El llamado de Moisés: Vocación y respuesta de fe

La Biblia nos cuenta la vocación de distintas personas, es decir, nos dice cómo Dios ha llamado a hombres y mujeres a lo largo de la historia para una misión especial. Desde la vocación de Moisés, pasando por los profetas, llegando a María y los discípulos, es posible percibir características comunes entre los llamados. Por eso, todo aquel que se siente invitado a una realización específica, debe hacer un discernimiento a la luz de la Palabra de Dios, pues aunque ésta es personal, forma parte de una historia de salvación que muchos santos también vivieron.

Por: P. Wédipo Paixão, mccj

Por ejemplo, el libro del Éxodo nos habla sobre la vocación y misión de Moisés; su nacimiento y cómo lo halla en el río la esposa del Faraón; su formación como «príncipe en Egipto» y cómo Dios lo encuentra en el desierto. Para quienes tienen fe, a pesar de todo lo que pudo haber pasado, esta historia personal sigue un designio misterioso del Padre.

Ante el lamento de los hijos de Israel oprimidos en Egipto, Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob, y escogió a Moisés para liberar a su pueblo de la esclavitud. El Señor interviene de nuevo en la historia para ser fiel a su promesa. «Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián, (…) y ahí se le manifestó el ángel del Señor, bajo la apariencia de una llama que ardía en medio de un arbusto. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo, pero no se consumía. Entonces él se dijo: “Me acercaré para contemplar esta maravillosa visión y ver por qué no se consume la planta”. Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, lo llamó desde la zarza» (Ex 3,1-4).

La vocación de este personaje bíblico nos permite apreciar los elementos fundamentales hallados en toda invitación para asumir los planes de Dios: la iniciativa divina, la autorrevelación de Dios, la encomienda de una misión y la promesa del favor divino para llevarla a término.

Dios se abre camino de modo sorprendente, a la vez que se acomoda a su interlocutor: suscita su asombro ante la zarza incandescente para, a continuación, llamarlo por su nombre: ¡Moisés, Moisés! La repetición del nombre acentúa la importancia del acontecimiento y la certeza del llamado.

En toda vocación aparece esa conciencia de pertenecer a Dios y de estar en su mano que invita a la paz. Así lo expresa el profeta Isaías en un himno, cuando dice: «No temas, que te he redimido y te he llamado por tu nombre: tú eres mío».

Cuando Dios llama, el ser humano percibe que la vocación no es una quimera o el fruto de su imaginación. La vocación del libertador de los israelitas muestra este segundo aspecto de la invitación haciendo hincapié en cómo el Señor se presenta: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob», el mismo en el que han creído tus antepasados.

Toda llamada divina lleva consigo esta iniciativa de intimidad en la que el Señor se da a conocer. Sin embargo, podría sorprender la reacción de Moisés: a pesar de haber visto el prodigio de la zarza ardiente, a pesar de la certeza de lo que está sucediendo, se excusa: «¿Quién soy yo para ir con el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?».

Él intenta evitar lo que el Señor le pide –la misión encomendada–, porque es consciente de su propia insuficiencia y de la dificultad del encargo. Su fe es aún débil, pero el miedo no lo aleja de la presencia de Dios. Dialoga con Él con sencillez, le dice sus objeciones, y permite que el Señor manifieste su poder y dé consistencia a su debilidad.

En ese proceso, Moisés experimenta en primera persona el poder de Dios, que empieza realizando en él algunos de los milagros que después efectuará ante el faraón. Así, toma conciencia de que sus limitaciones no importan, porque Él no lo abandonará; percibe que será el Señor quien liberará al pueblo de Egipto: lo único que le toca hacer es ser un buen instrumento. En cualquier llamada a una vida cristiana auténtica, Dios asegura al ser humano su favor y le muestra su cercanía: «Yo estaré contigo», estas palabras se repiten en todos aquellos que han recibido una tarea difícil a favor de la humanidad. Es también la promesa de Jesús a sus discípulos: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final».

Ordenación diaconal del comboniano Mynor Chávez Ixchacchal en Costa Rica

“Yo no he venido a ser servido sino a servir.” Recalcando este aspecto de Cristo ante sus discípulos y el pueblo, fuimos entrando en la celebración de una ordenación diaconal en la parroquia de la Medalla Milagrosa, en San José, Costa Rica. Decir: Jesús servidor es reafirmar a Jesús como el diácono, nos motivaba nuestro celebrante.

