P. João Mponda, misionero comboniano en Ecuador: “Compartir la vida con nuestro pueblo”

P. João Mponda, misionero comboniano en Ecuador: “Compartir la vida con nuestro pueblo”
El padre João Mponda, joven misionero comboniano de Mozambique, comparte su experiencia vocacional y la labor de evangelización que está llevando a cabo en Ecuador, país de América Latina donde se encuentra desde hace un año.

Nací en una familia católica, pero nunca se me había pasado por la cabeza dedicar mi vida al servicio del Señor. Pero las cosas resultaron diferentes y sorprendentes. Todo empezó con mi pasión por el fútbol. En mi barrio sólo había un campo de fútbol y era de la parroquia. Una de las condiciones que los párrocos de Burgos, responsables de la parroquia, pusieron a los jóvenes que querían acudir al terreno de juego fue la de participar en la celebración eucarística dominical.

¡Me obligaron literalmente a asistir a misa para poder jugar! Y fue precisamente uno de esos domingos cuando durante la celebración se proclamó la lectura de Isaías 6,8: “Entonces oí la voz del Señor que clamaba: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” Y yo respondí “Aquí estoy. ¡Envíame!” ¡Esta palabra llegó a mi corazón y me tocó profundamente! Me sentí invitada a responder personalmente a este llamado de Dios.

Entonces comencé a participar activamente en las actividades parroquiales y, después del bautismo y la confirmación, sentí el llamado a la vocación misionera. Decidí discernir mi vocación con los Misioneros Combonianos. Después de completar mis estudios secundarios, entré en el postulantado de los Misioneros Combonianos.

En 2009 comencé mis estudios de filosofía en el Seminario de Matola. En 2012 fui a Santarém, Portugal, para hacer un noviciado de dos años. Una vez cumplida esta etapa y después de haber hecho mis primeros votos religiosos, partí hacia Lima, Perú, para estudiar teología. En enero de 2021 fui ordenado sacerdote.

Poco después me asignaron a Ecuador, país andino donde estoy desde hace un año. Trabajo en el vicariato apostólico de Esmeraldas, en la parroquia San Lorenzo Mártir ubicada en el municipio del mismo nombre. El municipio de San Lorenzo tiene aproximadamente 57.000 habitantes, en su mayoría afroecuatorianos, con una minoría de indígenas y mestizos. Dada esta heterogeneidad de la población, la actividad pastoral tiene sus propios contornos particulares.

Soy responsable de las tres áreas pastorales rurales de la misión comboniana de San Lorenzo, que incluye treinta y tres comunidades que se encuentran en tres regiones geográficas y culturales muy diferentes: la costa, donde se encuentra principalmente la población afroecuatoriana; la selva, donde vive la población indígena y las islas, donde tienen sus hogares los mestizos.

Evangelizar en estas zonas es siempre un gran desafío. Es difícil visitar comunidades, especialmente las indígenas y las islas donde usamos pequeñas canoas. En el caso de los pueblos indígenas, tenemos que caminar un largo trecho, a menudo de tres a cuatro horas. Las principales actividades pastorales que realizamos son la formación de catequistas y líderes locales, formación bíblica, cursos para jóvenes y adolescentes sobre valores cristianos y cursos de música para jóvenes.

Recientemente lanzamos una iniciativa llamada ‘Encuentro Juvenil’, que consiste en un intercambio de experiencias entre jóvenes de diferentes zonas a través de la organización de un campeonato de fútbol en el que participan jugadores afro, indígenas y mestizos. Estos eventos crean conocimiento mutuo y una mayor socialización entre los miembros de la comunidad.

Con estas actividades formativas y lúdicas pretendemos empoderar a los socios como personas y promover una vida en la que estén presentes los valores humanos y cristianos, como son la fraternidad, la tolerancia y el respeto. De esta manera, tienen las herramientas para tomar decisiones conscientes en sus vidas y no dejarse llevar por los caminos fáciles de la delincuencia, el crimen y las drogas.

La situación de la misión de San Lorenzo, plagada de pobreza, inseguridad y criminalidad generalizada en casi todas las comunidades rurales en las que estamos presentes, parece decirnos que nuestro trabajo es una batalla perdida. Sin embargo, sin perder la esperanza, estamos llamados a perseverar e implorar la gracia de Dios. Nuestra cercanía a estas comunidades brinda a las personas consuelo y esperanza. Nuestra presencia les dice que estamos con ellos en la lucha, que no los abandonamos a pesar de la difícil situación que viven.

