P. Sylvain A. ABIB, mccj

Hace muchos años, san Daniel Comboni se enamoró de la primera evangelización de África. Decía a su mamá: «Tendremos que fatigarnos, sudar, morir; pero al pensar que se suda y se muere por amor de Jesucristo y la salvación de las almas más abandonadas de este mundo, encuentro el consuelo necesario para no desistir en esta gran empresa».

En sus primeros viajes a Jartum, en el actual Sudán, se enfermó gravemente y tuvo que regresar a Italia para curarse. Antes de volver, mientras estaba asistiendo a la muerte de un joven compañero misionero, Comboni no se desanima y decide continuar su misión: «¡África o muerte!». Cuando regresa a Italia, el recuerdo de África y de su gente empuja a Comboni a preparar una nueva estrategia misionera. En 1864, en oración sobre la tumba de san Pedro en Roma, Daniel tiene una fulgurante intuición que lo lleva a elaborar su famoso «Plan para la regeneración de África», un proyecto misionero que puede resumirse en la expresión «Salvar África por medio de África», fruto de su ilimitada confianza en las capacidades humanas y religiosas de los pueblos africanos. Esta confianza en los africanos se dio a conocer más en los últimos años en la congregación de los Misioneros Combonianos.

Hoy, África cuenta con varios misioneros que trabajan en su tierra y también apoyan a otras misiones de Europa, Asia y América. En realidad, en el Instituto de los combonianos nos damos cuenta del número creciente de africanos. En el último Capítulo General se notó una presencia mayor de los africanos como capitulares. Al mismo tiempo es esperanza y reto. Casi cada año en los países de África hay ordenaciones sacerdotales de los combonianos, mientras en los demás continentes hay menos vocaciones y menos ordenaciones. El continente sobresale por sus jóvenes que aún creen en las misiones como Comboni lo hacía. La pregunta es realmente si este sueño de Comboni pudiera ayudar a la nueva evangelización de los países necesitados y sobre todo a la promoción vocacional en países como Italia, España, México, etcétera.

Con mi pequeña experiencia en México, me doy cuenta de que, cada año, las vocaciones bajan cada vez más debido a varios factores, como por ejemplo la falta de cultura religiosa en las nuevas familias. En el pasado, la familia tenía mayor responsabilidad en la primera formación a la fe cristiana. África sigue con más vocaciones porque en sus países aún existe desde la familia una educación en la fe. Por eso creo que la aportación de los países africanos no sería suficiente si no hubiera una formación de base sólida en la fe cristiana.

El sueño de Comboni hoy, no es únicamente «salvar África», es también salvar a todas las personas del mundo o sea «las demás áfricas»; ayudarles a reencontrar a Cristo, amarlo y hacerlo amar a los demás. Es una misión que el mundo de hoy necesita, en donde he visto que la mayoría de jóvenes se aleja de Dios.

Entonces, lo que puede ofrecer África a los demás continentes es su juventud alegre, su esperanza de que Cristo está vivo y quiere que todos los jóvenes estén vivos. Los africanos deberían tomar más conciencia de lo importante que es hoy una Iglesia sinodal, no sólo en su forma de existir, sino por la urgencia de la misión ad gentes, no como una actividad propia de los misioneros, sino de toda la Iglesia universal o más bien sinodal, como lo pide el Santo Padre.

San Pablo nos decía que somos los miembros del cuerpo de Jesús, y Él es la cabeza. Hoy el sueño de Comboni sería una Iglesia misionera, que promueve la misión y la cultura vocacional. En el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año, el Papa dice que «en la evangelización, por tanto, el ejemplo de vida cristiana y el anuncio de Cristo van juntos; uno sirve al otro. Son dos pulmones con los que debe respirar toda comunidad para ser misionera. Este testimonio completo, coherente y gozoso de Cristo será ciertamente la fuerza de atracción para el crecimiento de la Iglesia, incluso en el tercer milenio. Por tanto, exhorto a todos a retomar la valentía, la franqueza, esa parresía de los primeros cristianos, para testimoniar a Cristo con palabras y obras, en cada ámbito de la vida».

Deseo que la juventud cristiana católica no tenga miedo de actuar, de arriesgarse. También deseo que los jóvenes africanos sigan al servicio de la Iglesia, no sólo de los Misioneros Combonianos, sino de la Iglesia universal.