras reuniones hicimos un hilo de comunión y concluimos con tres interesados en saber más de las misiones y de Dios.

En otra ocasión, el padre Wédipo, dos vocacionados y yo fuimos a Comalapa, Veracruz, a unas rancherías para apoyar al padre Memo. Recuerdo bien la última misa en la que estuvimos. Antes de entrar, amablemente nos ofrecieron de comer en la casa de una servidora de la capilla. Nos contó cómo su sobrino tuvo una experiencia cercana con la muerte y cómo Dios le dio otra oportunidad gracias a la fe y a que rezaron día y noche. Su sobrino había caído de un puente en la moto y no reaccionaba, los médicos habían hecho todo lo posible, sólo quedaba esperar un milagro y jamás voy a olvidar sus palabras: «Yo le pedí al Señor que como fuera su voluntad, pero que le permitiera seguir entre nosotros, que, así como la mujer cananea, yo me conformo con las migajas que caigan de la mesa, pero permítele seguir aquí». Salí con un nudo en la garganta y una muestra de su gran fe y amor por Dios. En ese momento escuché en mi mente a mi padre decir, con su típica sonrisa y mirando al cielo: «Dios proveerá». Vaya que tiene razón.

Podría seguir escribiéndote experiencias similares de estos meses y otras épocas, pero elegí estas dos porque son las que más han fortalecido mi fe y mis ganas de seguir en el camino del Señor. Como ya he dicho, actualmente me encuentro estudiando Filosofía en línea. Soy un seminarista en familia (SEMFAM). Primero Dios, en julio de 2024 me reintegraré con mis compañeros que en este periodo están de lleno en el seminario.

En tanto, mi misión se encuentra aquí, porque mi corazón desea un día estar en África, como nuestro santo fundador. Estas experiencias me permiten entender que también hay necesidades y una labor muy grande en nuestras comunidades. Dios tiene planes para cada uno de nosotros y el hecho de que este año no pudiera entrar de lleno, pero ofrecerme esta modalidad mixta, es una señal de que «Dios está en todos lados», desde el joven que busca componer su camino en el «Anexo», hasta en la ferviente creyente que es feliz con las migajas que Dios le dé y acepta su voluntad, sea cual sea.

También está en mí, que me llena de amor y hace que mi corazón arda de pasión por Él, para compartirte estas líneas y decirte que nunca es tarde para decirle «sí» al Señor. Que habrá situaciones que parezcan imposibles de resolver o que te aten, pero no es así, Él siempre nos dará la respuesta y nos pondrá en el camino con las herramientas que necesitemos.

¿A qué le tienes miedo? Con Dios en tu camino nada te falta, recuerda que «…en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre» (Sal 22).

P. Obwaya Justus Oseko: «Sin la fe en Dios estaría corriendo como un pollo sin cabeza»

El P. Obwaya Justus Oseko, misionero keniano de 35 años, está en Madrid, España para estudiar Comunicación Digital, pero también para trabajar en el centro de Pastoral Juvenil Vocacional, desde el que acompaña a jóvenes en discernimiento vocacional misionero. En esta entrevista nos cuenta la historia de su vocación.

Entrevistó: P. Zoé Musaka, mccj
Mundo Negro

Háblanos de ti y de tu familia.

Nací el 12 de febrero de 1988 en el distrito de Gucha, que está en el condado de Kisii (Kenia), en el seno de una familia católica. Soy el cuarto de cinco hermanos, cuatro chicos y una chica. La benjamina de la familia es religiosa de la Congregación de la Adoración y reside en la actualidad en Alemania. Mi padre se llama Evans Obwaya y es maestro de Primaria, mientras que mi madre se llama Florence Moraa y tiene una pequeña granja.

¿Cómo nació tu vocación misionera?

Cada sábado era costumbre en mi familia reunirnos para leer y reflexionar juntos la Palabra de Dios, normalmente el texto del Evangelio del día siguiente. Mi padre jugaba un rol crucial en estos encuentros, era como el presidente de esa pequeña Iglesia doméstica. Nos pedía a cada uno de nosotros que leyéramos el texto y después nos invitaba a compartir aquello que nos había tocado personalmente. Por otro lado, mi madre insistía mucho en que rezáramos el Rosario, una oración que siempre menutrió y me ayudó a comprender la importancia de la Virgen María en nuestro camino de fe. Estas experiencia familiares de cercanía con Dios me animaron a unirme al grupo vocacional de mi parroquia, Nuestra Señora de Asunción, en Nyamagwa, donde creció la semilla que habían plantado mis padres. Entonces me comprometí a ser monaguillo para ayudar a los sacerdotes durante las celebraciones eucarísticas

¿Cómo evolucionó ese compromiso?