Esas palabras iniciales de Mons Vittorino Girardi, Comboniano, motivaron el inicio de la celebración de ordenación como diácono de Mynor Rolando Chávez Ixchacchal, joven comboniano guatemalteco, quien después de sus años de formación en Costa Rica, México y Sudáfrica, ve que el camino de su vocación misionera va culminando, pero al mismo tiempo es un continuo “siempre andar.” El sábado 15 de junio fue ordenado diácono, ante la presencia de sus papás y uno de sus hermanos, llegados desde Guatemala. De familia numerosa, Mynor agradeció la educación recibida en valores y en la fe, porque es a partir de la familia que se forjaron su vocación y llamado a la misión. Cada lugar y cada persona, han sido importantes en su vida, afirmó.

Y eso fue notable con la presencia de los Misioneros Combonianos y de familiares de los mismos en Costa Rica; de las Misioneras Combonianas y religiosas de las congregaciones religiosas que trabajan en el lugar, así como Seculares Combonianas y Laicos. El pueblo fiel de nuestra parroquia, los bienhechores, los servidores y amigos de la misión, todos, hicieron posible que la ceremonia fuera emotiva y solemne. Entre cantos vocacionales, entre sonrisas, abrazos y algunas lágrimas de alegría, nos llenamos de emoción, observando a quien, por primera vez, se colocaba a la derecha del Obispo, como diácono/servidor del altar, para ser también servidor del pueblo.

La Provincia de Centro América se alegra porque un joven más de nuestras tierras se consagra a la misión y se encamina al sacerdocio. Como dijo Mons Vittorino a Mynor, ya diácono: “que tu alegría contagie a otros jóvenes a la misión y a pensar que ese camino de entrega vale la pena.” Seguros de ello, sentimos que Cristo, quien nos llama a lanzar nuestras redes, nos sigue motivando a hacer lo mejor de nuestra vida en la misión y por el anuncio del Evangelio.

Iniciativa popular en La Paz para recordar la obra misionera de Jesuitas y Combonianos

El pasado 7 de junio un grupo de ciudadanos y de fieles de la Parroquia Inmaculado Corazón de María, en la ciudad de La Paz, BCS, se reunieron para poner en marcha una asociación con el objetivo de  “mantener viva la memoria colectiva y la obra misionera fundada por la orden de los jesuitas y subsecuentes misioneros, así como los trabajos de los misioneros combonianos en Baja California Sur”.

La decisión fue tomada en el marco de las celebraciones del LX aniversario de la fundación de la parroquia, en donde se recordó de manera especial la labor realizada por el misionero comboniano P. Luis Ruggera, fundador y primer párroco y constructor de innumerables iglesias en la región y que hoy son parroquias consolidadas.

La asociación -que llevará el nombre de “Amigos de los Misioneros Combonianos”- está todavía en fase de creación. Entre los proyectos que se propone realizar están promover la fundación de un Museo Comunitario dedicado a la obra evangelizadora de los Combonianos en B.C.S., o “auspiciar investigaciones, estudios y publicaciones impresas o por medios electrónicos acerca de la obra misionera y evangelizadora, tanto en lo general como en lo particular; tanto de sus protagonistas y de sus participantes, con relación al pasado histórico de Baja California Sur”. La asociación está abierta a cualquier ciudadano que se quiera adherir a ella.

El Presbítero José Fernando Tirado Becerril, Párroco de Inmaculado Corazón de María, y el Prof. Francisco López Gutiérrez, ante la fotografía del P. Luis Ruggera, uno de los primeros Misioneros Combonianos que llegaron a Baja California en 1948.

Tras las recientes celebraciones de los 75 años de la llegada de los primeros Misioneros Combonianos a México -concretamente a Baja California Sur-, esta iniciativa popular y ciudadana nos anima a seguir manteniendo viva la memoria de aquellos que nos precedieron en estas tierras mexicanas y que con su celo misionero y apostólico y su fe y confianza en el pueblo mexicano han sembrado una hermosa semilla de la que hoy estamos viendo sus frutos.