El compromiso que los Combonianos tenemos con estas comunidades de afrodescendientes, indígenas y mestizos nos lleva a compartir nuestra vida con este pueblo particular y a entregar la vida a su servicio con alegría y disponibilidad.

Estoy convencido de que de estas comunidades cristianas –pobres pero llenas del Espíritu Santo– surgirán diversas vocaciones al servicio eclesial, entre ellas hombres y mujeres que, en nombre de la Iglesia, darán testimonio de la alegría del Evangelio con todos los pueblos del mundo.

P. Rafael González Ponce: “Vale la pena gastar la vida por Dios”

En esta entrevista, presentamos el testimonio vocacional del padre Rafael González Ponce, uno de los primeros combonianos que fueron a compartir el sueño de Comboni en Asia. Él nos cuenta un poco sobre su vocación y nos comparte su experiencia misionera.

– Padre, ¿Podría presentarse a nuestros lectores?

– Con mucho gusto. Me llamo Rafael González Ponce. Nací el 31 de agosto de 1951, soy origina-rio de Guadalajara, Jalisco. Llevo 43 años como sacerdote, de los cuales, 27 han sido como misio-nero fuera de mi país. Tengo la dicha de ser uno de los primeros tres combonianos que iniciamos la misión en Asia.
Luego me pidieron que fuera parte del Consejo General de la Congregación ayudando en Roma. Estuve unos años como formador en el seminario para Hermanos en Bogotá. De ahí pasé a trabajar a nuestras misiones de Ecuador. Desde hace pocos meses me estoy reintegrando a México.

– ¿Cómo conoció a los combonianos?

– Estudié en una escuela de los jesuitas para niños de familias pobres. Ahí se encontraba el padre Francisco Javier Quintana, a quien le habían cortado las plantas de los pies durante la persecución religiosa, él siempre nos hablaba de las misiones y nos infundía un gran amor al Corazón de Jesús y a la Virgen María.
En ese ambiente, a los 12 años, decidí ingresar al seminario menor diocesano. Estando en esta casa de formación, siendo parte del equipo de animación misionera, conocí Esquila Misional. Sus artículos y testimonios de tantos misioneros se convirtieron en alimento para mi ideal misionero.

El «toque de gracia» fueron los campos misión que realizamos los seminaristas entre los indígenas en Donají, cerca de Tehuantepec, Oaxaca, y otro en Loma Bonita, no lejos de Tuxtepec, Oaxaca. Considero una gracia especial que el padre Agustín Pelayo, misionero comboniano, haya venido a visitarnos al seminario mayor (más tarde moriría en un accidente en Burundi, África); sus palabras sencillas y llenas de fuego fueron esenciales para que mi discernimiento madurara.
El rector del seminario me puso a prueba durante tres años, al final él mismo me envió ante el cardenal José Salazar, quien me bendijo y me pidió que siempre me sintiera parte de la diócesis. En resumen, siento que el mismo Corazón de Jesús, que conocí desde pequeño, me acompañó a través de mi iglesia local y me trajo a la familia de san Daniel Comboni.

– Tuvo que dejar a su familia para ser misionero, ¿Cómo lo tomaron sus papás?

– Mi padre falleció antes que yo ingresara al seminario. Mi mamá trabajó incansablemente para sacar adelante a sus seis hijos. Nos llenó de cariño, pero también sabía exigirnos. Todos aprendimos los valores de trabajar duro y compartir, aunque fuera un plato de frijoles, con los más necesitados.
Todos me han apoyado siempre con su oración y con todo lo que estuviera a su alcance. Pero me han dejado libre y me han pedido coherencia y entrega generosa. Las despedidas siempre son dolorosas y, a medida que pasan los años, se hacen más difíciles puesto que las enfermedades y la fragilidad avanzan. Ahí es donde he comprobado su profunda fe y su abandono total en las manos de Dios. En definitiva, mi madre (ya está en el cielo) y mis hermanos han sido el gran cimiento de mi vocación.

– Este año celebramos los 75 años de presencia de los Misioneros Combonianos en México, ¿cómo se siente hoy como comboniano?

