Durante este año 2023 varios misioneros combonianos mexicanos han celebrado sus bodas de oro o de plata sacerdotales. En las celebraciones estuvieron acompañados por sus familiares, amigos y hermanos de congregación. Damos gracias a Dios por su vocación y su servicio sacerdotal.
El P. Crisóforo Contreras Ramírez, originario de la diócesis de Celaya, celebró el pasado 9 de septiembre sus bodas de oro sacerdotales. Son 50 años al servicio de la misión en México y en Kenia, casi siempre en el delicado trabajo de formar jóvenes misioneros. En la actualidad se encuentra en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Temixco, donde sigue ejerciendo su ministerio con alegría.
El P. Roberto Pérez Córdova, natural de Torreón, festejó sus bodas de plata sacerdotales el 15 de agosto. Ejerció su ministerio sacerdotal en Brasil y en México, donde se encuentra actualmente, en la comunidad de Cochoapa el Grande, entre los indígenas mixtecas.
El mismo día, Solemnidad de la Asunción de María, se cumplieron 25 años de la ordenación sacerdotal del P. José Alberto Pimentel, nacido en Guadalajara y con una gran experiencia misionera en el mundo árabe. También trabajó en Sudáfrica y en los Estados Unidos. Actualmente se encuentra en la comunidad de la colonia Moctezuma, desde donde coordina la página de Facebook de los combonianos de México: “Misión Digital Comboniana”.
El P. José Rodrigo Arizaga Catarino Nació en La Barca, Jalisco, y fue ordenado el mismo día que sus dos compañeros anteriores. Trabajó como misionero en Perú y en Centroamérica y actualmente está a la espera de ser destinado a una comunidad en México.
También el 15 de agosto celebró las bodas de plata sacerdotales el P. José Luis Rodríguez López, natural de Yurécuaro, en la diócesis de Zamora. El P. José Luis estudió la Teología en São Paulo, Brasil, donde se encuentra actualmente como formador de teólogos. Trabajó como misionero en Mozambique y en México. El pasado fin de semana pudo festejarlo en su pueblo natal acompañado de sus familiares y de un grupo de amigos brasileños que vinieron a México para la ocasión.
Que el Señor, por intercesión de San Daniel Comboni, les ayude a seguir fieles a la vocación misionera y sacerdotal.
Mons. Jesús Ruiz Molina, misionero comboniano, de nacionalidad española y obispo de la diócesis de Mbaïki, a donde pertenece nuestra misión de Mongoumba, luego de agradecer a los Laicos Misioneros Combonianos (LMC) su labor misionera, a quienes nombró uno por uno -un total de 18 durante todo este tiempo- resaltó algunas de sus características:
Primera: Una misión de laicos con impronta femenina.
Sucede que a la misión de Mongoumba han venido más laicas que laicos. 15 mujeres por 3 varones. Esta misión por parte de los laicos lleva impronta femenina desde su comienzo, pues fue una misionera laica italiana, Marisa Caira, quien abrió esta misión para los laicos, habiéndole dedicado más de 20 años de su vida. Esta presencia femenina contrasta con una iglesia local, como la centroafricana, cuyos movimientos y fraternidades, donde la mayoría son mujeres, son dirigidos por hombres.
Segunda: La internacionalidad.
La misión no es de una sola nacionalidad, sino católica, es decir, universal. Y los LMC han dado testimonio que se puede vivir la fraternidad, aún con las diferencias culturales, bajo la guía de una misma fe. Aquello que nos hace diferentes, lejos de ser un obstáculo, llega a ser una oportunidad para el enriquecimiento mutuo y el crecimiento como misioneros, pues la misión nos impulsa no a encerrarnos, sino a abrirnos a lo novedoso y a asumir los retos que implica vivir con personas de otras nacionalidades.
Tercera: Una misión específica.
