Fecha de nacimiento: 05/05/1940
Lugar de nacimiento: Ayutla (Jalisco) / México
Votos temporales: 09/09/1963
Votos perpetuos: 09/09/1965
Fecha de ordenación: 03/07/1966
Fecha de fallecimiento: 07/04/1974
Lugar de fallecimiento: Mbayi (Burundi)

Agustín tenía 21 años cuando llamó a la puerta del noviciado de los Combonianos en Tepepan. Venía del seminario diocesano de Guadalajara donde había cursado filosofía y acababa de cumplir con el año de magisterio que la diócesis les exigía a los seminaristas antes de empezar el estudio de la teología.
El Arzobispo de Guadalajara, Card. José Salazar, dijo que había dado a los Combonianos uno de los mejores elementos del seminario.
La personalidad de Agustín aparecía ya bien definida: hijo de campesinos había asimilado del ambiente de la familia y de su tierra la transparencia alegre y serena que hace agradable la convivencia. Incapaz de condenar a nadie, no sabía de rencores y se inclinaba a disculpar siempre, a disculpar a todos.
Después del primer año de noviciado en Tepepan pasó al noviciado de Florencia (Italia) donde empezó también el estudio de la teología. Una vez admitido a la profesión religiosa pasó los mejores años de su formación en el escolasticado comboniano de Venegono.

El P. Agustín el día de su profesión religiosa, el 9 de septiembre de 1963


Escribía a los familiares: “Me encuentro muy bien. Nuestra casa parece una familia en donde todos somos hermanos. Sin duda serán los años más bonitos porque al final de éstos, si Dios quiere, yo seré sacerdote para siempre”.
Su formación no fue solamente teológica, sino también y sobre todo espiritual en vista del sacerdocio. Ha sido siempre auténtico. De una autenticidad que lo llevó a decir: “Tengo miedo, horror de ser hipócrita. No le hallo sentido a predicar lo que uno no tiene intención de vivir o aquello a lo que uno no cree. Este es uno de mis ideales: no hacer teatro, sino vivir”.
Para la Ordenación le tenía preparada Dios una extraordinaria sorpresa. Tan extraordinaria que al comunicar la noticia a los familiares no puede controlar la emoción: “Les haré un regalo grande, enormemente grande, que muy seguramente ni ustedes ni yo pudimos jamás imaginar y no sé cómo agradecérselo a Dios.
Ahora que les escribo estoy con las lágrimas en los ojos por la emoción y todavía no lo puedo creer: el regalo es éste: que, si Dios no dispone otra cosa, en vez de ser ordenado en Milán, seré ordenado sacerdote el día 3 de julio en Roma y, lo que es más, por las manos de su Santidad el Papa Pablo VI”.
Las emociones del día de su Ordenación las describe así: “Tengo muchas cosas que contarles sobre mi ordenación: abracé al Papa, me ungió las manos, hizo descender sobre mí al Espíritu Santo, me miró fijamente con sus ojos penetrantes y apretó mis manos contra las suyas, me consagró como sacerdote de Cristo”.

Ordenación sacerdotal del P. Agustín, por Pablo VI, el 03 de julio de 1966 en Roma