– Me siento feliz y con un deseo todavía más intenso para responder positivamente al llamado de Jesús a la vida sacerdotal misionera comboniana. Naturalmente ha habido un sinnúmero de cruces y momentos difíciles que superar. Lo importante es mantenerse humildes, sabiendo que el protagonista es Dios que nos ama y nunca dejará de amarnos.
La gente a la que he podido servir, especialmente a los más pobres, me ha dado y enseñado más de lo que yo he podido ofrecer: sobre todo su esperanza ilimitada y su solidaridad en la lucha cotidiana. Las personas que ya son parte de mí, me brindan esa amistad que rompe toda frontera. Para mí, más que cualquier otra satisfacción, el anunciar a Cristo, un apretón de manos y una sonrisa sincera han valido más que muchos sacrificios.

Ciertamente hoy ya no puedo hacer tantas cosas como antes, pero sí puedo orar y todavía estoy dispuesto a colaborar en los trabajos que se me pidan para que el Evangelio llegue a los corazones necesitados. Y al contemplar los 75 años de los misioneros en México no me canso de decir «¡gracias!».

– ¿Qué mensaje da a los jóvenes?

– Los invito a ir «a contra corriente». Vale la pena gastar la vida por Dios y para que surja una humanidad más fraterna.

Preseminario

El postulantado comboniano de San Francisco del Rincón, Guanajuato, recibe cada año a varios jóvenes que han sido acompañados por lo menos durante un año, para concluir su proceso vocacional y decidir finalmente si quieren ingresar o no al seminario. Damos gracias a Dios por quienes respondieron afirmativamente a este llamado.

Por: P. Sylvain Alohoungo

Seguimos pidiendo al Padre que siga enviando obreros a su mies, como nos los pidió el Señor Jesús: «Él recorría todos los pueblos y aldeas, enseñado en las sinagogas judías, anunciando la Buena Notica del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y desorientados como ovejas sin pastor. Entonces les dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen por tanto al dueño de la cosecha que envíe obreros a recogerla”» (Mt 9,35-38). San Daniel Comboni decía que necesitaba jóvenes audaces y generosos para su misión.

Sabemos que son pocos quienes responden al llamado de Dios hoy en día. A este preseminario asistieron 13 muchachos provenientes de varios estados del país. Cada uno de ellos fue favorecido con un proceso de acompañamiento y su participación en el preseminario manifiesta una confirmación de lo que ha sido este proceso.

El 24 de julio llegaron al seminario y luego de un momento de integración y convivencia, comenzamos. El preseminario tiene siempre un enfoque sobre lo que es el postulantado o el aspirantando para los candidatos que ingresan al bachillerato.

Así, del 24 al 30 de julio los jóvenes tuvieron momentos de encuentro con el Señor Jesús en las celebraciones eucarísticas, en la hora santa y en los momentos de oraciones matinales. Después, profundizaron sobre lo que es la congregación de los Misioneros Combonianos. De igual forma, se les explicó lo que es el postulantado, para que conozcan sobre lo que les espera. También hubo momentos de encuentros personales con un psicólogo. Y no faltó el paseo donde fueron a conocer lugares de peregrinación, importantes para nuestra fe, como San Juan y Santo Toribio…

Agradecemos a Dios, porque al término de nuestro preseminario, nueve jóvenes aceptaron dar un paso adelante para seguir discerniendo su vocación; ellos recibieron su carta de aceptación. Los invitamos a pedir por ellos, porque entraran al seminario próximamente y también por los que siguen en proceso.

Historia de una vocación

Por: Hna. Diana García

Mi nombre es Diana García García, Religiosa en la Congregación de Hermanas Oblatas de la Santísima Eucaristía, recién profesa en el día de Pentecostés. Soy originaria del estado de Zacatecas, del Pueblo Mágico de Jerez de García Salinas, ¡un pueblo con un corazón de poeta y músico!

Mi primer opción siempre fue la música y mi segunda la psicología, pero a final de cuentas como dice el dicho: “Pájaro vuelve a tu jaula”, hice la Licenciatura en Psicología Educativa e hice una Maestría en Humanidades y Procesos Educativos y a la par que estudiaba estas carreras, estuve en la Licenciatura de Música con énfasis en Violín, todo esto lo realice en la Universidad Autónoma de Zacatecas y realicé algunos estudios de Facilitación Humanista y Musicoterapia en la ciudad de Guadalajara con maestros del ITESO y del Instituto de Musicoterapia Humanista; a su vez, estudios de Danza y Terapia de Movimiento en Aguascalientes en el instituto de INTEGRO.

