Mensaje del papa León XIV a la Cop30: “Cuidar la Creación para cultivar la Paz”

Mensaje del papa León XIV pronunciado por el Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, en la trigésima sesión de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) en Belem, Brasil.

Señor Presidente,
Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Señoras y señores,

En nombre del Papa León XIV, saludo cordialmente a todos los participantes en la trigésima sesión de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y les aseguro su cercanía, su apoyo y su aliento.

Si quieres cultivar la paz, cuida la creación. Existe un claro vínculo entre la construcción de la paz y la gestión de la creación: «La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá sin duda facilitada por el reconocimiento común de la relación indisoluble que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación».

Si bien, en estos tiempos difíciles, la atención y la preocupación de la comunidad internacional parecen centrarse principalmente en los conflictos entre naciones, también existe una creciente conciencia de que la paz se ve amenazada por la falta de respeto hacia la creación, el saqueo de los recursos naturales y el progresivo deterioro de la calidad de vida debido al cambio climático.

Dada su naturaleza global, estos retos ponen en peligro la vida de todos en este planeta y, por lo tanto, exigen una cooperación internacional y un multilateralismo cohesionado y capaz de mirar hacia el futuro, que sitúe en el centro la sacralidad de la vida, la dignidad de cada ser humano dada por Dios y el bien común. Lamentablemente, observamos enfoques políticos y comportamientos humanos que van en la dirección opuesta, caracterizados por el egoísmo colectivo, la falta de consideración hacia los demás y la miopía.

«En un mundo que arde, tanto por el calentamiento global como por los conflictos armados», esta Conferencia debe convertirse en un signo de esperanza, a través del respeto mostrado hacia las ideas de los demás en el intento colectivo de buscar un lenguaje común y un consenso, dejando de lado los intereses egoístas y teniendo presente la responsabilidad que tenemos los unos hacia los otros y hacia las generaciones futuras.

Señor Presidente,

Ya en los años noventa del siglo pasado, el Papa San Juan Pablo II subrayó que la crisis ecológica es «un problema moral» y, como tal, «pone de relieve la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad, especialmente en las relaciones entre los países en desarrollo y los países altamente industrializados. Los Estados deben mostrarse cada vez más solidarios y complementarios entre sí en la promoción del desarrollo de un entorno natural y social pacífico y saludable». Trágicamente, los que se encuentran en situaciones de mayor vulnerabilidad son los primeros en sufrir los efectos devastadores del cambio climático, la deforestación y la contaminación. Cuidar de la creación se convierte, por tanto, en una expresión de humanidad y solidaridad.

Desde este punto de vista, es esencial traducir las palabras y las reflexiones en decisiones y acciones basadas en la responsabilidad, la justicia y la equidad, con el fin de alcanzar una paz duradera cuidando de la creación y de nuestro prójimo.

Además, dado que la crisis climática nos afecta a todos, las medidas correctivas deben involucrar a los gobiernos locales, alcaldes y gobernadores, investigadores, jóvenes, empresarios, organizaciones confesionales y ONG.

Señor Presidente,

Hace una década, la comunidad internacional adoptó el Acuerdo de París, reconociendo la necesidad de una respuesta eficaz y progresiva a la urgente amenaza del cambio climático. Lamentablemente, debemos admitir que el camino hacia la consecución de los objetivos fijados en ese Acuerdo sigue siendo largo y complejo. En este contexto, se insta a los Estados Partes a que aceleren con valentía la aplicación del Acuerdo de París y de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

Hace diez años, el Papa Francisco firmó la encíclica Laudato si’, en la que abogaba por una conversión ecológica que incluyera a todos, ya que «el clima es un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana».

Que todos los participantes en esta COP30, así como aquellos que siguen activamente sus trabajos, se sientan inspirados a abrazar con valentía esta conversión ecológica con el pensamiento y con las acciones, teniendo presente el rostro humano de la crisis climática.

Que esta conversión ecológica inspire el desarrollo de una nueva arquitectura financiera internacional centrada en el ser humano, que garantice que todos los países, especialmente los más pobres y los más vulnerables a los desastres climáticos, puedan alcanzar su pleno potencial y ver respetada la dignidad de sus ciudadanos. Esta arquitectura debe tener en cuenta también el vínculo entre la deuda ecológica y la deuda externa.

Que se promueva una educación sobre la ecología integral que explique por qué las decisiones a nivel personal, familiar, comunitario y político dan forma a nuestro futuro común, sensibilizando al mismo tiempo sobre la crisis climática y fomentando mentalidades y estilos de vida orientados a respetar mejor la creación y a salvaguardar la dignidad de la persona y la inviolabilidad de la vida humana.

