Este mes cerramos un semestre escolar más y terminamos el año 2022. En el calendario de la Iglesia celebramos la Navidad. El nacimiento de Jesucristo nos hace recordar el origen de toda vocación.

Por: P. Roberto Pérez

La vocación es un misterio, y éste es participación de la misión a la que todos estamos llamados. Por medio del nacimiento de Jesús, Dios nos visita y está con nosotros, viene a caminar en medio de la humanidad. Todo llamado es una invitación a participar de la historia de salvación que se ha hecho plenitud en la persona de Cristo. Desde el bautismo fuimos llamados a ser hijos de Dios y a vivir como tales, así como a reconocernos hermanos, es decir, somos llamados a participar de la misión, que Jesús nos dejó.

Así como Él nace y se desarrolla en el seno de una familia, también crece en una comunidad creyente y orante, y dicha comunidad se siente parte del pueblo escogido por Dios. Un Padre que camina con la gente y le muestra sus maravillas.

Así también, todo aquel que ha sido llamado es un invitado desde el seno de una familia creyente (pues sus papás y padrinos lo han bautizado) o tal vez no ha crecido en una familia de fe (es decir practicante, viviendo los valores de la fe y de las celebraciones), aún así vive dentro de una comunidad mayor, que lo ha hecho sentirse llamado a servir, a poner sus dones y su vida entera al servicio de los demás.

Varios de los consagrados, sacerdotes y misioneros han sido convocados en diferentes ambientes, pero siempre dentro de una sociedad, un pueblo, una comunidad de fe. Y Dios, al ver las necesidades del pueblo, llama y hace que los jóvenes se sientan invitados a servir.

La vocación crece y se desarrolla dentro de una familia, y ésta se hace más grande cuando empieza a participar toda la comunidad. Así pues, la comunidad es la que cuida y hace crecer la vocación por su participación.

Vemos que no todos «reconocen» el nacimiento de Jesús. Antes de seguir, quisiera examinar este verbo; según el diccionario, «reconocer» es distinguir o identificar una persona o una cosa entre varias por una serie de características. Por tanto, reconocer a Jesús es identificarlo como el Hijo de Dios, el Mesías prometido, el que por sus palabras y obras nos muestra el rostro amoroso y misericordioso del Padre. El Evangelio nos dice que a Jesús tampoco lo reconocieron: «vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» (cf Jn 1,11-12). Asimismo, muchas veces quien se siente llamado, enfrenta situaciones donde no será reconocido en su vocación, ya sea por su entorno familiar, porque ésta no ha crecido lo suficiente en la fe o por el ambiente donde convive, tal vez el círculo de amigos, el ambiente escolar o laboral en donde no se reconocen los valores de la fe.

No es fácil sentirse convocado a una vocación de total entrega a Dios y al servicio de su pueblo. La decisión no es fácil, pero quien lo experimenta puede recordar que a Jesús le pasó lo mismo: muchos no lo reconocieron ni en su nacimiento ni su vida ni en su ministerio. Pero gracias a quienes lo recibieron e hicieron un camino de fe, seguimiento y discipulado, hoy nosotros recibimos y vivimos esta fe en Jesús.

Te invito a recordar el misterio de tu vocación, de meditar cómo nació o cómo germina en ti esa inquietud de servir a los demás y de construir el Reino de Dios. ¿Qué recuerdas de ese primer momento en que te preguntaste qué sería de tu vida? ¿Vives en un ambiente de fe que te ayuda a ir reconociendo el misterio de sentirte llamado a dar una respuesta?

En el mes que celebramos la Natividad de nuestro Señor Jesucristo, y que seguramente en nuestras casas pondremos adornos, el pesebre, el nacimiento y otros símbolos que evocan este misterio de fe, sería bueno hacer un examen de conciencia para recordar los símbolos y señales del nacimiento de nuestra vocación. Puede ser el ejemplo de vida de tus padres o de algún sacerdote o religiosa, de una catequista o de un maestro, incluso de algún amigo; reflexiona sobre qué palabras te ayudan a discernir tu vocación y fortalecerla. Te invito a descubrir señales que puedan adornar nuestros hogares, ambientes escolares y laborales, que puedan enriquecer y celebrar el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo y de nuestras vocaciones.