Dios se encargo de enamorarme a través de la música; mi historia vocacional, tiene que ver con mi historia musical; las clases de guitarra las llevé con el grupo de niños y adolescentes de la parroquia a la que pertenezco, San José Obrero. Mi mamá me llevó con el grupo que  se llamaba ADS, “Amigos de Domingo Savio” un grupo de la familia Salesiana, en donde, mi amor por nuestro Señor Jesucristo y Santa María Auxiliadora iba en aumento, así como por San Juan Bosco y Santo Domingo Savio, sembrándose en mí ser, valores y actitudes de verdadera amistad, lealtad, fe, alegría, servicio y amor, pues mis grandes amigos siempre serán ¡Jesús y María!; reflejando mi amistad divina, con las personas que convivo y algo que quedó muy en mi interior de la espiritualidad Salesiana es que la “santidad consiste en estar siempre alegres” (San Juan Bosco).

En el coro de ADS tocábamos la misa dominical y también participábamos en los jueves de Hora Santa. En uno de esos jueves que el sacerdote elevaba a nuestro Señor Jesucristo  y nosotros cantando, recuerdo que muy en mi interior le dije a Jesús: -Que bueno sería por siempre cantar y tocar para ti-  y el Señor sí que me tomó la palabra.

Cabe destacar que aprendí muy rápido a tocar la guitarra, lo básico de acordes en unas vacaciones de verano y los cantos de la misa, luego me llevaron a clases de guitarra en el DIF y ahí el Maestro Don Mauro un músico ya viejecito, muy buen músico, tocaba muchos instrumentos entre ellos el violín, y de la guitarra me cambie al violín.

Cuando me fui a estudiar a Zacatecas, todos los jueves es tradicional que la banda del estado toca en la Plazuela Goitia y tocó en un Jueves de Corpus Christi, me fui a escuchar la banda por la tarde, yo no sabía que era día de Corpus, y no había sido muy consciente del  Jueves Eucarístico y Sacerdotal. En esa etapa de mi vida, para mí el jueves se convirtió en día de banda del estado, o también estaban los jueves universitarios.

En el tiempo de estudiar en la universidad, me aleje un poco de las actividades religiosas; estaba más centrada en el estudio, pues quería ser una gran violinista. Así que ese jueves de Corpus ahí estaba; cuando de repente vi al Santísimo en una custodia muy grande, pasar por enfrente de la plaza, en un carro alegórico, tuve una sensación muy fuerte en mi cuerpo, así como dicen que se me puso la piel de gallina y como si fuera un imán me uní a la procesión, la verdad fue una sensación muy misteriosa.

Estuve en varias agrupaciones musicales: en el coro de ADS, la rondalla sentimiento estudiantil, y la rondalla femenil piel canela, luego en el mariachi continental femenil, en la orquesta de la universidad, en el dueto allegro;  así que anduve en muchas giras, nacionales y también me tocó la gracia de ir a giras internacionales. Andaba de un lado a otro, buscando mi ser, con miedo a dejarme encontrar por el máximo ser; es decir Dios.

Hasta que me deje encontrar, al llegar a trabajar en un municipio que se llama Trinidad García de la Cadena, del mismo estado de Zacatecas, me hospedé con una familia cristiana muy comprometida, que me invitó a un encuentro misionero laical y como vi mucha sanación de heridas emocionales en las personas, me entusiasmé y dije: ¡esto es una mega terapia! Me alegraba bastante ver cómo la acción de Dios iba sanando a las personas y me gustaba estar en el servicio de intercesión, orando frente al Santísimo, y el de música. Aquí sin saberlo, el Señor ya me estaba llamando, integrando mi ser musical y de psicóloga por el bienestar emocional de las personas, y se fue integrando con el bienestar espiritual. Invité a una amiga maestra a este encuentro y ella me dijo: ”quiero ser religiosa”. Me invitaba a retiros vocacionales, pero yo seguía corriendo y no tenía tiempo de ir.

Hasta que por fin accedí a ir a un pre-vida contemplativo en la ciudad de Guadalajara, como acompañante de mi amiga que quería ser religiosa y en ese retiro, conocí a las hermanas Oblatas de la Santísima Eucaristía. Mi amiga, la que tenía tantas ganas de ser religiosa, nada más encaminó a esta alma que escribe y comparte esta historia, pues ella no se quedó y yo, que me resistía y no sabía cuál era mi lugar en el mundo, entre la psicología, la música, el deporte, los viajes, las fiestas y un montón de ruido, por tantas actividades que realizaba, el Espíritu Santo muy amorosamente me fue guiando y me abrió un abanico de carismas, congregaciones religiosas, opciones de vida consagrada, hasta tuve la oportunidad de asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá. Fue muy claro que Papá Dios me llamó para ser esposa de Cristo, como consagrada en la vida Religiosa y en una vida contemplativa – apostólica.