Sin dejar de estar abiertos al servicio de todos, los LMC han encontrado algunos campos de acción donde realizar su misión específica: la educación, la salud, y el pueblo Aka o pigmeos. Esto comporta una adecuada preparación en el terreno profesional y una atenta sensibilidad para el trato con un sector de la misión como los Aka, históricamente marginado y discriminado en el contexto nacional.
Mons. Jesús Ruíz, animó a los LMC a no desfallecer frente a las pruebas que continuamente como misioneros nos vemos sometidos. Es por ello que les recordó la experiencia de los discípulos de Emaús para dejarse acompañar por el Señor que con su palabra y la eucaristía nos abre los ojos para reconocerlo vivo y sentirlo que camina entre nosotros. “Si olvidamos la eucaristía, fuente y culmen de nuestro ser cristiano, -señaló Mons. Jesús Ruíz- nuestra misión se reduce a una labor humanitaria o filantrópica, pero no la de los testigos del Resucitado que contagian vida nueva”.
Cristina Souza, LMC, de Portugal, acompañada de las laicas Elia, también de Portugal, Cristina de Brasil y Anna de Polonia, en nombre de los laicos que han llevado acabo su servicio misionero en Mongoumba, agradeció a todos el apoyo y la confianza recibidos, así como la paciencia para acercarse y entender a la gente de la misión. Hizo mención de los compromisos adquiridos por los laicos en la educación, la salud, caritas y el pueblo Aka que no hubieran sido posible sin el acompañamiento de todos.
El padre delegado de Misioneros Combonianos en Centroáfrica, Víctor Hugo Castillo, reconoció la labor de los LMC para una misión donde no basta un interés personal, sino la fe bien puesta en el Señor Jesús que los ha llamado y enviado. Invitó a la gente a reflexionar sobre el testimonio de los laicos que han dejado su país, su gente y su cultura para insertarse en una realidad muy diferente sorteando no pocas veces las dificultades que esto comporta, así como el de vivir la fraternidad con personas de otras nacionalidades. Animó a los jóvenes de la misión a decidirse a servir como laicos misioneros en otros países, dado que ellos también desde su cultura tienen riquezas por compartir en otras latitudes. Y finalmente alentó a los LMC a no ver este año jubilar como un punto de llegada, sino de partida, para continuar la obra del Señor que no deja de invitar a sus elegidos a darle continuidad.
Cuando nos fijamos en la figura de los misioneros, especialmente la de aquellos que fueron pioneros y abrieron caminos a la evangelización en los rincones más remotos del mundo, nos viene un sentimiento de admiración por todo lo que hicieron, casi siempre en unas condiciones muy difíciles y con medios muy precarios. Los primeros combonianos que llegaron a Baja California Sur no disponían ni de la telefonía móvil, ni de internet, ni tampoco de los medios de transporte o infraestructuras que tenemos hoy. ¿Qué fue entonces lo que les movió a dejarlo todo para aventurarse a un lugar en el que no conocían la lengua ni la cultura, con unas condiciones climáticas, sociales y políticas que no eran para nada favorables?
El lema del DOMUND de este año, que celebramos este fin de semana, es: «Corazones ardientes, pies en camino», en alusión a los discípulos de Emaús, que tras el encuentro con Jesús resucitado sintieron «arder sus corazones» y rápidamente «se pusieron en camino» para anunciar a los demás discípulos lo que acababan de vivir. El papa Francisco afirma en su mensaje de este año que «este ir de prisa, para compartir con los demás la alegría del encuentro con el Señor, manifiesta que la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús».
Ahí puede estar la respuesta a nuestra pregunta. El entusiasmo misionero provocado por su encuentro con Jesús fue sin duda el principal argumento en que se apoyaron aquellos combonianos para llevar adelante el arduo trabajo de anunciar el Evangelio a una población abandonada espiritualmente durante décadas.