Sanación y reconciliación como ministerio pastoral en las comunidades católicas de Gumuz después del conflicto

Desde hace más de dos años, el conflicto se desarrolla en torno a las misiones católicas de la zona de Metekel, en la región etíope de Benishangul-Gumuz. La Misión Católica Gublak fue la más afectada. Los Misioneros Combonianos y las Hermanas de San José de la Aparición se vieron obligados a abandonar temporalmente la misión en octubre de 2020. Quedaron solos en el lugar después de que todos los lugareños huyeron de sus hogares. A través de este artículo me gustaría compartir algunos pensamientos, esperanzas y sentimientos desde los ojos de un ministro pastoral postconflicto. [ P. Isaiah Sangwera, a la izquierda en la foto ]

Por: P. Isaiah Sangwera Nyakundi, mccj
Desde: Gublak, Etiopía

La comunidad comboniana de Gublak, después de evaluar seriamente la situación, decidió regresar progresivamente a la misión. Esto se hizo de forma temporal, a la espera del permiso oficial del Consejo Provincial. Esta medida se convirtió en una fuente de esperanza y aliento para la gente que ya estaba regresando gradualmente a sus propios hogares. Una vez de regreso a Gublak, los misioneros sintieron una gran y cálida acogida por parte de sus fieles que estaban dispersos desde hacía más de dos años.

La comunidad llegó a Gublak el 26 de septiembre de 2022, vigilia de la fiesta de la Santa Cruz, según el calendario etíope. Los fieles, reunidos para la misa de vigilia y la damera (la hoguera litúrgica), recibieron a los padres Cristo Roi Agbeko e Isaiah Nyakundi con cantos de alegría.

Cuando leemos el libro de Jeremías, nos damos cuenta de que, aunque el lamento del profeta estaba dirigido a las heridas del pueblo de Dios en Sión, Etiopía en general y la región de Benishangul-Gumuz en particular siguen siendo también escenario de guerra por las luchas políticas, socioeconómicas y libertades religiosas. ¿No existe ningún bálsamo para sanar las heridas del pueblo de Dios?

P. Isaías Sangwera Nyakundi.

hechos geográficos

El estado regional de Benishangul-Gumuz se encuentra en la parte occidental del país y limita con la región de Amhara al norte y noreste, con las regiones de Oromia y Gambella al sur y sureste, y con Sudán al oeste. La capital regional, Assosa, está a unos 679 kilómetros al oeste de Addis Abeba. Desde el punto de vista agro-climático, la mayor parte de la región se encuentra entre 580 y 2730 metros sobre el nivel del mar. La región está dotada de enormes recursos naturales, incluidos bosques, tierras agrícolas y agua.

El pueblo gumuz y la presencia misionera comboniana

Los Gumuz son un pueblo de origen nilótico, poco numeroso –unos 200.000– pero que cubre un gran territorio. Estuvieron al margen de la sociedad etíope durante muchos siglos. Ahora tienen sus derechos y el control de su propia tierra. También tienen derecho a “saber que Cristo también murió por ellos”.

Nuestra misión en el Vicariato Apostólico de Hawassa ha sido – y sigue siendo – nuestra principal tierra de misión en Etiopía. Iniciado en diciembre de 1964 con la llegada de los dos primeros Misioneros Combonianos, los Padres Bruno Lonfernini y Bruno Maccani, estuvo dirigido por los Obispos Combonianos hasta octubre de 2017, cuando un Salesiano de Don Bosco tomó el lugar del difunto Mons. Giovanni Migliorati, fallecido de cáncer el 12 de mayo de 2016.

La misión fue un éxito y finalmente los misioneros combonianos pudieron trasladarse a otros territorios de misión entre “las personas más pobres y abandonadas” del noroeste de Etiopía. La primera misión en este territorio fue iniciada por las Hermanas Misioneras Combonianas en Mandura en el año 2000. Los Misioneros Combonianos las siguieron y abrieron la comunidad de Gilgel Beles en 2003 y Gublak en 2011. Es realmente un territorio de primera evangelización y promoción humana.

Nuestro Proyecto de Evangelización quedó plasmado en su faceta principal en diversos documentos de nuestra congregación y encuentros provinciales en estos últimos años. “Como Misioneros Combonianos, estamos convencidos de que nuestro compromiso con los más pobres y abandonados es la fuente más importante de inspiración para una AM eficaz…” – dicen las Actas Capitulares de 2009 en el n. 182.

El Directorio Provincial de Etiopía MCCJ n. 3.2 subraya nuestra principal razón de ser misioneros de la siguiente manera: “Según nuestra tradición y siendo los Misioneros Combonianos miembros de un Instituto totalmente dedicado a la actividad misionera, la primera Evangelización en sus diversos aspectos es nuestra principal preocupación y parte esencial de nuestra identidad”.