No me la creía tanto que fuera hacia lo contemplativo, por mi ser tan inquieto, de hecho hasta pensé que entraría con las Hijas de María Auxiliadora, las Hermanas Salesianas, por la cuestión educativa, o con las Siervas del Plan de Dios que tienen una banda musical; pero el Señor se encarga de dar la gracia y el estar frente a Jesús Eucaristía es algo que me llena, que me atrae mucho, como ese imán cuando lo vi pasar en ese día de Corpus Christi. Al estar ahí de rodillas pidiendo por todo el mundo, confiando en la acción de Dios, solo de rodillas contemplándole, acompañándole y con alegría compartiendo todo lo que Jesús me alimenta de su Amor Eucarístico, para darlo en la catequesis en la Educación en la fe y cantando en el coro con las hermanas para alabarle, ver que con las Oblatas hay música, educación y lo esencial oración contemplativa; ví que ese era mi lugar.

Cuando mi familia supo de esta noticia de irme como religiosa, no lo tomaron con agrado, pues mi vida ya estaba hecha, tenía un trabajo que me aseguraba la vida temporal hasta pensionarme, estudios; pero me faltaba el sentido de mi existencia y eso fue más fuerte para decidir renunciar a lo ya asegurado por el mundo, para entrregarme mejor en las manos y voluntad de Dios, que es mi máxima seguridad ¡Asegurarme a la vida eterna!

Me preguntan qué es lo que dejo al decidir irme de religiosa contemplativa, y siento que no dejo nada, sino que me llevo todo, solo hago un cambio de actividades, mi familia siempre está en mi corazón y en el de Jesús Eucaristía; el ambiente de trabajo que tenía también lo llevo en mi ser para entregarlo en la oración y pedir por toda la comunidad educativa y desde el Santísimo también pido por todos los psicólogos del mundo y los profesionales de la salud mental, para que sepan llevar a una buena salud emocional a las personas que les son confiadas.

Tal vez lo único que dejo son las falsas ilusiones de un mundo que te dice que la felicidad se encuentra viajando, divirtiéndose dándole vuelo a la hilacha sin ningún compromiso, viviendo aceleradamente, trabajando para tener casa, coche, siguiendo alguna ideología y luchar por ella, etc. Me doy cuenta y experimento que la verdadera felicidad la encuentro en el Corazón de Jesús Eucaristía, cantándole, alabándole junto con más hermanas, unidas con toda la iglesia; la verdadera felicidad la encuentro con Jesús en el reposo, en el gozo de la creación al contemplar todo lo que el Señor me permite en el cielo, tierra, agua y sobre todo en la belleza de cada persona; la verdadera felicidad la encuentro en la palabra de Dios, que me guía, la verdadera felicidad está dentro de mi ser, pues ahí esta Dios y me permite encontrarme con las personas, ponerme al servicio y compartir. En todo esto y más está la verdadera felicidad.

También me preguntan: ¿Ser contemplativa, te impide seguir desarrollando tus talentos musicales y otros? Para nada, al contrario, me permite estar más en conexión conmigo misma, sin tantos ruidos externos, conociendo mis ruidos internos y saberlos canalizar, platicarlos con Jesús Eucaristía en la oración y así, siendo más consciente de mí misma, de la escucha de la voz del Espíritu Santo, que me anima y me da fuerzas para realizar con alegría cada una de las tareas del día a día, busco los espacios para en la medida de lo posible practicar la música, pues ahora estoy aprendiendo a tocar el piano.

Para ir concluyendo con este compartir me expresan los Combonianos lo siguiente: Los jóvenes de hoy viven atrapados en las redes sociales, esto les impide conectarse con Dios. ¿Qué mensaje tengo para ustedes? Yo también soy joven y también ando por las redes sociales. Lo que sí les puedo decir es que nuestro buen  amigo y Padre Dios busca y llama primero, él siempre sorprende; así que si están muy atrapados en las redes sociales es posible que Dios los encuentre por ese medio, para sacarlos de las falsas felicidades de tener muchos seguidores en instagram, facebook, tiktok, etc; ser influencer como youtuber o los más populares en alguna red social.

