Estoy a la puerta y llamo

Por: P. Enrique Sánchez G., mccj
Imagen: Fano

Iniciamos, una vez más, nuestro itinerario hacia la Navidad. Dios toma el camino que lo conduce a nosotros y vuelve a sorprendernos manifestando su deseo de estar en medio de esta humanidad tan urgida de su presencia.
Escuchando unas palabras del último libro de la Biblia nos sentimos invitados a iniciar este camino hasta las grutas de nuestros corazones para encontrarnos ahí con Jesús que nace cuando le dejamos entrar a nuestros hogares.

Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. (Ap 3, 20)

El Señor está en la puerta de nuestras vidas y llama, esperando que tengamos la valentía para dejarlo entrar como luz que viene a iluminar nuestras oscuridades para hacer resplandecer su rostro y responder al deseo más profundo de nuestro corazón. El deseo de conocer a Dios, pues sin él nuestras vidas no tienen sentido y nuestros corazones no están en paz.
Como el pueblo de Israel que caminaba en el desierto anhelando un día llegar a la tierra prometida, así nos sentimos hoy, en medio de un mundo que fascina y  desconcierta, que sorprende y encanta, pero al mismo tiempo provoca y desafía.
Nos sentimos bendecidos de Dios por tantos dones que recibimos cada día, pero nos duele ver a tantos hermanos que sufren y son maltratados por la indiferencia y la ausencia de amor que se traduce en violencia y desprecio de la vida.
Pero nos anima la promesa siempre presente en nuestra historia que ya el profeta Isaías anunciaba ocho siglos antes del nacimiento de Jesús.

“ El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una gran luz… Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”. (Is 9,1-5)

El anuncio de la venida del Señor en este tiempo de adviento nos llena el corazón de esperanza y nos invita a renovar nuestra confianza, pues Dios sigue derramando su amor sobre cada uno de nosotros. Dios se sigue revelando como el Padre que nos busca porque nos ama. Es el Dios que se entrega a cada instante en la persona de su hijo, nuestro Señor Jesucristo, para compartir con nosotros su vida.
Dios inicia de nuevo el camino que lo conduce hasta lo más profundo de nuestra humanidad para hacernos entender que siempre estará con nosotros y que jamás se cansará de trabajar por nosotros y en nosotros.
El camino que nos conduce a la Navidad no es otro sino aquel que nos lleva a encontrarnos con lo mejor de nosotros mismos y nos permite reconocer que somos lo más querido por Dios.
En el camino nos hará mucho bien recordar las palabras de Jesús que dice: “Yo he venido  para que tengan vida y, vida en abundancia” (Juan 10, 11)
¿Tendremos en valor de abrirnos al don de la vida que se nos ofrece?
¿Cuáles serán las tinieblas que tendremos que hacer desaparecer para poder reconocer el rostro de Dios entre nosotros?
Que nuestro caminar hacia la Navidad sea un tiempo marcado por la alegría y la esperanza.