Que todos los participantes en esta COP30 se comprometan a proteger y cuidar la creación que Dios nos ha confiado con el fin de construir un mundo pacífico.

Les aseguro las oraciones del Santo Padre mientras en esta COP30 toman decisiones importantes para el bien común y el futuro de la humanidad.

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El Papa convoca a una jornada de ayuno y oración por la paz

«El próximo viernes, 22 de agosto, celebraremos la memoria de la Santísima Virgen María Reina. María es la Madre de los creyentes aquí en la tierra y también es invocada como Reina de la paz. Mientras nuestra tierra sigue siendo herida por las guerras en Tierra Santa, Ucrania y muchas otras regiones del mundo, invito a todos los fieles a vivir el día 22 de agosto en ayuno y oración, suplicando al Señor que nos conceda la paz y la justicia y que seque las lágrimas de quienes sufren a causa de los conflictos armados en curso».

Con estas palabras, el Papa invitaba durante la audiencia del pasado miércoles a todos los cristianos a una jornada de ayuno y oración por la paz y la justicia. Ante las negociaciones por alcanzar acuerdos en conflictos como el de Ucrania y en Gaza, donde Israel se prepara para una ocupación total, León XIV ha reiterado su llamado a la paz, reclamando alto el fuego en Ucrania, la resolución de la crisis humanitaria en Gaza y la liberación de los rehenes israelíes. Coincidiendo con la festividad de Santa María Reina, invocada por la cristiandad como Reina de la Paz. «Pedimos a María Reina de la Paz que interceda por los pueblos, para que puedan alcanzar el camino y la vía de la paz», concluyó.

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

“Migrantes, misioneros de esperanza”

Queridos hermanos y hermanas:

La 111ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que mi predecesor quiso que coincidiera con el Jubileo de los migrantes y del mundo misionero, nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre el vínculo entre esperanza, migración y misión.

El contexto mundial actual está tristemente marcado por guerras, violencia, injusticias y fenómenos meteorológicos extremos, que obligan a millones de personas a abandonar su tierra natal en busca de refugio en otros lugares. La tendencia generalizada de velar exclusivamente por los intereses de comunidades circunscritas constituye una grave amenaza para la asignación de responsabilidades, la cooperación multilateral, la consecución del bien común y la solidaridad global en beneficio de toda la familia humana. La perspectiva de una nueva carrera armamentística y el desarrollo de nuevas armas ―incluidas las nucleares―, la escasa consideración de los efectos nefastos de la crisis climática actual y las profundas desigualdades económicas hacen que los retos del presente y del futuro sean cada vez más difíciles.

Ante las teorías de devastación global y escenarios aterradores, es importante que crezca en el corazón de la mayoría el deseo de esperar un futuro de dignidad y paz para todos los seres humanos. Ese futuro es parte esencial del proyecto de Dios para la humanidad y el resto de la creación. Se trata del futuro mesiánico anticipado por los profetas: «Los ancianos y las ancianas se sentarán de nuevo en las plazas de Jerusalén, cada uno con su bastón en la mano, a causa de sus muchos años. Las plazas de la ciudad se llenarán de niños y niñas, que jugarán en ellas. […] Porque hay semillas de paz: la viña dará su fruto, la tierra sus productos y el cielo su rocío» (Zc 8,4-5.12). Y este futuro ya ha comenzado, porque fue inaugurado por Jesucristo (cf. Mc 1,15 y Lc 17,21) y nosotros creemos y esperamos en su plena realización, ya que el Señor siempre cumple sus promesas.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que «la virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres» (n° 1818). Y sin duda, la búsqueda de la felicidad —y la perspectiva de encontrarla en otro lugar— es una de las principales motivaciones de la movilidad humana contemporánea.

Esta conexión entre migración y esperanza se manifiesta claramente en muchas de las experiencias migratorias de nuestros días. Numerosos migrantes, refugiados y desplazados son testigos privilegiados de la esperanza vivida en la cotidianidad, a través de su confianza en Dios y su resistencia a las adversidades con vistas a un futuro en el que vislumbran la llegada de la felicidad y el desarrollo humano integral. En ellos se renueva la experiencia itinerante del pueblo de Israel: «Oh Dios, cuando saliste al frente de tu pueblo, cuando avanzabas por el desierto, tembló la tierra y el cielo dejó caer su lluvia, delante de Dios –el del Sinaí–, delante de Dios, el Dios de Israel. Tú derramaste una lluvia generosa, Señor: tu herencia estaba exhausta y tú la reconfortaste; allí se estableció tu familia, y tú, Señor, la afianzarás por tu bondad para con el pobre» (Sal 68, 8-11).