Ustedes jóvenes por el hecho de ser personas ¡Son muy valiosos! ¡Son la mejor obra de la creación! ¡Son incalculablemente amados por Dios Padre, por Jesucristo, por el Espíritu Santo! ¡Que nos quiere muy santos! por eso están aquí en el mundo, crean en ustedes mismos, en sus habilidades. Tienen toda la vitalidad, energía, sensibilidad; déjense guiar por personas adultas, sabias, sus padres, abuelos, maestros etc; pues a través de ellos el Espíritu Santo les guía. Atrévanse a estar en silencio visual-auditivo de una pantalla, respiren muy profundamente y abran sus ojos a los regalos de las bellezas naturales que Dios nos regala día con día, a la belleza de su propio ser y la alegría de estar con personas con quien convivir y poder abrazar realmente, sin enviar stikers o emojis de abrazos y besos, sino realmente estar con aquellas personas que les aman verdaderamente: su familia y estar consigo mismos en silencio y sobre todo con Dios.  Les invito a que se conecten con Jesús Eucaristía, pueden venir al convento, estamos en Camino Real a Xocimilco, No. 25, Tepepan, CDMX;  también pueden acudir a alguna capilla de adoración perpetua o en su parroquia más cercana y ahí, ante el sagrario, pasar largos momentos conectados con Jesús, platiquen con él y tengan por seguro que Jesús Eucaristía les hablará al corazón. Mil bendiciones para todos, en especial los jóvenes, y tengan por seguro que estoy orando por cada uno de ustedes, mujeres y hombres, pues son personas únicas, inigualables e irrepetibles, muy valiosas para mí y para mi esposo Jesús Eucaristía; jóvenes les amamos y queremos que sean muy santos.

“Este es mi lugar”

“Este es mi lugar”
Testimonio del P. Laureano Rojo
El P. Laureano Rojo Buxonat nació en Barcelona el 30 de diciembre de 1941. Ha trabajado muchos años como misionero en República Democrática de Congo, pero también en México y en España, donde fue durante seis años el superior provincial de los Misioneros Combonianos. En este texto nos comparte cómo nació y creció su vocación misionera y sacerdotal. Es un testimonio muy interesante contado «a corazón abierto». A pesar de los numerosos obstáculos que tuvo que sortear, Laureano se mantuvo siempre a la escucha, sin dejar la oración, hasta descubrir lo que el Señor quería de él. Además, nunca fue un solitario, sino que supo dejarse acompañar por otras personas que le ayudaron en el discernimiento. Laureano es hoy un misionero feliz. (Testimonio recogido por el P. Zoé Musaka, Mundo Negro nº 693, pp. 62-65).

El 27 de mayo de 1948, a los seis años de edad, hice mi primera comunión. Aquel día marcó mi vida, pues era muy consciente de que había recibido el Cuerpo del Señor y que, por tanto, debía ser bueno y obediente en mi casa, estudiar mucho y no pelearme ni con mis hermanos ni con los compañeros en la calle.

Después de la primera comunión, mi padre me inscribió en un centro católico de una congregación mariana y, tras un cursillo de preparación de seis meses, me consagré a la Virgen María. Ningún domingo faltaba a la misa dominical en mi parroquia, donde hacía de monaguillo porque me gustaba mucho estar en el altar cerca de Jesús y del sacerdote.

Las enseñanzas que recibía sobre Jesús en la congregación mariana, la Biblia y otras devociones me hacían pensar siempre en la posibilidad de ser sacerdote. Al inicio del curso escolar, muchos de mis amigos del centro mariano entraban en el seminario y me daban ganas de entrar yo también.

Cuando les dije a mis padres que quería entrar en el seminario, no se opusieron, pero me hicieron comprender que en la familia teníamos problemas económicos y que no era posible. Pensé que mi párroco podría ayudarme, fui a hablar con él y aceptó echarme una mano. Además de animarme mucho, una sobrina suya me daba clases para que pudiera superar con éxito el examen de ingreso. Un día, al regresar a mi casa para la cena, encontré a mis padres hablando con un familiar sobre la posibilidad de encontrar un trabajo para mi hermano mayor, que tenía 13 años, porque la economía familiar iba de mal en peor. Al escuchar la conversación, pedí a mis padres que me buscaran trabajo, y aunque ellos se opusieron, seguí insistiendo hasta que nuestro familiar encontró un empleo para mí. Tenía 11 años.