Compromiso misionero comboniano en la zona de Metekel

Etiopía es notablemente un país multicultural, multiétnico y multirreligioso. Se ha ido extendiendo en el país un creciente sentimiento de pertenencia étnica, favorecido también por la actual política administrativa del país, la Federación de Estados. Esto llama a la Iglesia a fomentar aquellos valores evangélicos que motivan la comunión y la convivencia pacífica. También llama a los cristianos a crear unidad, destacando los elementos positivos que son comunes a todos los grupos y culturas.

En esta complejidad, la Iglesia debe desempeñar un papel de promoción de la unidad y la comprensión entre los pueblos, para ser instrumento de esperanza. Para favorecer el crecimiento espiritual y humano, es necesario dar énfasis a iniciativas de formación cristiana y humana en todos los niveles, ayudando a los fieles a profundizar su fe, su conocimiento de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia católica, su estructura y tradición. Los Misioneros Combonianos están comprometidos a ayudar a la Iglesia local a madurar y a ser autosuficiente. En ambas misiones entre los Gumuz hemos puesto mucho énfasis y promovido la formación de líderes laicos y catequistas.

Nos comprometemos a contextualizar las sugerencias de los últimos Capítulos Generales en nuestra realidad (Actas Capitulares 2009, n. 59-66):

  1. Ver con los ojos de los pobres: Necesitamos crecer en la adopción de un estilo de vida más evangélico, en armonía con la realidad de la Iglesia local y del pueblo a quien ministramos (Actas Capitulares 1997, n. 20);
  2. Caminar con el pueblo: Hacer causa común con él, mostrándoles que estamos con él y para él (Actas Capitulares 2009, n. 58.3).

A nivel social

En el nuevo contexto sociopolítico de Etiopía, caracterizado por la fragmentación y proclive a la etnicidad, nuestra presencia promueve el entendimiento y la reconciliación. “Nuestra presencia es significativa cuando estamos cerca de grupos marginados o en situaciones de frontera”, proclaman las Actas Capitulares de 2015 en el n. 45.2. Una presencia siempre del lado de los menos privilegiados. Aunque trabajar en Etiopía, ser profeta puede ser realmente un desafío, estamos llamados a un compromiso más profundo en los campos de la justicia, la paz y la promoción de los derechos humanos.

El compromiso de larga data de la Iglesia en el área del desarrollo humano integral va de la mano con la formación catequética sobre la Doctrina Social de la Iglesia para promover líderes laicos capaces de contribuir y crear una cultura de vida, paz, justicia, desarrollo sostenible y respeto a la creación.

Los misioneros fueron realmente puestos a prueba

Durante los últimos tres años, nuestra madurez y músculos misioneros fueron puestos a prueba. Nuestras misiones atravesaron inseguridad, inestabilidad, saqueos, asesinatos y algunos fieles católicos se unieron a grupos rebeldes. Como misioneros, hombres y mujeres, en esta zona optamos por permanecer con el pueblo a pesar de todos los peligros. Soportamos las consecuencias de nuestras elecciones misionales. En los recientes ataques intertribales en las zonas de Gilgel Beles y Gublak y sus alrededores, hemos sido una gran fuente de aliento y refugio para nuestro pueblo.

Los misioneros también se convirtieron en sospechosos, en ocasiones citados por órganos de inteligencia de seguridad. Los misioneros combonianos que trabajaban en Gublak fueron arrestados en algunas ocasiones e incluso confiscados por un tiempo su vehículo de misión. Se sospechaba que transportaban bienes robados o, peor aún, que mantenían comunicaciones secretas con combatientes rebeldes.

Desafíos y oportunidades en esta misión de postconflicto

Inculturación: La inculturación del Evangelio se siente como una exigencia urgente. Sin embargo, este Evangelio aún debe influir positivamente en la vida de la gente. Nos faltan materiales suficientes y personal preparado para organizar cursos regulares que tengan como objetivo iniciar el diálogo entre algunas prácticas culturales negativas de los gumuz y proponer valores evangélicos.

Agradecemos a los primeros misioneros que han dado algunos pasos en esta línea. Continuaremos cooperando con la Iglesia local en la producción de materiales litúrgicos y catequéticos, adoptando la gramática y ortografía oficial propuesta por el gobierno para el idioma gumuz, con el fin de profundizar el encuentro del Evangelio con la cultura local (Actas Capitulares 2009, n. 57.3).

