Fecha de nacimiento: 27/09/1901
Lugar de nacimiento: Sernio SO / I
Votos temporales: 01/11/1921
Votos perpetuos: 01/11/1925
Fecha de ordenación: 29/05/1926
Llegada a México: 1953
Fecha de fallecimiento: 29/01/1966
Lugar de fallecimiento: Verona / I

Después del Capítulo de 1953 la Dirección General del Instituto procedió al nombramiento del nuevo provincial de México en la persona del P. Esteban Patroni.

El P. Esteban era un veterano de las Misiones de África. Era indudable que por su prestigio moral encontraría aceptación en la Provincia y, al mismo tiempo, por su amor al Instituto, garantizaba el desarrollo de las Obras de la Congregación que el P. Elio Sassella, anterior provincial, había empezado con tanto entusiasmo en el interior de la República y se presentaban ahora tan ricas de promesas.

Aceptar el cargo de provincial había significado para el P. Esteban un sacrificio inmenso, pues se le había pedido renunciar a su ardiente deseo de regresar a las misiones de África. Y aún cuando el pensamiento de la voluntad de Dios le ayudó a aceptar la obediencia y a dedicarse incondicionalmente a su nueva tarea, sin embargo, él se sentía en México algo así como desterrado y hasta el fin del trienio estuvo esperando con ansia la orden de relevo.

Llegó a México en noviembre de 1953. Después de una breve estancia en el Interior de la República, estancia que aprovechó para activar los comienzos de nuestra Obra en Sahuayo, en Febrero empezó su visita a la misión de Baja California.

Para entender el impacto que le causó la visita a la misión nada mejor que sus propias palabras: “He terminado la visita a todas las comunidades. Me sea permitido ahora expresar mi admiración sincera por el cúmulo inmenso de trabajo tanto espiritual como material que Uds. han realizado en tan corto tiempo y que Dios ha bendecido visiblemente con tanto éxito.

Ya antes de llegar a México había oído yo hablar del espíritu de abnegación y celo apostólico de todos. Pero ahora que acabo de ver esto con mis ojos puedo afirmar que nada hubo de exageración en lo que me habían dicho.

Diré la verdad: dentro del sacrificio inmenso que me pidió Dios al tener que dejar las misiones de África, ha sido un gran consuelo para mí encontrar aquí una misión en pleno desarrollo y atendida por unos hermanos tan celosos”.

Si una cosa saltó inmediatamente a la vista en la actuación del P. Esteban como provincial ésta fue su preocupación constante de apelar a la buena voluntad de todos para unir las fuerzas.

Era un hombre de Dios. Velaba por el buen espíritu con motivaciones de fe, sin desmentirse nunca y siempre coherente. Nada era capaz de removerlo de sus propósitos.

El 10 de agosto de 1956 el Superior General le informaba que la Dirección General, accediendo a su deseo de regresar a las misiones de África, lo exoneraba del cargo de provincial de México. Y en la misma carta le pedía aplazar un tanto su salida de México para evitar un vacío de autoridad con perjuicio de las Obras.

El P. Esteban aplazó su salida hasta el 27 de 0ctubre y hasta el último día se prodigó por las Obras de la Congregación en México.

Sus últimos desvelos, antes de salir de la Provincia, fueron por la fundación de una Escuela Apostólica en San Francisco del Rincón.

El 22 de octubre, partiendo de la Capital con el P. Piacentini, fue a celebrar la Misa en la montaña del Cubilete para encomendar a Cristo Rey el asunto de la fundación. El 24 estaban en San Francisco del Rincón. Se entrevistaron con el párroco del lugar; vieron una escuela y un terreno…y, aun cuando no fue posible dar pasos concretos, sin embargo, se puede decir que antes de salir dejaba urdido el asunto de la fundación.

Salió el 27 de octubre. Lo acompañaban la admiración y agradecimiento sinceros de los cohermanos tanto de Baja California, como del Interior.

Indiscutiblemente el P. Esteban es de los que han dejado más huella en la historia de la Provincia de México.  Y es de desear que mientras estamos todavía cercanos a los hechos haya quienes se dediquen a hurgar entre los documentos y recuerdos para hacer revivir los ejemplos de este comboniano auténtico que ha vivido entre nosotros con fama de santo.