Es evidente que tuve que dejar mi preparación para ingresar en el seminario. La última tarde que salí de la escuela antes de incorporarme al trabajo estaba entre asustado y triste y fui a ver a mi párroco para explicarle la situación que vivíamos en casa. Me dijo: «No te preocupes, hijo. Si el Señor te llama de verdad, te seguirá llamando más adelante. Ahora tienes que ayudar a tus padres». Me dio un abrazo y salí de su casa más tranquilo.

Mi vida dio un vuelco enorme. En el trabajo era un niño en medio de personas adultas y tuve que adaptarme, algo a lo que me ayudó mucho el sacerdote del centro mariano que me acompañaba espiritualmente. Recuerdo haber vivido mi adolescencia con mucha paz y muy unido al Señor. Procuraba ir a misa muchos días, rezar el rosario y hacer algún tipo de apostolado.

Noviazgo

Siempre he tenido una voz muy bien modulada, lo que me ayudó para participar en diversos grupos escénicos casi como profesional. También he grabado programas radiofónicos de teatro. Este mundo me gustaba mucho, pero yo pensaba siempre en la posibilidad de ser sacerdote. En uno de aquellos grupos conocí a una muchacha con la que tuve la suerte de compartir tiempo en el teatro. Se llamaba Carmen y era guapa, simpática, locuaz y muy viva… Y me enamoré de ella.

Nos veíamos a menudo en los ensayos y un día decidimos salir juntos para conocernos mejor. Teníamos unas conversaciones muy amenas. Nos íbamos entendiendo bastante bien y un día de san José le  propuse que fuéramos novios. Ella aceptó. Ambos éramos grandes bailarines y hacíamos una bonita pareja.

Tuve que ir a la mili, pero como me destinaron en un buque patrullero de la Armada con sede en el puerto de Barcelona, esos dos años se me hicieron menos duros. Cada vez que era posible, Carmen y yo nos seguíamos viendo e íbamos haciendo planes para el futuro. Aunque me sentía enamorado, nunca dejé de pensar en el sacerdocio y muchas veces dudaba de si realmente sería un buen esposo.

En mi casa se recibía un folleto misionero de los jesuitas que trabajaban en Bolivia y Chad, y cuando leía aquellos textos me quedaba entusiasmado. Sentía unas ganas enormes de ser misionero, pero siempre me frenaba el hecho de que era adulto y no tenía estudios. Seguía pensando en el matrimonio y cada mes ingresaba una cantidad de dinero en una fábrica de muebles para poder amueblar un piso cuando fuera necesario.

El 30 de junio de 1969 me licencié del servicio militar, y ese mismo día me fui con Carmen a tomar un aperitivo para celebrarlo, pero ella no estaba tan contenta como yo. No sabía qué le sucedía porque no manifestaba nada, y cuando le preguntaba si le pasaba algo, ella solo respondía: «No, no es nada, no estoy de humor».

En los días siguientes empecé a hablar con Carmen sobre nuestra futura boda. Lógicamente, y para ser sincero, le comenté que desde niño me acompañaba la idea de ser sacerdote, pero enseguida le aseguraba que deseaba casarme con ella y formar una familia. Carmen me comentaba que siempre le había sorprendido mi deseo de no faltar los domingos a misa, de rezar, de hablar tanto de Dios con ella y de mi empeñó por querer hacer algún tipo de apostolado.

Una tarde que tenía libre en el trabajo quedé con Carmen para conversar sobre nosotros. Iba decidido a concretar incluso la fecha de la boda y hasta le dije que podría ofrecerle el alquiler de un apartamento, los muebles y otros complementos para el hogar. Pero mientras le comentaba todo esto, noté que estaba muy seria, sin apenas hablar ni hacer comentarios. Tampoco respondía a mis preguntas. Al final me dijo que no estaba de acuerdo con mi propuesta y terminó nuestro noviazgo. Tenía 23 años y empecé a vivir los días más oscuros de mi vida. No me importaba nada. El tiempo pasaba sin pena ni gloria y me daba igual que hiciese frío o calor. No podía dejar mi trabajo de vendedor de café porque necesitaba el dinero para vivir y para ayudar a mis padres, pero lo habría mandado todo «a paseo».

