Fecha de nacimiento: 06/01/1928
Lugar de nacimiento: Segonzano/TN/I
Votos temporales: 15/08/1945
Votos perpetuos: 22/09/1950
Fecha de ordenación: 19/05/1951
Llegada a México: 1971
Fecha de fallecimiento: 15/04/2012
Lugar de fallecimiento: San Bonifacio/VR/I
La asombrosa y polifacética actividad del P. Alberto Villotti se desarrolló en Italia, España, México y Nicaragua. Más de sesenta años de gran compromiso y dedicación incondicional a la causa de los combonianos.
Datos biográficos
P. Alberto nació en Segonzano (Trento) el 6 de enero de 1928. Su hermano recuerda así aquellos años: «Parece que fue ayer cuando fui a pastorear las vacas con Alberto. Él ya estaba en el internado de Muralta, pero en verano ayudaba a la familia en los trabajos más serviles. Yo, unos años más joven, escuchaba sus discursos llenos de sueños y buenas intenciones.
La familia del P. Alberto fue puesta a prueba por la desgracia y la adversidad, pero siempre sostenida por una gran fe y una profunda religiosidad. Su madre, María Benedetti, estaba casada con Celeste Mattevi, que murió en 1919 en Colorado en trágicas circunstancias. Fue un golpe tremendo para la pobre María, que se quedó sin sustento y con tres hijos aún pequeños: Teresina (que más tarde se convertiría en sor María Battista), Fiorentina y Celestino. Unos años más tarde se volvió a casar con Luigi Villotti. Del segundo matrimonio nacieron cinco hijos: Aldo, Anna, Elika, Alberto y Oliva.
En Segonzano, gracias también a la intensa actividad del párroco, Don Daniele Sperandio, se produjo un hermoso y reconfortante florecimiento de vocaciones. Alberto, brillante e inteligente, mostró sus intenciones desde muy joven: quería ser misionero y así, tras las atentas y convencidas solicitudes del párroco, fue admitido en el seminario de Muralta con sólo 10 años.
P. Alberto cuenta así la historia de su vocación
Cuando tenía seis años, mientras leía el Piccolo Missionario con mi hermana Oliva, le dije: «¡Sabes, Oliva, siento que Jesús quiere que sea misionero! A1 instante gritó: «¡Mamá, Alberto dice que quiere ser misionero!». Y mamá respondió: «¡Dile al joven que para eso tiene que ser más obediente y que no te tire más de la coleta cuando pase a tu lado!». Entonces tranquilicé a mamá: «¡No te preocupes, siempre seré obediente y no le tiraré más de las trenzas a Oliva!»
Nuestro párroco, Don Daniele, empezó a formar un grupo de niños -una docena- que querían prepararse para entrar en el seminario diocesano o en algún instituto religioso. De aquel grupo, siete ingresaron en los combonianos de Muralta. Leemos en la breve autobiografía que el P. Alberto escribió con ocasión de su sexagésimo aniversario de sacerdocio: «La víspera de la fiesta de Nuestra Señora del Socorro, en 1938, a las tres de la mañana, un sábado, mi madre me despertó y salí inmediatamente con Lino Andreatta y su madre para Muralta, caminando hasta Trento: veintitrés kilómetros. Allí nos encontramos con otros treinta y cinco muchachos listos para hacer los exámenes de ingreso en el seminario comboniano. Gracias a Dios, aunque yo era el más joven (sólo tenía diez años), gracias a la preparación que recibí del P. Daniele Sperandio, conseguí presentar un buen examen. A los veintitrés años, pude ser admitido al sacerdocio con la dispensa de la Santa Sede porque se me consideraba demasiado joven.
La fundación y los primeros años en Italia
Alberto afrontó el compromiso de la escuela y el duro trabajo de estudiar sin dificultad y con excelente rendimiento. Después de la escuela secundaria asistió al instituto de Brescia y al liceo de Rebbio, en Como. Siguió el noviciado en Florencia, donde realizó sus primeros vuelos en agosto de 1945. Tras sus estudios filosóficos en Rebbio (Como), estudió teología en Verona, Trento y Venegono. Fue ordenado sacerdote el 19 de mayo de 1951 por el cardenal Ildefonso Schuster en la catedral de Milán.
El sueño del P. Alberto era ir inmediatamente a la misión, posiblemente a África, pero sus superiores dispusieron otra cosa. Así que, tras su ordenación, permaneció trece años en Italia: tres en Padua, como ecónomo, dos en Trento, como promotor vocacional y director espiritual, y ocho en Verana, como director de la Oficina de la Nigrizia. Tareas en las que demostró de inmediato su gran capacidad pastoral, apostólica, organizativa y administrativa, así como en el campo de las relaciones sociales y la comunicación.