Cuando nuestro corazón arde de entusiasmo por algo, nuestros pies se ponen en camino sin pensar en las dificultades que podamos encontrar y somos capaces de cualquier sacrificio para lograrlo. Los pies de aquellos primeros combonianos recorrieron cientos de kilómetros por caminos polvorientos y pedregosos para cumplir la misión que se les había encomendado. Lo hicieron porque su «corazón ardía» por la misión, porque no podían permitir que la población de la Baja California se viera privada de la alegría de conocer a Jesús y de tener mejores condiciones de vida. Fruto de aquel ardor misionero fueron las capillas, dispensarios, residencias de ancianos, la Ciudad de los Niños o la imprenta que sigue hoy en funcionamiento. Y no sólo eso, muchos jóvenes mexicanos y mexicanas se contagiaron del mismo ardor y hoy, siguiendo su ejemplo, llevan esa alegría del Evangelio lejos de sus fronteras.
El pasado 14 de octubre tuvo lugar una alegre celebración en Maria Trost, Lydenburg, con motivo del inicio del jubileo por el centenario de la presencia comboniana en Sudáfrica (1924-2024).
(En la foto: P. Juan Bautista Opargiw, el obispo Xolelo Kumalo, el p. Fabio Baldán y Mons. Dario Paviša cortando la tarta del centenario comboniano en Maria Trost).
Por: P. Efrem Tresoldi, mccj
Al evento participaron unas 250 personas, entre ellos sacerdotes diocesanos de la diócesis de Witbank y hermanas de diversas congregaciones. Entre los distinguidos invitados estuvieron Mons. Xolelo Thaddaeus Kumalo, obispo de la diócesis de Witbank y mons. Dario Paviša, Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica de Pretoria.
El Padre John Baptist Keraryo Opargiw, Superior Provincial de Sudáfrica, en su discurso de apertura agradeció a Dios por los cohermanos que nos precedieron y entregaron sus vidas al servicio de Dios y de su pueblo en la zona. También expresó su gratitud por la población local que acogió a nuestros hermanos en el pasado y continúa acogiéndonos hoy. El Padre Fabio Baldan, Superior Provincial de Italia, en su presentación en power point esbozó la historia personal de muchos misioneros combonianos pioneros con su particular contribución al crecimiento de la Iglesia local. El padre John Maneschg, invitado de la DSP que trabajó en Sudáfrica durante más de treinta años, destacó en particular el papel de Mons. Johann Riegler, el primer obispo comboniano de la diócesis de Witbank, quien, adelantado a su tiempo, vio la inculturación como parte integral de la evangelización. En otra presentación en power point, el Padre Efrem Tresoldi mostró cómo se estableció la Iglesia local, a través de fotografías de iglesias parroquiales, de cohermanos y su trabajo en educación, atención médica y desarrollo, a menudo en colaboración con hermanas religiosas.
Luego, los participantes fueron invitados a orar en el cementerio cercano donde descansan muchos de nuestros cohermanos que trabajaron en la diócesis. El padre Chico de Medeiros evocó el recuerdo de algunos de ellos por su dedicación en la obra de evangelización.
La misa al aire libre, animada por el canto del coro de la parroquia del Sagrado Corazón de Mashishing (Lydenburg), fue presidida por Mons. Xolelo Thaddaeus Kumalo y concelebrada por sacerdotes diocesanos y Misioneros Combonianos de la Provincia de Sudáfrica.
En su homilía, el Obispo agradeció a nuestros misioneros que habían dejado sus países de origen para llevar la fe cristiana a la población local que no había oído hablar de ella antes. Animó a nuestra congregación a continuar apoyando a la Iglesia local.
Al final de la celebración eucarística, una señora nonagenaria de la parroquia del Sagrado Corazón habló en isiZulu y elogió a los Misioneros Combonianos que le dieron la posibilidad de ir a la escuela y ser maestra, en tiempos en que la educación era negada a los negros.