De hecho, hemos experimentado de primera mano lo lejos que estamos de tocar la cultura gumuz de venganza y respeto a la vida humana. Un intercambio cercano con algunos católicos retornados de los grupos rebeldes revela mucho. Humanamente hablando son historias muy desgarradoras:

  1. En esta era de postconflicto, como misioneros, ¿cómo reconciliamos a un catequista cuya madre fue arrastrada a un tribunal rebelde, rápidamente condenada a muerte, porque se sospechaba que era una ‘ budda ‘ (bruja o de malos ojos)? Según el catequista, los ‘jueces’ estaban formados por algunos catequistas. La obligaron a beber veneno.
  2. Cinco enfermeras no gumuz fueron secuestradas y asesinadas a sangre fría simplemente porque no eran gumuz. Algunos de nuestros muchachos confesaron que eran parte del equipo ejecutor.
  3. Algunos de nuestros fieles fueron asesinados a sangre fría y ahora se conocen los nombres de los asesinos. No son residentes de Gumuz y viven en la ciudad de Gublak. Ahora que hay normalidad, como misioneros, ¿cómo se supone que debemos relacionarnos con ellos?
  4. Nuestra casa fue saqueada de muchas de nuestras propiedades. Un día, mientras paseábamos por el mercado local de Gublak, notamos que un hombre gumuz llevaba un alba que pertenecía a uno de nosotros. ¡Estábamos en el dilema de quitárselo o simplemente ignorarlo! Eligió dejarlo en paz.

Diálogo: El diálogo es la actitud básica que se debe mantener dentro y fuera de la comunidad cristiana. Tenemos el desafío de practicarlo dentro de la Iglesia-Familia de Dios así como hacia otras creencias religiosas. Debe tener lugar en tres niveles principales:

  1. Entre Obispo, sacerdotes, religiosos, agentes de pastoral y fieles laicos de la Iglesia local (Actas Capitulares 2015, n. 44.14). Esto nos transformará a nosotros, familia comboniana, en agentes de evangelización relevantes y significativos.
  2. Entre nuestras Iglesias locales y otras denominaciones o religiones cristianas (Actas Capitulares 2009, n. 58.8; Actas Capitulares 2015, n. 45.3). Hemos notado un nuevo fenómeno de construcción de nuevas mezquitas en muchos pueblos. Estos musulmanes parecen estar buscando agresivamente seguidores. Están utilizando diferentes tipos de ayuda para atraer a la gente a unirse a ellos, a diferencia de los misioneros católicos que brindaron ayuda humanitaria a todos incondicionalmente e independientemente de su inclinación religiosa.

Conclusión

La evangelización es una realidad compleja y dinámica. He subrayado algunos elementos que tal vez no den cuenta completa del misterio de la evangelización de la Familia Comboniana en Etiopía y entre los Gumuz, en particular, en este período de postconflicto. Corremos el riesgo de empobrecer el concepto de evangelización si no contemplamos la obra del Espíritu, protagonista de la evangelización, que sopla y actúa en diferentes realidades y siempre de maneras nuevas.

Por tanto, la principal actividad del evangelizador sigue siendo la oración en la contemplación de la obra de Dios. Esto ayudará a discernir cómo el Señor quiere que sea el misionero, en qué rango de acciones y a quién lo envió para que sea su testigo anunciando el Evangelio con todas sus fuerzas y amor. Es el Espíritu el que pone en nuestro corazón los mismos sentimientos de San Pablo: “La predicación del Evangelio no me da nada de qué gloriarme, porque estoy obligado, y estaría en apuros si no lo hiciera” (1 Corintios 9,16).

Es la fuerza del Espíritu la que guió a Daniel Comboni a decir: “En efecto, sería fácil y dulce sacrificar mi sangre y mi vida para cooperar a la realización de esta santa obra” (Comboni a Mazza 23-01-1861).

“Remad mar adentro –como Pedro y sus primeros compañeros confiaban en la obra de Dios– y echad las redes” ( Lucas 5,4-6). Estas palabras resuenan hoy para nosotros y nos invitan a recordar el pasado con gratitud, a vivir el presente con entusiasmo y a mirar el futuro con confianza. “Jesucristo es el mismo hoy como fue ayer y como será por los siglos” (Hebreos 13,8).