P. José de Sousa escribió: « Recuerdo al P. Alberto durante nuestro escolasticado en Verona. En los años 1961-64 nos animaba a participar en las Jornadas Misioneras con tanta dedicación. Con él difundíamos la Nigrizia y el Piccolo Missionario. Estaba lleno de entusiasmo y sabía tratar muy bien con nosotros los escolásticos».
España, México e Italia
De 1964 a 1971 el P. Alberto fue enviado a España como rector del seminario de Corella, cerca de Pamplona, donde pudo aprender el español que le serviría más tarde. En España trabajó con el mismo entusiasmo, incluso como incansable animador misionero, consiguiendo entrar en los seminarios diocesanos.
Finalmente, en 1971 pudo ir a tierra de misión. Su destino fue México, en Baja California, en las misiones de Santa Rosalía y Ciudad Constitución (treinta mil habitantes). Fue una experiencia apasionante y envolvente que le enriqueció y le hizo madurar mucho.
Seis años más tarde, en 1977, fue llamado de nuevo a Italia y enviado, primero a Venegono, como superior del noviciado, y después, durante tres años, a Verona, para asistir a los hermanos ancianos.
En 1981 volvió a la misión de La Paz, en Baja California, donde permaneció nueve años, algunos de ellos con su compatriota el P. Luigi Ruggera.
De regreso a Italia en 1991, el P. Alberto fue destinado a Rebbio (Como) como superior, es decir, encargado de la Casa para misioneros ancianos y enfermos, y después a Arco con el mismo encargo. Tareas que desempeñó con gran sensibilidad y sentido de la responsabilidad.
Centroamérica
En 1999, con setenta años y ya jubilado, el P. Alberto partió para la misión, afrontando otra difícil experiencia en Nicaragua, un país lleno de contradicciones y atormentado por mil problemas sociales. Fue en Nicaragua donde fue atacado, secuestrado y robado por dos bandidos que le causaron heridas internas que le dejaron huella. El país tenía entonces unos cuatro millones de habitantes y era una de las llamadas «repúblicas bananeras», con recurrentes convulsiones políticas y sociales; un país muy pobre y carente de todo. Los misioneros, que llegaron armados únicamente de espíritu evangélico, caridad y solidaridad, trabajaron en condiciones muy difíciles. El P. Alberto tuvo que arremangarse y reconstruir la casa de Casares y varias capillas. La misión comboniana tuvo que organizar y gestionar un comedor que alimentaba diariamente a unos 300 niños. En 2008, fue enviado a Costa Rica, donde trabajó principalmente en el ministerio y la confesión.
Los últimos años
Su hermano, que lo volvió a ver en el verano de 2010, a punto de partir para Nicaragua, escribe: «Era mayor, por supuesto, pero su espíritu seguía siendo el del niño que solía ser: alegre y optimista, con una visión positiva de la vida. He aquí un sacerdote inteligente y sensible que sigue afrontando su misión y su servicio con serena alegría, repartiendo migajas de confianza y esperanza. En Nicaragua, su salud empezó a darle problemas.
En enero de 2012, cuando su estado físico empezó a empeorar, el padre Alberto fue destinado a la provincia italiana, en Verona, en la Casa para Hermanos Ancianos y Enfermos. Pero su deseo de volver a la misión siempre fue fuerte. Falleció el 15 de abril de 2012, domingo in albis, fiesta de la «Divina Misericordia» de la que era muy devoto. El funeral se celebró en la Casa Madre de Verona el 19 de abril. El féretro se trasladó a Segonzano (Trento) para la misa y el entierro.
Testimonio de un sobrino
He aquí algunas frases de la carta que el P. Claudia Zendron, Provincial de Ecuador y sobrino del P. Alberto, dirigió a su tío el día de su muerte, y que fue leída durante la ceremonia fúnebre. «Había tenido noticias tuyas antes y después de Navidad, y me habías expresado tu deseo de volver a la misión inmediatamente después de Pascua. Y el deseo más hermoso de nosotros los misioneros era morir en el lugar donde vivíamos al servicio de la Iglesia y de la familia comboniana. Te sentí muy sereno y deseoso de poder vivir tus últimos años de servicio a la misión, sobre todo poniéndote a disposición de tantos cristianos… Qué bello ejemplo me diste. En estos días he recibido tantos e-mails de Costa Rica, México, Brasil, África e Italia, donde tantos amigos tuyos te han escrito para agradecerte todo el bien que han recibido de ti. Te debo mucho de mi vocación comboniana, querido tío; al principio me hiciste sufrir sacándome del Cavanis, un instituto dedicado a la enseñanza, pero luego doy gracias al Señor porque no soy tan apto para la enseñanza, sino para la misión de frontera.
MCCJ BULLETIN, supl. in memorian nº 254, enero 2013, pág. 11-14