Jornada Mundial de la Juventud

Jornada Mundial de la Juventud

Por: P. Roberto Pérez, mccj

La JMJ es un evento internacional en el que chicas y chicos provenientes de muchos países del mundo se encuentran para compartir sus culturas, idiomas, costumbres, experiencias de vida y sobre todo compartir y crecer en la fe. Además, la Jornada es una oportunidad del Papa para encontrarse con los jóvenes, ahí se dirige especialmente a esta parte de la Iglesia acogiéndolos y dándoles un mensaje de alegría y fraternidad. En este encuentro también se fortalece la esperanza y caridad de los muchachos, que representan a muchos otros de sus diócesis de origen.

La JMJ es un espacio para confirmar que la fe no es personal, sino un acontecimiento, familiar y comunitario, en donde se reconoce que no estamos solos para seguir a Jesús, sino que somos parte de un grupo, capilla, parroquia y diócesis; donde también se muestra que los desafíos experimentados son los mismos que lleva quien está a nuestro lado.

Por eso la fe crece y aumenta cuando nos encontramos, compartimos y celebramos la presencia de Jesús en nuestras vidas. Esa que nos impulsa a reconocer que Dios es un Padre amoroso y misericordioso que nos cuida y nos ama. Además, nos da la certeza de que Él está de nuestro lado para participar y anunciar su proyecto de vida.

El deseo de tantos jóvenes en un mundo más fraterno es la esperanza, un lugar en el que estamos llamados a vivir en plenitud con todo lo que somos; la esperanza también nos permite saber que otro mundo es posible, que existe otra manera de relacionarse y en el que el dinero no determina las relaciones personales, nacionales o internacionales, sino que debe estar al servicio de todos, para que nadie posea todo ni que otros tengan lo mínimo necesario para sobrevivir.

En la preparación profesional, no sólo se busca tener un estilo de vida más cómodo y confortable, sino que ofrezcamos nuestros servicios a los más necesitados, incluso si éstos no pueden pagarnos o retribuirnos. La esperanza nos ilumina para que las telecomunicaciones no sólo den información de lo que sucede minuto a minuto en nuestro mundo, sino para reconocernos hermanas y hermanos que habitamos el mismo planeta, y lo que nos hace más cercanos son las muestras de respeto, fraternidad y solidaridad.

Esta confianza nos lleva a buscar nuevos caminos ante el dolor y sufrimiento de las guerras; la violencia y la venganza no son la única manera de resolver conflictos o diferencias entre personas o países. La esperanza a la que nos remite Jesús, «Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn 10,10b), es el proyecto de Dios para toda la humanidad, para toda la creación.

En esta JMJ, el Papa y toda la Iglesia quieren decir a los jóvenes, como san Pablo a los corintios, que «ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ella es la caridad» (1Cor 13,13). La caridad a la que llama esta Jornada es la misma que ha empujado a María a ir presurosa al encuentro de Isabel. María, la Virgen de Nazaret, después de haber recibido el anuncio del Ángel, inmediatamente se pone en camino para servir, ayudar y compartir la gracia y el amor que ha recibido.

El Anuncio empuja a María a servir a quien necesita ser acompañada, escuchada y ayudada. Y cuando dos personas que sienten la gracia de ser visitadas por Dios, se encuentran, entonces cosas maravillosas empiezan a suceder, el Reino de Dios ha sido inaugurado.

Así como María, los jóvenes son llamados a poner sus dones y virtudes al servicio de los demás, especialmente con quienes están golpeados, abandonados a la orilla del camino, como hizo Jesús al cuestionar al maestro de la Ley cuando le pregunta: «¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» (Lc 10,36).

A propósito de esto, hay un proverbio árabe que reza: «El hombre es enemigo de lo que ignora: enseña una lengua y evitarás la guerra. Expande una cultura y acercarás un pueblo a otro». En esta JMJ, los participantes vivirán el encuentro con otros que, como ellos, vienen de diferentes culturas, lenguas y naciones. Así se podrán romper esquemas y paradigmas que dividen o separan.

Es la caridad y el servicio a los demás lo que puede salvar al mundo y puede unirnos para romper esquemas que dividen al mundo en países, religiones, etnias, lenguas, etcétera. Pedimos para que en esta Jornada Mundial de la Juventud, los participantes estén abiertos a la voz de la Iglesia, a la voz del mundo que llama a vivir en alegría, paz y fraternidad.