Al completar la Secundaria comencé a participar en el coro de la parroquia Reina de los Apóstoles de Nyakegogi. Durante este tiempo aprendí música y cuando los dos maestros principales del coro estaban ausentes, yo mismo dirigía los ensayos del grupo. La presencia en el coro me permitió conocer a mucha gente comprometida con la Iglesia y saber por primera vez de la existencia de los Misioneros Combonianos cuando un compañero me entregó un folleto que hablaba de ellos y de su fundador. 

El P. Obwaya Justus con un grupo del World Youth Comboni Gathering.

¿Aquella publicidad fue importante en tu decisión de ser misionero comboniano?

Creo que sí. El folleto se titulaba «Gente de coraje», y me lo entregaron mientras asistía al taller de música en el coro parroquial. Su lectura produjo en mí un gran asombro y el deseo de servir a los más necesitados a través de la vida misionera. Desgraciadamente, no siempre las decisiones que toman los hijos son fáciles de aceptar por los padres. Puede sonar contradictorio, pero mi padre, que tanto me había influenciado para que fuera un buen cristiano, no quería que fuera sacerdote. Estaba convencido de que lo mejor para mí era ser médico. Necesitamos un largo tiempo de reflexión y muchas discusiones entre los dos para que aceptara mi decisión. Estaba entusiasmado con el ejemplo de san Daniel Comboni y su decisión de servir y aliviar los sufrimientos de los pobres. Conocer la vida de este santo fue una epifanía para mí que me motivó a querer seguir sus pasos y unirme a la congregación y colaborar en su acción misionera. Escribí al promotor vocacional, que en aquel momento era el P. Paul Kambo. Me invitó a participar en el encuentro vocacional para candidatos al sacerdocio que tenía como tema «Ven y verás»,donde reafirmé mi opción por la vida misionera.

¿Iniciaste tu formación después de este encuentro?

Sí, apenas unos meses después entré en la etapa que llamamos ­prepostulantado, que es un tiempo de preparación antes de comenzar los estudios de Filosofía. Esta primera etapa la viví en el barrio de Mukuru Kwa Reubende Nairobi, en el centro que dirigenlas Hermanas de la Misericordia, fundadas por Catalina McAuley. Durante mi estancia, participé en numerosas actividades sociales y me acerqué al sufrimiento de muchas personas. Este servicio junto a los últimos y ­desechados incrementó en mí el anhelo de servirlos siguiendo el ejemplo de san Daniel Comboni. Al final del prepostulantado me encontraba muy feliz y satisfecho con la labor realizada; mis deseos de ser misionero y de servir a los más necesitados se habían incrementado.

¿Qué vino después?

En 2010 comencé el postulantado y, por tanto, los estudios filosóficos. Después salí por primera vez de mi país para ir a Lusaka (Zambia). La etapa del noviciado, de dos años, fue maravillosa porque tuve una profunda experiencia de la gracia de Dios, que sentía inmerecida. No puedo dejar de citar al P. John ­Peter Alenyo, que me ayudó mucho a comprender la espiritualidad comboniana. Después di el salto a la comunidad de Pietermaritzburg, en Sudáfrica, para los estudios de Teología. Después de terminar esta etapa en 2018 fui enviado a la parroquia de ­Amakuriat, en el noroeste de Kenia, para mi servicio misionero, una etapa de preparación pastoral antes de la ordenación sacerdotal. Fueron dos años muy ricos, acompañando a las poblaciones seminómadas pokots. El 6 de agosto de 2020 fui ordenado sacerdote.

Una de las celebraciones de la JMJ en Lisboa.

¿Cómo has vivido estos primeros años de sacerdocio en África y ahora en Europa?

Mi experiencia sacerdotal en África ha sido muy corta, porque enseguida me destinaron a España. Sin embargo, durante el tiempo que permanecí en Kenia ya como sacerdote tuve ocasión de acompañar a diferentes grupos de personas y participar de sus sufrimientos y alegrías. Siempre me han estimulado la fe sencilla y el buen ánimo de las personas que, a pesar de tantas dificultades, mantienen viva la esperanza. A España llegué sin saber absolutamente nada de la lengua y tuve que dedicarme de lleno a estudiarla. No ha resultado nada fácil para mí y agradezco de todo corazón a mis compañeros combonianos de la comunidad de Granada su cálida hospitalidad y, sobre todo, la paciencia que han tenido conmigo. En cuanto mi español me lo permitió, comencé a integrarme en las actividades parroquiales y en el acompañamiento de los grupos infantiles y juveniles. Desde el pasado mes de septiembre estoy en Madrid estudiando Comunicación Digital, con la esperanza de que todo lo que aprenda sea un instrumento para comunicar mejor la Misión.