Este aspecto de la vida del P. Esteban no se le escapó al que redactó la necrología del Padre para el Boletín de la Congregación.

Allí se leen detalles como éstos: “En la mañana del 19 de septiembre un Padre del Noviciado de Florencia, al salir de casa temprano para celebrar en el Hospital de enfrente, se sorprendió de ver al P. Esteban ya levantado y como esperándolo en el atrio.

Le pidió que por favor se informara si había algún médico disponible en el hospital. Es que aquí – le explicó – uno ha pasado la noche con dolores muy fuertes.

¿Le digo al médico que venga a verlo? Preguntó el Padre.

No. No es necesario. Si el médico está puede ir el enfermo al hospital. El Padre celebró la misa y luego se informó si algún médico podía recibir a esa hora a un enfermo para una consulta.

En esto vio llegar al P. Esteban. Avanzaba como arrastrando los pies y, entrando dijo: el enfermo está aquí. El enfermo era él.

Le detectaron tumor en el hígado que, además de dolores intensísimos, le provocaba frecuentes hemorragias.

Avisaron a los familiares. Su párroco, que le tenía grande estimación, lo visitó en el hospital de Florencia. Luego llegó a la casa del noviciado pidiendo hablar con el superior. ¿Cuál no sería su sorpresa al enterarse que el superior y Padre Maestro no era otro que el propio P. Patroni?

La enfermedad, que fue para él un largo y doloroso calvario, para los demás se convirtió en escuela elocuente por las enseñanzas y el testimonio que dejó.

Causó grande impresión cuando, después de recibir la Unción de los enfermos, dijo a los circunstantes: que nadie se apene por mí. Para nosotros que ya lo hemos dejado todo, la llegada de la muerte va a ser el día más hermoso de la vida.

P. Domingo Zugliani


Nacido en Sernio (Sondrio) en 1901, completó el bachillerato en el seminario de Como. En aquellos años oyó la voz de África y, el primero entre los seminaristas de Como tras la Primera Guerra Mundial, ingresó en el Instituto comboniano. Corría el año 1919. El rector lo presentó a los combonianos como un seminarista de “piedad distinguida”.

Su compromiso con la oración y la mortificación era tan sincero que el padre maestro tuvo que contenerlo. Cursó el noviciado en Villa Loreto en Savona, donde los novicios combonianos estaban refugiados a causa de la guerra, y lo completó en Venegono Superiore, Varese. Aquí, el 1 de noviembre de 1921, emitió los votos de pobreza, castidad y obediencia.

Después fue a Brescia como asistente de los jóvenes seminaristas. “Era el hombre de la oración y de la disciplina. No era tierno ni siquiera con sus alumnos, que, sin embargo, le querían mucho porque veían cuánto les amaba y deseaba que se convirtieran en santos misioneros”. El 29 de mayo de 1926 fue ordenado sacerdote en la catedral de Brescia. Fue padre espiritual de los seminaristas combonianos de Trento durante cuatro años, y confesor de los primeros muchachos reunidos por el P. Venturini para su Congregación de los Hijos del Corazón de Jesús.

Misionero en Sudán

Embarcó en Nápoles el 7 de abril de 1930 con destino a Bahr el Gebel (sur de Sudán), destinado a la misión de Rejaf. Se dedicó en cuerpo y alma al apostolado, ganándose el amor de los africanos. Cuando conoció a un cristiano que no quería guardar la ley del Señor, ayunó y se flageló para obtener de Dios su conversión.

Al cabo de ocho años regresó por motivos de salud. Los superiores lo enviaron de nuevo a Trento. Mientras tanto, se abrió el segundo noviciado comboniano en Florencia (1940) y el P. Patroni fue destinado allí como primer maestro. Inculcó a los novicios el amor a la Regla y la devoción a San José, que protegió la casa durante la guerra.

El P. Patroni hizo colocar una estatua del Santo en el tejado. La casa se convirtió en hospital y hogar para tantas personas que huían de los bombardeos, seguras de que donde estaba el P. Patroni no caerían bombas. Y así fue: ningún misionero resultó herido, a pesar de los 140 proyectiles que cayeron en el recinto del noviciado.