En un mundo oscurecido por guerras e injusticias, incluso allí donde todo parece perdido, los migrantes y refugiados se erigen como mensajeros de esperanza. Su valentía y tenacidad son un testimonio heroico de una fe que ve más allá de lo que nuestros ojos pueden ver y que les da la fuerza para desafiar la muerte en las diferentes rutas migratorias contemporáneas. También aquí es posible encontrar una clara analogía con la experiencia del pueblo de Israel errante por el desierto, que afronta todos los peligros confiando en la protección del Señor: «Él te librará de la red del cazador, y de la peste perniciosa; te cubrirá con sus plumas, y hallarás un refugio bajo sus alas. Su brazo es escudo y coraza. No temerás los terrores de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que acecha en las tinieblas, ni la plaga que devasta a pleno sol» (Sal 91,3-6).

Los migrantes y los refugiados recuerdan a la Iglesia su dimensión peregrina, perpetuamente orientada a alcanzar la patria definitiva, sostenida por una esperanza que es virtud teologal. Cada vez que la Iglesia cede a la tentación de la “sedentarización” y deja de ser civitas peregrina —el pueblo de Dios peregrino hacia la patria celestial (cf. San Agustín, La ciudad de Dios, Libro XIV-XVI)—, deja de estar “en el mundo” y pasa a ser “del mundo” (cf. Jn 15,19). Se trata de una tentación ya presente en las primeras comunidades cristianas, hasta tal punto que el apóstol Pablo tiene que recordar a la Iglesia de Filipos que «nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio» (Flp 3,20-21).

De manera particular, los migrantes y refugiados católicos pueden convertirse hoy en misioneros de esperanza en los países que los acogen, llevando adelante nuevos caminos de fe allí donde el mensaje de Jesucristo aún no ha llegado o iniciando diálogos interreligiosos basados en la vida cotidiana y la búsqueda de valores comunes. En efecto, con su entusiasmo espiritual y su dinamismo, pueden contribuir a revitalizar comunidades eclesiales rígidas y cansadas, en las que avanza amenazadoramente el desierto espiritual. Su presencia debe ser reconocida y apreciada como una verdadera bendición divina, una oportunidad para abrirse a la gracia de Dios, que da nueva energía y esperanza a su Iglesia: «No se olviden de practicar la hospitalidad, ya que gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles» (Hb 13,2).

El primer elemento de la evangelización, como subrayaba san Pablo VI, es generalmente el testimonio: «Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores. Se nos ocurre pensar especialmente en la responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los países que los reciben» (Evangelii nuntiandi, 21). Se trata de una verdadera missio migrantium ―misión realizada por los migrantes— para la cual se debe garantizar una preparación adecuada y un apoyo continuo, fruto de una cooperación intereclesial eficaz.

Por otro lado, las comunidades que los acogen también pueden ser un testimonio vivo de esperanza. Esperanza entendida como promesa de un presente y un futuro en el que se reconozca la dignidad de todos como hijos de Dios. De este modo, los migrantes y refugiados son reconocidos como hermanos y hermanas, parte de una familia en la que pueden expresar sus talentos y participar plenamente en la vida comunitaria.

Con motivo de esta jornada jubilar en la que la Iglesia reza por todos los migrantes y refugiados, deseo encomendar a todos los que están en camino, así como a los que se esfuerzan por acompañarlos, a la protección maternal de la Virgen María, consuelo de los migrantes, para que mantenga viva en sus corazones la esperanza y los sostenga en su compromiso de construir un mundo que se parezca cada vez más al Reino de Dios, la verdadera Patria que nos espera al final de nuestro viaje.

Vaticano, 25 de julio de 2025, Fiesta de Santiago Apóstol

LEÓN PP. XIV

Vatican.va

Cercanía del Papa tras ataque de Israel a la iglesia de la Sagrada Familia en Gaza

El Pontífice se comunicó con el Patriarca Latino de Jerusalén, mientras este ingresaba a Gaza para visitar la Iglesia Católica de la Sagrada Familia, tras el bombardeo israelí que dejó tres muertos y varios heridos entre quienes buscaban refugio allí.

vaticannews.va

El Cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, visitó este viernes 18 de julio la única parroquia católica en Gaza, acompañado del Patriarca Ortodoxo Griego Teófilo III.