Las celebraciones del centenario continuarán durante todo el año 2024. Se llevarán a cabo en las diócesis donde estamos presentes: en la Arquidiócesis de Pretoria el 17 de febrero; en la Arquidiócesis de Durban el 12 de mayo y la celebración de clausura será en la Arquidiócesis de Johannesburgo el 12 de octubre.
Celebraciones del 75 aniversario de la presencia de los combonianos en México
El sábado 14 de octubre los Misioneros Combonianos celebramos una misa de acción de gracias en la Basílica de Guadalupe por los 75 años de nuestra presencia en México. El domingo 15 nos congregamos todos en Xochimilco, sede de nuestro noviciado y de la casa provincial, para clausurar de manera festiva este hermoso acontecimiento.
Por: P. Rafael González Ponce, mccj
San Daniel Comboni visitó a nuestra Madre de Guadalupe, esa frase podría resumir lo que hemos vivido el sábado 14 de octubre en la Basílica del Tepeyac. Era la culminación de un año jubilar por los 75 años de presencia evangelizadora de los misioneros combonianos en México. Numerosos grupos se empezaron a concentrar en el atrio mariano, muchos con sus banderas y camisetas coloreadas de símbolos alusivos a la ocasión, venidos de todas nuestras comunidades esparcidas a lo largo y ancho del país.
La solemne celebración litúrgica nos hizo experimentar un gozo orante lleno de fe y esperanza. Mons. Jaime Rodríguez Salazar, primer obispo comboniano mexicano, presidió a la Eucaristía, mientras que el P. Rafael Güitrón Torres, superior provincial, nos fortaleció con su homilía: “Somos conscientes que nuestro agradecimiento no es sólo un hacer memoria del pasado sino sobre todo un compromiso para el presente y el futuro…” para concluir rezando a la Morenita: “Que no tengamos otra pasión sino anunciar el Evangelio y caminar al lado del pueblo que sufre para contagiarles Vida. Bendice, Madre, esta nueva etapa de los misioneros combonianos que hoy iniciamos en el nombre de tu Hijo Jesús”
Al día siguiente, verdaderamente en un ambiente festivo, continuó la celebración en el cerrito del noviciado de Xochimilco. Alrededor de dos mil asistentes entonamos, al ritmo de mandolinas y flautas, los cantos a Comboni y el himno de los 75 años, compuesto por el P. Jesús Lobato. El señor obispo de Xochimilco, Mons. Andrés Vargas Peña, con gran amistad, tuvo a bien acompañarnos. Cabe destacar la presencia de dos miembros del Consejo General, el P. David Costa Domíngues y el Hno. Alberto Lamana Cónsola. Nuestras provincias hermanas de Centroamérica y de Estados Unidos estuvieron representadas, la primera por su provincial el P. Juan Diego Calderón Vargas y la segunda por nuestra querido P. Enrique Sánchez González.
Al final del día, recorriendo los puestos de taquitos, tamales, elotes, perros calientes, horchata y ricos postres…o entretenidos en la tómbola… todo era gratitud hacia los organizadores y los seminaristas. Un trío amenizaba con sus románticas baladas y del otro lado no se cansaban de interpretar la tradicional danza de los viejitos. Los motores de los autobuses empezaron a calentar pues a muchos les esperaba un largo viaje para regresar a sus lugares de origen, mientras los abrazos y mutuas bendiciones nos llenaban el corazón de alegría y paz. Es hermoso pertenecer a esta familia misionera que hoy vuelve a soñar grandes horizontes.
En el camino de catequesis sobre la pasión evangelizadora, es decir el celo apostólico, hoy nos detenemos en el testimonio de san Daniel Camboni. Él fue un apóstol lleno de celo por África. De esos pueblos escribió: «se han adueñado de mi corazón que vive solamente para ellos» (Escritos, 941), «moriré con África en mis labios» (Escritos, 1441). ¡Es hermoso! …Y a ellos se dirigió así: «el más feliz de mis días será en el que pueda dar la vida por vosotros» (Escritos, 3159). Esta es la expresión de una persona enamorada de Dios y de los hermanos que servía en misión, a propósito de los cuales no se cansaba de recordar que «Jesucristo padeció y murió también por ellos» (Escritos, 2499; 4801).