Una vez consagrado sacerdote P. Agustín regresó a México y durante seis años trabajó en actividades de animación misionera. Fue Director de Aguiluchos. Colaboró en la revista Esquila Misional. Y, a partir de 1971, fue también Secretario de las Obras Misionales Pontificias.
En 1972 lo destinaron a Misiones. “Hace ocho días llegó mi destinación. Fui destinado a una misión de África que se llama Burundi. Está casi en el corazón de África. Aunque no conozco esa tierra ya la amo como mi patria. Espero poder anunciar allí con todas mis fuerzas el mensaje de Cristo”.
Como preparación próxima a la misión tomó un curso de francés en Canadá y, en agosto de 1973, salió para Burundi (África).
“¿Que dónde ando? La nación se llama Burundi. Está en el mero corazón de África. Es un país pequeño, tal vez como el estado de Colima, pero muy poblado. Son más de 4 millones de habitantes. La capital, Bujumbura, es algo más grande que Autlán y con poca forma de ciudad”.
Después de una primera ambientación en Kabulantwa fue a Muyanga para empezar el estudio del kirundi. Su afán era mezclarse con la gente.
“Un día de fiesta me metí en medio de las 1.500 personas que asistieron a la primera misa. Estaba casi al fondo del templo. El párroco empezó la explicación. Yo no entendía nada. A un cierto momento vi que todo mundo se volteaba hacia atrás. Me pregunto: ¿Qué buscarán? ¿Qué habrá dicho? Y no pudiendo vencer la curiosidad yo también volteé hacia atrás, pero en ese momento alguien a mi lado me picó la costilla y me dijo con una señal: ‘ponte en pie’. Entonces confirmé mis sospechas de que ese alguien era yo. Esa fue mi presentación en el templo”.
Para Navidad de 1973 había terminado el curso fundamental de kirundi con éxito. Él mismo escribe: “creo haber captado la estructura gramatical del idioma. Ahora me falta conocer muchas palabras y acostumbrar el oído”.

El P. Agustín en Burundi, rodeado de niños

Entonces lo destinaron a la que sería su misión: Mabayi.
“Mabayi es la misión a la que he sido destinado. Como panorama es encantador. Todo rodeado de cerros. Bosques por un lado, platanares por otro y, en medio, la misión. Las casitas se pierden en un laberinto de platanares. A mí me encantan los cerros, lo verde y las tormentas”.
El 7 de abril, domingo de Ramos, había salido a las 6.30 de la mañana en jeep hacia una sucursal de la misión: Kirché. Había neblina.
En Kirché celebró dos misas y a las 2 p.m. saludó a los catequistas y tomó el camino de regreso. Estaba lloviendo. Con él venían dos muchachos: Yonatassi y Efrén.  En la misión lo estaban esperando.
Hacia las 3 de la tarde divisaron el jeep que venía por el camino que baja de los cerros. Avanzaba despacio, con cuidado, a causa del camino resbaloso. Cerca del puente que cruza el torrente Nyamangana, la brecha se reducía por un derrumbe. Allí fue donde las llantas laterales del vehículo se encontraron de repente sobre el vacío y el jeep dio varias maromas hasta que vino a quedar en el fondo del barranco.
Corrieron, pues el accidente había ocurrido a escasos diez minutos de la misión. Encontraron al Padre todavía con vida, pero no fue posible prestarle ningún auxilio. Le oyeron repetir dos o tres veces: “Señor… Señor…” y expiró. Los dos muchachos que venían con él salieron ilesos. Por deseo de la gente fue sepultado en frente de la iglesia grande de Mabayi, a los pies de la estatua de la Virgen.
Algunos meses antes, en una carta a los familiares, había escrito: “Lamento no poder contarles detalladamente muchas cosas de aquí. Es que a veces abren las cartas de los extranjeros.  Yo he apenas llegado y no quiero que me corran. Quiero vivir y trabajar aquí”. No sólo se quedó a vivir y a trabajar, sino que allí murió y allí descansan sus restos.
Cuando el 20 de abril de 1977 todos los combonianos fueron expulsados de Burundi, al llegar a la casa del Instituto en Roma, uno de ellos comentó: “De todos nosotros sólo se ha quedado uno: Agustín”.

Tumba del P. Agustín, delante de la imagen de la Madre del Salvador,
frente a la iglesia de Mbayi.

Al P. Agustín podía aplicarse la reflexión que el P. Agostoni, Superior General, hizo a raíz de la muerte del P. Manuel Vázquez: “Dios nos llama a colaborar en sus obras no porque tenga necesidad de nosotros para llevarlas a cabo, sino para brindamos la oportunidad de servirle. Y como él es dueño absoluto de todo actúa a veces de una manera que nos desconcierta: no espera los frutos, sino que recoge inesperadamente el árbol”.