En ese contexto, el Papa León XIV lo llamó por teléfono para “expresar su cercanía, preocupación, oración, apoyo y deseo de hacer todo lo posible no solo para lograr un alto el fuego, sino también para poner fin a esta tragedia”.

“El Papa repitió varias veces que es hora de detener esta masacre, que lo ocurrido no tiene justificación alguna, y que debemos garantizar que no haya más víctimas”, dijo el Patriarca en declaraciones a Vatican News.

En nombre del Patriarcado Latino y de todas las Iglesias de Tierra Santa, Pizzaballa agradeció al Papa por “su solidaridad y las oraciones que ya nos había asegurado”, expresando también el agradecimiento de toda la comunidad católica de Gaza.

En una nota difundida por Telegram, la Oficina de Prensa de la Santa Sede informó que el Papa, durante su llamada con el cardenal Pizzaballa, reiteró que hará todo lo posible “para que se detenga esta masacre inútil de inocentes”, pensando “en todas las víctimas inocentes, en las del ataque de ayer y en todas las de este tiempo de dolor en Tierra Santa y en todo Medio Oriente”.

Más tarde, esta misma mañana, el Pontífice también se comunicó con el superior provincial del Instituto del Verbo Encarnado, padre Carlos Ferrero —al que pertenece el padre Romanelli—, expresando su cercanía a todos los miembros de la comunidad, tanto fieles como religiosos, que estaban con él. A todos ellos, León XIV les asegura su oración y su incansable compromiso por la paz, el único camino que preserva la humanidad de todas las partes.

Preocupación del Papa por la situación en Gaza

El jueves 17, un proyectil disparado desde un tanque israelí impactó en la Iglesia de la Sagrada Familia, matando a tres personas y dejando diez heridos, entre ellos el párroco, el padre Gabriel Romanelli.

Desde el inicio de la guerra entre Israel y Hamás en octubre de 2023, el difunto Papa Francisco hablaba casi a diario por teléfono con el padre Romanelli.

Ese mismo jueves, el Obispo de Roma envió un telegrama a la parroquia de Gaza, asegurando sus oraciones por las víctimas y por todos los que se refugian en el recinto de la iglesia.

El Pontífice pidió “un alto el fuego inmediato” y expresó su “profunda esperanza en el diálogo, la reconciliación y una paz duradera en la región”.

Visita ecuménica a Gaza

Los patriarcas Pizzaballa y Teófilo III acudieron a la parroquia el viernes para “ponerse del lado de quienes han sido afectados por los recientes acontecimientos”, según un comunicado del Patriarcado Latino de Jerusalén.

En coordinación con organizaciones humanitarias, lograron asegurar el ingreso de cientos de toneladas de alimentos, botiquines de primeros auxilios y equipos médicos, destinados tanto a la comunidad cristiana como a otras familias de Gaza.

“El Patriarcado garantizó la evacuación de los heridos en el ataque hacia centros médicos fuera de Gaza, donde podrán recibir atención”, indicó el comunicado.

Pidiendo por la seguridad de la visita, el Patriarcado también solicitó la suspensión de las actividades militares.

“El Patriarcado Latino reafirma su compromiso inquebrantable con la comunidad cristiana y con toda la población de Gaza”, subrayaron. “No serán olvidados ni abandonados”.

Líderes de la Iglesia condenan el ataque a lugar sagrado

Los Patriarcas y Jefes de Iglesias en Jerusalén emitieron un comunicado conjunto expresando su solidaridad con las personas refugiadas en la parroquia católica de Gaza.

“Con unidad inquebrantable, condenamos enérgicamente este crimen”, declararon. “Los lugares de culto son espacios sagrados que deben ser protegidos. También están amparados por el derecho internacional. Atacar una iglesia que alberga a unas 600 personas, incluidos niños con necesidades especiales, es una violación de esas leyes. Es también un atentado contra la dignidad humana, un pisoteo de la santidad de la vida, y una profanación de un sitio sagrado”.

Asegurando sus oraciones por la comunidad en Gaza, los líderes eclesiásticos llamaron a la comunidad internacional a exigir un alto el fuego inmediato que ponga fin a la guerra.

“También imploramos que se garantice la protección de todos los sitios religiosos y humanitarios”, dijeron, “y que se provea ayuda urgente para las masas hambrientas a lo largo de toda la Franja de Gaza”.

