P. Obwaya Justus Oseko: «Sin la fe en Dios estaría corriendo como un pollo sin cabeza»

El P. Obwaya Justus Oseko, misionero keniano de 35 años, está en Madrid, España para estudiar Comunicación Digital, pero también para trabajar en el centro de Pastoral Juvenil Vocacional, desde el que acompaña a jóvenes en discernimiento vocacional misionero. En esta entrevista nos cuenta la historia de su vocación.

Entrevistó: P. Zoé Musaka, mccj
Mundo Negro

Háblanos de ti y de tu familia.

Nací el 12 de febrero de 1988 en el distrito de Gucha, que está en el condado de Kisii (Kenia), en el seno de una familia católica. Soy el cuarto de cinco hermanos, cuatro chicos y una chica. La benjamina de la familia es religiosa de la Congregación de la Adoración y reside en la actualidad en Alemania. Mi padre se llama Evans Obwaya y es maestro de Primaria, mientras que mi madre se llama Florence Moraa y tiene una pequeña granja.

¿Cómo nació tu vocación misionera?

Cada sábado era costumbre en mi familia reunirnos para leer y reflexionar juntos la Palabra de Dios, normalmente el texto del Evangelio del día siguiente. Mi padre jugaba un rol crucial en estos encuentros, era como el presidente de esa pequeña Iglesia doméstica. Nos pedía a cada uno de nosotros que leyéramos el texto y después nos invitaba a compartir aquello que nos había tocado personalmente. Por otro lado, mi madre insistía mucho en que rezáramos el Rosario, una oración que siempre menutrió y me ayudó a comprender la importancia de la Virgen María en nuestro camino de fe. Estas experiencia familiares de cercanía con Dios me animaron a unirme al grupo vocacional de mi parroquia, Nuestra Señora de Asunción, en Nyamagwa, donde creció la semilla que habían plantado mis padres. Entonces me comprometí a ser monaguillo para ayudar a los sacerdotes durante las celebraciones eucarísticas

¿Cómo evolucionó ese compromiso?

Al completar la Secundaria comencé a participar en el coro de la parroquia Reina de los Apóstoles de Nyakegogi. Durante este tiempo aprendí música y cuando los dos maestros principales del coro estaban ausentes, yo mismo dirigía los ensayos del grupo. La presencia en el coro me permitió conocer a mucha gente comprometida con la Iglesia y saber por primera vez de la existencia de los Misioneros Combonianos cuando un compañero me entregó un folleto que hablaba de ellos y de su fundador. 

El P. Obwaya Justus con un grupo del World Youth Comboni Gathering.

¿Aquella publicidad fue importante en tu decisión de ser misionero comboniano?

Creo que sí. El folleto se titulaba «Gente de coraje», y me lo entregaron mientras asistía al taller de música en el coro parroquial. Su lectura produjo en mí un gran asombro y el deseo de servir a los más necesitados a través de la vida misionera. Desgraciadamente, no siempre las decisiones que toman los hijos son fáciles de aceptar por los padres. Puede sonar contradictorio, pero mi padre, que tanto me había influenciado para que fuera un buen cristiano, no quería que fuera sacerdote. Estaba convencido de que lo mejor para mí era ser médico. Necesitamos un largo tiempo de reflexión y muchas discusiones entre los dos para que aceptara mi decisión. Estaba entusiasmado con el ejemplo de san Daniel Comboni y su decisión de servir y aliviar los sufrimientos de los pobres. Conocer la vida de este santo fue una epifanía para mí que me motivó a querer seguir sus pasos y unirme a la congregación y colaborar en su acción misionera. Escribí al promotor vocacional, que en aquel momento era el P. Paul Kambo. Me invitó a participar en el encuentro vocacional para candidatos al sacerdocio que tenía como tema «Ven y verás»,donde reafirmé mi opción por la vida misionera.

¿Iniciaste tu formación después de este encuentro?

Sí, apenas unos meses después entré en la etapa que llamamos ­prepostulantado, que es un tiempo de preparación antes de comenzar los estudios de Filosofía. Esta primera etapa la viví en el barrio de Mukuru Kwa Reubende Nairobi, en el centro que dirigenlas Hermanas de la Misericordia, fundadas por Catalina McAuley. Durante mi estancia, participé en numerosas actividades sociales y me acerqué al sufrimiento de muchas personas. Este servicio junto a los últimos y ­desechados incrementó en mí el anhelo de servirlos siguiendo el ejemplo de san Daniel Comboni. Al final del prepostulantado me encontraba muy feliz y satisfecho con la labor realizada; mis deseos de ser misionero y de servir a los más necesitados se habían incrementado.