P. Domingo Zugliani


Nació el 5 de mayo de 1940 en Ayutla Jalisco (México). Ingresó en el noviciado del Tepepam en 1961, lo completó en Florencia e hizo su profesión religiosa el 9 de septiembre de 1963. Después continuó sus estudios teológicos en Venegono Superiore (profesión perpetua el 9 de septiembre de 1965) y fue ordenado sacerdote en Roma el 3 de julio de 1966. De regreso a México, realizó algunos años de apreciada labor de animación vocacional, también a través de la revista Esquila Misional, hasta que llegó a Italia como delegado al Capítulo General en 1969.
Tras el Capítulo, regresó a México como Superior en el mismo México, hasta 1972. Tras estudiar francés en Brossard (Canadá), fue a Burundi en el verano de 1973. Estaba en la misión de Mabayi cuando sufrió un accidente mortal el 7 de abril, Domingo de Ramos.
Esto es lo que escribió un cohermano: “La primera vez que oí hablar del P. Pelayo fue cuando el rector del Seminario Diocesano de Guadalajara, Jal. – el actual cardenal arzobispo Joseph Salazar-, me dijo: ‘¡Quiero a los combonianos y la prueba de ello es que les he dado lo mejor de mis seminaristas!’
Cuando más tarde tuve la suerte de conocer personalmente al P. Agustín, me di cuenta de que el juicio que hizo era cierto; ¡era un hombre que se había entregado completamente a Dios!
Lo que más me impresionó de él fue el dominio que tenía de sí mismo; por eso uno podía acudir a él para pedirle una palabra segura y un consejo fraternal.
Era un tipo alegre con el que era fácil hablar y al que todos respetaban por su carácter servicial: siempre estaba dispuesto a ayudarte y hacía todo lo posible por hacerte feliz.

Le estoy agradecido porque supo echarme una mano en los momentos difíciles: cuando, en el trabajo de la formación de los novicios, no sabía cómo conciliar las nuevas formas de educación con la fidelidad a las tradiciones del Instituto, sobre todo para saber comprender la mentalidad de nuestros aspirantes combonianos, el P. Agustín estuvo cerca de mí para hacerme comprender que algunas cosas no se podían aceptar, mientras que a otras había que darles el justo valor”.
En sus diversas actividades en su tierra natal, desde su ordenación sacerdotal (1966) hasta su partida a las misiones (1973), le ayudó mucho su carácter tranquilo y jovial, combinado con su seriedad de juicio.
En su cargo de Secretario Nacional de las Obras Misionales Pontificias, era estimado por todos por su constancia en el trabajo, su trato amable y sus ideas claras basadas en sólidos principios, en los que nunca vaciló.
Todos recuerdan su discurso durante el Congreso Misionero Nacional en San Luis Potosí (1972): fue aplaudido por todos por la fuerza, la claridad y la convicción con que supo presentar la necesidad actual y urgente de la labor misionera, en su auténtica expresión de evangelización de los que aún no conocen el Evangelio.
Sus palabras -así lo reconocieron casi todos los participantes- sirvieron para salvar el carácter típicamente misionero a un congreso que, de otro modo, habría sido misionero sólo de nombre. Murió trabajando como un verdadero misionero comboniano en tierra africana: ¡cumplió su vocación!

El P. Agustín en Burundi, con un catequista

Comentando su muerte y la del otro misionero comboniano mexicano, el P. Manuel Vázquez, que también murió de forma casi idéntica, a los pocos meses de llegar a la misión que tanto había soñado, el Padre General me dijo: “¡Se ve que Dios nos quiere más que nuestras obras! Estos dos hermanos nuestros podrían haber hecho quién sabe cuántas cosas maravillosas con las habilidades y el entusiasmo que tenían… en cambio, el Señor se contentó con su buena voluntad manifestada en su plena disponibilidad para el trabajo misionero. Dios nos quiere, más que nuestros esfuerzos”.
En el relato de nuestros misioneros sobre la muerte del P. Agustín, leemos que las últimas palabras del moribundo fueron: “¡Señor, Señor, Señor!”. Esto me impresionó profundamente: en esas palabras está toda la vida del P. Agustín concluyendo una vida completamente gastada al servicio de Aquel que había elegido como su único Señor.   

P. Giorgio Canestrari
Del Boletín Comboniano nº 105, julio de 1974, p.79-80