P. Gaétan Kabasha: «Ha merecido la pena»

El P. Kabasha nació en Ruanda en 1972. Ya de niño le entraron «ganas de ser sacerdote». Lo es desde hace más de 20 años, pero tal vez no como él había pensado. Las circunstancias de la vida le fueron llevando de aquí para allá, pero, a pesar de tanto vaivén, siempre se ha mantenido fiel a su vocación sacerdotal. Esto hace del P. Gaétan un testigo creíble, y por eso invito a leer su testimonio con ojos de fe.

Por: P. Zoé Musaka, mccj. MUNDO NEGRO

Nací en una familia numerosa de nueve hijos, cinco chicos –de los que dos ya fallecieron– y cuatro chicas. Puede decirse que nuestro hogar era humilde, como la mayoría de la época en aquel rincón de Ruanda. Vivíamos rodeados de huertos y dependíamos muy poco del mercado ya que producíamos nuestra propia cosecha.

Llegado el momento, como todos los niños de mi edad, ingresé en la escuela primaria donde aprendí a leer y a escribir. Descubrí un universo completamente nuevo. Fue entonces cuando me entraron ganas de ser sacerdote sin que entendiera muy bien el por qué de esa llamada en un lugar muy alejado de la parroquia y donde nunca había visto a ningún sacerdote negro. Los caminos de Dios son muy complejos y, seguramente, el Señor se había fijado en mí más allá de mi pequeña capacidad de entender este enorme proyecto. Entré en el seminario menor con una voluntad férrea de aprovechar bien los estudios y cumplir con la disciplina de un internado. Nunca me sentí agobiado por los seis años de estudio, equiparables a la Secundaria y el Bachillerato en España.

Al finalizar, elegí de manera mucho más responsable seguir con mi formación en el seminario mayor, a pesar de muchas otras opciones atractivas que se me ofrecían. En aquel momento, mi idea era ser sacerdote diocesano en Ruanda. En ningún momento se me pasó por la cabeza ser misionero e irme lejos de los míos. Sin embargo, como dice la Escritura, «El hombre hace proyectos pero es el plan de Dios el que se realiza». En muy poco tiempo, toda mi vida tomó otro rumbo.

En 1994, cuando estaba en el seminario mayor y pensaba seguir el ritmo ordinario para convertirme en sacerdote de mi diócesis, Kigali, el país se sumergió en el apocalipsis del genocidio. Todo se convirtió en una pesadilla y tuve que salir del país hacia Zaire (en la actualidad, la República Democrática del Congo). Con 22 años me convertí en refugiado. Después de un largo viaje lleno de peripecias y de milagros, aterricé en la diócesis congoleña de Bondo, donde me acogieron como seminarista. A partir de ese momento, empecé a darme cuenta de que mi vocación se estaba convirtiendo en misionera. No dejé de ser diocesano porque estaba adscrito a Bondo, pero en la práctica vivía lejos de los míos, de mi cultura y de mi país. Un misionero es aquel que sale de su país para llevar el Evangelio a otros territorios, lejos de los suyos. En mi caso, fue una condición impuesta por las circunstancias.

De manera inesperada, la guerra estalló en Zaire (actual RDC) y cambié otra vez de diócesis. Me acogió la de Bangassou, (RCA). Después de dos años en el seminario de Bangui, me trasladé a España, donde pude terminar los estudios de Teología. Mi ordenación sacerdotal tuvo lugar en Bangassou en 2003. Después, ejercí mi ministerio sacerdotal en una parroquia rural de Bakouma durante ocho años. En la actualidad, soy sacerdote de la archidiócesis de Madrid y mi ministerio se desarrolla en la parroquia San José, en Las Matas. Junto a esto, enseño filosofía en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.

Recorrido misionero

A través de mi itinerario vital, uno observa cómo el Señor me ha ido llevando de un lado a otro sin que yo realmente tuviese mucho control sobre el curso de los acontecimientos. Mi idea de estudiar en un seminario acabó siendo una experiencia en cuatro centros y cuatro países distintos. Eso me brindó la oportunidad de aprender a convivir con gentes de diferentes procedencias, razas, lenguas y costumbres. Queriéndolo o no, este hecho configura la vida y la personalidad de una persona. El encuentro con muchas visiones del mundo, vivido en un clima pacífico, es una riqueza y un patrimonio que solo se puede adquirir con este tipo de experiencias.