Misionero comboniano

Sin embargo, nunca perdí la fe, y por recomendación de mi acompañante espiritual continué yendo a misa todos los días después del trabajo. Así pasaron cuatro años. Al final de la eucaristía, dialogaba con el Señor, y le pedía: «Señor, por favor, qué quieres que haga con mi vida, dime qué de-seas que haga por ti. Hace tiempo que no levanto cabeza y no sé qué hacer».

Después de orar me quedaba un tiempo en silencio por si el Señor quería decirme algo, y un día estando recogido sentí que me hablaba y me decía claramente: «Desde hace unos cuantos años ya sabes lo que quiero de ti: “Sígueme”».

A partir de ese momento, la luz llegó a mi vida y todo se transformó. Sabía que tenía que estudiar, porque no tenía el Bachillerato, por lo que le pedí a mi jefe que me permitiese salir un poco antes del trabajo para poder ir a una escuela nocturna para adultos. Tenía 27 años. Inicié los estudios afrontando múltiples dificultades y, en un momento determinado, mi jefe me dijo que no me podía seguir dando permiso. Dos estudiantes cursillistas católicos continuaron ayudándome y seguí adelante.

Pero mi madre enfermó de cáncer. Mi acompañante espiritual me aconsejó dejar los estudios para poder estar con ella y echar una mano en casa. Me dijo, además, las mismas palabras que mi párroco años antes: «Si el Señor te llama, te ayudará para que le puedas seguir». Cuando mi madre falleció reinicié los estudios.

El 9 de mayo de 1971, en una parroquia de Barcelona, escuché a un misionero comboniano hablar de su experiencia y me dije: «Este es mi lugar». Me puse en contacto con ellos, y el 25 de septiembre de 1972 ingresaba en el noviciado de Moncada (Valencia). Más tarde fui enviado a Roma para realizar los estudios de Teología, y el 24 de julio de 1978 fui ordenado sacerdote y enviado a República Democrática de Congo, mi primer destino misionero.

A lo largo de todos estos años de vida misionera he podido confirmar que el Señor verdaderamente quería que le siguiese. Su voluntad coincidió con la mía y esto me ha hecho inmensamente feliz. No hay nada mejor que seguir a Jesucristo y anunciar el Evangelio.

El Papa a los jóvenes: “Faltan 40 días, nos vemos en Lisboa”.

Este jueves, 22 de junio, fue publicado el videomensaje que el Santo Padre envió a los jóvenes que se están preparando para participar en la próxima JMJ Lisboa 2023. A 40 días de la “fiesta de la juventud”, el Pontífice alienta a los jóvenes a no hacer caso a “aquellos que reducen la vida a ideas”. También envió un saludo a los trabajadores encargados de la logística de la JMJ, a quienes agradece “por dar una mano a esta organización”.

Vatican News

“En este momento es el punto donde todos tenemos que mirar. Los jóvenes tienen que mirar, a ustedes jóvenes, adelante. Faltan 40 días como una Cuaresma hasta llegar al encuentro de Lisboa”, con estas palabras el Papa Francisco alienta a los jóvenes que se están preparando para participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), Lisboa 2023, que se realizará del 1 al 6 de agosto próximo en la capital de Portugal y también a aquellos que van a seguir la JMJ desde lejos.

Voy a estar con ustedes en Lisboa

En su videomensaje, el Santo Padre señala que, está preparado y listo a participar en la “fiesta de la juventud” y a pesar de la reciente intervención quirúrgica a la que fue sometido el pasado 7 de junio, el Pontífice confirma su presencia en Lisboa.

“Yo ya tengo todo en la mano porque tengo ganas de ir. Algunos piensan que por la enfermedad no puedo ir, pero el médico me dijo que puedo ir, así que voy a estar con ustedes”.

Poner en práctica los tres lenguajes de la vida

A los jóvenes, el Papa Francisco los alienta a ir adelante sin hacer caso “a aquellos que reducen la vida a ideas”, ya que ellos, “han perdido la alegría de la vida y la alegría del encuentro”. Y, al contrario, los invita a rezar por ellos y a poner en práctica los tres lenguajes de la vida.

“El lenguaje de la cabeza. El lenguaje del corazón. El lenguaje de las manos. El Lenguaje de la cabeza, para pensar claramente lo que sentimos y lo que hacemos. El lenguaje del corazón para sentir bien, profundamente lo que pensamos y lo que hacemos. Y el lenguaje de las manos para hacer con eficacia lo que sentimos y lo que pensamos”.