Transformados por el Corazón del Buen Pastor

Muchas instituciones, grupos, asociaciones y parroquias tienen su fuente de espiritualidad o están consagradas al Sagrado Corazón de Jesús. Dada la importancia de la celebración quisiera ref lexionar en el ámbito vocacional sobre esta devoción que ha iluminado, sostenido y guiado a tantos santos en su misión.
Primero, tomemos como fundamento que el corazón es mencionado varias veces en las Sagradas Escrituras como lugar donde la razón y la emoción se encuentran; a partir de éstas (razón y emoción) se toman decisiones, por ello es una forma de simbolizar la conciencia de la persona. Tan es verdad lo anterior, que el mandamiento más importante es «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 27,37-39).
Los salmos 51 y 85 rezan «crea en mí un corazón nuevo» (Sal 51) y «mantiene mi corazón en el temor de tu nombre» (Sal 85). Por tanto, el corazón es el símbolo del amor, de lo más íntimo, del afecto, del cariño, de la entrega total. Cuando los enamorados se declaran dicen: «te amo con todo mi corazón» o «te guardo en mi corazón».
Jesús dice en los Evangelios: «donde está el corazón, ahí está el tesoro, ahí está el corazón de la persona» (cf Lc 12,34) y que «del corazón salen las cosas malas» (cf Mt 15). El corazón refiere a lo más íntimo que tenemos, a lo más escondido y vital; el «tesoro» es lo que tiene más valor, lo que nos da seguridad para el hoy y para el futuro. Por eso Cristo nos invita a aprender de Él, que tiene un «corazón manso y humilde» (Mt 11,28-30).
Pues bien, al hablar del corazón hablamos metafóricamente del amor. Y amar exige responsabilidad y compromiso, requiere un constante donarse a sí mismo, como una vela encendida que se consume en silencio para iluminar a los demás. Del mismo modo que una vela que no se enciende no sirve para nada, una vida sin amor, no tiene sentido.

Qué pena saber que muchos jóvenes han perdido esa capacidad de enamorarse de la vida, de entregarse de corazón, asumiendo los riesgos que eso pueda traer. Por eso debemos pedir que seamos transformados por la caridad, es decir, por el amor que brota del corazón de Jesús, pues al mirar al Crucificado entendemos cuál es la medida a la que es-tamos llamados: amar hasta dar la vida por el prójimo.
Toda vida puesta al servicio del Reino de la verdad y de la justicia, es una existencia que no se pierde, sino que se multiplica. En eso consiste la libertad que viene de Cristo, Él nos entrega su vida, y quien con Él sube a la cruz, «muere» por toda la humanidad; ese amor no excluye a nadie… Amar es siempre «un morir» para que otros tengan vida. Una vocación sólo puede realizarse realmente cuando se ama de verdad.
Quizá esta sea la paradoja de nuestro tiempo, querer amor sin antes amar, pedir sin antes ofrecer. Amar es un ejercicio que se aprende cada día. Cada vez que abrimos el corazón a la gracia de Dios y al prójimo, nos volvemos más sensibles al dolor del otro, y aunque no podamos resolver todos los sufrimientos ajenos, seremos solidarios con el prójimo.
Queridos jóvenes, abramos nuestro interior al corazón del Buen Pastor, para que cada instante de nuestra vida sea un constante «perder la vida» al amar a los más necesitados y abandonados… para que encontremos en el rostro de cada hermano que sufre el rostro del mismo Cristo, que desde la cruz tiene su Corazón desbordado y da su vida para que todos tengamos vida en abundancia (Jn 10,10).

La alegría de formarse como misionero

Testimonio de Didier Alonso Bermúdez, novicio comboniano

Cuéntanos de ti

Mi nombre es Didier Alonso Bermúdez Usuga, tengo 29 años, nací en Apartadó, Antioquia, Colombia. Hijo de Pedro Luis Bermúdez Jaramillo, asesinado por los paramilitares y Rosalba Usuga, el menor de 3 hermanos. Hice mis sacramentos en la parroquia de mi barrio San Francisco de Asís, donde crecí frecuentando siempre la santa misa y demás sacramentos, participé de diferentes grupos apostólicos como la infancia misionera, legión de María infantil, grupo juvenil, fui catequista por varios años. Todo ello ayudó a madurar mi fe.