P. Esteban fue puesto contra la pared por los alemanes porque corría el rumor de que los misioneros tenían armas. No encontraron armas y el padre se salvó. Una granada de mortero entró en el atrio del segundo piso y no explotó. Fue idea del P. Patroni el espléndido monumento a San José que hoy se erige en la casa natal de Comboni en Limone sul Garda.

Mendigo

Para ayudar a los novicios, el P. Esteban se hizo mendigo. Con un carro tirado a mano empezó a recorrer las granjas de los alrededores de Florencia pidiendo limosna: aceite y grano, pan y queso, ayudado en esto por los novicios. Después del Capítulo de 1947, el P. Patroni pudo reanudar su misión. Partió tras una breve estancia en Londres para aprender inglés, y sin volver a casa para despedirse de su familia por espíritu de mortificación. Estuvo en Juba y luego en Rejaf (Sudán). En 1950 fue nombrado Superior de los misioneros de Sudán del Sur.

El nuevo Superior General, P. Antonio Todesco, le envió a México como Superior Regional. Esta obediencia le costó mucho porque le distanció de África. En México fue querido por los hermanos y la gente por su bondad. También aquí, para levantar las obras de la Congregación, especialmente el seminario de Sahuayo, fue a Estados Unidos a pedir limosna. Cuando estaba libre, ayudaba a los obreros como jornalero. La gente pensaba que era un santo y su confesionario estaba siempre abarrotado. Decían: “No se entiende lo que dice, pero en él se percibe la presencia de Dios”.

En 1957 estuvo de nuevo en África, en Juba y luego en Rejaf. En 1960, el 10 de febrero por la mañana temprano, la policía lo detuvo y lo expulsó en el acto como delincuente (la acusación -falsa- era que el Padre había favorecido las huelgas estudiantiles cuando el gobierno musulmán abolió el domingo).

Y acabó por segunda vez como Padre Maestro en Florencia. Austero y duro consigo mismo, era de una caridad exquisita con los demás. Para ellos ponía coche y chófer, mientras que para él bastaba el caballo de San Francisco o el transporte público. Cuidaba a los enfermos con ternura maternal y pasaba la noche con ellos. Formó a 250 novicios a la vida religiosa y misionera.

Una hemorragia interna causada por un tumor hepático le obligó a ir a Verona donde, edificando a todos, afrontó la dolorosa enfermedad y murió el 29 de enero de 1966. Le dijo a un cohermano: “Le había pedido al Señor que me llevara sin molestarme, por la noche, y que muriera en el noviciado”. El P. Patroni dejó un recuerdo imborrable en el Instituto. Todos le reconocían como un maestro de virtudes humanas y sobrenaturales, un auténtico misionero.  

(P. Lorenzo Gaiga)


Nacido en Sernio (Sondrio) el 27 de septiembre de 1901, realizó sus estudios secundarios en el seminario de Como. En esos años escuchó la voz de África y -el primero entre los seminaristas de posguerra procedentes de Como- entró en nuestra Congregación en octubre de 1919, presentado por el Rector como seminarista de “piedad distinguida”. Llegó a Savona, al noviciado que se había instalado en un ala del seminario que acababa de ser desalojada de soldados (era un hospital militar). Parecía un novicio “nato”, con fáciles discursos espirituales en los recreos y frecuentes visitas a la capilla, y tan prolongadas que el Padre Maestro tuvo que advertirle que no se quedara más de cinco minutos. Tenía un “estilo” propio y recto, despreciativo de la fatiga y ávido de medios y maneras de mortificarse y sufrir, y un notable espíritu de sacrificio y caridad. Daba la impresión de una estatura modesta, de sencillez y de esfuerzo en sus estudios. Pero aunque se esforzó por pasar desapercibido, desde sus primeros días fue un modelo, sobre todo en la observancia de los avisos; ¡aunque hubo muchos novatos edificantes! Y así fue durante todo el noviciado, que pasó en la “villa” del Seminario en la colina de “Loreto”, antes de instalarse en Venegono el 16 de julio de 1921. Aquí hizo sus votos el 1 de noviembre de ese año.