Lo afirmaba en un contexto caracterizado por el horror de la esclavitud, de la que era testigo. La esclavitud “cosifica” al hombre, cuyo valor se reduce al ser útil a alguien o algo. Pero Jesús, Dios hecho hombre, ha elevado la dignidad de cada ser humano y ha desenmascarado la falsedad de toda esclavitud. Comboni, a la luz de Cristo, tomó conciencia del mal de la esclavitud; entendió, además, que la esclavitud social tiene sus raíces en una esclavitud más profunda, la del corazón, la del pecado, de la cual el Señor nos libera. Como cristianos, por tanto, estamos llamados a combatir contra toda forma de esclavitud. Pero lamentablemente la esclavitud, así como el colonialismo, no es un recuerdo del pasado, lamentablemente. En el África tan amada por Comboni, hoy desgarrada por tantos conflictos, «tras el colonialismo político, se ha desatado un “colonialismo económico”, igualmente esclavizador. (…). Es un drama ante el cual el mundo económicamente más avanzado suele cerrar los ojos, los oídos y la boca». Renuevo por tanto mi llamamiento: «No toquen el África. Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar ni una tierra que saquear» (Encuentro con las Autoridades, Kinshasa, 31 de enero 2023).
Y volvemos a la historia de san Daniel. Pasado un primer periodo en África, tuvo que dejar la misión por motivos de salud. Demasiados misioneros habían muerto después de haber contraído enfermedades, a causa del poco conocimiento de la realidad local. Sin embargo, si otros abandonaban África, no lo hizo Comboni. Después de un tiempo de discernimiento, sintió que el Señor le inspiraba un nuevo camino de evangelización, que él sintetizó en estas palabras: «Salvar África con África» (Escritos, 2741s). Es una intuición poderosa, nada de colonialismo en esto: es una intuición poderosa que contribuyó a renovar el compromiso misionero: las personas evangelizadas no eran solo “objetos” sino “sujetos de la misión”. Y san Daniel Comboni deseaba hacer a todos los cristianos protagonistas de la acción evangelizadora. Y con este ánimo pensó y actuó de forma integral, involucrando al clero local y promoviendo el servicio laical de los catequistas. Los catequistas son un tesoro de la Iglesia: los catequistas son aquellos que van adelante en la evangelización. Concibió así también el desarrollo humano, cuidando las artes y las profesiones, favoreciendo el rol de la familia y de la mujer en la transformación de la cultura y de la sociedad. ¡Y qué importante, también hoy, hacer progresar la fe y el desarrollo humano desde dentro de los contextos de misión, en vez de trasplantar modelos externos o limitarse a un estéril asistencialismo! Ni modelos externos ni asistencialismo. Tomar de la cultura de los pueblos el camino para hacer la evangelización. Evangelizar la cultura e inculturar el Evangelio: van juntos.
La gran pasión misionera de Comboni, sin embargo, no fue principalmente fruto de un empeño humano: él no estuvo impulsado por su valentía o motivado solo por valores importantes, como la libertad, la justicia o la paz; su celo nació de la alegría del Evangelio, ¡acudía al amor de Cristo y llevaba al amor por Cristo! San Daniel escribió: «Una misión tan ardua y laboriosa como la nuestra no puede vivir de pátina, de sujetos con el cuello torcido y llenos de egoísmo y de ellos mismos, que no cuidan adecuadamente la salud y la conversión de las almas». Este es el drama del clericalismo, que lleva a los cristianos, también los laicos, a clericalizarse y a transformarlos – como dice aquí – en sujetos del cuello torcido llenos de egoísmo. Esta es la peste del clericalismo. Y añadió: «es necesario encenderles de caridad, que tenga su fuente de Dios, y del amor de Cristo; y cuando se ama realmente a Cristo, entonces son dulces las privaciones, los sufrimientos y el martirio» (Escritos, 6656). Su deseo era el de ver misioneros ardientes, alegres, comprometidos: misioneros – escribió – «santos y capaces. […] Primero: santos, es decir ajenos al pecado y humildes. Pero no basta: es necesaria caridad que hace capaces los sujetos» (Escritos, 6655). La fuente de la capacidad misionera, para Comboni, es por tanto la caridad, en particular el celo en el hacer propios los sufrimientos de los otros.