¿Por qué te llamó la atención nuestro instituto misionero?

Conocí los misioneros combonianos gracias a un padre de mi diócesis de Apartadó, el padre Alberto Domicó. Al ver mi entusiasmo misionero me propuso entrar a una comunidad religiosa misionera. El padre Alberto me dio dos números de teléfono para ponerme en contacto con dos comunidades; en la primera que llame no me contestaron y el segundo número era de los misioneros combonianos quienes me contestaron. Allí, empecé mi discernimiento con el padre Martin Bolaños quien me ayudó a conocer a San Daniel Comboni y el instituto.

Cuando visité por primera vez el seminario del postulantado en Medellín, fue de mucho impacto para mí el recibimiento, la acogida, sencillez y apertura del P. Martín Bolaños y del P. Mateo Téllez. Estuve de misión en la Semana Santa del 2018 con los dos padres combonianos junto a otros aspirantes, lo cual me motivó aún más para ingresar. En junio ingresé al seminario comboniano e inicié mis estudios en la CRC (Conferencia de Religiosos de Colombia), conociendo otras comunidades religiosas y la gran riqueza que hay dentro de la Iglesia.

En el año 2019 inicié la filosofía en la Universidad Católica Luis Amigó de esta ciudad donde era el único religioso en las clases de filosofía e inglés. Eso era muy llamativo para los demás y para mí, y el compartir con ellos enriqueció mucho mi vocación.

La pastoral la realicé en la parroquia San Alberto Hurtado de nuestro barrio y el sector la Huerta, donde pude trabajar con alegría y empeño especialmente con los jóvenes. También colaboré en el comedor Emanuel, que le da alimentos todos los días a los habitantes de calle.

¿Cómo es tu vida ahora que estás en el noviciado de México?

El noviciado ha sido una etapa única. El vivir con otros hermanos de distintas nacionalidades, el encontrarme conmigo mismo y con Cristo, el profundizar mi vida de fe y oración, mi confianza en el Señor, el paso de Dios por mi vida ha sido maravilloso, lo cual agradezco todos los días. El conocer y profundizar la vida de San Daniel Comboni, el amor al Instituto, al cual reconozco como mi gran familia misionera, el tener un ritmo de vida dentro del noviciado, con sus espacios para crecer como persona y como cristiano y poder así amar y donarme con alegría a la misión. El padre maestro y su socio son dos grandes amigos que me han ayudado mucho en mi caminar y discernimiento vocacional hacia la vida misionera comboniana.

Algo que también ha marcado mi vida dentro del noviciado han sido las dos experiencias que propone el itinerario formativo. La experiencia de comunidad la hice en el Oasis, lugar de reposo para sacerdotes y hermanos ancianos y enfermos de nuestro Instituto, en Guadalajara, México, donde viví con otros hermanos ya consagrados y ancianos, escuchando sus experiencias vividas que me motivaron mucho a seguir las huellas de Cristo Buen Pastor.

La otra experiencia fue en las montañas de Guerrero, en Metlatónoc, México, entre los mixtecos. Fue un desafío grande aprender algunas palabras en mixteco, además de su cultura, sus tradiciones y su alimentación. Fue una experiencia que me motivó mucho a decir “sí Señor, aquí estoy, envíame a mí”. Creo que la apertura, la alegría y el amor abre toda puerta y derriba toda barrera, y eso permite poder llegar a los niños, jóvenes, familias y ancianos, aunque no te entiendan en español, eso motiva y abre corazones.

El noviciado ha representado para mí un tiempo de gracia y bendición en el cual Dios ha pasado por mi vida y ha hecho grandes cosas. No dejo de reconocer siempre la intercesión y la ayuda de la Santísima Virgen María y la motivación de San Daniel Comboni, que frente a las cruces de cada día sentía el amor de Dios que lo acompañaba en cada momento y circunstancia.

¿Cuáles han sido tus dificultades, logros y desafíos a lo largo de todo este proceso?

Yo no lo llamaría dificultades sino purificaciones; momentos en los cuales Dios me ha hecho más fuerte y valiente en la fe, la perseverancia y la confianza. Un reto y logro ha sido la vida comunitaria. Aquí en el noviciado hay hermanos de diferentes nacionalidades. Ahora somos 16. Es un reto y logro vivir en comunidad reconociendo al otro como mi hermano que me ayuda a crecer.