Enviado a Brescia como prefecto, parecía el hombre de la oración y la disciplina, y no era tierno ni siquiera con sus alumnos. Sin embargo, le querían; y a menudo los del primer año tenían el don de un sermón dictado por su corazón ansioso de formarlos en el espíritu que el Señor le había dado. En Brescia subió al altar el 29 de mayo de 1926. Para África presentó la ofrenda renovada de la vida y el primer sacrificio divino; y pidió para sí mismo ardor de apóstol y para la Misión muchos trabajadores.

Pasó los primeros cuatro años de su ministerio en la Escuela Apostólica de Trento, que se abrió con una docena de aspirantes a misioneros. Ocupó el cargo de Padre Espiritual y fue confesor de los primeros siete muchachos reunidos por el P. Mario Venturini, fundador de los Hijos del Corazón de Jesús. Cuando se marchó a África, el pesar generalizado demostró lo mucho que le querían.

Embarcó en Nápoles el 7 de abril de 1930 con destino a Bahr el Gebel, llegó a Juba el 3 de septiembre y fue destinado a Rejaf. Era la época en que la estación estaba en pleno desarrollo. En julio siguiente, se le asignó la responsabilidad como superior. En los primeros tiempos se dedicó a trabajar y cultivar mucho, porque su cabeza no lo soportaba; pero más tarde dedicó la mayor parte de su tiempo al apostolado y a la dirección de la Misión, asumiendo valientemente la responsabilidad. Realizó la mayor parte de su apostolado africano en Rejaf. Apreciaba las buenas cualidades de Rejaf y se apiadaba de sus defectos; y se ganaba su amor con la mansedumbre, la bondad y la penitencia. El catequista que le acompañaba dijo más tarde que si había cristianos descarriados o gente de corazón duro en un pueblo, el Padre rechazaba la cena y luego se disciplinaba.

Después de ocho años, regresó a casa por motivos de salud. Llegó a Italia el 14 de marzo de 1939. Los superiores lo enviaron de nuevo a Trento, para dirigir la Escuela Apostólica; pero al año siguiente lo trasladaron a Florencia como maestro de noviciado de esa segunda casa de noviciado, que se abría para acoger a parte del creciente número de novicios.

Padre Maestro de Novicios

El noviciado de Florencia nació cuando Italia acababa de entrar en la guerra; y en 1944 se encontró en la línea de fuego. En aquellos terribles e inolvidables meses, brillaron la fe y la prudencia del Padre Maestro. Comenzó confiando la casa y la comunidad a San José. El 25 de junio, colocó su estatua en el tejado, en un nicho bien protegido, y a continuación inició una serie de novenas al Santo Patrón, añadiendo el voto de erigirle un monumento si la vida continuaba con normalidad y el personal y la casa permanecían ilesos. El 28 de junio comenzó a oírse el rugido de los cañones, el bombardeo aumentó y el ametrallamiento aéreo se hizo continuo. El padre maestro trata de asegurar todo: hace quitar los cristales, atrancar las ventanas de la planta baja, apuntalar las escaleras y las columnas, y guardar la ropa blanca y las provisiones. Dos coches están escondidos bajo una pila de bultos. El 2 de agosto, el P. Patroni acude al episcopio para aceptar la hospitalidad ofrecida por el Card. Dalla Costa en el seminario. Por desgracia, es tarde: está prohibido entrar en esa zona de la ciudad. Es necesario empezar a utilizar el refugio. El 4 de agosto, la comunidad se divide en dos grupos: una treintena de novicios se aloja como puede en el cercano Collegio della Quercia, huéspedes de los Barnabitas; tres Padres y doce Hermanos permanecen en la casa. Sin embargo, el sótano también albergaba a los cuarenta pacientes del hospital de Camerata, que había quedado inhabitable. En esos días, una bala entró en el atrio del segundo piso y quedó sin explotar. Los novicios continuaron con admirable tranquilidad sus prácticas tanto en la Quercia como en la casa, mientras que los Hermanos -asistidos por una protección especial- siguieron trasladándose entre la casa y la Quercia para traer provisiones, y se encargaron de enterrar los cuerpos de siete personas que habían caído en nuestra tierra. El 25 de agosto, tres soldados alemanes entraron en la casa durante las oraciones de la mañana y pusieron al padre maestro y a los demás contra la pared del vestíbulo, amenazando con fusilar a diez de ellos si encontraban munición o enemigos. Mientras tanto, la línea de fuego se acerca, y el 28 de agosto el grupo que queda en la casa se reduce a un Padre, tres Hermanos y dos Novicios. El 10 de septiembre, el frente pasa por Florencia, el noviciado queda libre y la comunidad comienza a reagruparse. El día de San Pedro Claver está lleno, y el 16 de septiembre comienza una novena de acción de gracias a San José. Tenía razones para hacerlo: no había ni un solo herido, a pesar de los 140 proyectiles que habían caído sobre el recinto del Noviciado, la casa estaba ilesa, las sustancias estaban a salvo, e incluso se evitó la evacuación que se había impuesto a todas las villas vecinas.