¿Qué vino después?

En 2010 comencé el postulantado y, por tanto, los estudios filosóficos. Después salí por primera vez de mi país para ir a Lusaka (Zambia). La etapa del noviciado, de dos años, fue maravillosa porque tuve una profunda experiencia de la gracia de Dios, que sentía inmerecida. No puedo dejar de citar al P. John ­Peter Alenyo, que me ayudó mucho a comprender la espiritualidad comboniana. Después di el salto a la comunidad de Pietermaritzburg, en Sudáfrica, para los estudios de Teología. Después de terminar esta etapa en 2018 fui enviado a la parroquia de ­Amakuriat, en el noroeste de Kenia, para mi servicio misionero, una etapa de preparación pastoral antes de la ordenación sacerdotal. Fueron dos años muy ricos, acompañando a las poblaciones seminómadas pokots. El 6 de agosto de 2020 fui ordenado sacerdote.

Una de las celebraciones de la JMJ en Lisboa.

¿Cómo has vivido estos primeros años de sacerdocio en África y ahora en Europa?

Mi experiencia sacerdotal en África ha sido muy corta, porque enseguida me destinaron a España. Sin embargo, durante el tiempo que permanecí en Kenia ya como sacerdote tuve ocasión de acompañar a diferentes grupos de personas y participar de sus sufrimientos y alegrías. Siempre me han estimulado la fe sencilla y el buen ánimo de las personas que, a pesar de tantas dificultades, mantienen viva la esperanza. A España llegué sin saber absolutamente nada de la lengua y tuve que dedicarme de lleno a estudiarla. No ha resultado nada fácil para mí y agradezco de todo corazón a mis compañeros combonianos de la comunidad de Granada su cálida hospitalidad y, sobre todo, la paciencia que han tenido conmigo. En cuanto mi español me lo permitió, comencé a integrarme en las actividades parroquiales y en el acompañamiento de los grupos infantiles y juveniles. Desde el pasado mes de septiembre estoy en Madrid estudiando Comunicación Digital, con la esperanza de que todo lo que aprenda sea un instrumento para comunicar mejor la Misión.

¿Cómo podrías resumir tu vida misionera? 

Mi hasta ahora corta vida misionera ha sido un camino que he realizado con esfuerzo y una constante renovación espiritual. La oración no es opcional para un misionero, sino que es algo fundamental. La oración me ayuda a conocerme mejor, me introduce en una lucha constante por deshacerme de aspectos innecesarios de mi persona e incentiva la adquisición de valores fundamentales para poder servir a la Misión. Siento que el Señor me llama a tener una relación de amor con Él y en la medida que viva esta relación podré reflejar la misericordia de Dios y ayudar a los demás. 

¿En qué se traduce esto?

Siempre que pienso en mi vida, siento la necesidad de mostrar mi más sincero agradecimiento a todas las personas que han contribuido positivamente en mi camino de fe y de acercamiento a Dios. Me siento feliz, con una felicidad que no puedo expresar con palabras. Si no fuera por la fe en Dios estaría corriendo como un pollo sin cabeza, bullicioso y apresurado por la vida.

¿Qué dirías a los jóvenes sobre la vocación misionera?

A los jóvenes que anhelan ser misioneros y realizar este noble servicio les digo: ánimo, permitid que Dios obre en vosotros y os moldee. No os desaniméis, no dejéis que las nuevas tecnologías os influyan negativamente, salid y marcad la diferencia en el mundo. Abrid vuestros corazones de par en par a Dios, que os está diciendo: «Venid en pos de mí». Os puedo asegurar que si sois generosos, Dios os dará las fuerzas que necesitáis, pero por vuestra parte tenéis que ser disciplinados y dejaros confrontar y ayudar. Tenéis que creer que el cambio comienza en vosotros mismos y que Dios no se deja ganar en generosidad. Tened confianza, animaos y dejad que Él os guíe. ¡Vamos juntos a servir a Dios!  