Los caminos de Dios son inescrutables, y valiéndose de los dramas humanos llegué a pertenecer a cuatro diócesis diferentes. Ruanda fue solamente un inicio de un largo camino de vida que me llevaría a España después de pasar por Bondo y Bangassou. ¿Y quién sabe lo que sucederá mañana? Este recorrido, sin dejar de ser diocesano, hizo de mí un misionero muy especial. En el fondo, un misionero muy a mi pesar. Sin haber pertenecido nunca a una congregación con este carisma, todo mi sacerdocio lo he ejercido lejos de los míos.

Navegar entre alegrías y penas

En el salmo 91 se dice que «El que habita al amparo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso». Sería inapropiado valorar mi vida misionera, tanto en África como en Europa, sin tener en cuenta que todo es don y que depende de su voluntad. En mi vida misionera en África, pude experimentar momentos duros por caminos extenuantes, la precariedad de la vida, las enfermedades, las caídas de la moto, el miedo a los rebeldes, la incomprensión con culturas muy alejadas de la mía… Sin embargo, con la confianza en el Señor, siempre he sentido una alegría inmensa, consciente de hacer lo que le agradaba. El encuentro con la gente sencilla que te ofrece lo poco que tiene, compartir con los cristianos que ven en ti a un enviado sagrado en sus pueblos, ver crecer la fe con los sacramentos y tantos otros momentos inolvidables, hacen que la vida misionera sea algo difícil de describir. ¿Qué decir de la mirada limpia de la gente, de los llantos de los niños, de la alegría de entregar a Cristo a los hombres, tanto en los sacramentos como en la Palabra de Dios?

Muchos son los momentos que constituyen la fuente de la felicidad del misionero: visitar a un enfermo, rezar por alguien desorientado, aliviar de cualquier manera al que está agotado por las penas de la vida, compartir los dramas familiares y sociales, cantar con los que cantan, sentirse útil… Siempre que he aplicado aquello de «venid a mí los cansados y agobiados y yo os aliviaré», he observado cómo el Señor colma el corazón del que se identifica con Él.

Sin ninguna duda, diría que es Dios quien lleva al misionero en sus manos. Evidentemente, es importante que el misionero se deje llevar con docilidad, que confíe en el poder del Espíritu Santo, que acepte que a veces los fracasos son una enseñanza para recomenzar con más confianza en Dios todavía.

Después de más de 20 años de sacerdote, puedo afirmar que todo ha sido un regalo. Las penas nunca consiguieron doblegar a las alegrías. Aunque a veces, dependiendo de los lugares, uno no vea resultados inmediatos, la paz interior que se siente, y la convicción de que el reino de Dios está en marcha, hacen que uno diga: «Ha merecido la pena». Sigo pensando que mi vida no depende enteramente de mí, sino que alguien más fuerte y más sabio que yo me lleva por sus caminos y no puedo más que prestarle mis piernas. Soy un instrumento de su obra.

Decir que sí

En África, en general, las vocaciones siguen en auge, y esto da esperanza de un futuro prometedor para el continente y la Iglesia universal. Sin embargo, por diversos motivos, no se puede decir lo mismo de Europa. Me cuesta pensar que el Señor haya dejado de llamar a los jóvenes europeos a su viña. Creo, más bien, que el ruido ambiental difumina la voz de Dios y los afanes del mundo contemporáneo impiden un discernimiento pausado. Sin embargo, todos los jóvenes que responden a la llamada sacerdotal dan un testimonio de alegría por todas partes. Los sacerdotes que han dicho sí a la vocación no se arrepienten. Los misioneros que vuelven de vacaciones dan testimonios de las maravillas de Dios a pesar de las fatigas y las dificultades de la vida. Si eres joven, no tengas miedo. Igual te toca asumir el relevo y llevar el Evangelio al mundo. No esperes a que Dios te hable en medio de una zarza ardiente, puede que su llamada use otros canales para llegar hasta ti. A veces puede, incluso, que pase por un detalle insignificante de tu vida.

Fiesta de San Miguel y del Santo Cristo de Acebes

El padre José de Jesús nos habla sobre el nuevo obispo, monseñor Mikel Garciandía Goñi, que recibió la ordenación episcopal el pasado 20 de enero en la catedral de San Antolín, Palencia. También comparte su experiencia en la Unidad Pastoral de Frechilla y las parroquias que la constituyen: Frechilla, Guaza de Campos, Mazuecos de Valdeginate y Autillo de Campos.