Con la casa en orden, el P. Patroni pensó en los Ejercicios Espirituales, que comenzaron el 26 de septiembre. El día 29, tras once días de enfermedad, el estudiante novicio Lucio Betti muere piadosamente: es el holocausto pedido por el Señor. Era entonces necesario pensar en las provisiones para el invierno, y a mediados de octubre los Padres y Novicios salían cada mañana con dos carros, iban de granja en granja y volvían por la tarde con todo lo necesario. El 6 de noviembre, el noviciado retomó plenamente su vida ordinaria, aunque las circunstancias retrasaron la llegada de la mayoría de los postulantes. San José tenía verdadero derecho al espléndido monumento que se le erigió.

Superior regional

Después del Capítulo de 1947, el P. Patroni insistió en que se le enviara de nuevo a la Misión, y se le concedió. Antes de partir hacia África, fue a Londres y se esforzó por perfeccionar su inglés; pero en cuanto le invitaron a ir a Sudán, preparó su modesta maleta, pidió con la humildad de un novato permiso para cada cosa, y partió sin siquiera visitar la casa vecina. Estuvo en Juba durante dos años y luego regresó a Rejaf.

En 1950 fue nombrado Superior Regional, y siguió la marcha de la Región con visitas y correspondencia. En 1953 participó en el Capítulo.

El nuevo Consejo General, mostrándole una especial estima, le envió a México como Superior Regional. Esta obediencia le costó mucho, porque le alejó de África. Incluso en México se hizo respetar y querer. Su santidad, su experiencia y su energía eran apreciadas, y los Hermanos anhelaban sus visitas. Se dedicó con especial cuidado al desarrollo de las casas de formación. Siguiendo las iniciativas de su predecesor, se interesó por la construcción de la Escuela Apostólica de Sahuayo, para trasladar allí a los alumnos desde la sede provisional de la capital. Ante la escasez de ofertas, en 1954 aceptó de buen grado la propuesta que le hizo el Superior local de permitirle una gira de propaganda en Estados Unidos. Y ocupó su lugar durante unos meses, casi siempre solo, atendiendo el trabajo y desarrollando todas las diversas iniciativas. (Esto también lo hizo en los años siguientes). Se prestaba de buen grado a las confesiones, y la gente recurría a él con gusto, diciendo: “¡No se entiende lo que dice, pero es tan bueno!” Cuando estaba libre, asistía a los trabajadores y los ayudaba como un obrero. A finales de 1954, se terminó un ala de 84 metros, con planta baja y primer piso.

En 1956, el P. Patroni había recaudado fondos para crear otra Escuela Apostólica, pero fue relevado de su cargo. Encantado de volver a África, escribió inmediatamente al Reverendo Superior General: “No sé cómo agradecerle el gran favor que me hace al enviarme de nuevo a mis antiguas misiones en África. De este modo, complaces mi ardiente deseo de pasar los últimos años de esta pobre vida, que se apaga, en el campo de nuestro primer apostolado”. Sin embargo, no fue insensible a ese desprendimiento, y no olvidó a México; e incluso el año pasado se alegró de ver algunas fotos de la nueva Escuela Apostólica, llena de alumnos. Habló con gusto de las obras existentes y de otras casas de formación, de las que vio la necesidad y sugirió el lugar.

En junio de 1957 estaba de vuelta en Juba. Enviado a Kadulè no tuvo dificultades; pero casi inmediatamente tuvo que ser llamado de nuevo, porque su salud era preocupante, y fue enviado de nuevo a su Rejaf.