Su pasión evangelizadora, además, no le llevó nunca a actuar como solista, sino siempre en comunión, en la Iglesia. «Yo no tengo otra cosa que la vida para consagrar a la salud de esas almas – escribió – quisiera tener mil para consumarlas con tal fin» (Escritos, 2271).
Hermanos y hermanas, san Daniel testimonia el amor del buen Pastor, que va a buscar a quien está perdido y da la vida por el rebaño. Su celo fue enérgico y profético en el oponerse a la indiferencia y a la exclusión. En las cartas se refería apremiante a su amada Iglesia, que por demasiado tiempo había olvidado a África. El sueño de Comboni es una Iglesia que hace causa común con los crucificados de la historia, para experimentar con ellos la resurrección. Yo, en este momento, os sugiero algo. Pensad en los crucificados de la historia de hoy: hombres, mujeres, niños, ancianos que son crucificados por historias de injusticia y de dominación. Pensemos en ellos y recemos. Su testimonio parece repetir a todos nosotros, hombres y mujeres de Iglesia: “No os olvidéis los pobres, amadlos, porque en ellos está presente Jesús crucificado, esperando resucitar”. No os olvidéis de los pobres: antes de venir aquí, he tenido una reunión con legisladores brasileños que trabajan por los pobres, que tratan de promover a los pobres con la asistencia y la justicia social. Y ellos no se olvidan de los pobres: trabajan por los pobres. A vosotros os digo: no os olvidéis de los pobres, porque serán ellos los que os abran la puerta del Cielo.
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de san Daniel Comboni, pidamos al Señor que nos conceda un corazón semejante al suyo, sensible a los crucificados de hoy, que sufren a causa de la indiferencia y la exclusión. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
LLAMAMIENTO
Ayer me llegaron noticias preocupantes de Nagorno Karabaj, en el Cáucaso meridional, donde la ya crítica situación humanitaria ahora se ha agravado por ulteriores enfrentamientos armados. Dirijo mi llamamiento sentido a todas las partes en causa y a la comunidad internacional, para que callen las armas y se realice todo esfuerzo para encontrar soluciones pacíficas para el bien de las personas y el respeto de la dignidad.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En nuestra catequesis de hoy nos acercamos a la figura de san Daniel Comboni, un misionero lleno de celo apostólico por el continente africano. Daniel fue un enamorado de Dios y deseaba llevar ese amor a todas las personas que encontraba en su camino. En un contexto marcado por el horror de la esclavitud social, descubrió que la raíz más profunda de toda esclavitud es la del corazón, —es decir el corazón esclavo del pecado—, de la cual nos libra el Señor, y dedicó su vida a combatir esas esclavitudes anunciando el Evangelio.
La experiencia del amor gratuito de Dios nos hace verdaderamente libres. Esta certeza llevó a Daniel Comboni a trabajar incansablemente para que los cristianos no sean sólo “espectadores” sino “protagonistas” de la acción evangelizadora de la Iglesia. Con su testimonio de vida, este santo nos indica que la fuente de toda actividad misionera es la caridad y que la misión no se lleva adelante de manera solitaria, sino siempre en comunión con toda la Iglesia, “caminando juntos”.