En camino hacia la Pascua -2
La mujer de mucho amor.
El camino de la misericordia

P. Enrique Sánchez González, mccj

Nos recogemos un momento para ordenar nuestros pensamientos, sentimientos, deseos y todo lo que cargamos en el corazón en este momento. Para fijar nuestra mirada y nuestra atención en el Señor que viene a nuestro encuentro.

Pongo en sus manos lo que soy y me abandono para que me lleve a donde él quiera y pido la gracia de sentir su mano misericordiosa sobre todo lo que soy.

Silencio

Pedimos la asistencia del Espíritu que acompañe nuestra oración.

Escuchamos su Palabra y la acogemos con alegría.
Rom 8,18-27

«Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia. Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios».

Introducción

En el camino que nos lleva a la Pascua, al encuentro con el Señor resucitado, se nos da la oportunidad de vivir la experiencia  de ser tocados por la misericordia de Dios. Misericordia es la mirada que Dios tiene siempre sobre nosotros y se trata de una mirada desde el corazón.

Dios viene a nuestro encuentro amándonos, abriendo su corazón para que podamos descansar en él. Dios nos invita en estos días a ponernos en camino reconociendo todo aquello que nos ha impedido ir ligeros a su encuentro.

El camino hacia la Pascua es la oportunidad que se nos brinda para que con sencillez reconozcamos nuestros límites y caídas, nuestras debilidades y pecados; pero, sobre todo la misericordia de Dios que se alegra con cada uno de nosotros cuando dejamos que brote de nuestro interior el deseo de vivir de él y para él.

1.- El camino de la misericordia.

El camino de la misericordia es un sendero que nos lleva por los rumbos del Perdón y del mucho amor. Y donde hay amor no hay juicio, ni prejuicios, pues todo ser humano es digno del amor y diríamos nosotros como misioneros, a todos está destinado el amor.

Hemos nacido para ser amados y aunque nuestra vida dé muchos giros, muchas vueltas, al final lo único de lo que se nos pedirá cuentas es de cuánto fuimos capaces de amar y de dejarnos amar, de ser amados.

Para entender esto tendríamos que escuchar aquí las palabras de San Pablo escritas como el más bello himno al amor. (Cfr. 1Co 13, 4-8)

2.- Otra historia que nos introduce en lo que Jesús entiende por misericordia es el texto que leemos en el evangelio de San Lucas 7, 36-50.

Jesús perdona a la mujer pecadora.

Detengámonos en algunos detalles que nos da el texto para que nos conduzca al corazón del mensaje que quiere dejarnos para introducirnos en la experiencia de la misericordia.

  • Un fariseo: la personificación del rigorismo legalista y estéril.
  • La exageración en el intento de hacer de la relación con Dios algo que se detiene en lo exterior, en lo pasajero, en lo que no compromete. Fariseo es quien se contenta por aparentar, por hacerse ver, por interpretar lo que es justo y bueno, pero solamente aplicado a los demás.
  • Fariseo es toda persona que se siente en regla con Dios, que considera que nada le puede ser reprochado; se siente modelo y con autoridad para exigir a los demás lo que no se atreve a pedirse a sí mismo.

Es la persona que se encierra en sí misma, que pretende convertirse en parámetro, en punto de referencia para los demás, pero solamente desde lo que dice y no desde lo que hace. Es una persona condenada al individualismo, alérgica a las relaciones, cerrada a la novedad que Dios no se cansa de presentar a cada paso a quienes viven en comunión con él.

El fariseo es la persona que se siente con derecho a juzgar, a criticar, a chismorrear, a condenar a los que no son o no piensan como ella. Se siente por encima de los demás y le cuesta reconocerse haciendo parte de una humanidad que es bella porque limitada y frágil.

  • Una mujer pecadora:
  • Se trata de una persona doblemente descalificada y desconsiderada en tiempos de Jesús (igual que sucede en nuestro tiempo), primero por ser mujer y segundo por ser pecadora pública, con lo que de desprecio carga este calificativo en la mentalidad puritana de una sociedad enferma de superficialidades y complaciente con las apariencias.

Mujer pecadora es lo que no cuenta, lo despreciable, lo humillante, lo impuro que no acerca a Dios, según la mentalidad farisaica, lo indigno. Representa todo aquello que gustaría que no existiera en un mundo soñado perfecto e impecable.

Ella nos obliga a hacer las cuentas con nosotros mismos.

Al confrontarse con esa parte oscura que todos llevamos y que quisiéramos esconder de tal manera que nadie pudiese descubrirla, porque nos hace sufrir, porque contradice la verdad profunda que cada uno lleva inscrito en su corazón. Ella lleva a poner de frente a todo ser humano con su parte vulnerable, pobre y pecadora. Ella conduce a aceptar que no somos dioses, que no somos perfectos y que no podemos alardear presumiendo ser inmaculados.