Padre Maestro por segunda vez

La laboriosa tranquilidad de Rejaf se rompió bruscamente en la mañana del 10 de febrero de 1960. Alrededor de las 9 de la mañana, la policía de Juba llegó a la Misión y le dijo al Padre, que estaba detrás de la residencia, que tenía que ser llevado a Juba. En zapatillas, con un equipaje mínimo, y sin poder ver a su coadjutor (que estaba de safari, y que era el verdadero hombre buscado), el padre Patroni partió hacia Juba. El coche de policía pasó por delante de la Fiscalía, pero el padre Patroni no pudo ni siquiera bajarse para informar a los hermanos y conseguir un par de zapatos. En el despacho del gobernador se reunió con el superior de Kator (el padre Luigi Benedetti), que también iba escoltado por agentes de policía. En presencia de los policías, el vicegobernador dijo a los dos “delincuentes” que debían abandonar Sudán inmediatamente por razones de seguridad. (En el Libro Negro se les acusaba de las huelgas en las escuelas por la reciente supresión de los domingos). En vano, el padre Patroni respondió que llevaba treinta años en Sudán y que sólo había sido misionero. A las 13.30 horas, saludado por algunos hermanos que se habían apresurado a llegar al aeropuerto, subió al avión con destino a Jartum. Intentó aparentar calma y animó a su compañero de exilio a aceptar la voluntad de Dios, pero se podía ver en su rostro lo mucho que le estaba costando.

Por caminos misteriosos, la Providencia le devolvió a Italia cuando el noviciado de Florencia (que se había cerrado temporalmente para admitir candidatos después de terminar el bachillerato) estaba a punto de reabrirse; y los Superiores le enviaron allí por segunda vez como Padre Maestro. Ahora era de la más delicada caridad, aunque parecía austero y a veces duro, y los novicios no tardaban en abrirse. Tal vez dirían: ‘Es duro; pero cuando ves su ejemplo no puedes dejar de admirarlo y callar’. De hecho, su espíritu de mortificación era excepcional. Lleno de consideración hacia los demás, no quería distinciones para sí mismo, incluso cuando tenía fiebre (y esto lo supimos un día por casualidad). Llevaba ropa ligera incluso en invierno, y se le veía pasear al aire libre sin abrigo, incluso cuando el frío era intenso. Mantenía una temperatura muy fría en su habitación. Una persona que atendía en el guardarropa del noviciado confió que las ropas más escasas y raídas eran las del Padre Maestro. Cuando salía a ejercer su ministerio, recorría algunas distancias considerables a pie, aprovechando para rezar y dar buen ejemplo, como inculcaba a los novicios; o bien utilizaba el autobús. Pero a los hermanos que estaban de paso, les proporcionaba fácilmente un coche y un chófer, y si venían de lejos o de la Misión, les daba una bienvenida especial en su casa y quizás les hacía acompañar en una visita o excursión. Para su propia onomástica se resignó con dificultad a permitir alguna distinción; mientras que no dejó pasar desapercibidos los aniversarios de los hermanos. Y si estaban enfermos o débiles, recurría a los manjares maternos; de hecho, en dos ocasiones y durante dos noches consecutivas estuvo dispuesto a asistir a un Hermano desde la una hasta que se despertó. El P. Patroni enseñó estas y otras virtudes a los más de 250 novicios que preparó para la profesión, cumpliendo con las palabras que al Rev. P. Vignato le gustaba decir: “Los novicios tienen en el P. Patroni a una persona que les ha dado la vida”. Y aunque fue exigente durante su preparación, luego los trató con una amabilidad excepcional después de la profesión.

Edificante hasta el final

Mientras tanto, seguía deteriorándose; pero nadie sabe cuándo empezó a sentirse peor que de costumbre. Un día (él mismo lo dijo) se sintió mal mientras celebraba en una comunidad: “Pensé que no podría terminar la misa, y que me quedaría en la calle”. Unos días más tarde, el 19 de septiembre de 1964, el vice-superior que iba a celebrar en el hospital de Camerata se encontró con él caminando inusualmente en el vestíbulo. El P. Patroni lo detuvo y le pidió que viera si había un médico en el hospital; y añadió: “Hay uno que ha estado muy dolorido toda la noche”. “¿Envío al médico?”, preguntó el Hermano. “No; no es necesario. Puede venir”. Terminado su ministerio, y extrañado de que no viniera nadie, el vicesuperior se dirigió a la salida del hospital; y he aquí que el padre maestro se dirigió hacia él, arrastrando los pies, y dijo con una triste sonrisa: “¡El enfermo está aquí!