Nuestro trabajo, nuestro compromiso, nuestro camino y la búsqueda de nuevos caminos de evangelización continúan. ¡Que Dios nos guíe y nos bendiga!

comboni.org

Entrar a la casa de la gente como «Hermano»: Una experiencia personal

Cuando salí de México por primera vez, destinado a Colombia, para terminar mis estudios y realizar un primer contacto con las culturas y realidades misioneras, viajé con mucho entusiasmo para ir a trabajar en favor de los más abandonados y necesitados. Me imaginaba como ese gran misionero que iba a salvar a la gente. Salí con ese sentimiento heroico de un hombre que se convertiría en la estrella de la película. Me imaginaba grandes cantidades de personas escuchándome, dirigiendo grandes obras y proyectos en beneficio de los más pobres… en fin, un «mesías esperado» en esas tierras. Pero la realidad cambió mi manera de pensar y de actuar.

Por: Hno. Joel Cruz, mccj

Un misionero «comilón, borracho y amigo de pecadores» (Mt 11,19)

Tal vez te escandalices, pero debo decirte la verdad: ahora me voy a comer con la gente, me tomo una cerveza con algunos, me quedo en fiestas organizadas en las casas y en los vecindarios y, para colmo, tengo amigos que no tienen buena fama, e incluso me quedo a dormir en sus casas. Ciertamente no pocos piensan que soy un misionero que le encanta la fiesta, divertirse y desperdiciar el tiempo conviviendo con gente que no va a la iglesia y que no tiene nada de «moral». ¿Qué escándalo, verdad? Lo cierto es que las fiestas me aburren, me estresan… todo ese alboroto y ruido que llaman baile y música, me hacen mal. No todas las comidas me gustan, porque soy medio especial, pero como todo lo que me dan. Me encanta tener comodidad y privacidad, pero con la gente me toca quedarme en una colchoneta en el piso, donde otros también duermen, en medio del alboroto de la familia, de los vecinos… y aunque no lo creas, la cerveza no me gusta.

Como uno más entre la gente

¿Entonces, porqué lo hago? Lo aprendí en Bogotá, Colombia, donde estuve casi cuatro años. Me pidieron ir a evangelizar a un sector periférico totalmente abandonado. Al principio, quise comenzar como en las películas misioneras: «sonando la campanita» para que la gente llegue a la misa y a la catequesis. Pero no le daban importancia al Evangelio y mucho menos al misionero. De hecho, me quedaba solo con el sacerdote y cuatro viejitas que nos escuchaban. Por eso decidí hacerle caso a Jesús: entrar en las casas de la gente, quedarme ahí y compartir. Lo podía hacer porque soy Hermano, alguien común y corriente. 

Entendí por qué Jesús le daba mucha importancia a la casa de las personas. Ahí es el lugar de la confianza, de la intimidad, de la libertad… donde se puede hablar de lo que no se habla en los lugares públicos y sagrados. Es el lugar donde, tomando un café, comiendo o tomando una cerveza, damos forma a los sueños, anhelos y esperanzas de la gente.

Luego, estas conversaciones se van concretando en organizaciones, en proyectos familiares y comunitarios. De este modo además de pasarla bien, perdí el miedo, como Jesús, a ser uno más entre la gente, semejante a ellos casi en todo, menos en la lejanía de Dios (Filp 2). Descubrí la belleza de ser un hermano más entre ellos, tan igual, pero al mismo tiempo tan diferente; y que podía ser luz en la oscuridad de su cotidianidad.

Anunciar el Evangelio en la normalidad de la gente

En el trabajo de los barrios periféricos de Bogotá, descubrí la belleza y utilidad de anunciar el Evangelio en la normalidad de la vida y en los espacios familiares y comunitarios. Comencé a creer lo que Jesús decía con su práctica concreta. Es decir, ese pasar con la gente, comiendo, conversando, contando chistes, cuentos, parábolas, historias… Y en esos espacios y lenguajes, ayudar a que la gente pueda ver la realidad con sus propios ojos y no desde ideas o visiones de otros; a que puedan caminar con sus propios pies; ayudarlos a que adquieran la capacidad de escuchar a otros y no piensen que son los únicos que tienen la verdad o la razón. Ayudarlos a convivir con el diferente y se solidaricen con proyectos barriales para el bien de todos los vecinos.