Ver también: El llamamiento del Papa por Gaza: Alto el fuego inmediato, diálogo y paz en la región

“Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza”

Mensaje del papa León XIV para la V Jornada Mundial de los Abuelos y de los mayores (27 de julio de 2025). (Foto: Vatican news)

Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza (cf. Si 14,2)

Queridos hermanos y hermanas:

El Jubileo que estamos viviendo nos ayuda a descubrir que la esperanza siempre es fuente de alegría, a cualquier edad. Asimismo, cuando esta ha sido templada por el fuego de una larga existencia, se vuelve fuente de una bienaventuranza plena.

La Sagrada Escritura presenta varios casos de hombres y mujeres ya avanzados en años, a los que el Señor invita a participar en sus designios de salvación. Pensemos en Abraham y Sara; siendo ya ancianos, permanecen incrédulos ante la palabra de Dios, que les promete un hijo. La imposibilidad de generar parecía haberles quitado su mirada de esperanza respecto al futuro.

La reacción de Zacarías ante el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista no es diferente: «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada» (Lc 1,18). La ancianidad, la esterilidad y el deterioro parecen apagar las esperanzas de vida y de fecundidad de todos estos hombres y mujeres. También la pregunta que Nicodemo hace a Jesús, cuando el Maestro le habla de un “nuevo nacimiento”, parece puramente retórica: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?» (Jn 3,4). Sin embargo, en cada ocasión, frente a una respuesta aparentemente obvia, el Señor sorprende a sus interlocutores con un acto de salvación.

Los ancianos, signos de esperanza

En la Biblia, Dios muestra muchas veces su providencia dirigiéndose a personas avanzadas en años. Así ocurre no sólo con Abraham, Sara, Zacarías e Isabel, sino también con Moisés, llamado a liberar a su pueblo siendo octogenario (cf. Ex 7,7). Con estas elecciones, Dios nos enseña que, a sus ojos, la ancianidad es un tiempo de bendición y de gracia, y que para Él los ancianos son los primeros testigos de esperanza. «¿Qué significa en mi vejez? —se pregunta al respecto san Agustín— Cuando me falten las fuerzas, no me abandones. Y aquí Dios te responde: Al contrario, que desfallezca tu vigor, para que esté presente el mío en ti, y así puedas decir con el Apóstol: “Cuando me debilito, entonces soy fuerte”» (Comentarios a los Salmos 70, 11). El hecho de que el número de personas en edad avanzada esté en aumento se convierte entonces para nosotros en un signo de los tiempos que estamos llamados a discernir, para leer correctamente la historia que vivimos.

La vida de la Iglesia y del mundo, en efecto, sólo se comprende en la sucesión de las generaciones, y abrazar a un anciano nos ayuda a comprender que la historia no se agota en el presente, ni se consuma entre encuentros fugaces y relaciones fragmentarias, sino que se abre paso hacia el futuro. En el libro del Génesis encontramos el conmovedor episodio de la bendición dada por Jacob, ya anciano, a sus nietos, los hijos de José. Sus palabras los animan a mirar al futuro con esperanza, como en el tiempo de las promesas de Dios (cf. Gn 48,8-20). Si, por tanto, es verdad que la fragilidad de los ancianos necesita del vigor de los jóvenes, también es verdad que la inexperiencia de los jóvenes necesita del testimonio de los ancianos para trazar con sabiduría el porvenir. ¡Cuán a menudo nuestros abuelos han sido para nosotros ejemplo de fe y devoción, de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria y perseverancia en las pruebas! Este hermoso legado, que nos han transmitido con esperanza y amor, siempre será para nosotros motivo de gratitud y de coherencia.

Signos de esperanza para los ancianos

El Jubileo, desde sus orígenes bíblicos, ha representado un tiempo de liberación: los esclavos eran liberados, las deudas condonadas, las tierras restituidas a sus propietarios originarios. Era un momento de restauración del orden social querido por Dios, en el cual se reparaban las desigualdades y las opresiones acumuladas con los años. Jesús renueva estos acontecimientos de liberación cuando, en la sinagoga de Nazaret, proclama la buena noticia a los pobres, la vista a los ciegos, la liberación a los cautivos y la libertad a los oprimidos (cf. Lc 4,16-21).