Esa estancia sólo duró tres días; pero el 17 de noviembre fue necesaria la primera hospitalización larga. Su estado se volvió alarmante debido a una fortísima hemorragia interna, provocada por un tumor hepático, y se informó al párroco de Sernio y a su familia. El párroco visitó al enfermo y luego aceptó nuestra hospitalidad. Al entrar en la casa, pidió presentar sus respetos al Superior; y entonces se enteró de que el P. Patroni era el Superior y el Padre Maestro: ¡y decir que lo conocía desde hacía tiempo por correspondencia y en persona! Cuando se le informó de la gravedad de la enfermedad, el P. Patroni se sintió conmovido por la gratitud y se preparó para recibir los sacramentos. Pero esa vez se recuperó y comenzó un largo período de convalecencia.

Durante una confesión dijo: “Había pedido al Señor que me llevara sin molestar, por la noche; y que muriera en el noviciado”. Cuando no estaba postrado en la cama, se quedaba horas enteras en la capilla. En su habitación siempre tenía el rosario en la mano, y realizaba todas las prácticas piadosas.

Fue trasladado a la Casa Madre, y se alegró de tener más noticias de su querido Sudán. Lo pidió insistentemente hasta la víspera de su muerte. No paraba de hablar de África y, aunque era consciente de la gravedad de su enfermedad, decía en broma: “Nos iremos pronto; ¡prepárate el pasaporte! Lo mucho que sufrió puede adivinarse en esta declaración de un enfermo que fue su compañero de habitación en el hospital de Verona: “Ese hombre es verdaderamente un santo, porque consigue sufrir lo que yo sufro, sin emitir una queja”. A una enfermera que le preguntó si había sufrido mucho por una inyección que debía ser muy dolorosa, respondió: “Lo más normal: un poco”. Y en otra ocasión dijo: “Si el sufrimiento es una gracia, ¿por qué quejarse de él?”.

Incluso en la enfermedad siguió dando un gran ejemplo de santidad.

El final de 1965 marcó la proximidad de su crepúsculo. El 22 de enero, su padre espiritual le propuso recibir el sacramento de los enfermos. El enfermo respondió que estaba muy dispuesto; y renovó el ofrecimiento de su vida por la Congregación y las Misiones, y de manera especial por las Casas de Formación y el Sudano El día 25 se le administró el Santo Óleo, en presencia de muchos Hermanos. Lo recibió con admirable recogimiento y tranquilidad; luego dejó sus recuerdos: “Dos cosas son necesarias para un apostolado eficaz: la observancia de las reglas y el cumplimiento de las prácticas piadosas. Nunca los descuides, ¡nunca! Para mí, no te preocupes: el día de la muerte es el más hermoso de la vida, porque ya lo hemos dejado todo atrás”. Habló con voz débil, pero tan franca y decidida que causó una gran impresión. Lo que había dicho se confirmó inmediatamente. De hecho, le dijo al Padre Espiritual que todavía tenía que rezar las Vísperas y las Completas, y le preguntó si podía considerarse dispensado: ¡y respiró con la ayuda de oxígeno! Lo mismo hizo en los días siguientes. Cuando se le pidió que no se cansara de rezar el Rosario, respondió que le resultaba difícil contar las Avemarías. Conservó la plena lucidez hasta el final. Reconocía a los visitantes y les pedía que saludaran a los hermanos ausentes, cuyos nombres daba, y que lo encomendaran a sus oraciones. Pidió a alguien una bendición o quiso besar su mano. Falleció alrededor de las 16.30 horas del 29 de enero, en silencio y a su estilo, dejando la impresión de un auténtico Hijo del Sagrado Corazón.

Del Boletín mccj nº 77 , abril de 1966, p.184-190