  • Enterada de que estaba a la mesa en casa del fariseo, consciente de haber descubierto en donde está su salvación, se pone en camino para ir al encuentro del Señor. No se preocupa del “qué dirán” o qué me pasará. Se aventura hasta exponerse al máximo entrando en la casa de quien sabe que puede ser su más severo juez, el fariseo. No teme, porque va movida por el deseo de amar y de ser amada y donde hay amor, no hay temor.
  • Ama saliendo de sí misma, poniéndose al servicio de los demás, cumpliendo con una tarea que puede ser demasiado humillante, lavar los pies ( pero más todavía, enjuga los pies con el perfume, como anticipándose al trabajo que le tocará hacer lavando el cadáver de Jesús en el sepulcro), viviendo en función de los demás. Ella sirve, tratando de olvidar cuánto se han servido de ella, pues ha encontrado a alguien que no la ve con la mirada que desnuda el cuerpo, sino con aquella que penetra al corazón.
  • Llora sus pecados, por dolor y seguramente también por rabia, pues sabe que en ellos va mucho de su fragilidad humana, pero mucho más del egoísmo de quienes se han olvidado que ella también es un ser humano. En el pecado no sólo cuenta la valencia individual y juegan mucho las consecuencias en el tejido social en el que nos movemos. Llorar sus pecados no puede hacerlo sin llorar los pecados de un mundo que vive en la arrogancia de creer que puede existir olvidándose de quienes existen a nuestro lado.

3.- Una historia muy diferente.

  • Simón, tengo algo que decirte.
  • Jesús tiene una palabra de liberación, de vida, de perdón que quiere decir y la quiere pronunciar con cuidado para que no se pierda en el ruido de tantas palabras que circulan a diario. El tiene una palabra hoy y aquí para quienes lo estamos escuchando. La palabra es para Simón, pero ese nombre está escrito en una lengua que exige ser traducida de manera que Simón se pronuncie con las letras de nuestros nombres.
  • Tú no me has servido, lavándome los pies, no me has mostrado la ternura del cariño, no me has ungido la cabeza, lo que hace que cada persona sea reconocida como una realidad sagrada. Tú has sido incapaz de mostrar con les detalles sencillos de la vida que realmente cuento para ti, que significo algo en tu existencia, que soy necesario para que tú seas, que no puedes existir sin mi.
  • No has sabido decirme que me amas, porque estás atrapado en tus prejuicios de perfección, en la coraza de tu autosuficiencia, en la rigidez de tus costumbres, en la observancia de tus reglas, en la formalidad de tus tradiciones… Tú no me has servido porque no te sientes en deuda, porque consideras que todo en tu vida funciona, porque no sientes la necesidad de nada ni de nadie, pues ya lo has alcanzado todo, te sientes incluso con el derecho de atribuirte aquello que sólo pertenece a Dios, el juicio. Con la diferencia que mientras Dios es misericordioso, tú eres impecable, severo e insensible.
  • Esta mujer, porque ha amado mucho
  • Ha despertado en su corazón la esperanza, el consuelo, la humildad, el sentido de fragilidad y de sana dependencia; se ha dado cuenta que no puede ir lejos si no se abre a los demás, si no suplica mendigando la misericordia. Se siente necesitada de ser vista, no con los ojos de la pasión lujuriosa, sino con los ojos del corazón que se convierten en consuelo.
  • Porque ha amado mucho se le ha perdonado todo lo que a los ojos de los hombres podía ser un impedimento para restablecer su relación con el Dios que no condena, que siempre espera, que ofrece indistintamente una mano redentora para poner de pie a quien ha caído, para restituir la dignidad a quien se puede sentir perdido, para brindar los criterios reales para juzgar, no desde la prepotencia, sino desde la misericordia.

Una pequeña conclusión.

Con esto es fácil entender que el amor, el perdón y la misericordia son senderos que se encuentran para poder llevarnos a descubrir el rostro de un Padre que no sabe más que perdonar, que reconcilia y libera de todo aquello que puede esclavizarnos en actitudes y estilos de vida que busquen ponernos al centro.

La conclusión no puede ser que mientras más pecadores seamos, más merecedores de la misericordia seremos, sino mientras más capaces de reconocer nuestras fragilidades y más dispuestos a asumir actitudes de humildad que se traduzcan en gestos de servicio y de disponibilidad a dar la vida por los demás, es decir, orientados a amar; en esa medida seremos considerados destinatarios de un perdón que se traducirá en amor que nos abrirá horizontes de esperanza, de confianza y de fraternidad.

Para nuestra reflexión y oración personal.

+ ¿Cuánto me siento en los zapatos del fariseo y cuanto en los de la pecadora?

+ ¿Qué es lo mucho que el Señor tiene que perdonarme?

+ ¿En qué momento he escuchado al Señor diciéndome: Vete en paz?

+ ¿Qué podría hacer en lo pequeño de mi vida para ser expresión de la misericordia de Dios para mis hermanos?