Mi desafío es seguir respondiendo al Señor con generosidad, entrega, amor y fidelidad, darlo todo en cada momento, con cada persona y vivir con alegría y sencillez el amor de Cristo. Deseo ser un misionero comboniano y promover mucho las vocaciones para el Instituto, en especial en Colombia.

¿Cuál es tu mensaje a los jóvenes?

Los invito a darse esta experiencia, porque estas experiencias con el Señor Jesús es mejor vivirlas y no que nos las cuenten, y si leen y conocen a San Daniel Comboni, se van a enamorar mucho más de Jesús y de la misión. Todo joven que esté pensando y tenga ciertos miedos a responderle al Señor lo invito a que dé una respuesta, que dé pasos firmes a la llamada de Cristo, porque yo no me arrepiento de haberle dicho sí al Señor. Por el contrario, me siento muy contento, feliz y decidido a seguir, porque en la misión encontramos el rostro de Cristo sufriente.

Entrevistó: P. Luis Alfredo Pulido Alvarado. Iglesia sin Fronteras

“El que corre rápido, corre solo”

P. Aldrin Janito, mccj. Desde Manila, Filipinas.

Soy el P. Aldrin Janito, uno de los primeros combonianos filipinos. Fui ordenado sacerdote el 7 de junio de 1999. Después de mi ordenación, fui promotor vocacional desde 1999 hasta 2003. Fui destinado a las misiones de Sololo, diócesis de Marsabit, en Kenia, de 2003 a 2004. Este servicio misionero de dos años marcó mi vida tras ser testigo de la matanza de mi pueblo keniano, que en su mayoría eran líderes religiosos y jóvenes. Fue una experiencia horrible, pero no acabó con mi espíritu misionero. Mi último destino fue Sudáfrica, donde pasé 16 apasionantes años en dos parroquias, Waterval y Acornhoek.
Servir en estas dos parroquias como sacerdote no fue fácil. Algunos de los retos a los que me enfrenté fueron el culto ancestral, los diversos idiomas que se hablan en la zona, el crecimiento espiritual y el compromiso eclesial de los jóvenes durante y después de la pandemia del COVID-19, la deficiente prestación de servicios por parte del gobierno local, el abuso desenfrenado del alcohol y las drogas, la delincuencia, como el robo, los embarazos en la adolescencia, la escasa alfabetización, el VIH/SIDA y el desempleo.
Como parroquia, intentamos abordar estos problemas acuciantes utilizando alternativas, como la catequesis itinerante (llegar a la gente allí donde esté), la educación complementaria y los servicios de tutoría después de la escuela, el grupo de apoyo al VIH/SIDA, la creación de orfanatos y centros de acogida, la promoción del ecumenismo con otras sectas e iglesias locales, la escuela dominical, etcétera.
Como administrador de estas parroquias, aprendí a escuchar y a ejercer la paciencia. Como dice un refrán swahili, “hara haraka haona baraka”, que significa que el que corre rápido corre solo. El espíritu de “Ubuntu”, de trabajar junto con la gente, es esencial. Un misionero que aprende varios idiomas sin conocer la cultura local y las costumbres de la gente corre el riesgo de convertirse en un idiota.
Mi participación en el Año Comboniano en Roma, Italia (2013-2014) fortaleció y renovó mi espíritu misionero en Limone, Italia, hogar de nuestro fundador y padre, San Daniel Comboni.
Volver a casa para servir a Filipinas, en mi delegación de origen como nuevo animador misionero, es divertido y desafiante. Como postulantes, aprendimos este servicio de nuestros anteriores formadores, los Padres Alberto Silva y Victor Dias. Básicamente consiste en compartir la propia experiencia misionera con la gente, para estimular el interés, y levantar su espíritu apoyando y sosteniendo la misión de Cristo, cerca y lejos; y difundir la revista World Mission en todas las parroquias de Manila como instrumento de formación de la conciencia misionera. Lo que me hizo feliz fue encontrar colaboradores y voluntarios misioneros que, desde hace varios años, trabajan con nosotros, compartiendo libremente su tiempo, su talento y sus tesoros.

Una Iglesia en Comunión

Uno de los principales valores que tenemos como Familia Comboniana es la importancia de estar en comunidad, y ahora que he tenido una experiencia fuera del país, en Sudáfrica, he llegado a asimilar más el hecho de estar juntos. Ciertamente habrá discrepancias al vivir juntos, pero eso es algo que enriquece la vida comunitaria.