Por: P. José de Jesús García
desde Palencia, España

El pasado 8 de mayo fue la fiesta patronal de San Miguel Arcángel, en Frechilla. Para iniciar la novena, monseñor Miguel nos honró con su presencia, presidiendo la misa en la ermita de San Miguel, a dos o tres kilómetros fuera del pueblo. Posteriormente se transportó en procesión la imagen de San Miguel hacia la parroquia. A petición de los habitantes del pueblo, el obispo bendijo los campos, en los que se sembró cebada y trigo. Nuestro nuevo obispo es devoto de san Miguel y también lleva su nombre. En casi todas las familias de Frechilla hay alguien que lleva ese nombre. El padre José Antonio Ovejero y su servidor acompañamos el novenario y conclusión de la fiesta con una misa solemne.

Continuando con las fiestas patronales, nos preparamos para Pentecostés, que coincide con la fiesta del Santo Cristo de Acebes, ermita ubicada a 3 kilómetros de distancia, en las afueras del poblado de Guaza de Campos. Dicha ermita es una construcción del siglo XVI. En su interior tiene un bonito retablo, obra del pintor español del renacimiento Pedro Berruguete, realizado en 1501. La ermita del Cristo de Acebes se encuentra en el campo, donde hoy no hay casas. Según cuentan los vecinos, tiempo atrás había un pueblo y, por alguna razón, la gente se fue a vivir a otro lugar.

La fiesta del Cristo de Acebes se celebra el día de Pentecostés. Nueve días antes comienza la novena. Suelen venir familiares de los vecinos de Guaza desde diferentes lugares de España para participar. El primer día los vecinos traen en procesión la imagen del Cristo de Acebes. Lo hacen en oración y silencio, trasladándola a la parroquia de Guaza. La procesión va acompañada por un grupo musical llamado Dulzaina, de música tradicional castellana, especial para estos momentos religiosos.

Para revivir el tiempo pasado y hacerlo presente para las nuevas generaciones, se conserva una hermosa tradición. Se cuenta que cuando había más habitantes en Guaza, se daba pan, cebollas y queso, pero sólo a los niños que participaban en la misa. Es una tradición que nació de los pastores y agricultores, pues estos productos son de esta zona. Hoy, esta fiesta tiene un sentido más tradicional y de bendición para continuar reavivando la fe. Los vecinos participan para recordar a sus seres queridos, con la certeza de que, si estuvieran vivos, por ninguna razón faltarían a la fiesta del Santo Cristo de Acebes.

Hoy se da el pan, queso y cebolla a las personas que participan de la misa o que llegan a la fiesta. Al estar repartiendo esos alimentos, la gente nos dice: «deme para mi mamá que no pudo venir porque hoy no está bien de salud. Me dijo: “ve a la fiesta, haz oración por mí y si hay pan, queso y cebolla tráemelos porque son del Santo Cristo y están benditos, los comeré y me harán bien”».Dios escuche nuestras oraciones y nuestras plegarias por cada persona de cualquier parte del mundo que nos pide rezar por ellas, por sus necesidades materiales y espirituales.Doy gracias a Dios por cada testimonio de fe que he visto y veo en esta gente. Es una bendición de Dios, y da gran alegría conocer la religiosidad y las tradiciones populares de los pueblos que integran la milenaria diócesis de Palencia.

Me despido de los bienhechores, amigos y familiares, y les pido sus oraciones para continuar el trabajo misionero que se nos ha encomendado en esta diócesis.

Un camino trazado por otro

P. Fugain Dreyfus Yepoussa, mccj
Desde Granada, España

P. Zoé Musaka, Mundo Negro

El P. Fugain Dreyfus Yepoussa es un joven comboniano de la República Centroafricana. Durante los últimos seis años ha realizado su trabajo misionero en Perú. Ahora se encuentra en España para apoyar en la formación de jóvenes misioneros en la comunidad de Granada.