“Escucha, hijo mío, el más pequeño, Juanito. ¿A dónde te diriges?” (Nican Mopohua)

Con estas palabras llenas de amor y ternura, es como María, la Madre de Dios
se dirige a Juan Diego, a quien encomienda una ardua tarea. En la historia de la salvación, María es una figura que expresa una cercanía sin igual a la humanidad, no sólo por ser madre, sino porque ella también nos enseña que es posible y seguro hacer caso a la voz de Dios.

Por: Esc. Fernando Uribe, misionero comboniano

Por ello, el relato de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe en tierras americanas, no es simplemente una historia fantasiosa, sino que demuestra la cercanía y el amor de Dios a un pueblo y a las personas que lo necesitan. Asimismo, nos convoca a una tarea, a una misión, la de llevar el mensaje de reconciliación y unión a donde sea necesario.

De manera personal, María ha sido una figura muy importante en mi camino vocacional, porque en ella he encontrado no sólo una acompañante, sino una guía hacia el encuentro de su Hijo Jesús y una apertura hacia la voluntad de Dios. Recordar a la Guadalupana, es tener presentes las palabras que encontramos en el evangelio de Juan, en donde Jesús entrega a María, su madre, a su discípulo amado, y es en este momento de amor y generosidad total que muestran el gran amor de Dios por nosotros.

Las frases «Mujer, he ahí tu hijo» e «hijo, he ahí tu madre», son palabras que no podemos pasar sin meditarlas realmente con un corazón sencillo y abierto. Tener a María como Madre de Dios y ahora como Madre nuestra, es una gran responsabilidad que nos invita a ser como ella, a seguir su ejemplo, así como un niño ve a sus padres y aprende de ellos. Recibir a María en nuestra casa (cf Jn 19,26-27), no es para guardarla celosa y egoístamente, sino para tener en ella a alguien quien nos consuela y anima a seguir adelante en nuestras vidas.

Muchas veces pensamos que cuando Dios llama, llama a unos pocos, a aquellos que tienen vocación, pero María nos recuerda que Dios nos llama a todos. No tengamos miedo de escuchar la voz de Dios y lo que Él quiere de nosotros, porque no estamos solos, así como María recuerda esto a Juan Diego cuando él, cansado y temeroso de la tarea que se le había encomendado, escucha unas palabras de ternura y amor: «Hijo, ¿no estoy yo aquí que soy tu madre?». María es nuestra Madre y quiere lo mejor para nosotros, y lo mejor que nos puede dar es el encuentro con su hijo Jesús.

Por eso, vivamos esta gran fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe con gran devoción y apertura a lo que Dios quiere de nosotros, y no tengamos miedo de aventurarnos a lo que Él nos pida, porque no estamos solos; tenemos a María, una gran guía en nuestro camino. Presentémonos con un corazón sencillo ante nuestra Madre, la Morenita del Tepeyac, para que sea ella quien nos acompañe y guíe en nuestra vocación, y seamos así unos grandes mensajeros de la Palabra de Dios con nuestra vida.

Jubileos sacerdotales

Durante este año varios misioneros combonianos mexicanos celebraron sus bodas de oro o plata sacerdotales. Estuvieron acompañados por sus familiares, amigos y hermanos de congregación. Damos gracias a Dios por su vocación y su servicio pastoral.

El padre Crisóforo Contreras Ramírez, originario de Celaya, Guanajuato, celebró el pasado 9 de septiembre sus bodas de oro sacerdotales. Son 50 años al servicio de la misión en México y en Kenia, casi siempre en el delicado trabajo de formar jóvenes misioneros. En la actualidad se encuentra en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Temixco, donde sigue ejerciendo su ministerio con alegría.

P. Crisóforo Contreras

El padre Roberto Pérez Córdova, originario de Torreón, Coahuila, festejó sus bodas de plata sacerdotales el pasado 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de María. Ejerció su ministerio sacerdotal en Brasil y en México, donde se encuentra actualmente en la comunidad de Cochoapa El Grande, entre los indígenas mixtecos.

El mismo día se cumplieron 25 años de la ordenación sacerdotal del padre José Alberto Pimentel, nacido en Guadalajara, Jalisco. Él tiene una gran experiencia misionera en el mundo árabe y también trabajó en Sudáfrica y Estados Unidos. Actualmente se encuentra en la comunidad de la colonia Moctezuma, en Ciudad de México, desde donde coordina la página de Facebook de los combonianos: «Misión Digital Comboniana».