Considerando a las personas ancianas desde esta perspectiva jubilar, también nosotros estamos llamados a vivir con ellas una liberación, sobre todo de la soledad y del abandono. Este año es el momento propicio para realizarla; la fidelidad de Dios a sus promesas nos enseña que hay una bienaventuranza en la ancianidad, una alegría auténticamente evangélica, que nos pide derribar los muros de la indiferencia, que con frecuencia aprisionan a los ancianos. Nuestras sociedades, en todas sus latitudes, se están acostumbrando con demasiada frecuencia a dejar que una parte tan importante y rica de su tejido sea marginada y olvidada.

Frente a esta situación, es necesario un cambio de ritmo, que atestigüe una asunción de responsabilidad por parte de toda la Iglesia. Cada parroquia, asociación, grupo eclesial está llamado a ser protagonista de la “revolución” de la gratitud y del cuidado, y esto ha de realizarse visitando frecuentemente a los ancianos, creando para ellos y con ellos redes de apoyo y de oración, entretejiendo relaciones que puedan dar esperanza y dignidad al que se siente olvidado. La esperanza cristiana nos impulsa siempre a arriesgar más, a pensar en grande, a no contentarnos con el statu quo. En concreto, a trabajar por un cambio que restituya a los ancianos estima y afecto.

Por eso, el Papa Francisco quiso que la Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores se celebrase sobre todo yendo al encuentro de quien está solo. Y por esa misma razón, se ha decidido que quienes no puedan venir a Roma este año, en peregrinación, «podrán conseguir la Indulgencia jubilar si van a visitar por un tiempo adecuado a los […] ancianos en soledad, […] como realizando una peregrinación hacia Cristo presente en ellos (cf. Mt 25, 34-36)» (Penitenciaría Apostólica, Normas sobre la Concesión de la Indulgencia Jubilar, III). Visitar a un anciano es un modo de encontrarnos con Jesús, que nos libera de la indiferencia y la soledad.

En la vejez se puede esperar

El libro del Eclesiástico afirma que la bienaventuranza es de aquellos que no ven desvanecerse su esperanza (cf. 14,2), dejando entender que en nuestra vida —especialmente si es larga— pueden existir muchos motivos para volver la vista atrás, más que hacia el futuro. Sin embargo, como escribió el Papa Francisco durante su último ingreso en el hospital, «nuestro físico está débil, pero, incluso así, nada puede impedirnos amar, rezar, entregarnos, estar los unos para los otros, en la fe, señales luminosas de esperanza» (Ángelus, 16 marzo 2025). Tenemos una libertad que ninguna dificultad puede quitarnos: la de amar y rezar. Todos, siempre, podemos amar y rezar.

El amor por nuestros seres queridos —por el cónyuge con quien hemos pasado gran parte de la vida, por los hijos, por los nietos que alegran nuestras jornadas— no se apaga cuando las fuerzas se desvanecen. Al contrario, a menudo ese afecto es precisamente el que reaviva nuestras energías, dándonos esperanza y consuelo.

Estos signos de vitalidad del amor, que tienen su raíz en Dios mismo, nos dan valentía y nos recuerdan que «aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día» (2 Co 4,16). Por eso, especialmente en la vejez, perseveremos confiados en el Señor. Dejémonos renovar cada día por el encuentro con Él, en la oración y en la Santa Misa. Transmitamos con amor la fe que hemos vivido durante tantos años, en la familia y en los encuentros cotidianos; alabemos siempre a Dios por su benevolencia, cultivemos la unidad con nuestros seres queridos, que nuestro corazón abarque al que está más lejos y, en particular, a quien vive en una situación de necesidad. Seremos signos de esperanza, a cualquier edad.

Vaticano, 26 de junio de 2025

LEÓN PP. XIV

Mons. Tesfaye Tadesse, nombrado miembro del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica

El papa León XIV nombró esta mañana a Mons. Tesfaye Tadesse, misionero comboniano y obispo auxiliar de la archieparquía de Addis Abeba, Etiopía, miembro del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

Mons. Tesfaye Tadesse fue superior General de los Misioneros Comboninanos de 2015 hasta 2024. Había sido elegido en el Capítulo de 2015 y reelegido para un nuevo mandato de seis años en el Capítulo de 2022, que se celebró con un año de retraso a causa de la pandemia del Covid-19. El 6 de noviembre de 2024 el papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de la Archieparquía de Addis Abeba, Etiopía, asignándole la sede titular de Cleopátide. Había participado también en la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad. Este nombramiento hizo que los combonianos tuviesen que elegir un nuevo superior general.

El 24 de junio de 2025, el papa León XIV lo nombró miembro del dicasterio vaticano que se encarga de todo lo relacionado con los institutos religiosos y las sociedades de vida apostólica.