Mi vocación a la vida sacerdotal nació muy temprano. Cuando terminé la escuela primaria, pedí a mis padres que me permitieran ingresar en el seminario menor de la archidiócesis de Bangui, la capital de mi país, República Centroafricana (RCA). Mis padres aceptaron, pero mi párroco no presentó la solicitud de ingreso, por lo que no pude entrar. En mi país, para que un joven ingrese en el seminario tiene que llevar una carta firmada por su párroco que avale ese ingreso. Lo volví a intentar cuando era estudiante de Secundaria y mi párroco se volvió a negar, alegando que mis padres no estaban casados por la Iglesia. Me sentí muy decepcionado y, aunque seguía sintiendo la llamada vocacional, se enfrió un poco mi deseo de ser sacerdote. Al terminar Secundaria comencé a estudiar Telecomunicaciones en el Instituto Superior de Tecnología de la Universidad de Bangui.

Todo cambió en tercero de carrera, cuando me encontré en el campus con un antiguo postulante comboniano de mi parroquia. Aunque había dejado el camino formativo, conversar con él suscitó en mí el deseo de convertirme en misionero comboniano. Hasta entonces yo quería ser sacerdote para trabajar en mi país, pero a partir de entonces surgió en mí la inquietud misionera. Me habló de san Daniel Comboni, de los Misioneros Combonianos y me ofreció el libro Salvar África a través de África. A medida que lo leía sentía que Dios me llamaba para ofrecer mi pequeña contribución para «salvar África». Me decidí a contactar con los combonianos de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en Bangui. Así comenzó mi camino de discernimiento y formación en la congregación. En 2006 ingresé en el postulantado San José de Bangui y al terminar la Filosofía me enviaron al noviciado de Cotonú (Benín).

Encuentro de fieles de la parroquia del Buen Pastor, de Arequipa. Fotografía: Hno. José Valverde

La etapa del desierto

Era la primera vez que salía de mi país y comenzaba a tener contacto con jóvenes de otros países. Éramos un grupo de novicios procedentes de RCA, RDC, Benín y Togo. El período del noviciado que llamamos «de desierto» me permitió confirmar, en diálogo con el padre maestro, que este era el camino que el Señor había trazado para mí, lo que me dio una cierta paz interior.

Todo en el noviciado tenía su razón de ser, sobre todo la oración, pero también el estudio de los escritos de nuestro fundador, el trabajo manual y el deporte. También hice una experiencia comunitaria y pastoral de seis meses en la parroquia Espíritu Santo de Tabligbo (Togo), y realicé mis primeros votos religiosos en 2011. Ya era oficialmente misionero comboniano.

Para los estudios de Teología fui destinado al escolasticado de ­Kinshasa (RDC). Los cuatro años de estudios en el Instituto San Eugenio de Mazenod fueron muy enriquecedores a nivel intelectual, comunitario y pastoral. La capital congoleña es una de las ciudades más pobladas de África y me sumergí en la realidad de su gente para confrontarla con los estudios. Quería establecer la relación entre la teoría y las realidades sobre el terreno. En 2015, al concluir la Teología, regresé a mi país para un tiempo de servicio misionero.

Cambio de continente

Mi ordenación sacerdotal tuvo lugar el día de San José de 2017. Poco después salí por primera vez de mi continente rumbo a Perú. Durante seis años he tenido una experiencia misionera en la parroquia Buen Pastor de Arequipa. Conocer otro pueblo, otra cultura, otro idioma y, sobre todo, otra forma de vivir la fe cristiana y católica me ha enriquecido; ha sido una gracia haber compartido mi fe con ellos.

Visitar a las familias de la parroquia me ayudó a conocer mejor la realidad pastoral peruana. Recuerdo con especial cariño los seis meses que dediqué al sector llamado ­Huarangal. Todas las tardes iba casa por casa para saludar y pasar tiempo con la gente. Estas visitas me permitieron entrar en contacto con la realidad de pobreza que se vive allí. Algunas familias preferían recibirme en la calle porque les daba vergüenza que viera que en su casa no tenían casi nada. Sin embargo, lo que más me impresionó fue la alegría de la gente sencilla. Esto me ayudó a comprender que la felicidad no depende de los bienes materiales.

Especialmente difíciles fueron los años de la pandemia, que en Perú se cobró muchas vidas. Mis compañeros en la parroquia, con más de 70 años, tenían que protegerse más del virus, mientras que yo era el sacerdote más joven, por lo que durante ese período tuve que hacer casi todo. Salía con frecuencia a dar la unción de enfermos a las personas afectadas por la COVID-19 y, desgraciadamente, también tuve que realizar muchos responsos porque los familiares de los fallecidos no querían enterrarlos sin una oración. Nuestro arzobispo nos pidió ofrecer este servicio y viví momentos duros, pero también ­inolvidables.