De izquierda a derecha: P. José Rodrigo Arizaga, P. José Alberto Pimentel y P. Roberto Pérez

El padre José Rodrigo Arizaga Catarino nació en La Barca, Jalisco, y fue ordenado el mismo día que sus compañeros anteriores. Trabajó como misionero en Perú y Centroamérica. Actualmente espera ser destinado a una comunidad en México.

También el 15 de agosto celebró sus bodas de plata sacerdotales el padre José Luis Rodríguez López, oriundo de Yurécuaro, Michoacán. Estudió la Teología en São Paulo, Brasil, donde se encuentra actualmente como formador. Trabajó como misionero en Mozambique y México.

P. José Luis Rodríguez

Que, por intercesión de san Daniel Comboni y de María de Guadalupe, el Señor les ayude a seguir fieles a la vocación misionera y sacerdotal.

Devolver la alegría a quien la necesita

Por: Escolástico Doler Bento, desde São Paulo, Brasil

Nací en Carapira, Nampula, Mozambique, en 1998. Cuando tenía 13 años, perdí a mis padres y me fui a vivir con mi abuela. Ella y mi hermana mayor eran musulmanas, y ambas perdieron la vida en 2015.

Aunque nací en una familia cristiana y crecí cerca de los misioneros combonianos, no me bautizaron de niño. Me gustaba ir a la iglesia no para rezar, sino para jugar con los misioneros. Sólo quería bautizarme y ser cristiano.

Cuando tenía 15 años, mi catequista me invitó: “Doler, eres un buen chico. ¿Por qué no vienes los domingos?”. Estas palabras marcaron una nueva era en mi vida. Empecé a participar y a implicarme en las actividades de la comunidad y de la Infancia Misionera. Después de experimentar tanto sufrimiento, descubrí que había otras personas que sufrían más que yo. Por eso tomé la decisión de intentar devolver la alegría a tantas personas que la necesitan. Empecé a participar en reuniones vocacionales, no para ser sacerdote, sino porque después de la reunión disfrutaba del buen almuerzo y de los juegos de grupo.

Después de escuchar los testimonios de varios misioneros y conocer a Comboni y su experiencia en África, decidí ser misionero. Quería trabajar en la mies del Señor, llegando a los más pobres y abandonados, siendo signo del amor de Jesús y de Comboni. En 2016 me bauticé y me confirmé, y en 2017 lo dejé todo y entré en el seminario. Ya estaba trabajando, pero lo dejé todo y hasta ahora me siento realizado y feliz en mi vida misionera.

Soy misionero y estoy en Brasil, lejos de mi familia, pero no me siento solo. Veo los desafíos, porque todo es nuevo, la cultura, la gente, etc., pero la alegría es mayor que los desafíos. Así como yo salí de África guiada por el amor de Dios por este continente, tú también puedes partir y dejar tu tierra. Este es el momento para que digas sí. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.

¡Haz ahora tu opción por la vida misionera!

P. João Mponda, misionero comboniano en Ecuador: “Compartir la vida con nuestro pueblo”

P. João Mponda, misionero comboniano en Ecuador: “Compartir la vida con nuestro pueblo”
El padre João Mponda, joven misionero comboniano de Mozambique, comparte su experiencia vocacional y la labor de evangelización que está llevando a cabo en Ecuador, país de América Latina donde se encuentra desde hace un año.

Nací en una familia católica, pero nunca se me había pasado por la cabeza dedicar mi vida al servicio del Señor. Pero las cosas resultaron diferentes y sorprendentes. Todo empezó con mi pasión por el fútbol. En mi barrio sólo había un campo de fútbol y era de la parroquia. Una de las condiciones que los párrocos de Burgos, responsables de la parroquia, pusieron a los jóvenes que querían acudir al terreno de juego fue la de participar en la celebración eucarística dominical.

¡Me obligaron literalmente a asistir a misa para poder jugar! Y fue precisamente uno de esos domingos cuando durante la celebración se proclamó la lectura de Isaías 6,8: “Entonces oí la voz del Señor que clamaba: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” Y yo respondí “Aquí estoy. ¡Envíame!” ¡Esta palabra llegó a mi corazón y me tocó profundamente! Me sentí invitada a responder personalmente a este llamado de Dios.