Por: Fernando Uribe, escolástico comboniano

Desde que tomé la decisión de unirme a esta aventura misionera, en julio de 2011 hasta la fecha, he vivido muchas experiencias que me llevan a agradecer a Dios por todas ellas y a madurar más mi vocación. Dejar familia, casa y amigos puede sonar a «estar solo», pero como dice la Palabra de Dios, «todo el que haya dejado casas o hermanos o hermanas o padre o madre o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (cf Mt 29,19).
Esto es lo que me acompaña en mi viaje de formación durante estos años, el hecho de sentirse en familia y hacer sentir a los demás que viven dentro de una, y con todo y los problemas que puede haber dentro de un núcleo familiar, lo importante es saber cómo tratarlos y permanecer juntos. Además, es precisamente en las diferencias cuando uno crece y aprecia los dones que Dios da a cada uno de los miembros de la familia.
Así, he llegado a entender más el llamado que el papa Francisco hace a la comunidad eclesial, a ser una Iglesia sinodal. Esto puede causar cierta confusión por las palabras usadas, pero para entenderlo debemos visualizarla como una Iglesia fraterna. Y para explicarlo quiero contarles la experiencia que tuve al vivir en Sudáfrica, porque me hizo entender aún más esta realidad.


La Iglesia sudafricana promueve y vive la comunión con otras Iglesias y religiones mediante encuentros en los que comparten las necesidades del pueblo para encontrar la mejor manera de atenderlos. Algunos de los ejemplos más claros que manifestó la importancia de caminar juntos fue atender la pandemia de Covid-19 o los problemas de violencia, ya que fueron tratados desde los ángulos social y espiritual.
Ser una Iglesia sinodal es ser una Iglesia que está en comunión, que se abre al otro y ve con ojos de Dios al hermano o hermana que nos necesita. Así que la pregunta es, ¿qué estoy haciendo para fomentar la unidad?
Seamos esa Iglesia que construye puentes a pesar de las diferencias; seamos capaces de encontrar lo que nos une, el amor de Dios por cada uno de nosotros.

Caminando hacia nuevos horizontes

Por: Elena y Paola, novicias combonianas, en San Antonio, Texas

En la formación del postulantado en Granada, España, compartimos la realidad migratoria que se vive ahí. Uno de los apostolados y ministerios es el «Proyecto Girasol», que acoge a inmigrantes de América Latina, Nigeria, Marruecos y otros países. Este proyecto les ofrece cursos que les ayudan a insertarse a nivel laboral y cultural. Por otro lado, la Familia Comboniana en España acompaña a un grupo juvenil misionero para discernir su camino vocacional y sensibilizarse a la realidad social y sus desafíos. Una de sus actividades más significativas se desarrolla durante la Semana Santa. Se propone una convivencia en la casa de los Misioneros Combonianos para reflexionar sobre el Triduo Pascual y hacernos más conscientes de la presencia de Jesús en nuestra vida y en contexto social. Participamos en un «Vía Crucis» itinerante entre diferentes parroquias, para compartir el camino y conectar con la experiencia de los migrantes.

Ahora en el noviciado estamos en San Antonio, Texas, Estados Unidos, en donde es muy evidente la presencia de los migrantes que buscan refugio y una mejor calidad de vida. Una experiencia inter congregacional del verano pasado, en un Centro de acogida migratorio de Caridades Católicas, en la frontera con México, percibimos el dolor y la angustia de muchas familias que, durante el camino, habían sufrido violencia y persecución. Mientras compartían con nosotras sus historias, vimos que su fe les permitía reconocer la presencia de Jesús en su camino, a pesar de muchas dificultades, y agradecer por esta promesa de nueva vida realizada por el Señor para ellos.

En esto, encontramos el sentido de la Resurrección: ante signos de «muerte» e injusticia, es posible descubrir la presencia de Jesús que camina con nosotros y nos da nueva vida. Estamos invitados, como decía el papa Francisco, a experimentar el resplandor divino de Jesús y «fortalecidos en la fe, proseguir juntos el camino con Él». Y tú, ¿cómo dejas que la Resurrección del Señor ilumine tu mirada hacia la realidad del mundo?