¿Cómo podrías resumir tu vida misionera? 

Mi hasta ahora corta vida misionera ha sido un camino que he realizado con esfuerzo y una constante renovación espiritual. La oración no es opcional para un misionero, sino que es algo fundamental. La oración me ayuda a conocerme mejor, me introduce en una lucha constante por deshacerme de aspectos innecesarios de mi persona e incentiva la adquisición de valores fundamentales para poder servir a la Misión. Siento que el Señor me llama a tener una relación de amor con Él y en la medida que viva esta relación podré reflejar la misericordia de Dios y ayudar a los demás. 

¿En qué se traduce esto?

Siempre que pienso en mi vida, siento la necesidad de mostrar mi más sincero agradecimiento a todas las personas que han contribuido positivamente en mi camino de fe y de acercamiento a Dios. Me siento feliz, con una felicidad que no puedo expresar con palabras. Si no fuera por la fe en Dios estaría corriendo como un pollo sin cabeza, bullicioso y apresurado por la vida.

¿Qué dirías a los jóvenes sobre la vocación misionera?

A los jóvenes que anhelan ser misioneros y realizar este noble servicio les digo: ánimo, permitid que Dios obre en vosotros y os moldee. No os desaniméis, no dejéis que las nuevas tecnologías os influyan negativamente, salid y marcad la diferencia en el mundo. Abrid vuestros corazones de par en par a Dios, que os está diciendo: «Venid en pos de mí». Os puedo asegurar que si sois generosos, Dios os dará las fuerzas que necesitáis, pero por vuestra parte tenéis que ser disciplinados y dejaros confrontar y ayudar. Tenéis que creer que el cambio comienza en vosotros mismos y que Dios no se deja ganar en generosidad. Tened confianza, animaos y dejad que Él os guíe. ¡Vamos juntos a servir a Dios!  

“Escucha, hijo mío, el más pequeño, Juanito. ¿A dónde te diriges?” (Nican Mopohua)

Con estas palabras llenas de amor y ternura, es como María, la Madre de Dios
se dirige a Juan Diego, a quien encomienda una ardua tarea. En la historia de la salvación, María es una figura que expresa una cercanía sin igual a la humanidad, no sólo por ser madre, sino porque ella también nos enseña que es posible y seguro hacer caso a la voz de Dios.

Por: Esc. Fernando Uribe, misionero comboniano

Por ello, el relato de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en tierras americanas, no es simplemente una historia fantasiosa, sino que demuestra la cercanía y el amor de Dios a un pueblo y a las personas que lo necesitan. Asimismo, nos convoca a una tarea, a una misión, la de llevar el mensaje de reconciliación y unión a donde sea necesario.

De manera personal, María ha sido una figura muy importante en mi camino vocacional, porque en ella he encontrado no sólo una acompañante, sino una guía hacia el encuentro de su Hijo Jesús y una apertura hacia la voluntad de Dios. Recordar a la Guadalupana, es tener presentes las palabras que encontramos en el evangelio de Juan, en donde Jesús entrega a María, su madre, a su discípulo amado, y es en este momento de amor y generosidad total que muestran el gran amor de Dios por nosotros.

Las frases «Mujer, he ahí tu hijo» e «hijo, he ahí tu madre», son palabras que no podemos pasar sin meditarlas realmente con un corazón sencillo y abierto. Tener a María como Madre de Dios y ahora como Madre nuestra, es una gran responsabilidad que nos invita a ser como ella, a seguir su ejemplo, así como un niño ve a sus padres y aprende de ellos. Recibir a María en nuestra casa (cf Jn 19,26-27), no es para guardarla celosa y egoístamente, sino para tener en ella a alguien quien nos consuela y anima a seguir adelante en nuestras vidas.

Muchas veces pensamos que cuando Dios llama, llama a unos pocos, a aquellos que tienen vocación, pero María nos recuerda que Dios nos llama a todos. No tengamos miedo de escuchar la voz de Dios y lo que Él quiere de nosotros, porque no estamos solos, así como María recuerda esto a Juan Diego cuando él, cansado y temeroso de la tarea que se le había encomendado, escucha unas palabras de ternura y amor: «Hijo, ¿no estoy yo aquí que soy tu madre?». María es nuestra Madre y quiere lo mejor para nosotros, y lo mejor que nos puede dar es el encuentro con su hijo Jesús.