No todo en Perú fue de color de rosa. No faltaron los momentos de soledad al estar tan lejos de mi familia. Además, la vida en una cultura nueva y tan diferente a la propia no es fácil. Me sentí incomprendido algunas veces y me chocaban ciertas reacciones de la gente hacia mí por ser africano, pero entiendo muy bien que todo eso forma parte de los retos misioneros.

El P. Dreyfus con una comunidad durante su servicio misionero en Perú. Fotografía: Hno. José Valverde

La otra cara

Después de seis años en Perú puedo afirmar sin equivocarme que la vida misionera es el camino que el Señor ha trazado para mí. Vale la pena ser comboniano porque para mí no existe mayor alegría que compartir mi fe cristiana con los más pobres y abandonados. He comprobado muchas veces que mi simple presencia junto a las personas desanimadas o decepcionadas es fuente de esperanza para ellas. Como decía santa Teresa de Calcuta: «Hay enfermedades que no se curan con dinero, sino con amor». Puedo resumir mi vida misionera diciendo que soy testigo del amor de Cristo junto a los más pobres y abandonados.

Llegué a España el día de Nochebuena. Comienza para mí una nueva misión como formador en el escolasticado de Granada. Es una misión difícil y me asusta un poco. Soy joven y no tengo una larga experiencia, pero confío en Dios, que me eligió para esta misión. La Iglesia necesita sobre todo buenos sacerdotes que muestren a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el camino de Cristo con sus palabras, sus gestos y su testimonio de vida. Estoy feliz de participar en la formación de futuros sacerdotes combonianos.

A los jóvenes que aún dudan de comprometerse en la vida misionera les digo que no teman. Hay una alegría inmensa en ser misionero y Cristo necesita de ellos para transmitir amor, alegría y esperanza a todo el mundo. Si se sienten llamados deben ponerse en camino sin miedo ni vacilación. Si hoy tuviera que volver a elegir una vocación, sin dudarlo elegiría la misma. Me doy cuenta de la necesidad de jóvenes entregados totalmente a la Misión. Por eso, los jóvenes que sientan la llamada del Señor deben responder con generosidad, no serán decepcionados.

700 números de Mundo Negro

La revista misional africana MUNDO NEGRO, editada por los misioneros combonianos en España, llega en este mes de marzo a su número 700, tras 64 años de andadura informando no sólo al pueblo español sino a muchos lectores de habla hispana sobre la realidad del pueblo africano y afroamericano.

Fundada por el P. Enrique Faré -gran impulsor de Esquila Misional, nuestra revista en México- , Mundo Negro vio la luz en enero de 1960, cuando África estaba viviendo el “boom” de las independencias. Tal y como decía su fundador desde el primer momento, “Mundo Negro tiene que ser una revista específicamente africana, eminentemente misionera, moderadamente comboniana y eficazmente formativa”. Esas cuatro características han marcado y sigue marcando su línea editorial y han hecho de ella un referente en la información sobre el continente africano.

Su actual director, el P. Enrique Bayo, presenta así el número 700:
«En los 64 años que hemos tardado en alcanzar esta cifra redonda, hemos ofrecido a nuestros lectores más de 47.000 páginas sobre las realidades africanas y de la afrodescendencia, con textos y fotos firmados por infinidad de personas, africanas muchas de ellas. 700 números después, seguimos creyendo en la importancia de acercar África al público español. El continente sigue siendo muy desconocido –e incluso ignorado– en nuestro país, lo que nos priva de muchas de las riquezas que sus culturas y los ejemplos de vida de sus gentes pueden ofrecernos».

Animación misionera en España

P. José de Jesús García
desde Palencia, España

Del 13 al 15 de febrero pasados los combonianos que trabajamos en España tuvimos en Madrid un taller de animación misionera. Uno de los temas que tratamos fue: “San Daniel Comboni: animador misionero”. Para nutrirnos del Espíritu comboniano, reflexionamos sobre las iniciativas y el espíritu emprendedor que movió e impulsó a San Daniel Comboni para animar a la Iglesia católica europea, para comprometerla en la evangelización de África. Después de la muerte de San Daniel Comboni, muchos misioneros combonianos, han contribuido en la causa misionera comboniana e inclusive han dado su vida en las misiones en diversas partes del mundo.