Entonces comencé a participar activamente en las actividades parroquiales y, después del bautismo y la confirmación, sentí el llamado a la vocación misionera. Decidí discernir mi vocación con los Misioneros Combonianos. Después de completar mis estudios secundarios, entré en el postulantado de los Misioneros Combonianos.

En 2009 comencé mis estudios de filosofía en el Seminario de Matola. En 2012 fui a Santarém, Portugal, para hacer un noviciado de dos años. Una vez cumplida esta etapa y después de haber hecho mis primeros votos religiosos, partí hacia Lima, Perú, para estudiar teología. En enero de 2021 fui ordenado sacerdote.

Poco después me asignaron a Ecuador, país andino donde estoy desde hace un año. Trabajo en el vicariato apostólico de Esmeraldas, en la parroquia San Lorenzo Mártir ubicada en el municipio del mismo nombre. El municipio de San Lorenzo tiene aproximadamente 57.000 habitantes, en su mayoría afroecuatorianos, con una minoría de indígenas y mestizos. Dada esta heterogeneidad de la población, la actividad pastoral tiene sus propios contornos particulares.

Soy responsable de las tres áreas pastorales rurales de la misión comboniana de San Lorenzo, que incluye treinta y tres comunidades que se encuentran en tres regiones geográficas y culturales muy diferentes: la costa, donde se encuentra principalmente la población afroecuatoriana; la selva, donde vive la población indígena y las islas, donde tienen sus hogares los mestizos.

Evangelizar en estas zonas es siempre un gran desafío. Es difícil visitar comunidades, especialmente las indígenas y las islas donde usamos pequeñas canoas. En el caso de los pueblos indígenas, tenemos que caminar un largo trecho, a menudo de tres a cuatro horas. Las principales actividades pastorales que realizamos son la formación de catequistas y líderes locales, formación bíblica, cursos para jóvenes y adolescentes sobre valores cristianos y cursos de música para jóvenes.

Recientemente lanzamos una iniciativa llamada ‘Encuentro Juvenil’, que consiste en un intercambio de experiencias entre jóvenes de diferentes zonas a través de la organización de un campeonato de fútbol en el que participan jugadores afro, indígenas y mestizos. Estos eventos crean conocimiento mutuo y una mayor socialización entre los miembros de la comunidad.

Con estas actividades formativas y lúdicas pretendemos empoderar a los socios como personas y promover una vida en la que estén presentes los valores humanos y cristianos, como son la fraternidad, la tolerancia y el respeto. De esta manera, tienen las herramientas para tomar decisiones conscientes en sus vidas y no dejarse llevar por los caminos fáciles de la delincuencia, el crimen y las drogas.

La situación de la misión de San Lorenzo, plagada de pobreza, inseguridad y criminalidad generalizada en casi todas las comunidades rurales en las que estamos presentes, parece decirnos que nuestro trabajo es una batalla perdida. Sin embargo, sin perder la esperanza, estamos llamados a perseverar e implorar la gracia de Dios. Nuestra cercanía a estas comunidades brinda a las personas consuelo y esperanza. Nuestra presencia les dice que estamos con ellos en la lucha, que no los abandonamos a pesar de la difícil situación que viven.

El compromiso que los Combonianos tenemos con estas comunidades de afrodescendientes, indígenas y mestizos nos lleva a compartir nuestra vida con este pueblo particular y a entregar la vida a su servicio con alegría y disponibilidad.

Estoy convencido de que de estas comunidades cristianas –pobres pero llenas del Espíritu Santo– surgirán diversas vocaciones al servicio eclesial, entre ellas hombres y mujeres que, en nombre de la Iglesia, darán testimonio de la alegría del Evangelio con todos los pueblos del mundo.

P. Rafael González Ponce: “Vale la pena gastar la vida por Dios”

En esta entrevista, presentamos el testimonio vocacional del padre Rafael González Ponce, uno de los primeros combonianos que fueron a compartir el sueño de Comboni en Asia. Él nos cuenta un poco sobre su vocación y nos comparte su experiencia misionera.

– Padre, ¿Podría presentarse a nuestros lectores?