Por eso, vivamos esta gran fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe con gran devoción y apertura a lo que Dios quiere de nosotros, y no tengamos miedo de aventurarnos a lo que Él nos pida, porque no estamos solos; tenemos a María, una gran guía en nuestro camino. Presentémonos con un corazón sencillo ante nuestra Madre, la Morenita del Tepeyac, para que sea ella quien nos acompañe y guíe en nuestra vocación, y seamos así unos grandes mensajeros de la Palabra de Dios con nuestra vida.

Jubileos sacerdotales

Durante este año varios misioneros combonianos mexicanos celebraron sus bodas de oro o plata sacerdotales. Estuvieron acompañados por sus familiares, amigos y hermanos de congregación. Damos gracias a Dios por su vocación y su servicio pastoral.

El padre Crisóforo Contreras Ramírez, originario de Celaya, Guanajuato, celebró el pasado 9 de septiembre sus bodas de oro sacerdotales. Son 50 años al servicio de la misión en México y en Kenia, casi siempre en el delicado trabajo de formar jóvenes misioneros. En la actualidad se encuentra en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Temixco, donde sigue ejerciendo su ministerio con alegría.

P. Crisóforo Contreras

El padre Roberto Pérez Córdova, originario de Torreón, Coahuila, festejó sus bodas de plata sacerdotales el pasado 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de María. Ejerció su ministerio sacerdotal en Brasil y en México, donde se encuentra actualmente en la comunidad de Cochoapa El Grande, entre los indígenas mixtecos.

El mismo día se cumplieron 25 años de la ordenación sacerdotal del padre José Alberto Pimentel, nacido en Guadalajara, Jalisco. Él tiene una gran experiencia misionera en el mundo árabe y también trabajó en Sudáfrica y Estados Unidos. Actualmente se encuentra en la comunidad de la colonia Moctezuma, en Ciudad de México, desde donde coordina la página de Facebook de los combonianos: «Misión Digital Comboniana».

De izquierda a derecha: P. José Rodrigo Arizaga, P. José Alberto Pimentel y P. Roberto Pérez

El padre José Rodrigo Arizaga Catarino nació en La Barca, Jalisco, y fue ordenado el mismo día que sus compañeros anteriores. Trabajó como misionero en Perú y Centroamérica. Actualmente espera ser destinado a una comunidad en México.

También el 15 de agosto celebró sus bodas de plata sacerdotales el padre José Luis Rodríguez López, oriundo de Yurécuaro, Michoacán. Estudió la Teología en São Paulo, Brasil, donde se encuentra actualmente como formador. Trabajó como misionero en Mozambique y México.

P. José Luis Rodríguez

Que, por intercesión de san Daniel Comboni y de María de Guadalupe, el Señor les ayude a seguir fieles a la vocación misionera y sacerdotal.

Devolver la alegría a quien la necesita

Por: Escolástico Doler Bento, desde São Paulo, Brasil

Nací en Carapira, Nampula, Mozambique, en 1998. Cuando tenía 13 años, perdí a mis padres y me fui a vivir con mi abuela. Ella y mi hermana mayor eran musulmanas, y ambas perdieron la vida en 2015.

Aunque nací en una familia cristiana y crecí cerca de los misioneros combonianos, no me bautizaron de niño. Me gustaba ir a la iglesia no para rezar, sino para jugar con los misioneros. Sólo quería bautizarme y ser cristiano.

Cuando tenía 15 años, mi catequista me invitó: “Doler, eres un buen chico. ¿Por qué no vienes los domingos?”. Estas palabras marcaron una nueva era en mi vida. Empecé a participar y a implicarme en las actividades de la comunidad y de la Infancia Misionera. Después de experimentar tanto sufrimiento, descubrí que había otras personas que sufrían más que yo. Por eso tomé la decisión de intentar devolver la alegría a tantas personas que la necesitan. Empecé a participar en reuniones vocacionales, no para ser sacerdote, sino porque después de la reunión disfrutaba del buen almuerzo y de los juegos de grupo.

Después de escuchar los testimonios de varios misioneros y conocer a Comboni y su experiencia en África, decidí ser misionero. Quería trabajar en la mies del Señor, llegando a los más pobres y abandonados, siendo signo del amor de Jesús y de Comboni. En 2016 me bauticé y me confirmé, y en 2017 lo dejé todo y entré en el seminario. Ya estaba trabajando, pero lo dejé todo y hasta ahora me siento realizado y feliz en mi vida misionera.

Soy misionero y estoy en Brasil, lejos de mi familia, pero no me siento solo. Veo los desafíos, porque todo es nuevo, la cultura, la gente, etc., pero la alegría es mayor que los desafíos. Así como yo salí de África guiada por el amor de Dios por este continente, tú también puedes partir y dejar tu tierra. Este es el momento para que digas sí. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.

¡Haz ahora tu opción por la vida misionera!