En ese ambiente familiar y libre, poco a poco se van expulsando esos sentimientos de odio, recelo, desconfianza, ignorancia, inferioridad, orgullo… Eso que Jesús llamaba demonios o espíritus malignos que mantenían como encadenadas las mentes y los corazones de las personas. Ese acompañamiento amistoso que personaliza el anuncio del Evangelio y tiene como destino a personas concretas en sus propias casas: Simón, Andrés, Mateo, Jairo, Lázaro… de los cuales unos terminaron siguiendo sus pasos, sus discípulos; otros se hicieron sus amigos, y otros, eternos agradecidos por el bien que les hizo.

Ahí aprendí que el Hermano misionero anuncia la Buena Nueva de modo personalizado, cuyo canal es el sentido familiar, fraterno y la amistad como puerta que permite el encuentro afectivo entre la persona y el Evangelio. Entendí que la casa es el lugar de curación, ese sitio donde Jesús hace la mayor parte de los milagros, donde cura al ciego, al mudo, al paralítico, a los encorvados, resucita a los muertos… donde sana las dolencias.

Pero también aprendí que entrar y quedarse en la casa de la gente requiere de la sagacidad, astucia y precaución de la serpiente junto a la sencillez de la paloma. No es permanecer ingenuo, significa estar con todos los sentidos despiertos para captar el movimiento de los «espíritus malignos» que aprisionan a la gente (Mt 10,16). Jesús, entre regaños, milagros, conversaciones, parábolas… iba cambiando la mentalidad y la vida de la gente. En estos barrios aprendí a ser como este Jesús: hermano de casa, el familiar, el pariente, el amigo: el Emmanuel (Dios-con-nosotros).

Textos que orientaron mi vida

Para que veas que no te estoy cuenteando y puedas creer que la casa de la gente es el lugar privilegiado para la curación de todos los males, puedes mirar los textos del Evangelio que me orientaron en esta primera experiencia misionera: Jesús que resucita a la hija de un jefe judío (Mc 5,22; Mt 9,23), la comilona en casa de Mateo (Mt 9,30); visitas a las casas de los pecadores para quedarse con ellos (Mt 9,9-26; Mt 10,11-12; Mt 13,36; Mt 21,17); que se va a la casa de los excluidos y rechazados (Mt 26,6); que va a la casa de sus discípulos para curar (Mc 1,29-34).

No me preocupo si algunos me critican por ser un «comilón, un fiestero y amigo de pecadores», por el modo de vivir y convivir con la gente (Mt 10,24-25); esta experiencia me enseñó que el Hermano misionero es de la familia, de la casa. Y ahí, a ejemplo de su Maestro, se celebra la Pascua. Desde el sentido familiar y de amistad, Él va formando a la gente en la experiencia de pasar de la muerte a la vida (Mt 26,18ss). Como decía san Daniel Comboni a sus misioneros: «una piedra escondida» que no busca ser la fachada de las obras de evangelización, sino parte de los cimientos, pero que si faltan, se derrumba todo. Jesús tiene la razón cuando le dice a los beneficiarios de su bien: «Que nadie sepa» (Mt 9,30). Sí, que nadie sepa, para que los aplausos y reconocimientos los reciba Dios.

Hno. Andrés Gaspar: «Mostrar a Cristo a través de nuestras obras»

El hermano Andrés Gaspar Abarca es un misionero comboniano originario de Chilpancingo, Guerrero, enfermero de profesión. Lleva más de 15 años en Sudán del Sur, trabajando en el hospital de Mapuordit, en el estado de Lagos, en el centro del país. Aprovechando sus vacaciones en México, le pedimos que nos hablara un poco de este pequeño país africano y nos compartiera su experiencia misionera.

Entrevistó: P. Ismael Piñón, mccj

–¿Cómo está ahora la situación en Sudán del Sur?

En este momento la situación política es estable, porque las dos etnias enfrentadas, los dinka y los nuer, llegaron a un acuerdo, pero siempre vivimos con incertidumbre, porque en cualquier momento puede estallar de nuevo el conflicto, ya que ninguno de los dos quiere ceder. Por otra parte, la guerra en Sudán nos ha afectado mucho; la gente que es del sur y estaba en el norte ha regresado. También nos afecta a nivel económico, porque mucha mercancía venía de Sudán, y ahora tenemos mucha escasez de suministros. Existe un acuerdo con China sobre el petróleo, pero ahora escasea y la devaluación de la moneda nacional es muy grande. En tiempos de la independencia, un dólar costaba dos libras sursudanesas, ahora un dólar cuesta mil 700 libras.