Queremos recordar al P.  Enrique Faré, un misionero muy importante para las provincias combonianas de México y España, sobre todo por haber fundado la revistas misioneras Mundo Negro y Aguiluchos de España y haber dado un gran impulso a la revista Esquila Misional en México.  

Profeta de la animación misionera

El P. Enrique Faré nació en Milán, Italia, el 10 de julio de 1912. Fue ordenado sacerdote el 27 de marzo de 1937. Realizó diferentes trabajos en la economía, formación y animación misionera, sólo por mencionar algunos. En 1958 fue nombrado Superior Provincial de México. Y en tan sólo en un año mejoró sustancialmente la revista Esquila Misional, editada por los misioneros combonianos, que hasta entonces era una hoja de enlace con los bienhechores y amigos de los misioneros. Gracias a su nuevo diseño y nuevo impulso, Esquila Misional llegó a ser tal como la conocemos hoy. En 1959 el P. Faré fue destinado a España con el mismo cargo, y en abril de 1960 fundó la revista Mundo Negro.  

Hoy en día, tiempo de las redes sociales de comunicación, tiempo de las imágenes digitales, es un desafío para nuestras revistas, el número de suscriptores cada día disminuye. En este taller para animadores misioneros, reflexionamos y nos comprometimos a aprovechar, las ferias del libro, visitar parroquias, grupos parroquiales y todo momento y ocasión que se presente para continuar y reactivar las suscripciones a nuestras revistas Mundo Negro y Aguiluchos y continuar con la venta de libros. Gracias a nuestras revistas misioneras damos a conocer el trabajo misionero y mucha gente ora por las misiones, además de que hemos tenido muchos bienhechores y muchas vocaciones para la vida misionera.

Invitamos a todos nuestros lectores de Esquila misional y Aguiluchos a que nos ayuden promoviendo las suscripciones y cada uno las divulgue con sus amigos. Y también que continúen apoyándonos con oraciones. Es gracias a su apoyo que muchos misioneros combonianos nos encontramos evangelizando en diversas partes del mundo. Unidos en la oración y en la evangelización.     

La revista Mundo Negro recibió dos galardones por su trabajo y trayectoria

Los días 17 y 22 de enero la revista MUNDO NEGRO, editada por los Misioneros Combonianos en España, recibió dos galardones por su trabajo y trayectoria. El primero se lo concedió el portal digital África Mundi en reconocimiento por el Cuaderno MN sobre Ghana, publicado en mayo de 2023. El segundo fue el Premio CEU Ángel Herrera al mejor trabajo periodístico en materia de Doctrina Social de la Iglesia. MUNDO NEGRO cuenta 64 años de servicio a la información y animación misionera en España.

El miércoles 17 de enero de 2024 tuvo lugar en el CaixaForum de Madrid la entrega de los II premios África Mundi. En la categoría al mejor especial, el galardón recayó sobre la revista MUNDO NEGRO de los Misioneros Combonianos en referencia al número monográfico sobre Ghana publicado el mes de mayo de 2023 y que es fruto del viaje que un equipo de la revista realizó a ese país africano.

Recogieron el premio los redactores de MUNDO NEGRO, Javier Sánchez y Gonzalo Gómez, principales autores del monográfico tras su viaje a Ghana entre finales de octubre y principios de noviembre de 2022, período en el que estuvieron apoyados sobre el terreno por el misionero comboniano español Pepe Girau Pellicer, que trabaja en Cape Coast. También participaron en el acto de entrega el director de la revista Mundo Negro, P. Enrique Bayo, y otros dos miembros de la redacción: Carla Fibla y José Luis Silván. El premio de África Mundi se añade a otros muchos reconocimientos que la revista MUNDO NEGRO ha recibido a lo largo de sus 64 años de historia, por su oferta periodística de calidad sobre la misión y otras realidades del continente africano.

Premio CEU Ángel Herrera 2024

El segundo (el 22 enero de 2024) fue el Premio CEU Ángel Herrera al mejor trabajo periodístico en materia de Doctrina Social de la Iglesia. Este premio reconoce la trayectoria de la revista MUNDO NEGRO como referente informativo en España sobre África y de manera particular sobre el trabajo de los misioneros/as y las Iglesias locales africanas.