– Con mucho gusto. Me llamo Rafael González Ponce. Nací el 31 de agosto de 1951, soy origina-rio de Guadalajara, Jalisco. Llevo 43 años como sacerdote, de los cuales, 27 han sido como misio-nero fuera de mi país. Tengo la dicha de ser uno de los primeros tres combonianos que iniciamos la misión en Asia.
Luego me pidieron que fuera parte del Consejo General de la Congregación ayudando en Roma. Estuve unos años como formador en el seminario para Hermanos en Bogotá. De ahí pasé a trabajar a nuestras misiones de Ecuador. Desde hace pocos meses me estoy reintegrando a México.

– ¿Cómo conoció a los combonianos?

– Estudié en una escuela de los jesuitas para niños de familias pobres. Ahí se encontraba el padre Francisco Javier Quintana, a quien le habían cortado las plantas de los pies durante la persecución religiosa, él siempre nos hablaba de las misiones y nos infundía un gran amor al Corazón de Jesús y a la Virgen María.
En ese ambiente, a los 12 años, decidí ingresar al seminario menor diocesano. Estando en esta casa de formación, siendo parte del equipo de animación misionera, conocí Esquila Misional. Sus artículos y testimonios de tantos misioneros se convirtieron en alimento para mi ideal misionero.

El «toque de gracia» fueron los campos misión que realizamos los seminaristas entre los indígenas en Donají, cerca de Tehuantepec, Oaxaca, y otro en Loma Bonita, no lejos de Tuxtepec, Oaxaca. Considero una gracia especial que el padre Agustín Pelayo, misionero comboniano, haya venido a visitarnos al seminario mayor (más tarde moriría en un accidente en Burundi, África); sus palabras sencillas y llenas de fuego fueron esenciales para que mi discernimiento madurara.
El rector del seminario me puso a prueba durante tres años, al final él mismo me envió ante el cardenal José Salazar, quien me bendijo y me pidió que siempre me sintiera parte de la diócesis. En resumen, siento que el mismo Corazón de Jesús, que conocí desde pequeño, me acompañó a través de mi iglesia local y me trajo a la familia de san Daniel Comboni.

– Tuvo que dejar a su familia para ser misionero, ¿Cómo lo tomaron sus papás?

– Mi padre falleció antes que yo ingresara al seminario. Mi mamá trabajó incansablemente para sacar adelante a sus seis hijos. Nos llenó de cariño, pero también sabía exigirnos. Todos aprendimos los valores de trabajar duro y compartir, aunque fuera un plato de frijoles, con los más necesitados.
Todos me han apoyado siempre con su oración y con todo lo que estuviera a su alcance. Pero me han dejado libre y me han pedido coherencia y entrega generosa. Las despedidas siempre son dolorosas y, a medida que pasan los años, se hacen más difíciles puesto que las enfermedades y la fragilidad avanzan. Ahí es donde he comprobado su profunda fe y su abandono total en las manos de Dios. En definitiva, mi madre (ya está en el cielo) y mis hermanos han sido el gran cimiento de mi vocación.

– Este año celebramos los 75 años de presencia de los Misioneros Combonianos en México, ¿cómo se siente hoy como comboniano?

– Me siento feliz y con un deseo todavía más intenso para responder positivamente al llamado de Jesús a la vida sacerdotal misionera comboniana. Naturalmente ha habido un sinnúmero de cruces y momentos difíciles que superar. Lo importante es mantenerse humildes, sabiendo que el protagonista es Dios que nos ama y nunca dejará de amarnos.
La gente a la que he podido servir, especialmente a los más pobres, me ha dado y enseñado más de lo que yo he podido ofrecer: sobre todo su esperanza ilimitada y su solidaridad en la lucha cotidiana. Las personas que ya son parte de mí, me brindan esa amistad que rompe toda frontera. Para mí, más que cualquier otra satisfacción, el anunciar a Cristo, un apretón de manos y una sonrisa sincera han valido más que muchos sacrificios.

Ciertamente hoy ya no puedo hacer tantas cosas como antes, pero sí puedo orar y todavía estoy dispuesto a colaborar en los trabajos que se me pidan para que el Evangelio llegue a los corazones necesitados. Y al contemplar los 75 años de los misioneros en México no me canso de decir «¡gracias!».

– ¿Qué mensaje da a los jóvenes?

– Los invito a ir «a contra corriente». Vale la pena gastar la vida por Dios y para que surja una humanidad más fraterna.