Yo trabajo en una región dinka. La situación conflictiva ahora está un poquito mejor, aunque entre ellos mismos sigue habiendo divisiones. Hace unos años aún era común ver a la gente con armas. En Mapuordit, donde estoy, salías a la calle y veías a toda la gente con armas. Los asaltos eran muy frecuentes, yo fui asaltado dos veces; una de ellas nos dispararon, pero gracias a Dios salimos vivos, aunque un padre fue herido. A veces me preguntaba, «¿qué hago aquí?». Hace unos dos años cambiaron al gobernador y llegó uno muy rígido que ordenó matar a los delincuentes. Eso hizo que haya menos asaltos. Para mí vivir esos momentos de conflicto fue bastante difícil. Al menos con la llegada del nuevo gobernador todos esos conflictos cesaron y ahora vivimos con cierta tranquilidad, aunque la gente sigue sufriendo por la situación económica.

¿Y en el campo sanitario?

–Todavía tenemos que trabajar mucho en la concientización de la gente en lo que se refiere a la prevención. Por ejemplo, no comprenden ni aceptan la cuestión de las vacunas, especialmente a los niños. Estamos intentando hacer una profilaxis contra la malaria, pero no lo entienden ni lo aceptan. A parte de eso, el gobierno invierte muy poco en sanidad y en educación. La mayor parte del dinero lo gasta en armamento.

En el hospital de Mapuordit se pide a la gente que pague sólo un dólar por la consulta, los análisis y las medicinas; pero evidentemente eso no cubre los gastos del hospital, que son cubiertos en su mayor parte por la diócesis y los combonianos. Hay un acuerdo con el gobierno por el que la diócesis cubre el 60 por ciento de los gastos y los combonianos contribuimos con un 30 por ciento gracias a las donaciones que recibimos. El gobierno debería cubrir el 25 por ciento de los salarios y contribuir también con medicinas, pero ahora, con la devaluación, apenas llega al 5 por ciento, el resto lo deben pagar la diócesis y los combonianos. Por eso la gente tiene muy poca confianza en las autoridades; ya no sólo en el campo de la salud, sino también en la educación, incluso los militares tienen salarios insuficientes. Por miedo, nadie protesta contra estas situaciones.

–Con todas estas dificultades, ¿dónde encuentras la fuerza y la motivación para aguantar y mantenerte ahí?

Yo siempre tengo esperanza. Cuando llegué a Mapuordit todavía era Sudán, aún no se había declarado la independencia de Sudán del Sur. Ya se había hecho el referéndum y la situación estaba bastante tranquila. Fue una época muy bonita para mí. Venían muchas personas al hospital y era muy gratificante ayudar y estar con la gente. Por desgracia todo cambió después de la independencia, cuando estalló el conflicto armado entre las dos etnias, especialmente en 2015. Todo el mundo andaba armado. En ese tiempo, me dije que ya me regresaría para México, pero aguanté. Ayudar a la gente es lo que me hacía sentir mejor. Ahí vivíamos con la esperanza de que algún día volvería la paz. Con la llegada del nuevo gobernador y sus métodos autoritarios, volvió la paz y la gente viene de muchas partes del país para ser curada en el hospital.

–¿Cómo vives tu vocación misionera de Hermano en este campo de la salud?

Trato de vivir con esperanza y dar buen ejemplo. La gente se da cuenta. En los tiempos de conflicto, muchos voluntarios se fueron porque no querían arriesgar sus vidas. Nosotros, sin embargo, decidimos quedarnos para seguir trabajando por la gente. Mostrar a Cristo a través de nuestras obras, de nuestro trabajo, a veces no es fácil, pero hacemos el esfuerzo de ayudar y decimos a la gente que no somos nosotros los que estamos ayudando, sino que es Cristo quien nos envía para ayudarles; eso es lo que nos ha dado la fuerza para trabajar como Hermanos.

–¿Qué le dirías a tus paisanos mexicanos?

En primer lugar, que sigan rezando por Sudán del Sur, porque estamos aún muy lejos de la paz y esperamos llegue pronto, además, que se estabilice la situación económica para que la gente ya no sufra más. Les diría también que sigan haciendo oración por nosotros y que no dejen de apoyar a la misión, también materialmente, porque cuando lo hacen están apoyando nuestro trabajo y ayudando a la gente. Y si hay alguno que es médico o enfermero y quiere venir como voluntario, el hospital está abierto y da la bienvenida a quien quiera venir a colaborar. Allá lo esperamos.